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jueves, octubre 10, 2024

Apuntes para una geografía de la historia

Omar Gejo, Gustavo Keegan y Alan Rebottaro

Introducción

El siguiente trabajo intenta llevar a cabo una aproximación al análisis del presente del sistema mundial desde una perspectiva materialista. Para ello, recurre a la Geografía como disciplina clave, y utiliza el concepto de imperialismo como herramienta primordial para la comprensión de la actual crisis del capitalismo.

En este sentido, el texto constará de tres apartados. El primero se dedicará a presentar lo que entendemos como el inevitable regreso de la geografía. El segundo también estará dedicado a otro retorno, el del imperialismo; del imperialismo como concepto geográfico central para comprender al capitalismo actual. Y el tercero estará reservado para desarrollar las principales hipótesis sugeridas como centrales para entender el capitalismo desde los años setenta del siglo XX.

El “retorno” de la geografía

Para el primer apartado tenemos el planteo básico de entender a la geografía como aquella disciplina que se ocupa de analizar el proceso de diferenciación material, el fundamental, aquel por el cual el hombre transforma el medio (natural) y lo hace propio, a escala humana, de acuerdo al desarrollo de sus necesidades, que emergen como propias del mismo desenvolvimiento social. La geografía es el estudio de ese histórico proceso de desarrollo material; la geografía es el estudio material del desarrollo de la historia (1).

El escenario de la historia, la geografía, ha sido así una marcha continua de la dispersión a la concentración. Lo que los historiadores han elegido como hito fundacional para su disciplina, la conquista de la escritura, la geografía lo debiera asumir como la larga marcha hacia un mundo urbano. Esta diferenciación, la que deviene de la relación campo-ciudad, ha marcado el desarrollo de la historia; campo y ciudad, constantemente redefinidos, son una expresión cabal, material, de esa diferenciación material originaria de la historia.

La ciudad ha sido tanto una expresión del “mundo agrario” como del “mundo industrial” y ha reflejado el grado de desarrollo material de las sociedades. Y en el caso del capitalismo, el desarrollo del capital (2) ha sido el elemento sustancial de los procesos de diferenciación material, un inusitado acelerador de la diferenciación material.

El capitalismo es el gran constructor de la realidad, en un doble sentido, tanto como rodillo homogeneizador como ariete diferenciador. La máxima expresión conceptual de ello es aquello del “desarrollo desigual y combinado”, provisto por Trotsky para el análisis del capitalismo imperialista (estatal-nacional, industrial y en presencia de un mercado mundial) (3).

Ahora bien, frente a ello se levantó en los últimos años una ofensiva idealista que pretendió, blandiendo un idealismo rampante, obliterar la mejor tradición de análisis materialista. Esto implicó en la práctica un decidido ataque a la geografía, y se cristalizó en la célebre “sentencia” de Fukuyama, hacia fines de la década del ochenta, de “el fin de la historia”. Era la supuesta culminación de la evolución social en una pretendida poshistoria, posgeografía, de la mano de una mundialización capitalista definitiva, bajo la triada universalista de mercado, democracia y mundo. A esto se llamó “globalización” (4).

La globalización jugó así, un papel fundamental en la ofensiva ideológica de estas décadas, lo que un conservador como Paul Craig Roberts señala como el globalismo, e identifica como la ideología del imperialismo económico (5) y que nosotros, coincidiendo con Jorge Altamira, definimos como ‘la ideología del imperialismo’ (6).

Al haber vinculado esta ideología a un ataque a la geografía, queda claro que el derrumbe de aquélla tiene por correlato el triunfal regreso de la más antigua de las ciencias, la geografía, cuyo epifenómeno, el del retorno, lo constituye, por ejemplo, la irrupción fulgurante de David Harvey como un exponente de época en las Ciencias Sociales (7).

Pero también por la reimplantación de la determinación geográfica sobre los procesos históricos, macro-políticos, con la consabida vuelta de la geografía política y, sobre todo, de la geopolítica, como dimensión ésta última inexcusable para comprender la evolución de la realidad mundial (8).

El “retorno” del imperialismo

Este apartado estará dedicado al desarrollo del análisis geográfico del concepto de imperialismo.

Para ello nos valdremos, como es inevitable, de la aproximación clásica a este tema, la de Vladimir Lenin (1973), que en su célebre opúsculo sintetizó un espíritu de época, cimentado en aportes de Hobson y Hilferding, entre otros, aunque sustancialmente de ellos.

Este concepto ha sido una de las principales víctimas u objetivos de la aparición, desarrollo e imposición del ‘concepto’ de globalización. Nuestro planteo parte de una definición sintética, instrumental, del imperialismo desde una perspectiva geográfica: ‘es el proceso de diferenciación material de carácter sistémico, producto de las geografías (establecidas) de sobreacumulación’. Es decir, el imperialismo es una geografía de sobreacumulación, y como proceso es el incesante movimiento de estas áreas por enfrentar (transferir, exportar) las contradicciones inherentes a ellas.

Pero volviendo a Lenin, el líder de la Revolución Rusa lucidamente delineó, con muy pocos trazos, la naturaleza (geográfica) del imperialismo.

La primera característica es la que habla de un proceso inmanente de concentración, es el surgimiento de los monopolios. La segunda característica es la especificación social de este proceso de concentración, el capital financiero. Si la primera característica parecía una aproximación cuantitativa, la segunda, mientras, es decididamente una visión cualitativa, se trata de la reunión del capital industrial con el bancario. El tercer elemento introduce, decisivamente, al movimiento como el hecho necesario, imprescindible, para intentar lidiar con una acumulación excesiva de capital (sobreacumulación), que de una ventaja se transforma, a la postre, en un lastre. Esto es lo que Lenin distingue como un fenómeno central del capitalismo imperialista, la exportación de capital, que alcanza a superar la propia exportación de mercancías, signando así el paso de un capitalismo comercial-industrial a uno de tipo industrial, de un capitalismo estatal-nacional en formación a uno consolidado (9).

Pero hablamos de procesos y también hablamos de productos, es decir, procesos consolidados, concretos, ‘de carne y hueso’, en suma, geografías.

A este análisis ‘abstracto’, preciso como punto de partida de una análisis extendido, profundo, debemos adosarle, luego, la dimensión histórica, macro-histórica, geográfica.

Y para ello recurriremos a un viejo trabajo nuestro de más de dos décadas de existencia, que sigue teniendo vigencia (Gejo, 1995) (10).

Para este punto de vista, desarrollado hacia fines de los años ochenta y principios de los noventa, el Sistema Mundial (el imperialismo, en palabras más claras de Lenin) puede entenderse a través de un triple movimiento histórico que ha acompañado un conjunto de relaciones establecidas entre diferentes regiones del planeta a partir del predominio de algún imperialismo concreto, particular, que alcanzó a subordinar a vastas áreas a sus necesidades de procesar su inherente (proceso de) sobreacumulación. De esos tres ‘momentos’ se corresponden los dos primeros con el predomino británico (el primero) y el estadounidense (el segundo). En conjunto abarcan algo más de un siglo.

El período británico se desenvuelve desde la mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, que en términos más concretos resultó ser una gran guerra europea. Este período, de casi unas seis décadas se inicia con la abolición de las Leyes de Cereales y las Guerras del Opio, puntos de inflexión en el desarrollo (de la reproducción ampliada) del capitalismo británico. Por supuesto que este es el período en el que encajará el modelo de desarrollo del capitalismo argentino, bajo una modalidad semi-colonial pero, a la vez, notablemente exitosa dentro de las limitaciones que acarrea aquella modalidad. Este período representa el clásico momento de la tradicional división internacional del trabajo, con los centros (imperialistas) industriales y las regiones de acarreo (proveedoras) de materias o generadoras de rentas. En Asia, China e India, y en Sudamérica, Argentina, eran eslabones discernibles en la cadena imperialista británica.

El período estadounidense lo iniciamos con la Primera Guerra Mundial, aunque en general la etapa de pleno dominio norteamericano se la da por comenzada a partir de la dilucidación de la Segunda Guerra Mundial, unos 30 años después de nuestra elección. Dependiendo de la última fecha, la etapa estadounidense quedaría reducida, así a poco más de treinta años o media centuria si se la extendiera hasta comienzos del nuevo siglo.

Lo cierto es que la hegemonía estadounidense se construyó sobre la derrota (directa o explícita) de sus contendientes capitalistas, Alemania en Europa y Japón en Asia; y la victoria complementaria, pírrica de sus aliados occidentales, Gran Bretaña y Francia, cuyos imperios coloniales se desmoronaron tras la segunda contienda mundial. Esta hegemonía se basó en la notoria superioridad industrial estadounidense, definitivamente asentada durante el enorme esfuerzo bélico desarrollado en la Segunda Guerra Mundial, y la devastación industrial sufrida por sus adversarios y también por sus aliados. Es éste un momento de expansión industrial estadounidense fuera de su propio mercado, apoyado en la reconstrucción de los capitalismos centrales (imperialistas) derrotados, sustancialmente Alemania y Japón, y el paralelo sostenimiento de la reconstrucción en Europa Occidental toda, apoyando, incluso, la integración del mercado europeo. Al mismo tiempo, la industria estadounidense profundizará la industrialización en América Latina, en particular de Sudamérica (a la sazón, Brasil y Argentina). Esto se hará bajo el paraguas del paradigma desarrollista, dando aires a una industrialización de bienes de consumo más compleja, que articulará la provisión de insumos básicos industriales bajo tutela estatal y la fabricación de bienes finales por parte de empresas multinacionales, orientados casi exclusivamente hacia los estrechos mercados locales. Será una etapa de profunda vinculación norte- norte en detrimento de la antigua circulación comercial norte-sur de la primera etapa.

Finalmente, un tercer momento, el que nos traerá prácticamente hasta la actualidad, y que se abrió con el comienzo de la década del setenta.

Las principales características de este período fueron dos. Primero, la constatación de la existencia de una tripolaridad, a la que se había llegado tras la recuperación de la posguerra por parte tanto de Alemania como de Japón. Esta dos potencias económicas, una en Europa, la otra en Asia, se instalaron como interlocutoras, en el domino económico, del líder hasta allí indiscutido, los EE.UU. Y segundo, una tendencia a profundizar el entrelazamiento productivo, fenómeno conocido como transnacionalización, que tuvo consecuencias importantes en la periferia, sobre todo en aquella que se consumó como la protagonista de esta etapa y de este fenómeno. Nos referimos a los países de rápida industrialización del Este de Asia. Esta región, de ascenso meteórico, representó la avanzada de la nueva división del trabajo, o, por lo menos, la que resultó favorecida por una nueva repartija de la actividad industrial, lo que le permitió un ensamble con las inversiones de las empresas multinacionales, principalmente las estadounidenses y las japonesas. El contraste con América Latina, y sobre todo con América del Sur, no podía, no pudo, ser mayor.

Algunas hipótesis sobre la evolución del sistema mundial

El tercer apartado es el que describirá los últimos cuarenta años, ahora, en clave de interpretación del movimiento en su conjunto, eso que hemos adelantado como presuntas hipótesis sobre la evolución del sistema mundial.

1) Asistimos a una crisis de arrastre. Su origen, casi diríamos que remoto, se halla en la crisis de los años setenta. Allí es cuando se produce la oclusión de lo que fue la vigorosa recuperación de la economía internacional luego de la Segunda Guerra Mundial. Son esos 20, 25 o 30 años conocidos como los “gloriosos”. Ese movimiento ascendente se produjo como fruto de las condiciones abonadas por la Segunda Guerra, con la destrucción de gran parte de la sobreacumulación que aquejaba al sistema en los centros imperialistas. La destrucción de Alemania y adyacencias y de Japón, liberó las energías para una “recolonización” por parte del triunfante capital estadounidense, que desde la Primera Guerra Mundial registraba signos de asfixia por haber agotado los horizontes de expansión sostenidos, solamente, en su inconmensurable mercado interno (11).

El Plan Marshall y la reconstrucción de Japón fueron las dos respuestas estadounidenses que sirvieron a su propia expansión pero también resultaron absolutamente funcionales a la reconstitución de la dominación burguesa en las potencias derrotadas; reconstitución que, va de suyo, se asentó en el despegue económico de esas economías “en ruinas”.

Esto estableció un mecanismo de enlace virtuoso entre estos tres soportes del capitalismo mundial, y que llegó a describir la recuperación de Alemania y de Japón como verdaderos “milagros”. Pero este enlace virtuoso comenzó a agotarse durante los años sesenta, en la medida que la notoria ventaja estadounidense se había perdido y sus derrotados comenzaban a competirle en determinadas ramas de la economía internacional.

2) La crisis se vivió fenoménicamente a partir de dos hechos fundamentalmente: la ruptura del Acuerdo de Bretton Woods, primero (1971), y luego por la denominada “Crisis del petróleo” (1973). Los dos hechos deben ser unidos pues forman parte de un mismo proceso.

La respuesta estructural a la crisis por parte de los EE.UU. puede ser descripta a partir del desarrollo de dos mecanismos que también van a estar unidos. El primero de ellos es el que hará prevalecer una tendencia a la financierización de su economía; el segundo, un mecanismo de transferencia de actividad industrial hacia el este de Asia, preferentemente.

Este hecho podríamos decir que caracterizó tanto a la gestión Reagan como a la Clinton. Considerando que el gobierno de Reagan fue sucedido por George H Bush, es decir que estamos hablando de 12 años ininterrumpidos de gobierno republicano, a los que habría que agregar los ocho años de gobierno demócrata, está claro que enfrentamos dos décadas de marcha en esa dirección, más allá de las lógicas diferencias que pueden manifestarse entre turnos republicanos y demócratas.

Aquí debemos hacer una aclaración pertinente por la entidad, por la magnitud del acontecimiento. Por supuesto que sí afirmamos que EE.UU. asiste a una transferencia de su parque industrial hacia el exterior, hecho del que puede decirse que en buena medida consiste en un proceso de desindustrialización, esto no debe llevarnos a pensar en términos absolutos; la base industrial estadounidense es de una magnitud histórica que no podría soslayarse aún en el marco de un innegable retroceso como el que ha atravesado en las últimas décadas (Craig Roberts, 2015; Baker, 2015).

Pero lo cierto es que una economía desarrollada, central o, para decirlo en nuestro lenguaje, un país imperialista, el país imperialista por excelencia, rector del último período, procede a generar un hecho inédito, a producir una disociación importante entre su oferta y su demanda. Hasta aquí un centro imperialista se caracterizaba por una conjunción estrecha entre su oferta (industrial) y su demanda. Esta transferencia de una parte de su producción industrial comporta un hecho importante, decisivo, a la hora de comprender el carácter del período (12).

3) En términos generales estos acontecimientos se han definido como la imposición de la “globalización” y el “neoliberalismo”.

Los dos fenómenos han ido de la mano, porque son coetáneos, desde ya, pero también, sobre todo, porque fueron producto de una misma necesidad y con un mismo destino. Conforman el binomio con el cual el capitalismo pretendió sobrellevar, sobrepasar, los límites a los que había quedado expuesto en el período precedente a partir de los años sesenta. En el fondo de esta situación se hallaba la necesidad de que el capital tuviera una mayor “libertad”, una mayor “libertad de movimiento”, con el fin de “combatir” su principal lastre, su propia acumulación, su exceso de acumulación.

La mentada “globalización” era la meta “cuantitativa” de dicha apuesta, la máxima extensión geográfica para la acción “civilizadora” del capital. El “neoliberalismo”, en tanto, era la meta “cualitativa”, implicaba liberarlo, en los espacios existentes, de las cortapisas del período de posguerra, ahíto de las consabidas imposiciones “keynesianas”, producto ellas de la crisis del treinta y de su resolución fáctica a través de la Segunda Guerra Mundial.

De un tiempo de pesimismo para el capital, como lo fueron los años setenta, fue emergiendo una respuesta que adquirió densidad conceptual y política primero, para luego, tras la “Caída del Muro”, obtener la rotundidad del “Fin de la Historia” (13).

Estas dos respuestas, que hacen en realidad una única, consistieron en darle mayor extensión, volumen y velocidad de circulación al capital, que es lo que habitualmente se conoce, en términos conceptuales clásicos, como rotación del capital, una de las respuestas contra la caída de la tasa de ganancia. En resumidas cuentas, una mayor libertad para la explotación del trabajo.

El reintegro de China y de la Unión Soviética (y de sus espacios periféricos) a la plena explotación por parte del capital, devolvió al capitalismo la primacía absoluta de la que gozaba hasta la Primera Guerra Mundial.

Pero la llamada “globalización” tuvo como preludio el ascenso de la periferia japonesa tras la crisis del petróleo. Esta fue una primera evidencia de cambio de las condiciones internacionales, confirmando el inicio de un giro que el tiempo determinaría como uno de los ejes de la reconfiguración del sistema mundial: la “asiatización” de la economía internacional (14).

La ruptura de Bretton Woods por parte de su creador, los Estados Unidos, supuso tanto para Alemania como para Japón la necesidad de asumir el desafío de resistir la ofensiva norteamericana en pos de limitar sus desarrollos neo-mercantilistas de la posguerra (15). El quiebre del compromiso de Bretton Woods fue acompañado casi inmediatamente por un acuerdo tácito de Estados Unidos con Arabia Saudita para ligar el comercio de petróleo a la moneda estadounidense, dotándola a ésta de un volumen de demanda que le aseguró una centralidad monetaria a pesar del repudio del acuerdo de 1944 (Gowan, 2000).

Esta maniobra le brindó previsibilidad al horizonte de la política monetaria estadounidense, que sería el instrumento esencial de todo este tiempo (16). Con el comercio del petróleo bajo la férula del dólar, se creó el mecanismo que permitió la absorción del creciente excedente petrolero de aquella década por parte del sistema financiero occidental, fundamentalmente de la banca estadounidense, la City de Nueva York, Wall Street, el corazón financiero del mundo.

4) La financierización de la economía mundial, sobre todo de sus eslabones esenciales, los imperialistas, ha sido una característica central del período. Este proceso, concomitante del otro, del desplazamiento del eje de la industrialización hacia Oriente, hacia Asia, no puede ser disociado, aislado. Es que responderá a enfrentar precisamente ese traslado, reemplazando las viejas cadenas industrializadas por una creciente “valorización financiera” que permitiera una reproducción ampliada del capital, alejada de la explotación directa, abierta, de la fuerza de trabajo, o de la creación de valor para decirlo en términos más técnicos (17).

La política monetaria adquirió, entonces, una importancia significativa en este período. Dos hechos lo confirman: el monetarismo fue la corriente principal de la época y los Bancos Centrales constituyeron la institución primordial del Estado como articuladores de esas políticas económicas.

El período comenzó con un contexto de inflación y estancamiento (estanflación) y la restricción monetaria fue proclamada como la pócima para abatirla. Pero en la práctica la Reserva Federal de los Estados Unidos extendió la influencia de su política monetaria al resto del planeta. Y mientras se declamaba la independencia de los Bancos centrales como un punto de partida incontrastable para una buena política económica, en los hechos la primacía de los Bancos Centrales y de las políticas monetarias no era otra cosa que la representación de la hegemonía alcanzada por los sectores financieros en general, y de Wall Street en particular (Delong, 2015).

Más allá del discurso en superficie, la política monetaria ha sido la tendencia de este período, como una forma inigualable para apoyar el “ciclo de los negocios”. La llegada de los setenta se hizo en el apogeo de las políticas keynesianas18, y desde allí se produjo la reacción monetarista. Pero hete aquí que eso que se ha dado en llamar monetarismo bien podría comprenderse como una nueva fase del keynesianismo, de keynesianismo financiero: en él la política monetaria se pone enteramente al servicio del sector financiero; propio de una fase de desindustrialización y de concentración oligopólica en el acrecido sector servicios, comenzando por la banca y las finanzas en la geografías imperialistas (Bellofiore, 2015; Piketty, 2014).

5) El “neoliberalismo” ha implicado una intervención estructural del Estado, claro que alejada del tipo de intervenciones características de la etapa keynesiana clásica. Habiendo surgido de esos años inflacionarios de la década del setenta, vinculado a una pretendida reducción drástica del gasto público, el “neoliberalismo” ha expresado un gran esfuerzo por devolver bríos a la tasa de ganancia en condiciones desfavorables para hacerlo, tanto por la maduración de las estructuras en las geografías imperialistas como por la consolidación de la fuerza sindical en el período que le precedió. El “neoliberalismo” representó el intento de lidiar con estas dos restricciones (la que proviene del capital y la que proviene de la fuerza de trabajo), impulsando, a la vez, un proceso de deflación salarial junto a una inducción de una inflación de activos. Uno y otro han ido juntos y explican en gran medida lo sucedido en todo ese período: una retahíla de crisis financieras (Delong, 2015; Krugman, 2015), concentración del ingreso (Piketty, 2014) y endeudamiento galopante (Eavis, 2015; Munchau, 2015; Reinhart y Rogoff, 2011; Pérez, 2015; Clarín, 2015), detrás de los cuales los Estados han terminado por ser los verdaderos protagonistas de la llamada era “neoliberal” (19).

6) El período “neoliberal” también fue pródigo en hechos que supuestamente han apuntado a extender eso que se denomina “libre comercio”, algo tan exteriorizado como esquivo, cuando no abiertamente desmentido, a la hora de hallarlo taxativamente corroborado fácticamente por su expresión material en la geografía del comercio mundial.

Han sido muy conocidas las iniciativas tendientes a generar “Áreas de Libre Comercio”. Entre ellas, la más conocida ha sido el “Tratado de Libre Comercio de América de Norte” (TLCAN), que hacia mediados de la década del noventa tuvo por proponente a la primera economía del mundo. Pero no fue la única, claro. En el contexto europeo, durante todo el período se desarrolló la tendencia histórica (de la posguerra) a la conformación de un gran espacio económico en el Viejo Continente, llevado a cabo en diferentes movimientos, desde la extensión del Mercado Común Europeo (años ochenta), pasando por el intento de conformar el Sistema Monetario Europeo, hasta la creación del euro, a comienzos de este siglo (Vidal Foch, 2015). También en Asia, para hablar de la otra región imperialista, la recuperación completa de esa región estuvo signada por los desbordes, en clave regional, del capitalismo nipón (Halevi y Lucarelli, 2002).

Y es aquí, en clave regional, en donde estriba la razón de ser la realidad económica, social y política, es decir, geográfica, de la “globalización”. La supuesta unificación absoluta del mundo no ha sido tal. Lo que hemos vivido es una regionalización del comercio mundial, por ejemplo, que es un producto de la principal propuesta de las geografías imperialistas, como consecuencia de una redefinición de la división territorial del trabajo en las vecindades, en los alrededores de los tres corazones (EE.UU., Alemania y Japón) de las grandes regiones del planeta (América del Norte, Europa Occidental y el Este de Asia) (Gejo y Berardi, 2015).

Estos tres procesos de regionalización han estado muy lejos de las construcciones “propositivas” que decían representar, es decir, como espacios amplios de homogenerización (económica, social y política). Por el contrario, como ya hemos dicho, han respondido a una adaptación de los imperialismos concretos a la exacerbación de la puja interimperialista, en marcha tras la crisis de los años setenta y definitivamente recrudecida luego de la disolución de la URSS (Unión Soviética).

En términos de esa división territorial del trabajo remodelada de la que hablábamos, México, el entorno europeo-oriental y los Tigres (las economías de rápido crecimiento de Asia del Este, a saber, entre las más importantes, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Tailandia, Hong-Kong), han oficiado de pivotes para una desindustrialización (relativa) en los centros imperialistas, forzada por la lucha en el espacio económico mundial, que agudizó tanto la porfía internacional como la opresión social (20).

7) Decididamente, y como no podría ser de otra manera, la disolución de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo en China fueron los dos hechos fundamentales que tiñeron políticamente la denominada “globalización”.

Como ya se dijo, la “globalización” produjo, ante todo, una ampliación del radio geográfico de la explotación de los trabajadores por parte del capital. Esta abarcó desde la explotación directa de una cantidad importante de trabajadores hasta entonces desvinculados del mercado mundial (por lo menos de una explotación directa), hasta diversas formas de explotación y/o apropiación de los recursos (naturales o construidos) de esos dos geografías constituidas a partir de las revoluciones sucedidas en el contexto euroasiático, en el marco de las dos Guerras Mundiales.

Pero tras una década de aparente irrestricta adscripción al “sistema occidental”, liderado por los EE.UU., ya a fines de esa década del noventa se mostraron los primeros signos de resistencia a la “unipolaridad” (21).

La década había sido testigo, en sus comienzos, de la invasión de Panamá (1989), apenas luego de la “Caída del Muro”, y después de la Primera Guerra del Golfo. Con estos dos hechos, el primero de impronta regional, aunque portador de un mensaje de indiscutible valor pedagógico, y el segundo, de inocultable trascendencia mundial, al ser protagonizado en el epicentro de una de las regiones vitales del mundo (22), la principal potencia imperialista se arrogó el derecho a una libertad de intervención sin cortapisa alguna, a la que consideraba como señera en cualquier caso, y por ende determinante para el establecimiento del Nuevo Orden Internacional.

El estado de cosas comenzó a modificarse a partir del año 2001, tras el atentado a Torres Gemelas en Nueva York. La posterior intervención en Afganistán y luego la Segunda Guerra de Iraq, pusieron al desnudo el carácter imperialista del intervencionismo estadounidense, que comenzó a tener algunos problemas de cohesión en el frente occidental, y a enfrentar la reticencia, primero, y resistencia, después, por parte de Rusia y de China.

8) La crisis de los años 2007-2008 significó el golpe definitivo para la subjetividad de aquel Nuevo Orden que George H. Bush creyó haber establecido por lo menos por varias décadas.

Finalmente, la declaración oficial estadounidense, en 2011, de la confirmación de una nueva directriz de política exterior, conocida como el “Pivote Asiático” (Panetta, 2013), ha permitido transparentar los principales trazos de una nueva geopolítica estadounidense, menos meso-oriental, más oriental, centrada ahora en la contención del ascenso chino.

La situación ha mutado severamente desde los momentos del apogeo de la “globalización”. En aquellos tiempos se asistió a la fantasía de entender al capitalismo como un mecanismo mercantil puro, abstracto, sin siquiera la necesidad de lo que después de las diferentes crisis económicas devino también en un nuevo cliché, el de la necesidad de su regulación (política).
Por ello tampoco es azaroso el “retorno” de la política, como ha sucedido primero en la periferia y luego en el mismísimo centro del sistema (23). Ni que ese retorno se haga a través de su forma más maciza, como enfrentamiento entre Estados, con la geopolítica como trasfondo.

9) La crisis del año 2008 también parece haber sido un parteaguas al respecto. El papel de estabilizador que jugó China en la década previa, desde la crisis de la periferia asiática de 1997 alcanzó su límite, porque el mismo modelo chino alcanzó sus propios límites. Es que el “modelo de acumulación” (por decirlo en los términos acomodados a cierto lenguaje analítico sistémico, tan en boga hace un tiempo atrás en la academia) que se generó alrededor de una “plataforma de exportación”, y que generó una utilización intensiva de una franja del país, halló, en la crisis del año 2008, la frontera de su expansión, modalidad con la que había crecido a un ritmo del 10% anual sostenidamente durante prácticamente tres décadas. Ese modelo, muy “ofertista”, de demanda contenida, es el que ha alcanzado su techo al parecer, por lógica consecuencia del freno de la economía mundial a partir de la crisis internacional estallada en el corazón del sistema.

La modificación del rumbo chino ha dado pábulo a diversas interpretaciones, entre ellas, las más difundidas, las que afirman que China virará hacia una forma de crecimiento mercado-internista, algo parecido, a la distancia, a la experiencia atravesada por América Latina luego de la crisis de 1930. Pero este tipo de ensayo, al que se lo describe y piensa casi como un proceso técnico, es mucho más que ello. Implica una gran transformación material, en última instancia, política, y que por su envergadura no sólo involucra el trastrocamiento del conjunto de las condiciones imperantes en China sino, también, en el conjunto de la región y hasta en el propio sistema mundial como un todo (24).

Notas

(1) Nos movemos, a tientas, en la línea reclusiana de aquello de ‘la historia es la geografía del pasado y la geografía es la historia del presente’. Para un conocimiento de los aportes de Eliseo Reclus, puede consultarse al respecto el trabajo de Rodrigo Quesada Monge (2015).

(2) El capital entendido en su sentido más complejo, como relación y como instrumento, como el indicador clave del desarrollo material (de las fuerzas productivas).

(3) Para una interesante revisión de los orígenes del concepto de “desarrollo desigual y combinado” puede recurrirse al artículo de Neil Smith (2010). En un breve pero prieto espacio se hace un repaso al origen histórico del concepto así como a su accidentado recorrido posterior que lo llevó a una virtual invisibilización, así como también se encontrará una provechosa aproximación al mecanismo concreto por el cual la dinámica del capital está obligada a generar, necesaria, inevitablemente, diferenciación espacial, diferenciación material, es decir, diferenciación geográfica. El regreso a este concepto por parte de Smith, no en términos de su historia personal, tampoco es el resultado de una casualidad, sino que se enmarca en el regreso ‘posglobal’ de la materialidad.

(4) La llamada “globalización” consistió, desde una perspectiva geográfica, en un claro manifiesto antimaterialista. Supuso, por lo menos, tres hipotéticos hechos que, conjugados, implicaban un verdadero mazazo contra la realidad. La primera de las ideas era que el capitalismo había abandonado todas sus restricciones, y se hallaba frente a la posibilidad de un crecimiento continuo; las crisis habían desaparecido, formaban ya parte de un pasado definitivo. Se hablaba por aquellos años noventa de un nuevo capitalismo, denominado turbo-capitalismo. La segunda idea estaba dirigida hacia la periferia del sistema mundial. En esta nueva era habían desaparecido los viejos problemas de las históricas desventajas posicionales de los capitalismos no centrales. El mercado mundial era, definitivamente, la maravillosa máquina del crecimiento que los liberales siempre habían pregonado. Las categorías problematizadoras, tanto la de periferia como la de dependencia, verdaderas creaciones intelectuales no europeas, producto de las experiencias históricas del desarrollo latinoamericano, dejaban de tener sentido. Por último, otra potente idea cerraba el círculo de la poderosa ideología finisecular. Las áreas centrales, las regiones imperialistas, hallaban la posibilidad ahora de coprotagonizar, asociadas, esta nueva etapa de la historia. Era un mundo transnacional el que venía, el de los viejos conflictos interestatales sería una cuestión del pasado. Como puede observarse, estos tres planteos quedaron refutados “en menos de lo que canta un gallo”. Debe reconocerse en el trabajo de Jorge Beinstein (1999), a una de las mejores y tempranas impugnaciones de esta ideología anti-geográfica.

(5) “El globalismo, al igual que la economía neoliberal, es un instrumento del imperialismo económico. La mano de obra es explotada, mientras los pueblos, las culturas y los ambientes son destruidos. Sin embargo, la propaganda es tan fuerte que los pueblos participan de su propia destrucción” (Craig Roberts, 2015).

(6) “La caracterización de la etapa en curso, que realiza la academia oficial y semi-oficial, como una “globalización” (se refiere al capital) reviste de un carácter histórico progresivo a la restauración capitalista en los ex estados obreros. La globalización del capital, sin embargo, es un fenómeno que llegó a su apogeo histórico hace mucho tiempo, con la plena formación del mercado mundial y la emergencia del imperialismo. Expresa la declinación del capitalismo, no su ascenso. La regresión histórica, que tiene un punto de culminación con la restauración capitalista en curso, tuvo su inicio con la contrarrevolución burocrática, que no fue más que la expresión de la presión de la economía mundial capitalista sobre un “socialismo” aislado en “uno” o varios países históricamente retrasados. La “globalización”, en tanto restauración del capital allí donde había sido expropiado, no constituye un avance sino un retroceso histórico, y conlleva, de un lado, la pérdida de conquistas históricas y sociales en esos países así como a nivel internacional. La “globalización” es la expresión ideológica de la destrucción del socialismo como perspectiva, la cual fue históricamente conquistada por el proletariado en dos siglos de lucha de clases” (Altamira, 2004).

(7) David Harvey se ha constituido en los últimos quince años en un intelectual de referencia. Algunos se han atrevido a decir que es, probablemente, el intelectual marxista más influyente de la actualidad. Cuando ello ocurre es que estamos en presencia de una conjunción de factores, comenzando por el hecho de que el autor posee el lenguaje apropiado para ese momento. Esta consagración del geógrafo inglés se enmarca en eso que podría llamarse la hora de la “desglobalización”. Y esta hora se escribe en clave geográfica. Y Harvey no ha faltado a la cita. Desde “El nuevo imperialismo” a “Breve historia del neoliberalismo”, para terminar con su reciente “Ciudades rebeldes”, el viejo profesor radical ha hecho un recorrido centelleante reimponiendo, casi oficialmente, el tratamiento del imperialismo, un concepto inexistente para la academia; realizando un balance de la etapa, yendo más allá de las usuales críticas que han emanado de las usinas heterodoxas; y ha culminado con un análisis de la geografía política por excelencia, las ciudades, ubicándolas en el epicentro de la transformación política, en un hecho que recuerda a la obra de Henri Lefebvre.

(8) Acerca del “retorno” de la geografía, veamos cómo la materialidad se aplica hoy, ahora como rasgo distintivo para entender la llamada cuestión china:
“¿Comercio transatlántico? Pertenece al pasado. La ola del futuro es comercio transpacífico mientras Asia ostenta 15 de los principales 20 puertos para contenedores del mundo (y China ocupa un lugar fundamental con Shanghái, Hong Kong, Shenzhen, Guangzhou). Lo siento, Gran Bretaña, pero es Asia –y particularmente China– la que ahora gobierna las olas. Qué contraste gráfico con los pasados 500 años desde que los primeros barcos comerciales europeos llegaron a las costas orientales a principios del Siglo XVI. Y además existe el espectacular ascenso de China tierra adentro. Esas provincias tienen una inmensa población de por lo menos 720 millones y un PIB que asciende al menos a 3,6 billones [millones de millones] de dólares. Como detalló Ben Simpferdorfer en su delicioso The Rise of the New East (Palgrave MacMillan), más de 200 importantes ciudades chinas con poblaciones estamos ante el ascenso de la mayor economía tierra adentro del mundo y eso cambiará la forma de China de ver el mundo. Desde las fábricas de Guangzhou a los banqueros de Shanghái todos comienzan a mirar hacia el interior, no hacia afuera. Esta nueva manera de China de ver el mundo –y a sí misma– ciertamente no forma parte del modo en que el mundo, especialmente Occidente, ve a China. En Occidente la prensa siempre habla de la desaceleración de la economía y palabrea sobre el estallido. La verdadera historia es cómo desarrollará y modernizará China sus ciudades medianas y grandes con poblaciones de más de 750.000 habitantes. La concentración de China en sí misma es ahora tan importante como la extensión de sus tentáculos por el mundo. Es el corazón del acelerado “impulso de urbanización” de Pekín” (Escobar, 2015).
O este otro relato:
“Asia está construyendo la nueva ruta de la seda. Además de los proyectos previstos en Kazajistán, Kirguistán, y Tayikistán, en Pakistán y Camboya, la llegada de la ruta de la seda a Rusia y Mongolia, y la declaración conjunta de Xi Jinping y Putin sobre el impulso de la cooperación en múltiples proyectos de construcción e infraestructuras entre la Unión Económica Euroasiática y el denominado Cinturón Económico de la Ruta de la Seda, inicia una dinámica que va a cambiar buena parte del mundo que hemos conocido. Porque la conexión de China con Asia central y meridional, con Oriente Medio y Europa es una de las claves del futuro, junto con la organización y articulación económica, en los dos continentes, de amplias áreas urbanas que cuentan con una población de más de treinta millones de habitantes cada una, y que ya desempeñan un papel determinante en China (Pekín-Tianjin-Binhai; Shanghai-Suzhóu-Wuxi; Chongqing-Luzhou; Hong Kong-Cantón-Shenzhen y el río de las Perlas, etc.), y que pronto lo harán en Europa occidental y Estados Unidos, así como en la India y el sudeste asiático (Polo, 2015).

(9) Hay un cuarto elemento en el análisis de Lenin, que es el resultante de los tres anteriores y que probablemente es el que más se ajusta a un análisis geográfico, geográfico-político: el reparto del mundo en áreas de influencia. Este punto es el que discutiremos con cierta extensión a posteriori. Sin embargo, antes de ello, nos permitiremos hacer un comentario más sobre el desarrollo que Lenin hizo del imperialismo. Como producto de este último punto que acabamos de mencionar, pero también como arrastre, como acumulado del resto de las características básicas, la definición más integral que Lenin hace del imperialismo es la que lo señala como una época de guerras y revoluciones. Guerras y revoluciones concentran, condensan, en términos políticos, las dinámicas y contradicciones que emergen de ese fenómeno denominado imperialismo.

(10) El análisis del capitalismo como geografía, o como una sucesión (o acumulación) de geografías históricas (Arrighi, 1999) fue la lógica que presidió aquel trabajo. Enmarcado desde un contexto como el de América del Sur, o más precisamente desde Argentina, fue un intento de racionalizar los constatables vaivenes a los que dio lugar la historia del país. Y más concretamente, fue un ensayo de explicación de la decadencia industrial del país, al margen de las visiones cortas, sean las “economicistas” o las “sociológicas”. Estas dos visiones, que son las usuales, las vulgares, forman parte de eso que se llama “sentido común”, y que tanto obstaculiza el real conocimiento de la historia fáctica y de la historia como movimiento. Ese trabajo fue, en resumen, una propuesta básica, un primer intento sobre el que construir un relato de otro tipo, que se encuentra aún pendiente.

(11) Una de las mejores descripciones de la geografía económica de esos años nos la ha provisto Albert Demangeon (1956). Este geógrafo francés realizó un minucioso análisis de la economía internacional emergente tras la crisis de 1930. Hizo un preciso contrapunto de las principales potencias capitalistas, manifestando las fortalezas y debilidades intrínsecas de las tres principales geografías, EE.UU., Gran Bretaña y Alemania. Pero además, Demangeon propuso un abordaje incisivo de la crisis capitalista, comenzando por vincular orgánicamente la evolución de los sectores primario y secundario, recurrió a un novedoso enfoque de oferta, amparado en una definición de la crisis como de carácter estructural, y una perspectiva mundial (internacional), que bien podría ser aún válida para refutar la puerilidad de la “globalización”. En el caso del enfoque de oferta de la crisis, su planteo fue una crítica anticipada de las respuestas keynesianas posteriores (los enfoques de “demanda”), y en oposición tajante a lo que muchas décadas después reapareció como economía “ofertista” o “vudú” por parte de los conservadores “neoliberales”

(12) Disociar la oferta de la demanda no es un fenómeno extraño para la economía burguesa. De hecho, las dos corrientes troncales, la “ortodoxa” y la “heterodoxa” (para decirlo de una forma gruesa, directa), lo han hecho, y lo siguen haciendo y proponiendo. El “ofertismo” fue la punta de lanza de la ofensiva conservadora, “neoliberal”. Y las posiciones keynesianas han hecho lo propio con la demanda o el enfoque de demanda. Esta separación conceptual no es una cuestión baladí; les ha permitido también olvidar la imposibilidad fáctica de dicha situación. Los “ortodoxos” han pensado en todos estos años en la posibilidad de una sociedad “posindustrial”, una sociedad de “servicios”, de servicios girando en el vacío. Los “heterodoxos”, los “progresistas”, que han hecho del “aislamiento” de la demanda también un culto, con ello ocultan (o han pretendido hacerlo) la ligazón entre la oferta y la demanda. Y no sólo por restricciones cuantitativas, que es el planteo de los conservadores. Los planteos de demanda omiten la restricción social, la restricción política de la cual emergen. La llamada restricción externa como límite de un ensayo pro-demanda, pro-consumo, no es sino otra forma de elaborar “técnicamente” un problema eludiendo la contextualización de los marcos de opresión imperialista (internacional) y de clase (nacional).

(13) La década del setenta fue un período en el que reinó el pesimismo sobre el futuro de los EE.UU. La derrota en Vietnam (1975), las revoluciones en Irán y Nicaragua (1979) y la invasión soviética a Afganistán (1979), generaron una ambiente de derrota en la opinión pública estadounidense, que terminó consumiendo al gobierno demócrata de James Earl Carter, el predecesor del gobierno republicano de Ronald Reagan.

(14) La participación de Asia en el comercio mundial se duplicó en poco más de tres décadas, desde los años ochenta, pasando de menos del 15 % a más del 30 % del movimiento mercantil internacional (Gejo y Berardi, 2013; Gejo y Lion, 2015).

(15) El yen y el marco fueron los blancos dilectos de la salida del Acuerdo de Bretton Woods. Estas dos monedas pasaron a apreciarse tendencial y ostensiblemente respecto de la moneda estadounidense. Las consecuencias quedarían marcadas, como no podría ser de otra forma, en la geografía económica internacional.

(16) La Reserva Federal ha sido el corazón de todo este período; fue la política monetaria la viga maestra de la estrategia estadounidense. Desde la temprana respuestas de Paul Volcker, al frente de la Reserva Federal bajo la administración Carter, que inició un ciclo largo de tasas altas para “aspirar” capitales y precipitó la primera crisis de la periferia latinoamericana a comienzos de los ochenta, hasta el extenso “reinado” de Alan Greenspan que, con casi dos décadas al mando de ese organismo, signó la política monetaria internacional a través de los pulsos que le imprimió a la política monetaria de EE.UU. Greenspan fue el responsable de la “exuberancia irracional” de las “mercados” de los noventa, dando lugar a una especulación en escala, accionaria, cambiaria e inmobiliaria. Es decir, lo que luego se consideró como el período de las “burbujas”, y que bajo la regencia de Greenspan, en forma sedicente, se definió como el de la “Gran Moderación”.

(17) Le ha correspondido a David Harvey (2003) el desarrollo de un concepto que ha tenido luego un amplio recorrido. Nos referimos a de la “acumulación por desposesión”. Con él Harvey pretendió señalar los tiempos del “neoliberalismo” de una forma clara, contundente. La “acumulación por desposesión” tuvo varios aciertos. El primero de ellos precisamente el de estigmatizar al “neoliberalismo”. El segundo, el vincular los cambios en el capitalismo a ajustes geográficos; las crisis y sus resoluciones se geografizan. Una tercera cuestión, racionalizando la financierización de la economía capitalista. En cuarto lugar, la necesaria “solución” por la vía de una confiscación o saqueo. Y, finalmente, en quinto lugar, la imposibilidad de la disociación de las esferas económica y política (Harvey, 2007); mucho menos en los momentos de crisis.

(18) Le cupo al presidente estadounidense Richard Nixon, justamente en el año 1971, dejar sentada una frase que hizo historia: “Ahora somos todos keynesianos”. Un conservador acérrimo dando cuenta, con sus palabras, del dominio que para la época tenían las políticas keynesianas. En ese preciso momento, Milton Friedman y los círculos intelectuales de la Universidad de Chicago “velaban las armas” de la reacción “neoliberal, que se haría presente tan pronto como se desarrollara la “crisis del petróleo” en 1973.

(19) El “neoliberalismo” ha representado un período de fuerte intervención estatal, contra lo que habitualmente se dice de él. Lo fue en sus orígenes, cuando hizo el debut en la periferia, en América del Sur, de la mano de feroces dictaduras, como lo fue la pinochetista, en Chile, en 1973. Y lo fue también cuando se desenvolvió en los países imperialistas. Las dos versiones más clásicas, la británica de Thatcher y la estadounidense de Reagan, acometieron una feroz embestida desde el Estado para lograr sus objetivos. Thatcher presidió una ofensiva antisindical en el marco de un proceso de desindustrialización del país, unido a una profundización de la financierización de la City. Reagan, mientras tanto, lanzó el programa conocido como la “Guerra de las Galaxias”, una versión acendrada del keynesianismo militar (Cypher, 2006), acompañado por una política monetaria que le permitió absorber una gran cantidad de capitales que sufragaron el acrecentado gasto público que generó por entonces un déficit fiscal pronunciado. La versión tradicional que reduce el “neoliberalismo” a una realidad rehén del mercado es simplemente una falacia. En una economía capitalista imperialista pretender hablar del mercado disociándolo del Estado constituye un verdadero disparate. Si con Lenin se planteó aquello de “la política como economía concentrada”, en el “neoliberalismo”, es decir, en el “keynesianismo financiero” (Bellofiore, 2015), “la economía es política concentrada”.

(20) Uno de estos ejemplos lo constituye la “maquila”, que responde a la experiencia de industrialización mexicana de las últimas décadas “a caballo” de la vecindad con el mercado estadounidense, reforzada por el Tratado de Integración de América del Norte, puesto en marcha en 1994. La maquila no puede ser considerada una nueva fase de industrialización del país, superadora de la tradicional fase de sustitución de importaciones que México atravesó hasta los años 80, cuando detonó la crisis de sus deuda externa (año 1982). Sí permite la maquila, como ejemplo paradigmático, refutar las “teorías” en boga acerca de las “cadenas de valor agregado global”, una oferta antigeográfica del “desarrollismo tardío” o del siglo XXI (Para una muestra de este tipo de planteos, se puede consultar a Castro, 2015).

(21) Por “unipolaridad” suele entenderse el período que va desde la desintegración de la Unión Soviética (1991) hasta la crisis del año 2008, aunque algunos lo reducen al año 2003, momento de la invasión de Iraq. En este período el dominio estadounidense se habría encontrado indisputado y se correspondió con el denominado “Nuevo Orden Internacional” y el vuelo que tomaron los conceptos de “ultraimperialismo” o “súper-imperialismo”.

(22) El Medio Oriente es la región proveedora de petróleo por antonomasia. Es la única periferia cuya proyección comercial ha crecido desde 1945 a la actualidad, a pesar del conocido “deterioro de los términos de intercambio”. También hemos dicho que ocupó un lugar de privilegio en el momento de la redefinición de Bretton Woods. No puede quedar al margen de esta mención el actual proceso de transformación de la ecuación de poder en esa región. La aparente declinación de Arabia Saudita e Israel y el paralelo ascenso de Irán bien puede ser un indicador fiable de “vuelta de página” en el sistema internacional, como correlato evidente del denominado “pivote asiático”.

(23) Nos referimos a la ola de cambios generados en América Latina desde fines de los años 90, comenzando por el ejemplo venezolano. La región asistió a un período de recambio generalizado de gobiernos, ocupando la escena regímenes políticos “progresistas”. Luego de la crisis de 2007/08 se abrió un segundo frente en lo que se conoció como la “Primavera árabe” y, finalmente, por efecto de esa misma crisis hemos visto ramalazos en el mismo centro del sistema, preferentemente en el sur de Europa, con Grecia y España en primera línea. A los que se han sumado las experiencias del Brexit y del acceso de Trump al gobierno de los Estados Unidos.

(24) Qué mejor ejemplo de esto último que acabamos de decir que constatar los vaivenes de la política exterior estadounidense, que ha pasado de las dos propuestas de mega-acuerdos comerciales intercontinentales (Transpacífico y Transatlántico), auspiciadas por la administración Obama -y que consistían en la presentación de dos grandes proyectos tendientes a generar las mayores regiones abiertas al “libre comercio” jamás existentes, pero que en realidad eran una “vuelta de tuerca” más en dirección a establecer un chaleco de fuerza económico-político imperialista, tratando de cerrar el paso a una hipotética proyección euroasiática china-, a las propuestas dinamitadoras de esos dos proyectos por parte de la administración de Donald Trump, que aparentaría ahora un repliegue táctico sobre la defensa del mercado interno estadounidense y su periferia inmediata, la del antiguo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con el fin de generar una mayor proyección o penetración del capital estadounidense en las regiones de los imperialismos contrincantes (Bueno, 2105; Dinucci, 2015 a y b; Escobar, 2015; Jalife-Rahme, 2015 a y b; Navarro, 2015; McCoy, 2015).

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Geografía de la “desglobalización”

Omar Gejo, Gustavo Keegan y Alan Rebottaro

1453

Se viven tiempos de aceleración histórica. Esta aseveración puede ser una manifestación prácticamente incontrastable. Pero también lo es que esta aceleración discurre por sendas diferentes a las que hasta hace algunos años atrás se vinculaba este particular momento de la historia de la humanidad.

Nos estamos refiriendo, claro, a eso que se denominó “globalización”, y que alcanzó su cenit allá por los años noventa. Aquellos años noventa que hoy parecen tan distantes, e incluso refutados por su antítesis o antípodas. Es que si los noventa eran la expresión consumada del dominio de Occidente, desde hace una década más o menos se ha hecho innegable el creciente papel de Oriente, y particularmente de China.

Esta verdadera ruptura geográfica comporta un fenómeno de una magnitud difícil de asimilar y está llamada a prohijar muchos de los acontecimientos de significado o alcance mundial que ocurren ante nuestros ojos (1).

En el centro de este nuevo escenario hallamos la fulgurante irrupción de China como un mega-estado, con la capacidad de proveer parte de su propio vértigo a parcelas cada vez más importantes del mundo. China se ha convertido en un actor relevante a escala internacional, al que probablemente su estatus regional, al que los analistas remiten, le queda estrecho (2).

Un ejemplo del estado de ánimo imperante al respecto en “Occidente” nos lo da un artículo del diario El País, de Madrid, España, con el que se cierra el año 2019 y se recibe el presente año 2020: “Bienvenidos a 1453”. En él un intelectual español concibe a este tiempo como uno parangonable al histórico año de la Caída de Constantinopla, que para los historiadores señala el abandono de una era, la Edad Media, y el acceso a otra, la Edad Moderna.

Pero veamos qué nos dice Jorge Marirrodriga (2020):

“Europa ya no es el centro y ve cómo se agranda la brecha tecnológica entre ella y otros actores mundiales. Como en un Tratado de Tordesillas moderno, China, EE.UU. y Rusia se han repartido el mundo”.

Queda en evidencia el estado de asombro, de perplejidad ante un mundo que está cambiando, y mucho, en una dirección que un europeo siente como desfavorable.

Pero pese a todo lo vertiginoso que puede ser este proceso que presenciamos, la realidad es que se ha ido desarrollando a lo largo de una buena parte de la etapa que hemos transitado desde los años noventa.

Comenzaremos por un antecedente inmediato, primero, y luego nos referiremos a uno mediato de un proceso de refutación de la ideología de época, que es la globalización.

En el año 2017, en el mes de abril, en vísperas de una elección en el Reino Unido, el dirigente del laborismo, Anthony Blair, hizo gala de un preciso análisis materialista, capaz de comprender la evidente mutación de carácter histórico que enfrentamos. Blair, el ex-premier del laborismo que gobernó entre 1997 y 2007, una década después de su paso por el ejecutivo británico es perfectamente conciente de cuál es la instancia que vivimos:

“La lógica europea es más fuerte hoy que nunca. Lo que está sucediendo hoy es que tu población determina el tamaño de tu economía, como sucedía hasta la revolución industrial. China, India, los países con grandes poblaciones van a tener un gran poder. Los europeos seremos potencias medias o pequeñas, la única manera de defender nuestros intereses y valores es unidos. La importancia de Europa hoy tiene que ver, más que con la paz, con el poder” (Guimon, 2020).

Blair enfrentaba una elección perdidosa de antemano para el partida laborista, pero creía vital lograr la mayor cantidad de escaños posibles para combatir la deriva ‘antieuropea’ del gobierno del partido conservador. Y a la hora de defender el erosionado proyecto europeo realizó un análisis de una profundidad histórica tan importante como el de Jorge Marirrodriga. Es un crudo reconocimiento de una transición histórica, de la decadencia occidental, sobre todo de la europea, y del ascenso de Oriente. Pero lo más sorprendente, y hasta revulsivo para los cánones prevalecientes, es el ligar el tamaño de una población al tamaño de una economía, es decir, la determinación por la demanda potencial, una verdadera herejía para el “ofertismo” de todos estos años conservadores.

Para Blair, el mundo, que fue europeo durante varios siglos, está comenzando a dejar de serlo, y si nos atenemos a su lógica ello ocurrirá de una forma inevitable.

Sin embargo, ya hemos adelantado que esta lógica blairista es en buena medida tardía, que ha habido otras señales en el mismo sentido antes, y que fueron alertas tempranas del mutante curso de la historia, o si queremos, de la historia labrada como geografía (3).

Para ello debemos remontarnos hasta los momentos iniciales de este siglo, y más precisamente a un año emblemático, el 2001. En ese momento, James O’Neill, un economista de la casa financiera Goldman Sachs, escribió un documento, “Building better global economic BRICS”. James O’Neill fue el creador de este acrónimo (BRIC), resultante de la identificación de cuatro economías (en realidad, países) con un favorable destino o por lo menos de buenas perspectivas para su desarrollo. Estos países eran Brasil, Rusia, India y China.

La elección de estos cuatro países no era azarosa, contingente; todos representaban materialidades concretas: superficies extensas, poblaciones importantes, recursos naturales en cuantía y calidad. Los cuatro países, con un gran potencial de crecimiento sobre el desarrollo de sus mercados internos, representaban una contradicción flagrante con el modelo de crecimiento propuesto como ideal durante la década precedente.

El documento de O’Neill fue totalmente funcional al momento que se comenzaba a vivir; fue una lógica respuesta a la crisis de 1997, la “Crisis Asiática”, y comportó un repliegue respecto de los llamados “mercados emergentes”, tan distinguibles durante los años 90 (4).

De los mercados emergentes a los BRIC era algo más que un cambio nominal, era una acabada expresión de regreso de los sueños liberal-mercantiles de aquellos “años de oro” de la globalización.

1989

La globalización se constituyó en la ideología oficial durante la los años noventa, tras la “Caída del muro” (1989), hecho éste de una densidad política innegable.

Como idea, la globalización ya estuvo presente desde los años ochenta, atribuyéndose al profesor Theodore Levitt, de la Escuela de Negocios de Harvard, su paternidad, en 1983, a través de un trabajo cuyo título fue “La globalización de los mercados”. Sin embargo, como acabamos de señalar, “1989” es un acontecimiento que le permitió explotar su universalidad. Tamaña resonancia sólo pudo alcanzarse en el marco de una constatable debilidad conceptual, lo que no constituyó obstáculo alguno para su entronización como la idea vertebradora de la comprensión de la realidad.

Digamos que la proyección de este “concepto” ha tenido por víctimas directas a la historia y a la geografía, y sobre todo a esta última. Y por supuesto, globalización es la antítesis del imperialismo, fenómeno y concepto elucidado por V.I. Lenin a principios del siglo XX. Esta es la característica central de la presencia de este “concepto” noventista (5).

Para lograr una rápida, una sintética aproximación a los significados del término globalización podemos decir lo siguiente:

1) En primera instancia, implica una reducción drástica de la distancia geográfica, producto ello de una revolución científico-técnica transferida al campo del transporte y sobre todo de las comunicaciones. Este hecho supone la posibilidad abierta de una circulación casi ilimitada, irrestricta. Una figura habitual era la del aplanamiento de la Tierra. Thomas Friedman, con su “La Tierra es plana”, podríamos decir que casi es un reflejo tardío, un estertor de esta ofensiva ideológica (6).

La globalización significaba, entonces, la probable virtual “indiferenciación material” producto de la libre circulación de los factores de la producción, resultante ello de la casi instantaneidad alcanzada por el salto cualitativo tecnológico. En suma, las diferencias preexistentes eran susceptibles de ser superadas por la circulación continua del capital.

2) En segunda instancia, frente a esta arrolladora acción del vendaval tecnológico, habilitador de una circulación frenética, se alzaba la tensión entre el mercado (proactivo) y el Estado (reactivo). Frente a la posibilidad abierta de una libre circulación sólo la presencia de los Estados se erigía en la valla para la construcción de un mercado universal, global. Esta tensión es la que se manifestó desde los años setenta, que se corporizó en eso que se denomina “neoliberalismo”, y que podría resumirse en “menos Estado, más mercado”. Las propuestas de Reagan y Thatcher, en EE.UU. y Reino Unido respectivamente, fueron los mástiles para esta bandera mercantil (7).

Por supuesto que estamos ante una caricatura de caracterización de estos acontecimientos; sin embargo, este fue el terreno de una pretendida discusión intelectual, necesariamente ideológica sobre ellos.

La pretendida globalización y el supuesto neoliberalismo no han sido tales como se los ha descripto, explicado, conceptualizado. Ello no les ha restado capacidad de supervivencia e incidencia aún más allá de ciertos estrictos límites impuestos por la misma realidad.

1914

La geopolítica está de regreso. Y de tal forma que su presencia es casi asfixiante, hoy no hay tema que escape a su sobredeterminación.

Este apabullante presente es en realidad una manifiesta refutación de los supuestos significados de la globalización. Es, por tanto, de una importancia crucial, aunque sus derivaciones suelen pasar inadvertidas.

El “regreso” de la geopolítica es la forma que adquiere el también “regreso” de la geografía. Es la manifestación que adopta la reincidencia del factor geográfico a través de su vertiente más “humana”, es decir, como geografía política. La constatación de la existencia de recortes geográficos de ese mundo que se creyó, hasta el límite, un globo; recortes que poseen una identidad propia, presidida y labrada por la presencia de aparatos estatales.

Esto es lo que permite interpretar el “regreso” tanto de la geografía como de la geopolítica.

Pero esta vuelta briosa de la geopolítica fue acompañada por la reposición en escena de otro olvidado, el concepto de imperialismo. Puesto en vigencia por Lenin, a principios del siglo pasado en el convulsivo contexto de la Primera Guerra Mundial, tuvo un período de auge en la vida universitaria en las décadas del sesenta y setenta. A partir de allí, durante los conservadores años ochenta fue recluido y se tornó prácticamente invisible.

Tras casi dos décadas largas de destierro, de ostracismo, regresó con las intervenciones del imperialismo estadounidense en Medio Oriente. La segunda Guerra de Irak marcó el clivaje, y su “regreso” fue apurado por la reposición que de él hizo David Harvey en ese año 2003.

El imperialismo es, ante y por sobre todo, una forma de sobreacumulación, o mejor dicho, es una geografía de sobreacumulación. Es decir, es la manifestación más material de aquello que se llama ‘alta composición orgánica de capital’.

Como alta densidad concreta de capital, se trasforma en una propia traba para su reproducción ampliada. Esto es lo que torna al imperialismo en el principal factor desestabilizador de la realidad mundial. La exportación de capital es una necesidad, la exportación de sus contradicciones de conjunto, también. La caracterización de nuestra época, la del imperialismo, como una época de “guerras y revoluciones”, fue la aproximación dinámica que Lenin realizó para retratar de qué se trata este momento de la historia de la humanidad.

La Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial fueron dos grandes escenarios para esa caracterización leninista. La Primera Guerra, conocida como la Guerra Europea, dejó en pie las contradicciones del capitalismo imperialista europeo, aunque golpeó decisivamente a la periferia de la geografía imperialista europea. Europa Central, Europa Oriental y el Sudoeste de Asia y Medio Oriente fueron conmovidos por el desarrollo y desenlace de esta gran confrontación. Los desmembramientos de los Imperios Austro-Húngaro y del Imperio Otomano reconfiguraron dos regiones importantes para la evolución futura de Europa. A la par, la Revolución Rusa fue el cambio más importante que legó aquel conflicto, produciendo la primera expropiación al capital, arrebatandole una vasta geografía desde el mar Báltico al océano Pacífico. Una monumental amputación, con consecuencias que se arrastraron durante todo el siglo.

Dos décadas después se desarrolló la Segunda Guerra Mundial, una contienda de más de un lustro (1939-1945), que equivalió a una segunda vuelta de la primera gran conflagración. Pero la Segunda Guerra Mundial ya fue un enfrentamiento mundial, envolviendo a casi todo el hemisferio Norte en una encarnizada lucha.

De ella emergió el mundo bipolar, bajo la porfía entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Un mundo que alcanzó a sobrevivir algo más de cuarenta años. Esta guerra dejó al mundo “occidental” bajo la hegemonía estadounidense, así como la Unión Soviética extendió su influencia sobre Europa Oriental.

Como resultado de esta contienda también se generó la descolonización en escala de los contextos asiático primero y africano después. Esto como producto del fin de las esferas coloniales de las viejas potencias de Europa Occidental, fundamentalmente de Inglaterra y Francia. La nueva geografía política resultante, sobre todo en Asia, haría imposible el análisis de la realidad actual internacional si se la omitiera.

Un caso ejemplar, paradigmático, lo es China. Como un subproducto de la Segunda Guerra Mundial, a cuatro años de su dilucidación, de su definición, se produjo la Revolución China en octubre de 1949. Con ella, un espacio de más de ocho millones de kilómetros cuadrados y centenares de millones de habitantes, protagonizó la segunda amputación de la geografía del capitalismo. Y tras ello, en los siguientes años se producirían importantes cambios en el mapa político asiático: las penínsulas de Corea e Indochina fueron el epicentro de conflictos políticos abiertos, es decir, armados. En el caso de Indochina, la inestabilidad se extendió hasta mediados de los años setenta, cuando Vietnam pudo unificarse tras la victoria que Vietnam del Norte obtuvo sobre Vietnam del Sur, un régimen sostenido con ferocidad militar por los Estados Unidos. La caída de Saigón, capital de Vietnam del Sur, el 30 de abril de 1975, culminó la gesta definitiva de la emancipación vietnamita.

Toda esta remoción que generó la Segunda Guerra Mundial fue la base para un período de crecimiento sostenido y que abarcó desde el mismo fin de la confrontación en 1945 hasta los años 1973/74, momento de la llamada “Crisis del Petróleo”. Este período, conocido como el de los “Treinta Gloriosos”, fue una etapa de crecimiento y convergencia entre las tres geografías históricas del imperialismo. Este movimiento “virtuoso” tripartito se sustentó en la indisputada hegemonía estadounidense tras la victoria aliada en la guerra de 1939 a 1945. Con la derrota de sus oponentes (Alemania, Japón e Italia) y la victoria asociada pero pírrica de sus aliados (Gran Bretaña y Francia). Con Europa Occidental y Japón como laderos, EE.UU. constituyó lo que podríamos denominar como el bloque occidental, dentro de lo que se llamó el conflicto Este/Oeste.

Ese cuarto de siglo de recuperación de la economía capitalista se basó en la destrucción del capital sobrante que generó la guerra, así como también en la generación de un orden claramente establecido alrededor de la jefatura estadounidense y del entrelazamiento de las tres sedes históricas del capitalismo imperialista, consecuencia de la conjunción de lo primero y lo segundo.

En suma, el Orden de Posguerra (o Pax Americana) gozó de un cuarto de siglo de plena recuperación, hecho que se torció a partir de fines de los años sesenta, tomándose como bisagra a la “Crisis del Petróleo”.

1973

La crisis de los setenta quebró el orden económico de posguerra. La economía mundial había alcanzado un nuevo límite, producto de la rápida reconstitución de las geografías imperialistas subordinadas a los EE.UU., las de Europa Occidental y el Japón. Fue lo que definimos en su momento como la “tripolaridad” (8). Esta caracterización era precisamente la expresión de este límite alcanzado. Los aliados imperialistas de EE.UU. comenzaban a dar muestras de que podían ser antagonistas comerciales.

En este marco EE.UU. rompió el acuerdo de Bretton Woods, dando inicio a una política devaluatoria del dólar que, hasta aquí, había sido el ancla de un sistema de tipos de cambio fijos presidido por la divisa estadounidense a su vez atada al oro. Este esquema monetario es el que permitió, entre otras cosas, el contexto de recuperación de la Posguerra. Esta ruptura unilateral del acuerdo de Bretton Woods fue acompañado de un acuerdo ‘secreto’ estadounidense-saudita, a través del cual el mercado petrolero quedaba unido al dólar. De esta manera, la demanda del dólar quedaba asegurada, y mucho más cuando el precio del petróleo asistió a un alza inusitada tras la crisis petrolera del año 1973.

Toda la década del setenta será recordada por un proceso inflacionario y una tendencia al estancamiento, lo que se conoció como “estanflación”. También esos años estuvieron signados por un notorio pesimismo sobre el futuro de los EE.UU., alcanzando este clima un momento culminante en el segundo lustro de esa década, coincidiendo esto con el gobierno de James Earl Carter y los acontecimientos políticos de magnitud de las Revoluciones Islámica en Irán, la Nicaragüense y la invasión de Afganistán por parte de la URSS, acaecidos durante el año 1979.

De conjunto, la situación pareció cambiar de curso cuando se produjo el acceso al gobierno de los conservadores en Londres y de los republicanos en Washington.

El conjunto de las áreas imperialistas se hallaban en una situación de sobreacumulación. Y la respuesta adquirió dos dimensiones. Una “geográfica”, otra económico-política. La “geográfica” es la que se conoció, en los años ochenta como “globalización”, la económico-política es la que se caracterizó como “neoliberalismo”

Ni la “globalización” ni el “neoliberalismo” han significado lo que se ha dicho de ellos como procesos. La “globalización” no fue la unificación absoluta del horizonte geográfico, en tanto que el “neoliberalismo” no ha sido una retirada del Estado de la realidad económica, política y social. Muy por el contrario, sostenemos que la ‘nacionalización’ del capital y la intervención estatal concomitante han sido y son signos vitales de esta época. El “retorno” del imperialismo y de la geopolítica es una acabada muestra de todo ello.

Este período de “globalización”, que podría ubicarse entre la crisis de los años setenta y la actualidad, o más precisamente hasta los años 2008/2011, ha estado jalonando por sucesivas crisis económicas de envergadura. A modo de aproximación primaria diremos que las crisis de 1987 (colapso de Wall Street), de 1997 (Asiática) y 2008 (quiebra de Lehman Brothers) han determinado el curso de los acontecimientos. Cada una de ellas fue dándole forma a la etapa, constituyendo cauces para el desarrollo del ciclo económico.

Estos momentos determinantes no han permanecido al margen de los virajes políticos, y en este aspecto un elemento crucial para la época fue la “Caída del Muro”, hecho de una magnitud histórica, acontecido en 1989, y que puso en crisis al orden político de la Posguerra, desencadenando una ofensiva geopolítica estadounidense que marcó a fuego la década siguiente, conocida como el decenio de la globalización por antonomasia (9).

Como anotación mínima al respecto, cabe recordar el asalto a Panamá a fines de 1989, una acción dedicada a definir claramente la decisión, voluntad y descaro de los EE.UU. para hacer cumplir sus órdenes en la región. Una señal inequívoca, adentro y afuera de América Latina. Esta acción internacional ‘ejemplarizadora’ fue continuada el año siguiente 1990/91, cuando EE.UU. al frente de una coalición internacional intervino en Kuwait para poner fin a una corta ocupación de ese país por parte de Irak. Esta intervención fue un precedente importante para una larga intervención en los Balcanes, proceso que se extendió durante toda la década del 90 y finalizó con el desmembramiento de la antigua Yugoslavia. El antecedente balcánico fue muy importante, ya que fue el punto de partida de una directa intromisión en el Cáucaso primero, y luego, definitivamente, en Medio Oriente todo y Asia Central (10).

Todas estas acciones no podían pasar inadvertidas. En términos geopolíticos representaban un pronunciado avance sobre el espacio periférico inmediato de la recientemente extinta URSS, una intervención que se montaba sobre evidentes y recurrentes problemas locales y regionales que se habían agudizado precisamente en el contexto del desvanecimiento del anterior “chaleco de fuerza” que había implicado la Guerra Fría.

La “globalización” es planteada como una abierta competencia por el mercado mundial, un mercado ‘global’, virtualmente accesible desde todos los confines del planeta. Esta idea es un absurdo geográfico per se, sin embargo, ello no fue un obstáculo, ni mucho menos, para que esta peregrina idea se difundiera casi universalmente. La realidad, empero, a poco de ser observada y analizada es rotundamente negadora de este credo vulgar.

La era de la “globalización” ha sido en términos de comercio internacional, por su parte, un momento de regionalizaciones defensivas por parte de los tres imperialismos históricos. EE.UU. a través del Tratado de Libre Comercio para América del Norte es un ejemplo claro de esta tendencia. No menos clásica es la experiencia de la integración europea, que en los setenta y los ochenta alcanza a conformar la totalidad de su forma integrativa, antes de los años noventa. El caso del Japón tampoco escapa a esta manifestación de “regionalismo imperialista”, claro que lo hace desde una posición de mayor vulnerabilidad geográfica. El Japón montó un puente exportador mediante la utilización de los “Tigres”, al no poder escapar a la determinante demanda del gran mercado estadounidense (11).

Estas regionalizaciones, esgrimidas como procesos de complementariedad progresiva, no han podido eludir el mar de contradicciones que emergen de las entrañas del capitalismo imperialista.

La crisis del año 2008, finalmente, ha reforzado las insalvables limitaciones de las formaciones imperialistas, con tendencia a la agudización de los conflictos producto de las instancias diferentes del desarrollo desigual y combinado, expresión última de una geografía imperialista. Algunas manifestaciones de estas limitaciones son, por ejemplo, el papel de trampolín no deseado de México para el mercado norteamericano, que ha sido penetrado por inversiones asiáticas, que por intermedio del país azteca acceden al mercado estadounidense. En el caso europeo, la moneda única, el euro, se ha constituido en ‘chaleco de fuerza’ que las economías más débiles de la zona no logran sobrellevar. A la par que la “Caída del Muro” facilitó y abrió un frente industrial alternativo en Europa Oriental, promoviendo una nueva división territorial del trabajo, alrededor de la locomotora alemana.

Mientras tanto, la escena asiática, mucho más compleja, y que recibió fuertes presiones por parte de EE.UU. dirigidas a comprimir al capitalismo nipón, dio por resultado, al cabo de la década del noventa, el ascenso incontenible de China.

2001

El siglo debutó con una abierta intervención estadounidense en Asia Central y Medio Oriente. El atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fue la puerta de entrada a una larga década de una ofensiva político-militar. Las guerras de Afganistán y de Irak, esta última en su segunda versión, descubrieron el velo nuevamente acerca del significado profundamente político de una acción militar. Los regresos de Clausewitz y de Lenin fueron necesarios, y el imperialismo hizo también su reaparición en la discusión académica, por lo menos en sus sectores más comprometidos (12).

La acción del año 2001 en Afganistán, que fue inmediatamente seguida tras al atentado de Nueva York, también se llevó a cabo en el contexto de una crisis económica importante conocida como la crisis de las empresas punto.com, las llamadas “empresas tecnológicas”, herederas de la vorágine de los años noventa y de la “Guerra de las Estrellas” de los ochenta, el monumental gasto en defensa de Ronald Reagan a comienzos de aquellos años. Esta crisis de las punto.com fue entonces el telón de fondo de una gran ofensiva sobre una región estratégica para el sistema mundial. Al cabo de dos décadas, tanto Afganistán como Irak no han recuperado la estabilidad estatal y las fuerzas estadounidenses aún mantienen una presencia de tropas, un objetivo primordial de su acceso por la vía de las armas en dicha región.

Esta gran etapa, que devolvió a la geopolítica a la discusión, tuvo un primer límite en la nueva crisis económica de los años 2007/2008, una crisis financiera profunda, que puso en peligro la estabilidad de las principales firmas financieras y bancarias cuando se produjo el derrumbe de los precios inmobiliarios, y que en buena medida le dio el nombre al fenómeno, al que se denominó la crisis de las hipotecas sub-prime. Esta crisis, que se manifestó en el corazón del capitalismo desarrollado, obligó a una intervención desnuda de los Estados, intervención que fue abierta, rotunda, para lograr el salvataje de los grandes actores económicos jaqueados.

De pronto, el “neoliberalismo” pareció quedar al descubierto para aquellos que habían creído en una antítesis entre el Estado y la economía de “libre mercado”. Un credo que está bastante extendido, en el que abrevan por diferentes razones o motivos tanto conservadores como progresistas.

Este desvelamiento estuvo en la base de una corriente de descontento que atravesó todo el capitalismo central, preparando el terreno para una segunda vuelta del “populismo”, ya no como había ocurrido tras la crisis asiática en América Latina preponderantemente, sino que ahora surgía en las adyacencias mismas de los países imperialistas. Los países de la Europa del sur, primero, y luego en los países de Europa Oriental, fueron casos paradigmáticos de este momento de desasosiego (13).

Esta ola de descontento fue el preámbulo del Brexit británico y del acceso de Donald Trump al gobierno estadounidense, dos experiencias cabales del ingreso del capitalismo central a la ola “populista” de la periferia de fines de los noventa y principios del siglo.

La gestión de Obama debió asumir en plena crisis del año 2008, una crisis económica seguida de esta ola de manifestaciones de hastío respecto de lo que se ha definido como “neoliberalismo” o que en términos de EE.UU., podría denominarse “populismo de Wall Street”, una caracterización irónica más cercana a la racionalidad del “neoliberalismo” (14).

Este creciente descontento en el hemisferio norte fue el preludio, un antecedente inmediato, a los cambios en política exterior estadounidense, que terminó por darle nueva forma a la creciente confrontación en el campo internacional (15).

En el caso de EE.UU., país rector de la política internacional, la crisis fue encarada con una modificación no menor en sus lineamientos. La secretaria de Estado de Barack Obama, Hillary Clinton, dio luz en 2010 a un nuevo enfoque estratégico de la política exterior estadounidense (16).

El centro de gravedad de los esfuerzos estadounidenses se mueven ahora hacia el este, hacia el Pacífico, o más directamente, hacia China. Esta nueva línea, condensada definitivamente en el año 2011, pone a China como directo contendiente o desafiante del poder norteamericano. Desde ese momento, EE.UU. intenta resolver su encallada participación en Medio Oriente y pasar a tejer su nueva malla para contener la expansión china en Asia (17).

La estrategia de Obama fue simple en su forma, pero profunda y compleja en su materialización: los acuerdos Transatlántico y Transpacífico y el acuerdo nuclear con Irán (2015). Esa apuesta decisiva pasaba por relanzar su asociación con sus aliados imperialistas de Europa Occidental y de Asia y, en el movimiento más audaz, anclar a Irán dentro del tablero de contención imaginado de Medio Oriente, a la vez que limitarlo en su desarrollo nuclear.

La hora de la “desglobalización”

Los lineamientos de la gestión demócrata, tras la derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump, fueron revisados. Donald Trump entonces revocó la estrategia de los demócratas, una estrategia que llevaba casi una década de desarrollo; congeló los acuerdos con sus socios históricos y repudió el acuerdo con Irán (18). Sin embargo, más allá de ciertas derivas discursivas, sí dio continuidad al enfrentamiento con China.

La guerra comercial ha sido el aspecto más visible, pero no deberíamos creer que estamos frente a una simple desavenencia comercial, mercantil. El brote extendido, incontenible, de geopolítica demuestra que estacontienda llegó para quedarse (19).

Hacienodo una macrolectura, la “globalización” debe ser vista, comprendida como un momento de aceleración de la internacionalización, a caballo de una renovada puja interimperialista a partir de la crisis de los años setenta y, sobre todo, tras el desmoronamiento de la URSS, hecho este último que asemejó la situación internacional a la unipolaridad. Esta situación, empero, que duró muy poco tiempo, diríamos que apenas una década corta, dio lugar a una ofensiva político-militar de amplio alcance geográfico (de los Balcanes a Asia Central), que se empantanó en Asia (20), de la que emergió la gran contienda, entre la continentalidad China como estrategia (21) (22) (23) frente a la insularidad táctica de los EE.UU. de Trump (24).

Notas

1) La pandemia covid 19, por ejemplo, es una manifestación vívida de esta nueva situación que atraviesa el sistema internacional. Es que el covid 19 golpea a la economía mundial particularmente fuerte porque llegó durante una mega batalla geopolítica. Innumerables artículos aseveran este hecho y especialmente esclarecedoras son las posiciones sobre ello de los principales voceros del establishment periodístico mundial. Al respecto pueden verse las afirmaciones de The Economist (2020), Le Monde (2020) y Der Spiegel (2020).

2) “A partir de la crisis financiera internacional 2008/2009, el comercio global ha crecido menos que el PBI mundial (1,5% anual vs. 3,5% por año en 2015) y China ha profundizado su condición de primera exportadora global (12% del total) y de la mayor potencia comercial del mundo (su relación comercio global/PBI es 75%). En este mismo período, el valor que tenían sus exportaciones en sus ventas externas (comercial trade) ha disminuido 30 puntos. Era 60% en 1995 y cayó a 35% en 2016. (…) La novedad histórica es que China ha comenzado ahora a desplegar una plataforma terrestre para su intercambio global, integrando la masa euroasiática desde el noroeste de la República Popular hasta Alemania, recorriendo en forma inversa el camino de Marco Polo en el siglo XIII. La integración mundial del capitalismo se ha realizado vía marítima en los últimos 200 años a través de las sucesivas hegemonías británica y norteamericana. De ahí que la incorporación de China al sistema capitalista global haya ocurrido en forma subordinada, a través de la eficacia de las cañoneras del Reino Unido en la “Guerra del Opio” (1839/1842). Ese papel subordinado ahora ha desaparecido, salvo en lo que se refiere a la utilización de los mares para sus exportaciones destinadas al capitalismo avanzado. El transporte marítimo es el resto de sometimiento que aún experimenta la República Popular (…) El capitalismo no es una cosa, sino una relación y el mercado no es un espacio finito, sino un entramado de inversión y consumo que se sustenta en la infraestructura. El hinterland de China en el siglo XXI es la economía global, y su principal vía de acceso en los próximos 10/15 años es a través de la masa euroasiática, atravesada e integrada por la “Ruta de la Seda”. Todo indica que China vuelve a ser el “Imperio del Medio” del siglo XXI, el nuevo centro y eje de la economía global” (Castro, 2017).

3) Véase Gejo, Keegan y Rebottaro (2016).

4) Para una introducción a la serie de crisis económicas pos 1970 puede verse Gejo, Keegan y Rebottaro (2017).

5) Véase Jorge Beinstein (1999).

6) “La tierra es plana: breve historia del siglo XXI” es el título del libro del periodista estadounidense, columnista del diario New York Times, cuya publicación en el año 2005 fue una especie de ‘canto del cisne’ de la globalización. Su ideología era abiertamente antigeográfica y resumía el conjunto de lugares comunes de los años noventa.

7) Los años setenta significaron una década de crisis, jalonados por dos crisis petroleras, las de 1973 y 1979, las dos a su vez marcadas por acontecimientos políticos en Medio Oriente. La primera, la de 1973, por la guerra de octubre de ese año entre Israel y Egipto y Siria. Y la segunda, la de 1979, por la Revolución Islámica en Irán. Pero fuera del escenario de Medio Oriente estos años se cargaron del significado impuesto por la llamada “Revolución Conservadora” acaecida, sobre fines de esa década, en el Reino Unido y en los Estados Unidos. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los abanderados de esta nueva épica derechista que sobrevino al predominio de los gobiernos laborista y demócrata de aquellos años. Con una supuesta renovación en términos de política económica inauguraron para los países imperialistas lo que finalmente se rotuló como “neoliberalismo”.

8) Véanse Gejo (1995) y Gejo y Berardi (2013).

9) Joseph Stiglitz es uno de los primeros economistas del establishmente que realiza un balance negativo de la década por excelencia de la “globalización”. Un académico de prestigio, que pasó por varias y representativas instituciones universitarias de los Estados Unidos. Fue también asesor del presidente W.J. Clinton y además premio Nobel de economía en el año 2001. Con sus críticas al Fondo Monetario Internacional marcó un giro por aquella época, en sintonía con los acontecimientos que se generaron por la crisis económica, social y política que atravesó Amércia Latina luego de la crisis asiática de 1997. “El malestar en la globalización” (2002) y “Los felices 90: la semilla de la destrucción” (2003) son dos títulos que grafican elocuentemente su posición.

10) “La guerra de los Balcanes, Afganistán, Irak, el Cáucaso, Palestina y diversos países de Africa ha inaugurado una etapa de guerras imperialistas de alcance internacional, que refutan por completo la pretensión universalista de la “globalización”, su carácter idílico, o sea puramente “económico” y “pacífico”, o la “naturalidad” de la supremacía del capitalismo en la presente etapa histórica. El derrumbe “práctico” e ideológico de la “globalización” se expresa en el resurgimiento de sus expresiones formalmente opuestas, como la del “choque de civilizaciones”, la necesidad de “las construcciones nacionales” o la especie del  ́terrorismo internacional ́ como una guerra mundial que no se presenta como un enfrentamiento entre estados. Esta nueva oleada de guerras es apenas la etapa preliminar de un nuevo período de matanzas. Ella es, antes que nada, una expresión eminente del empantanamiento del capital. No involucra solamente una rivalidad comercial relativa al petróleo y a los mercados de materias primas del Asia central. Es una manifestación irrefutable de que la restauración capitalista es un proceso de violencias y de guerras. Su hilo conductor la lucha por la conquista económica y política del espacio dejado por la disolución de la Unión Soviética y por el control de la restauración capitalista en China. La hegemonía de la restauración capitalista por alguno de los bloques en disputa desequilibraría decisivamente las relaciones de fuerza entre las distintas potencias imperialistas. La lucha por la conquista de los mercados orientales de Europa y de Asia tiende a transformarse, por este motivo, en una lucha interimperialista sin paralelo en la historia. Esta lucha interimperialista, expresión de una crisis enorme en las relaciones entre las clases dentro de todos los estados, deberá potenciar las crisis y las luchas entre las clases en todas las naciones, incluidas las semi-colonias” (Altamira, 2004).

11) El 22 de septiembre de 1985, en la ciudad de Nueva York, se celebró el Acuerdo Plaza. Lo suscribieron las cinco naciones más industrializadas: EE.UU., Japón, Alemania, Reino Unido y Francia. Este acuerdo, en lo fundamental, tendió a depreciar al dólar respecto del yen japonés y el marco alemán. Con ello se puso fin a una política que desde fines de los setenta había promovido una defensa del dólar, hecho que caracterizó al primer gobierno de Ronald Reagan. Con un déficit comercial y un déficit fiscal abultados, a mediados de los ochenta la administración Reagan produjo un viraje respecto de esa política inaugurada por Paul Volcker en las postrimerías del gobierno de James Earl Carter. Las consecuencias inmediatas de esta nueva situación se verificaron tanto en Europa Occidental como, sobre todo, en el este de Asia. Precisamente aqui, el Japón debió acelerar su trasvasamiento industrial hacia su entorno inmediato, el de los nuevos países industrializados, Corea del Sur, Taiwán, Hong-Kong, Singapur, Malasia y Tailandia, los popularmente conocidos como “Tigres”. Para una mejor comprensión de este proceso puede consultarse el trabajo de Halevi y Lucarelli (2002).

12) En el año 2003 el geógrafo británico David Harvey publicó “El nuevo imperialismo”. Con esta obra, originalmente editada por Oxford, un año después traducida al castellano por Akal, podemos decir que se da reinicio al tratamiennto extendido del concepto de imperialismo en el ambito universitario.

13) En Grecia, por ejemplo, se vivieron dos años de fuertes convulsiones entre el 2010 y el 2012 fundamentalmente. Fue una reacción extendida a la crisis de deuda que el país enfrentó, o mejor dicho, a las políticas de “austeridad” o “ajuste” como las conocemos aquí en América Latina.

Durante el año 2011, asimismo, estallaron dos movimientos de protesta. En España los “Indignados”, un proceso que duró casi un lustro y que enfrentó a las políticas que en la Unión Europea se prescribieron para aquellos países que fueron arrastrados por la crisis internacional de 2008/2011. Las politicas “austeritarias” fueron sindicadas como las “terapias de choque” de los sectores financieros en el control de los gobiernos de esos países.

Por último, vale citar aquí al movimiento “Ocuppy Wall Street”, que en septiembre de ese mismo año 2011 escenificó un otoño caliente en los EE.UU. Este movimiento debe enmarcarse en este proceso revulsivo internacional, producto de los padecimeintos por parte de la población de las consecuencias de la crisis mundial y de las políticas que llevaron a ella y cómo la enfrentaron. El genérico “neoliberalismo”, entonces, se constituyó en el blanco de los sectores movilizados por la crisis y los “ajustes” que le sucedieron. En el plano de la política institucional electoral las consecuencias se observarían poco tiempo después.

14) “Si el año pasado estuvo marcado de principio a fin por el ominoso estallido de la crisis económica, cuya evidente inminencia tantos negacionistas se empeñaban en acallar, este año que ahora termina ha estado presidido por la lucha contra la crisis. Una lucha que finalmente parece haberse visto coronada por el éxito, a juzgar por el rally alcista de las bolsas, que cierran el ejercicio con subidas estratosféricas desde los mínimos de marzo. Por lo tanto, si semejante interpretación fuera acertada, éste sería el mejor momento para empezar a pedir cuentas, exigiendo responsabilidades tanto a quienes permitieron que la crisis se formase como a los que se han beneficiado de su presunta resolución. El diagnóstico dominante en los medios sostiene que la crisis se formó porque, en ausencia de supervisión y control estatal, la irracional desregulación de los mercados financieros los condujo al desastre. Y en ese punto de inflexión, cuando la burbuja especulativa pinchó y los capitales huyeron en estampida presos de un ataque colectivo de pánico, la única solución posible fue regresar al viejo keynesianismo interventor, pasando los mercados a ser controlados directamente por los Estados, que para poder salvarlos tuvieron que inundarlos con masivas inyecciones de gasto público deficitario. En suma, el neoliberalismo sería el gran culpable, o al menos el principal causante, y el ya casi olvidado keynesianismo, teóricamente superado por aquél, habría sido la única salvación. Pero si esta interpretación oficial resulta paradójica, mucho más lo parece su traducción política. Pues ¿cómo se entiende, entonces, que los representantes socialdemócratas del keynesianismo pierdan todas las elecciones, saliendo derrotados como los grandes perdedores de la crisis, mientras los representantes conservadores del neoliberalismo quedan victoriosos, imponiendo por doquier su virtual hegemonía? Una posible explicación es que el keynesianismo aplicado hoy ya no es aquel keynesianismo público, progresivo y reformista que presidió la edad de oro de la socialdemocracia en los años sesenta, sino que se trata de un keynesianismo completamente distinto, por su carácter a la vez privado, conservador y reaccionario. Un keynesianismo de derechas, para entendernos, pues no beneficia a las rentas del trabajo sino a las rentas del capital. De ahí que haya logrado imponer una salida de la crisis de tipo restaurador, de acuerdo al célebre efecto Lampedusa: es preciso que todo cambie para que todo siga igual. Es la única conclusión que puede extraerse de la práctica de un keynesianismo estatal que privatiza los beneficios y socializa las pérdidas, contribuyendo no a reformar sino a restaurar la financiarización de la economía. Pero esta práctica derechista del keynesianismo privatizado, restaurador de la tasa de beneficios del gran capital, no es nueva en absoluto, pues ya la acometió mucho antes Hitler en los años treinta, y luego Reagan en los ochenta, que es precisamente cuando se sentaron las bases de la actual dominación financiera. Pues más allá del keynesianismo militarista que hoy inspira a Bush y también a Obama, haciendo del gasto en defensa el gran motor de la demanda agregada, la clave real de este nuevo keynesianismo financiero es hinchar la demanda mediante el endeudamiento crediticio” (Gil Calvo, 2009).

15) Desde el año 2008 se constata una continua recuperación de la iniciativa rusa. Primero en Osetia del sur, ese mismo año. Luego en Chechenia, en el 2009. Estas enérgicas respuestas en el Cáucaso fueron el preanuncio de Crimea en el 2013 y la llegada al teatro sirio en el año 2015.

En paralelo, África del Norte y Medio Oriente se vieron sacudidas por una serie de movilizaciones y levantamientos populares que inestabilizaron a varios países. Se ha conocido a este período como el de la “Primavera Árabe” y abarcó de 2010 a 2012 aproximadamente. Estos últimos acontecimientos están en la base del giro que la adminsitración Obama le imprime a su estrategia de política exterior.

16) “La política militar norteamericana ha iniciado un cambio histórico que le lleva a potenciar su proyección en Asia (…) Después de todo, el centro global de gravedad está virando hacia la región de Asia-Pacífico, vinculando más estrechamente aún la prosperidad y la seguridad futuras de Estados Unidos a esta región de rápido crecimiento. Al mismo tiempo, un creciente gasto militar, desafíos a la seguridad marítima, amenazas no tradicionales que van desde la piratería hasta el terrorismo y la destrucción generada por los desastres naturales, hacen que el contexto de seguridad de la región sea más complejo. Por estas razones, el Departamento de Defensa de Estados Unidos está llevando a cabo un reequilibrio del interés y la postura estratégicos de Estados Unidos frente a la región de Asia-Pacífico (..) Estados Unidos es y siempre será una nación del Pacífico. Ha peleado y derramado sangre preciosa para darles a los países de la región de Asia-Pacífico la oportunidad de alcanzar la prosperidad y la seguridad. Seguimos comprometidos con mejorar las vidas de todos aquellos que son parte de la familia de naciones del Pacífico. El objetivo del reequilibrio es cumplir con ese compromiso con el sueño de un siglo XXI mejor y más Seguro” (Panetta, 2013).

17) A partir del año 2011 EE.UU. va a forzar la situación en África del Norte y Medio Oriente. A través de una intervención manifiesta produjo un cambio de régimen en Libia y dio inicio a una larga intervención en Siria, tratando de deshacerse del gobierno de Bashar al-Äsad. El estado libio, tras la muerte de Muamar el Gadafi, concluyó en una organización estatal fallida, en disputa, con una abierta puja entre potencias por el control de su destino. La intervención en Siria, en tanto, facilitó la expansión del Estado Islámico, la instauración de un régimen transitorio de éste asentado en el interior de Siria e Irak y finalmente condujo a la respuesta en el terreno de Rusia, produciéndose entonces el vuelco del conflicto sirio y el aplastamiento del Estado Islámico.

18) Un momento importante, probablemente determinante en la evolución futura de la situación en Medio Oriente, ha sido el magnicidio del 3 de enero de este año en Bagdad, la capital iraquí, de Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds, una unidad de élite de la Guardia revolucionaria Islámica. Esta acción, que fue un claro acto de bandidaje internacional, ha constituido un “cruce de líneas rojas” por parte de EE.UU. y sólo puede concebirse en el marco de una decidida acción de provocación mayúscula. Su objetivo, llevar la relación con Irán a un punto de no retorno, dando un salto en la ofensiva estadounidense abierta en el año 2018 con el repudio del acuerdo nuclear que la administración Obama había firmado.

19) La política exterior estadounidense, amparada en el 2001, se volcó a una acción enérgica, forzando una intervención en Medio Oriente y Asia Central. El objetivo declamado fue la lucha contra el fundamentalismo islámico encarnado en Al Qaeda. Tras los sucesos de 2011 (muerte de Osama Bin Laden en Pakistán), la política estadounidense viró al supuesto combate al Estado Islámico, un producto éste de la invasión estadounidense a Irak. Pero a la par de ella, el cambio efectivo de estrategia de defensa producido ese mismo año 2011, ubicó a China como principal desafío futuro del país norteamericano. Con Donald Trump, esta política antichina se ha visibilizado abiertamente. Al cabo de poco más de una década, los EE.UU. han sincerado los verdadaderos propósitos de su predatoria actividad internacional desde el año 2001 en adelante.

20) Véase Beinstein (2016).

21) La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) es un bloque político y económico fundado por China, Rusia, Kazajistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán el 15 de junio de 2001. Su antecedente inmediato fue el Grupo de Shanghái o Grupo de los 5, conformado por todos los países mencionados menos Uzbekistán, en 1996. Actualmente también se encuentra integrado por India y Pakistán, dos potencias nucleares, desde el año 2017 (Sitio web oficial de la OCS, 2020).

Esta asociación estratégica se sustenta en la integración euroasiática y se basa, fundamentalmente, en el tándem ruso-chino como su pilar más importante. Es la organización geopolítica más grande, en términos de superficie y población, del mundo, y también, la más dinámica (Bleitrach, 2008).

El acercamiento político de estos países se materializa en la conjunción de algunas instituciones e iniciativas de gran relevancia. La OCS mantiene un enlace permanente con la Unión Económica Eurasiática, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el Banco de Desarrollo de los BRICS y la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida como Rutas de la Seda (Escobar, 2017).

22) Hacia fines del año 2013, Xi Jinping dio a conocer los lineamientos del proyecto de política exterior chino denominado la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, en relación a la “Franja Económica de la Ruta de la Seda” y la “Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI” (Xinhua, 2016).

Ferdinand von Richthofen, geógrafo alemán, introdujo el término “Ruta de la Seda” en 1877 para referirse al conjunto de caminos de miles de kilómetros que unían China y Europa a través de la ciudad de Constantinopla hace dos mil años (Polo, 2013). En estos términos, las “Nuevas Rutas de la Seda” constituirían la versión moderna de esos antiguos trayectos comerciales.

El plan estratégico de China consiste, fundamentalmente, en complejas redes de transporte, comunicaciones e infraestructuras repartidas por los cinco continentes (Liy, 2015; 2018), aunque el interés geográfico principal es, sin dudas, el megacontinente euroasiático.

En la actualidad, China ha firmado 200 documentos de cooperación con 138 países para desarrollar las Nuevas Rutas de la Seda (Sitio web oficial de la Franja y la Ruta, 2020). Sin embargo, la ausencia de las potencias occidentales indica un desacuerdo explícito.

23) El plan Made in China 2025, presentado en el año 2015, se basa en apuntalar 10 sectores manufactureros clave de China (nuevas tecnologías de la información, biomedicina, transporte por ferrocarril, robótica, entre otros), con el fin de que las empresas nacionales obtengan la supremacía en el mercado interno y puedan competir internacionalmente (Hornby, 2018).

Esta serie de avances técnicos y científicos en la industria china pretende cambiar la producción masiva de productos baratos por otros de mayor valor añadido (Fontdeglória, 2015).

Desde el punto de vista geopolítico, Made in China 2025 representa un programa destinado a reemplazar a Estados Unidos como la superpotencia tecnológica dominante en el siglo XXI (Castro, 2020). Uno de los ejemplos más patentes de esta situación remite a la dependencia de la industria militar norteamericana de componentes vitales fabricados en China (Yepe, 2018).

24) “No creo que, en este sentido, China pueda obtener grandes réditos de la crisis coronavírica, aunque suplantará comercialmente a los Estados Unidos en los próximos años. Pero es un escenario que ya se estaba dibujando antes de la pandemia. El mundo entero desconfía de China por su sistema político autoritario y su papel en el nacimiento del virus (…) Hay otro elemento que hay que tomar en cuenta: existe una demanda por parte de los países occidentales de liderazgo de los EE.UU., no de China. Pero es una demanda frustrada por la política de destrucción del sistema de alianza occidental determinada por la política aberrante e histriónica de Donald Trump. Este terrorífico estado de cosas podría cambiar si este mandatario pierde las elecciones. Aunque, en el fondo, sobre los grandes ejes estratégicos, no haya grandes diferencias entre Republicanos y Demócratas” (Naír, 2020).

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