Au Loong-Yu
24/12/2020
La fusión del Estado con los sectores dominantes de la economía ha alcanzado niveles sin precedentes. La consecuencia de esto es una gran desigualdad en el ingreso, lo que hace que China tenga un mercado doméstico muy estrecho en relación con sus capacidades productivas. Por lo tanto, debe primero inundar todo el mundo con sus mercancías, y luego exportar capital.
Para contar la historia completa del conflicto entre China y Estados Unidos hay que empezar por el comienzo, es decir, por la naturaleza del ascenso de China al estatus de superpotencia.
La única forma en la que un país semicolonial, humillado e invadido en numerosas ocasiones por países imperialistas, pudo terminar con el trágico destino de su pueblo fue fortaleciendo la nación por medio de la modernización. Esto tomó parcialmente la forma de una política de autodefensa nacional.
Beijing ha recibido múltiples recordatorios de las ambiciones imperiales de EE.UU., incluso durante décadas recientes. En 1993, EE.UU. detuvo y requisó el buque chino The Galaxy en el Océano Índico. En 1999, la embajada china en Yugoslavia fue bombardeada por EE. UU. Hay aviones de combate que espían permanentemente la zona económica exclusiva de la Isla de Hainan, llegando a causar que un avión chino se estrelle contra el mar en 2001.
La amarga experiencia le enseñó a China que, si no quería ser acosada por el imperialismo estadounidense, debía ser al menos igual de fuerte y enérgica. En este sentido, su ascenso al estatus de potencia mundial estuvo motivado por la autodefensa y, por lo tanto, fue legítimo. Este proyecto de autodefensa también era legítimo desde el punto de vista de los intereses del pueblo trabajador. Sin embargo, el proceso fue definido por dos características incompatibles con estos intereses: la conversión en un proyecto de capitalismo de Estado y las ambiciones expansionistas.
De acuerdo con la doctrina del PCCh de 1949, el ascenso del país no sería de tipo nacionalista. La revolución de 1949 tuvo el apoyo de la gran mayoría del pueblo trabajador. El pueblo creía en las promesas del PCCh, según las cuales la modernización conllevaría más democracia y una justicia distributiva, con el objetivo de perseguir el internacionalismo y el socialismo en el largo plazo.
El prometido ascenso de China no debía seguir la tradicional vía capitalista y nacionalista. Debía seguir una vía socialista. Deng Xiaoping dejó esto en claro en su discurso de 1974 frente a la ONU, cuando afirmó que «si un día China debe cambiar de color y convertirse en una superpotencia, si debe jugar el papel de tirano en el mundo y someter en todas partes al resto de los países a sus acosos, a sus agresiones y a la explotación, el pueblo del mundo debería identificarla como una nación socialimperialista, dejarla al descubierto, oponerse a ella y trabajar en conjunto con el pueblo chino para derrocarla».
Pero el PCCh no pudo sostener su promesa, lo cual había quedado claro en la década de los cincuenta, mucho antes del momento en que Deng pronunció su discurso frente a las ONU. La China de Mao fue exitosa en el objetivo de modernizar parcialmente el país, pero el pueblo pagó un costo terrible, en muchos casos absolutamente innecesario.
Fue durante este período que la burocracia del partido se elevó al estatus de una nueva clase dominante, que gozaba de privilegios económicos y políticos. La contribución de Deng a esta nueva clase dominante consistió en dar luz verde para «hacerse capitalista». De manera sorprendente –y a diferencia de lo que sucedió en Rusia– tuvo éxito.
Esta fue la segunda faceta del ascenso de China, a saber, el ascenso del capitalismo chino. Su éxito se debe precisamente a que se trató de un proyecto de capitalismo dirigido por el Estado, en el cual el partido-Estado concentra en sus manos tanto el monopolio de la violencia como el poder del capital para favorecer el crecimiento económico.
Esto nos lleva a una tercera faceta del ascenso de China: su expansionismo, que es consecuencia necesaria del capitalismo monopolista chino. La fusión del Estado con los sectores dominantes de la economía (representados por las empresas de propiedad estatal) ha alcanzado niveles sin precedentes. El Estado devora enormes cantidades de recursos que terminan en los bolsillos de quienes desempeñan alguna función pública, en megaproyectos de inversión, o en ambos a la vez.
La consecuencia de esto es una gran desigualdad en el ingreso, lo que hace que China tenga un mercado doméstico muy estrecho en relación con sus capacidades productivas. Por lo tanto, debe primero inundar todo el mundo con sus mercancías, y luego exportar capital.
Con la exportación de capital a escala masiva, se hizo necesaria la intervención sobre la política doméstica de los países de acogida, con el objetivo de garantizar y supervisar las inversiones. Por lo tanto, Beijing se traga sus propias palabras cuando repite en la actualidad el lema de una «política no intervencionista». Casi el 90% del comercio chino y el 80% de sus importaciones de petróleo pasan hoy a través del estrecho de Malaca. Beijing vive bajo el temor permanente a un potencial escenario en el cual Estados Unidos intervenga esta ruta comercial. De aquí su ofensiva en el mar de la China Meridional. Esta es una dinámica importante que subyace al conflicto de China con EE.UU.
La batalla por Hong Kong como síntoma
Desde 2008, las ventajas que beneficiaron a China se están agotando, lo que se expresa en ciertos problemas estructurales: salarios reales deprimidos por las altas tasas de inversión, disminución de la demanda doméstica, proceso de sobreproducción y de sobreinversión.
Detrás de estos factores debe buscarse el problema central: la decadencia generalizada de la burocracia del partido. Cuanto más saquea la burocracia al país, más le preocupa que estos problemas queden al descubierto. Esto explica, en parte, por qué Beijing vigila cada vez más de cerca a Hong Kong.
Treinta años atrás, crecía entre las autoridades de Beijing la preocupación acerca de cómo la libertad política de Hong Kong podría afectar su dominio sobre la sociedad. Esto alcanzó un punto crítico cuando Hong Kong proveyó un fuerte apoyo al movimiento democrático de 1989. En los años noventa, cuando comenzaron la «reforma» y la «apertura» más radicales, Hong Kong contribuyó significativamente al nacimiento y crecimiento de la sociedad civil china, por primera vez desde 1949. Este proceso estuvo caracterizado por el rápido crecimiento de asociaciones civiles e incluso de movimientos sociales, que Beijing consideraba como potencialmente peligrosos.
Cuanto más asciende China en la escena internacional, más se preocupa Beijing por el libre flujo de información en Hong Kong.
La desaparición de los miembros de Causeway Bay Books es un caso típico. Entre octubre y diciembre de 2015, desaparecieron cinco propietarios y trabajadores de la librería Causeway Bay Books. Dos de los arrestos se dieron aparentemente por fuera de cualquier marco jurídico. Se trató de un castigo por la publicación de un libro acerca de la vida privada de Xi Jinping en Hong Kong.
La lección de este incidente es clara: el libre flujo de información simplemente no puede convivir con los intereses centrales de Beijing. Esto llevó a que en 2019 Beijing promulgara una ley de extradición en Hong Kong, que luego desató un efecto dominó y finalmente tuvo como resultado el comienzo de una «nueva Guerra Fría» entre EE. UU. y China, con Hong Kong como campo de batalla.
Este conflicto también anuncia el fin de los beneficios estratégicos que Hong Kong ofrecía a Beijing. La pérdida de Hong Kong como una plataforma en la cual las empresas chinas podían acceder a dólares norteamericanos, utilizando la región como un trampolín para entrar y salir y para captar inversiones extranjeras, creará un gran problema para las finanzas y la economía de Beijing.
Au Loong-Yu, escritor, activista marxista y autor, entre otros, de Hong Kong in Revolt. The Protest Movement and the Future of China (Pluto Press, 2020).
Fuente: https://jacobinlat.com/2020/12/18/el-ascenso-del-capitalismo-chino/
Traducción de Valentín Huarte