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martes, octubre 28, 2025

El ascenso del capitalismo chino

Au Loong-Yu

24/12/2020

La fusión del Estado con los sectores dominantes de la economía ha alcanzado niveles sin precedentes. La consecuencia de esto es una gran desigualdad en el ingreso, lo que hace que China tenga un mercado doméstico muy estrecho en relación con sus capacidades productivas. Por lo tanto, debe primero inundar todo el mundo con sus mercancías, y luego exportar capital.

Para contar la historia completa del conflicto entre China y Estados Unidos hay que empezar por el comienzo, es decir, por la naturaleza del ascenso de China al estatus de superpotencia.

La única forma en la que un país semicolonial, humillado e invadido en numerosas ocasiones por países imperialistas, pudo terminar con el trágico destino de su pueblo fue fortaleciendo la nación por medio de la modernización. Esto tomó parcialmente la forma de una política de autodefensa nacional.

Beijing ha recibido múltiples recordatorios de las ambiciones imperiales de EE.UU., incluso durante décadas recientes. En 1993, EE.UU. detuvo y requisó el buque chino The Galaxy en el Océano Índico. En 1999, la embajada china en Yugoslavia fue bombardeada por EE. UU. Hay aviones de combate que espían permanentemente la zona económica exclusiva de la Isla de Hainan, llegando a causar que un avión chino se estrelle contra el mar en 2001.

La amarga experiencia le enseñó a China que, si no quería ser acosada por el imperialismo estadounidense, debía ser al menos igual de fuerte y enérgica. En este sentido, su ascenso al estatus de potencia mundial estuvo motivado por la autodefensa y, por lo tanto, fue legítimo. Este proyecto de autodefensa también era legítimo desde el punto de vista de los intereses del pueblo trabajador. Sin embargo, el proceso fue definido por dos características incompatibles con estos intereses: la conversión en un proyecto de capitalismo de Estado y las ambiciones expansionistas.

De acuerdo con la doctrina del PCCh de 1949, el ascenso del país no sería de tipo nacionalista. La revolución de 1949 tuvo el apoyo de la gran mayoría del pueblo trabajador. El pueblo creía en las promesas del PCCh, según las cuales la modernización conllevaría más democracia y una justicia distributiva, con el objetivo de perseguir el internacionalismo y el socialismo en el largo plazo.

El prometido ascenso de China no debía seguir la tradicional vía capitalista y nacionalista. Debía seguir una vía socialista. Deng Xiaoping dejó esto en claro en su discurso de 1974 frente a la ONU, cuando afirmó que «si un día China debe cambiar de color y convertirse en una superpotencia, si debe jugar el papel de tirano en el mundo y someter en todas partes al resto de los países a sus acosos, a sus agresiones y a la explotación, el pueblo del mundo debería identificarla como una nación socialimperialista, dejarla al descubierto, oponerse a ella y trabajar en conjunto con el pueblo chino para derrocarla».

Pero el PCCh no pudo sostener su promesa, lo cual había quedado claro en la década de los cincuenta, mucho antes del momento en que Deng pronunció su discurso frente a las ONU. La China de Mao fue exitosa en el objetivo de modernizar parcialmente el país, pero el pueblo pagó un costo terrible, en muchos casos absolutamente innecesario.

Fue durante este período que la burocracia del partido se elevó al estatus de una nueva clase dominante, que gozaba de privilegios económicos y políticos. La contribución de Deng a esta nueva clase dominante consistió en dar luz verde para «hacerse capitalista». De manera sorprendente –y a diferencia de lo que sucedió en Rusia– tuvo éxito.

Esta fue la segunda faceta del ascenso de China, a saber, el ascenso del capitalismo chino. Su éxito se debe precisamente a que se trató de un proyecto de capitalismo dirigido por el Estado, en el cual el partido-Estado concentra en sus manos tanto el monopolio de la violencia como el poder del capital para favorecer el crecimiento económico.

Esto nos lleva a una tercera faceta del ascenso de China: su expansionismo, que es consecuencia necesaria del capitalismo monopolista chino. La fusión del Estado con los sectores dominantes de la economía (representados por las empresas de propiedad estatal) ha alcanzado niveles sin precedentes. El Estado devora enormes cantidades de recursos que terminan en los bolsillos de quienes desempeñan alguna función pública, en megaproyectos de inversión, o en ambos a la vez.

La consecuencia de esto es una gran desigualdad en el ingreso, lo que hace que China tenga un mercado doméstico muy estrecho en relación con sus capacidades productivas. Por lo tanto, debe primero inundar todo el mundo con sus mercancías, y luego exportar capital.

Con la exportación de capital a escala masiva, se hizo necesaria la intervención sobre la política doméstica de los países de acogida, con el objetivo de garantizar y supervisar las inversiones. Por lo tanto, Beijing se traga sus propias palabras cuando repite en la actualidad el lema de una «política no intervencionista». Casi el 90% del comercio chino y el 80% de sus importaciones de petróleo pasan hoy a través del estrecho de Malaca. Beijing vive bajo el temor permanente a un potencial escenario en el cual Estados Unidos intervenga esta ruta comercial. De aquí su ofensiva en el mar de la China Meridional. Esta es una dinámica importante que subyace al conflicto de China con EE.UU.

La batalla por Hong Kong como síntoma

Desde 2008, las ventajas que beneficiaron a China se están agotando, lo que se expresa en ciertos problemas estructurales: salarios reales deprimidos por las altas tasas de inversión, disminución de la demanda doméstica, proceso de sobreproducción y de sobreinversión.

Detrás de estos factores debe buscarse el problema central: la decadencia generalizada de la burocracia del partido. Cuanto más saquea la burocracia al país, más le preocupa que estos problemas queden al descubierto. Esto explica, en parte, por qué Beijing vigila cada vez más de cerca a Hong Kong.

Treinta años atrás, crecía entre las autoridades de Beijing la preocupación acerca de cómo la libertad política de Hong Kong podría afectar su dominio sobre la sociedad. Esto alcanzó un punto crítico cuando Hong Kong proveyó un fuerte apoyo al movimiento democrático de 1989. En los años noventa, cuando comenzaron la «reforma» y la «apertura» más radicales, Hong Kong contribuyó significativamente al nacimiento y crecimiento de la sociedad civil china, por primera vez desde 1949. Este proceso estuvo caracterizado por el rápido crecimiento de asociaciones civiles e incluso de movimientos sociales, que Beijing consideraba como potencialmente peligrosos.

Cuanto más asciende China en la escena internacional, más se preocupa Beijing por el libre flujo de información en Hong Kong.

La desaparición de los miembros de Causeway Bay Books es un caso típico. Entre octubre y diciembre de 2015, desaparecieron cinco propietarios y trabajadores de la librería Causeway Bay Books. Dos de los arrestos se dieron aparentemente por fuera de cualquier marco jurídico. Se trató de un castigo por la publicación de un libro acerca de la vida privada de Xi Jinping en Hong Kong.

La lección de este incidente es clara: el libre flujo de información simplemente no puede convivir con los intereses centrales de Beijing. Esto llevó a que en 2019 Beijing promulgara una ley de extradición en Hong Kong, que luego desató un efecto dominó y finalmente tuvo como resultado el comienzo de una «nueva Guerra Fría» entre EE. UU. y China, con Hong Kong como campo de batalla.

Este conflicto también anuncia el fin de los beneficios estratégicos que Hong Kong ofrecía a Beijing. La pérdida de Hong Kong como una plataforma en la cual las empresas chinas podían acceder a dólares norteamericanos, utilizando la región como un trampolín para entrar y salir y para captar inversiones extranjeras, creará un gran problema para las finanzas y la economía de Beijing.

Au Loong-Yu, escritor, activista marxista y autor, entre otros, de Hong Kong in Revolt. The Protest Movement and the Future of China (Pluto Press, 2020).

Fuente: https://jacobinlat.com/2020/12/18/el-ascenso-del-capitalismo-chino/

Traducción de Valentín Huarte

Los aranceles de Estados Unidos contra China «inician una guerra comercial de 50 años»

Pepe Escobar

10/07/2018

Más allá del primer misil de la medianoche del 5 de julio, un disparo que podría convertirse en una guerra comercial despiadada, la lucha de aranceles entre China y los Estados Unidos debe verse en el contexto de un gran escenario de combate geopolítico y económico.

Este «big game», como todo tipo de escenarios especulativos sobre cómo evolucionan las luchas tarifarias, son cuestiones periféricas. El objetivo final que acaba de comenzar no es supuestamente un «libre comercio» disfuncional; el objetivo es » Made in China 2025″ o una China establecida como una potencia de alta tecnología a la par, o incluso superior a los EE. UU. y a la Unión Europea.

Ahora conviene recordar que fue Alemania quien realmente proporcionó algunas de las ideas del plan «Made in China 2025» a través de su estrategia Industry 4.0.

Made in China 2025 se dirige a 10 campos tecno-estratégicos: tecnología de la información, incluidas las redes 5G y la ciber-seguridad; robótica; aeroespacial; ingeniería oceánica; ferrocarriles de alta velocidad; vehículos con nueva energía; equipo de poder; maquinaria de agricultura; nuevos materiales y biomedicina.

Para que Made in China 2025 rinda frutos, Pekín ya ha invertido en cinco centros nacionales de innovación manufacturera y 48 centros provinciales, conjuntamente se construirán otros 40 centros nacionales hasta el 2025. Además, para el 2030 -a través de una estrategia paralela- China debería establecerse como el líder mundial en inteligencia artificial (AI).

El mantra del sueño chino del presidente Xi Jinping, también denominado «el gran rejuvenecimiento de la nación china», está estrictamente relacionado no solo con Made in China 2025, internamente, sino también, con el concepto básico de la política exterior de China; la construcción de las Nuevas Rutas de la Seda (Belt and Road Initiative – BRI). Por tanto Made in China 2025 y las Rutas de la Seda son absolutamente innegociables.

No hay ninguna evidencia, en absoluto, de que Made in USA 2025 esté en juego. La Casa Blanca prefiere enmarcar todo el proceso como una batalla contra la «agresión económica» de China. La Estrategia de Seguridad Nacional enmarca a China como el principal desafío al poder de Estados Unidos. La Estrategia de Defensa Nacional del Pentágono considera a China como «un competidor estratégico que utiliza una economía depredadora».

Entonces… ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Innovar o perecer

David Harvey, en The New Imperialism, toma prestado del libro The Global Gamble de P. Gowan, para enfatizar cómo ambos ven «la reestructuración radical del capitalismo internacional después de 1973 como una serie de apuestas por parte de los Estados Unidos para tratar de mantener su posición hegemónica en los asuntos económicos mundiales contra Europa, Japón y más tarde contra el Este y Sureste de Asia».

Antes de que terminara el milenio, Harvey ya subrayaba cómo Wall Street y el Tesoro de Estados Unidos se desenvolvieron como «un formidable instrumento del arte de gobernar económico para impulsar tanto el proceso de globalización como producir transformaciones neoliberales en las naciones asociadas».

China, por su parte, desempeñó magistralmente este juego de reorientación capitalista: invertir sin restricciones en lo que puede describirse como «neoliberalismo con características chinas» y sacar provecho de la proyección del poder económico de EE.UU., a través de los mercados abiertos y de la OMC.

Ahora finalmente, a una velocidad vertiginosa, China está lista para invertir en su propia proyección de poder económico. Como Harvey señaló hace más de una década, el próximo paso para el capitalismo de Asia Oriental sería «alejarse de la dependencia del mercado estadounidense» hacia el «cultivo de un mercado interno».

Harvey describió el enorme programa de modernización chino como «una versión interna del programa que EE.UU., hizo internamente en los años 50 y 60 a través de la sub-urbanización y el desarrollo del llamado «Sun Belt».

Secuencialmente, China estaría «desviando gradualmente el capital excedente de Japón, Taiwán y Corea del Sur y disminuyendo así los flujos hacia Estados Unidos». Esto ya está sucediendo.

El presidente Trump no es exactamente un geopolítico de mirada estratégica. La razón de estos aranceles puede forzar que las cadenas de suministro de las corporaciones estadounidenses se vuelvan menos dependientes de China, pero tal como ha constituido la economía global no se provocará la ruina de estas cadenas de suministro, como lo espera Trump con la vuelta a Estados Unidos de la producción deslocalizada. En la ubicación también rigen la lógica turbo-capitalista; las corporaciones siempre privilegiarán costos más bajos de mano de obra y de producción, donde sea que se encuentren.

Cuando se trata de la batalla por la innovación de primera línea, entre China y EE. UU., la estrategia del Grupo Chino de Desarrollo de Zhongguancun (ZDG) que ha invertido en alta tecnología en los centros de excelencia de los propios EE.UU. es un caso fascinante

ZDG ha establecido una serie de centros de innovación en el extranjero. El Centro de Innovación ZGC clave se encuentra en Santa Clara, California, muy cerca de Stanford y los campus de Google y Apple. Luego ha instalado un nuevo centro en Boston a dos pasos de Harvard y MIT.

Estos centros ofrecen el «paquete completo»: desde laboratorios de última generación hasta, capitales a través de un fondo de inversión. La matriz proviene del Gobierno de Pekín, a través del distrito tecnológico de la ciudad. Y huelga decir que ZDG se alinea completamente con las Rutas de la Seda en su expansión para «aprender la experiencia en el extranjero de un ecosistema de innovación».

De qué trata Made in China 2025. ¿Medio siglo de guerra comercial? Entonces, ¿qué pasa después?

En medio de un tsunami de histeria, el análisis serio de Li Xiao, decano de la escuela de economía de la Universidad de Jilin, es más que bienvenido.

Li apuesta por la yugular, destacando que «el progreso de China es esencialmente un aumento de estatus dentro del sistema impuesto por el dólar». Desde el punto de vista de Pekín el cambio es imperativo, pero será gradual. «El objetivo de la internacionalización del yuan no es reemplazar el dólar. El sistema del dólar es insustituible en el corto plazo. Nuestro objetivo para el yuan es reducir el riesgo y el costo en un sistema de este tipo».

Li, de manera realista, también admite que «el conflicto entre dos grandes potencias podría continuar por lo menos 50 años o incluso más. Todo lo que sucede hoy es solo un telón de fondo de la historia».

Implícito en el telón de fondo se encuentran los líderes chinos que parecen interpretar el primer disparo de Tump como la aceleración de la Estrategia de Seguridad Nacional de los EE.UU. La conclusión a la que ha llegado Pekín es forzosa, Estados Unidos ahora está amenazando el sueño chino.

Como el sueño chino incluye sin discusión «el rejuvenecimiento de la nación», el proyecto «Made in China 2025», Las Rutas de la Seda, la multipolaridad y China como motor de la integración de Eurasia no son negociables, no es de extrañar que el escenario esté preparado para una inevitable e importante turbulencia.

Fuente: http://www.atimes.com/article/tariffs-kick-off-50-year-trade-war-with-china/?cn-reloaded=1

Traducción de Emilio Pizocaro para rebelión.org

Perdió Trump, Biden no ganó. Es la geopolítica

Manolo Monereo

Hace cuatro años pronostiqué la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton. Ahora las cosas estaban más claras, quizás demasiado. El desgaste del presidente norteamericano parecía evidente y las encuestas auguraban una victoria nítida de la dupla Biden/Harris. Me ha sorprendido la consistencia y la fuerza del voto republicano. Biden ha sido el candidato más votado de la historia de EEUU; el segundo ha sido el candidato Trump. Lo que teníamos delante de nuestros ojos era una enorme polarización y una fortísima movilización que ha ido creciendo día a día. A Trump lo ha derrotado una “coalición negativa”. El “todos contra el presidente” ha funcionado. ¿Hubiese perdido Trump sin la covid-19? No lo creo. La pandemia ha sido un catalizador que ha activado una amplia oposición cansada de tanta retórica, de tanto negacionismo que contrastaba con una imponente cifra de muertos, de infectados y, sobre todo, que ponía de manifiesto el desastroso, caro e injusto sistema sanitario norteamericano. El aparato del Partido Demócrata ha hecho de esta cuestión el tema central de su campaña; no se equivocaron.

¿Gana Biden? Lo dudo. Una coalición negativa (de eso sabe mucho Donald Trump) es relativamente fácil de ahormar en determinadas circunstancias. La propuesta Biden/Harris se ha ido construyendo por oposición, atrapando perfiles de votantes, sumando expectativas sociales y traduciéndolas en votos. Trump, como tantos otros populistas de derechas, domina el discurso, la capacidad para definir enemigos y situar como fuerza social a aquellos que cuentan poco o que se sienten marginados de la política. La piedra de toque es gobernar; es decir, diseñar estrategias, alianzas sociales, gestionar la maquinaria del Estado y tener un equipo solvente que dé confianza a la ciudadanía. Trump ha sido demasiadas veces su peor enemigo; ha emitido mensajes contradictorios y sus decisiones han carecido la más de las veces de coherencia. Las memorias de John Bolton dan cuenta de una gestión caprichosa, carente de fundamentos y de una improvisación impropia de un dirigente político. La polarización que tan buenos resultados le ha dado, le ha impedido ampliar consensos; abrió todos los frentes posibles y se equivocó en el fundamental, la pandemia. Aun así, ha conseguido casi la mitad de los votos.

Trump fue la reacción de una Norteamérica profunda que estaba harta del reinado de Obama y de los demócratas, que tenía la sensación de que EEUU se estaba quedando atrás frente a una China que le disputaba abiertamente la hegemonía y, era básico, que se sentía en la obligación de defender una identidad político-cultural en peligro. Los datos electorales nos dicen que estas percepciones se han hecho fuertes, han devenido en cultura política y que con Trump o sin él, seguirán estando ahí. Con Biden/Harris llega al gobierno la derecha del Partido Demócrata. De nuevo, como diría la Nancy Fraser, ¿“neoliberalismo progresista” en el poder? Seguramente. Habrá neoliberalismo sin duda; progresismo en los grandes enunciados sobre feminismo, crisis climática y apoyo a las minorías. Los retos son grandes, las expectativas creadas son muchas. El bloque del “no” sumaba muchas cosas, demasiadas; demandas viejas y nuevas, necesidades sociales históricamente insatisfechas, libertades por conquistar y dignidades pisoteadas. Al principio todo será fácil y se cabalgará con el entusiasmo de la victoria. Pronto se tomarán decisiones y se verá el margen de maniobra real en la Cámara de Representantes y en el Senado, no hay que olvidarlo, en momentos de pandemia y de depresión económica, social, político cultural.

No es este el momento de hacer una evaluación de lo que sido el gobierno de Donald Trump y sus políticas. El “América primero” fue el intento de situar a la ofensiva a un país en decadencia en un mundo que iniciaba una gran transición geopolítica. China era el enemigo, si no a batir, al menos, frenar. EEUU no podía consentir (nunca lo ha consentido) la hegemonía de una potencia enemiga en el hemisferio oriental. En términos militares: repliegue táctico, reducir el frente y acumular fuerza en el punto decisivo. En un primer momento intentó hacer la “jugada Kissinger” al revés; es decir, una alianza, más o menos explícita, con Rusia frente a China. No le fue posible. Constató la enorme habilidad de China para usar en su favor las instituciones y tratados multilaterales creados por los EEUU y, a martillazos, la administración Trump fue agrietándolos, cuando no, rompiéndolos sin miramientos. Un tema tan central como la OTAN fue dejado a un lado, los aliados tradicionales fueron maltratados en el marco de una estrategia que tenía como objetivo central Asia y sus enormes desafíos. Ha sido penoso ver a los dirigentes políticos europeos ir detrás de un presidente norteamericano que los trataba con prepotencia y, a veces, con un desprecio rayano en la humillación. Demasiadas ocurrencias, excesivas prisas y decisiones arbitrarias. Eso sí, Israel, Israel siempre al mando.

La otra cara del asunto, la política interna, lo esperado y un poco más. Gobierno al servicio de los ricos, masivas ayudas a las grandes empresas y defensa intransigente de los postulados liberales más rancios. La Reserva Federal inyectando masivamente dinero y el gobierno acumulando deuda. Los datos macroeconómicos antes de la pandemia eran buenos, eso sí, conviviendo con enormes desigualdades, bajos salarios, carencias estructurales de servicios públicos, sobrexplotación de una fuerza de trabajo segmentada territorialmente, por su composición racial y por su género. La retórica nacionalista e industrialista no se vio traducida en políticas concretas y los llamamientos al retorno de empresas o a la reintroducción de las cadenas de valor no encontraron demasiado eco; por cierto, los demócratas llevan propuestas parecidas en su programa electoral.

Asombra las loas a la democracia americana y a su supuesta salvación, Biden. Bastaría tomar nota del sistema electoral y de los juegos de estrategia de las élites para darse cuenta que se trata de la quintaesencia de un sistema político plutocrático, centralmente antidemocrático y controlado por los grandes poderes económicos, mayoritariamente alineados hoy con la derecha del partido demócrata. El asombro se convierte en perplejidad cuando se conjetura que la nueva administración será positiva para las relaciones internacionales, las instituciones multilaterales y para la salud del planeta. Hablar de la supuesta ejemplaridad democrática de EEUU no ayuda a entender un mundo que está cambiando radicalmente y que lo hace en contra de su hegemonía, de su, hasta ahora, indiscutible dominio; frente a un orden creado a su imagen y beneficio; tampoco ayuda, paradójicamente, a comprender la reacción de una parte significativa de la población norteamericana que se ha movilizado contra un poder autoritario al servicio de una oligarquía cada vez más rica y omnipotente.

¿Qué cabe esperar de la nueva administración? Habrá, seguramente, una reordenación de prioridades donde lo interno y lo internacional se solaparán en función de intereses del momento. Según algunos medios, estaríamos ante un programa económico y social marcadamente de izquierdas que significaría, en la práctica, una enmienda a la totalidad a la política seguida por Trump. Esto ya lo oímos con Clinton y con Obama. Necesariamente tiene que haber un giro sustancial en el combate contra el virus, importantes inversiones en la sanidad pública y una mayor atención a las enormes desigualdades sociales y territoriales, sin olvidar la cuestión del desempleo que ha crecido mucho con la pandemia.

Los cambios, a mi juicio, vendrán de la política internacional de la nueva administración demócrata. En primer lugar, China será el enemigo a batir, el adversario sistémico (como lo denomina la UE) a contener y derrotar. Para EEUU es una cuestión existencial: no consentirán, repito, la hegemonía del viejo imperio en el hemisferio oriental. Hablar de cuestión existencial significa que irán en serio y hasta el final empleando todos sus enormes medios, todas sus capacidades, combinando poder duro y blando, guerras económicas e hibridas, el ciber espacio y la inteligencia artificial. Sin olvidar un asunto no siempre bien subrayado, su desequilibrante superioridad político-militar y geoestratégica. En segundo lugar, la estrategia va a cambiar. Será, por decirlo así, trilateral. EEUU sabe que, por sí mismo, no puede ganar esta la guerra y necesita aliados estables. Se trata de construir un bloque alternativo a China-Rusia a nivel mundial sumando a la UE, a Gran Bretaña, a Australia, Japón y Corea del Sur. La condición previa es que, de una y otra forma, los aliados cuenten, sean tomados en consideración e incorporados en las decisiones. Es lo que no supo ver Donald Trump. El territorio es favorable y el señor Borrell, disponible. Es más, Pedro Sánchez, discípulo siempre aventajado, habla ya de construir económica y políticamente un espacio transatlántico más allá de Berlín y de París. La UE quiere ser aliada privilegiada a cambio de renunciar a ser un sujeto político autónomo, un actor internacional con intereses propios y definidos; protagonista de un mundo multipolar en construcción. La Unión Europea parte de una alianza estratégica hegemonizada por los EEUU, Esta es la línea de demarcación decisiva que marcará el futuro de nuestro país.

La OTAN, en tercer lugar, va a ser refundada por enésima vez. Será el eje vertebrador de la estrategia político militar ampliando, aún más, sus zonas de influencia. La llamada Defensa Europea queda así definida: fuerza complementaria y subalterna a la política global de la OTAN; es decir, de EEUU. Por último, en esta estrategia tendrá mucha importancia lo ideológico, la plataforma político-cultural que legitime el discurso de esta nueva etapa que se abre. El objetivo explícito será reconstruir el Orden Liberal Internacional frente a las viejas políticas de Donald Trump y el autoritarismo de China y Rusia. La nueva administración retomará viejos temas y viejas consignas en nombre del multilateralismo, el libre comercio y los derechos humanos. La confrontación será sistemática y a nivel global. Veremos la exigencia de derechos humanos en Bielorrusia, en Hong Kong, en China, en Rusia. En paralelo, el retorno a los acuerdos de París, a la OMS y, reservas, renegociar los acuerdos con Irán.

Antes hablé de Nancy Fraser. Como es conocido, ella defendió un populismo progresista frente al populismo reaccionario de Donald Trump. Esto no es lo que ha ganado en EEUU. Biden-Harris representan lo que la conocida politóloga norteamericana llamó el “neoliberalismo progresista”. Es difícil que el banderín de enganche para el” nuevo consenso transatlántico” sea este término. Vendrá un “liberalismo progresista” que exprese una nueva síntesis y que permita romper con la tradición de la izquierda europea. En medio, una crisis geopolítica de enormes dimensiones, una pandemia que muta en depresión económica, social y psíquica y una sociedad que vive entre el miedo y el resentimiento. El quién gana lo veremos pronto.

Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/perdio-trump-biden-no-gano/

El síndrome Qing de Estados Unidos

Tras la leyenda de la manipulación electoral rusa, ya asoma el “peligro chino”

Rafael Poch

Si algo ha dejado claro la última campaña electoral es que Estados Unidos no tiene una estrategia para el nuevo mundo del Siglo XXI.

Tras la leyenda de la manipulación electoral rusa, ya asoma el “peligro chino”

Estados Unidos pasa por ser una “sociedad abierta” -incluso la sociedad abierta por excelencia- sin embargo es obvio que las preguntas esenciales sobre su comportamiento internacional ni se plantean, ni pueden siquiera ser planteadas. Por ejemplo, la mera hipótesis de que el país deje de ser la “potencia número uno” en el próximo futuro -una posibilidad en absoluto excéntrica- no solo es implanteable, sino que tiene categoría de simple herejía: Nadie en Estados Unidos está dispuesto a discutir la posibilidad de que el país llegue a ser un “número 2” mundial y tal enunciado, “sería suicida para cualquier político que lo planteara”, constata el politólogo Kishore Mahbubani de la Universidad de Singapur.

En su último libro Has China Won?, repleto del sentido común y la racionalidad que favorece la independencia de criterio tan rara entre los expertos occidentales , Mahbubani expone cómo, pese al declive, ningún líder de Estados Unidos ha propuesto hasta la fecha un ajuste estratégico o estructural para ponerse a tono con la nueva realidad del mundo. Es lo que el ilustre historiador chino Wang Gungwu describe como el “síndrome Qing de América”.

Los políticos de Estados Unidos cometen el mismo error que los mandarines de la última fase de la Dinastía Qing del siglo XIX. Aquellos chinos no entendían que el ascenso de Occidente significaba que China debía cambiar de rumbo. “Los confiados mandarines del último periodo Qing despreciaban la posibilidad de la emergencia de un nuevo mundo que pudiera desafiar a su superior sistema”, explica Wang. Desde “siempre” China había sido “número uno”, su civilización se contemplaba como la mejor mientras se cocía en su propia salsa, despreciando o ignorando los profundos cambios que sucedían a su alrededor. El mero hecho de mirar lo que pasaba fuera ya era herejía.

No estaba previsto

El ascenso de China es uno de los cambios profundos del mundo de hoy. La integración de China en la globalización, entendida como el seudónimo del dominio mundial de Estados Unidos, contenía implícitamente como consecuencia el escenario de convertirla en vasallo de Occidente. Para comprar un solo avión Boeing a Estados Unidos, China debía producir cien millones de pares de pantalones. No estaba previsto que jugando en el terreno diseñado por otros, China torciera aquel propósito. El “milagro chino” fue usar una receta occidental diseñada para su sometimiento para fortalecerse de forma autónoma e independiente.

“La estrategia produjo complicaciones y complejidades que desembocaron en una China más poderosa que no respondía a las expectativas occidentales”, constataba desconcertado el comentarísta de la CNN Fareed Zakaria. La situación recuerda a la de un tahúr que jugando una partida de póker contra un adversario insignificante constata que pierde la partida pese a jugar con cartas marcadas. No estaba previsto y la reacción del tahúr en tal situación es volcar la mesa y desenfundar la pistola.

Si algo ha dejado claro la última campaña electoral en Estados Unidos es confirmar que ese país no tiene una estrategia para el nuevo mundo del Siglo XXI. La única receta clara para impedir el declive es la guerra, comercial y tecnológica, y la amenaza militar con una diplomacia cada vez más nuclearizada. Trump ha dividido a su país en casi todo excepto en su guerra comercial y tecnológica contra China. Esa beligerancia es algo que se da por supuesto en los candidatos a la presidencia que compiten entre sí por demostrar quien mima más a los militares y al complejo militar-industrial y quien es más antichino, huyendo como de la peste de cualquier veleidad de flojera ante el adversario. No es solo una “vaca sagrada” ideológica que se desprende de la inercia de un siglo de dominio mundial, sino una tara estructural.

El gasto en armas y guerras no es algo que en Estados Unidos se decida en el marco de una estrategia nacional racional que valora qué sistemas de armas se necesitan para la situación geopolítica presente y concreta, dice Mahbubani. “Las armas se compran como resultado de un complejo sistema de lobbismo a cargo de los fabricantes que ubicaron astutamente sus industrias en todas las circunscripciones congresuales de América, con lo que los políticos que quieren mantener los puestos de trabajo en sus territorios (y su propio puestos en el Congreso) son quienes deciden qué armas se producirán para el ejército”.

Ventajas del adversario

No hay en China nada parecido al complejo militar-industrial de Estados Unidos que fomenta estructuralmente el militarismo y el imperialismo con sus poderosos “lobbies” y think tanks. Los mandarines de Estados Unidos son prisioneros de una red que complica sobremanera su adaptación al nuevo mundo. Su poderoso y eficaz aparato de propaganda (“información & entretenimiento”) presenta al régimen político de Estados Unidos de partido único bicéfalo basado en la aristocracia del dinero, como una democracia. A su lado el régimen del Partido Comunista Chino, que es una estructura meritocrática, es visto como algo arcaico y brutal. No hay duda de que el régimen chino tiene muchos problemas y carencias, pero desde luego también algunas virtudes. Impide, por ejemplo, la aparición de Trumps nacionalistas chinos y potencia a muchos de los más capaces y mejores hacia arriba. Hoy por hoy, como dice Mahbubani, “desempeña un bien global garantizando que China se comporte como un actor racional y estable en el mundo y no como un sujeto nacionalista enfadado distorsionador del orden regional y global”. En materia de cambio climático, China no sigue el ejemplo de Estados Unidos. Un gobierno chino democráticamente electo (en el sentido americano del término) habría tenido gran presión para hacer lo mismo que Estados Unidos en lugar de proclamar su objetivo de desarrollar una “civilización ecológica”.

Hay 193 países miembros en la ONU. ¿Quién, Estados Unidos o China, está remando en la misma dirección que la mayoría de los 191 y quién lo hace en contra, mientras ningunea o abandona las instituciones y acuerdos internacionales?, se pregunta Mahbubani. En las condiciones democráticas sugeridas para China desde Occidente, sería mucho más difícil para ese país mantener su proverbial prudencia internacional y su no injerencia en los asuntos internos de otros conforme se hace más poderosa. Antes de cargarse a un régimen que juega en otra liga de civilización, hay que pensar en sus alternativas para el caso de que abrazara lo que se le recomienda desde la occidental.

¿Expansionismo?

La crisis financiera global de 2008, genuino detritus de la economía de casino con centro en Estados Unidos, ofreció la primera evidencia de debilidad occidental: China gobernó la situación mucho mejor, como había pasado ocho años antes con el estallido de la burbuja dot-com. Las desastrosas consecuencias de las guerras que siguieron al 11-S neoyorkino hicieron patente una criminal irresponsabilidad. La retirada de Estados Unidos del acuerdo sobre cambio climático y la mala gestión de la crisis de la pandemia en Occidente (en comparación no solo con China, sino con el conjunto de Asia oriental) incrementaron esa evidencia de decadencia y desbarajuste. Ante esos hechos se hacía bien patente el desfase de la célebre recomendación de Deng Xiaoping de finales de los años ochenta en materia de política exterior: “Observar la situación con calma, mantenernos firmes en nuestras posiciones. Responder con cautela. Solapar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno. Nunca reclamar el liderazgo”.

La situación general invitaba desde hace tiempo a actualizar aquella prudente directriz, pero es la creciente virulencia de la guerra comercial y tecnológica, de las provocaciones militares y de las campañas de denigración de los últimos meses, la que determina un cambio de tonos. Xi Jinping aprovechó el aniversario de la guerra de Corea para sacar pecho en octubre. Dijo que “el pueblo chino no creará problemas, pero tampoco tenemos miedo, y no importa las dificultades o desafíos que enfrentemos, nuestras piernas no temblarán y nuestras espaldas no se doblarán”, y que “nunca permaneceremos de brazos cruzados cuando nuestra soberanía esté amenazada y no permitiremos nunca a ningún ejército invadir o dividir a nuestro país”. En mayo, el ministro de exteriores, Wang Yi, respondió a los juicios de Trump sobre el “virus chino” diciendo, “jamás tomaremos la iniciativa de intimidar a otros, pero tenemos principios. Ante las calumnias deliberadas, responderemos con fuerza, protegeremos nuestro honor nacional y nuestra dignidad en tanto pueblo”.

Aisladas de su contexto, todas estas declaraciones se utilizan en Occidente para confirmar los peligros de una China crecida y agresiva. Pero el hecho es que en más de cuarenta años, mientras Occidente se implicaba en guerras en Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia y Siria, entre otras, China no ha participado en ningún conflicto bélico. Las tensiones y reivindicaciones chinas en lugares como Tibet, Xinjiang, Hong Kong o Taiwan, se mencionan como prueba de “expansionismo”, cuando esas reivindicaciones son mas legítimas que las de Estados Unidos sobre Texas, California o todo el sur del país arrebatado a México en el XIX. Con toda su brutalidad, la política de Pekín en Xinjiang no tiene nada que ver con la medicina para atajar el mismo problema por parte de Estados Unidos y su guerra contra el terror, que incluye millones de muertos, la devastación de sociedades enteras y la primera legalización de la tortura en un país occidental en el siglo XXI. En Taiwán es ridículo presentar como “expansionismo” la reclamación china de la isla cuando desde 1972 Estados Unidos reconoce que “Taiwán es parte de China” pese a lo cual incumple reiteradamente su compromiso, declarado en 1982, de no vender armas a la isla por encima de una discreta cantidad y calidad.

Como en Taiwán, las tensiones militares en el Mar de la China Meridional se derivan principalmente de la intervención militar de Estados Unidos en la región para “contener” a Pekín. China fue la última de las cinco naciones implicadas en fortificar las islas en disputa de ese mar. Vietnam ocupa hoy más de cuarenta islas en el archipiélago del Paracelso, China veinte. En la Spratly, China controla ocho islas, Filipinas nueve, Malasia cinco y Taiwán una. Malasia, Filipinas y Vietnam fueron los primeros en reivindicar como suyas esas islas, lo que empujó a China a imitarlas. Todo eso se omite en el habitual informe sobre las tensiones en aquella zona. China mantiene muchos tiras y aflojas con sus vecinos (y tiene muchos), pero no hay guerras. Y sobre todo, si hay que hablar de gobernanza mundial hay que poner por delante una carencia de China que contrasta fuertemente con Estados Unidos y sus aliados occidentales: China carece de ideología mesiánica y de cualquier propósito de convertir en chinos a los demás países del mundo. La promoción de un chinese way of life no figura en los catálogos de exportación chinos, lo que supone una mayor garantía para la diversidad mundial.

El precio de la miope arrogancia de los mandarines de la última época Qing fue terrible para China. Los Estados Unidos actuales están en una posición mucho más fuerte que la China de entonces. No está en juego la integridad de Estados Unidos, ni su territorio va a ser invadido, repartido, violentado o inundado de opio, pero no hay duda de que la suma de las taras estructurales militaristas y de la ceguera de una superpotencia ante su declive se cobran un precio. Y en el mundo de hoy, repleto de armas nucleares, ese precio está llamado a ser inmenso.

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Fuente: https://rafaelpoch.com/2020/11/03/el-sindrome-qing-de-estados-unidos/#more-531

Crisis del capitalismo global y transición geoeconómica

Gabriel E. Merino

La Pandemia actuó como catalizador, acelerando una crisis económica estructural. Desde 2008 buena parte del mundo ingresó en una fase de bajo crecimiento, que particularmente se acentúo en el norte global o núcleo orgánico de la economía capitalista mundial.

La pandemia produjo un enorme golpe recesivo global. En China, el principal centro dinámico de la economía mundial desde 2008 –dato que ya indica una transformación geoeconómica estructural—, durante el primer bimestre del año la producción industrial cayó 13,5% interanual (primera contracción desde enero de 1990) y las ventas minoristas se desplomaron 20,5%. Durante el primer trimestre su PIB cayó el 6,8% anual. Sin embargo, creció 3,2% anual en el segundo trimestre del año, mostrando un rápido rebote, y la proyección para este año, es de un crecimiento entre 1% y 1,7%.

En el Norte Global, el golpe se sintió en el segundo trimestre y fue más profundo. Estados Unidos presentó una caída de 9% en términos trimestrales, mientras Alemania obtuvo el mayor desplome del PIB de toda la serie histórica (desde 1970), con una contracción del 10,1% en ese período. Por el lado de Japón, el segundo trimestre se desplomó 7,8%, con el agravante de que ya se encontraba en recesión: había caído 1,9% en el último trimestre de 2019 y 0,6% en el primer trimestre de 2020.

A diferencia de la economía de China –y de otros países de Asia Pacífico como Vietnam— en el Norte Global no se espera un rebote en “V” y los pronósticos son poco alentadores para este año: según el FMI (2020), de acuerdo a su informe de finales de junio, se prevé un desplome de 8% en Estados Unidos y 10,2% en la zona euro (Alemania -7,8%), en el marco de una caída del 3% en la economía mundial en 2020. En América Latina la caída promedio sería de 9,4%.

La Pandemia actuó como catalizador, acelerando una crisis económica estructural. Desde 2008 buena parte del mundo ingresó en una fase de bajo crecimiento, que particularmente se acentúo en el norte global o núcleo orgánico de la economía capitalista mundial.

Esto coincide con que desde 2008 se produjo un freno al denominado proceso de “globalización” económica que desde los años ochenta se caracterizaba por el hecho de que, con cada punto de crecimiento del PBI mundial, crecía dos puntos el comercio mundial y tres puntos la inversión extranjera directa mundial. Esta realidad se reforzó con la llegada al poder de Donald Trump en Estados Unidos y los intentos por llevar adelante un proceso de desacoplamiento con la economía china, ligados a una política proteccionista e industrialista de inspiración neohamiltoniana.

Como vemos en el gráfico siguiente, Europa y Japón tienen un PIB en dólares (nominales) inferior al de 2008. Sólo Estados Unidos muestra crecimiento, el cual en parte se debe a que exacerbó los privilegios de emitir la principal moneda de reserva mundial y financiar junto con la emisión de deuda, sus déficits estructurales (comercial y fiscal), y sus salvatajes.

Entre 2008 y 2014 la Fed emitió 3,5 billones de dólares y su deuda pública pasó de 64,64% (2007) al 104,26% (2018) de su PIB. Además, Estados Unidos todavía puede beneficiarse de sus capacidades estratégicas, su poder financiero y los monopolios tecnológicos que conserva imponiendo su poder sobre aliados y adversarios, aunque dicha situación se encuentre cada vez más difícil de sostener. Además, el costo geopolítico de ello es el resquebrajamiento del sistema de alianzas y de las instituciones del orden mundial que sostenían su hegemonía. Por otro parte, la financiarización horada también la legitimidad interna al exacerbar la desigualdad.

También se observa en el gráfico el descomunal fenómeno de China, cuya economía se cuadruplicó medida en dólares nominales en doce años y, medida en dólares constantes de 2010, aumentó casi 140% en 12 años.

Esta dinámica forma parte de una tendencia estructural de ascenso de China y Asia Pacífico iniciada hace setenta años, y se proyecta que va a continuar.

De acuerdo al Libro Blanco de la Política Exterior de Australia de 2017 (país del polo angloamericano que Washington busca convertir en una base fundamental en el Pacífico pero que vende el 40% de sus exportaciones a China), el PBI de Estados Unidos en 2030 será de U$S 24 billones de dólares y el de China llegará a U$S 42,4 billones. Además, China ya cuenta con una población trabajadora de 400 millones de personas de ingresos medios, comparables con los de países del Norte Global, que se duplicará para llegar a las 800 millones de personas en 2030, según distintas estimaciones (más del doble de los habitantes de Estados Unidos). Otros estudios dicen que esa población de ingresos medios será de 1000 millones.

Este ascenso es lo que busca frenar o contener de alguna manera Estados Unidos –tanto demócratas como republicanos, ya sean globalistas, americanistas o nacionalistas, liberales o realistas. Pero no existen acuerdos claros sobre qué estrategia seguir por la propia polarización interna y la agudización de sus contradicciones política y sociales. También hay que decir que, de hecho, hasta ahora no ha funcionando ninguna.

Fuente: https://politicaymedios.com.ar/nota/15830/crisis-del-capitalismo-global-y-transicion-geoeconomica/

Gabriel E. Merino es docente en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e investigador del CONICET.

China pone fecha de caducidad a la hegemonía de EE.UU.

Alberto Cruz

La última quincena de octubre ha sido crucial para el devenir del mundo. Dicho así parece gradilocuente, sobre todo si se tiene en cuenta que, en apariencia, en esa quincena no ocurrió nada anormal.

En apariencia. Porque lo que ocurrió, sin ser anormal, fue significativo y tuvo lugar en China con la aprobación de una ley muy significativa sobre el control de las exportaciones y la celebración del pleno del Comité Central del Partido Comunista. Lo que ahí se decidió tiene tal relieve que va a reconfigurar el mundo según lo conocemos.

China está inmersa en una guerra comercial-tecnológica impuesta por EEUU desde 2018. Una forma astuta, y demoledora, de responder a todos y cada uno de los movimientos agresivos de EEUU ha sido adoptar un planteamiento que ha dejado patidifuso al mundo occidental: “la doble circulación”. En contra de lo que se ha dicho por algunos en Occidente, no es una medida a corto-medio plazo para hacer frente a “las dificultades” (bonita neolengua) que le supone la agresión de EEUU sino que es una nueva estrategia económica que marca un giro casi total de lo que ha sido China hasta ahora y que afecta de lleno a la economía mundial.

Sin cerrarse a las inversiones occidentales o renunciar a las exportaciones, China mira decididamente hacia el interior del país (producción, distribución y consumo) con la determinación de reducir su dependencia de la tecnología y de los mercados financieros. En una palabra: China ya no será más la “fábrica del mundo”.

Con esto no hace más que adoptar formalmente una política que ya venía produciéndose desde hace algún tiempo y que se ha agudizado a raíz de la pandemia del COVID-19, con la práctica totalidad de los países occidentales culpando a China de sus propios errores y carencias e iniciando un incipiente proceso de deslocalización de sus industrias en China hacia otros países asiáticos como Vietnam, Tailandia, Malasia o Camboya aunque, y es justo decirlo, algunas a regañadientes y para eludir las sanciones (ilegales según el derecho internacional) de EEUU y seguir comerciando con China y no perder su cuota de mercado en el único país que saca la cabeza tras pandemia. No obstante, China viene a decir “lo queréis así, pues adelante”. Estamos a finales de año y va a ser muy significativo conocer cuál es el porcentaje de comercio exterior chino en 2019. Como dato, en 2018 supuso el 32% de su Producto Interior Bruto. Cuánto haya descendido nos dará una idea de lo que supone esta medida para el mundo.

Al mismo tiempo, hay quien no solo se está disparando en el pie sino en la cabeza. Es el caso de la Unión Europea, que en su suicida vasallaje a EEUU (no solo con China, sino con Rusia) está perdiendo mercados a una gran velocidad. Con motivo de la pandemia, y de la paranoia occidental anti-china, la UE ha perdido el puesto de primer socio comercial de China, que ahora pasa a ser de los países de la Asociación de Estados del Sudeste Asiático (ASEAN) y que en estos diez meses del 2020 se ha quedado muy cerca de los 500.000 millones de dólares en comercio.

El gran golpe

Esa quincena crucial comenzó el 13 de octubre, día en que se aprobó una ley de control de exportaciones que, al mismo tiempo, autoriza al gobierno a “tomar contramedidas” contra cualquier país que “abuse de las medidas de control de las exportaciones” y represente una amenaza para la seguridad nacional y los intereses de China. Dicho así, parece una ley cualquiera pero lo que hay detrás es la prohibición de exportar sustancias estratégicas (especialmente las tierras raras) y tecnología a empresas extranjeras que podrían representar una amenaza para su seguridad nacional.

Hasta este momento estábamos acostumbrados a oír esa cantinela en EEUU, pero el que ahora China la asuma también indica cómo están las cosas y cómo China ha decidido que le da igual quién gane las elecciones estadounidenses. Los dos son anti-chinos y lo único en lo que difieren es que uno prefiere ir solo (Trump) y el otro busca arroparse con vasallos (Biden). En cualquier caso, los chinos saben que el tiempo juega a su favor y si gana Biden le darán unos meses para que revierta la política contra China impulsada abiertamente por Trump (aunque Obama también dio pasos en esa línea de enfrentamiento que Trump ha acelerado), y por eso la introducción de sea palabra, “abuso” en la ley aprobada. En caso de que gane Trump el tiempo será muy limitado puesto que en la primera sesión de la Asamblea Popular Nacional del año que viene (hay que tener en cuenta cuándo comienza el año chino, que no es el nuestro) se dará la luz verde definitiva al cumplimiento completo de esta ley que rompe de forma definitiva la costumbre de EEUU de imponer fuera de su territorio su jurisdicción nacional.

Si además se tiene en cuenta que China exporta el 70% de todas las tierras raras que se comercializan en el mundo (y se supone que el 95% del total está en su territorio, aunque permanentemente se descubren nuevos yacimientos como en Corea del Norte, por ejemplo, o en Vietnam) se entenderá lo que esta medida supone: unos materiales imprescindibles para todo, desde móviles a misiles. Es algo así como «sin tierras raras no hay chips».

La importancia de esta ley es que es la primera de toda la historia de China desde que ingresó en la Organización Mundial de Comercio (2001). Mientras que EEUU ha estado elaborando leyes y leyes a su antojo en este aspecto, y en contra del mantra liberal de «libre comercio», China se ha mantenido siempre dentro de lo estricto y abogando por «el libre comercio». Hasta ahora. Con esta ley China aplica el «ojo por ojo», es decir devuelve a EEUU sus golpes más duros; solo que con este golpe EEUU queda fuera de la circulación directamente. China le dice a EEUU que ya no va a establecer reglas de comercio internacional de forma unilateral y cuando le plazca y que ya no puede sustentar eso en la capacidad militar, ni en sus bases, ni en sus alianzas.

Desde que EEUU inició la guerra económica contra China con los aranceles, en 2018, hemos venido asistiendo a un intercambio de represalias de unos y otros hasta dejar la cosa en algo parecido a un empate en el que los dos pueden presumir de victoria. De hecho, alguien tan poco sospechoso como Bloomberg ha tenido que reconocer (30 de octubre de 2020) que el cumplimiento por China del acuerdo llamado “Fase 1” está permitiendo a EEUU combatir la pandemia en cuanto a recursos y ventas, sobre todo agrícolas. Pero esta ley, si se aplica del todo -y va a depender de lo que haga EEUU de aquí a febrero o marzo de 2021-, trastocará toda la geopolítica tal como la conocemos de forma irreversible.

China ha esperado muy pacientemente su momento y este lo ha proporcionado el COVID-19: antes de la pandemia Occidente estaba muy tocado, perdiendo hegemonía cada segundo que pasa; ahora está hundido y las perspectivas son de un hundimiento aún mayor. Solo hay que echar un vistazo al último informe del FMI (16 de octubre de 2020) cuando habla de que la crisis producida por la pandemia va a durar mucho más de lo esperado y que sólo un país se salva, China.

El XIV Plan Quinquenal

Es en este marco en el que hay que situar el otro gran movimiento: la aprobación en el XIX Pleno del Comité Central del PCCh (26-29 de octubre de 2020) del XIV Plan Quinquenal (2021-2025), que será formalmente adoptado por la Asamblea Popular Nacional en marzo de 2021.

Si hay algo obvio en el mundo en que vivimos es que el estado de la economía mundial depende, especialmente, de qué camino va a tomar China y a qué ritmo va a ir su economía. De ahí la importancia del XIV Plan Quinquenal.

Aquí hay que hacer una breve reflexión porque los planes quinquenales chinos parten, pero no siguen milimétricamente, de los planes quinquenales soviéticos. Porque los chinos han aprendido mucho tras la desaparición de la URSS, han estudiado mucho las causas de esta desaparición y han emprendido muchas variables que han permitido al país llegar a donde está llegando. Es decir, son menos rígidos que los soviéticos. Por ejemplo, en este XIV Plan Quinquenal hay una «combinación flexible» de capital público y privado, aunque destacando que «es el Estado el sujeto principal de la economía y quien establece las condiciones económicas». O sea, el interés de las empresas privadas está subordinado al Estado, como ha quedado palmariamente comprobado con la pandemia y cómo la enfrentó China.

Estando las cosas como están, con una guerra económica abierta por EEUU, con una tendencia cada vez mayor hacia la desglobalización y con una recesión económica occidental sin parangón China ha puesto encima de la mesa sus cartas (aunque aún no se conozcan todas). Queda claro tras este plan que China opta de forma abierta por convertirse en la economía más grande del mundo (que ya lo es) y, sobre todo, en «una sociedad de altos ingresos» en los próximos cinco años. Es decir, llegar, o superar, la cifra de 10.700 euros de renta per cápita que el Banco Mundial o el FMI sostienen que supone que un país es de altos ingresos. En la actualidad, China está un poco por encima de los 8.500 euros.

Pero no toda la población, como es lógico (al igual que ocurre en Occidente, esta media es bastante engañosa porque iguala a los muy ricos y los muy pobres). Según los datos oficiales, hay unos 600 millones de chinos (la población es de 1.400 millones), más o menos el mismo porcentaje de población rural que hay en el país, cuyo sueldo mensual es de 120 euros y es en ellos en quienes se vuelca este XIV Plan Quinquenal que garantiza una política expansiva con aumento del gasto público para garantizar la salud, la educación y las pensiones entre otras cosas. Esta es la razón por la que se va a relajar hasta casi desaparecer el permiso de residencia que restringe el movimiento de los trabajadores que emigran a las ciudades. Es el aumento de la calidad de vida de este sector en el que se vuelca todo el planteamiento porque implica, también, un incremento sustancial de los salarios.

Sin ello no se puede potenciar el consumo en los niveles que pretende China con su estrategia de “doble circulación”. Pero China tiene en sus manos todas las bazas para lograrlo porque gracias al PCCh, al control absoluto del Estado sobre todos los sectores estratégicos (energía, telecomunicaciones, crédito, trasporte, etc.) y, de forma especial, a su soberanía monetaria el triunfo está asegurado.

Y aquí está la otra cuestión relevante porque al optar por la estrategia de «doble circulación» apuesta de forma clara por el consumo interno frente a las exportaciones. Esto va a permitir a China impulsar el desarrollo socioeconómico de su población tanto a corto como a medio plazo y -lo más importante- libre de presiones externas.

Este Plan Quinquenal establece que la prioridad absoluta para China es la economía nacional y el logro de objetivos tecnológicos que mejoren su desarrollo. Dicho en otras palabras, la inteligencia artificial se convierte en clave para lo anterior con aplicación a gran escala, también, en las áreas rurales. Porque lo que implica es, ni más ni menos, que «reemplazar las tecnologías estadounidenses en áreas centrales» de la economía y para ello se aumenta la inversión en Investigación y Desarrollo desde el 2’2% actual al 3% del presupuesto estatal. Un porcentaje que EEUU es incapaz de asumir.

EEUU tal vez había previsto este movimiento y lo ha estado intentando impedir con todas sus fuerzas, pero ha llegado tarde, muy tarde. Pocos discuten hoy que todas las acciones agresivas contra Huawei, TikTok, WeChat y similares no han logrado los resultados que se pretendían y que hay “consecuencias colaterales” (The Asia Times, 30 de octubre de 2020) que no se esperaban como el hecho de que han afectado a muchas empresas estadounidenses.

Este XIV Plan Quinquenal establece que lo anterior es la antesala del gran objetivo: 2035 con China como líder tecnológico mundial, aparte de principal potencia económica sin discusión alguna, poniendo de manifiesto que el poder hegemónico de EEUU se está debilitando muy rápidamente y tiene fecha de caducidad.

Recordando a Lenin

Es evidente que el llamado «orden mundial» cambia en momentos de crisis, solo hay que hacer un repaso a la historia. Si hasta ahora estaba despedazándose el hegemonizado por Occidente, encabezado por EEUU, la pandemia lo ha destrozado del todo. Vivimos un momento histórico, viendo cómo el dominio de EEUU decae exactamente igual que el imperio británico y el francés se deshicieron tras la Segunda Guerra Mundial o el español al final del siglo XIX.

Lenin hablaba en su «Imperialismo, fase superior del capitalismo» de cómo la feroz competencia por el control de los recursos y del comercio entre los estados capitalistas europeos desembocó en la I Guerra Mundial. Y de cómo el imperialismo, directa o indirectamente, siempre impone las reglas del comercio internacional para asegurar que el excedente económico fluya hacia el poder imperialista. Supongo que no hace falta decir qué ha hecho EEUU desde la decadencia británica tras la II Guerra Mundial y en qué se ha basado su control del mundo, de forma especial tras la desaparición de la URSS.

Y EEUU lo ha hecho incluso avasallando y humillando a sus «aliados», como por ejemplo en la llamada «crisis asiática» de la década de 1990 aunque ya antes había hundido a Japón, que había superado a EEUU en exportaciones manufactureras. Japón tuvo que tragar, los países asiáticos vieron lo que había ocurrido y también agacharon la cabeza, pero China no. China acepta la guerra y la lleva al mismo terreno de EEUU. La aprobación de la ley de control de las exportaciones y la potestad de realizar contramedidas, junto a la aprobación del XIV Plan Quinquenal que marca un futuro cercano son las manifestaciones de que EEUU no puede intimidar a China como hizo y hace con Japón y otros países, que no puede establecer las reglas comerciales y prohibir las empresas tecnológicas que le superan, y, por el contrario, China sí puede mandar a EEUU al baúl de la historia y no será más que otro imperio que ha caído.

Un apunte más para cerrar: el año 2035 no solo será cuando China sea el líder tecnológico mundial, sino cuando alcance el grado de “nación socialista completamente modernizada».

Aquí volvemos al eterno debate sobre si China es socialista o capitalista. Pero si nos atenemos a lo que se conoce del XIV Plan Quinquenal, vemos que hay algo que no es ni una cosa ni otra porque estamos ante la fusión de la economía monetaria, del keynesianisno en sentido estricto y de la planificación inicialmente soviética aunque remozada.

Tal vez algo parecido a la Nueva Política Económica de Lenin. Tal vez. La diferencia está en que Lenin concebía le NPE como un sistema transitorio, un «obligado paso atrás» dentro del sistema socialista, y China lo considera un gran paso hacia adelante y nada transitorio. La semejanza es que, en los dos casos, la economía permanece bajo la dirección y planificación del Estado aunque secundada por el capital privado.

Porque lo cierto es que en los últimos años -sobre todo tras la primera gran crisis capitalista de 2008 y, especialmente, tras la llegada de Xi Jinping al poder en 2013 – se ha duplicado la dependencia de la economía del sector estatal, las empresas estatales se han beneficiado de políticas gubernamentales cada vez más favorables para hacerlas “más fuertes, mejores y más grandes”, como dijo el propio Xi. ¿Es esto el «socialismo de mercado» o «el socialismo con características chinas»? Quizá.

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se puede encontrar en librerías.

Fuente: https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2516

Eurasia como eje del siglo XXI

Alberto Cruz

REBELIÓN | 21/04/2016

El título que se le ha puesto a esta intervención de la XXXIII Semana Galega de Filosofía puede parecer irreal, arriesgado o factible. Es evidente que yo me sitúo en esta última posición. No sólo eso, voy un paso más allá y considero que es algo no ya factible sino que es una realidad que difícilmente se puede negar.

Antes de entrar en materia hay que partir de una premisa también incuestionable: el mundo cambia y Occidente ya no es el actor principal. Han surgido nuevos actores geopolíticos que han hecho que esta decadencia de Occidente sea ya irreversible.

Dado que el tema central de este año es «Filosofía y política», voy a referirme a un filósofo y político que a mí me gusta bastante, Antonio Gramsci, cuando hace ya cien años definió de forma totalmente precisa qué es una crisis. Dijo que la crisis se produce cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer, por lo que en ese interregno se generan monstruos. Es evidente que hoy uno de los monstruos es la organización llamada Estado Islámico. Y yo añado algo más: otro de los monstruos es el mismo Occidente, alarmado ante esa pérdida de su hegemonía mundial y que actúa cada vez más como una fiera herida, lo que le hace cada vez más impredecible.

Que Occidente ya no tiene el protagonismo internacional que tenía, que pierde hegemonía casi cada segundo que pasa no es algo que diga yo así, alegremente, sino que es algo que reconoce el propio Occidente. La Unión Europea, en la Conferencia Europea de Seguridad que se celebró en Berlín durante el mes de febrero, dijo, entre otras cosas a las que luego me referiré, que «la alianza entre la UE y EE.UU. es hoy más débil y menos relevante que nunca».

Volviendo a Gramsci, está claro que lo viejo que no termina de morir es Occidente y que lo nuevo que no termina por nacer está aún por definirse en los términos sociales, políticos y económicos, aunque ya se puede indicar que surge con unas premisas que son inconcebibles para Occidente: multipolaridad, no injerencia y diplomacia.

Si hay que establecer una fecha en la que esto pasa de ser factible a real es 2008, cuando como consecuencia de la crisis política, social, económica y moral de Occidente -y ahí está el caso de los refugiados como claro exponente- dos países vieron llegado su momento de ocupar un lugar preponderante en las relaciones internacionales: China y Rusia.

Como es lógico, esto no es algo que surgiese en el 2008 como las setas, por generación espontánea, sino que ya venía fraguándose de forma más o menos silenciosa hasta que en ese año se manifestó de forma abierta.

En el caso de China hay que remontarse a marzo de 1999. Ese año la Asamblea Nacional Popular, el Parlamento chino, adoptó dos resoluciones clave en política exterior: el comienzo de una expansión de su política de alianzas fuera de la zona asiática, incluyendo como zonas preferentes a África y América Latina, y el basamento de que ello tenía que enmarcarse en lo que se conoce como «consenso de Beijing» y que, en síntesis, consiste casi en las mismas líneas de actuación que están poniendo los nuevos actores geopolíticos que están desbancando a Occidente, es decir, la multipolaridad, la no injerencia y la diplomacia. La ANP consideraba que con el desarrollo de esta política en estos continentes llegaría en el año 2027 a la paridad estratégica con EE.UU. en todos los ámbitos, el económico, el político y el militar.

EE.UU. respondió a esta planificación con una acción inusual, pero lógica dentro de su concepción de la política exterior: bombardeó la embajada china en Belgrado. En ese año, en ese mes, estaba en pleno apogeo la guerra contra Serbia. EE.UU. ofreció tres versiones distintas de ese bombardeo, desde el error hasta que albergaba unas antenas desde las que el ejército serbio estaba eludiendo el control de sus comunicaciones por parte de la OTAN. También para evitar que las partes de un supersofisticado avión estadounidense que había sido derribado por los serbios fuesen entregadas a Beijing, como así ocurrió después. Pero con ello EE.UU. propinaba un pescozón a China, algo así como decir, «¿de qué vas? ¿de verdad crees que puedes equipararte a mí?».

Los chinos nunca olvidaron. En 2009, uno de los principales generales del Ejército Popular de Liberación lo reconoció de forma abierta diciendo: «fue una afrenta; entonces no podíamos devolver el golpe, pero ahora sí» (1).

El otro país que esperaba su momento era Rusia. Si no habéis leído el espléndido libro de Naomi Klein «La doctrina del shock», hacedlo; el capítulo referente a Rusia es muy ilustrativo del saqueo a que fue sometido el país tras la desaparición de la URSS. La etapa de Yeltsin fue El Dorado para EE.UU. y, en menor medida, la UE. Hasta que en el 2000 llegó Putin a la presidencia. Entonces hizo dos cosas que supusieron que se convirtiese, hasta hoy, en la bestia negra de EE.UU. y la UE: paralizó las privatizaciones y se enfrentó a la oligarquía. Hay que decir que históricamente en Rusia ha habido dos sectores: los pro-occidentales, euroatlánticos, como se llaman a sí mismos, y los euroasiáticos. Esto ha sido así en la Rusia zarista, en la URSS y en la actualidad. Putin pertenece al sector euroasiático y a quien se enfrentó fue a los pro-occidentales y apoyó, y se apoyó, en la oligarquía euroasiática. Supongo que se recordará la campaña que llevaron a cabo EE.UU. y la UE cuando Rusia encarceló a uno de esos oligarcas pro-occidentales, Jodorjovski, que pretendía hacerse -y casi lo logró- con el control de uno de los recursos básicos de Rusia: el petróleo. Controlar el petróleo, eso pretendía Occidente, dejar sin columna vertebral a Rusia.

Los euroasiáticos lo entendieron a la perfección. Putin lo expresó muy gráficamente cuando dijo: «sólo una Rusia con pleno control de sus recursos energéticos y con la recuperación de sus aliados durante la etapa de la URSS hará posible mantener una Rusia independiente y con voz geopolítica». Así que lo puso en marcha en su zona, sentando las bases para la Unión Económica Euroasiática (que está jurídicamente activa desde el 1 de enero de este año, estimándose en un total de 900.000 millones de dólares el intercambio comercial que moverá y de la que forman parte la propia Rusia, Bielorrusia, Kazajstán. Kirguizistán y Armenia); restaurando los lazos con su aliado tradicional en América Latina, Cuba, a quien condonó la totalidad de la deuda que la isla tenía con la URSS -lo que facilitó que Cuba hiciese de introductor de Rusia en América Latina-, y retomando las relaciones con sus aliados en Oriente Próximo. Pero aquí sólo tenía dos, Irak y Siria. Supongo que no hará falta recordar que lo primero que hizo EE.UU. tras la invasión y ocupación neocolonial de Irak, en 2003, fue no reconocer los acuerdos a los que había llegado el gobierno de Sadam Husein con Rusia y China en materia petrolera. Así que sólo le quedaba uno: Siria. En 2009 y 2010 Rusia y Siria firmaron acuerdos y convenios económicos por valor de 13.000 millones de dólares. Con el antecedente de Irak, los rusos no iban a consentir algo parecido y a lo mejor esto ayuda a entender el por qué del interés de Rusia en este país árabe, además de otros intereses geopolíticos.

La Organización de Cooperación de Shangai

Por lo tanto, China y Rusia estaban recorriendo unos caminos paralelos de claro enfrentamiento con Occidente y al constatarlo, terminaron confluyendo. Compartían intereses geopolíticos y una misma zona, Eurasia. La confluencia era inevitable. En 2001 dos países que llevaban años mirándose de reojo, desde el enfrentamiento ideológico por cómo había que entender el comunismo en los años 60, firmaron el Tratado de Buena Vecindad, Amistad y Cooperación. Pero ese año también EE.UU. dio un paso más con la guerra contra Afganistán, por lo que ya se situaba en una zona muy sensible para los dos países. Eso es lo que les incentivó para que, también en 2001, se impulsase la Organización de Cooperación de Shangai que desde que había sido creada, en 1996, languidecía.

La OCS tuvo dos objetivos iniciales: evitar el flujo de drogas desde Afganistán hacia los territorios de los países que la forman y dificultar las mal llamadas «revoluciones de colores» en Asia Central. El tema de las drogas es interesante porque una de las consecuencias desconocidas de la presencia occidental en Afganistán es que el cultivo de opio se ha incrementado hasta cifras desconocidas y que son muy superiores a las que había durante la etapa del gobierno talibán. La ONU lo reconoce así cuando dice que con los talibanes la extensión máxima fue de 94.000 hectáreas y que con los occidentales se llegó a las 193.000 y ahora está en las 224.000 hectáreas. El opio es fundamental para la heroína, y el consumo de heroína ha descendido en Occidente mientras que se ha incrementado en Asia, especialmente en India y en Pakistán.

Esta es una de las razones por las que tanto India como Pakistán, dos enemigos de siempre, decidieron incorporarse a la OCS, siendo admitidos como miembros de pleno derecho el verano pasado. Y por las que el propio Afganistán ha decidido convertirse en país observador dentro de la OCS: ya que Occidente ha sido incapaz de controlar el cultivo de opio, o más bien lo ha fomentado, a ver si quienes lo han combatido le ayudan a reducirlo.

Desde 2001 hasta 2012 la OCS ha ido ampliando su ámbito de intervención y, además de la cooperación militar, tiene competencias en aduanas, agricultura, comercio, tecnología y energía. Incluso ha llegado a hablar de moneda común y de tener su propio banco, que creo ya no seguirá adelante tras la constitución del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Si tenemos en cuenta que Irán será aceptado como miembro de pleno derecho de la OCS este verano, tendremos completo el panorama.

Hoy día la OCS es vital tanto para China como para Rusia, incluso para Irán, y eso preocupa a EE.UU. Tanto que en 2012 elaboró una nueva Estrategia de Seguridad Nacional (3) en la que estableció como prioridad de su política exterior Asia. En esa ESN se decía que «los intereses estadounidenses están inextricablemente ligados a Asia» y que esos intereses estaban amenazados por Rusia, China e Irán. Esto mismo acaba de repetir, casi palabra por palabra, Hilary Clinton en uno de sus mítines a la presidencia. En esa ESN se dice también que «el surgimiento de China como potencia afectará a la economía de EE.UU. y nuestra seguridad». Sin embargo, este giro hacia Asia ha tenido para EE.UU. una consecuencia o no prevista o minusvalorada: ha sido entendida por algunos aliados como Turquía o Arabia Saudita como una retirada de Oriente Próximo, lo que les ha llevado a actuar por su cuenta. También este dato tiene que ayudar a entender lo que está pasando en Siria, entre otros países árabes.

La cooperación estratégica entre China y Rusia

Al conocer la ESN y lo que ello conlleva, tanto China como Rusia dieron un paso más en su relación y afianzaron su acuerdo de cooperación estratégica. Rusia es una potencia militar y energética, como el petróleo y gas, mientras que China es un gran proveedor de productos y con una gran reserva de divisas. No es extraño que ahora los dos países hayan dado pasos espectaculares en cuanto al comercio bilateral, que ha pasado de los 63.000 millones de euros en 2011 a los 95.000 millones de euros en 2014, estimándose que para el 2020 ya habrá alcanzado la cifra de los 150.000 millones de euros.

Rusia ha vendido a China su sofisticado misil S-400, está ayudando a la modernización del ejército chino y está a punto de cerrar la venta de aviones Sujoi, que han tenido un escaparate perfecto en Siria. De hecho, además de los chinos, también India e Indonesia han manifestado interés en la compra de estos aviones.

Si a ello se añade el acuerdo gasístico que los dos países firmaron el año pasado, por el que durante un plazo de 30 años, renovables, Rusia va a convertirse en el proveedor del 30% del gas que necesita China, tendremos un cuadro mucho más claro de lo que este comercio representa y de que va más allá de una cuestión dineraria: es una relación estratégica entre los dos países. Estratégica porque Rusia es ya el principal proveedor de petróleo de China. En agosto del año pasado superó a Arabia Saudita. Esto tiene una explicación. Durante la campaña para agredir a Libia, los sauditas amenazaron -también lo han reconocido los chinos- con cortar el suministro de petróleo si China vetaba la guerra en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esta es la razón por la que China se abstuvo, mientras que Rusia lo hizo por las desavenencias entre el entonces presidente, Medvedev, pro-occidental, y Putin.

El caso es que China, al igual que pasó con el bombardeo de su embajada en Belgrado, también aprendió y decidió buscar suministradores alternativos a los sauditas. Hasta ese momento, Arabia Saudita era el principal proveedor, seguido de Angola, de Rusia y de Irán. Ahora se han invertido los términos y aunque hay quien sostiene que los sauditas son el segundo proveedor de China, otros apuntan que ya lo es Irán. En lo que todos coinciden es que el que Rusia haya desbancado a los sauditas como principal proveedor de petróleo de China indica que la cooperación entre los dos países es irreversible.

Con ser esto importante, lo es aún más el hecho de que China y Rusia han acordado que la venta tanto de petróleo como de gas se puede realizar tanto en yuanes como en rublos. Es decir, se inicia de forma clara el proceso de desdolarización de la economía mundial, basada en gran parte en los petrodólares. No hay cifras aún de qué porcentaje del comercio bilateral entre ambos países ha sido en sus monedas, dado que esto se decidió en diciembre de 2014 y las cifras macro de 2015 no se conocerán hasta más o menos el verano de este año, pero las estimaciones apuntan que ha alcanzado el 6% del total y que para este año 2016 puede llegar al 13%. Además, ya hay experiencias piloto en ciudades fronterizas de China y de Rusia en las que se pueden utilizar tanto yuanes como rublos. Como digo, el proceso de desdolarización ya se ha iniciado.

Notas:

(1) Alberto Cruz: «China inicia el cambio en la geopolítica internacional» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article793

(2) http://onudc.org/documents/wdr2015/word_drug_report2015.pdf

(3) Alberto Cruz: «La nueva estrategia de defensa de EE.UU: el último intento por mantener el dominio mundial» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1355

Esta intervención se realizó en el marco de la XXXIII Semana Galega de Filosofía que con el título de «Filosofía y Política» organizó el Aula Castelao en Pontevedra entre los días 27 y 31 de marzo. Contaba con el apoyo de varios gráficos que se han eliminado dado que el formato de página que utiliza el CEPRID no hace posible su visualización. El autor ha añadido las citas para su publicación.

Fuente: https://rebelion.org/eurasia-como-eje-del-siglo-xxi-i/

“La ofensiva imperialista, desatada al derrumbarse la URSS, se ha empantanado en Asia”

MOTOR ECONÓMICO

Entrevista a Jorge Beinstein

Tras casi una década de crisis, ¿cómo ves la salud del capitalismo y de su intento de revertir la caída de la tasa de ganancia?

JB: En realidad la crisis del sistema comenzó mucho antes de 2008, tendríamos que retroceder hasta los años 1970 o como lo señalaba Mandel hacia fines de los años 1960. A partir de ese período comenzó a descender tendencialmente la tasa de crecimiento real del Producto Bruto Global, proceso motorizado por la desaceleración de las grandes economías centrales como las de Estados Unidos, Japón, Inglaterra o Alemania (en ese momento Alemania Federal) y también a expandirse la llamada financiarización del capitalismo.

2008 fue un punto de inflexión que marcó el agotamiento de la financiarización que había sido la droga dinamizadora del capitalismo, su euforizante y su parásito al mismo tiempo. Si tomanos el caso de los “productos financieros derivados”, la espina dorsal del sistema financiero (y en consecuencia del capitalismo mundial), constatamos que hacia el año 2000 llegaban aproximadamente a los 100 billones (millones de millones) de dólares equivalentes unas tres veces el Producto Bruto Global, en 2008 alcanzaban los 685 billones de dólares casi unas 11 veces el PBM, pero ese año se produjo la gran crisis financiera y la masa nominal de derivados dejó de crecer, se mantuvo en una suerte de estancamiento inestable. En diciembre de 2013 llegaban a los 710 billones (unas 9 veces el PBM) y en 2014 comenzó el desinfle: hacia diciembre de 2015 habían caído a unos 490 billones de dólares (seis veces el PBM), en solo dos años se evaporaron 230 billones de dólares, que representaron algo menos de tres veces el PBM de 2015. El desinfle de esa hiperburbuja, en realidad la madre de todas la burbujas, golpeó duramente a los precios y a las inversiones, las economías centrales se estancaron, tuvieron crecimientos bajos o entraron en recesión.

Como sabemos en 2014 se produjo el derrumbe de los precios de las materias primas y la generalización de la que suele ser calificada como crisis deflacionaria global. El motor financiero dejo de cumplir el rol de euforizante y paso a ser un factor depresivo que empuja hacia abajo al conjunto del capitalismo. En lo que va del 2016 la situación ha empeorado y seguramente se va a agravar próximamente, numerosas señales así lo indican.

Cuando uno mira más en profundidad se da cuenta que por debajo del fenómeno, desde los años 1970 hasta hoy, aparece la acentuación de la tendencia a la declinación de la tasa de ganancia que de manera irregular, con algunas mejoras efímeras seguidas por fuertes caídas va acorralando a un sistema enfermo. Las mejoras pasajeras de esa tasa fueron obtenidas principalmente gracias a la mayor explotación de los trabajadores y/o a la depredación de los recursos naturales de la periferia. Por ejemplo el ingreso al mercado mundial capitalista de millones de obreros industriales chinos y de otras zonas de la periferia permitió a las grandes empresas deslocalizar sus instalaciones y así producir con salarios reducidos, gracias la aplicación de tecnologías mineras y agrícolas altamente destructivas del medio ambiente las economías imperialistas obtuvieron materias primas baratas (y súper beneficios). Entonces vemos como la curva representativa de la tasa de ganancia de las economías centrales dejaba de caer e incluso ascendía durante algunos períodos entre los años 1980 y 2000, pero esos remedios no consiguieron superar el problema y en lo que va del siglo actual la trayectoria a la baja es irresistible.

Ahora nos encontramos ante la tentativa siniestra de frenar ese descenso acentuando al extremo el saqueo de recursos naturales y sometiendo a centenares de millones de trabajadores a la superexplotación, para lograr esos objetivos es empleada una variedad de instrumentos que van desde las intervenciones militares directas y los llamados golpes blandos hasta la imposición autoritaria por parte de gobiernos seudo democráticos de planes económicos que producen desempleo y caídas de los salarios reales. Pero al poner en marcha esos remedios agravan la crisis del sistema, extienden el caos, expanden los espacios sociales ingobernables, deterioran las instituciones burguesas. Pretenden alejar el desastre pero en realidad lo amplifican.

¿Qué papel juega la deuda como elemento disciplinador? ¿Por qué debemos reclamar su impago?

JB: El endeudamiento estatal y privado fue un gran dinamizador del capitalismo desde las últimas décadas del siglo pasado, en países como los Estados Unidos el grueso de los salarios crecían muy poco, se estancaban y en algunos casos caían pero el crédito permitía mantener el consumo. El Estado podía seguir gastando en guerras u obras públicas aumentando su deuda. Y las deudas crecieron más y más hasta que tocaron techo. En 2008 se produjo el descalabro financiero porque una masa significativa de deudores privados no podían seguir pagando y estalló la burbuja inmobiliaria. El ciclo de crecimientos en base a deudas se agotó y se inició un ciclo opuesto de estancamientos, recesiones y crecimientos anémicos. Antes el endeudamiento era un mecanismo que permitía crecer desacelerando salarios, ahora aparece como un factor que impone restricciones de gastos sociales del estado, reducciones salariales reales y aumento del paro. Los polos financieros disciplinan a los estados que a su vez disciplinan a los trabajadores. ¿Pero cuanto tiempo puede durar esa degradación?, no mucho más, dicho deterioro hace a mediano o largo plazo ingobernables a las sociedades. La decadencia del sistema se generaliza, ya no solo afecta a sus estructuras económicas, sino también a sus reproducciones institucionales, ideológicas, políticas, etc. Las súper deudas, dados sus volúmenes, son impagables, solo pueden ser atendidas con más deudas lo que a su vez impulsa más estancamiento económico y desintegración social. No existe la formula mágica capaz de resolver el problema preservando el funcionamiento del sistema por una razón muy simple: la súper deuda no es otra cosa que la expresión de la decadencia del sistema, no es su causa sino su resultado, es uno de sus efectos visibles.

Como lo demostró el caso griego donde el gobierno “progresista” proponía seguir pagando “de otra manera” y mejorar la situación económica general, el sistema no ofrece esa posibilidad. Y no pagar la deuda significa romper con el sistema, con el centro financiero de un capitalismo global completamente financiarizado. Para los progresistas hacer eso sería “irracional”, sería apartarse del “mundo”, con lo cual aceptan la irracionalidad profunda del sistema que nos está llevando hacia el desastre, también identifican al “mundo” con las élites dominantes. En suma, pagar y pagar empobreciéndonos cada vez más cuando es perfectamente posible mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población dados los recursos técnicos disponibles siempre y cuando nos saquemos de encima al parasitismo, es decir al sistema, es decir al capitalismo tal cual existe en la realidad que no tiene nada que ver con los capitalismos imaginarios que nos proponen progresistas y conservadores simpáticos.

¿Qué opinas de la acentuación de las contradicciones interimperialistas entre EE UU, Alemania, Rusia, China….?

JB: Como lo señalé antes el capitalismo central, básicamente las economías dirigentes de la Unión Europea más los Estados Unidos y Japón, necesita saquear a la periferia para frenar, aunque sea durante un cierto tiempo, su decadencia económica, se trata de una mega estrategia imperialista global en curso. Cuando hablo de periferia extiendo el concepto tradicional no solo a Rusia y China sino además a las economías sometidas de Europa centro-oriental y del sur.

Pero esa gran ofensiva imperialista desatada al derrumbarse la URRS, terminó empantanándose en Asia. Peor aún: el propio mecanismo de reproducción global del sistema al fomentar el desarrollo capitalista subordinado de China contribuyó de manera decisiva a la creación de las condiciones que posibilitaron el ascenso y consolidación de de una clase dirigente combinación de burgueses y altos burócratas civiles y militares que fue ganando una creciente autonomía política, económica y tecnológica. Un capitalismo de Estado con rasgos estructurales y culturales muy sorprendentes que conforma la segunda potencia económica del planeta y ahora también científico-tecnológica. Según la National Science Foundation en 2016 los Estados Unidos gastarán en Investigación y Desarrollo el 27 % del total global seguidos por China con el 20 % y entre 2009 y 2013 mientras que los Estados Unidos incrementaron en un 7 % sus gastos de I+D, China lo hizo en un 78 %. Extrapolando esos ritmos, hacia mediados de la próxima década China pasaría a ser la primera potencia científico-tecnológica del planeta. En términos reales tal vez lo sea antes ya que los gastos estadounidenses son realizados sobre un aparato científico viejo, plagado de zonas grises, burocracias, etc. mientras que los gastos chinos se aplican a un aparato joven, muy dinámico, en rápida expansión.

En el caso ruso quienes pronosticaban en los años 1990 la desintegración de Rusia siguiendo lo que había ocurrido con la URSS se equivocaron completamente. El Estado y en especial su componente industrial-científico-militar se recompuso, el núcleo duro de las élites dirigentes aprovecho el auge de las exportaciones energéticas, recupero tradiciones nacionalistas que habían atravesado (y deformado) a la URSS y que se remontan a los orígenes mismos de la identidad rusa que no pueden ser asumidas sin integrar a las glorias del siglo XX, por ejemplo la victoria soviética sobre el nazismo que le costó a ese país 27 millones de muertos, el mayor sacrificio militar de un pueblo a lo largo de toda la historia humana. Eso no se borra fácilmente. También allí se forjó un capitalismo de Estado que se fue autonomizando.

En ambos casos lo que no debemos hacer es caer en el reduccionismo económico, es necesario ampliar la visión al conjunto de la historia de dichas naciones, de ese modo podemos llegar a entender tanto sus resistencias a la hegemonía occidental como sus numerosas contradicciones y debilidades.

Ambos capitalismos dependen de sus exportaciones a las grandes potencias tradicionales, existen complejos lazos financieros globales a los que están atados, pero existe también la amenaza de los Estados Unidos, sus agresiones, pretendiendo colonizarlos. Algunos analistas simplificadores pronosticaban hace algunos años que jamás ocurrirían confrontaciones militares de los Estados Unidos con Rusia o con China, lo hacían señalando que la globalización económica había engendrado una suerte de trama burguesa transnacional que sobre determinaba el comportamiento de los grandes estados cuyas rivalidades pasaban entonces a un segundo plano. Algo parecido pensaba cierta gente antes de la Primera Guerra Mundial cuando avizoraba la instalación de una súper burguesía mundial por encima de los estados, pero la guerra llegó desmintiendo esa fantasía.

En síntesis: integraciones, interdependencias de todo tipo entre grandes potencias pero al mismo tiempo rivalidades, guerras.

¿Qué papel juega la guerra imperialista hoy? ¿Está el capitalismo en su etapa senil?

JB: La guerra, el aparato militar, sus prolongaciones industriales y financieras, sus articulaciones mafiosas, constituye actualmente el núcleo central de las élites dominantes de los Estados Unidos que conforman un conglomerado de redes muy concentradas volcadas mayoritariamente a practicas parasitarias. Parasitismo, imperialismo y militarismo son conceptos decisivos cuando tratados de describir el comportamiento del Imperio. Estos rasgos del amo explican a su vez la dinámica de sus socios-vasallos (Alemania, Francia, Japón, etc.).

Los capitalismos centrales tradicionales necesitan para sobrevivir como tales (así como Drácula necesitaba sangre y más sangre) sobreexplotar los recursos naturales y masas trabajadoras de la periferia lo que lo convierte en una gigantesca fuerza tanática de alcance planetario.

Estados Unidos apoyado en ciertos casos por otras potencias occiddentales ha destruido a países como Afganistas, Irak, Libia o Siria, intenta cercar militarmente a Rusia, hundir su economía, está empezando a hostigar militarmente a China, se encuentra embarcado en la recolonización integral de América Latina a la que le reserva un destino mexicano.

Se trata de la guerra de Estados Unidos y sus socios-vasallos contra el resto del mundo, “guerra de cuarta generación” que combina una amplia variedad de formas (militar convencional, mediática, financiera, etc.) cuyo objetivo final es la transformación de ese “resto-del-mundo” en una vasta zona gris, con semi-estados fallidos, sociedades desarticuladas, caóticas indefensas ante el saqueo desmesurado.

Pero querer no es poder, más aún si las retaguardias imperialistas, sus espacios nacionales se encuentran en franca decadencia. Sus economías crecen cada vez menos, algunas de ellas ya están en recesión y sin posibilidades de recuperación atrapadas por sus tramas parasitarias. En ese sentido el concepto de senilidad es sumamente útil para entender lo que está ocurriendo, tanto desde el punto de vista productivo-tecnológico como ideológico. La cercanía de la muerte, la pérdida de vitalidad, no promueven la resignación serena del viejo crápula sino su irracionalidad, su tentativa desesperada por conservar lo existente e incluso acrecentar sus privilegios, a medida que avanza la pérdida de vitalidad se exacerban sus delirios. La RAND Corporation, la más importante consultora norteamericana en temas militares, acaba de publicar un estudio donde se desarrollan escenarios de una hipotética guerra entre los Estados Unidos y China, allí se miden posibles “pérdidas” de cada contendiente, etc. Circulan documentos similares referidos a una eventual guerra con Rusia.

¿Cree que el capitalismo puede “reformarse”, como sostiene la socialdemocracia?

JB: La reforma productivista y social del capitalismo, como lo pregona la socialdemocracia es en el mejor de los casos una simple expresión de deseos, en realidad se trata de un engaño que oculta la naturaleza real del capitalismo tal como hoy existe. Para lograr ese supuesto capitalismo con rostro humano sería necesario erradicar a sus centros hegemónicos financieros. Dicho de otra manera para salvar al enfermo habría que extirpar su corazón y su cerebro para luego mejorar lo que queda. El capitalismo del siglo XXI está completamente financiarizado y ese hecho es el resultado de un largo proceso histórico de carácter global, no el efecto no deseado de una desviación reversible. Es el resultado de la prolongada declinación tendencial de la tasa de ganancia y en consecuencia de la irrupción de su salvavidas financiero, del achatamiento de las inversiones productivas, de los modelos tecnológicos centrados en la depredación de recursos naturales y el ahorro de costos laborales.

El capitalismo solo nos ofrece vivir cada vez peor, no tiene otra posibilidad, no puede reproducirse como sistema global sin acrecentar su parasitismo y por consiguiente la superexplotación de sus víctimas a las que la marcha de la historia va conduciendo ante dos escenarios contrapuestos: el de la insurgencia anticapitalista y el de la degradación prolongada.

Fuente: http://motoreconomico.com.ar/entrevistas/la-ofensiva-imperialista-desatada-al-derrumbarse-la-urrs-se-ha-empantanado-en-asia

Desorden y agonía

Higinio Polo

REBELIÓN | 11/04/2020

Cuando Francis Fukuyama, en su libro de 1992, divulgó la tesis del “fin de la historia”, consiguió una celebridad mundial. La formulación era sencilla, pero demoledora para la izquierda: ante la evidencia de la desaparición de la Unión Soviética, podía afirmar que el comunismo había fracasado y que el capitalismo surgía victorioso como el único sistema que garantizaba la paz, la libertad y la igualdad. Sin embargo, en 2010 Fukuyama reconoció que no había comprendido el significado de la desaparición de la Unión Soviética y del bloque socialista europeo. Fukuyama había creído en el borracho Yeltsin (el rostro del sepulturero y ladrón que se impuso a sangre y fuego, apoyado por Occidente, con el golpe de Estado en el Moscú de 1993) y en la capacidad del liberalismo para satisfacer las necesidades humanas y, además, en 1992 olvidaba la existencia de China, ella sola la quinta parte de la humanidad, aunque sin la fortaleza que tiene hoy: en la última década del siglo XX, su presupuesto militar era aún inferior al de España. Pero muchos como Fukuyama resaltaron la victoria del capitalismo: era definitiva, la historia había terminado.

Un siglo después del libro de Lenin sobre el imperialismo como última etapa del capitalismo, la jerarquía entre las potencias depredadoras es evidente. La historia del imperialismo muestra sus dos objetivos principales: la ocupación de territorios para convertirlos en colonias y el saqueo de recursos ajenos, que dieron lugar a disputas que culminaron en la gran guerra. Tras la Segunda Guerra Mundial, su involuntario retroceso es debido a la lucha anticolonial (que es apoyada por la Unión Soviética) y a la debilidad de algunas metrópolis: Gran Bretaña metaboliza que no dispone ya de la fuerza militar y de los recursos suficientes para retener su vasto imperio colonial, que abarcaba entonces desde la India hasta Birmania, Kenia, Rhodesia y el Sudán, entre otros muchos territorios. En nuestros días, las diecisiete colonias que reconoce la ONU están en manos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia: son pequeños territorios como las posesiones británicas en el Caribe: Anguila, Bermuda, Islas Caimán, Islas Vírgenes Británicas y Monserrat, que desempeñan casi siempre una función de paraísos fiscales, así como las Malvinas, Gibraltar o Santa Elena; o las de Estados Unidos, que cuenta con las Islas Vírgenes, Guam y Samoa; mientras que Francia retiene Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa, en Oceanía. En total, apenas dos millones de habitantes. Sin embargo, el imperialismo no ha desaparecido, ni mucho menos: ha cambiado su configuración y sus procedimientos, hoy más sofisticados, que se concretan en su gigantesca capacidad para imponer ideas e información (en prensa y televisión, cine e internet), en el robo de datos e intercambios entre miles de millones de personas; en la imposición de bases militares a países soberanos (Estados Unidos cuenta con más de setecientas en todos los continentes), en la intimidación militar y diplomática, el recurso al terrorismo de Estado, el apoyo a grupos religiosos (evangélicos como en América Latina, islamistas en Oriente Medio) para que favorezcan sus objetivos, en la creación de grupos terroristas, la organización y apoyo de golpes de Estado (como en Ucrania o Thailandia), el estímulo de protestas en países que escapan a su control (Venezuela, Siria o el Hong Kong chino, son algunos de ellos), en el llamado lawfare o golpe de estado jurídico (como en Brasil), la utilización de ejércitos de bots para colaborar en golpes de Estado y campañas de descrédito y para influir en procesos electorales; en la imposición de regímenes clientes, y en la acción, chantajes y expolio de sus empresas multinacionales, la acción punitiva y castigo a distancia, como con los bombardeos de drones, e incluso la invasión y ocupación militar, a veces prolongada en el tiempo: Estados Unidos invadió Afganistán en 2001 y continúa manteniendo soldados allí, al igual que en Iraq, ocupado por sus tropas en 2003. El derrocamiento de gobiernos molestos, las invasiones y el inicio de guerras de agresión son características del viejo y también del nuevo imperialismo del siglo XXI, que además cuenta con el mayor poder militar de la historia: en 2020, Estados Unidos tiene un presupuesto para sus ejércitos de 738.000 millones de dólares.

La dominación colonial cambió tras la era analizada por Hobsbawm, que termina en la gran guerra, y, después, a causa de la emergencia del nuevo poder norteamericano que desarrolla sistemáticamente la guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones civiles, y de forma más sustancial tras los procesos de liberación nacional en Asia y África en la larga postguerra mundial que se inicia en 1945 cuando los condenados de la tierra de Fanon empiezan a protagonizar la descolonización. La conquista por la fuerza de territorios dejó de ser el objetivo principal del imperialismo norteamericano y europeo, aunque no renunciase a guerras e invasiones, y su acción se centró en apoderarse de recursos, capitales y mercados, y en la imposición de una cultura de raíces estadounidenses basada en el viejo y tramposo american way of life que glorificaba el capitalismo y empezaba a ocultar sus resortes racistas a través de los mecanismos del cine, la televisión, la industria musical, junto con la masiva difusión del inglés, y, a finales del siglo XX, con los nuevos recursos surgidos del mundo digital y de la progresiva universalización de internet.

La crisis del capitalismo y de su acción imperialista empezó a ser evidente desde la derrota norteamericana en Vietnam, pero no era visible, y pudo transformarse. Por eso, el hundimiento del socialismo real europeo (cuya causa es una mezcla de acoso exterior, incapacidad para resolver su propia crisis, retroceso ideológico y renuncias del Moscú de Gorbachov, que abandonó a sus aliados europeos y desmanteló el Pacto de Varsovia), y el posterior colapso soviético (fruto, sobre todo, de la propia reacción interna, del caos gorbachoviano y del impulso y apoyo del gobierno ruso de Yeltsin a la fragmentación de la Unión Soviética) dieron una oportunidad de oro al imperialismo, le permitieron penetrar en todo el Este de Europa, en el Cáucaso y Asia central, forjando el espejismo de su ilusoria victoria final y relanzando su intervencionismo mundial con el programa de los neoconservadores (Bush, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Abrams, Perle) que tuvo en Oriente Medio su primer campo de acción: las guerras de Afganistán e Iraq, y, tras ellas, las guerras de Siria y Libia, y el golpe de Estado en Ucrania. La última década del siglo XX (los años de Yeltsin) y los primeros años del siglo XXI, vieron la destrucción de la economía soviética y el paralelo fortalecimiento de la norteamericana, que se propuso dominar el planeta. Incluso la incorporación de China a la OMC, en 2001, se anunció como la culminación de la victoria del capitalismo: las multinacionales norteamericanas iban a apoderarse de la estructura productiva china y del mayor mercado del planeta (hoy, con mil cuatrocientos millones de personas).

No ha sido así. La planificación, bajo Clinton, y la aplicación, con Bush, de un completo programa de dominación planetaria se ha saldado con el fracaso, aunque el poder norteamericano sigue siendo preponderante en el mundo, con un grave inconveniente: Estados Unidos es capaz de iniciar guerras y destruir países, pero no puede imponer su voluntad a todo el planeta, singularmente a China y Rusia. Una de las paradojas de la acción imperialista es que Estados Unidos se ha convertido en el siglo XXI en una potencia más agresiva, iniciando más guerras y conflictos… pese a ver disminuida su fortaleza global y su porción de la producción y la economía mundial. Ni siquiera durante la década funesta de Yeltsin, con una Rusia paralizada y casi destruida, y con una China mucho más débil que la de nuestros días impulsando su desarrollo con suma cautela y escaso protagonismo internacional, fue capaz Estados Unidos de asegurar su dominio global con una pax americana que reflejase su supremacía: las guerras en Yugoslavia, la intervención en Kosovo, las guerras del Congo, la guerra en el Cáucaso checheno y en Tayikistán, fueron instigadas o iniciadas por Estados Unidos (o escaparon a su control, como con la caída de Mobutu o con el genocidio tutsi en Ruanda) para imponer su poder global, pero mostraron también las resistencias a su acción imperial: el poder norteamericano era determinante y hegemónico, pero no tan abrumador como pensaba Washington. Sus limitaciones fueron claras en las guerras de Afganistán, Iraq, Siria y Libia: el imperialismo norteamericano puede arrasar países, pero no puede controlar al mundo. Mataron a Gadafi, pero crearon un caos en Libia, que continua nueve años después. El retroceso en Iraq (cuyo gobierno, tras diecisiete años de ocupación, exige la retirada de tropas estadounidenses) y la derrota en Siria muestran los límites del imperialismo. Y, pese a ello, con Trump, la agresividad imperialista ha llegado tan lejos que amenaza no sólo a sus enemigos y adversarios (desde China y Rusia hasta Cuba, Venezuela, Irán o Corea del Norte) sino también a sus aliados: las disputas con Alemania y Francia han envenenado la relación trasatlántica, hasta el punto de crear serias disputas en la OTAN. Los imperialismos secundarios (Francia, Gran Bretaña y Alemania) aunque tienen sus propios intereses (la intervención francesa en el Sahel africano, por ejemplo, es constante), y aunque desempeñan un papel gregario acompañando al imperialismo dominante norteamericano y aceptando la mayoría de las agresiones exteriores lanzadas por Washington, se distancian en algunas ocasiones, como en la guerra de Iraq en 2003, gracias al empeño francés, o como hace Alemania en la disputa del gasoducto báltico.

Aunque los planes del nuevo imperialismo se han saldado con un fracaso, ese revés no ha impedido la reformulación de algunos objetivos: la guerra en Siria y la inestabilidad en todo Oriente Medio favorece el propósito norteamericano de sabotear el desarrollo económico de la nueva ruta de la seda china, dificultando el tránsito de mercaderías por el ramal que lleva desde las ciudades chinas de Urumqi y Kasgar pasando por Irán para llegar después a Turquía, limitando así la ruta hacia occidente a la vía principal que pasa por Astaná, Moscú y Minsk. Al igual que la persistencia del conflicto en el Donbás ucraniano, que complica la política exterior rusa, mantiene un peligroso foco de crisis en sus fronteras europeas, y facilita el reforzamiento del dispositivo militar norteamericano y de la OTAN en el Este de Europa y en el Mar Negro. Todo ello, además, obstaculiza el desarrollo de las relaciones políticas y económicas entre Europa occidental, Rusia y China, porque Estados Unidos quiere mantener a la Unión Europea como una entidad subordinada a sus propios objetivos, y con un limitado protagonismo internacional, saboteando la mismo tiempo los propósitos de sus enemigos.

El control por el imperialismo norteamericano y sus filiales europeas del sistema financiero internacional y de los canales de crédito y de transferencias monetarias, y la condición del dólar como moneda de intercambio y de reserva, explican su capacidad para imponer sanciones económicas, aplicar extraterritorialmente su legislación, dificultar transacciones bancarias y sabotear la venta de petróleo y otras materias primas, como ha hecho con Venezuela, Irán y otros países. China y Rusia han optado por limitar los intercambios en dólares, y han sido determinantes también para hacer posible la resistencia de Venezuela, Cuba, Siria y Corea del Norte, gracias a las ayudas económicas o militares (como en la guerra siria), al apoyo diplomático y el sostén financiero. Es muy probable que sin el apoyo económico y militar de China y Rusia, Corea del Norte hubiera sido ya atacada por Estados Unidos: la paralización de las negociaciones a seis bandas (las dos Coreas, China, Estados Unidos, Rusia y Japón) para la desnuclearización y pacificación de la península coreana a causa de la negativa norteamericana a firmar un tratado de paz con Pyongyang y garantizar que no atacará al país, y los frecuentes ejercicios militares cerca de sus fronteras y de sus aguas territoriales, ilumina el objetivo de Washington: derribar a su gobierno, y eventualmente, mantener un peligroso foco de crisis en las fronteras chinas.

Además de su apabullante fuerza militar, el imperialismo norteamericano dispone de su capacidad para imponer una determinada visión de los conflictos actuales y de la historia, de su destreza para presentar a mercenarios como libertadores, y de su habilidad para crear alarmas y crisis: por citar ejemplos recientes, del embuste de la “catástrofe humana” y la limpieza étnica y supuesta matanza en Kosovo, donde Alemania llegó a afirmar que Serbia había asesinado a cien mil albaneses y la mentira fue reproducida por la maquinaria propagandística norteamericana, a las “armas de destrucción masiva” de Iraq; de los falsos bombardeos sobre la población civil en Libia para justificar la agresión de la OTAN, a los inexistentes campos de concentración para uigures en el Xinjiang chino. Si la mentira ha sido siempre un recurso utilizado por el imperialismo, en nuestros días la intoxicación informativa se ha convertido en un procedimiento habitual y en una eficaz arma de guerra sucia, amplificada por los nuevos canales de comunicación. Pero esa fortaleza tropieza con graves problemas y evidencias inocultables de la realidad del capitalismo imperialista: hasta en la reciente reunión de Davos se ha abordado la conveniencia de impulsar un “capitalismo responsable”, que supuestamente sería receptivo ante los problemas del cambio climático y la desigualdad, y se preocuparía por los trabajadores, algo que no deja de ser un intento para diseñar un nuevo rostro amable del capitalismo depredador, ocultando la radical ferocidad del sistema: juntos, los dos mil multimillonarios del mundo poseen más riqueza que cinco mil millones de habitantes de la Tierra, y forman un Drácula capitalista que regenta y regula el banco de sangre del planeta, aunque el poder de las grandes corporaciones y multinacionales capitalistas haya cambiado. Como vio Lenin, la producción capitalista se ha concentrado en grandes consorcios y monopolios. Además, los antiguos gerentes y ejecutivos ligados a la propiedad empresarial se han convertido en CEO’s y su única guía es acumular las mayores ganancias con rapidez: no les preocupa sólo la producción en sí, ni los riesgos ecológicos; son capaces de destruir territorios, de inundar el mundo de basura, de encargar a intermediarios la producción de sus empresas aunque impongan condiciones de trabajo esclavistas, de envenenar ríos y de talar bosques, y de especular con la deuda de países ricos y pobres. Junto a ellos, se encuentran los mercaderes de la guerra, los fabricantes de armamento que consiguen contratos astronómicos, y los tiburones de las finanzas especializados en organizar gigantescas estafas, de imponer a los Estados el pago de subvenciones millonarias, y de jugar con los activos económicos y contratos de futuros siempre a costa de la población, poniendo a los gobiernos a su servicio. Todos ellos componen un entramado criminal, y el imperialismo desarrolla su acción en el mundo en función de sus objetivos.

La acción imperialista se debate hoy entre la tentación nacionalista expresada por Trump, partidaria de la reindustrialización de Estados Unidos y de un cierto repliegue militar sin abandonar su presencia planetaria, y el sector que apuesta por la globalización financiera, más ligado a los Clinton y al establishment tradicional, apoyado en los recursos del Pentágono y en la OTAN. Esa contradicción envenena los organismos gubernamentales de Estados Unidos y se expresa, por ejemplo, en los anuncios de Trump de retirada de tropas en Siria, en su proclamado deseo de evacuarlas de Afganistán en 2020, en la retirada parcial de Turquía, en su promesa de replegarse de Iraq (aunque crea que ahora no es el momento adecuado), y en su declaración, en 2018, asegurando que quería retirar las tropas estacionadas en Corea del Sur… seguido semanas después por la inauguración del nuevo Camp Humphreys cerca de Seúl, la base aérea más importante de Asia y una de las mayores del mundo, al tiempo que el Pentágono dificulta y congela la evacuación de soldados y prosigue la inercia del intervencionismo imperialista. Al mismo tiempo, la planificación del Estado Mayor norteamericano no cesa de exhibir su fuerza: entre febrero y mayo de 2020, el US Army desarrollará en Europa los ejercicios militares denominados Defender Europe 20, que suponen el mayor despliegue en el viejo continente de los últimos veinticinco años de tropas norteamericanas con base en Estados Unidos, y que implicarán a siete países europeos (Bélgica, Holanda, Alemania, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania) llevando soldados hasta las mismas fronteras rusas. El objetivo del Pentágono apunta a Rusia y China, y su pretensión, revelada por la Bundeswehr, es manifiesta: “proyectar poder a nivel mundial”.

El dispositivo militar norteamericano en el mundo abarca los cinco continentes habitados y es la expresión del más feroz imperialismo que ha conocido la humanidad. Sin embargo, el gobierno de Trump contempla las bases militares en el exterior de una forma distinta a sus antecesores: quiere que no supongan un gasto excesivo e, incluso, que reporten beneficios económicos para Estados Unidos. Así, Trump pretende que los países que acogen bases norteamericanas paguen la totalidad del gasto que ocasionan los militares y el armamento desplegados y, además, una tasa del cincuenta por ciento: es el llamado Programa coste más 50, aunque tanto Japón como Alemania (los países con mayor número de militares estadounidenses acantonados) ya pagan una parte importante del coste de las bases, mientras que entusiastas nuevos aliados, como el gobierno de extrema derecha en Polonia, ofrecen contribuir con cantidades millonarias para que el Pentágono abra una nueva base militar en su territorio. Estados Unidos pretende también que Corea del Sur y España, entre otros países, paguen por las bases estadounidenses operativas: Seúl ya ha sufragado Camp Humphreys, en Pyeongtaek, inaugurada en junio de 2018, una de las mayores bases militares con que cuenta el Pentágono fuera de sus fronteras. Con Trump, la nueva doctrina pretende hacer pasar el despliegue militar estadounidense en el mundo, que históricamente ha tenido un marcado carácter imperialista, por un “privilegio” para los países que albergan bases y son “defendidos” por Estados Unidos. No en vano, el candidato Trump identificaba el vértigo de su país ante su nueva realidad (desindustrialización, decadencia y ruina de sus infraestructuras, y lacra de las drogas) achacando las causas, además de a China, a la supuesta ayuda norteamericana a otros países, cuando, en realidad, la causa de sus dificultades es el despliegue militar y su desmesurado presupuesto en guerras y patrullaje planetario, junto a su gigantesca deuda, pese a que Estados Unidos cuenta con el recurso a la máquina de imprimir dólares. Inclinado a ocurrencias y declaraciones estrafalarias, Trump anunciaba también su obsesión nacionalista, hasta el punto de poner en tela de juicio a la OTAN.

No por ello debe subestimarse el poder del imperialismo norteamericano, que sigue siendo dominante en el mundo, porque pese al errático proceder de Trump, Estados Unidos mantiene un elaborado programa que persigue su rearme nuclear y convencional, que estimula la intervención sistemática para derrotar gobiernos molestos y quiere limitar la influencia de las otras grandes potencias (China y Rusia) para la ampliación de su dominio: esa es la corriente profunda del imperialismo norteamericano, compartida por sus instituciones y sus centros de elaboración estratégica, aunque enfrentamientos internos (como el despido de Tillerson), guerras inacabables, gastos desmesurados, corrupción y cálculos precipitados dificulten a veces su propia acción: un estudio de expertos norteamericanos publicado en 2013 llegaba a la conclusión de que Estados Unidos gastó en la década posterior a la invasión de Afganistán de 2001, un total de cuatro billones de dólares en las guerras (en Afganistán e Iraq, y en las operaciones en Pakistán), y, pese a ello, su posición se ha complicado en Iraq, donde el propio gobierno de Mahdi ha exigido la retirada de las tropas norteamericanas. En 2018, incorporando los costes de la guerra en Siria, Estados Unidos había gastado ya seis billones de dólares en sus intervenciones extranjeras. Esa apuesta por el rearme va acompañada de un objetivo: sabotear el desarrollo de la colaboración económica entre China, Rusia y la Unión Europea, a la que podría incorporarse la India. Ese es el sentido de las sanciones impuestas por el gobierno norteamericano, en diciembre de 2019, a empresas europeas que colaboran en el Nord Stream 2, el gasoducto que atraviesa el Mar Báltico entre Rusia y Alemania. Estados Unidos, por las mismas razones, ha impuesto también sanciones al gasoducto Turk Stream que llevará gas ruso a Turquía y Europa a través del Mar Negro. Para conseguirlo, las amenazas han sido tajantes: senadores norteamericanos comunicaron al presidente de la empresa naviera suiza Allseas, Edward Heerema, que recibirían sanciones “mortales” si continuaban trabajando en el proyecto Nord Stream 2. Diez días después del anuncio hecho por Trump, Allseas, encargada de la instalación de las tuberías por el fondo del mar Báltico, cedió al chantaje y abandonó los trabajos. Moscú asegura que culminará el proyecto, aunque reconoce que se retrasará hasta finales de 2020. La acción imperialista se revela despiadada, pero también compleja, desde una Casa Blanca convertida en una taberna, y con los generales de Arlington y los espías de Langley decidiendo por su cuenta y llegando a sabotear iniciativas presidenciales. No sería la primera vez en la historia de Estados Unidos que se sabotean decisiones de la Casa Blanca: durante el mandato de Nixon, James Schlesinger (que fue director de la CIA y después jefe del Pentágono) ordenó al Estado Mayor, sin tener competencia para ello, que consultasen con Kissinger y con él antes de ejecutar una posible orden de Nixon para utilizar bombas atómicas: el secretario de Defensa temía los delirios del alcohólico y drogadicto presidente.

Viviendo en un mundo agónico, ese es el paisaje que las fuerzas de izquierda del mundo contemplan, a menudo con dificultades para articular un movimiento antiimperialista que tenga también el mantenimiento de la paz entre sus objetivos. La existencia de contradicciones entre el imperialismo dominante y los imperialismos menores (Francia, Gran Bretaña) ofrece un ámbito de trabajo para la izquierda aunque, a diferencia de las décadas de la posguerra mundial, sus componentes se hallan disgregados y sin centros de dirección y propuesta. La debilidad del movimiento por la paz, pese a que en ocasiones ha sido capaz de organizar gigantescas protestas, como en 2003 en vísperas de la agresión a Iraq, está ligada a esa dispersión, agravada porque a la histórica capacidad de los sindicatos y de la izquierda para movilizar a los trabajadores y a la población, se añade hoy la habilidad de los centros de poder del imperialismo para estimular, articular y dar forma a movimientos de protesta dirigidos contra países que no acepten su subordinación, hecho que crea confusión entre la izquierda, como ha ocurrido con la agresión a Siria o en las protestas conservadoras de Hong Kong.

La acción concertada de China y Rusia, opuestas a cualquier enfrentamiento militar con Estados Unidos, y la colaboración (económica, pero con consecuencias estratégicas) con otras potencias menores (India, Venezuela, Brasil, Irán, Sudáfrica) constituye hoy la principal oposición en el planeta a la acción depredadora del imperialismo, aunque al mismo tiempo el retroceso político en India y Brasil, con Modi y Bolsonaro cabalgando la nueva extrema derecha de identidad fascista, disminuye la solidez del bloque antiimperialista y complica los delicados equilibrios internacionales. Ni Pekín ni Moscú quieren nuevas guerras, y mucho menos un conflicto generalizado en el planeta, pero la agresiva inercia del imperialismo estadounidense puede romper fronteras y cavar más tumbas. Es la gran paradoja de nuestros días: en 1991, la victoria temporal del imperialismo escondió su alocada carrera hacia el desorden planetario y su propia agonía, sin que sepamos aún si el mundo podrá escapar del abismo (la destrucción ecológica, y la amenaza de una guerra global) al que le ha conducido el capitalismo.

Fuente: https://rebelion.org/desorden-y-agonia/

El nacimiento de un siglo euroasiático

Pepe Escobar

RED VOLTAIRE | 21/05/2014

Un fantasma persigue a Washington, la inquietante visión de una alianza china-rusa combinada con una expansiva simbiosis de comercio e intercambio de bienes a través de gran parte de la masa continental eurasiática a costa de EE.UU.

Y no es ninguna sorpresa que Washington esté ansioso. Esa alianza ya es un hecho en una variedad de maneras: mediante el grupo BRICS de potencias emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); en la Organización de Cooperación de Shanghái, el contrapeso asiático a la OTAN; dentro del G20 y a través del Movimiento de No Alineados (NAM) de 120 naciones. El comercio y el intercambio de bienes son solo parte del futuro pacto. Las sinergias en el desarrollo de nuevas tecnologías militares también son de interés. Es seguro que Pekín quiere tener una versión del ultrasofisticado sistema de defensa aérea antimisiles ruso al estilo de La guerra de las galaxias después de que se introduzca en 2018. Mientras tanto, Rusia está a punto de vender docenas de cazas jet Sukhoi Su-35 de última generación a los chinos cuando Pekín y Moscú procedan a sellar una cooperación en el terreno de aviación e industria.

Esta semana debería deparar los primeros verdaderos fuegos artificiales en la celebración de un nuevo siglo eurasiático en gestación cuando el presidente ruso Vladimir Putin visite al presidente chino Xi Jinping en Pekín. Recordareis el “Ductistán”: todos esos oleoductos y gasoductos claves que cruzan de un lado a otro Eurasia para formar el verdadero sistema circulatorio de la vida de la región. Ahora parece que también se firmará lo último en acuerdos de Ductistán por valor de 1 billón [millón de millones] de dólares que se ha preparado durante 10 años. En ese acuerdo el gigante energético ruso controlado por el Estado, Gazprom, aceptará suministrar a la gigantesca Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC), controlada por el Estado, 3.750 millones de pies cúbicos de gas natural licuado diarios al menos por 30 años, a partir de 2018. Es el equivalente de un cuarto de las masivas exportaciones de gas de Rusia a toda Europa. La actual demanda diaria de gas de China es de cerca de 16.000 millones de pies cúbicos diarios y las importaciones cubren el 31,6% del consumo total.

Es posible que Gazprom todavía reciba la parte principal de sus beneficios de Europa, pero Asia podría ser su Everest. La compañía utilizará este meganegocio para aumentar las inversiones en Siberia oriental y toda la región será también reconfigurada como centro privilegiado de gas para Japón y Corea del Sur. Si queréis saber por qué ningún país clave de Asia ha estado dispuesto a “aislar” a Rusia en medio de la crisis ucraniana –y desafía al gobierno de Obama– no hay que buscar más allá del Ductistán.

Sale el petrodólar, llega el “gas-o-yuan”

Y luego, hablando de ansiedad en Washington, hay que considerar la suerte del petrodólar, o más bien la posibilidad “termonuclear” de que Moscú y Pekín se pongan de acuerdo en el pago del acuerdo Gazprom-CNPC no en petrodólares sino en yuanes chinos. Apenas se puede imaginar un desplazamiento más tectónico, en el cual el Ductistán se cruza con una creciente cooperación política-económica-energética china-rusa. Junto a ella aparece la futura posibilidad de un impulso, dirigido de nuevo por China y Rusia, hacia una nueva moneda de reserva internacional –en realidad un canasto de monedas– que reemplace el dólar (por lo menos en los sueños optimistas de miembros de los BRICS).

Directamente después de la decisiva cumbre china-rusa vendrá una cumbre de los BRICS en Brasil en julio. Es cuando un banco de desarrollo de los BRICS de 100.000 millones de dólares, anunciado en 2012, nazca oficialmente como potencial alternativa al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial como fuente de financiamiento de proyectos para el mundo en desarrollo.

El “gas-o-yuan” refleja más cooperación de los BRICS a fin de soslayar el dólar, como en el caso de gas natural comprado y pagado en la divisa china. Gazprom incluso considera mercadear bonos en yuan como parte de la planificación financiera de su expansión. Bonos respaldados en yuanes ya se comercializan en Hong Kong, Singapur, Londres y más recientemente en Frankfurt.

Nada podría ser más sensato que el nuevo pacto de Ductistán se pague en yuanes. Pekín pagaría a Gazprom en esa moneda (convertible en rublos); Gazprom acumularía los yuanes y Rusia entonces compraría la miríada de bienes y servicios hechos en China en yuanes convertibles en rublos.

Es de conocimiento común que los bancos de Hong Kong, de Standard Chartered a HSBC –así como otros estrechamente vinculados a China por tratos comerciales– han estado diversificando en yuanes, lo que implica que se convertiría en una de las monedas de reserva de facto incluso antes de que sea totalmente convertible (Pekín trabaja extraoficialmente en un yuan totalmente convertible en 2018).

El trato ruso-chino del gas está inextricablemente vinculado a la relación energética entre la Unión Europea (UE) y Rusia. Después de todo, la parte principal del PIB ruso proviene de ventas de petróleo y gas, así como su influencia en la crisis de Ucrania. Por su parte, Alemania depende de Rusia en un importante 30% de sus suministros de gas natural. Sin embargo, los imperativos geopolíticos de Washington –nutridos con la histeria polaca– han llevado a empujar Bruselas a encontrar maneras de “castigar” a Moscú en la futura esfera energética (pero sin poner en peligro las actuales relaciones en el terreno de la energía).

Hay consistentes rumores en Bruselas estos días sobre la posible cancelación del proyectado gasoducto South Stream, de 16.000 millones de euros, cuya construcción debería comenzar en junio. Una vez terminado bombearía todavía más gas natural ruso a Europa, en este caso bajo el mar Negro (evitando Ucrania) a Bulgaria, Hungría, Eslovenia, Serbia, Croacia, Grecia, Italia y Austria.

Bulgaria, Hungría y la República Checa ya han dejado claro que están firmemente opuestos a cualquier cancelación. Y probablemente no tenga lugar una cancelación. Después de todo, la única alternativa obvia es gas del mar Caspio de Azerbaiyán, y no es probable que esto pase a menos que la UE pueda repentinamente reunir la voluntad y los fondos para un programa urgente a fin de construir el legendario oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan (BTC), concebido durante los años de Clinton expresamente para soslayar Rusia e Irán.

En todo caso, Azerbaiyán no tiene capacidad para proveer los niveles de gas natural necesarios y otros actores como Kazajistán, plagados de problemas de infraestructura, o el poco fiable Turkmenistán, que prefiere vender su gas a China, ya están fuera del cuadro. Y no hay que olvidar que South Stream, combinado con proyectos energéticos subsidiarios, creará numerosos puestos de trabajo e inversiones en muchas de las naciones de la UE más devastadas económicamente.

A pesar de todo, semejantes amenazas de la UE, por poco realistas que sean, solo sirven para acelerar la creciente simbiosis de Rusia con los mercados asiáticos. Para Pekín especialmente, es una situación en la que ambas partes solo pueden ganar. Después de todo, no hay comparación entre energía suministrada a través de mares vigilados y controlados por la armada de EE.UU. y permanentes y estables rutas terrestres desde Siberia.

Escoge tu propia Ruta de la Seda

Por cierto, el dólar estadounidense sigue siendo la máxima moneda de reserva global, involucrando un 33% de los valores en divisas extranjeras globales a finales de 2013, según el FMI. Era, sin embargo, un 55% en el año 2000. Nadie conoce el porcentaje en yuanes (y Pekín no habla), pero el FMI señala que las reservas en “otras monedas” en los mercados emergentes han aumentado un 400% desde 2003.

Se puede decir que la Fed está “monetizando” un 70% de la deuda del Gobierno de EE.UU. en un intento de impedir que las tasas de interés suban al cielo. El consejero del Pentágono Jim Rickards, así como todo banquero basado en Hong Kong, tiende a creer que la Fed está en quiebra (aunque no lo dirán oficialmente). Nadie puede llegar a imaginar la dimensión del posible futuro diluvio que el dólar de EE.UU. podría sufrir en medio de un monte Ararat de 1,4 trillones de derivados financieros. No hay que pensar, sin embargo, que se trataría del final del capitalismo occidental, es solo la decadencia de la fe económica reinante, el neoliberalismo, que todavía es la ideología oficial de EE.UU., de la abrumadora mayoría de la Unión Europea y de partes de Asia y de Suramérica.

En cuanto a lo que se podría llamar el “neoliberalismo autoritario” del Imperio del Medio, ¿qué es lo que puede no gustar por el momento? China ha demostrado que es una alternativa orientada a los resultados del modelo capitalista “democrático” occidental para naciones que quieren tener éxito. Es construir no una, sino una miríada de nuevas Rutas de la Seda, masivas conexiones de ferrocarriles de alta velocidad, conductos, puertos, y redes de fibras ópticas por inmensas partes de Eurasia. Estas incluyen una carretera del Sudeste Asiático, una carretera de Asia Central, una “carretera marítima” del océano Índico e incluso un ferrocarril a través de Irán y Turquía que llega hasta Alemania.

En abril, cuando el presidente Xi Jinping visitó la ciudad de Duisburg sobre el río Rin, con el mayor puerto tierra adentro del mundo y directamente en el corazón de la industria del acero del Ruhr en Alemania, hizo una audaz propuesta: debería construirse una nueva “Ruta de la Seda económica” entre China y Europa, sobre la base del ferrocarril Chongqing-Xinjiang-Europa que ya va de China a Kazajistán, luego a través de Rusia, Bielorrusia, Polonia, y finalmente Alemania. Son 15 días en tren, 20 días menos que barcos de carga navegando desde el litoral oriental de China. Eso representaría el decisivo terremoto geopolítico en términos de integrar el crecimiento económico a través de Eurasia.

Hay que recordar que, si no hay cambios radicales, China está a punto de convertirse, y mantenerse, en la potencia económica global número uno, una posición que mantuvo durante 18 de los últimos 20 siglos. Pero no lo contéis a los hagiógrafos de Londres, todavía creen que la hegemonía de EE.UU. durará, bueno, eternamente.

Camino a la Guerra Fría 2.0

A pesar de serios problemas financieros recientes, los BRICS han estado trabajando conscientemente para convertirse en una antítesis del original G8 y –después de expulsar a Rusia en marzo– de nuevo un Grupo de 7 o G7. Están ansiosos de crear una nueva arquitectura global para reemplazar la que fue impuesta después de la Segunda Guerra Mundial y se consideran un potencial desafío al mundo excepcionalista y unipolar que Washington imagina para nuestro futuro (con su país como robocop global y la OTAN como su fuerza de robo-policía). El historiador y animador imperialista Ian Morris en su libro War! What is it Good For?, definió a EE.UU. como el decisivo “globocop” y “la última esperanza de la Tierra”. Si ese globocop “se cansa de su rol”, escribe, “no existe un plan B”.

Bueno, existe un plan BRICS, o por lo menos es lo que quieren creer los BRICS. Y cuando los BRICS actúan en este espíritu en la escena global, conjuran rápidamente una curiosa mezcla de temor, histeria y pugnacidad en el establishment de Washington. Tomemos a Christopher Hill como ejemplo. El exsecretario de Estado adjunto para el este de Asia y embajador de EE.UU. en Irak es ahora asesor del Albright Stonebridge Group, una firma consultora muy bien conectada con la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Cuando Rusia estaba “derrotada”, Hill solía soñar con un “nuevo orden mundial” hegemónico estadounidense. Ahora, cuando los mal agradecidos rusos han despreciado lo que “Occidente ha estado ofreciendo” –es decir “un estatus especial con la OTAN, una relación privilegiada con la Unión Europea y cooperación internacional en esfuerzos diplomáticos– están, a su juicio, tratando activamente de resucitar el imperio soviético. Traducción: si no sois nuestros vasallos, estáis contra nosotros. Bienvenidos a la Guerra Fría 2.0.

El Pentágono tiene su propia versión de esto dirigida no tanto contra Rusia como contra China que, afirma su think-tank sobre futuras guerras, ya está en guerra con Washington de numerosas formas. Por lo tanto si no es el Apocalipsis ahora, será el Armagedón mañana. Y sobra decir que cualquier cosa que vaya mal, mientras el gobierno de Obama “gira” descaradamente hacia Asia y los medios estadounidenses se llenan la boca sobre un renacimiento de la “política de contención” de la era de la Guerra Fría en el Pacífico, todo es culpa de China.

Empotrados en el demencial arranque hacia la Guerra Fría 2.0 están algunos risibles hechos en el terreno: el gobierno de EE.UU., con 17,5 billones de dólares de deuda nacional, y suma y sigue, considera un enfrentamiento financiero con Rusia, el mayor productor global de energía e importante potencia nuclear, tal como también promueve un cerco militar económicamente insostenible alrededor de su mayor acreedor: China.

Rusia tiene actualmente un considerable superávit comercial. Los gigantescos bancos chinos no tendrán problema alguno para ayudar a los bancos rusos si los fondos occidentales se agotan. En términos de cooperación inter-BRICS, pocos proyectos superan un oleoducto de 30.000 millones de dólares que se está planificando y que se extenderá de Rusia a India a través del noroeste de China. Las compañías chinas ya discuten ávidamente la posibilidad de participar en la creación de un corredor de transporte de Rusia hacia Crimea, así como un aeropuerto, astillero, y terminal de gas natural líquido en el lugar. Y se prepara otro gambito “termonuclear”: el nacimiento de un equivalente del gas natural a la Organización de Países Exportadores de Petróleo que incluiría a Rusia, Irán, y según se informa al descontento aliado de EE.UU. Catar.

El (no definido) plan a largo plazo de los BRICS involucra la creación de un sistema económico alternativo que incluye un canasto de monedas respaldadas en oro que dejaría de lado el actual sistema financiero global centrado en EE.UU. (No sorprende que Rusia y China estén acumulando todo el oro posible.) El euro –una moneda sana respaldada por grandes mercados líquidos de bonos e inmensas reservas de oro– también sería bienvenido.

No es ningún secreto en Hong Kong que el Bank of China ha estado utilizando una red SWIFT paralela para realizar todo tipo de comercio con Teherán, que sufre un duro régimen de sanciones estadounidenses. Como Washington esgrime Visa y Mastercard como armas en una creciente campaña al estilo de la Guerra Fría contra ella, Rusia se propone implementar un sistema alternativo de tarjetas de pago y crédito que no esté controlado por la industria financiera occidental. Un camino incluso más fácil sería adoptar un sistema de Unión de Pagos chino cuyas operaciones ya han superado a American Express en volumen global.

Solo giro sobre mí mismo

Es probable que ninguna cantidad de “giros” del gobierno de Obama hacia Asia para contener China (y amenazarla con el control de las vías energéticas marinas de ese país por la Armada de EE.UU.) logre que Pekín se aleje de su estrategia autodenominada de “desarrollo pacífico”, inspirada en Deng Xiaoping, con el propósito de convertirse en una potencia comercial global. El despliegue avanzado de tropas de EE.UU. o de la OTAN en Europa Oriental y otros actos al estilo de la Guerra Fría tampoco disuadirán a Moscú de un cuidadoso juego de malabarismo: asegurar que la esfera de influencia rusa en Ucrania se mantenga fuerte sin comprometer el comercio y el intercambio de bienes, así como los vínculos políticos con la Unión Europea, sobre todo, con el socio estratégico Alemania. Es el Santo Grial de Moscú: una zona de libre comercio de Lisboa a Vladivostok que (no por casualidad) se refleja en el sueño chino de una nueva Ruta de la Seda a Alemania.

Por su parte Berlín, cada vez más alerta respecto a Washington, detesta la noción de que Europa se vea atrapada en las garras de una Guerra Fría 2.0. Los dirigentes alemanes tienen problemas más importantes, incluyendo el intento de estabilizar una bamboleante UE mientras evita un colapso económico en la Europa meridional y central y el avance de los partidos de derecha cada vez más extremistas.

Al otro lado del Atlántico, el presidente Obama y sus altos funcionarios dan toda la impresión de hallarse atrapados en sus propios giros, hacia Irán, hacia China, hacia las zonas fronterizas orientales de Rusia, y (pasando desapercibidos) hacia África. La ironía de todas esas maniobras –militares para comenzar– es que en realidad ayudan a que Moscú, Teherán y Pekín refuercen su propia profundidad estratégica en Eurasia y otros sitios, como se refleja en Siria o, crucialmente, cada vez en más pactos energéticos. También ayudan a reforzar la creciente cooperación estratégica entre China e Irán. La incesante narrativa del “ministerio de la verdad” de Washington sobre todos estos eventos ignora ahora cuidadosamente el hecho de que sin Moscú “Occidente” nunca se habría sentado a discutir un acuerdo nuclear definitivo con Irán o habría conseguido un acuerdo de desarme químico de Damasco.

Cuando las disputas entre China y sus vecinos del Mar del Sur de China y entre ese país y Japón por la islas Senkaku/Diaoyou se sumen a la crisis de Ucrania, la inevitable conclusión será que tanto Rusia como China consideran que sus zonas fronterizas y vías marítimas son de propiedad privada y no van a aceptar tranquilamente los desafíos –sean mediante expansión de la OTAN, cerco militar de EE.UU., o escudos de misiles-. Ni Pekín ni Moscú tienden a la forma usual de expansión imperialista, a pesar de la versión de los eventos que se suministra actualmente a los públicos occidentales. Sus “líneas rojas” siguen siendo de naturaleza esencialmente defensiva, no importa las bravatas que a veces se urlizan en su protección.

Sea lo que sea lo que Washington quiera, tema o intente impedir, los hechos en el terreno sugieren que en los próximos años Pekín, Moscú, y Teherán se acercarán, lenta pero seguramente, creando un nuevo eje geopolítico en Eurasia. Mientras tanto, EE.UU. perplejo parece cómplice en la deconstrucción de su propio orden mundial unipolar mientras ofrece a los BRICS una auténtica oportunidad para tratar de cambiar las reglas del juego.

Rusia y China en modo de giro

En el mundo de los think-tanks de Washington se ha reforzado la convicción de que el Gobierno de Obama debería concentrarse en una reedición de la Guerra Fría mediante una nueva versión de la política de contención para “limitar el desarrollo de Rusia como potencia hegemónica”. La receta: armar a los vecinos de los Estados del Báltico para “contener” a Rusia. La Guerra Fría 2.0 existe porque desde el punto de vista de las elites de Washington la primera nunca ha terminado realmente.

Sin embargo, por mucho que EE.UU. pueda luchar contra la emergencia de un mundo multipolar, con múltiples potencias, los hechos económicos en el terreno apuntan regularmente a semejantes tendencias. Sigue existiendo la pregunta: ¿Será lenta y razonablemente digna la decadencia del “hegemón” o arrastrará consigo a todo el mundo en lo que ha sido llamada “la opción Sansón”?

Mientras contemplamos el desarrollo del espectáculo, sin que haya a la vista una jugada final, hay que recordar que una nueva fuerza crece en Eurasia y que la alianza estratégica china-rusa amenaza con dominar su región vital junto con grandes trechos de su parte interior. Ahora eso es una pesadilla de proporciones “mackinderescas” desde el punto de vista de Washington. Hay que pensar, por ejemplo, en cómo lo vería Zbigniew Brzezinski, el exconsejero nacional de seguridad que se convirtió en mentor en política global del presidente Obama.

En su libro de 1997 El gran tablero de ajedrez, Brzezinski argumentó que “la lucha por la primacía global seguirá jugándose” en el “tablero de ajedrez” eurasiático del cual “Ucrania era un eje geopolítico”. “Si Moscú recupera el control de Ucrania”, escribió entonces, Rusia “recuperará automáticamente los medios para convertirse en un poderoso Estado imperial, abarcando Europa y Asia”.

Esta sigue siendo la mayor parte de la justificación tras la política imperial de contención estadounidense del “exterior cercano” europeo, de Rusia al Mar del Sur de China. Sin embargo, sin una jugada final en el horizonte, no hay que perder de vista un giro de Rusia hacia Asia, China girando por el mundo y los BRICS trabajando intensamente en el intento de realizar un nuevo Siglo Eurasiático.

Fuente: https://www.voltairenet.org/article183954.html