Artículo de Samir Amin, escrito en Marzo de 2014, en momento que se desarrollaba el golpe de Maidan en Ucrania. Su texto explica con claridad los desafíos interiores que enfrenta hoy Rusia.
1.El escenario global actual está dominado por el intento de los centros históricos del imperialismo (EEUU, Europa Occidental y Japón: la Tríada)por mantener su control exclusivo sobre el planeta. La Tríada implementa su dominio a a través de una combinación de:
Las políticas de globalización neoliberal que permiten que el capital financiero transnacional decida solo sobre todos los temas en su exclusivo interés;
Con el control militar del planeta por parte de EE.UU. y de sus aliados subordinados (OTAN y Japón) para aniquilar cualquier intento de cualquier país que no sea de la Tríada de salir de su yugo.
En ese sentido, todos los países del mundo que no pertenecen a la Tríada son enemigos o enemigos potenciales, excepto aquellos que aceptan la sumisión completa a la estrategia económica y política de la Tríada, como las dos nuevas “repúblicas democráticas” de Arabia Saudita y Qatar.
La llamada “comunidad internacional” a la que se refieren continuamente los medios occidentales se reduce efectivamente al G7 más Arabia Saudí y Qatar. Cualquier otro país, incluso cuando su gobierno esté actualmente alineado con la Tríada, es un enemigo potencial ya que los pueblos de esos países pueden rechazar esa sumisión.
2. En ese marco, Rusia es “un enemigo”.
Cualquiera que sea nuestra evaluación de lo que era la Unión Soviética (socialista o algo cercano), la Tríada luchó contra ella simplemente porque era un intento de desarrollarse independientemente del capitalismo/imperialismo dominante.
Después del colapso del sistema soviético, algunas personas (en Rusia en particular) pensaron que “Occidente” no se enemistaría con una “Rusia capitalista” ( y que al igual que Alemania y Japón habían “perdido la guerra pero ganado la paz”).
Olvidaron, estos políticos, que las potencias occidentales apoyaron la reconstrucción de los antiguos países fascistas precisamente para enfrentar el desafío de las políticas independientes de la Unión Soviética. Ahora, habiendo desaparecido este desafío, el objetivo de la Tríada es la sumisión total de Rusia y para lograrlo necesitan destruir su capacidad de resistencia.
3. El desarrollo actual de la tragedia de Ucrania ilustra el objetivo estratégico de la Tríada.
La Tríada organizó en Kiev lo que debería llamarse un “golpe euro/nazi”. Para lograr su objetivo (separar naciones históricamente hermanas: la rusa y la ucraniana), necesitaban el apoyo de los nazis locales.
La retórica de los medios occidentales, que afirman que las políticas de la Tríada apuntan a promover la democracia, es simplemente una mentira. En ninguna parte la Tríada ha promovido la democracia. Por el contrario, estas políticas han estado apoyando sistemáticamente a las fuerzas locales más antidemocráticas o casi fascistas (en algunos casos, abiertamente fascistas) como en Croacia y Kosovo, así como en los estados bálticos y en Europa del Este, y Hungría.
Europa del Este se ha “integrado” en la Unión Europea no como socios iguales, sino como “semicolonias” de las principales potencias capitalistas/imperialistas de Europa occidental y central. La relación entre Occidente y Oriente en el sistema europeo es hasta cierto punto similar a la que rige las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.
En los países del Sur Global, la Tríada ha apoyado a las fuerzas antidemocráticas extremas como, por ejemplo, el Islam político ultrarreaccionario y, con su complicidad, se han destruido las sociedades denIrak, Libia,Siria, Afganistán.
4. Por lo tanto, debe apoyarse la política internacional de Rusia (tal como la desarrolla el gobierno de Putin) que está resistiendo el proyecto de colonización de Ucrania (y de otros países de la antigua Unión Soviética, en Transcaucasia y Asia Central).
La experiencia de los estados bálticos no debe repetirse. También debemos apoyar la construcción una comunidad «euroasiática», independiente de la Tríada y sus socios europeos subordinados.
Pero esta política internacional rusa positiva está condenada al fracaso si no cuenta con el apoyo del pueblo ruso. Y este apoyo no puede ganarse sobre la base del “nacionalismo”, ni siquiera de un tipo de “nacionalismo” progresista positivo, no chovinista.
El fascismo en Ucrania no puede ser derrotado por una suerte de nacionlismo ruso. El triunfo sólo puede lograrse si la política económica y social interna promueve los intereses de la mayoría de los trabajadores.
¿Qué quiero decir con una política que favorezca a las clases trabajadoras?
¿Quiero decir “socialismo”, o alguna especie de nostalgia por el sistema soviético? Pienso que este no es el lugar ni el momento para evaluar la compleja experiencia soviética en unas pocas líneas. Por tanto, resumiré mis puntos de vista en unas pocas frases.
La auténtica revolución socialista rusa produjo un socialismo de estado que fue un primer paso posible hacia el socialismo; después de Stalin, el socialismo de estado se movió hacia el capitalismo de estado (explicar la diferencia entre los dos conceptos es importante pero no es el tema de este breve artículo).
A partir de 1991 el capitalismo de Estado fue desmantelado y reemplazado por un capitalismo basado en la propiedad privada, que, como en todos los países del capitalismo contemporáneo, es básicamente el dominio de los monopolios financieros, con una oligarquía (similara la oligarquías de la Tríada) que proviene en ocasiones de la antigua nomenclatura o de algunos recién llegados.
La explosión de auténticas prácticas democráticas creativas iniciada por la revolución rusa (octubre) fue posteriormente domesticada y reemplazada por un patrón autocrático de gestión de la sociedad, aunque siempre otorgando derechos sociales a las clases trabajadoras.
Este sistema llevó a una despolitización masiva y no fue capaz de controlar desviaciones despóticas y alguna veces criminales. Ahora, el nuevo patrón de capitalismo ruso se basa en la continuación de la despolitización y el no respeto de los derechos democráticos.
Tal sistema gobierna no solo a Rusia, sino a todas las demás ex repúblicas soviéticas. No obstante, este patrón de gobierno no es “democracia” en comparación con la democracia burguesa tal como funcionó en algunas etapas anteriores del desarrollo capitalista. Sin embargo, hoy no hay que perder de vista que en las llamadas “democracias de Occidente”, el poder real está restringido al gobierno de los monopolios y opera en su exclusivo beneficio .
Una política orientada a las personas implica, por tanto, alejarse, de la receta “liberal” y de la mascarada electoral asociada a ella, que pretende dar legitimidad a políticas sociales regresivas.
Sugeriría establecer en su lugar un nuevo capitalismo de estado con una dimensión social (digo social, no socialista). Ese sistema abriría el camino a eventuales avances hacia una socialización de la gestión de la economía y por ende a auténticos nuevos avances hacia una re-invención de la democracia que responda a los desafíos de una economía moderna.
Sólo si Rusia se mueve en esa línea, el conflicto entre, por un lado, la política internacional independiente de Moscú y, por otro lado, la actual política interna liberal puede tener un resultado positivo.
Este movimiento es necesario y posible : fragmentos de la clase política dominante podrían alinearse con un programa de este tipo si la movilización y la acción popular lo promueven. En la medida en que avances similares se lleven a cabo también en Ucrania, Transcaucasia y Asia Central, se podrá establecer una auténtica comunidad de naciones euroasiáticas que puedan llegar a convertirse en un actor poderoso para la reconstrucción de un nuevo sistema mundial.
5. Si el poder estatal ruso permanece dentro de los límites estrictos de la receta neoliberal aniquilará las posibilidades de éxito de una política exterior independiente y las posibilidades que Rusia se convierta realmente en un país que actúe como un actor internacional importante.
El neoliberalismo puede producir para Rusia solo una trágica regresión económica y social, un patrón de “desarrollo lumpen” y un estatus de subordinación creciente al orden imperialista global.
Si Rusia proporciona a la Tríada petróleo, gas y algunos otros recursos naturales; sus industrias quedarían reducidas al estado de subcontratación en beneficio de los monopolios financieros occidentales.
En tal posición, los intentos de actuar de manera independiente en el ámbito internacional seguirán siendo extremadamente frágiles, amenazados por “sanciones” que fortalecerán el desastroso alineamiento de la oligarquía económica rusa con los monopolios de la Tríada. La actual huida del “capital ruso” asociada con la crisis de Ucrania ilustra este peligro.
Restablecer el control estatal sobre los movimientos de capital es la única respuesta efectiva a ese peligro.
Marzo de 2014
Samir Amin, falleció el 12 de Agosto de 2018 en Paris.
Lecturas adicionales
Amín, Samir. La implosión del capitalismo contemporáneo . Londres y Nueva York: Pluto y Monthly Review Press, 2013. Amín, Samir. «Qué significa ‘radical’ en el siglo XXI». Revisión de Radical Political Economics 45.3 (septiembre de 2013). Amín, Samir. “El Fraude Democrático y la Alternativa Universalista”. Revista Mensual 63.5 (Octubre 2011). Amín, Samir. “Unidad y Diversidad en el Movimiento al Socialismo”. Revisión mensual (próximamente en la edición de junio de 2014). Amín, Samir. “Rusia en el Sistema Global”. Traducido del árabe al ruso por Said Gafourov.
La guerra de la OTAN por Ucrania es una fase de la guerra híbrida que Occidente está librando contra Rusia y cualquier país que elija un camino económico que no sea la subordinación al imperio estadounidense.
Este análisis es una presentación que la académica Radhika Desai hizo para el International Manifesto Group, titulada “La guerra de EE. UU. por Ucrania”.
El conflicto que Occidente llama la invasión de Rusia a Ucrania, y que Moscú llama sus operaciones militares especiales para la desmilitarización y desnazificación de Ucrania, no es un conflicto entre Ucrania y Rusia; es una fase de la guerra híbrida que Occidente libra desde hace décadas contra cualquier país que opte por un camino económico distinto al de la subordinación a Estados Unidos.
En su fase actual, esta guerra toma la forma de una guerra de la OTAN dirigida por Estados Unidos por Ucrania. En esta guerra, Ucrania es el terreno y un peón, uno que puede ser sacrificado.
Este hecho está oculto por la propaganda occidental de pared a pared que retrata al presidente ruso Vladimir Putin como un loco o un demonio empeñado en recrear la Unión Soviética. Esto evita cualquier pregunta sobre por qué Putin podría estar haciendo esto, sobre la justificación de las acciones rusas.
Estados Unidos, habiendo buscado sin éxito dominar el mundo , libra esta guerra para detener su declive histórico, la pérdida de lo que le queda de poder.
Este declive se ha acelerado en las últimas décadas a medida que el neoliberalismo convirtió su sistema económico capitalista en improductivo, financiarizado, depredador, especulativo y ecológicamente destructivo, disminuyendo enormemente los ya dudosos atractivos de Washington para sus aliados en todo el mundo.
Mientras tanto, la economía productiva de la China socialista tuvo un desempeño espectacular y se convirtió en un nuevo polo de atracción en la economía mundial. Este conflicto, por lo tanto, tiene largas raíces en el capitalismo decadente con sede en los Estados Unidos.
Con el declive económico, habiendo perdido las zanahorias económicas que puede ofrecer a otros países, Estados Unidos ha dependido cada vez más de su estatus imperial y sus capacidades militares.
Sin embargo, el sistema del dólar que constituye el núcleo del imperio estadounidense siempre ha sido inestable, sacudido por la negativa de los aliados a apoyarlo antes de 1971 y sacudido por la serie de financiarizaciones (expansiones de actividad financiera puramente especulativa y depredadora) que ha tenido. confiar desde entonces.
Compensar las insuficiencias de este sistema a través de la fuerza militar ha sido más fácil decirlo que hacerlo.
Estados Unidos nunca ha ganado una guerra importante, aparte de contra países pequeños como Granada y Panamá. Tuvo que aceptar la partición en Corea, fue derrotado en Vietnam y logró poco más que la destrucción en Afganistán, Irak, Libia y Siria. Este récord culminó con la ignominiosa retirada de Afganistán en agosto de 2021.
La relación real entre las fuerzas armadas que gastan sumas astronómicas y su desempeño puede parecer compleja hasta que uno se da cuenta de que su desempeño no es el tema crítico para sus financiadores y partidarios. La expansión de los mercados para ello, a nivel nacional y en el extranjero, es.
Las guerras híbridas de EE.UU. buscan frenar su declive y frenar el auge de las alternativas
Las guerras híbridas de Estados Unidos tienen como objetivo detener estos procesos de declive económico y militar, así como el ascenso de China, que está perdiendo importancia en la economía mundial y los asuntos mundiales.
Washington espera hacer esto al menos de tres maneras:
A ) Primero, Estados Unidos busca expandir las oportunidades para los cuatro sectores de actividad económica en los que las corporaciones estadounidenses conservan una ventaja:
El primero de estos sectores es el complejo militar-industrial, que depende de la expansión de la OTAN y sus requisitos de interoperabilidad para expandir los mercados y las ganancias. Definitivamente puede esperar una bonanza de pedidos, de los EE. UU. y de otros lugares, a medida que se expande la “ayuda” militar a Ucrania y los países aumentan los gastos militares bajo la nueva “unidad” y voluntad de gastar en defensa de los países de la OTAN.
El segundo es el sector de la minería y los combustibles fósiles, que durante mucho tiempo ha sido el pilar de este estado de colonos blancos. Ya se está beneficiando de la expansión de las exportaciones de energía a un mercado cautivo en Europa que ha sido persuadido de dejar de importar energía rusa mucho más barata.
El tercero es el sector de finanzas, seguros y bienes raíces (FIRE), que constituye el puntal crítico del sistema del dólar que, junto con el aparato militar de los EE. UU., respalda su proyecto imperial. Con sus niveles superiores preparados para beneficiarse de cualquier volatilidad, no solo se beneficia de los alborotos en los mercados de divisas o activos, sino que también explotará nuevas oportunidades, como los bonos de guerra ucranianos .
Finalmente, están las industrias que se basan en protecciones de derechos de propiedad intelectual y monopolio, como la tecnología de la información y las comunicaciones y las grandes farmacéuticas. Esperan beneficiarse de cualquier ampliación del ámbito del capital estadounidense, ya que el cumplimiento de los derechos de propiedad intelectual es una demanda crítica de los Estados Unidos.
Un momento de reflexión revelará que todos estos sectores involucran el uso de la fuerza de EE.UU. en todo el mundo.
B) La segunda forma en que las guerras híbridas de EE. UU. buscan detener el proceso de alejamiento del centro de gravedad económico mundial de EE. UU. es tratar de evitar que China y otros países, como Rusia o Irán, escapen a la subordinación a Occidente.
Estados Unidos tiene como objetivo evitar que estas naciones manejen sus economías y se comprometan con otros países, entre ellos, sus vecinos, Occidente y el resto del mundo, en términos de su propia elección. En cambio, deben subordinarse a los EE. UU. oa Occidente en general.
C) Finalmente, Washington busca asegurar su dominio contra el declive resubordinando a los aliados de EE. UU.: europeos, asiáticos orientales y cualquier otro más lejano que pueda capturar.
Tal subordinación no solo funciona en detrimento de la gente de estos países, sino a menudo también en detrimento de muchos elementos del capital.
En otras palabras, el objetivo de EE.UU. es la defensa violenta de todos los aspectos del sistema imperialista del que depende su economía.
El ‘orden internacional basado en reglas’
La pertenencia a la OTAN y la imposición del llamado “orden internacional basado en reglas” (RUBIO) es parte central de esta guerra. Y ambos representan desafíos directos para la ONU y el derecho internacional.
Esa subordinación también se persigue a través del discurso altruista de la democracia y los derechos humanos, cuando, en realidad, lo que se promueve es el neoliberalismo y el autoritarismo (reduciendo la “democracia” a la realización regular de elecciones cada vez más comprometidas).
Esto puede incluir, como vemos en el caso de Ucrania, el fomento de elementos fascistas como apoyo crítico a regímenes que de otro modo serían inviables e impopulares.
Peor aún, en la búsqueda de estos objetivos, EE. UU. viola rutinariamente las cinco de las siete cláusulas del Artículo 2 de la Carta de la ONU que se aplican a las obligaciones de los miembros:
respetar la soberanía de todos los miembros, acatar de buena fe la Carta de las Naciones Unidas, para resolver disputas pacíficamente, abstenerse del uso de la fuerza o de la amenaza del mismo, y ayudar a la ONU, y no a la parte infractora, cuando la ONU actúa contra un miembro errante.
Economía geopolítica de las relaciones internacionales
Aquellos en Occidente que adoptan el punto de vista de “la viruela en todas sus casas” de los conflictos internacionales, asumiendo que todas las partes son igualmente responsables, y esto incluye a muchos marxistas y otros izquierdistas, imaginan que hay algo llamado relaciones internacionales, en el que las relaciones de los países se rige por alguna lógica autónoma, como el equilibrio de poderes o el realismo, en el que todas las entidades son iguales, se comportan igual o lo harían si pudieran.
Olvidan que las primeras teorías, y aún las más relevantes, de las llamadas relaciones internacionales fueron las de Marx y Engels y sus sucesores.
Estos pensadores no teorizaron sobre algunas “relaciones internacionales” que flotan sobre la colcha de retazos del mapa del mundo, un escenario etéreo en el que los estados incorpóreos actuaron con motivos igualmente agresivos, si no con recursos.
Los propósitos de tal “realismo” siempre fueron justificar la agresión de los países imperialistas.
En sus mejores tradiciones, los marxistas han teorizado la economía geopolítica de las “naciones productoras” del mundo, en las que el imperialismo surge de las contradicciones del capitalismo , implica la subordinación económica a las economías capitalistas dominantes y obliga a los estados que lo resisten al aislamiento, si no a la guerra.
Históricamente, tales desafíos han surgido con mayor fuerza en la forma de socialismos realmente existentes que comenzaron a surgir en todo el mundo a partir de la Revolución Bolchevique de 1917.
La nueva guerra fría
Aunque en los últimos años China ha sido el foco de la campaña estadounidense para detener su declive y volver a subordinar al mundo, Rusia nunca ha estado lejos.
La primera nueva guerra fría de la posguerra fría se declaró contra Rusia después de que el conflicto por Ucrania saliera a la luz en 2014, y ahora vuelve a ser el centro de atención.
Al mismo tiempo, China no está ausente de escena, ya que uno de los objetivos más evidentes de Estados Unidos es avergonzar o incomodar a China lo suficiente como para incitarla a romper con Rusia, aunque hasta el momento no lo ha logrado .
China tampoco está ausente en el sentido de que existen similitudes entre Ucrania y Taiwán, y no está claro que estos paralelos beneficien a los EE. UU.
¿Por qué han resurgido nuevas guerras frías después del final de la Primera Guerra Fría ? La razón es simple: la Guerra Fría original, como las nuevas, fue simplemente una fase en la historia del imperialismo, una en la que Estados Unidos enfrentó las formas más fuertes de desafío al imperialismo, desafíos que no podía revertir.
Cuando la Primera Guerra Fría terminó gracias a una ” revolución desde arriba “, en lugar de fallas políticas o económicas lo suficientemente graves como para provocar un colapso, EE. UU. aprovechó la situación al máximo.
La “terapia de choque” proporcionó el marco para la subordinación económica de Rusia. Los rusos todavía recuerdan esa década desastrosa, con una inflación del 2500 % y fuertes caídas en la esperanza de vida, y gran parte de la popularidad aún sustancial de Putin depende de su estabilización económica del país, lo que necesariamente requirió deshacer algunos (pero no todos) de la subordinación a Occidente.
Nuevas guerras frías surgieron tan pronto como se hizo evidente que Rusia y China no iban a convertirse en pálidas imitaciones subordinadas de las economías neoliberales financiarizadas de Estados Unidos.
Estas guerras frías se han intensificado a medida que crece la decadencia del capitalismo.
La guerra híbrida de Estados Unidos contra Rusia
Como máximo, los objetivos de Estados Unidos en su guerra contra Rusia se extienden a desmembrar la Federación Rusa siguiendo el modelo de Yugoslavia.
El imperialismo ha defendido durante mucho tiempo los derechos de las minorías y los de las naciones “oprimidas” como una forma de dividir a los grandes estados. Los estados más pequeños y débiles son más fáciles de eliminar individualmente y de subordinar.
Por supuesto, EE. UU. nunca tuvo la capacidad de lograr esto, incluso en el apogeo de su poder, y hoy su poder está muy disminuido en todas las dimensiones.
Sin embargo, no impide que Estados Unidos lo intente, porque sus clases dominantes no tienen un Plan B, ningún plan para aceptar el papel de una economía “ordinaria”, aunque importante.
La evolución de la estrategia y la legitimidad de dicho plan B tiene que ser el objetivo de cualquier alternativa de izquierda seria en los Estados Unidos. Sin embargo, todavía no está en el horizonte.
Se puede decir que la fase actual de la guerra híbrida de Estados Unidos para detener o revertir su declive, que toma la forma de una guerra contra Rusia por Ucrania, se activó el 24 de febrero de 2022, cuando Estados Unidos finalmente provocó a Rusia para que lanzara sus fuerzas armadas . operaciones en Ucrania.
Exactamente por qué Putin atacó no está del todo claro: ¿Fue por el aumento de los ataques contra las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk? ¿Por el descubrimiento de planes secretos para atacarlos? ¿Descubrimientos sobre biolabs? ¿ O debido a que el presidente Volodymyr Zelensky mencionó, el 19 de febrero en la Conferencia de Seguridad de Munich, que Ucrania podría querer armas nucleares ?
El papel de liderazgo de Estados Unidos en la carrera armamentista nuclear , y su reciente historial de proliferación de armas nucleares frente a Australia y la venta de cazas con capacidad nuclear a Alemania, ciertamente no dan motivo para la autocomplacencia.
O se podría decir que la nueva fase de esta guerra híbrida comenzó en el otoño de 2021, cuando se calentaron las negociaciones entre la nueva administración demócrata en la Casa Blanca y el Kremlin.
Durante varios meses a fines de 2021, Estados Unidos, por un lado, supuestamente negoció con Rusia sobre sus preocupaciones legítimas de seguridad, mientras que, por el otro, emitió una serie de “predicciones” de agresión rusa en un discurso de alto decibelio, y alentando simultáneamente a Ucrania a intensificar su asalto a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
Esta operación involucró un nivel sin precedentes de publicación de “fuentes de inteligencia”, lo que suscitó la preocupación de que la inteligencia de EE. UU., ya muy comprometida en las últimas décadas, más recientemente en Afganistán, esté expuesta a más fallas.
Resultó que una operación para rescatar la reputación de la inteligencia de EE. UU. se estaba apoyando en la operación para asegurarse de que Rusia lanzaría algún tipo de operación.
Por supuesto, predecir lo que está haciendo no es “inteligencia”.
En cualquier caso, la “comunidad de inteligencia” estadounidense, compuesta por más de dos docenas de agencias en competencia y en conflicto, es una broma.
Esta broma se mezcló con el hecho de que los demócratas históricamente han sido el partido dado a la estridente retórica antirrusa, como su forma de mantener bien abastecido el complejo militar-industrial, mientras esperan hacer negocios con China. Aunque durante el último año de presidencia de Biden también se ha cerrado esta opción.
No hace falta decir que la cuestión de las operaciones cuestionables de Hunter Biden en Ucrania (su membresía en el directorio de su gigante energético Burisma, controlado por el mismo oligarca que financia a Zelensky) sigue sin respuesta en este momento. Puede explicar en parte la ira visceral que Biden parece albergar por Putin.
Se podría decir igualmente que el frente ruso de la guerra híbrida de Washington para detener el declive del dominio estadounidense se activó en 2019. En ese año, con la connivencia occidental, justo antes de unas elecciones en las que el descontento ucraniano con el gobierno de Petro Poroshenko posterior a Euromaidán iba a expresarse, se enmendó la constitución ucraniana para comprometer al país como miembro de la OTAN.
O podría decirse que este frente de la guerra híbrida comenzó en 2014, cuando Estados Unidos apoyó la contrarrevolución de Maidan que puso a Ucrania bajo un régimen de derecha dependiente de los neonazis.
O podría haberse activado en 2008, cuando EE. UU. y la OTAN ofrecieron a Ucrania, junto con Georgia, la membresía en la OTAN.
O en 1999, 2004, 2009, 2017 o 2020, cuando se llevaron a cabo rondas anteriores de expansión de la OTAN en violación explícita de las promesas de EE. UU. y Occidente de no expandir la OTAN ni una pulgada más allá de Alemania Oriental .
Por si sirve de algo, incluso se puede decir que este frente de la guerra híbrida se activó en diciembre de 1991, cuando Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkevich, los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, fueron alentados por Estados Unidos y la Occidente para disolver la URSS, a pesar de que la gente había votado en un referéndum a principios de año y el 80 % quería mantenerla unida, con una participación del 80 %.
Esa disolución fue la apertura de la horrible “terapia de choque” infligida al espacio postsoviético, para romper su columna vertebral económica, un acto de agresión si alguna vez hubo uno.
El hecho de que Armenia, Estonia, Georgia (aunque no la provincia separatista de Abjasia u Osetia del Sur), Letonia, Lituania y Moldavia (aunque no Transnistria ni Gagauzia) se negaron a participar en el referéndum muestra cuánto tiempo hace que las líneas de conflicto que siguen vivas hoy fueron dibujados.
En este conflicto de larga duración, Ucrania es el peón de Estados Unidos. Se puede sacrificar, y uno puede argumentar que se está sacrificando mientras hablamos, para que EE. UU. pueda detener su deslizamiento.
Washington busca frenar la autonomía europea
Hoy, los intentos de Washington de frenar su declive implican presionar a sus aliados europeos, e incluso a países más lejanos como India o Turquía, para que se alineen más estrechamente con él; de hecho, para subordinarse a Estados Unidos.
Esto es particularmente necesario ya que el ascenso de China ha provocado que cada vez más de ellos aflojen sus lazos con los EE. UU. y busquen relaciones más estrechas con Beijing.
Los acontecimientos desde el 24 de febrero han permitido a EE. UU. presumir de reunir a la OTAN, lograr que Alemania anule su negativa de larga data a suministrar armas y se comprometa a gastar el 2% del PIB en defensa, y presionar a Suiza para que abandone su neutralidad centenaria.
Estos desarrollos son particularmente dulces ya que los países europeos, particularmente Alemania y Francia, habían afirmado durante mucho tiempo su inclinación a trabajar con Rusia.
En la década de 1960, en el apogeo de la Primera Guerra Fría, esto tomó la forma de la salida de Francia de las estructuras de mando de la OTAN y la Ostpolitik de Willy Brandt. Después del colapso de la URSS, Estados Unidos temía algo peor.
Como explicó Peter Gowan en su artículo de 1999 “ Las potencias de la OTAN y la tragedia de los Balcanes ”:
Primero, la OTAN, la piedra angular militar de la Alianza, había perdido su razón de ser y había movimientos en Europa occidental (y Rusia) para construir un nuevo orden de seguridad en Europa que tendería a socavar el liderazgo estadounidense.
En segundo lugar, la recién unida Alemania parecía estar construyendo un nuevo bloque político con Francia a través del Tratado de Maastricht, con su énfasis en una Política Exterior y de Seguridad Común que conducía a ‘una defensa común’.
Esto parecía ser más que meras palabras, ya que Alemania y Francia estaban en el proceso de construir un cuerpo militar conjunto, el llamado ‘Euro-Cuerpo’ fuera del marco de la OTAN, un movimiento que inquietó profundamente a Washington y Londres.
En tercer lugar, el impulso de Alemania en relación con Yugoslavia parecía estar dirigido no solo a los electorados domésticos alemanes, sino a la construcción de una esfera de influencia alemana en Europa Central, involucrando a Austria, Hungría, Croacia y Eslovenia y, quizás más tarde, atrayendo a Checoslovaquia y , eventualmente y más crucialmente, Polonia.
Fue en el curso de esta guerra que EE. UU. logró que Alemania renunciara a este plan y aceptara en su lugar expandir la OTAN hacia el este, y para Alemania esto significó la expansión de la UE.
Sin embargo, los europeos volvieron a retomar elementos de esta visión en sus movimientos hacia una política de seguridad común y una mayor autonomía en materia militar, así como a través de iniciativas como el gasoducto Nord Stream II con Rusia.
Estas iniciativas solo se habrían fortalecido con Estados Unidos hundiéndose en el lodazal de su propio declive: sea testigo no solo del fracaso de Washington en Afganistán, sino también del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 y el resurgimiento de una inflación, gracias a su insignificante capacidades productivas, que amenaza con ahogar una recuperación ya ínfima de la pandemia de Covid-19.
Así, la desaparición de estas iniciativas europeas parece dramática. Aunque la palabra clave aquí puede ser “aparece”. Cualquiera puede adivinar si los proyectos de autonomía europea están muertos o solo temporalmente eliminados. La confianza de los europeos en la energía rusa no puede desaparecer.
Sacrificar a Ucrania para promover los intereses geopolíticos de EE.UU.
Incluso mientras disfruta de tales aparentes victorias geopolíticas, Estados Unidos se niega a brindar a Ucrania cualquier apoyo real más allá de lo verbal y lo lucrativo: elogia el coraje de los ucranianos y les vende armas.
A pesar de todas las ventajas propagandísticas que obtiene de la guerra, EE. UU. niega incluso una zona de exclusión aérea a Ucrania. No es que uno esté alentando a Washington a proporcionar uno: hacerlo aumentaría enormemente el peligro de una guerra nuclear.
Sin embargo, se puede notar la hipocresía y la irresponsabilidad de alentar a Ucrania a negarse a negociar y, en cambio, persistir en una guerra que no se puede ganar, prolongando el conflicto para que se pueda ganar más propaganda y ventajas comerciales. Ese es el verdadero crimen de guerra, con el que Estados Unidos escapará a menos que se alerte al público.
De hecho, se pone peor: Estados Unidos está alentando a Kiev a negarse a negociar, aunque el resultado de las negociaciones, que debe parecerse a algo como los acuerdos de Minsk, solo puede ser bueno para Ucrania y su gente.
En cambio, EE. UU. está presionando a Kiev para que se entregue a las peores prácticas, incluido armar a los civiles, para incitar a la confusión, el saqueo, el merodeo e incluso el asesinato de ucranianos por parte de ucranianos, asegurando que el conflicto continúe.
De hecho, como he argumentado, Estados Unidos quiere que el conflicto de Ucrania se encone .
Biden llamó a Putin un “criminal de guerra” el 16 de marzo. Si bien el Kremlin, naturalmente, consideró esto “inaceptable e imperdonable”, el punto más importante fue el momento de esta acusación. Llegó justo cuando, después de muchos intentos, y gracias a la efectividad de las operaciones rusas para destruir la infraestructura militar ucraniana, los dos días anteriores habían registrado signos de progreso en las conversaciones entre funcionarios ucranianos y rusos sobre un acuerdo para poner fin al conflicto.
El presidente Volodymyr Zelensky había señalado su aceptación de que Ucrania no formará parte de la OTAN; El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, expresó su esperanza de que “algunas partes de un posible acuerdo de paz con Ucrania”, incluido su estatus neutral, se estuvieran discutiendo seriamente, junto con las garantías de seguridad; y Zelensky también calificó las conversaciones de paz como “más realistas”.
Después de la acusación de Biden, Zelensky exigió más apoyo militar del Congreso de los EE. UU., Biden anunció otros $ 800 millones en ayuda militar, incluidos sistemas antiaéreos de mayor alcance, municiones y drones, que dijo que eran los “sistemas más avanzados” de los Estados Unidos. .”
Biden advirtió que “esta podría ser una batalla larga y difícil”, reiterando el compromiso de Estados Unidos “de dar a Ucrania las armas para luchar y defenderse durante todos los días difíciles que se avecinan”.
Es una señal de las difíciles decisiones que ha tenido que tomar Europa en este conflicto que incluso el portavoz estadounidense más leal del otro lado del Atlántico, The Guardian de Gran Bretaña, tuvo que objetar: “declarar a alguien criminal de guerra no es tan simple como decir las palabras .”
Mientras tanto, es útil considerar la propia Ucrania. Se ha prestado atención al racismo de los reporteros, columnistas de opinión y legisladores, e incluso de muchos ciudadanos comunes de los países occidentales que favorecen a los refugiados de Ucrania, junto con el racismo de algunos ucranianos, que siguen subrayando lo “europeos” que son, sus país, y sus ciudades son. Sin embargo, por inaceptable que sea, no agota el racismo que está presente en el conflicto de Ucrania.
Quienes denuncian con razón el mencionado racismo no parecen darse cuenta de que, en última instancia, el racismo es también el premio de consolación que los blancos pobres reciben de las élites blancas, el premio que permite a estos últimos consolidar el apoyo entre los primeros, cuya subordinación económica continúa o incluso empeora. .
Lo que los ucranianos pueden esperar tener en el abrazo de Occidente, si alguna vez logran salir del conflicto en el que Occidente los ha metido, será una versión aún menor de las fortunas disfrutadas, o deberíamos decir sufridas, por otros países de el antiguo Este comunista y el espacio postsoviético.
Bajo las tiernas mercedes del FMI, el Banco Mundial, la UE y EE. UU., lo que quede de la industria de Ucrania será destruido para eliminar la competencia con las corporaciones occidentales.
Se harán cargo de las partes más lucrativas de la economía ucraniana, comprarán sus tierras y explotarán sus recursos naturales y mano de obra barata in situ.
Privados de economías que funcionen correctamente, a la gente de estos países se le ofrecerá el dudoso privilegio de viajar por todo el continente europeo para que, ex situ, puedan ganar salarios bajos como trabajadores agrícolas y del sector de servicios, y sí, se consideran blancos y europeo como premio de consolación.
Incluso eso tiene un valor dudoso ya que su subordinación económica seguramente engendrará, y ya ha engendrado, nuevas formas de racismo.
Las promesas de ingreso en la OTAN en 2008, seguidas de ofertas de ingreso en la UE, solo han ofrecido a los ucranianos los dudosos privilegios de disminuir su seguridad para mejorar las capacidades de agresión internacional de Occidente y permitir la devastación de sus economías por parte de la UE.
Desafortunadamente, al carecer de fuerzas progresistas y de izquierda bien organizadas, los ucranianos no han podido revertir el golpe organizado por Occidente después de la llamada revolución Euromaidan, o más bien contrarrevolución, de 2014.
Los habitantes de Crimea, que querían ser parte de Rusia desde la desintegración de la Unión Soviética, aprovecharon esta oportunidad para irse y se reintegraron a Rusia.
Mientras tanto, las provincias orientales del Donbas más industrializado de Ucrania se separaron en revoluciones populares diseñadas para preservar sus economías de la devastación organizada por la UE, y sus idiomas y culturas del ataque neonazi y nacionalista de un gobierno de Kiev que se había vuelto dependiente de estas fuerzas. .
La masacre de sindicalistas en Odessa en 2014 fue una clara señal de lo que se esperaba. Y el asalto continuo desde Kiev, tanto por parte de los regulares del ejército ucraniano como de las fuerzas neonazis, durante los últimos ocho años aseguró una guerra civil implacable.
Mientras tanto, Estados Unidos presionó a Kiev para garantizar que no se implementaran los Acuerdos de Minsk, negociados por alemanes y franceses.
Los ucranianos difícilmente podrían dejar de notar estos tristes acontecimientos, y las elecciones cinco años después del golpe de Estado de 2014 expulsaron al régimen corrupto, depredador y vicioso de Euromaidán.
Esto dio origen a Zelensky, un excomediante, porque había prometido, entre otras cosas, hacer frente a la corrupción, implementar los acuerdos de Minsk, poner fin a la guerra civil y mejorar los lazos con Rusia.
Sin embargo, la esperanza suscitada por su elección pronto se extinguió. Los EE. UU. no tardaron mucho en poner bajo su control al políticamente sin timón de Zelensky, y desde entonces su gobierno se ha estado comportando mucho más como el régimen estándar de Euromaidán en Kiev.
Zelensky aplicó políticas económicas que respaldaban un capitalismo oligárquico peor que el de Rusia, continuó la guerra civil en el este y, en los últimos meses, apoyó al máximo a Occidente en su campaña orquestada para aumentar las tensiones con Rusia, incluso intensificando el asalto a Donetsk y Repúblicas Populares de Lugansk.
Las consecuencias de la guerra económica de Occidente contra Rusia
¿Cómo se desarrollará el conflicto? La campaña de sanciones de Estados Unidos obtuvo algunas victorias tempranas. Sin embargo, a pesar de convertir a Rusia en el país más sancionado del mundo, tomando el relevo de Irán, y a pesar de la implacable propaganda para deslegitimar a Putin, parece poco probable que logre motivar a los rusos a rebelarse contra él.
De hecho, durante los últimos ocho años, Moscú ha desarrollado una resiliencia considerable contra las sanciones. Las sanciones agrícolas, por ejemplo, han llevado a Rusia a cambiar su sector agrícola y se ha convertido en uno de los principales exportadores agrícolas del mundo.
Además, los precios del petróleo y el gas están por las nubes, lo que significa que Moscú tendrá un flujo constante de ingresos.
En segundo lugar, también está China como socio comercial y de inversión, y los lazos de Beijing con Moscú solo se han fortalecido a lo largo de los años, particularmente porque el comportamiento de Estados Unidos se ha vuelto más poco confiable y errático.
En tercer lugar, las sanciones son un arma de doble filo. También perjudican a los sancionadores.
Con los precios del petróleo y el gas por las nubes, la inflación también está aumentando. Rusia es un importante exportador de fertilizantes y alimentos.
Los bancos occidentales están cooperando con los esfuerzos rusos para pagar los cupones de sus bonos a pesar de la congelación de las reservas de su banco central.
Como he argumentado, la congelación de las reservas del banco central ruso , la verdadera madre de todas las sanciones, solo socavará el sistema financiero centrado en EE. UU. del que depende el papel internacional del dólar estadounidense, haciendo que alternativas como el euro y el yuan más atractivo.
Finalmente, Rusia aún no ha anunciado contramedidas, más allá de su demanda de que Occidente pague su gas en rublos.
Si las naciones de los EE. UU. y la UE pueden robar efectivamente las propiedades de los ciudadanos y las entidades rusas, ¿qué impedirá que Rusia se apodere de las de los ciudadanos y las entidades de estos países?
En general, las sanciones están transformando el proceso gradual del cambio en la economía mundial lejos de los EE. UU. y hacia la división del mundo en un campo centrado en EE. UU. en declive y decadencia y uno centrado en China que avanza.
En este escenario, por lo que puedo decir de fuentes que no suscriben la histeria anti-Putin azuzada por Occidente, y por lo que ha sido posible analizar mientras las operaciones rusas aún están en curso, Moscú está realmente buscando lo que busca. dice: desmilitarización y desnazificación y una Ucrania neutral.
Putin no puede ni por asomo pensar que puede ocupar Ucrania, y no hay evidencia de que lo desee. Tampoco parece que “tomar Kiev” sea parte de sus planes.
Como veo el conflicto sobre el terreno, los rusos se están enfocando metódicamente en destruir la capacidad militar de Ucrania. Lo que Occidente llama la ralentización del avance ruso se debe a eso.
Hay alguna razón para creer que esto se complica por el hecho de que las fuerzas neonazis que se han infiltrado en el ejército tienen como política sistemática el uso de civiles como escudos humanos.
Los rusos también se están concentrando en los bastiones de los neonazis, como la ciudad de Mariupol, en el sureste del país. Si la operación dura más de lo esperado por los propios rusos, puede deberse a las complejidades de la desnazificación.
Putin se ha resistido durante mucho tiempo a tomar las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Sin embargo, ahora puede que tenga que asumir una mayor responsabilidad por ellos de lo que hubiera elegido.
Entonces, la pérdida adicional de territorio para Ucrania es inevitable. La única pregunta es cuánto.
Para entender cómo y por qué ocurrirá esto, solo necesitamos considerar cómo llegó a ser el territorio de Ucrania de 2014.
Sin embargo, es muy posible que los rusos no puedan lograr sus objetivos declarados o que los estropeen. Después de todo, el ejército ruso y su comando no son infalibles.
Mientras se logra la desmilitarización, la desnazificación puede seguir siendo un objetivo difícil de alcanzar, particularmente en vista de la normalización de la presencia neonazi en Ucrania por parte de Occidente. (Zelensky invitó a miembros del regimiento neonazi Azov a hablar junto a él en un discurso en video al parlamento griego, por ejemplo).
La moral de las tropas rusas a las que se les ordena luchar contra un pueblo que no solo es metafóricamente sino a menudo literalmente sus primos no está asegurada. Y puede aumentar la oposición dentro de Rusia a una guerra que es angustiosa por las mismas razones.
No conozco un solo ruso que no esté angustiado por este conflicto.
El camino a la paz: detener el imperialismo estadounidense y abolir la OTAN
Permítanme concluir planteando la pregunta candente de este conflicto: ¿Cuál es el camino hacia la paz?
La respuesta es inequívoca: detener el imperialismo estadounidense, acabar con la OTAN e implementar cualquier versión del acuerdo de Minsk que sea posible hoy, después de que se haya hecho tanto daño.
Solo si EE. UU. y sus aliados reconocen las legítimas preocupaciones de seguridad de aquellos a los que ha atacado incesantemente durante décadas, si no más de un siglo, se puede crear una base justa para la paz mundial, a partir de las cenizas de los compromisos de la posguerra que condujeron a una Carta de la ONU a la que EE.UU. ahora nos remite hipócrita y descaradamente, pero que hace mucho tiempo rompió.
Más positivamente, se puede hacer mucho peor que la posición de cinco puntos respaldada por China :
China sostiene que la soberanía y la integridad territorial de todos los países deben ser respetadas y protegidas y los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas deben cumplirse en serio. Esta posición de China es coherente y clara, y se aplica igualmente a la cuestión de Ucrania.
China aboga por una seguridad común, integral, cooperativa y sostenible. China cree que la seguridad de un país no debe ser a expensas de la seguridad de otros países, y menos aún debe garantizarse la seguridad regional mediante el fortalecimiento o incluso la expansión de bloques militares.
La mentalidad de la Guerra Fría debe descartarse por completo.
Deben respetarse las legítimas preocupaciones de seguridad de todos los países.
Dadas las cinco rondas consecutivas de expansión hacia el este de la OTAN, las demandas legítimas de seguridad de Rusia deben tomarse en serio y abordarse adecuadamente.
China ha estado siguiendo de cerca los desarrollos de la cuestión de Ucrania. La situación actual no es la que queremos ver. La principal prioridad ahora es que todas las partes ejerzan la moderación necesaria para evitar que la situación actual en Ucrania empeore o incluso se salga de control.
La seguridad de la vida y la propiedad de los civiles debe garantizarse de manera efectiva y, en particular, deben prevenirse las crisis humanitarias a gran escala.
China apoya y alienta todos los esfuerzos diplomáticos que conduzcan a una solución pacífica de la crisis de Ucrania. China da la bienvenida al diálogo directo y la negociación más temprano posible entre Rusia y Ucrania.
La cuestión de Ucrania ha evolucionado en un contexto histórico complejo. Ucrania debería funcionar como un puente entre Oriente y Occidente, no como una frontera en la confrontación de las grandes potencias.
China también apoya a la UE y Rusia para que entablen un diálogo en pie de igualdad sobre cuestiones de seguridad europea y apliquen la filosofía de la seguridad indivisible, a fin de formar finalmente un mecanismo de seguridad europeo equilibrado, eficaz y sostenible.
China cree que el Consejo de Seguridad de la ONU debe desempeñar un papel constructivo en la resolución del problema de Ucrania y dar prioridad a la paz y la estabilidad regionales y la seguridad universal de todos los países.
Las medidas adoptadas por el Consejo de Seguridad deberían ayudar a enfriar la situación y facilitar la resolución diplomática en lugar de alimentar las tensiones y provocar una mayor escalada.
En vista de esto, China siempre ha desaprobado la invocación deliberada del Capítulo VII de la Carta de la ONU que autoriza el uso de la fuerza y las sanciones en las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
25/02/2022 | Publicado en Política Obrera el 20/02/2022
Con independencia del desenlace inmediato de la crisis actual, relativa a Ucrania y la OTAN, la cuestión de una guerra mundial ha quedado instalada en el escenario político internacional. Esto afecta de manera radical la política de la clase obrera de todos los países. Lo que ocurre en las fronteras con Rusia no es una irrupción que tome a nadie por sorpresa. Desde la partición forzada de la Federación Yugoslava, la guerra confrontó con el relato acerca del papel político unificador que se atribuía a la llamada globalización. Se instaló tempranamente un debate que se creía superado desde el estallido de la primera guerra mundial, a saber, si la unidad del mercado mundial daba lugar a la dominación de un superimperialismo, con intereses supra-estatales, dispuesto a combinarse para una explotación ‘pacífica’ del planeta. Las guerras ‘localizadas’ sólo eran tales en apariencia, pues en todas ellas se manifestaba la presencia, incluso la iniciativa, de las principales potencias económicas y/o militares. Adjudicar a la ampliación de las relaciones económicas interestatales una consecuencia pacificadora es omitir el carácter antagónico de todo el proceso capitalista, no solamente frente a la fuerza de trabajo, sino de los capitalistas entre sí.
La existencia de armamento de destrucción total inmediata influye ciertamente en la política de la guerra, pero no para atenuarla sino para exacerbarla. El bombardeo nuclear de Nagasaki e Hiroshima son una demostración temprana de ello. El armamentismo y el despliegue militar han complementado desde siempre la competencia económica ‘pacífica’, más allá de ser uno de los mercados más apetecibles del globo; la ‘elasticidad’ de la demanda sólo tiene por límite la solvencia financiera de los Estados, la lucha de clases que genera y las crisis políticas. En el caso de la disolución de la Unión Soviética, la carrera armamentista de la burocracia stalinista con el imperialismo mundial minó las bases de su dominación política y viabilizó un cambio de régimen sin la necesidad de una guerra abierta.
La expansión sin límites de la OTAN, en contradicción con su estatuto atlántico, ha tenido todas esas funciones de socavamiento de las situaciones políticas que obstaculizaban relativamente su penetración financiera y económica. A medida que fue avanzando la tendencia hacia crisis económicas cada vez más catastróficas, se puso en evidencia su condición de bloque estratégico con intereses contradictorios en su seno. La OTAN no fue nunca, en su propio marco, un ‘superimperialismo’ concertado y pacífico, aunque le permitió a todos sus miembros grandes beneficios económicos y políticos después de la segunda guerra. El último episodio relevante de la explosión de sus contradicciones internas fue el retiro de Gran Bretaña, acicateada por Estados Unidos, de la Unión Europea. En la crisis actual, fueron en forma dispersa a Moscú los jefes de gobierno o ministros de relaciones exteriores de media docena de integrantes de la OTAN, con planteos y propuestas relativamente divergentes. Y también Alberto Fernández, apuntado como un maoísta potencial por parte de un periodista argentino, y Jair Messías Bolsonaro, denunciado como un anticomunista extremo.
El reclamo, por parte de Rusia, de que la OTAN anule su expansión a Ucrania y que retire fuerzas militares de todos los países que limitan con ella, ha sido presentado como un asunto de seguridad nacional y, por derivación, internacional. Todos los estados involucrados en el conflicto admiten esta caracterización, incluso cuando los diplomáticos aseguran que la OTAN no tiene intenciones agresivas –una afirmación curiosa por parte de una organización militar internacional. En estos términos, la salida a la crisis no existe, porque no existe ninguna clase de garantía que se pueda ofrecer, que no vaya a ser violada en el futuro. El pedido, de parte de Putin, de que la OTAN firme un seguro jurídico de no expansión a Ucrania, no sería otra cosa que un papel mojado. La OTAN representa al capital financiero internacional que exige piedra libre para penetrar en todos los territorios y mercados del planeta, en especial el espacio tecnológico heredado de la Unión Soviética. Esta ofensiva no puede ser derrotada por medio del desarrollo militar y de seguridad que han tenido las fuerzas armadas de Rusia, luego del derrumbe y la desintegración del Ejército Rojo, bajo la presión de la restauración capitalista. Numerosos observadores coinciden en que Rusia podría ocupar Ucrania por completo en 48 o 72 horas, por el desequilibrio de fuerzas a su favor en el terreno. Pero este éxito estaría lejos de ser una salida, por la sencilla razón de que la superioridad integral del imperialismo mundial no puede ser abordada desde la fuerza militar, sino desde la revolución socialista.
El acoso de la OTAN hacia Rusia apunta en forma explícita a promover un cambio de régimen que se adapte a las ambiciones del capital financiero internacional. El despliegue militar de la OTAN apunta a desangrar financieramente al Estado ruso y a desintegrar cualquier obstáculo a su completa dominación mundial. Es cierto que todos los grandes capitales ya se encuentran instalados en Rusia, pero no con derecho a una expansión ilimitada. Más cierto aún es que la oligarquía rusa juega un papel extraordinario en el mercado inmobiliario de Londres y, en cierta medida, en la Bolsa londinense. Todo esto demuestra la integración de Rusia al mercado mundial, que domina el capital financiero que se expresa por medio de la OTAN. Putin no podrá romper nunca esta sumisión por medio de una guerra. La ocupación de Ucrania, por caso, de parte de Rusia, no la acerca ni un milímetro a una relación autónoma o independiente con el mercado mundial, simplemente replantea el problema a una escala más bélica y destructiva. Una alianza con China para disputar al imperialismo norteamericano el mercado mundial está fuera del radar de posibilidades, incluso porque tampoco hay entre ellos unidad de intereses o propósitos; la misma Ucrania pro OTAN ya ha firmado la adhesión a la ruta de la seda de China, para inversiones de infraestructura. La OTAN tiene la ventaja estratégica de que puede ofrecer a Ucrania una integración al mercado mundial, en principio por medio de la Unión Europea, incluso si la política fondomonetarista aplicada a Ucrania la ha llevado a niveles extraordinarios de pobreza. Por estas razones, la oligarquía ucraniana se ha desplazado de la lealtad a Moscú a la UE y a la OTAN. El temor del imperialismo mundial (el imperialismo norteamericano es el único que juega en esa categoría), que comparte con Moscú, a una guerra, es de otra naturaleza -que una guerra suscite enormes rebeliones populares, una crisis política excepcional en las metrópolis y en Rusia y, eventualmente, una escisión, de alcance difícil de prever, con los principales estados de la Unión Europea.
Francia, interesada en salir de la OTAN y crear las fuerzas armadas de la Unión Europea, y Alemania, que busca tener las manos libres para negociar una mayor penetración de su industria, en Rusia, claro, pero por sobre todo en China, han fracasado hasta ahora en ofrecer un arreglo a Putin. Esto demuestra que no alcanza, para evitar una guerra, la posibilidad de un compromiso entre perspectivas estratégicas que se adjudican unos y otros: la guerra es siempre la expresión de la explosión de las contradicciones de los regímenes políticos en presencia. La situación previa a la crisis actual ya era insostenible, con Rusia ocupando una parte del este de Ucrania y tomando la soberanía de Crimea. La OTAN y la oligarquía ucraniana quieren recuperar uno y el otro. Es a este acecho geopolítico que responde el despliegue militar de Putin. En esta ocasión cuenta con el apoyo activo del gobierno de Bielorrusia, que se había distanciado del Kremlin debido al propósito de pedir la integración a la Unión Europea, que frustró la rebelión popular en su país, para repudiar el fraude electoral. La dirección política de esa rebelión era francamente partidaria de la integración a la UE.
La ambición de Rusia de alcanzar una integración económica con la Unión Europea se manifestó en la construcción de gasoductos por el Báltico con ingreso por Alemania. Estados Unidos saboteó esta posibilidad desde mucho antes de esta crisis, y con mayor vigor como consecuencia del estallido presente. El conflicto del gas puso al desnudo un antagonismo estratégico entre Estados Unidos y Alemania y parte de la UE. El primer ministro alemán sigue una línea trazada por Ángela Merkel; defiende los gasoductos en cualquier arreglo que se logre establecer, por precario que sea, entre la OTAN y Rusia. El gran capital alemán también defiende los gasoductos, porque aspira a monopolizar, hasta cierto punto, la penetración en la economía rusa, e incluso construir un eje alemán-ruso, al lado de otro con China. En este propósito cuenta con el apoyo de una parte del capital norteamericano, que pretende subordinar los objetivos políticos a sus intereses económicos del momento, que amenazan con una recesión generalizada.
Las partes en pugna enfrentan un incremento sin precedente de los antagonismos de clase en su patio interno, y rebeliones populares y huelgas importantes, como ocurre en Estados Unidos. Las guerras imperialistas están asociadas a la explosión de las contradicciones internas de los Estados. Luego del golpe de Estado ejecutado contra el Capitolio, en enero de 2021, la tendencia a la guerra en Estados Unidos se encuentra ante una dificultad muy especial: que esa guerra sea denunciada por los golpistas como un suicidio político para Estados Unidos, por parte de los liberales y de la democracia en general. La respuesta a una guerra no sería, entonces, un reforzamiento de la ‘unidad nacional’, sino todo lo contrario. Es que el arma de la guerra es levantada por el neo-liberalismo en el mundo entero, e incluso por una parte de la izquierda que denuncia el peligro del “imperialismo ruso” para las libertades ucranianas, en lo que no sería otra cosa que un alineamiento con la OTAN.
La clase obrera debe incorporar en la agenda política la lucha contra la guerra, y no de un modo general, sino de la guerra que impulsa el imperialismo mundial, representado por la OTAN y Estados Unidos. La denuncia de la política de Putin, de un lado como contrarrevolucionaria, porque representa la destrucción de las conquistas históricas revolucionarias en Rusia y, del otro, como proto imperialista en relación a su espacio exterior cercano (Ucrania, Bielorrusia, Chechenia, Georgia, Kazakistán), no debe oscurecer el protagonismo central y estratégico de la OTAN, para unificar a la clase obrera contra el bloque internacional del imperialismo. La política de Putin es un callejón sin salida, que sólo puede llevar a Rusia al desastre. La movilización de las fuerzas armadas durante dos meses, el estado de guerra que se ha creado, las vidas en juego, no lo pagarán los oligarcas rusos sino los obreros y los campesinos.
Guerra a la guerra. Fuera la OTAN. Por la unidad internacional de la clase obrera contra la guerra del capital y por un gobierno de trabajadores.
El grito “¡La invasión es inminente!” coreado mayormente por anglosajones ha logrado un efecto: tapar informativamente las exigencias rusas y no debatir sobre ellas. Por otro lado, ese grito, puede formularse a la inversa, como sugiere esta ilustración.
De una guerra fría a otra, de la mano de la OTAN
¿Quien se acuerda hoy de la Carta de París? En noviembre de 1990 los países de la CSCE (hoy OSCE), es decir la URSS y Euroatlántida, firmaron en el Palacio del Elíseo, la “Carta de París para una nueva Europa”. Aquel documento contenía el diseño de una seguridad continental integrada, es decir el fin de la guerra fría que había dividido Europa y el mundo en dos bloques. Su preámbulo proclamaba que, “la era de la confrontación y división de Europa ha concluido”. En el apartado, “relaciones amistosas entre estados participantes” se afirmaba: “La seguridad es indivisible. La seguridad de cada uno de los estados participantes está inseparablemente vinculada con la seguridad de los demás”. En el apartado “Seguridad”, se anunciaba “un nuevo concepto de la seguridad europea” que dará una “nueva calidad” a las relaciones entre los estados europeos. “La situación en Europa abre nuevas posibilidades para la acción común en el terreno de la seguridad militar”, se prometía. “Desarrollaremos los importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional en Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la confianza y la seguridad”. Se ponía incluso fecha a los compromisos; “iniciar, no más tarde de 1992, nuevas conversaciones de desarme y fortalecimiento de la confianza y la seguridad”. En lugar de eso se abrió paso una seguridad a costa del otro.
Un año después de la firma de la Carta de París, en la cumbre de Roma de noviembre de 1991, la OTAN ya dejó claro cuales eran las dos conclusiones que extraía de la disolución del Pacto de Varsovia:
“La primera novedad de estos acontecimientos es que no afectan ni al objeto ni a las funciones de seguridad de la Alianza, sino que resaltan su permanente validez. La segunda, es que estos acontecimientos ofrecen nuevas ocasiones para inscribir la estrategia de la Alianza en el marco de una concepción ampliada de la seguridad”. En resumen, hubo ampliación, globalización y avance de la OTAN, allí donde Moscú se había retirado. ¿Por qué?
Mijáil Gorbachov respondía así a esa pregunta en una entrevista que mantuvimos en diciembre de 1996: “La ampliación de la OTAN es la respuesta de Estados Unidos a la unidad europea, en Washington muchos temen perder influencia y quieren apuntalarla a través de la OTAN”.
La simple realidad es que Gorbachov fue engañado por los socios occidentales con los que negoció el fin de la guerra fría. Ahora no falta quien afirma que “no hubo documentos” que reflejaran el compromiso de no ampliar “ni una pulgada” la OTAN hacia el Este, pero la evidencia documental es abrumadora. Los documentos de Estados Unidos desclasificados en 2017 muestran la lista completa de dirigentes occidentales reiteradamente comprometidos con aquel compromiso: el secretario de Estado norteamericano James Baker, el Presidente George Bush, el ministro de exteriores alemán Hans-Dietrich Genscher, el Canciller Helmuth Kohl, el director de la CIA Robert Gates, el Presidente francés François Mitterrand, la primera ministra británica Margaret Thatcher y su sucesor John Major, el Secretario de exteriores de ambos, Douglas Hurd, y el secretario general de la OTAN Manfred Wörner (1).
Treinta años después, el asunto ha sido más que clarificado por los historiadores y confirma de pleno las palabras de Gorbachov. La historiadora estadounidense Mary Elise Sarotte concluye así su voluminoso estudio de fuentes sobre los motivos por los que Washington rechazó el concepto de seguridad europea integrada pactado en París: “la consecuencia habría sido que Estados Unidos habría disminuido su papel en la seguridad europea”. Sarotte formula la mentalidad de los responsables de Estados Unidos de aquella época para impedir que la CSCE (luego OSCE) se convirtiera en la organización europea de seguridad: “Sería peligroso. La Unión Soviética ya no es peligrosa, pero si los europeos unen sus fuerzas y construyen la CSCE como sistema de seguridad, nosotros nos quedamos fuera y eso no es deseable. Hay que fortalecer la OTAN para que no ocurra” (2).
La crónica moscovita de los años noventa, por lo menos la mía, fue una continua llamada de atención contra la expulsión de Rusia de la seguridad continental. Sin Rusia, su mayor nación, no habría estabilidad en el continente y, desde luego, aún menos contra Rusia. La ampliación de la OTAN aún no había comenzado cuando ya en 1996 el ministro de exteriores británico Malcom Rifkind decía que su verdadero objetivo final era el ingreso de Ucrania en ella. Sin Ucrania, Rusia nunca podría afirmar una potencia como la que había tenido en el pasado con la URSS, decían los estrategas de Washington. En agosto de aquel año, ya se celebraron maniobras militares conjunta OTAN-Ucrania con un escenario de lucha contra una rebelión separatista en… Crimea. En aquella época, con un puñado de guerrilleros chechenos poniendo en jaque a los militares en el Cáucaso, el ministro de defensa ruso, Igor Rodionov, se definía como “ministro de un ejército que se desmorona y de una flota moribunda”. Lo poco que quedaba de la flota estaba en el Norte, en las bases de Murmansk y la Península de Kola, junto a Noruega. Y precisamente allí, en Noruega, la OTAN instalaba nuevos radares y sistemas militares, y realizaba maniobras. Javier Solana, secretario general de la OTAN, visitaba sonriente Moscú para constatar la impotencia rusa. “Nos viene a decir que la OTAN se va a ampliar en cualquier caso y que eso es muy bueno para Rusia, a pesar de que según su doctrina el enemigo ahora somos nosotros”, me dijo en una de aquellas visitas Vladímir Lukin, presidente de la comisión de exteriores de la Duma.
Para 1999, Rusia y la OTAN habían firmado ya un documento de consolación para regular sus relaciones, el “Acta fundacional”, resumido así por Sergei Rógov, el director del moscovita, y muy occidentalista, Instituto de Estados Unidos y Canadá de la Academia de Ciencias: “ellos lo deciden todo y luego nos invitan a tomar café en Bruselas para comunicárnoslo”.
“Lo que se está haciendo despierta mis sospechas”, decía Gorbachov en aquella entrevista de 1996. “De acuerdo, hoy se pueden ignorar los intereses de Rusia, sus críticas a la ampliación, pero la debilidad de Rusia no será eterna ¿Es que no se dan cuenta para quien trabajan con esa política? Si la OTAN avanza en esa dirección aquí habrá una reacción”. La Rusia actual es, en gran parte, resultado de aquel proceso.
La reacción se fue larvando lentamente pero sus manifestaciones siempre fueron ignoradas. El mal humor ruso alimentaba el enredo creado. “Después de Irak, Sudán, Afganistán y Yugoslavia cabe preguntarse quién será el siguiente”, me dijo en abril de 1999 el viceprimer ministro Yuri Masliukov. “¿Quizá algún país de la CEI, o la propia Rusia?”. La OTAN se alimentaba a sí misma: su existencia se justificaba, cada vez más, en la necesidad de afrontar los riesgos creados por su ampliación al Este que tanto irritaba a Moscú. Mientras Occidente ampliaba su esfera de influencia contra Rusia, se denunciaba la actitud “trasnochada” de Moscú por exigir respeto y llamar la atención sobre su propia esfera de influencia. Es decir, según la tesis postmoderna, el concepto solo era “trasnochado” y “arcaico” cuando se trataba del adversario. La génesis de lo que se ha llamado “segunda guerra fría” estaba servida ya en los años 90, ofreció señales constantemente pero no estalló oficialmente hasta 2014, cuando Occidente apoyó la protesta del Maidán convirtiendo la particular fractura nacional ucraniana en un conflicto civil armado. La reacción al final ha estallado cuando Rusia ha dejado de ser tan débil y coincide con China en el propósito de integrar económica y comercialmente el espacio euroasiático. En palabras del historiador alemán Herwig Roggemann, aquella “victoria” occidental en Kíev fue “el mayor fracaso de la historia europea tras el histórico cambio de 1990 (3). Bienvenidos a la nueva guerra fría.
La pregunta hay que hacerla: ¿coinciden los intereses de Europa con los de EEUU? Esta es la cuestión decisiva que la Unión Europea no es capaz de hacerse, ni siquiera de plantearse. Para los norteamericanos la protección de su Estado y de su población le exige controlar estratégicamente el mundo. De ahí deviene esta específica habilidad de construir guerras y desarrollar conflictos lejos de sus fronteras. La península que es Europa ha sufrido dos guerras mundiales, conflictos militares recurrentes y siempre pendiente de una Rusia convertida, de una u otra forma, en el imperio del mal.
El observador avezado se dará cuenta que distingo entre Europa y la Unión Europea. Esto es algo que tampoco se puede hacer. La única forma de construir Europa es la UE y quien la critique o la cuestione es calificado de euroescéptico, nacionalista o simplemente, de extrema derecha. Hay muchas formas de decir Europa y de construirla. La UE es un modo concreto, específico que tiene, al menos, tres características. La primera, el llamado vínculo atlántico; es decir, esta integración supranacional se hace bajo el paraguas estratégico de los EEUU, organizado militarmente en torno a la OTAN. EEUU siempre ha sido un actor interno en la construcción europea y ha influido decisivamente en su modo de organizarla y definir su futuro. Después de la implosión de la URSS y de la desintegración del Pacto de Varsovia intervinieron activamente para ampliar la Unión hacia el este lo más rápidamente posible y, es la clave, hacerlo bajo el patrocinio de la OTAN. Conseguían dos objetivos fundamentales: bloquear la integración política y hacer girar hacia la derecha a los gobiernos de los países que habían estado bajo el control de la Unión Soviética. UE y OTAN desde el principio fueron un mismo proyecto geopolítico.
Una segunda característica tenía que ver con un método específico de integración basado en la “limitación” de la soberanía de los Estados en todo lo referente a la política económica y a su política internacional. Dicho de otro modo, la construcción de la Unión se hacía contra los Estados en un largo proceso cada vez más distante del control de las poblaciones y, en muchas ocasiones, en contra de ellas. Desde el primer momento las instituciones comunitarias convirtieron su ordenamiento jurídico en una “constitución material” que se superponía y prevalecía sobre las constituciones de los Estados singularmente considerados. Como ha destacado con mucha fuerza Wolfgang Streeck, las constituciones sociales derivadas de la II Guerra Mundial están siendo deconstruidas en favor de un ordenamiento claramente neoliberal sin el concurso del poder constituyente del pueblo soberano.
La característica tercera la tenemos delante de nuestros ojos, la nombramos pero no la definimos: las democracias realmente existentes ya no deciden lo fundamental, no tienen el poder de elegir entre grandes opciones públicas; gobierne quien gobierne, están obligadas a moverse, no solo en los límites de su propia constitución sino, y principalmente, de un ordenamiento jurídico -el de la UE- que actúa en la práctica como una constitución que prevalece sobre la legítimamente instituida en los Estados. Resumiendo, nuestras democracias son cada vez menos sociales, están estructuralmente limitadas y en proceso de creciente oligarquización.
Hay que atreverse a explicar las cosas. Estamos ante un cambio de época, ante una ruptura histórica que pone en cuestión una determinada forma de organizar el poder mundial, un modo de ordenar las relaciones internacionales y, sobre todo, una forma de comprender el mundo. Hoy la Unión Europea está obligada a definirse ante un mundo multipolar que emerge y que cuestiona un viejo orden construido por las grandes potencias capitalistas. En el fondo es decidir si se es parte de lo viejo o si se forma parte de lo nuevo y se está dispuesto a gobernar esa transición. La OTAN lo tiene claro: defender el orden unipolar hegemonizado por Estados Unidos; todo lo demás es secundario y, además, se conjura para crear una amplia coalición de Estados contra China, la gran potencia que emerge, y contra Rusia, que se ha convertido en su principal aliado.
El debate sobre la famosa autonomía estratégica de la UE hay que situarlo en este contexto. Pero en esto tampoco deberíamos dejarnos engañar por las apariencias. La preocupación de Borrell no es tanto la actuación unilateral de los EEUU, sino que Biden no lo tenga lo suficientemente en cuenta e incumplan las cláusulas de solidaridad colectiva garantizada por la OTAN. Autonomía estratégica, no para definir con precisión y veracidad los objetivos de una política exterior solvente de la UE, sino para renegociar su condición de aliado subalterno de EEUU y su participación en la toma de decisiones sobre Europa, pero también sobre el Indo-Pacífico. Dicho más claro, el riesgo que temen es quedarse sin el paraguas de la OTAN. El temor de las clases dirigentes europeas es que los EEUU se desentiendan de Europa y que ya no ejerzan su control sobre ella. La UE sigue queriendo ser un protectorado económico militar de los Estados Unidos. No está dispuesta a prescindir de las decenas de bases norteamericanas en su territorio ni de su armamento nuclear desplegado en Europa; por cierto, en proceso de renovación sustancial.
Hay dos áreas de decisión geopolítica en construcción. Una está en el Indo-Pacífico; la otra en Europa. En la primera, que es la principal, los norteamericanos quieren actuar solos con sus aliados tradicionales; es decir, Reino Unido y Australia. A estos se unirán pronto sus dos países que son a su vez protectorados militares, Japón y Corea del Sur. El objetivo, ya se ha dicho, es crear una coalición muy amplia para contener a China, siempre con las incógnitas de India (que tiene fuertes vínculos con Rusia) y de Pakistán (que tiene complejas relaciones con EEUU y con China). El papel de Indonesia será muy importante. EEUU lo ha dejado meridianamente claro: los países europeos, empezando por Francia, estarán fuera de la toma de decisiones de este “gran juego” que acaba de comenzar.
La otra área de decisión es Europa. Aquí el papel decisivo lo va a tener la OTAN. El objetivo: enfrentarse a Rusia y sumarse a la estrategia global contra China que definen los EEUU. El conflicto de Ucrania hay que verlo como el retorno de Europa como territorio de conflicto y guerra entre las grandes potencias. La gravedad del problema es justamente esta, que el conflicto entre EEUU y China se dirime en territorio europeo enfrentando a la OTAN contra Rusia. Por eso las soluciones diplomáticas son extremadamente difíciles y la atmósfera de guerra se hace insoportable. Quien mejor conoce esto es la dirección política del actual gobierno ucraniano que lo aprovecha para rearmarse, formar uno de los mayores ejércitos del mundo y ser, en la práctica, parte de la OTAN.
El dato más sobresaliente en este conflicto es que todos los actores saben que Rusia no invadirá militarmente Ucrania. Las razones son muchas. Ucrania se ha convertido en una Estado fallido con una crisis económico productiva pavorosa y con conflictos étnicos, religiosos y sociales difíciles de gobernar. La pregunta es: si todo el mundo sabe que Rusia no va a invadir, ¿por qué se ha creado este clima de guerra inminente? Por varias razones. La primera, es la “batalla por el relato”; se trata de atemorizar a las poblaciones ante un enemigo cruel e implacable para legitimar el incremento sustancial de los gastos militares, la instalación y renovación de nuevos misiles nucleares y la necesidad de un protector externo que nos defienda; es decir, la OTAN. La segunda razón, justificar la urgencia de ampliar la OTAN incorporando, no solo a Ucrania sino también a Georgia y, más allá, al resto de las repúblicas exsoviéticas. La tercera, poner fin a cualquier pretensión presente y, sobre todo futura, de Europa como actor autónomo en las relaciones internacionales, colaborador necesario en la construcción de un nuevo orden multipolar más democrático y plural.
Cuando Pedro Sánchez y Margarita Robles mandan alegremente buques y aviones de combate a la zona en conflicto lo hacen sabiendo que Rusia no va a invadir Ucrania. El problema que tienen estos escenarios con un clima conflictual tan alto, es el riesgo de que algún actor considere que hay que agudizar las contradicciones y provoque una respuesta de Rusia. Biden y Borrell pueden perder el control de la situación y entonces habrá una guerra de verdad; en el centro del espacio europeo y sin saber exactamente cuáles serán los límites. Quien juega con fuego puede terminar quemándose.
La respuesta de Rusia es la propuesta de un tratado de seguridad basado en el desarme y la desnuclearización, en el respeto a la Carta de las Naciones Unidas y a la soberanía de los Estados. Se puede rechazar, se puede descalificar, pero hay una propuesta encima de la mesa que la hace un Estado que tiene la percepción de vivir una crisis existencial en tanto que tal y que lleva 25 años viendo como las fronteras de la OTAN están cada día más cerca de Moscú. Lo más grave es que, como antes dije, este conflicto es parte de un conflicto global de carácter preventivo impulsado por los EEUU y que tiene como verdadero objetivo bloquear, contener y cercar a China. Una vez más, Europa puede poner los muertos de un conflicto en el que nada tiene que ganar y mucho que perder.
La paz no tiene alternativa en Europa. La guerra es el mal absoluto. Lo que debería hacer realmente Europa es tomar iniciativas veraces para una salida diplomática a la crisis que reconozca los intereses comunes que tiene con Rusia; que promueva un gran acuerdo económico, político y militar en el marco del cual se debe resolver el conflicto ucraniano. La Europa de España a los Urales sigue siendo una necesidad. ¿Cuál es el problema? Que esta propuesta se opone a los intereses estratégicos de EEUU. La paz es demasiado importante para que la decidan solo los políticos y los militares.
Hace dos décadas que Estados Unidos acerca su dispositivo militar a Rusia. El abandono unilateral por Washington del Tratado INF fue la última y temeraria vuelta de tuerca, acompañado de su construcción del escudo antimisiles en Polonia y Rumanía, que puede ser transformado en un sistema de ataque.
Ese cerco militar estadounidense busca el dominio y control definitivo sobre las antiguas repúblicas soviéticas, la voladura del proyecto ruso de cautelosa reintegración del espacio soviético, y la consolidación del poder militar norteamericano en el planeta, y no renuncia, incluso, al desmembramiento de la actual Rusia.
Durante mucho tiempo Estados Unidos alegó que el despliegue de su escudo antimisiles en Polonia y Rumanía servía para prevenir un ataque a Europa de Irán o Corea del Norte. Era una grosera mentira porque el objetivo siempre fue Rusia. Ahora, Estados Unidos está evaluando incluso el despliegue de misiles de medio alcance en Europa transformando los países del Este «en trampolín para el enfrentamiento con Rusia»: Europa puede estar ante un panorama que recuerda a la «doble decisión de la OTAN» de 1979, que llevó a Estados Unidos a desplegar 108 misiles Pershing 2 en la RFA, además de 464 misiles de crucero (160 en Gran Bretaña, 112 en Alemania Occidental, 96 en Italia, 48 en Bélgica y otros 48 en Holanda) y creó una gravísima situación en el continente.
En ese cerco militar a Rusia, Ucrania desempeña una función decisiva. Washington, tras levantar la ficción (inventada por sus servicios secretos) de una supuesta movilización masiva de tropas rusas para invadir Ucrania, alega esa «amenaza» para amenazar a Moscú con severas sanciones económicas y otras acciones. Rusia ha negado las informaciones difundidas por el Departamento de Estado sobre supuestas concentraciones de tropas en la frontera con Ucrania, y equipara las alarmas creadas artificialmente con el clima que preparó el ataque de la Georgia de Saakashvili a Osetia del sur en 2008. En noviembre de 2021, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, denunció que diez bombarderos estratégicos estadounidenses ensayaron un ataque con armas nucleares contra Rusia, desde el oeste y en oriente, durante los ejercicios militares Global Thunder. En ese mismo mes, aviones militares norteamericanos realizaron más de treinta vuelos en las cercanías del espacio aéreo ruso, mientras proliferaban las acusaciones occidentales sobre la preparación de un ataque ruso a Ucrania, que Moscú considera el pretexto urdido para justificar el despliegue de más fuerzas militares de la OTAN en las fronteras rusas. Añadiendo alarmas y presión sobre Moscú, el Washington Post publicaba el 3 de diciembre de 2021 un documento de los servicios de inteligencia estadounidenses según el cual Rusia prepara un contingente de 175.000 soldados para «invadir Ucrania a principios de 2022», información confirmada después por la Casa Blanca.
Pocos días después, cazas rusos siguieron a aviones de guerra estadounidenses y franceses que volaban en el Mar Negro cerca del espacio aéreo ruso. En ese escenario de agitación y fakenews, los servicios secretos ucranianos filtraron a los medios de comunicación que Rusia ha desplegado casi cien mil soldados en la frontera común y que se dispone a atacar Ucrania a finales de enero o principios de febrero de 2022. Ni Estados Unidos ni Ucrania han sido capaces de mostrar una imagen de ese supuesto y enorme contingente militar ruso desplegado. Lanzando gasolina al fuego, Zelenski acusó a Rusia de estar tras un intento de golpe de Estado que iba a tener lugar el 1 de diciembre de 2021, y que supuestamente habrían desarticulado los servicios de seguridad ucranianos. Zelenski no facilitó información para avalar la grave acusación, revelándose como otro espantajo más para incrementar la tensión en la zona del Mar Negro: todo huele a intoxicación. Poco después, el Alto Representante para Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell, emitía un comunicado exigiendo a Moscú que dejase de enviar ayuda humanitaria al Donbás, arguyendo que «agravaba el conflicto». Borrell no hizo ninguna mención a la utilización por Ucrania de drones turcos para atacar, en una violación flagrante porque su uso está explícitamente prohibido en los acuerdos de Minsk, ni tampoco al aumento de tropas ucranianas en el límite con el Donbás.
Aunque ha cedido la tensión en la frontera polaco-bielorrusa por la llegada de refugiados de Oriente Medio, Anthony Blinken ha llegado a afirmar que la crisis migratoria en la frontera polaco-bielorrusa era un plan urdido por Putin y Lukashenko para desviar la atención de la masiva movilización de tropas rusas en la frontera con Ucrania. En perfecta coordinación con las acusaciones de Washington y Bruselas, la agencia Bloomberg llegó a publicar un supuesto plan de ataque ruso a Ucrania desde tres puntos: Crimea, la frontera sur rusa y Bielorrusia. Estados Unidos quiere mantener un cinturón de inestabilidad en la periferia rusa, y la revuelta de Kazajastán es otro aviso.
Cuando terminaba 2021, el secretario del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional de Ucrania, Alexéi Danílov, declaró, como si levantara acta notarial, que no se veían signos de «ninguna amenaza de agresión abierta por parte de Rusia», aunque en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de los países de la OTAN, en Riga, Stoltenberg aumentó las alarmas afirmando que los países miembros «deben prepararse para lo peor en Ucrania», acusando a Rusia de «preparar una incursión militar». A su vez, Putin alertó sobre la posibilidad de que la OTAN instale misiles en Ucrania, lo que dejaría a Moscú a menos de diez minutos de recibir el impacto de un ataque nuclear.
En la primera sesión del Consejo Ministerial de la OSCE, Lavrov, tras su tensa entrevista con Blinken, denunció que la OTAN ha rechazado las propuestas de Moscú para evitar incidentes peligrosos mientras continúa acercando su dispositivo militar a las fronteras rusas. Pese a ello, en la conversación telefónica entre Biden y Putin del 30 de diciembre de 2021, el presidente norteamericano exigió que Rusia «retire sus tropas de la frontera ucraniana» y que Estados Unidos «respondería a una invasión con las más duras sanciones desde 2014». Biden aseguró que «Estados Unidos no tiene intención de desplegar armas ofensivas en Ucrania», aunque Estados Unidos y Rusia definen de forma distinta el concepto de «armas ofensivas». Putin exigió que la OTAN no incorpore a Ucrania y paralice su expansión, y que Estados Unidos y sus aliados no desplieguen armamento ofensivo en las antiguas repúblicas soviéticas.
La conversación de Biden y Putin apenas sirvió para que Estados Unidos continuase gesticulando con el peligro del «expansionismo ruso», mientras Rusia planteó ante la hipotética mesa de negociaciones la exigencia de que Ucrania no se incorpore a la alianza occidental y que tanto la OTAN como Estados Unidos retiren su dispositivo militar de las fronteras rusas: es una evidencia que Estados Unidos lleva equipos y tropas cerca del territorio ruso, y no al revés. Días después, Putin afirmó que Rusia respondería al nuevo despliegue militar estadounidense y de la OTAN en las fronteras rusas, y criticó la belicosidad de Estados Unidos recordando que «destruyó Yugoslavia e Iraq e invadió Siria» sin ningún derecho a hacerlo y sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.
Rusia ha propuesto formalmente a Estados Unidos y la OTAN la firma de un Acuerdo de garantías de seguridad que incluya el compromiso de resolver pacíficamente las disputas, y que no realicen ejercicios militares en las cercanías de las fronteras rusas y en Ucrania, Europa oriental, Cáucaso y Asia central. También, que se excluya el despliegue mutuo de misiles terrestres de corto y medio alcance que puedan alcanzar el territorio de la otra parte. Además, Rusia exige el compromiso jurídico de la OTAN para detener su expansión y para excluir la integración de Ucrania, Georgia y otros países en la alianza occidental, y que los firmantes renuncien a emplazar armas nucleares fuera de su territorio, retornando las desplegadas en la actualidad. Para Moscú, la seguridad internacional es «indivisible», y propone que tanto Estados Unidos como Rusia se comprometan a no enviar bombarderos ni buques dotados de armamento nuclear a las proximidades del territorio de la otra parte.
Con consumada hipocresía, Estados Unidos reclama un orden mundial «basado en reglas», aunque ha violado sistemáticamente el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, y pese a su historial bélico reciente y sus numerosas agresiones militares. Delegaciones de los dos países mantendrán contactos en Ginebra a partir del 10 de enero de 2022: Washington admite la apertura de esas conversaciones, pero es poco probable que acepte las propuestas rusas. Estados Unidos y la OTAN van a continuar hostigando a Rusia, incrementando la tensión internacional.
La determinación estratégica de Estados Unidos de incorporar a Ucrania a la OTAN ha desatado una nueva crisis político-militar con Rusia. Las potencias ‘occidentales’ y la prensa internacional presentan los acontecimientos en forma invertida, atribuyendo las advertencias lanzadas contra Rusia como el resultado de una intención, por parte de ésta, de invadir y ocupar Ucrania. Aunque Rusia haya anexado la península de Crimea para proteger su única base militar sobre el Mar Negro y apoye a los sectores que mantienen el control del este de Ucrania, en la región del Donbass, el régimen de Putin carece de las condiciones internas e internacionales para acometer semejante propósito. En el caso de la OTAN, por el contrario, luego de prometer que no extendería su dominio a Ucrania, cuando en 1991 Ucrania accedió a la independencia, y luego hizo lo mismo al firmarse, en 1994, el tratado de desnuclearización del país, en el pacto de Bruselas, Biden dejó en claro, en una reciente reunión con Putin, que Estados Unidos no acepta ninguna clase de “líneas rojas” con referencia a la adhesión de Ucrania a la OTAN. Los medios internacionales informan de manera regular la violación del espacio aéreo de Rusia por aviones de países de la OTAN, y han convertido a las naciones del Báltico en una plataforma militar contra Rusia. Del mismo modo, los medios han oficiado como voceros a la OTAN, al advertir que Rusia ha perdido la “profundidad estratégica”, o sea su vasto territorio, que la protegió contra Napoleón y contra Hitler, como consecuencia de la capacidad de ataque de los misiles de corto y medio alcance que apuntan contra ella. Estados Unidos y la OTAN han boicoteado los acuerdos de Minsk, firmados en 2016, que establecían negociaciones para la reunificación de Ucrania, porque el lado oriental reclamaba convertir al país en una federación, o sea con autonomía para sus regiones. El objetivo fundamental del “euromaidan”, el golpe de estado que desalojó a la oligarquía pro-rusa del gobierno, en 2014, fue incorporar a Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, algo que ya había aceptado, en principio, el gobierno “pro-ruso’’ derrocado. La proyección estratégica de la OTAN hacia los confines de Rusia arranca con la balcanización de Yugoslavia (valga la redundancia) y el bombardeo sistemático a la república serbia. La restauración ‘pacífica’ del dominio capitalista en Europa oriental, a través de un acuerdo con la burocracia moscovita, va cobrando la forma menos pacífica de nuevas guerras internacionales de dominación política.
La crisis en desarrollo comporta, sin embargo, un conjunto de elementos que se encuentran más allá de la disputa por Ucrania. En efecto, una pieza decisiva de la situación presente ha sido la construcción de dos gasoductos que atraviesan el Báltico, para abastecer a Alemania y a una parte de Europa, a cargo del monopolio ruso Gazprom. Más que un acuerdo económico es un acuerdo geopolítico, en primer lugar porque crea un vínculo económico estratégico entre ambos países. La nueva ruta degrada la vía histórica de abastecimiento de gas ruso a Europa a través, precisamente, de Ucrania, lo que pone un fin a las posibilidades de extorsión recíproca, de parte de Ucrania a Rusia y viceversa, pero que deja a Ucrania sin el recurso financiero del peaje por el gas y su propio abastecimiento. La ruta de Báltico resuelve un problema estructural de Europa, pero en especial de Alemania, en la provisión de energía, al margen de que ha creado fuertes rivalidades con compañías europeas de transporte de gas. Pero ese acuerdo tiene un alcance de otras dimensiones cuando se tiene en cuenta que implica una apertura privilegiada del mercado ruso a la producción y a las inversiones de Alemania. Gerard Schroeder, ex canciller de Alemania, se ha convertido en director de la misma Gazprom. El acuerdo ofrece la posibilidad de aumentar el peso del capital germano en Europa del este, en primer lugar, la República Checa y varias naciones desprendidas de Yugoslavia. El saldo comercial que favorece a Rusia financia las inversiones de su socio alemán.
El acuerdo ruso-alemán no es perjudicial solamente para Ucrania sino también para Estados Unidos, que ha presionado para que la UE se convirtiera en mercado para el gas licuado producido a partir del ‘shale gas’ estadounidense. Estados Unidos ha respondido con sanciones a las constructoras rusas y alemanas del gasoducto número dos, que luego levantó contra las primeras pero no las segundas. Este segundo gasoducto no ha recibido autorización para operar, aunque se encuentra terminado; enfrenta, además, otras cuestiones legales en Alemania y la UE. Estados Unidos exige que Rusia se comprometa a no interrumpir la provisión de gas por medio de Ucrania. Putin ha respondido con una disminución de la oferta de gas al mercado internacional, con la intención de provocar un aumento sustancial del precio, al que se atribuye gran parte de la ola de inflación que se registra en los principales mercados.
La cuestión de Ucrania encubre una disputa internacional de gran alcance potencial, que ha ocupado un espacio importante en la agenda de Trump y ahora de Biden, que se refiere al propósito de Alemania y Francia de convertir a la UE en tercera fuerza en la pulseada, con referencia a Estados Unidos y a China; que incluye una apertura rusa al capital europeo. En el marco de un acuerdo estratégico general reclaman el ingreso de Ucrania a la UE – un objetivo de largo plazo pero en desarrollo, cuando culmine el tremendo ajuste fondomonetarista que se desarrolla en Ucrania. El afán de Rusia de lograr una mayor integración al mercado mundial confronta con la ambición de la UE de convertirla en un satélite económico y financiero, que choca a su vez con los intereses de Estados Unidos de recuperar una hegemonía en decadencia, en oposición a unos y a otros. De modo que la nueva escalada militar de la OTAN contra Rusia, por la incorporación de Ucrania a la alianza militar del imperialismo, se extiende al conjunto de Europa, como parte de un nuevo reparto del mercado mundial por las fuerzas en presencia.
Europa volverá a la prosperidad cuando mire hacia el Oriente y se perciba como parte de Eurasia, como lo que siempre fue.
Desde la caída del Imperio Romano, no se veía en Europa una economía organizada y próspera productora de riqueza y crédito que no estuviese vinculada a China, cuyo reflejo llegaba hasta los vecinos de Europa en el Cercano Oriente.
En el siglo XV, ocurrieron varios hechos que cambiaron la tendencia milenaria de la Europa que encuentra su complemento económico en Oriente.
Quienes mejor vivían de esa potente relación económica internacional eran las repúblicas marineras comerciantes italianas o las ciudades libres del Imperio Germánico, cuyas flotas también navegaban hasta allí.
Los magistrados de esas prósperas ciudades libres eran gente educada y experimentada en los negocios; que sin haber sintetizado su experiencia en principios teóricos de economía política, tenían conocimientos empíricos que aplicaban para evitar aquello que pudiera perjudicar el interés de los ciudadanos.
El Descubrimiento de América coincide (1492) con la caída de Bizancio (1453) en manos de los turcos. La caída de Bizancio dejó el comercio con Oriente como un monopolio del Imperio Turco.
Aquel golpe debilitó la potencia política y militar de las prósperas repúblicas europeas y favoreció el desarrollo de Estados Nacionales regidos por agresivos monarcas absolutos (Louis XI de Francia, Henry VIII de Inglaterra, Fernando de Aragón) que destruyeron los estatutos y libertades de las respectivas ciudades republicanas y menospreciaron sus derechos gremiales y las exenciones tributarias de las corporaciones de oficios que administraban las industrias y el comercio y regían la política de aquellas ciudades-estado libres que nutrieron con su prosperidad y visión cosmopolita una revolución cultural: el Renacimiento.
Revolución poderosa que desplazó, después de un milenio, el lúgubre y cruel universalismo pontificio y clerical que con el Cristianismo impuso a sangre, fuego y destrucción en toda Europa el tiránico Emperador Constantino.
El nuevo tipo de monarca nacional y absoluto europeo se consideraba con derecho a disponer de la fortuna nacional, cuya administración dejaba en manos de pequeños grupos de amigos sin alguna experiencia industrial productiva o de comercio; por lo tanto ajenos a la buena administración que produce la abundancia que es sinónimo de bienestar.
Los monarcas absolutos tenían la tendencia a entregar la administración del Reino confiándola a gente de abolengo en su fidelidad al Rey, pero sin experiencia en alguna actividad económica productiva. Por lo general cortesanos adulantes de gustos dispendiosos o nobles de rancio abolengo, extraños a una actividad económica más allá de la producción agrícola típica de la sociedad feudal.
Las guerras entre España, Francia e Inglaterra duraron todo un siglo (XVI), arruinando y devastando las regiones más ricas y productivas de Europa.
Algunos filósofos, ante la miseria general, estudiaron normas para mejorar la administración de las finanzas del Estado y regresar a la prosperidad.
Esos filósofos estudiaron la causa y origen de la riqueza de las naciones.
Los reyes europeos, arruinados por sus guerras comenzaron a ser más cautos en la elección de los ministros para las finanzas públicas.
Fue así como Sully (Enrique IV) y Colbert (Louis XIV) impusieron alguna lógica en la administración de la hacienda francesa.
Con ellos se impuso en Europa el Sistema Mercantil, según el cual, el origen de la riqueza es la acumulación nacional de metales preciosos; para ello es necesario retener los metales importando poco y atraerlos exportando mucho.
Por aquella época, y hasta el siglo XIX, la mayor potencia económica del mundo era China. Imperio que bajo la dinastía Ming, que estaba en el proceso de substituir el dinero que circulaba en forma de papel moneda por monedas de plata. Eso coincidió con la doctrina mercantilista; por lo que pareció que China practicaba, de hecho, una política parecida.
China era autosuficiente, producía y se abastecía de todo lo que necesitaba; todo menos las monedas de plata necesarias para agilizar su comercio interno con dinero más duradero. Por eso, en el año 1663, su Emperador ordenó que la exportación de sus productos se pagase con plata. Algo complicado para los comerciantes europeos. En Europa las minas de plata estaban agotadas. En eso se descubre que en América hay abundantes minas de plata sin explotar.
Súbitamente, en el siglo XVII, el interés europeo se vuelca del Oriente hacia el Oeste, hacía América, al otro lado del Atlántico donde hay mucha plata.
Como la técnica de navegación había mejorado mucho, Holanda e Inglaterra habían suplantado a Portugal en el comercio con el Oriente, con la creación de varias compañías privadas dedicadas al comercio con las Indias Orientales, que necesitaban la plata proveniente de las Indias Occidentales, al otro lado del Atlántico para su próspero comercio con China.
De allí, ese volcamiento de Europa hacia el Atlántico que dura desde el siglo XV, cuando los turcos cortaron el acceso por tierra hacia el comercio con el lejano Oriente.
Gran parte del interés anglosajón por la América Española es porque allí circulaban monedas de plata que eran indispensables al monopolio inglés del té chino.
Cuando Carlos III creó el Virreinato del Rio de la Plata y la plata del Potosí salía al Atlántico por Buenos Aires, poco después, por los tratados de Utrecht, los ingleses tenían derecho a un barco de alzada ubicado en permanencia frente a Buenos Aires para comerciar con los porteños a cambio de plata. En 1806, los ingleses ocuparon Buenos Aires y si no es por Liniers, que los sacó de allí enseguida, es probable que hubiesen ido luego a capturar el Potosí.
China ya no exige plata a cambio de sus productos. El interés europeo por la endeudada riqueza del otro lado del Atlántico tiende a disminuir, porque Estados Unidos paga sus compras con deuda y dinero sin fondos.
China es de nuevo la principal economía mundial y su principal mercado es Europa, la región que es también su principal proveedor.
China se acerca a Europa por el Oriente. Sus inmensas inversiones en crear La nueva Ruta de la Seda: una infraestructura ultra-moderna de transporte para el comercio entre China y Europa. La realidad del enriquecedor acercamiento chino obliga a que en Bruselas dejen de pagar con obediencia y tributos (2% del PIB) la ocupación militar Atlantista.
Europa volverá a la prosperidad cuando mire hacia el Oriente y se perciba como parte de Eurasia, como lo que siempre fue, desde la remota Antigüedad hasta el siglo XV. Es la geografía quien escribe la Historia.