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sábado, septiembre 14, 2024

La OTAN se expande hacia Asia-Pacífico para rodear militarmente a China y Rusia

El primer viceministro de Asuntos Exteriores de Corea del Sur en la sede de la OTAN en Bruselas en octubre de 2021

Bejamin Norton

19/04/2022 | Publicado en la Red de Geografía Económica 510/21 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/O59iWSzoLzw)

Mientras libra una guerra de poder contra Rusia en Ucrania, la alianza militar de la OTAN liderada por Estados Unidos planea rodear a China y expandirse a la región de Asia-Pacífico, colaborando con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

La engañosamente llamada Organización del Tratado del Atlántico Norte se está expandiendo a la región de Asia-Pacífico.

La OTAN ha librado guerras en Libia, Afganistán y la ex Yugoslavia. Ahora, la alianza militar liderada por Estados Unidos tiene la mira puesta tanto en Rusia como en China.

Ex altos funcionarios del Departamento de Estado admitieron que “Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están involucrados en una guerra de poder con Rusia ” en Ucrania.

Mientras inunda Ucrania con armas y entrena a combatientes de extrema derecha para matar a los rusos, la OTAN amenaza simultáneamente a China y expande su presencia en Asia-Pacífico con la esperanza de contener a Beijing.

En una conferencia de prensa el 5 de abril, el secretario general Jens Stoltenberg anunció que las potencias occidentales planean “profundizar la cooperación de la OTAN con nuestros socios de Asia-Pacífico, incluso en áreas como control de armas, cibernético, híbrido y tecnología”.

Stoltenberg se quejó de que “China no ha estado dispuesta a condenar a Rusia” por su guerra en Ucrania , y dejó en claro que Beijing es el próximo objetivo de la OTAN.

La OTAN celebró una reunión de los ministros de Relaciones Exteriores de sus estados miembros en su sede en Bruselas el 6 y 7 de abril, donde se comprometieron a aumentar su apoyo militar a Ucrania y escalar la guerra de poder contra Rusia .

Esta reunión contó con representantes de varios estados europeos que no son miembros de la OTAN, incluidos Georgia, Finlandia y Suecia.

Pero aún más destacable fue la presencia de numerosos países de Asia-Pacífico en la reunión de la OTAN en Bruselas: Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

No hace falta decir que estas naciones de Asia y el Pacífico están lejos de la región del Atlántico Norte.

Ronald Reagan designó a Japón, Corea del Sur y Australia como “principales aliados no pertenecientes a la OTAN” de los Estados Unidos en 1987.

Japón y Australia son miembros del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral o Quad, una alianza anti-China creada por Washington para tratar de aislar y desestabilizar a China.

El ejército estadounidense todavía tiene 55.000 soldados estacionados en Japón, donde han estado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Washington también tiene 28.000 soldados en Corea del Sur, que han permanecido allí desde principios de la década de 1950.

Japón y Corea del Sur se unieron a las potencias occidentales para imponer sanciones a Rusia por su intervención militar en Ucrania.

A medida que Estados Unidos intensifica su nueva guerra fría contra China, la OTAN amplía su cooperación militar con estas potencias de Asia y el Pacífico.

Así como la OTAN violó repetidamente sus promesas y se expandió hacia las fronteras de Rusia , rodeando militarmente a Moscú, el objetivo de Washington es rodear a Beijing con fuerzas militares antagónicas.

En 2021, el principal medio de comunicación japonés Nikkei reveló que el Comando del Indo-Pacífico de EE. UU. está gastando $ 27,4 mil millones durante seis años para militarizar la región, incluso “estableciendo una red de misiles de ataque de precisión a lo largo de la llamada primera cadena de islas ”.

Nikkei explicó: “La primera cadena de islas consiste en un grupo de islas que incluyen Taiwán, Okinawa y Filipinas, que China considera la primera línea de defensa”.

El Comando Indo-Pacífico de EE. UU. escribió claramente en su “Iniciativa de disuasión del Pacífico” que su objetivo es “concentrar los recursos en capacidades militares vitales para disuadir a China”.

En otras palabras, este es un plan estadounidense para rodear a China, amenazándola en cualquier momento con una instalación masiva de misiles.

La OTAN va a jugar un papel cada vez más importante en este plan para rodear y amenazar militarmente a Pekín.

El cártel militar liderado por Estados Unidos se jacta en su sitio web de su estrecha alianza con Japón . Y el ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Yoshimasa Hayashi, ha declarado abiertamente que el país de Asia oriental está cooperando con la OTAN en relación con Ucrania .

En julio de 2021, un alto funcionario del gobierno de Corea del Sur viajó a Bruselas “para conversar sobre desafíos de seguridad comunes y la asociación de la OTAN con Seúl”.

El cartel militar reveló que discutieron “el ascenso de China, así como las oportunidades para una cooperación más fuerte entre la OTAN y la República de Corea, incluso en las áreas de defensa cibernética y control de armas”.

Luego, en octubre, el primer viceministro de Asuntos Exteriores de Corea del Sur también visitó la sede de la OTAN.

Fuente: https://multipolarista.com/2022/04/09/nato-asia-pacific-china-russia/

Por qué el atribulado imperio estadounidense podría desmoronarse rápidamente

Richard D. Wolff

01/11/2021 | Publicado en Asia Times el 31/10/2021

Las guerras estadounidenses perdidas en Irak y Afganistán expusieron la extralimitación imperial más allá de lo que incluso 20 años de guerra podrían lograr. El hecho de que las derrotas se prolongaran durante tantos años muestra que la política interna y la financiación del complejo militar-industrial interno fueron, más que la geopolítica, los impulsores clave de estas guerras. Los imperios pueden morir por extralimitarse y sacrificar objetivos ampliamente sociales por los estrechos intereses de las minorías políticas y económicas.

Estados Unidos tiene el 4.25% de la población mundial, pero representa aproximadamente el 20% de las muertes mundiales por Covid-19. Una rica superpotencia mundial con una industria médica altamente desarrollada demostró estar muy mal preparada y ser incapaz de hacer frente a una pandemia viral.

Los niveles de deuda (gubernamental, corporativa y familiar) se encuentran todos en los registros históricos o cerca de ellos y están aumentando. La Reserva Federal, con sus años de flexibilización cuantitativa, alimenta y, por lo tanto, apoya el aumento de la deuda.

Los funcionarios en los niveles más altos ahora están discutiendo la posible emisión de una moneda de platino de un billón de dólares para que la Fed entregue esa suma en nuevo crédito al Tesoro de los Estados Unidos para permitir un mayor gasto público.

El propósito va mucho más allá de las disputas políticas sobre el tope de la deuda nacional. El objetivo es nada menos que liberar al gobierno para inyectar cantidades aún más masivas de dinero nuevo en el sistema capitalista para sostenerlo en tiempos de dificultad sin precedentes.

La Fed se enteró de que el capitalismo de hoy necesita tales cantidades de estímulo monetario gracias a los tres colapsos recientes (2000, 2008 y 2020) presenciados por el sistema capitalista. Un imperio desesperado se acerca a una versión de la Teoría Monetaria Moderna de la que los líderes del imperio se burlaron y rechazaron no hace mucho.

La extrema desigualdad, que ya era una característica distintiva de Estados Unidos, se agravó durante la pandemia. Esta desigualdad alimenta el aumento de la pobreza y el aumento de las divisiones sociales entre los que tienen, los que no tienen y los que piensan que tienen cada vez más ansiedad.

Los intentos de los empleadores de recuperar las ganancias perdidas por la pandemia y el colapso capitalista durante 2020 y 2021 han llevado a muchos a imponer restricciones adicionales a los empleados. Esto ha llevado a huelgas oficiales y no oficiales que continúan en medio de un movimiento sindical que está despertando. A nivel individual, la tasa de trabajadores que han dejado sus trabajos ha alcanzado niveles récord.

Los intentos de los empleadores por recuperar las ganancias perdidas en los últimos dos años también se reflejan en la inflación en curso que azota al imperio. Los empleadores fijan los precios de lo que venden. Saben que la Fed ha aumentado el poder adquisitivo potencial al inundar los mercados con dinero nuevo.

La demanda reprimida por la pandemia y las crisis económicas ayudarán, al menos por un tiempo, a sostener la inflación. Pero incluso si es temporal, la inflación empeorará aún más las desigualdades de ingresos y riqueza y, por lo tanto, preparará a EE. UU. para la próxima crisis. Además de los tres colapsos de este nuevo siglo (2000, 2008 y 2020), cada uno peor que el anterior, otro colapso, que podría ser aún peor, podría desafiar la supervivencia del sistema capitalista.

Incendios, inundaciones, huracanes, sequías: los signos de la catástrofe climática, sin mencionar sus costos en rápido aumento, se suman a la sensación de fatalidad inminente provocada por todos los demás signos del declive del imperio. También en este caso, la pequeña minoría de líderes de la industria de los combustibles fósiles ha logrado bloquear o retrasar la acción social necesaria para hacer frente al problema.

Los imperios declinan cuando sus largos hábitos de servir a las élites minoritarias los ciegan a esos momentos en los que la supervivencia del sistema requiere superar las necesidades de esas élites, al menos por un tiempo.

Por primera vez en más de un siglo, Estados Unidos tiene un competidor global real, serio y ascendente. Los sistemas británico, alemán, ruso y japonés nunca alcanzaron ese estatus. La República Popular de China ahora tiene.

Ninguna política establecida de Estados Unidos con respecto a China ha resultado viable debido a las divisiones internas de Estados Unidos y al espectacular crecimiento de China. Los líderes políticos y los contratistas de “defensa” encuentran atractivo atacar a China. La denuncia de China sirve como chivo expiatorio popular para muchos políticos de ambos partidos y como apoyo para un gasto de defensa cada vez mayor por parte de los militares.

Sin embargo, los principales segmentos de las grandes empresas corporativas han invertido cientos de miles de millones en China y en cadenas de suministro globales vinculadas a China. No quieren arriesgarlos. Además, durante décadas, China ha ofrecido una de las fuerzas laborales de menor costo, mejor educadas, capacitadas y disciplinadas del mundo, junto con el mercado de más rápido crecimiento del mundo para bienes de capital y de consumo.

Las empresas estadounidenses competitivas creen que el éxito global requiere que sus empresas estén bien establecidas en esa nación con la población más grande del mundo, entre los trabajadores menos costosos del mundo y con el mercado de más rápido crecimiento del mundo.

Todo lo que se enseña y se aprende en las escuelas de negocios respalda ese punto de vista. Por lo tanto, la Cámara de Comercio de EE. UU. Se opuso a las guerras comerciales / arancelarias del expresidente Donald Trump y ahora se opone al exagerado programa de ataques contra China del presidente Joe Biden.

No hay forma de que Estados Unidos cambie las políticas económicas y políticas básicas de China, ya que esas son precisamente las que llevaron a China a su posición ahora envidiada a nivel mundial de ser un competidor de una superpotencia como Estados Unidos. Mientras tanto, se espera que China alcance a los Estados Unidos con la igualdad de tamaño económico antes del final de esta década.

El problema para el imperio estadounidense crece y Estados Unidos permanece estancado en divisiones que excluyen cualquier cambio significativo, excepto quizás un conflicto armado y una guerra nuclear impensable.

Cuando los imperios declinan, pueden caer en espirales descendentes que se refuerzan a sí mismos. Esta espiral descendente ocurre cuando los ricos y poderosos responden usando sus posiciones sociales para descargar los costos del declive sobre la masa de la población. Eso solo empeora las desigualdades y divisiones que provocaron el declive en primer lugar.

Los Pandora Papers recientemente publicados ofrecen una visión útil del elaborado mundo de vastas riquezas ocultas a los gobiernos recaudadores de impuestos y al conocimiento público. Tal ocultación se debe en parte al esfuerzo por aislar la riqueza de los ricos de ese declive.

Eso explica en parte por qué la exposición de los Papeles de Panamá en 2016 no hizo nada para detener la ocultación. Si el público supiera acerca de los recursos ocultos, su tamaño, orígenes y propósitos, la demanda pública de acceso a los activos ocultos se volvería abrumadora. Los recursos ocultos se verían como los mejores objetivos posibles para su uso a fin de frenar o revertir el declive.

El declive provoca más escondites y eso, a su vez, empeora el declive. La espiral descendente está comprometida. Además, los intentos de distraer a un público cada vez más ansioso, demonizando a los inmigrantes, convirtiendo a China en chivo expiatorio y participando en guerras culturales, muestran rendimientos decrecientes. El declive del imperio continúa, pero sigue siendo ampliamente negado o ignorado como si no importara.

Prosiguen los viejos rituales de la política, la economía y la cultura convencionales. Sólo sus tonos se han convertido en los de profundas divisiones sociales, amargas recriminaciones y manifiestas hostilidades internas que proliferan por todo el paisaje. Estos desconciertan y molestan a muchos estadounidenses que todavía necesitan negar que las crisis han acosado al capitalismo estadounidense y que su imperio está en declive.

Este artículo fue elaborado por Economy for All , un proyecto del Independent Media Institute, que lo proporcionó a Asia Times.

Richard D. Wolff es profesor emérito de economía en la Universidad de Massachusetts, Amherst, y profesor invitado en el Programa de Posgrado en Asuntos Internacionales de la New School University, en Nueva York. Sus tres libros recientes con Democracy at Work son The Sickness Is the System: When Capitalism Fails to Save Us From Pandemics or Itself, Understanding Marxism, and Understanding Socialism.

Fuente original del texto y la imagen: https://asiatimes.com/2021/10/why-the-troubled-us-empire-could-quickly-fall-apart/

Biden movió ficha: America First

Manolo Monereo

13/10/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 1152/21 el 10/10/2021

Asombra la rapidez. Biden fue recibido como la gran esperanza blanca que nos liberaba del neofascista Trump y que nos traía las promesas de una nueva América a lo Roosevelt. La izquierda europea lo recibió con entusiasmo; vio en él la posibilidad de salir de la austeridad, de tomarse en serio la crisis climática y de avanzar con firmeza hacia un feminismo más universal. Había cosas que no se decían, que conscientemente se dejaban en un segundo plano como su agresividad contra China y Rusia o su reafirmación clara y rotunda de la hegemonía norteamericana en el mundo y, más allá, su apuesta por la militarización de las relaciones internacionales. Ahora ya estamos en el otro lado, se afirma que Biden es como Trump. Tampoco es verdad. Para uno y para otro, América siempre será lo primero, sus intereses geopolíticos, su incansable lucha por mantener y ampliar su poder. Para ambos China es el enemigo. Sin embargo, en la táctica y, sobre todo en la estrategia, hay diferencias significativas.

El acuerdo entre Gran Bretaña, Australia y EEUU (AUKUS) hay que situarlo en un contexto marcado por la huida de Kabul y por el deterioro del prestigio del presidente Biden. Se ha escrito bastante sobre esto, no añadiré mucho más. La Administración norteamericana tenía que retomar la iniciativa política y dar una señal de firmeza. Las prisas son malas consejeras; el nuevo acuerdo ha generado muchas más dudas y deja muy tocada su política de alianzas. La palabra clave es unilateralidad. Francia ha hablado de deslealtad, de puñalada por la espalda y de diplomacia secreta; la Unión Europea ha mostrado una débil solidaridad con una Francia humillada y Borrell nos sigue hablando de la necesidad de una mayor autonomía estratégica de la UE. EEUU manda, no consulta, a sus aliados y toma decisiones que afectan, directa o indirectamente, a sus socios. ¿Cuándo no ha sido así?

El acuerdo de EEUU con Australia y Gran Bretaña, sin embargo, enseña mucho sobre la dirección de la política de la Administración Biden, de su estrategia básica y de su compleja política de alianzas. En primer lugar, afirma con rotundidad que su prioridad es eso que hoy se llama Indo- Pacífico y que todo lo demás (como Europa, por ejemplo) le está subordinado. En segundo lugar, que hay aliados y aliados; es decir, que su núcleo duro sigue siendo su alianza con Gran Bretaña y el mundo anglosajón. En tercer lugar, que no está dispuesta a darle protagonismo a actores externos como Francia en un conflicto que necesita dirigir sin mediadores. En cuarto lugar, que a la Unión Europea se le tiene en cuenta por medio y a través de la OTAN; su presencia en la zona es admitida solo como complementaria y subordinada a los intereses norteamericanos.

Francia ha sido duramente golpeada. Definió hace años su estrategia para el Indo-Pacífico y tiene intereses en una zona vital para ella con territorios de ultramar como Nueva Caledonia, la Polinesia Francesa o La Reunión. Su industria militar es muy importante y necesita imperiosamente competir en un momento en el que se están produciendo cambios tecnológicos de enorme calado. Con el acuerdo Francia pierde un conjunto de contratos que le suponían en torno a 66 mil millones de dólares y deja muy debilitada su pretensión de convertirse en aliado autónomo en la zona. La retórica irá dejando paso a una realidad que ha marcado a Macron: Francia no contempla una política exterior y de seguridad que no sea bajo el paraguas de la OTAN y una alianza estrecha con los EEUU.

Hay matices, sin duda; Francia, a diferencia de Alemania, es consciente de que la tendencia principal es hacia un mundo multipolar y que la hegemonía norteamericana está profundamente cuestionada. Sueña con convertirse en un aliado autónomo de los EEUU y protagonizar una transición repleta de peligros, conflictos y, posiblemente, enfrentamientos armados. EEUU no comparte esa posición y, al final, Francia cederá una vez más.

El día 24 de septiembre se reúnen los países del “cuadrilátero”, EEUU, India, Japón y Australia. Se espera un comunicado duro contra China y la defensa del derecho a una navegación libre en espacios económicos abiertos y basado en normas. El cerco se va cerrando. Si se mira el mapa con atención se verá que, poco a poco, se está formando una alianza entre islas que pretende encerrar a China en su mar meridional convertido en espacio en disputa y en zona de inestabilidad permanente. La Franja y la Ruta -la mayor reorganización de espacio-tiempo de Eurasia desde los mongoles- siempre tuvo un fuerte componente geopolítico en búsqueda de salidas que neutralizaran la dependencia del estrecho de Malaca (por el que pasa el 60% del comercio mundial y vía de ingreso del 80% del crudo que llega a China) y, sobre todo, eludir los intentos de bloqueo como provocación para la guerra.

El termino Indo-Pacífico es relativamente nuevo, antes se hablaba de Asia-Pacifico. El cambio no es casual, proviene de militares indios y aparece en 2010. ¿Qué se consigue? Neutralizar la centralidad de China y asegurar el protagonismo de una India que aspira a ser un actor principal en el nuevo orden multipolar que se atisba en el futuro. Hablar de Indo-Pacifico es definir una política de alianzas que necesita, para vencer o frenar a China, una India beligerante unida a Occidente. India-Rusia; China-Pakistán, son viejas alianzas políticas y reminiscencias de futuro. Afganistán se ha convertido en un problema añadido para una India que ve como se refuerza su tradicional enemigo, Pakistán. El nacionalista de derecha Modi, presidente de la India, toma nota. Se sabe pieza clave y entrará en el “Gran Juego” desde posiciones de privilegio. Medirá mucho sus pasos, mucho.

¿Occidente frente 0riente? No está tan claro por ahora. EEUU busca aliados y no tiene demasiado tiempo; de ahí sus meteduras de pata y sus inmensos errores. Va por detrás de China y no acaba de entender su juego. Repite viejas soluciones a problemas nuevos. Ahora se trata de construir un bloque alternativo a China propiciando el alineamiento de los diversos países de la zona, neutralizando la influencia económica-tecnológica de China y militarizando las relaciones entre países. EEUU, como siempre, empleará todos los medios a su alcance y no tendrá problemas en apostar a fondo por una potencia como la India que tiene fuertes pretensiones hegemónicas en la zona. El AUKUS busca redefinir un marco de alianzas flexibles desde un núcleo duro que se irá ampliando rápidamente y conectándose con los dos grandes protectorados político-militares de los EEUU: Japón y Corea del Sur. La clave es el alineamiento sin fisuras, definición clara del enemigo y coherencia estratégica en el espacio y en el tiempo.

La respuesta de la Unión Europea indica impotencia y subalternidad. Antes ya se ha dicho y lo repito: se ha dejado sola a Francia. Pronto volverán las aguas a su cauce y se habrá perdido una oportunidad más para defender posiciones propias y políticas diferenciadas. Las declaraciones de Borrell sorprenden por su debilidad, por su falta de criterio geopolítico y, sobre todo, por su inadecuación al tiempo histórico. En un momento donde la Comisión define su Estrategia para la Cooperación en la Región Indo- Pacífico y presenta su informe sobre Prospectiva Estratégica 2021, el alto representante de la Unión y vicepresidente de la Comisión parece preocupado por la incapacidad de la UE para organizar una fuerza de 5000 efectivos de despliegue rápido, con el objetivo, entre otras cosas, de impedir una salida como la de Kabul. Borrell habla de fuerzas militares propias, diferenciadas de la OTAN y, eso sí, complementarias de las mismas.

Si hay un fantasma que recorre hoy la Unión Europea es sin duda el de la llamada “autonomía estratégica” y el de la urgente necesidad de construir unas fuerzas armadas europeas independientes y paralelas de la OTAN. Lo más inquietante es que una cuestión de esta magnitud político- estratégica este fuera del debate público y se deje en manos de un conjunto de funcionarios y militares del entramado de poder que es hoy la UE. Se están tomando decisiones que hipotecan nuestro futuro, que definen alianzas internacionales y políticas militares que reafirman la hegemonía de los EEUU y que se oponen a la construcción de un nuevo orden multipolar más plural e inclusivo. Hay que reaccionar y pronto.

Fuente original del texto: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/biden-movio-ficha/

Fuente de la imagen: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-58579238

Afganistán, el mayor revés geopolítico del siglo

Lluís Bassets

23/08/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 959/21 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/quXUQHW-p_4)

Los talibanes tenían razón. Ashraf Ghani presidía un régimen títere, organizado y dirigido por los extranjeros occidentales. Antes parecía propaganda, pero ahora lo han demostrado los hechos, cuando el ejército afgano se deshizo sin siquiera combatir y el propio presidente huyó al exilio sin llamar a la resistencia ni ofrecer más alternativa que el reconocimiento resignado de la victoria talibana.

Hay un argumento para tan rápida descomposición de la democracia construida por Estados Unidos y sus aliados durante 20 años. Se trata de “culpar a los afganos por cómo ha terminado todo. Fallaron las fuerzas de seguridad. Falló el gobierno afgano. Falló el pueblo afgano”.

La exsecretaria de Estado Condoleezza Rice ha calificado tal explicación de “corrosiva y profundamente injusta”, pero quien la promovió es nada menos que el responsable último de la retirada, el propio presidentejo ebid en, en su a locución del lunes pasado, en la que aseguró :“les dimos [a los afganos] todas las posibilidades para determinar su futuro”.

A la enorme trascendencia geopolítica del golpe –la derrota de una superpotencia a manos de una paciente y astuta guerrilla fundamentalista de 75.000 hombres– se suman los efectos psicológicos, en la opinión pública estadounidense y en la opinión internacional. Nadie quería ver de nuevo la imagen del último helicóptero que despegaba del techo de la embajada de Estados Unidos en Saigón ante la entrada del Vietcong en la capital sudvietnamita, pero hemos tenido la foto del helicóptero en Kabul y sobre todo las imágenes de personas que caen a plomo desde los aviones en los que querían huir en el momento en que se elevaban sobre la pista del aeropuerto.

Las estampas del descalabro están ahí. Significan lo que significan: la ignominia inevitable de una derrota. No hay derrotas buenas, Ni guerras que acaben ordenadamente. Tampoco hay victorias en las guerras de ahora, que son asimétricas. Ni guerras buenas y justas, como pretendía ser la que Washington declaró y organizó en Afganistán. Pero detrás de las imágenes está su significado: los errores de los que las emprendieron, en Vietnam y hace 20 años en Afganistán, la incapacidad para evitar la escalada en las hostilidades, primero; luego, para frenar y terminar lo antes posible, y finalmente el sinsentido, a la vista de todos, de haberlas librado.

No es nuevo el fantasma de Vietnam, ahora evocado por muchos y rechazado con ira por la Casa Blanca. Obama ya tuvo que enfrentarse con él, gracias precisamente a su embajador especial para Afganistán y Paquistán, Richard Holbrooke, el artífice de los acuerdos de paz de Dayton (1995), con los que concluyó la guerra de Bosnia. Holbrooke fue autor también de un memorándum dirigido al presidente Johnson, considerado por su biógrafo George Packer “uno de los mejores análisis escritos sobre Vietnam por parte de un diplomático estadounidense” .

En 1974, Holbrooke comparaba la desastrosa Guerra de Vietnam con la campaña de Napoleón en Rusia en 1812. “Hanoi utiliza el tiempo como el instrumento que los rusos utilizaban sobre el terreno ante la avanzada de Napoleón sobre Moscú, siempre retirándose, perdiendo todas las batallas, pero creando en cada ocasión las condiciones en las que el enemigo quedaría paralizado”. Sus notas de 2009 comparan ahora Afganistán con vietnam .“todo es diferente, pero es igual. pienso que debe reconocer se que la victoria militar es imposible y debemos buscar las negociaciones”.

A 20 años de la activación del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, utilizado por primera vez para acudir en auxilio de Estados Unidos ante los ataques del 11 de Septiembre, el balance desde Bruselas no puede ser más negativo. La respuesta a la solidaridad europea fue la marginación y la unilateralidad en la toma de decisiones, convirtiendo el lema de “juntos dentro y juntos fuera” en un chiste de mal gusto. Este fracaso es un obús contra la solidaridad atlántica en el plano de los hechos, después de que la presidencia de Trump lo lanzó meramente en el plano declarativo con sus amenazas de abandonar la alianza a menos que los países socios aumentaran su contribución económica.

Sobre el mapa geopolítico, es evidente que Rusia y China, aliados cada vez más estrechos, están sustituyendo a Estados Unidos y Europa, especialmente en regiones tan inestables como Afganistán. La guerra global contra el terrorismo de George W. Bush primero, la cautelosa aproximación de Barack Obama y el caos de Donald Trump dibujaron los vacíos de poder ante los ojos ávidos de Moscú y Pekín. Pero el cambio de rasante hacia la construcción de un nuevo orden multipolar (con China como principal protagonista) se ha producido ahora, a los seis meses de la toma de posesión de Biden, el presidente que quedará señalado por su derrota ante los talibanes.

Garantía

La única, pero fundamental, condición que China estará en disposición de demandar a cambio del apoyo diplomático y económico es la garantía de que Afganistán no se convertirá en el santuario de los uigures musulmanes oprimidos por el régimen comunista en Xinjiang. Este momento geopolítico no quedará definido únicamente por las derivas económicas y militares, como la segura inclusión de Afganistán en los grandes proyectos de infraestructura de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por Pekín.

Todavía más seria es la pérdida de credibilidad de la Casa Blanca y de fiabilidad profesional y capacidad disuasiva tanto de su ejército como de su espionaje. Es un mensaje desalentador para todas las fuerzas y minorías que se resisten a los ímpetus autoritarios en Hong Kong, Tíbet, Xinjiang o Bielorrusia y para los impulsos anexionistas en dirección a Ucrania o Taiwán.

La instalación del régimen talibán es en todo caso una oportunidad para los países vecinos (Rusia, China, Irak, Paquistán e Irán), obligados a intentar un statu quo a su conveniencia mediante la diplomacia y la cooperación económica, en contraste con el modelo de democratiza ción militarizada ensayado por Estados Unidos y la OTAN. Con el prestigio de la democracia occidental por los suelos, también sale reforzado el modelo autoritario de Pekín, Moscú y Teherán.

En una visión del mundo centrada en Asia, la caída de Kabul es la culminación de una historia que empezó hace más de un siglo en el estrecho de Tsushima (1905), donde por primera vez una potencia europea fue derrotada por una potencia asiática emergente, en una batalla naval en la que los japoneses casi hundieron la flota rusa entera. Si el desastre de Tsushima anuncia el ascenso irrefrenable del nacionalismo en Asia frente a los poderes imperiales occidentales, la caída de Kabul es un momento culminante del desalojo occidental del continente y la inauguración de un orden regional organizado por los propios asiáticos.

En Afganistán ha fracasado el intento occidental –y especialmente de Estados Unidos– de modelar el mundo a su imagen después de la victoria en la Guerra Fría. El internacionalismo liberal, tan bien re presentado por Bushy los neocons que promovieron las guerras de Afganistán y de Irak, pretendía extender la democracia a partir de la posición hegemónica de Estados Unidos, también mediante el uso de la fuerza, y naturalmente de unas instituciones internacionales controladas por el hegemón occidental.

La crítica más acerba a la política exterior que condujo al actual desastre la realizó John J. Mearsheimer, uno de los más conspicuos representantes de la teoría realista de las relaciones internacionales, en su libro The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities (El gran espejismo: sueños liberales y realidades internacionales). En él, se propone explicar por qué la política exterior de Estados Unidos de la post-guerra Fría es tan propensa al fracaso y se interesa especialmente por los reiterados fiascos experimentados en Oriente Próximo.

Mearsheimer señala en su libro, publicado en 2018, que “no hay posibilidad alguna de derrotar a los talibanes para convertir el país en una democracia estable. Lo mejor que se puede hacer es dilatar el plazo para que los talibanes, que ahora controlan el 30% del país, obtengan el control de todo el resto”. “En resumen –señala–, Estados Unidos está destinado a perder Afganistán, a pesar de los esfuerzos militares hercúleos y de haber invertido más dinero en su reconstrucción que el que se destinó al Plan Marshall para toda Europa”.

Según Mearsheimer, el internacionalismo liberal será derrotado por el nacionalismo presente en todos los países pretendidamente redimidos y por las exigencias del realismo y del equilibrio de poder, las únicas doctrinas eficaces en el terreno de las relaciones internacionales, que precisamente ponen en práctica con gran destreza potencias como Rusia o China. Cuando los liberales internacionalistas tienen la hegemonía, tienden a utilizar la fuerza para imponer la democracia sin atender a las enseñanzas de Clausewitz sobre “el reino de las consecuencias imprevisibles” inherente a toda decisión bélica.

Será una vuelta de tuerca en el desplazamiento del poder hacia Asia con consecuencias especialmente para los aliados: los europeos, pero también los asiáticos, empezando por la India y Japón, los países más expuestos a los movimientos geoestratégicos que protagonizará China en los próximos años. Sin apenas moverse, sentado a la espera de ver pasar el cadáver del enemigo, Xi Jinping ha coronado en Afganistán una espléndida jugada del go geopolítico con la que ha echado a Estados Unidos del tablero y dejado en posición de debilidad a sus aliados.

© El País, SL

Fuente original: https://edicionimpresa.lanacion.com.ar/la-nacion/20210823/textview

La vuelta del nacionalismo económico: EE.UU. dice adiós a las “cadenas globales de valor”

Pablo Maas

21/06/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 677/21 el 17/06/2021

https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/DhY5-hVVkDM

El comercio internacional se expandió velozmente a partir de 1990, la década de oro de la globalización, impulsado principalmente por el auge de las Cadenas Globales de Valor (CGV).

La fragmentación de la producción entre países y empresas y la hiperespecialización produjeron beneficios y costos. Las ganancias de las CGV no se repartieron equitativamente entre países y al interior de estos. Las grandes corporaciones que tercerizaron tareas y la producción de partes y piezas disfrutaron de mayores márgenes y ganancias, lo que sugiere que “un creciente porcentaje de las reducciones de costos de la participación en las CGV no fueron transferidas a los consumidores”, según reconoció el Banco Mundial en un célebre informe (“Trading for development in the age of global value chains, 2020”).

Los costos incluyeron fuertes impactos sobre el medio ambiente, especialmente en cuanto a la generación de CO2 por el mayor uso del transporte. El bacalao noruego, por ejemplo, se pesca en el Mar del Norte, se filetea en China y se envasa en México, para ser vendido en un supermercado de Oslo. Esta “cadena de valor” que da la vuelta al mundo puede ser rentable para algún empresario individual, pero su valor para la sociedad deja mucho que desear si se incorporaran los costos ambientales.

Los sectores más avanzados de la industria ya están reconociendo esta nueva realidad. En junio del año pasado, Unilever anunció que etiquetará 70.000 de sus productos con información sobre la huella de carbono de sus procesos de fabricación y distribución. Es parte de un proyecto que apunta a reducir sus emisiones a cero para 2037.

Las CGV se expandieron sin pausa entre 1990 y 2007, cuando llegaron a justificar más de la mitad del comercio internacional. La Gran Recesión de 2008-2009 les asestó un duro golpe, ya que las inversiones y el crecimiento del comercio global se frenaron bruscamente.

Allí comenzó una curva descendente que se aceleró con la pandemia, pero que ya venía retrocediendo a causa de factores estructurales. Se ha comprobado que la elasticidad ingreso del comercio (el volumen de intercambio generado por aumentos en la producción) es decreciente. Esto es especialmente cierto para las economías grandes. China, por ejemplo, está produciendo muchos más bienes en su propia casa, lo que la ha tornado menos dependiente de las importaciones. El porcentaje de partes importadas en las exportaciones chinas cayó de alrededor del 50% en la década de 1990 a poco más del 30% en 2015, según cifras del Banco Mundial.

En Estados Unidos, el boom del petróleo shale entre 2010 y 2015 le permitió reducir sus importaciones de crudo en una cuarta parte. Hay que recordar que, después del shock petrolero de 1973, Washington reforzó su política de abastecimiento de bienes estratégicos y prohibió las exportaciones de crudo de su territorio, un cepo que duró más de 40 años.

Ahora mismo, el nuevo Gobierno demócrata, alarmado por los impactos económicos de la pandemia, se dispone a desarmar varias CGV. Un estudio publicado este mes (“Building resilient supply chains, revitalizing American manufacturing and fostering broad-based growth”) propone acciones para encarar debilidades en al menos cuatro cadenas de abastecimiento que considera críticas, igual que el petróleo en la década de 1970: la producción de semiconductores, la manufactura de baterías eléctricas de gran capacidad, el abastecimiento de materiales y minerales críticos (como tierras raras) y la provisión de productos e insumos activos farmacéuticos.

El objetivo es “fortalecer las cadenas de abastecimiento estadounidenses para promover la seguridad económica, la seguridad nacional y los trabajos bien pagos y sindicalizados, aquí en casa”, sostiene el documento, un verdadero manifiesto de nacionalismo económico.

En el caso de los semiconductores, que están en la base de los circuitos integrados esenciales para la vida moderna, el informe sostiene que Estados Unidos es sumamente dependiente para su abastecimiento de Taiwan.

Pero una prolongada sequía en esa isla que afectó la producción de semiconductores está provocando desde hace más de un año grandes perturbaciones en numerosas industrias, como la automotriz, telecomunicaciones y computación, que hacen uso intensivo de microchips. Sin los componentes electrónicos que manejan los sistemas de frenos, de seguridad y controles de las funciones del motor, los autos no se pueden terminar de ensamblar. La escasez mundial de chips le costará este año a la industria automotriz US$ 110.000 millones y cuatro millones de vehículos no fabricados, observa el documento preparado para la Casa Blanca.

Las repercusiones de este fenómeno traen sorpresas a cada momento. La escasez de autos nuevos produjo una demanda inusitada de autos usados en Estados Unidos, cuyos precios subieron más de 10% en abril. Este es uno de los factores que está llevando la tasa de inflación a niveles que no se veían hace dos décadas. La participación de EE.UU. en la manufactura global de semiconductores pasó del 37% al 12% en los últimos 20 años. “La tercerización ha ido demasiado lejos”, dijo el informe. Nadie había previsto que una sequía en Taiwán podía tener repercusiones en la tasa de inflación de Estados Unidos.

Washington también es extremadamente vulnerable en su disponibilidad de baterías eléctricas, una tecnología que será clave en el Siglo XXI y en la que la Unión Europea esta hace tiempo construyendo su propia cadena de abastecimiento para no depender de terceros. Un panorama similar se da en la industria farmacéutica, en la que India y China dominan la producción de genéricos y principios activos y en la de tierras raras, en la que China posee una capacidad desproporcionada de refinación, dejando a EE.UU. extremadamente vulnerable en un momento de crecientes tensiones bilaterales.

Por eso no extraña el regreso del nacionalismo económico. En los próximos meses, la administración de Joe Biden va a inyectar decenas de miles de millones para reactivar estas industrias, doblegar las fuerzas centrífugas que las alejaron de su territorio y ponerse a la vanguardia de la manufactura y la innovación en las tecnologías claves para el Siglo XXI. Parece que la globalización, al final, no era una fuerza imparable de la naturaleza. Era reversible, como lo está demostrando la nueva política industrial de Washington.

Fuente original: https://eleconomista.com.ar/2021-06-la-vuelta-del-nacionalismo-economico-ee-uu-dice-adios-a-las-cadenas-globales-de-valor/

[Adelanto] El mapa de los debates recientes sobre el imperialismo

A continuación publicamos un nuevo adelanto del libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial, de Esteban Mercatante, publicado recientemente por Ediciones IPS.

Esteban Mercatante

10/05/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 475/21 el 09/05/2021

La relevancia y significación actual de la categoría de imperialismo viene siendo muy debatida hace tiempo en ámbitos afines al marxismo. Son varios los ejes a partir de los cuáles se ordenan las discusiones. Vamos a recorrer a continuación algunos de los núcleos de problemas que hemos ido abordando y algunos de los autores que aparecen en los artículos que integran esta compilación.

La globalización de la explotación

El aspecto distintivo del capitalismo, desde finales de la década de 1970, ha sido la internacionalización productiva, que dio un salto cualitativo desde 1990, cuando se impuso la restauración capitalista en casi todos los países en los que la burguesía había sido expropiada durante el siglo XX. El motor principal de este proceso estuvo en la búsqueda del capital por explotar en la mayor medida posible la fuerza de trabajo de los países más pobres. El motivo de esta orientación hacia la periferia no es ningún secreto: el capital paga para explotar esta fuerza de trabajo salarios que son una ínfima fracción de los que deben pagar en los países imperialistas. En El imperialismo del siglo XXI, John Smith analiza todas las consecuencias que ha tenido la internacionalización productiva para la fuerza de trabajo de lo que define como el “Sur Global”. Argumenta, con razón, que esta ya no puede considerarse “periférica”. Como resultado de la conformación de las cadenas globales de valor, pasó a ser el “centro” de la explotación global.

La brecha de salarios entre los países imperialistas y el resto del planeta es un fenómeno que acompañó toda la historia del capitalismo, y no es ninguna novedad. Lo novedoso durante las últimas décadas fue la forma en que, gracias a los desarrollos de la logística y las comunicaciones (desde los containers a las plataformas digitales), el capital pudo ejercer en gran escala lo que el analista de Morgan Stanley, Stephen Roach, calificó como un “arbitraje global”, estableciendo cada eslabón del proceso productivo allí donde fuera más rentable.

El de Smith fue el primer abordaje sistemático en términos marxistas de las consecuencias de las llamadas cadenas globales de valor, y de las relaciones de explotación que van asociadas a las mismas. Suscita, al mismo tiempo, algunos aspectos polémicos, que debatimos en una entrevista con el autor. En el terreno teórico, Smith propone, siguiendo a Andy Higginbottom, que debería introducirse una tercera forma de incremento de la plusvalía que se una a las dos que analizó Karl Marx. Recordemos que en El capital Marx se refiere a la plusvalía absoluta (que se incrementa cuando se alarga la jornada), y a la plusvalía relativa (vinculada al abaratamiento de la fuerza de trabajo cuando se reduce el tiempo necesario para producir las mercancías que entran en la canasta de consumo de la misma). La tercera forma, propuesta por Smith y Higginbottom, es la superexplotación. La misma consistiría, básicamente, en pagar por la fuerza de trabajo menos de lo que vale, y sería esto lo que hace en gran escala el capital, sobre todo imperialista, en el Sur Global.

El planteo tiene varios problemas. En primer lugar, como podemos observar en el libro de Smith, queda opacada la importancia que juega la explotación en los propios países imperialistas, y cómo la internacionalización productiva fue una vía para imponer también ahí peores condiciones a la fuerza de trabajo. En segundo lugar, si hablamos de una “superexplotación” que se mantiene en el tiempo, deberíamos hablar más bien de que hay una tasa de explotación más elevada. La idea de superexplotación como una situación sistemática y permanente en relación con algún nivel “normal” de explotación genera más confusión que otra cosa. Si una baja del salario por debajo del presunto valor en un determinado espacio económico se prolonga en el tiempo, más bien estaría indicando que el capital logró allí imponer un valor de la fuerza de trabajo más bajo. Se trataría, entonces, de una mayor tasa de explotación a secas, ya no una superexplotación. Agreguemos que Marx, que reconoció la importancia que tenía para los capitalistas este pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, no le otorgó un estatus teórico al nivel de la plusvalía absoluta o relativa, que están definidas en un plano conceptual más abstracto.

La segunda dificultad que encontramos en el esquema teórico de Smith, que divide al mundo en un Norte explotador y un Sur Global explotado, es qué lugar tiene China. Ese es el núcleo de su polémica con David Harvey. Como se puede ver en la entrevista que le realizamos, esta es una dificultad persistente que no termina de resolver. La internacionalización de las relaciones de explotación sobre la que hace énfasis Smith es muy importante para comprender el imperialismo contemporáneo, pero debemos inscribirla en un análisis que integre el conjunto de las determinaciones que hacen al desarrollo desigual –y combinado– tal como se ha venido produciendo en las últimas décadas. La crítica de las posiciones, tanto de Smith como de Harvey, en la polémica que mantuvieron, permite avanzar en ese abordaje integrador.

EE. UU. ¿decadencia o poderío indisputado?

En uno de esos números especiales de New Left Review, compuesto de dos artículos titulados “Imperium” y “Consilium” [1], Perry Anderson daba cuenta en 2013 de la situación actual del poderío de EE. UU., la potencia que impuso los términos para la articulación del espacio capitalista después de II Guerra Mundial, de la que emergió como clara ganadora –junto con la URSS, a cuyo colapso había apostado el imperialismo después del ataque de Alemania, pero que por el contrario terminó expandiendo con el Ejército Rojo su esfera de influencia en Europa–. Anderson realiza en estos artículos un apretado recorrido por la política exterior de EE. UU., desde sus orígenes como federación hasta la actualidad, y al mismo tiempo, de las elaboraciones producidas por los principales pensadores de la política exterior. Anderson comenta con ironía sobre “la naturaleza fantástica de las construcciones” que realizan los estrategas norteamericanos. “Grandes reajustes en el tablero de ajedrez de Eurasia, vastos países movidos como tantos castillos o peones a través de este; extensiones de la OTAN al Estrecho de Bering”. Parece que la única forma de pensar el restablecimiento del liderazgo norteamericano “fuera imaginar un mundo enteramente distinto” [2]. Lo que resultaba curioso, a pesar de estos ácidos comentarios, es que el diagnóstico de Anderson, si bien reconocía que “la primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital”, tampoco daba demasiada entidad a las dificultades presentadas al poderío norteamericano.

Una posición todavía más enfática sobre la fortaleza que mantiene EE. UU. la encontramos en Leo Panitch y Sam Gindin, autores de La construcción del capitalismo global. La economía política del imperio estadounidense. Panitch y Gindin caracterizan la forma en que EE. UU. aseguró su primacía garantizando la integración de todas las economías capitalistas y la apertura del comercio y los movimientos de capitales como un “imperio informal”. Su trabajo empieza polemizando con la idea de que la globalización pueda entenderse simplemente como resultado de la tendencia del capital a expandirse globalmente. Como señala Panitch en una entrevista que le realizamos, los Estados son, por el contrario, los “autores” de la globalización. Esta es una premisa importante contra cualquier visión mecanicista de la internacionalización como mero resultado de las tendencias económicas; les permite a los autores mostrar la importancia que tuvo lo que definen como una “internacionalización del Estado”, comprometido a asegurar la reproducción del capital en todo el planeta, para darle forma a la internacionalización productiva.

El núcleo del debate que tenemos con Panitch y Gindin es si puede hablarse de un “imperio informal” liderado por EE. UU. con la solidez que ellos le otorgan. Para los autores, el compromiso de los Estados con la expansión global del capital resta hoy motivos para cualquier enfrentamiento entre ellos que supere el nivel de los roces diplomáticos. La manera en que fue gestionada la crisis de 2008 y sus consecuencias fue vista por los autores como una confirmación de su tesis. Recordemos que ese año tuvo lugar la crisis financiera con epicentro en EE. UU., y se inició la Gran Recesión, que fue la peor crisis mundial desde la década de 1930, y golpeó más duramente en EE. UU. y la UE. A diferencia de lo que ocurrió en la Gran Depresión de entreguerras, EE. UU. comandó políticas de respuesta a la crisis coordinadas con el resto de las potencias, y varios países “emergentes”, a través del G20, que contuvieron la expansión del shock financiero y limitaron la caída de la economía. Aunque muchos países, especialmente los de la UE, atravesaron en los años siguientes severas consecuencias como resultado de los trastornos generados por el colapso de 2008 y por las medidas tomadas para hacerle frente [3].

El planteo de Panitch y Gindin podemos tomarlo como un llamado de atención a no subestimar la continuidad del liderazgo que ejerce EE. UU., no solo en el terreno militar donde conserva una superioridad indiscutida, sino también en el plano monetario y financiero en el que la Reserva Federal se ha convertido en una especie de banco central global a través de los canjes de divisas y sus amplias líneas de crédito. Pero su argumento tiende a subestimar cómo estas intervenciones unieron siempre el rol de gobernanza del capitalismo global y la competencia despiadada por mantener la primacía. Y, sobre todo, no permite dar cuenta de por qué ha sido el propio EE. UU., con Donald Trump, el que avanzó en una impugnación de aspectos centrales de ese “imperio informal” para privilegiar una intervención imperialista más agresiva basada en el unilateralismo. Para los autores, a juzgar por las elaboraciones más recientes, la “crisis política” que llevó a Trump al poder, y que su gobierno profundizó, no parece haber dañado las capacidades de funcionamiento del “imperio norteamericano”, que no han sufrido grandes alternaciones ni visto reducido su poderío. China no aparece tampoco en ningún plano como desafío significativo. Creemos que, con todos los puntos sugerentes y relevantes que ofrece su estudio sobre la forma en que EE. UU. gobernó y construyó la globalización, este enfoque lo deja cada vez más desajustado para dar cuenta de las tendencias a la ruptura de dicho orden que podemos ver en numerosos terrenos.

Otras posiciones con las que tenemos que vérnoslas en el debate sobre el imperialismo contemporáneo, son las de quienes sostienen que la internacionalización productiva va inevitablemente de la mano de la conformación de una burguesía plenamente trasnacional y de un Estado global cuya constitución estaría teniendo lugar (William I. Robinson); o las de quienes sostienen que el centro de poder en el capitalismo globalizado pasó a manos de las firmas multinacionales que subordinan a los países, incluyendo los imperialistas (Ernesto Screpanti).

El lugar de China

Si el poderío que conserva EE. UU. o no es una de las cuestiones principales que atraviesa los debates sobre el imperialismo, la otra es el lugar de China. Esto implica discutir, en primer lugar, cómo caracterizar la formación económico-social de este país, con todas las complejidades que implica su desarrollo combinado. El interrogante sobre cuál es el alcance que tiene su desarrollo capitalista está íntimamente relacionado a determinar en qué medida se encuentra el Estado chino embarcado en un curso imperialista. Como se desprende de un análisis de la posición global de China, en comparación con las de las potencias como el que realizamos en las notas que integran esta compilación, surge un panorama de contrastes: numerosas dimensiones nos llevarían a caracterizarla claramente como una de las principales potencias, mientras que otras (como la baja productividad general de su economía asociada a las fuertes disparidades de su desarrollo) inhiben la posibilidad de hablar seriamente en ese sentido. No sorprende, entonces, la amplitud de las divergencias que se ponen de manifiesto en la literatura sobre la cuestión.

Durante la presidencia de Donald Trump en EE. UU., las relaciones con China se tensaron al máximo, marcadas por la “guerra comercial” que el magnate anunció en marzo de 2018. Este conflicto tiene como trasfondo la competencia por la primacía con EE. UU. –empezando por el terreno tecnológico–. Aunque con la llegada de Biden al poder puedan cambiar los modos y los medios, la rivalidad con China seguirá siendo el aspecto ordenador en la estrategia del imperialismo estadounidense para frenar la erosión de su posición de liderazgo mundial.

Desde 2017, Trump había dejado a China una vía libre en materia de asociación comercial con otros países, al renunciar al Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) y al Acuerdo de Comercio e Inversión Transatlántico (TTIP, por sus siglas en inglés). Estos se diseñaron durante el gobierno de Obama, y apuntaban a reforzar la integración de las principales economías del planeta, excluyendo a China. El rechazo de Trump a “subordinar” a EE. UU. en asociaciones de este tipo, con el argumento de que benefician a los demás países a costa del empleo en EE. UU., resultó favorable a China en más de un sentido. En primer lugar, desbarató lo que era la intención del TPP y TTIP, de condicionarla a través de dejarla afuera de grandes asociaciones comerciales que incluirían virtualmente a todos los demás países relevantes por el volumen de su comercio. Quien está afuera, debe aceptar para participar las normas que imponen los países integrados, y esta era la amenaza para China. Pero además, el abandono de EE. UU. de su lugar tradicional como adalid de la apertura comercial, le permitió a China ocupar ese lugar. En cada foro internacional durante estos años, Xi Jinping destacó el compromiso de China con la integración comercial.

En los días posteriores al triunfo de Biden, se produjeron dos noticias que envían el mensaje de que China buscará mantener el terreno ganado. Primero llegó el anuncio de un entendimiento de China con otros 14 países de Asia para conformar la Asociación Económica Integral Regional (RCEP). A esta le siguió la noticia de un avance en el acuerdo entre China y la UE, socio históricamente privilegiado de EE. UU. China defiende el terreno ganado, y los demás países envían la señal de que no estaban esperando pacientemente que la autoproclamada “nación indispensable” vuelva a comprometerse en los asuntos mundiales.

El imposible retorno de la “normalidad” pre-Trump

Hemos presentado algunas de las dimensiones centrales de los debates recientes sobre imperialismo. También se suman otras de importancia, como son, por ejemplo, el rol de las finanzas y el papel que juega allí la city londinese, que abordamos a partir del trabajo de Tony Norfield.

Pero el mayor interrogante que se plantea es cómo seguirán desarrollándose las tendencias más convulsivas a inestables que se vienen desarrollando en los últimos años, agravadas seguramente por las consecuencias que dejará la crisis generada por el Covid-19. A partir de que Trump dejó la escena en enero [4], ¿volverán las relaciones internacionales a parecerse a lo que eran antes de su presidencia?

El pronóstico al respecto no resulta alentador para los sectores del gran capital trasnacional y las élites políticas que aguardan un liderazgo norteamericano que reafirme el “globalismo”. Las condiciones para el liderazgo norteamericano se vienen deteriorando hace tiempo, por cuestiones objetivas; los traspiés de la política imperialista –y los giros ciclotímicos de Trump– agravaron el deterioro del “poder blando”, y alienaron la relación con algunos aliados, pero el problema de fondo, que reside en la dificultad de alinear sus intereses con EE. UU. –o la capacidad de este último de imponer que se sigan subordinando– viene desde antes. La administración Biden, todo lo indica, estará absorbida por la agenda doméstica, empezando por encarar mayores medidas de estímulo para intentar acelerar la recuperación de la economía y dejar atrás los estragos de la pandemia. Cualquier regreso a la normalidad como el que ambicionan los estrategas geopolíticos más preeminentes de EE. UU. parece lejos de su alcance. Las escenas de confusión y divisiones que exhibe la clase dominante norteamericana son una clara muestra de decadencia del principal garante y defensor de la opresión capitalista en todo el mundo.

Como señalaba Lenin, y es clave tener muy presente, el imperialismo es “reacción en toda la línea” y “recrudecimiento de la opresión nacional”. Por eso, cualquier aspiración de terminar con el capitalismo y su orden basado en la explotación tiene que partir de una radiografía detallada de las fortalezas y talones de Aquiles del imperialismo. Hoy todo indica que, en condiciones agravadas por una crisis peor que la de 2008, vamos a escenarios de continua profundización de las rivalidades y tensiones, así como los mayores choques entre clases.

Este texto es una versión actualizada en enero de 2021 del artículo publicado originalmente en Ideas de Izquierda en agosto de 2020.

Presentación de El imperialismo en tiempos de desorden mundial: https://www.laizquierdadiario.com/El-imperialismo-en-tiempos-de-desorden-mundial

El libro se puede adquirir a través de la web de Ediciones IPS: https://edicionesips.com.ar/producto/el-imperialismo-en-tiempos-de-desorden-mundial/

Fuente original: https://www.laizquierdadiario.com/Adelanto-El-mapa-de-los-debates-recientes-sobre-el-imperialismo

Capitalismo en derrumbe. Geoestrategia del caos

Andrés Piqueras

03/05/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 435/21 el 01/05/2021

Parte 1

1. La globalización estadounidense

Tras la Segunda Gran Guerra, EE.UU. pergeña un orden mundial con unas instituciones globales encargadas de gestionarlo bajo su control (ONU, FMI, Banco Mundial y el embrión de lo que sería una organización mundial del comercio, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio o GATT, por sus siglas en inglés). Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen del propio estaría imbricado en esa suerte de “imperialismo por derrame” o anegación que trataba de trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas tanto tendentes a procurar la acumulación global de capital como también, ante la creciente obstrucción de ésta, el crecimiento por desposesión o apropiación de la riqueza colectiva que las sociedades se habían dado a sí mismas hasta ese momento. Este último factor, especialmente, pasaría a blindarse a través de toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones.

Una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 se terminaría de crear un sistema legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de la mayor parte de los Estados. De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los Estados nacionales heredado de Westfalia (mientras que la “soberanía popular” era en la práctica imposibilitada en casi cualquier lugar del mapa), que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad privada del gran capital, especialmente las rentistas. Es así que un aspecto importante de los “Tratados de Libre Comercio e Inversiones” es que han venido creando un “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga).

Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de jure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU. La “liberalización comercial” potencia esa operación a escala mundial que, como no podía ser de otra forma, resultaba altamente simbiótica con la militarización de las relaciones internacionales, de cara a acelerar la apropiación de recursos mundiales y el control agresivo de mercados (1).

Se trataba de una globalización unilateral que ungía la extraterritorialidad global de las leyes estadounidenses, mientras que EE.UU. se eximía a sí mismo de cumplir convenios internacionales (Ver Cuadros 1 y 2). Es decir, se trataba de un orden cuyo cumplimiento desde entonces exige EE.UU. a todos los demás, pero sin carácter recíproco.

Cuadro 1. Convenciones, Protocolos y Acuerdos no firmados por EE.UU. (lista no exhaustiva)

  • Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) (sólo Santo Tomé y Príncipe y Afganistán tampoco lo firman);
  • Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena;
  • Protocolo de Kyoto;
  • Convenio sobre la Protección y Utilización de Cursos de Agua Transfronterizos y Lagos Internacionales;
  • Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar;
  • Estatutos del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología;
  • Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción (Tratado de Ottawa);
  • Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte;
  • Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid;
  • Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech;
  • Resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. e Israel se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas);
  • Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad;
  • Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios.

Cuadro 2. Pactos firmados por EE.UU. pero no ratificados, por lo que se exime a sí mismo de su cumplimiento (lista no exhaustiva)

  • Convención sobre los Derechos del Niño (sólo EE.UU. y Somalia no lo han ratificado);
  • Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados;
  • Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía;
  • Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes;
  • Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación;
  • Convenio sobre la diversidad biológica;
  • Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares;
  • Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales;
  • Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación;
  • Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva;
  • Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo;
  • Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados;
  • Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional.

2. El resurgimiento de Asia[-la irrupción de China] desestabiliza el capitalismo global

Sin embargo, todo ese entramado mundial unilateral de (menguante) Acumulación y (mayor) Crecimiento por Desposesión, comenzaría a debilitarse con la confluencia de dos procesos decisivos:

1) la crisis mundial del capitalismo y del Sistema Mundial generado por él, así como la decadencia económico-política de su potencia hegemónica;

2) la emergencia de China como potencia mundial y la recuperación de soberanía nacional con cada vez más presencia internacional por parte de Rusia; formaciones sociales que poco a poco se han ido aproximando entre sí para generar un tándem muy difícil de enfrentar, abriendo las posibilidades de un nuevo orden mundial (ya veremos si de un nuevo modo de producción de parecidas dimensiones).

Sigamos brevemente en qué consiste el desafío.

1. Los últimos anclajes de EE.UU. como hegemón son el dólar como moneda de cambio y de reserva del valor a escala internacional, y el Ejército, que a su vez está vinculado al avance tecnológico estadounidense. Uno y otro de esos dos pilares se sustentan mutuamente: el dólar puede cumplir tales papeles globales porque su confianza es sustentada en la fuerza de las armas del hasta ahora ejército más poderoso del planeta; mientras que éste ha podido seguir siéndolo hasta el momento gracias al papel global del dólar y a la consiguiente posibilidad de emitir dinero de la nada y de contraer deuda incobrable (lo mismo se aplica a su complejo tecnológico que, por otra parte, está en gran medida militarizado).

Pero la previsible decadencia de un dólar sobrevaluado y sin respaldo en el valor (que para el caso podríamos traducir como sin sustentación en ganancias productivas), no dejará pronto mucho margen para seguir manteniendo el monstruoso complejo militar estadounidense. Con ello, la primacía político-territorial del Estado norteamericano irá perdiendo fuerza.

La eclosión de China (2) ha trastocado todas las dinámicas de la globalización unilateral estadounidense. Por ahora, el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan (en realidad del petro-oro-yuan, dado que China es el principal importador de petróleo y el que más reservas de oro tiene del mundo), que se aprecia en la misma proporción en que el país ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda extranjera y de bonos estadounidenses. Dado el actual estado de cosas, la lógica sistémica llevaría a levantar un nuevo entramado financiero internacional apoyado en una bolsa de monedas en la que el dólar perdiera parte de su peso. A esto puede la superpotencia resistirse más o menos tiempo, pero tarde o temprano la tendencia “lógica”, para no terminar de desquiciar la economía capitalista, es a que primen las monedas ancladas a la energía y a la economía productiva (si es que las disparatadas sumas de capital ficticio y “dinero mágico” hoy existentes pudieran ser compatibles en algún momento con ello).

Tanto la energía como la economía productiva ya no están en el Eje Anglosajón que ha dominado el mundo desde 1700, sino en Asia, y sobre todo en el Eje chino-ruso, a partir del momento en que Rusia recobra también su papel internacional como potencia soberana. China sobre todo, pero poco a poco aunque más parcialmente también Rusia, trazan las dos únicas contra-dinámicas de recuperación de la territorialidad político-estatal frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo, una territorialidad proclive por propia necesidad a sedimentar (o en el caso ruso a restablecer) pactos redistributivos y de promoción social con sus propias poblaciones.

China, como potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la apropiación por la fuerza de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, la corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial multipolar. Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante una nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia (3), pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana (4). Una red con moneda internacional centrada en el yuan que pretende complementarse con una canasta de monedas BRICS, y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, un plan de infraestructura y desarrollo que muy pronto llegará a Inglaterra con un tren de mercancías de alta velocidad. Todo un entramado de cooperación entre países y presumiblemente también entre sociedades (5), que necesita de la paz y del entendimiento mutuo para llevarse a cabo. Rusia está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de ese proyecto en el que ve la única vía de futuro, para protegerle del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política imperial estadounidense.

No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan creado a través de esta cooperación una “zona de estabilidad” (6) y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que fortalece la lucha por un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el beneficio mutuo entre Estados. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y contribuye en la práctica a impedir que esa formación social logre revivir el mundo unipolar.

La “planificación regional” de la “zona de estabilidad” contempla al corazón de Asia como primer objetivo de desarrollo (7). Se trata probablemente de la última posibilidad para poder hacer una transición más o menos “suave” al post-capitalismo. No sabemos si China será capaz de lidiar con los enormes problemas que enfrenta y si podrá conseguirlo, en cualquier caso, antes de que le estalle irreversiblemente la sobreacumulación y el fin de los recursos planetarios.

Hoy por hoy es la formación social con mayores condiciones (quizás la única) de emprender una vía real de salida de la periferización y de proporcionar la apertura a un orden internacional de otro tipo. De hecho, la “emergencia” de los restantes países se debe en gran medida a que son proveedores de la enorme demanda china de recursos. Además de su planeación estratégica a largo plazo, China ha mostrado a través de su especial combinación de regulación estatal y mercado, ser bastante menos vulnerable a las crisis cíclicas. La única que ha realizado una ingente acumulación exclusivamente a escala interna, esto es, sin recurrir históricamente ni al colonialismo ni al imperialismo, basada fundamentalmente en sus recursos naturales, sociales y humanos, promovidos de manera eficaz a través de un proyecto socialista que aglutinó las energías populares tras él. Sólo ahora comienza este país a expandirse económicamente por el mundo, pero lo hace en claves muy distintas a como lo hicieron las potencias centrales capitalistas a través de la conquista, la colonización, el imperialismo y la neo-colonización. China, por el contrario, está tejiendo toda una maraña de intereses comunes y mutuo beneficio.

En el cómputo global, aunque las formaciones centrales han aceptado el determinante papel de China en la contrarresta del actual régimen de inestabilidad mundial, eso no quiere decir necesariamente que entremos en una nueva fase de acumulación centrada en China. Para empezar porque este país depende todavía del crecimiento (y del propio avance tecnológico) de los centros del Sistema Mundial (las corporaciones transnacionales daban cuenta de alrededor del 87% de las exportaciones chinas de alta tecnología a comienzos de 2006), sobre los que continúa bastante rezagada, y no olvidemos que nunca una economía tecnológicamente menos desarrollada ha sustituido como hegemón a otra más desarrollada en ese sentido.

Además, una acumulación china basada en su propio mercado doméstico requeriría de drásticos cambios en su estructura productiva, lo que entraría en contradicción no sólo con sus actuales tasas de crecimiento sino probablemente con el propio crecimiento mundial, pues una profunda transformación sociopolítica para construir una demanda doméstica compensatoria del decline de las economías centrales, arrojaría serias dudas sobre si permitiría crecer al país lo suficiente para estimular una recuperación mundial dentro de los parámetros del capitalismo, es decir, sustituyendo a EE.UU. como el gran comprador del mundo e invirtiendo el actual partenariado chino-norteamericano (lo que quiere decir que China se tendría que hacer, entonces, necesariamente, el principal deudor del mundo, con el lastre que ello le acarrearía).

Pronto alimentaría, además, la tendencia a reproducir aceleradamente el proceso de sobreacumulación. De hecho, quizás el problema económico más grave que enfrenta este gigante hoy mismo sea su altísima tasa de inversión (que pasó del 43,8% del PIB en 2007 al 48,3% en 2011), en un contexto de desaceleración económica mundial (el ‘stock’ de capital fijo en este país se incrementó al vertiginoso ritmo del 11,8% por año entre 1995 y 2001, mientras que la tasa de crecimiento de empleo bajó de 2,4 a 1,2% en el mismo periodo). Lo que conlleva un enorme peligro de sobreacumulación de capitales y sobreproducción de mercancías.

Está por ver, además, si con el megaproyecto de la Ruta de Seda, impulsado a fuerza de deuda, se logre una reactivación de la acumulación de capital en la economía real.

En resumidas cuentas, lo más probable es que China sólo pueda tener futuro como “potencia” (que es tanto como decir como sociedad, porque si no logra fortalecerse será muy probablemente despedazada) fuera del capitalismo, lo que implica comenzar a construir relaciones sociales de producción socialistas a escala internacional. Las luchas de clase internas en esta formación social tienen que ver precisamente con eso, y con los diferentes intereses de sus élites al respecto. El resultado de las mismas será decisivo no sólo para la propia China, sino para el decurso de la humanidad.

Pero si China es también el único Estado emergente con proyecto geoestratégico propio, hay una reciente y cada vez más posible excepción: la de Rusia, que conserva amplificado el poder militar de la URSS y cuenta con la vastedad de su territorio y fuentes energéticas, y que tras el fallido intento de aproximación a Europa, está buscando un nuevo rumbo como potencia (a pesar del permanente acoso político-militar a que es sometida en sus diversas zonas de influencia directa por EE.UU.).

La derrota en la Guerra Fría dejó desvalidas a las poblaciones del conjunto de territorios que componían la URSS, incluida Rusia. La ONU calcula en más de 10 millones las muertes prematuras y los niños muertos en el pre-parto debido al deterioro de la sanidad pública, la malnutrición, el alcoholismo y la tensión asociada a la falta de recursos. Un rápido deterioro se experimentó en diferentes indicadores de desarrollo humano: educación, salud, esperanza de vida, investigación y cultura, áreas en las que la URSS había alcanzado cotas muy altas. La riqueza que había sido creada casi de la nada por el esfuerzo conjunto de toda la población soviética (8), fue parcelada en unos pocos años y acaparada por individuos que se convirtieron en oligarcas enormemente ricos de la noche a la mañana, y de la que también de una u otra forma se beneficiaron las transnacionales extranjeras y el propio FMI. Entre 1992 y 1998 el PIB ruso cayó a la mitad, lo que no había ocurrido ni durante la invasión nazi (9).

Fruto de esas circunstancias, Rusia arrastra en su interior formas de capitalismo salvaje y de desprotección de la fuerza de trabajo que el capital global reserva para sus zonas periféricas; pero gracias a sus enormes recursos energéticos y a haber conservado los avances técnicos de la URSS en campos clave, como el militar y hasta cierto punto la investigación científica, ha podido recuperarse como formación social emergente e incluso convertirse en un referente mundial de la re-soberanización, la desglobalización y el multilateralismo. Estas condiciones le han permitido comenzar a intervenir con éxito en algunos lugares donde EE.UU. y su brazo armado global, la OTAN, había irrumpido para destruir, y muy especialmente en Siria.

Al igual que China, Rusia enfrenta fuertes luchas internas de sus élites, pero aquí sin la garantía y consistencia de un partido comunista hegemónico detrás. En esa pugna será decisivo conseguir en lo inmediato algún tipo de “capitalismo de Estado” para que pueda Rusia tener posibilidades de futuro ya no sólo como “potencia”, sino como sociedad (10). A medio plazo, muy probablemente sólo le vaya quedando también emprender una vía postcapitalista. ¿Uniéndose a China en ese proceso?: aquí radica una de las claves más decisivas del enorme desafío que está en juego para la humanidad.

PARTE II

3. EE.UU.: la guerra como política y como mecanismo privilegiado de crecimiento agónico

Ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético que, paradójicamente, podría prolongar la propia vida del capitalismo, la territorialidad política del hegemón en declive opone una tenaz resistencia. EE.UU. no parece dispuesto a dejarse relevar sin destruir. Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad energética (y la de sus subordinados imperiales) está precisamente en Asia Centro-Occidental. Allí está en estos momentos el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino (“Un Cinturón, una Ruta”).

La capacidad de destrucción de EE.UU. es varias veces planetaria. Tiene alrededor de un cuarto de millón de efectivos del Ejército, la Marina y las Fuerzas Aéreas, en el 70% de los países del mundo, con más de 450 bases militares extraterritoriales (11). Con más de 600.000 millones de $ de presupuesto militar declarado, ha llegado a sumar casi tanto como el gasto militar de todo el resto del mundo junto.

Es por eso que a la “zona de estabilidad” multipolar chino-rusa (que sus respectivos mandatarios llaman de “estabilidad estratégica”), EE.UU. (y sus aliados) le ha opuesto desde el principio una política de caos y desestabilización. Ha sido EE.UU. quien bajo la llamada «guerra contra el terrorismo» ha arruinado países y destrozado sociedades enteras desde hace más de dos décadas: Afganistán, Somalia, Irak, Libia, Siria… Además, esa especial guerra perdura y se extiende hoy por más de 60 países, principalmente a través de operaciones secretas y ya se ha cebado en la propia Europa a través de la destrucción de Yugoslavia (12). De hecho, se ha convertido en la forma en que la principal potencia tiende a implantar su particular visión de un «dominio total» («Full-spectrum dominance», como fue definido en el clave informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020). Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables, agujeros negros de caos, sin autoridad central, y así sabotear la zona de estabilidad chino-rusa, poniendo socavones en la autopista de la seda. Destrucción y barbarización social (13) es lo que queda de los lugares donde interviene militarmente EE.UU., sea sólo o acompañado por la OTAN.

En esa estrategia del hegemón tiene mucho que decir la paramilitarización de la guerra y la interposición de redes terroristas globales creadas ad hoc, “guerras de 4ª generación” en las que la construcción de mentiras y el control de las conciencias, la provocación de estados de ánimo masivos, el previo bombardeo mediático contra el enemigo a batir, los levantamientos de población teledirigidos y el control de masas, los golpes de efecto, atentados y golpes judiciales y de Estado, se combinan de forma mortífera. Ese tipo de guerra se desarrolla en cualquier medio, desde los campos abiertos de batalla, a las calles de cualquier ciudad, desde los bombardeos celestes, a las arenas del desierto, desde las trincheras convencionales a las salas de baile, una cafetería, un vagón de metro o la cabina de un avión. Bolsas y monedas, alimentos y operaciones financieras, todo forma parte de la guerra total. Su objetivo, la destrucción de territorios, la promoción bélica del desorden, la conversión de países en ruinas. El planeta entero forma parte de esa guerra.

Pero para impedir que China se pudiera alzar como nuevo hegemón, EE.UU. tiene primero que quebrar a Rusia. Desde la Revolución Soviética esta formación social no ha dejado de estar asediada militarmente y sometida a cruentas sanciones y bloqueos. EE.UU. no se contenta con haber deshecho a la URSS, desde su caída pretende también desmembrar Rusia y arrebatarla su poderío energético-militar. Lo ha intentado por diferentes puntos de lo que fuera la Unión Soviética, entre otros Chechenia, Georgia –que está lista para entrar en la OTAN y ser desestabilizada de nuevo-, Osetia, Azerbaiyán, y finalmente Ucrania (14) (ahora parece que aprieta también a Moldavia en la Europa del Este), y ha empujado a la OTAN hasta sus mismas fronteras, acosándola también por el Báltico y el Mar Negro.

Del antiguo Bloque Socialista o Segundo Mundo hoy integran la OTAN: Croacia, Bulgaria, República Checa, Hungría, Rumania, Polonia, Albania, Montenegro, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Lituania y Letonia.

Entre los planes estadounidenses está igualmente la infiltración en territorios rusos del terrorismo en su versión “islamista” (como ha hecho ya en algunas repúblicas exsoviéticas). Todo eso además de haber invadido militarmente a los antiguos aliados de la URSS en Asia centro-occidental y África del norte.

Especialmente, y como pasos previos y necesarios en esa ofensiva contra Rusia (y detrás de ella, contra China y su Ruta), EE.UU. perpetra agresiones continuas contra Irán y Siria. Ahora con peligro inmediato de nuevo de traspasar todas las barreras en el primer caso, pues Irán es uno de los puntos nodales donde se juega el destino de los Ejes y sus proyectos para el mundo.

También en África tiene USA desplegadas tropas propias o mercenarias, que bajo la bandera de la defensa de la paz o la lucha contra el terrorismo, son parte de una desestabilización planificada del continente (con infiltración terrorista incluida) (15).

No pensemos que por ello descuida la presión militar a la propia China. Además de la desestabilización continental que provoca en su entorno, hoy la rodea por el Pacífico y por el propio mar de Malaca. Sin embargo, hasta ahora toda su secuencia de intervenciones en Asia no han deparado a los EE.UU. ninguna ventaja para su supremacía. Antes al contrario, su destrucción de Irak no ha hecho sino aumentar la importancia de Irán en la región, no consiguen nada positivo en el caos que provocaron en Afganistán más allá de hacer un agujero estratégico en la Ruta de la Seda, y han sido frenados en seco por Rusia en Siria. Por eso ocasionaron tanta controversia las declaraciones de su presidente Trump cuando anunció que retiraría a sus tropas de esa zona de Asia.

Aunque no sea así, hay una clara tendencia de repliegue forzado de EE.UU., que le está obligando poco a poco a encastillarse en su propio continente y a hacer del mismo su bastión (USA y su hinterland no dejan de ser una isla muy lejos del “Centro del Mundo”, es decir, Eurasia, donde se dirimen sobre el terreno las batallas por los recursos y las geoestratégicas; lo cual le resulta cada vez más costoso). Por eso también emprende una poderosa contraofensiva en toda América, con una cadena de golpes de Estado y agresiones económicas y de bloqueo al conjunto de países que habían emprendido vías de reforma social y de cierta voluntad de constitución de una autonomía regional.

Especialmente virulentos han sido los ataques contra Venezuela, pero también contra Nicaragua y de nuevo contra Cuba. Esa contraofensiva ha tenido también a Brasil como objetivo especial, para apartarle de los BRICS. Además, se ha hecho adherirse a la OTAN a un campeón olímpico en la violación sistemática de derechos humanos, con asesinatos masivos y permanentes a su propia población, como es Colombia. Circunstancia que disparará el riesgo de que Sudamérica se convierta en un nuevo escenario bélico. Mientras la OTAN -o ejércitos bajo su dirección- se podrá encargar en adelante del orden externo, las fuerzas militares son cada vez más llamadas a mantener el orden interno de los países, como en los casos de Brasil, Paraguay y Argentina, ejemplos todos ellos de la contra-ofensiva golpista del Imperio frente a las aproximaciones de Unidad de la que fuera llamada “Nuestra América” por Martí y otros libertadores (16).

Una particular modalidad de guerra que practica EE.UU. es la de la sanción económica contra países (que también obliga a los demás a seguir). Hoy agrede así nada menos que a:

  • ‎Bielorrusia,
  • Burundi,
  • Corea del Norte,
  • Cuba,
  • Irán,
  • Libia,
  • Nicaragua,
  • República Centroafricana,
  • República Democrática del Congo,
  • Rusia,
  • Siria,
  • Sudán,
  • Venezuela
  • Zimbabwe;
  • entidades soberanas a ‎las hay que agregar las Repúblicas Populares de la región de Donbass (en ‎Ucrania), el Hezbollah libanés y los huthis (en Yemen), entre ‎otras.‎

Estas acciones constituyen actos de guerra condenados por la ONU, que causan indescriptibles sufrimientos y mortandad en las poblaciones afectadas, a menudo más que los ataques militares, pero pasan mucho más desapercibidas. Sólo son visibles para las poblaciones centrales del sistema sus efectos en forma de crecientes migraciones masivas (batiéndose ya el récord de refugiados en el mundo), que lejos de sensibilizar sobre sus causas, desatan un círculo vicioso de mayor apoyo a las opciones de fuerza de las clases dominantes, incluida la represión de las propias migraciones, provocadas precisamente por aquellas políticas. Los grandes flujos migratorios se contemplan también como una opción estratégica para desestabilizar terceros países e incluso suscitar cambios de gobierno alineados con el Eje del Caos.

Las políticas de guerra económica contradicen además el “libre mercado”, pues EE.UU. se reserva a sí mismo el derecho de aplicarlas a su antojo, arbitrariamente. Y es que el “libre mercado” sólo les sirve a los poderosos cuando son ellos los que ganan a los demás porque no tienen competencia (17). Por eso hoy EE.UU. ha emprendido el camino del proteccionismo y una guerra económica contra su principal adversario en esta primera mitad del siglo XXI: China. Las veredas de esta geoeconomía pueden desembocar en el intento de implantación de un nuevo telón de acero por parte de EE.UU. contra el gigante asiático (18).

Ya previamente USA había hecho abortar la Ronda de Doha tocando de gravedad a la propia OMC (que está prácticamente desaparecida). En general, la incapacidad de lograr la globalización unilateral absoluta mediante el avasallamiento consensual, debido a la profundización de la crisis estructural, la agravación de las crisis sociales y el surgimiento de las potencias emergentes, ha llevado recientemente a la metamorfosis final de todo el imperialismo incapaz hasta ahora de acomodarse a su inevitable decadencia. Una nueva Guerra Fría contra Rusia y una severa Guerra Económica contra China son sus inmediatas respuestas, que ponen al mundo en un inminente y gravísimo peligro.

4. La descomposición del mundo que salió de la postguerra mundial. El fin del largo siglo XX.

La globalización unilateral implosiona, y con ella todo el entramado socio-político-institucional que conocimos desde la Segunda Postguerra Mundial y el fin de la Guerra Fría. El largo siglo XX llega a su fin, aunque pueda hacerlo de la manera más dramática. Con ello, las instituciones heredadas de ese período son cada vez más ninguneadas o descartadas.

Sólo desde 2017 hasta aquí EE.UU. ya ha desmontado diferentes pactos o espera romperlos. El 1 de junio de 2017, anunció la retirada de su país del acuerdo climático de París, firmado en 2016. El 23 de enero de 2017 se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés); un pacto suscrito en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40 % de la economía mundial y casi un tercio de todo el flujo del comercio internacional. USA también se ha salido del Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Migración y Refugiados, así como de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Además ha modificado a su antojo el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), un acuerdo comercial entre este país, Canadá y México. Y aun así, amenaza constantemente a México con imponer aranceles a sus exportaciones, presionándolo para acentuar la represión migratoria (19).

En 1994, el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, firmó un acuerdo con Corea del Norte para desmantelar el programa nuclear de este país asiático. Casi una década más tarde, al cambiar el mandato, el presidente George W. Bush, calificó a Pyongyang de eje de mal y preparó el terreno para romper el acuerdo. También asistimos en los últimos meses a la profundización del desconocimiento y hasta el repudio de las decisiones de Naciones Unidas (y del Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional.

En un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, EE.UU. reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de saltarse a la torera cualquier resolución de la ONU). Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, así como también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia. Además, el pasado 26 de marzo, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el ‎Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra. Por si fuera poco, todo indica que últimamente no se detiene ni ante la violación de embajadas, como la norcoreana en Madrid o la de Venezuela en Washington.

Se trata, en suma, de un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales (e incluso de los sacrosantos y ancestrales principios de inviolabilidad diplomática). Con ello, el mundo que salió de la Guerra Fría llega a su fin. Muere definitivamente el largo siglo XX, y con él muchas de sus certezas. La excepcionalidad de Israel, la alianza energético-militar de EE.UU. y Arabia Saudita, la singularidad de Corea del Norte, la subordinación continental de Europa y América Latina a EE.UU., pueden estar viendo el principio de su fin, al menos bajo la forma en que se han manifestado hasta hoy. Por el contrario, la apertura de los mares del Pacífico en torno a China, el surgimiento de una nueva África interconectada y con voz conjunta, y el nacimiento de nuevas instituciones económicas y políticas internacionales, van cobrando cuerpo o cuanto menos, mayor posibilidad. De momento, y en el curso de la transición, China intenta sostener las instituciones globales, incluso ocupando los vacíos que va dejando EE.UU.

A todo ello, se enfrenta el hegemón en decadencia, que en su desesperación, da muestras de estar empeñado en soltar coletazos contra todo y contra todos. Las luchas literalmente “a muerte” entre las facciones de poder estadounidense ponen al mundo en un riesgo sumamente grave, como posiblemente no ha conocido hasta ahora. La facción guerrerista unipolar (que en contra de lo que las opiniones públicas creen, está encarnada sobre todo por la facción demócrata), busca el enfrentamiento militar (antes de que EE.UU. se convierta en una potencia mediana) y no dará cuartel. Por ahora, la impunidad y desprecio de EEUU e Israel han dañado (quizás irremediablemente) la credibilidad de la ONU y demás instituciones globales. No parece imposible que pronto estalle una grave crisis en torno a la disfunción del Consejo de Seguridad y que se plantee la disyuntiva de que sufra la suerte de la Sociedad de Naciones.

En todo caso, el sabotaje de lo que resta de mecanismos globales de “gobernanza” implica asimismo una redefinición de la OTAN: ¿aceptarán la UE, Japón, Canadá y Australia que la OTAN pase a ser el principal instrumento para que EEUU, Israel y Arabia Saudita sigan actuando con total impunidad y en contra de sus intereses? ¿O por el contrario pueden presionar para que la solución bélica en Asia Occidental sea una en la que todos puedan ganar algo?

Entramos, en definitiva, en una nueva era de inestabilidad, incertidumbre y riesgo sistémico, de destrucción de sociedades y franco peligro para todo el hábitat planetario, de desmoronamiento económico del capitalismo y consiguiente derrumbe de todo su orden mundial. El también inminente fin de la era neoliberal viene acompañado de la total decadencia del sistema político que la precedió: la democracia liberal.

PARTE III

5. El desgarro de la UE

La decadencia de la UE ya es un claro testimonio del declive democrático liberal, pues se concibió para puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo.

Si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación. Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales) y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos para hacerse irreformable.

Se trata también de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única. Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un continente entero.

El proyecto de lanzar la Gran Alemania a través de la UE tuvo como primer objetivo posibilitar la reestructuración productiva germana con miras a la exportación. En las últimas décadas la vieja industria alemana se reconvirtió, renovando su perfil hasta hacerse una “arrolladora máquina de generar excedentes” (las ventas externas pasaron del 20% del PIB en 1990 al 47% en 2009).

Pero ese proceso fue acompañado de una dinámica de financiarización de la economía alemana. Con la irrupción neoliberal, la desregulada estructura financiera mundial proporcionó a su clase capitalista la posibilidad de conseguir crédito fuera de la economía productiva. Esas masas de capitales “liberados” de los ciclos manufactureros locales quedaban listas para invertirse en los mercados financieros, donde se pueden hacer ingentes beneficios sin producir la menor riqueza, y eran destinadas fundamentalmente a:

1. Prestar a la Banca de las formaciones periféricas europeas (la Europa del Sur), a fin de generar un ciclo de demanda de los productos alemanes. Cuando, en plena crisis, los Bancos privados tuvieron que satisfacer la deuda alemana y no pudieron, fueron los Estados (es decir, el conjunto de la población) los que la asumieron (“socialización de pérdidas”).

2. Invertir especulativamente en el sector inmobiliario de ciertas de esas formaciones y también en el de EE.UU., contribuyendo a provocar sus enormes burbujas.

3. Invertir en la Europa del Este para la apropiación por desposesión y la explotación de una fuerza de trabajo que se había depreciado substancialmente con la terapia de “shock” que previamente habían aplicado en esas formaciones estatales la UE y el FMI. Esto serviría también para lanzar un ataque feroz contra la fuerza de trabajo alemana para extender su precarización (Alemania es la única formación de la OCDE en la que los salarios reales cayeron ininterrumpidamente entre 2000 y 2007).

Además, para competir con Asia oriental y especialmente con China, la Gran Alemania y la clase capitalista europea utilizan a la UE como herramienta para rebajar las condiciones laborales y salariales de la fuerza de trabajo en Europa.

No olvidemos que el macro-Estado (la UE, en el caso europeo) es una de las expresiones rectoras del capitalismo oligopólico de ámbito global en el que estamos inmersos (que tiene que recurrir a esas estructuras intermedias ante su incapacidad para conseguir un Estado mundial). Es la vía que el Capital transnacionalizado tiene hoy de destruir las conquistas que el Trabajo logró en el ámbito del Estado, que ha sido el elemento rector-coordinador de la acumulación capitalista hasta ahora. Eso pasa por un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse. La des-substanciación de las instituciones de representación popular está garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo. A través de ellos desarrolla todo un abanico de intervenciones contra las posibilidades de soberanía de los países y sobre todo de las poblaciones.

Así por ejemplo en Grecia el primer préstamo y su consiguiente Memorandum supuso la renuncia firmada a la soberanía del país heleno. El Derecho según el cual fueron redactados los acuerdos relativos a la deuda fue el de Gran Bretaña. No se preocuparon ni de disimularlo, pues fueron redactados en inglés. El Parlamento griego los tuvo que aprobar sin debate previo, también en inglés. La jurisdicción exclusiva para la aplicación de los acuerdos recae sobre los tribunales del Gran Ducado de Luxemburgo. Los representantes de la Troika tienen un despacho en los nuevos ministerios, para asegurarse de que ninguna decisión política en ese Estado se toma sin la autorización previa de los acreedores. Las empresas extranjeras, sobre todo alemanas, se apropian del conjunto del país: puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, electricidad, ferrocarriles, correos…todo está en venta. Todo está comprado. Hay territorios del Estado que han sido declarados Zonas Especiales Económicas, susceptibles quién sabe, de ser desmembradas del resto.

Hasta hace no mucho tiempo si una potencia extranjera pretendía el conjunto de la riqueza de otro país tenía que invadirlo militarmente. Hoy ya no hace falta. El capitalismo de rapiña financiero y la complicidad de las élites locales (que eso sí, se dicen “nacionalistas” y algunas incluso “de izquierdas”) se bastan. La subordinación del Derecho nacional al “derecho internacional” a imagen estadounidense sirve también para frenar cualquier intervención social en favor de las grandes mayorías. En el Reino de España, lo estamos viendo, el Gobierno está utilizando al Constitucional para ilegalizar los procesos soberanistas. Recientemente, además, ese tribunal ha paralizado medidas del Parlamento catalán contra la pobreza energética y contra los abusos hipotecarios. Los ejemplos a escala europea se multiplican.

El actual capitalismo degenerativo necesita el poder judicial fuera de la influencia y de la elección directa de los ciudadanos, para blindar en lo posible la forma neoliberal de acumulación a través del saqueo. Lejos de ser instrumento contra las corrupciones del poder ejecutivo, ese poder se convierte demasiado a menudo en ariete de las clases dominantes contra el legislativo cuando éste intenta cambios que afecten la estructura de ese saqueo. Y por supuesto es una muralla imponente contra las luchas y transformaciones sociales (incluida a menudo la propia protección de las mujeres ante la violencia machista). En definitiva, una vía para hacer de la más mínima democratización y participación de la política algo inoperante (20).

En el caso de Europa, también, la moneda única, el euro, es una eficaz forma de sustraer el valor del dinero a la lucha de clases. Un potentísimo disciplinador de la fuerza de trabajo. Dispositivo sin igual para (ante la imposibilidad de realizar devaluaciones competitivas, de moneda), establecer devaluaciones internas: reducción del salario directo, indirecto (servicios sociales) y diferido (pensiones). También para ajustar a favor del Capital los mercados laborales.

En la UE, la delegación de soberanía política sucede a la monetaria. Los Estados, impotentes para realizar políticas monetarias y fiscales propias, se excusan mutuamente por verse obligados a seguir lo que dicta Bruselas. Las instituciones europeas están concebidas para estar a salvo de posibles cambios desde abajo. Lo que se vote en cada país vale tanto como que usted y yo le pidamos a la OTAN que deje de bombardear a la gente.

Por eso, hoy, ser europeísta, en contra de lo que proclaman los medios del Capital y las izquierdas integradas, pasa necesariamente por estar contra la UE y romper con su ariete en su guerra de clase: el euro. Ser europeísta, suponiendo que eso tenga algún sentido no exclusivo frente a otros pueblos, pasaría por construir una auténtica “unión europea”, frente a la UE que es en realidad la unión de las oligarquías de los distintos países europeos contra sus poblaciones. Eso pasa necesariamente por la desarticulación de los intereses de las clases dominantes a escala de cada Estado y por romper con las disposiciones y marcos normativos de la institucionalidad de la UE, y muy especialmente sus mecanismos de acreencia y “estabilidad” (en realidad, ajuste o agresión social).

Pero las izquierdas integradas devenidas izquierdas del sistema, con el eurocomunismo tardío en declive de acompañante estelar, siguen obcecadas en rescatar a la UE realmente existente (léase, reformarla). No importa el descuartizamiento social que realice en casa, ni las intervenciones militares, golpes de Estado y bombardeos de países que lleven a cabo sus miembros (Yugoeslavia, Libia, Ucrania, Siria…), sembrando de desposeídos, muertos y refugiados el mundo, a los que luego abandona a su suerte, dejándoles morir sin más en el Mediterráneo, por ejemplo (y persiguiendo a quien intenta salvarles).

Sólo las expresiones más recalcitrantes del Capital (las ultraderechas), han abierto el campo del antieuropeísmo, por lo cual tienen crecientes posibilidades de volver a ganar la partida populista a las izquierdas integradas.

Romper con el euro no es ni fácil ni indoloro. Lleva costes económicos e impactos sociales muy altos, y generará un tremendo “shock” humano. No se puede engañar sobre ello. Pero seguir en el euro conlleva a corto término la catástrofe. Sin embargo, hoy se abriría un nuevo escenario de posibilidad para unas hipotéticas fuerzas sociales capaces de concebir la Política en grande, mediante la incidencia en todos los ámbitos del metabolismo capitalista. En estos momentos la UE se encuentra seriamente tensionada internamente (el euro y la falta de mecanismos de compensación fiscales y de hacienda están destrozando a los países deficitarios, entre los que comienza a encontrarse la propia Francia), al tiempo que enfrenta una muy difícil redefinición de sus relaciones con EE.UU. por las nuevas sanciones de Washington contra Irán y las medidas contra China y Rusia, que desatarán potenciales guerras y crisis económicas, financieras y monetarias muy perjudiciales para los intereses europeos (los cuales EE.UU. ha despreciado manifiestamente).

Europa pierde peso en el mundo a pasos agigantados, pero su posición geoestratégica y geoeconómica todavía le permiten ser un actor clave en el equilibrio de fuerzas mundial. Hacia dónde se incline podrá decidir la balanza de fuerzas final. Por el momento y aceleradamente, los planes de EE.UU. pasan por enfrentarla a Rusia y que Europa vuelva a ser el campo de batalla mundial, lejos de las costas norteamericanas. Los Estados sin soberanía que componen la UE, se ven supeditados a lo que decida Alemania en adelante. La clase capitalista de este país se encuentra desgarrada entre sus compromisos de seguridad (militar, económica y de inversiones) con el Eje Anglosajón o Eje del Caos, y los intereses reales que la llevan a estrechar lazos con el mundo asiático emergente. El despliegue militar de EE.UU. en Europa oriental (poniendo ahora nuevo énfasis en Polonia) y la guerra económica contra Rusia, van destinados a disuadir a la clase capitalista alemana de escoger la segunda opción: para EE.UU. el giro de Europa hacia el Este sería sin duda el detonante de su fase de implosión.

Por ahora, el perjuicio económico para el conjunto de la UE es ya evidente. Ésta no saldrá de su crisis económico-política (por no hablar de sus atolladeros energéticos) mientras no establezca buenas relaciones con Rusia, como un país también europeo que más que amenazar puede contribuir a su seguridad energética y militar (especialmente, teniendo en cuenta que en estos momentos Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN (21), lo que en caso de conflicto bélico dejaría a Europa en una situación muy comprometida, por lo que ésta en realidad no tiene más alternativa a corto plazo que entenderse con Rusia). Por eso, el “aliado” norteamericano que empobrece y pone de nuevo en un riesgo atroz a Europa, puede empezar a desvelarse cada vez más para las propias poblaciones europeas como un “amigo” peligroso.

¿Es por ello que la UE ha comenzado a desplazar al dólar por el euro en sus compraventas con Rusia? ¿Es por ello que Europa en su conjunto puede haber empezado una desdolarización de su economía y que Alemania, Francia y Gran Bretaña han anunciado un mecanismo especial para negociar por fuera del Sistema SWIFT del dólar, denominado Instrumento de Soporte de Intercambio Comercial (INSTEX por sus siglas en inglés)? ¿Es por ello que distintos países europeos están comenzando a emitir parte de su deuda pública en yuanes? (22).

Hay ya señales de cambio incluso en algunos de los países más subalternos, como Italia (no así en España, cuya subordinación a USA sigue, nunca mejor dicho, “a prueba de bombas”), que ha comprendido la importancia de su localización geográfica para la Ruta de la Seda en Europa. También Austria y algunos de los países del Este empiezan a mirar con más interés a Rusia. La propia Gran Bretaña no ha dudado en dejar ver su disponibilidad para aprovechar las ventajas que China pueda traer al continente (¿se deshace el Eje Anglosajón?).

En suma, de Europa depende que la emergencia de Asia sea en realidad la de Eurasia.

Para las izquierdas europeas debería quedar patentemente claro que mientras EE.UU. funja como hegemón y continúe con sus políticas globales de muerte, destrucción, desposesión colectiva y, en suma, desarrollando la expresión más cruenta del “capitalismo salvaje”, no habrá posibilidades de construir nada nuevo.

En medio de todo el marasmo mundial ocasionado por ese país, hay hoy dos formaciones estatales que han comenzado a dar los pasos para la recuperación de su soberanía y el emprendimiento de otras relaciones mundiales. China (con el apoyo de Rusia) (23) muestra un camino posible de salida del capitalismo, a pesar de que sea incierto, lleno de dificultades y contradicciones, sujeto, a fin de cuentas, a las luchas de clase internas que se desarrollan y se desarrollarán en el futuro inmediato en su seno. Pero con todas esas dudas es, hoy por hoy, el único camino con alguna factibilidad o verosimilitud de abrir algún futuro mínimamente aceptable para la humanidad y darle alguna posibilidad a las sociedades e incluso al ecosistema planetario.

6. Europa: hábitat de las izquierdas integradas. Podemos e IU en el Reino de España

Pero la mayor parte de las izquierdas europeas, integradas plenamente en el metabolismo del capital, están todavía ampliamente ajenas a todo ello. Hagamos un breve repaso histórico para entenderlo.

En marzo de 1977, en su encuentro en Madrid para la legalización del PCE, Santiago Carrillo, Georges Marchais y Enrico Berlinguer (secretarios generales de los partidos comunistas español, francés e italiano, respectivamente) dieron carta de constitución a lo que venía siendo un hecho consumado: el eurocomunismo. Con este término-concepto querían indicar la independencia de los PC respecto de la URSS y la aceptación de la vía “democrático-parlamentaria” para competir por el poder institucional (es decir, el poder con minúsculas). También lo que ellos pensaban que era una ruptura con el leninismo: el descarte de la insurrección revolucionaria.

Sin embargo, lo que realmente entrañaba aquel proceso era una ruptura con Marx: a partir de ese momento no se trataba ya de llevar a cabo la “lucha de clases” con el fin de abolir la explotación humana y la opresión. Se descartaba la meta de superar el capitalismo o se la desplazaba a un tiempo indefinido en el largo futuro. Se daba, en suma, carta de recibo y legitimidad a la integración en el orden del capital que unas y otras izquierdas, como crecientes partes de las propias poblaciones, habían ido experimentando con el “Bienestar” del Estado keynesiano que comenzó a erigirse tras la Segunda Gran Guerra. En adelante se trataba de aprovechar las oportunidades que el sistema brindaba para mejorar las propias posiciones electorales. Con ello se daba prioridad también a la política pequeña, con minúsculas (la que se agota en los ámbitos institucionales).

Se rompía, además, con la milenaria tradición republicano-democrática, que siempre abogó por la igualdad como base de la democracia, y la soberanía económica (sin depender de tener que trabajar para otros) como elemento imprescindible de la libertad y la autonomía.

En lo sucesivo, la mayor parte de los PC europeos aceptaban el Estado Social capitalista como una muestra inobjetable de las posibilidades del reformismo, que se apresuraban a abrazar contra los pecados del “comunismo leninista”. Las libertades, la democracia, el consumo permanente y masivo, los derechos humanos, que eran supuestamente intrínsecos a ese Estado Social, se asumían también como compatibles con la explotación del ser humano por el ser humano, con la extracción de plusvalía y la dictadura de la tasa de ganancia, con el poder no democrático de las transnacionales, con la división sexual del trabajo y con la depredación del hábitat (24).

Los cambios experimentados en la estructura de clases, ese nuevo “capitalismo de Estado” (con sus vías fuertes de integración de la población a través de la seguridad social) y el programado descrédito del Bloque Soviético en la población europea occidental habían ido preparando el terreno, a su vez, contra las “viejas” formaciones partidistas o más en general, contra las “viejas” formas de organizarse y hacer política.

Frente al obrerismo propio del capitalismo industrial-fordista, se abrió paso el movimientismo ciudadano como rechazo a ello y como forma predominante de contestación social en el capitalismo de consumo keynesiano. Recuperada de las aún más viejas luchas del pre o proto-proletariado europeo, esta forma de intervención social se expandió pronto por las formaciones centrales del sistema en su conjunto. Las reivindicaciones se habían hecho parciales, los campos de conflicto e intervención dejaron atrás lo universal para irse haciendo, por lo general, cada vez más reducidos, más sectoriales, más locales. Los logros, por tanto, también menguaron. Y unas y otros quedaban convenientemente dentro del sistema, un sistema que supuestamente lo admitía todo y era capaz de reformarse a sí mismo, con la ayuda de la ciudadanía, indefinidamente, hasta poder llegar a conseguirse a través de él cotas cada vez más altas de justicia e igualdad. Las sociedades europeas habían interiorizado la identificación del capitalismo con “bienestar”, con “democracia” y con “crecimiento”.

Pero la descomposición de los Grandes Sujetos (clases, movimiento obrero, organizaciones de masas, naciones…) que habían ido surgiendo del capitalismo “pre-democrático” de la Primera y Segunda Revolución Industriales, se extremó con el capitalismo “post-democrático” propio del nuevo modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado. Según se fue agotando la dinámica del valor y la consecución de una aceptable tasa media de ganancia, las vías de “integración” de la población se fueron haciendo también más “blandas”, ya no a través de la seguridad social, sino del consumo a crédito y del endeudamiento masivo, de la (pretendida) revalorización financiera de los bienes inmuebles (una suerte de keynesianismo de precio de activos) que, además de “democratizar” la especulación para más capas sociales, hacía seguir manteniendo la ficción del consumo y de “clase media” de la población trabajadora, ayudada aquella ficción también inestimablemente por la entrada masiva de productos chinos ultra-baratos.

Así hasta que llegó la debacle de este modelo de crecimiento. Todos los palos de su sombrajo empezaron a caerse: crédito, deuda, solvencia, consumo, empleo, vivienda… El destrozo de la “seguridad” social ha traído una vuelta acelerada al mundo de las inseguridades: inseguridad de empleo y por tanto de vivienda, inseguridad de acceso al consumo, al crédito y a los bienes… Inseguridad del presente y todavía más del futuro.

El capitalismo empezaba a mostrar, de nuevo, sus colmillos también en el “mundo desarrollado”. Y hora que su profunda y muy probablemente irreversible crisis se está llevando por medio las condiciones que posibilitaron el Estado Social, y está poniendo en un brete la legitimidad de este modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado (que no todavía la del capitalismo en sí mismo), la primera víctima suya ha sido, no obstante, la propia izquierda integrada. El declive de la opción reformista en el capitalismo realmente existente, deja fuera de juego y sin razón histórica a las distintas versiones partidistas de la socialdemocracia y, en general, arrastra consigo a esas izquierdas bienpensantes, moderadas y racionales que a la postre asistieron impasibles a la trasmutación del sistema: de keynesiano a fridmaniano.

El fin del reformismo se llevó también, como no podía ser de otra forma, al eurocomunismo.Sin embargo, estas izquierdas integradas han realizado el (que pudiera ser) último intento de salvarse a sí mismas y salvando al menos un reformismo ‘light’. Su última pirueta: la populista.

7. Mutilando a Gramsci. La hegemonía débil.

Son muchos los militantes que en medio de la barbarie neoliberal propugnaban la necesidad de un “populismo de izquierdas” capaz de hacer frente a través de esquemas, consignas y convocatorias simples, a todo el aparataje ideológico-mediático-cultural capitalista que destrozaba las conciencias y empobrecía las vidas de una generación tras otra de “ciudadanos”.

Parecía increíble, pero al final se consiguió. Nació el populismo de izquierdas. Y pareció extenderse como un reguero por toda Europa. Así, entre los más famosos ejemplos, Die Linke, La France Insoumise, buena parte de lo que terminó siendo Syriza, y en el Reino de España, Podemos…

El proyecto de ingeniería social populista se repite por doquier. Ha pretendido construir una hegemonía débil, es decir, sin albergar un proyecto social y económico-productivo propio, ni presentar, por tanto, una alternativa sistémica en el campo ideológico. Se trata de una búsqueda de “hegemonía” para competir en la política pequeña, en la contienda electoral.

Los procesos populistas se diferencian de los populares, entre otros puntos, en que estos últimos son construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto se co-implican con una mayor autonomía de los mismos. En los procesos populistas la heteronomía (o construcción externa a esos sujetos) es la nota dominante.

“Al aprovechar, controlar, limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de participación, de conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación, de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se prefieran– se estaría no sólo negando un elemento substancial de cualquier hipótesis emancipatoria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria– en la medida en que se desperfilaría o sencillamente desaparecería de la escena un recurso político fundamental para la historia de las clases subalternas: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de lucha.” (25)

Y eso no puede ser de otra forma, pues “con un sujeto político que alberga intereses sociales no definidos que pueden llegar a ser contradictorios, no es posible poner en marcha un frente común con objetivos claros destinado a la movilización y la conquista popular de derechos. “Lo que cuadra con un espacio político populista es la indefinición, la ambigüedad del discurso y la reducción de los antagonismos de clase en su seno (…) Lo que se puede hacer con un sujeto político así es utilizarlo para el voto y desactivarlo como elemento autónomo de incidencia social.” (26). “No es hora de luchar, es hora de votar”, proclamará el principal líder de Podemos en varios de sus mítines.

Bueno, se dirá, pero todo eso servirá para ganar las elecciones, el poder institucional, y a partir de allí empezar un “programa fuerte” de reformas.

Pues no, porque en realidad con ello se difunde un discurso donde el objetivo a enfrentar no es el sistema socio-económico capitalista, sino una entidad ontológica trans-clasista (los políticos, los banqueros, los administradores corruptos, etc., a quien se puede sintetizar con una sola designación, por ejemplo, la casta), cuya expulsión del sistema restablecerá los buenos principios haciendo que todo vuelva a funcionar. Esto es, en suma, lo malo no es el sistema ni las instituciones sobre las que se levanta, sino los sujetos que las ocupan, pervirtiéndolas. Esto se conoce en la teoría marxista como personificación de las cosas, (que se acompaña siempre de una cosificación de las relaciones de producción y de sostenimiento de la vida), elemento nodal del fetichismo de la sociedad capitalista.

Por eso la llamada a enfrentar esa “personificación” de las relaciones intrínsecas de explotación y opresión capitalistas hace que éstas se sustraigan a la atención pública, mantengan su invisibilidad. De ahí que esa llamada se exprese principalmente a través del electoralismo y se dirija a un sujeto también amorfo, indefinido. Multitudes o 99%, más allá de las clases, de la izquierda y la derecha, de la ideología y de la propia Política. Como si todo ese entramado de interpelaciones políticas heredadas no estuviera sujeto a las propias luchas, y no existiera por tanto la posibilidad de contender también en torno al peso social construido, sociológico, histórico y estructural que contienen esas “etiquetas”, sino que fueran meramente superables, por arte de birlibirloque, desde su mera nominación o no.

Así hemos podido ver cosas tan lamentables como la de Syriza, aceptando la demolición de Grecia, en contra de lo que decidió en referéndum su propia población (esto prueba también la nula consideración democrática de las instituciones europeas y a la vez el hundimiento de las “izquierdas” que no se atreven a enfrentarlas); la integración de la “izquierda verde” en los gobiernos de brutal agresión social alemanes, o la lucha de los chalecos amarillos abandonada a sí misma por la “izquierda integrada” francesa, que prefiere “apoyarla” de lejos sin implicarse en encender Francia entera con aquellas luchas sociales.

Priorizar la intervención en lo institucional necesita no sólo canalizar las energías sociales hacia la micropolítica, sino succionar a los elementos más destacados de la movilización social, esto es, absorber cuadros, reclutar líderes, atraer personas organizadas. Y eso significa descabezar y desarticular movimientos (27). Eso hicieron estos neopopulismos.

Todo esto en un momento histórico en que ya no se pueden aplicar programas socialdemócratas. La tasa de ganancia capitalista está seriamente obstruida en las formaciones centrales, con tendencia a decaer también en las periféricas emergentes en un plazo relativamente breve. Cuando eso ocurra el sistema entrará en modo colapso, el cual puede ser más o menos duradero, pero letal para el conjunto de la humanidad (más cuanto más dure la agonía del sistema). Por ahora lo que estamos viendo es que si decae seriamente la masa de ganancia no hay ni inversión productiva ni por tanto productividad, ni en consecuencia aumento de la “riqueza social” cuantitativa. Y sin ello el sistema no redistribuye, no hay posibilidad de mantener el “compromiso de clases”, mientras que el propio empleo y las condiciones de vida se resienten gravemente (28).

El resultado de estas tendencias es irónico. Cuanto más nuestras izquierdas integradas pugnan por ser más y más respetables dentro del sistema y por reformarlo desde las instituciones prometiéndonos que es posible volver atrás, al keynesianismo, el sistema nos aboca cada vez más a una dinámica de todo o nada, en la que la clase capitalista se apropia de todo lo colectivo y extrae ganancia del conjunto de actividades que las personas realizan para sostener la vida en común, con lo que las sociedades van destruyéndose a pasos rápidos.

Todo ello es consecuencia de esa aséptica ingeniería social que tiende a hacer creer a las gentes que instituciones y poderes sistémicos son “democráticos” y dejarán llevar a cabo las grandes transformaciones sin presentar batalla. Basta con votar y salir a la calle con globos y silbatos, o bien será suficiente con conseguir “microespacios” del común, más allá de la política.

El creciente vuelco de las tendencias idealistas actuales bien hacia el ámbito “pre-político” o bien al “post-político”, ensalzando el espontaneísmo, el movimientismo y el democratismo (29), tienden a centrar toda su confianza en el contagio para que el conjunto de la población se vaya sumando a las corrientes de cambio (descartándose casi siempre la transformación radical). El movimiento pasa a ocupar el primer plano de los objetivos (propio de la propuesta bersteniana de que “el movimiento lo es todo”), dado que aparentemente por sí sólo resolverá los problemas humanos, sin mediaciones ni transiciones, como si el “homo solidaris” surgiera espontáneamente del marasmo individualista y alienante que provocan las dinámicas del capital.

Estas concepciones, tanto las políticas como sobre todo las apolíticas, postulan cierta autonomía preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo hace falta cambiar o en su caso despojarse de las instituciones que, roussoneanamente, estropean la bondad natural, esto es, el “comunismo” espontáneo de las masas.

Es la misma suerte de ingenuidad suicida o ingenuismo funcional al capital que lleva a pensar que se pueden conseguir unas relaciones internacionales de igualdad, un mundo de justicia, un compromiso con el hábitat planetario, unos logros de desarrollo humano… sin construir fuerzas sociales organizadas y capaces de defenderse, despreciando la estrategia, apelando sólo a la voluntad, a las ganas de hacer, a los movimientos, a la democracia. Lo mismo que pensar que el capital nos permitirá hacer transformaciones radicales, ‘desbordamientos masivos’ sin contar con los medios de socialización, formación y comunicación que tienen hoy los Estados, y sin tener nada con lo que defenderte de sus guerras sociales y militares… (las sociedades catalana y vasca, por ejemplo, han aprendido bien lo que significa enfrentarse a un Estado desprovistas de esas fuerzas).

¿Acaso los agentes del gran capital global tienen que demostrar más veces que no se detienen ni se detendrán ante nada, que están dispuestos a masacrar sociedades enteras o incluso a buena parte de la Humanidad? ¿Las destrucciones de Irak, Libia, Siria, Venezuela, Yugoeslavia… no nos enseñan nada?

Cada vez que la correlación de fuerzas le empezó a ser desfavorable, cada vez que las masas sociales han conseguido algún avance significativo de cara a dar la vuelta al orden de las cosas, el Capital como clase global ha respondido con toda su furia y crueldad, con sus versiones más brutales y sanguinarias:

  • comenzando por los termidores o el “terror blanco” para acabar con las revoluciones (la Francesa, 1848, Haití, Comuna de París…),
  • le siguieron levantamientos militares, golpes de Estado y exterminio político de quienes emprendieron proyectos de transformación (República española, Grecia, Indonesia, Paraguay, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Guatemala, República Dominicana, El Salvador…),
  • la guerra total y sin descanso a las experiencias exitosas que se asentaron (URSS, Vietnam…),
  • contrarrevoluciones asesinas a aquéllas que recién se instalaban (Nicaragua sandinista, Angola, Mozambique…),
  • el asedio y el bloqueo económico permanente a las que no tiene facilidad de atacar militarmente (Cuba, Venezuela, Corea…) (30),
  • y unas u otras formas de fascismo descarnado cuando las sociedades, a través de sus movimientos y organizaciones sociales y políticas, consiguieron una fuerza significativa (Alemania, Italia…),
  • también el fascismo confesional apenas disfrazado de religión de Estado (Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes, Bahreim…).

En todas ellas se da el asesinato sistemático de las poblaciones que protestan, que se organizan (México y Colombia han venido siendo ejemplos paradigmáticos de ello). Cualquier experiencia de transformación histórica, como la soviética o la cubana, no han conocido ni un solo día, ni un solo minuto de respiro; han sido asediadas militar, económica, política, cultural, ideológicamente, desde el primer instante, sin tregua. Como hoy Venezuela. No importan los millones de muertos y de pérdidas sociales que eso cause.

Es decir, siempre que ha hecho falta, el Capital ha mostrado su expresión más monstruosa, ha desplegado todo su poder de sabotaje social y de aniquilación humana. Dejando bien claro que cualquier proyecto social “bonito” está obligado a construirse en condiciones aberrantes, infernales.

Las mismas condiciones que después han hecho que las mentes puras y las “izquierdas divinas” les den la espalda. Y aquí hay que distinguir muy claramente entre criticar procesos de lucha y transformación, y oponerse a ellos, que es al final de cuentas quedarse en el mismo lado de la trinchera que el Capital. Y es que la colonización de las conciencias pasa incluso por la construcción de desiderata en su expresión sine qua non, los cuales llevan a despreciar crecientemente las experiencias de transformación de lo dado, porque no se ajustan con lo que “debería ser”. Ese ilusionismo de levantar mundos mejores sólo con ideas, acciones siempre puras y buenos deseos, deja a las poblaciones desprotegidas material e ideológicamente. Más aún cuando su desprecio afecta a la misma posibilidad de alcanzar la hegemonía.

El populismo que lleva a la “hegemonía débil” parece la clave para ganarse sectores de todos los bandos, pero a la postre lo que consigue es perder el apoyo y el seguimiento de los decaídos movimientos sociales, de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad, cuando se alcanza el nivel institucional y apenas puede cambiarse algo. Pierden también la propia posibilidad de apoyo popular amplio, cuando las medidas económicas, político-jurídicas y represivas del Capital comienzan a golpear más. Porque lo que olvidan o no quieren mostrar los “populismos de izquierda”, es que el Poder del capital no está contenido en las instituciones, sino que las desborda ampliamente extendiéndose por todo su metabolismo (en la esfera productiva, en el moldeamiento de la propia sociedad, infraestructuras, dispositivos jurídicos, administrativos, de conciencia, de cosmovisión, en la construcción de determinados tipos de individuos, en la esfera de la circulación y reproducción social, en el mercado, en la monetarización de todas las actividades humanas, en la división social y sexual del trabajo, etc., etc.). De ahí la necesidad de la Política en grande, que llegue a lo institucional sólo después de haber dado la batalla en el metabolismo social. Sólo así, como resultado de un gran sumatorio de fuerzas, se podrán ganar también verdaderamente las instituciones. Pues no hay separación real entre lo político y lo social.

Porque la hegemonía no es una opción que nos parezca más o menos adecuada cuando se enfrenta a los enemigos de clase, despiadados y certeros: es una necesidad. Y en una sociedad de clases fuertemente dividida,ésta no radica solamente en la suma de mayorías y pactos, ni aún menos se trata de ver quién es más ingenioso para lograr sumas de adeptos, sinoque consiste en ser capaz de articular fuerzas, concitar diferentes sectores de clase en torno a un proyecto o un modo de entender y construir el mundo, y eso a la postre tienen muchas más posibilidades de hacerlo los sujetos que tienen una incidencia-proyecto holístico, que salen de, y enfrentan, los antagonismos fundamentales del sistema(y dentro de ellos, por supuesto, la clase capitalista, que de dominante ha sabido hacerse hegemónica en buena parte del mundo); no por ninguna cuestión ontológica, sino porque ahí radican las claves de las que dependen las condiciones de vida de las grandes mayorías. La hegemonía para la emancipación (o contra-hegemonía) es tan necesaria para la calidad de vida de las clases subalternas como el aire que respiran, paso imprescindible para lograr emprender cualquier proyecto emancipatorio (31).

Ningún movimiento, ninguna organización social o política ha podido ni podrá transformar la realidad sin tocar las bases estructurales e infraestructurales del sistema y al menos anular sus centros de mando. Los plazos para lograrlo pasan por los tiempos largos o muy largos de formación de la conciencia colectiva (elemento altamente inestable, por otra parte). Los plazos que la barbarie capitalista nos deja son, en cambio, extremadamente cortos.

Se trata cada vez más de una perentoria cuestión de supervivencia, por lo que es imprescindible levantar proyectos claros, con objetivos a corto, medio y largo plazo coherentes entre sí, es decir, mediados por la estrategia. Necesario acertar en las alianzas y apoyos, saber con quién tenemos alguna oportunidad de avanzar y con quién ocurrirá todo lo contrario; lo que lleva a plantearse irremediablemente con qué fuerzas y cómo vamos a levantar mundos distintos en medio del caos.

Esto implica necesariamente también la realización de análisis científico-políticos rigurosos y acertados (más allá de las ilusiones que esparce el capital). No olvidemos que en términos sociales la verdadera verificación de la Teoría pasa por su capacidad de anticipar procesos y de ser efectiva en la resolución de los problemas de las grandes mayorías. Hoy apenas nos queda margen de error.

Notas

(1) Tal infraestructura de Acumulación-Desposesión precisaba también de la erección de una nueva política monetaria internacional, anti-inflacionista y anti-deficitaria, para salvaguardar las acreencias de un capitalismo que se hacía crecientemente dependiente de Deudas (complementadas algo más tarde con el “dinero de magia” o inventado).

(2) “China, que había ocupado durante siglos o milenios una posición destacada en el desarrollo de la civilización humana, todavía en 1820 tenía un PIB que constituía el 32,4% del producto interior bruto mundial; en 1949, en el momento de su fundación, la República popular china es el país más pobre, o uno de los más pobres del mundo” (Domenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo, Barcelona, 2008; pg. 328). Entre esos dos momentos históricos tenemos las guerras imperialistas contra China, conocidas como “guerras del opio” (1839-1842 y 1856-1860, como consecuencia de que China se negara a dejar circular “libremente” el opio por su país, siendo esta una de las principales mercancías del primer narco-imperio mundial: Inglaterra). En ellas todas las potencias militares del momento sumaron parcialmente sus fuerzas para reducir al milenario gigante asiático. Después, la revuelta de los Taiping (1851-1864) contra el comercio del opio, se convierte en “la guerra civil más sangrienta de la historia mundial”, estimada en alrededor de veinte y treinta millones de muertos (Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo. El Viejo Topo. Barcelona, 2005).

Las potencias “occidentales”, más la Rusia zarista y Japón, se repartirían el control de un territorio indefenso y maniatado. La gran hambruna de China del norte (1877-1878) mata a más de 9 millones de personas. Esas hambrunas, como las de India y tantos otros países, fueron la consecuencia directa de la colonización europea (véase Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía. Universitat de València. València, 2006). El siglo XX despierta con el “levantamiento de los bóxer” (1899-1901) contra el control extranjero de la economía china. Su represión deja al país sumido en la impotencia. A principios del siglo XX el Estado está prácticamente destruido. Entre 1911 y 1928 se desarrollan 130 conflictos entre unos 1.300 señores de la guerra; el bandidaje se extiende por todo el país y la disolución de los vínculos sociales se hace galopante. Las potencias tenían planeado repartirse el control del territorio en pequeños y manejables pedazos. Al llegar el año 1949 probablemente sólo Bangladesh era más pobre que China.

Tras la revolución socialista, el país es asediado y bloqueado: alimentos, medicamentos, recambios de la maquinaria agrícola, etc., son impedidos. “El Gran Salto adelante es un intento desesperado y catastrófico de afrontar el embargo” (D. Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, pg. 333; embargo del que se jactarían miembros de la administración Kennedy, como Walt Rostow, diciendo que había retrasado el desarrollo de China en decenas de años), lo que en parte vale también para la “revolución cultural” al intentar quemar etapas de desarrollo a través de puro voluntarismo. Sin embargo, la singularidad de tener un Estado volcado en la soberanía nacional y cuyo principal interés no es apoyar la ganancia privada sino la calidad de vida de su propia población, lograría finalmente hacer remontar todos los indicadores económicos y sociales de China, cuyo único parangón se encuentra en las proezas realizadas por la Unión Soviética (ver más abajo, nota 8). Hoy, de la mano de una economía planificada, y a pesar de haberse visto forzado a la apertura económica para dar participación al capital extranjero, el Partido Comunista ha logrado conservar el poder de decisión final en cada renglón de la economía, con el objetivo de asegurar un mínimo de equilibrio social, pilar fundamental desde la revolución, para enfrentar el enorme desafío de elevar los niveles de vida, de garantizar un mínimo de calidad de la misma, a más de 1.300 millones de personas.

De más está decir que estas políticas reflejan culturas, experiencias políticas y maneras de ser y de organizarse muy antiguas. Así lo refleja el académico británico Peter Nolan, en un artículo sobre China en donde comienza diciendo que “las desastrosas consecuencias que vivió Rusia con la desaparición del PCUS y del bienestar social fue un factor que fortaleció la determinación de Pekín de resistir la presión externa e interna que le exigían cambiar hacia una democracia liberal de origen occidental” (“El PCCH y el ‘ancien régime’”, en https://lahistoriadeldiablog.wordpress.com/2019/06/02/peter-nolan-el-pcch-y-el-ancien-regime-descargar/ pg.1).

(3) Las decisiones que tome India sobre ese proyecto pueden frenarle o bien darle un impulso importante. De momento ese país está siendo utilizado por EE.UU. para buscar roces con China y entorpecer su zona de estabilidad. Sin embargo, el parcial fracaso del sector financiero indio y de su “desmonetarización”, las repetidas quiebras en cadena de negocios, la crisis del sector de la construcción, el enorme peso del cambio climático sobre su agricultura, la perspectiva de un éxodo rural de unos 600 millones de personas (GEAB, GlobalEuropeAnticipationBulletin, nº124), las crecientes e insoportables desigualdades y un sistema de castas todavía vigente, el domino de unas reducidas oligarquías sobre la economía de ese país que nuestros media se empeñan en llamar “la democracia más grande del mundo” (donde muere un niño cada 30 segundos por desnutrición, 200 millones de personas pasan hambre y se dan las mayores tasas de suicidio por deudas e inseguridad económica vital), no auguran un buen futuro a la India (que pronto superará a China en población) fuera de la zona de estabilidad, ni le permiten, en ningún caso, convertirse en una nueva economía “emergente”.

(4) África, junto con Asia, puede empezar a romper los lazos con el neocolonialismo norteamericano-europeo gracias a este macro-proyecto. La Unión Africana está dando sus primeros pasos orientados a este fin. La desvinculación del franco de algunos de sus países centrales, y el comienzo del establecimiento de su propia moneda común, marcan un principio necesario en ese camino ya iniciado.

(5) Así, la Organización para la Cooperación de Shanghái, en la que participan ya China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India y Pakistán (y cuya presidencia le toca por turno ahora a Rusia).

(6) Así lo indica el Global Times: “The trade volume between China and Russia in 2018 reached $100 billion, the highest in history. The political, diplomatic, economic and military cooperation between China and Russia are consistent with the long-term interests of their people and the world. Additionally, the two countries are stepping up people-to-people exchanges, thus further narrowing the cultural gap. China-Russia relations and their cooperation mechanism are significant to both countries and regional stability and development. This new type of major country relations has been demonstrated under the framework of the BRI”, en http://www.globaltimes.cn/content/1153153.shtml. Xi y Putin han descrito su política común como de asociación y cooperación entre iguales, basada en el respeto mutuo y la prosperidad pacífica.

(7) A finales de diciembre de 2017 y al nivel de ministros de Relaciones Exteriores, se llevó a cabo el “diálogo Pakistán, Afganistán y China”, que además de buscar la paz para Afganistán bajo el lema “proceso de paz dirigido por Afganistán y propiedad de Afganistán”, abre vías para la incorporación de Afganistán y Pakistán en el proyecto de la “Ruta de la Seda”. Si esta iniciativa ruso-china se desarrolla según lo previsto, incorporando a Irán, Siria y otras formaciones sociales de Asia Central y Occidental, esta será, como hubiese dicho Brzeziński, la derrota final para la ambición de supremacía global de Washington, al quedar muy reducida su influencia en Asia.

(8) “La noción de una economía sin mercado – basada en la propiedad común de los medios de producción- era un aspecto central de la ideología del Partido Comunista en la Unión Soviética. Se puso en práctica durante el periodo del comunismo de guerra, entre 1918 y 1921, y gracias a ello se logró levantar un formidable baluarte industrial que veinte años más tarde detendría el avance nazi en Eurasia” (Peter Nolan, op.cit., pg.3). La guerra de exterminio que emprendió la Alemania nazi con el apoyo más o menos velado del conjunto de potencias “occidentales” contra la URSS, dejó más del 80% de sus infraestructuras arrasadas, la mitad de su industria aniquilada y alrededor de 28 millones de personas muertas (de las cuales sólo unas 8 o 9 millones eran militares).

A pesar de ello y del permanente asedio económico-político-militar y del aislamiento tecnológico por parte del mundo capitalista, la URSS se alzó de las cenizas incrementando rápidamente los niveles de vida de la población, combinándolos con muy altas cuotas de justicia social. La colectivización (que si bien fue emprendida con muchas dificultades, sufrimientos y errores, terminó posibilitando un desarrollo equilibrado de las vastísimas zonas rurales de la URSS, con calidad de vida y alto apoyo de sus poblaciones), la industrialización del país, la construcción de un excelente sistema educativo y de formación, una nueva escuela y universidad populares, un sistema científico de nuevo cuño que nada tenía que ver con el capitalista, enormes logros en investigación cósmica y atómica, el desarrollo de unas fuerzas armadas capaces de defender esas conquistas de los todopoderosos enemigos externos… todo eso fue conseguido prácticamente de la nada y en el contexto de guerra (caliente o fría), acoso y exterminio en el que tuvo siempre que desenvolverse la URSS.

Aun así, todavía hoy una buena parte de las “izquierdas occidentales” prefieren renegar de esa experiencia, de ese monumental esfuerzo de ruptura con el capitalismo, por construir una sociedad y un mundo nuevos, porque no se ajustó a los parámetros “democráticos” asumidos. Los juegos de salón de democracia que practican esas “izquierdas” tienden a contemplar los procesos sociales como dados en un ambiente de laboratorio, en condiciones asépticas. Si los resultados no son los óptimos, esos procesos quedan descartados. Pero ni los procesos sociales ni la democracia son ajenos a las circunstancias históricas de las que parten y en las que se desenvuelven, ni a las correlaciones de fuerza que los posibilitan u obstruyen, y deben considerarse también en función de la satisfacción de necesidades populares, desarrollo social y avances humanos alcanzados dentro de esas circunstancias.

A diferencia de lo que impusieron las formaciones capitalistas centrales tras la Segunda Gran Guerra Interimperialista, no hay un conjunto de recetas invariables sobre democracia para cualquier situación, y cualquier vía democrática comienza por la satisfacción de las necesidades básicas de las poblaciones, en su conjunto, por la elevación de su calidad moral y desarrollo social. Ver sobre todo esto para la realidad de la URSS, Antonio Fernández y Serguei Kará-Murzá, La revolución de los “otros”. El imperialismo, octubre, los bolcheviques y la ética soviética. El Viejo Topo. Barcelona, 2018.También de Antonio Fernández, Octubre contra El Capital. El Viejo Topo, 2016.

(9) Es de gran interés consultar la obra de Batchikov, Glasev y Kará-Murzá, El libro Blanco de Rusia. Las reformas neoliberales (1991-2004). El Viejo Topo, 2007, para calibrar las vertiginosas y catastróficas consecuencias económicas y sociales de esa caída para Rusia, sin precedentes para un país en tiempos de paz. Ese fue el resultado de la derrota y de la consiguiente imposición del capitalismo en ese territorio (ver también al respecto Noemi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. 2011, Barcelona). Para una visión en cierta forma coincidente, pero desde diferente perspectiva, Alexandr Zinoviev, La caída del imperio del mal. Edicions Bellaterra, 2000, Barcelona. La caída de la URSS significó, de paso, el golpe de gracia al “capitalismo social” en las formaciones centrales, así como el colapso del “capitalismo nacional” de las periféricas (la involución de todo el proceso de Bandung). Hay que recordar, en este último punto, que la URSS llegó en algún momento a gastar la mitad de su presupuesto en apoyo internacionalista, que permitió una relativa fortaleza y principios de soberanía en bastantes formaciones periféricas.

(10) Ver por ejemplo el análisis de Samir Amin al respecto, Rusia en la larga duración. El Viejo Topo, Barcelona, 2016.

(11) Rusia cuenta con 18 instalaciones militares fuera de su actual territorio, de las cuales 15 están en las antiguas repúblicas soviéticas, porque no se cerraron las que eran de la URSS, no porque se instalaran nuevas. China hoy por hoy tiene una sola base militar extrafronteriza, en Yibuti (aunque tiene un destacamento militar conjunto en Gwadar, Pakistán, y parece que una estación espacial militar en Argentina).

(12) Nunca las potencias centrales perdonaron a este país su soberanía, su proyecto social y de desarrollo autónomo. Tras la agresión, Yugoslavia tiene hoy todavía el sector industrial destruido, las cadenas económicas rotas, los puestos de trabajo perdidos, con una migración laboral masiva de jóvenes, la existencia a expensas de las inversiones extranjeras, la importación desaforada, años de crecimiento negativo del PIB y sueños poco realistas de volver al nivel de desarrollo económico de los años 80. A 20 años de los bombardeos, no hay datos oficiales exactos sobre los daños causados (pueden sobrepasar los 100.000 millones de $), pero las consecuencias indirectas de los bombardeos son mucho peores. La salud de los ciudadanos se ha visto socavada, se han producido daños irreparables al medioambiente y se ha dado una gran pérdida de su fuerza productiva (ver https://mundo.sputniknews.com/europa/201906081087552607-bombardeos-de-yugoslavia-la-destruccion-del-pais-a-escala-industrial/). En cuanto a los países citados antes, se podrían también escribir enciclopedias sobre la planificación de la destrucción de un país como Libia, por ejemplo, que tenía los mayores niveles de desarrollo humano de toda África, según la ONU, comparables a algunos países europeos, como Irlanda o Portugal. Su devastación y la vuelta de la esclavitud abierta en ese país, su control por sucursales del terrorismo global (dicho “islamista”), así como la expansión del mismo a otras zonas de África, está desatando una explosión migratoria en ese continente, que ya no cuenta con la sociedad estabilizadora del mismo (Libia fue un gran defensor de la Unidad Africana y de una moneda única africana) y tampón absorbente (y regulador) de sus flujos migratorios.

(13) Algunos han tildado a estos procesos de “desmodernización”, la cual apuntan que se ha cebado especialmente con las sociedades árabes más avanzadas y laicas, haciéndolas involucionar hacia formas de cerramiento social, quasi teocracia y confesionalismo excluyente. Así ha sucedido con Irak y se ha intentado con Siria, por ejemplo (de Somalia, Argelia y Egipto habría que hablar aparte, como con otras coordenadas, de Sudán, Burkina Faso o Nigeria, también por ejemplo). Así también se abortó el proceso de modernización de Afganistán y el de la propia Palestina.

(14) El 21 de noviembre de 1990, tras la caída de la URSS, los jefes de Estado europeos, incluida los de la URSS en disolución, más EE.UU. y Canadá, firmaron en el Palacio del Elíseo la Carta de París para la Nueva Europa, que debía ser algo así como la carta de defunción de la “Guerra Fría”. Entre otros puntos se acordaba que comenzaba un nuevo concepto de seguridad europea y que la seguridad de cada uno de los Estados estaba ‘inseparablemente vinculada’ con la de los demás. Además se hicieron promesas a la URSS de que a cambio de su disolución la OTAN no se expandiría en la Europa del Este y Ucrania sería una especie de “tierra de nadie” o colchón amortiguador entre Rusia y el resto de Europa. Pronto la Administración Clinton no sólo violó la promesa dada de que la OTAN “no se movería ni un milímetro hacia el este”, sino que dispuso toda una cortina de misiles en las mismas puertas de Rusia. Más tarde, en 2002, George W. Bush abandonó el Tratado ABM y creó bases de misiles en Alaska, California, Europa del Este, Japón y Corea del Sur. Finalmente, en 2014 la OTAN perpetró el golpe de Estado en Ucrania, para acentuar el asedio a Rusia y expulsarla de sus bases en el Mar Negro. EE.UU. y la OTAN nos trajeron así de nuevo en Europa a grupos nazis en el poder.

(15) Recientemente han salido a la luz 36 operaciones militares norteamericanas allí, aunque poco dicen de sus objetivos finales. Ver https://umoya.org/2019/06/09/salen-a-la-luz-las-36-operaciones-con-nombre-clave-del-ejercito-estadounidense-en-africa/

(16) Como dice Martín Pulgar en Misión Verdad: “El contexto actual de los países de la región como la crisis política y económica en Venezuela, la migratoria en Centroamérica y México, la situación social de Haití, la profundización del tráfico de drogas en Colombia, entre otras situaciones, son demostraciones a los ojos de la elite gobernante estadounidense, de la imposibilidad de tener gobiernos estables y autosostenibles, generándose la necesidad de conformar una zona con soberanía limitada y controlada por los Estados Unidos” (http://misionverdad.com/OPINI%C3%B3N/almagro-guaido-pompeo-la-corrupcion-el-tutelaje-y-la-incapacidad-de-gobernar). Otros autores hablan del proyecto de Destrucción del Gran Caribe, como un nuevo agujero de barbarie por parte de EE.UU. (ver, por ejemplo, Thierry Meyssan, www.voltairenet.org/article204642.html).

(17) Ya la Inglaterra imperial no abrazó el “libre mercado” hasta que no logró destruir los telares y la proto-industria de sus principales competidores, Egipto y sobre todo India.

(18) Sin embargo, parece que la fortaleza y diplomacia de China no dejan ese camino fácil a EE.UU., como se ha mostrado en la última reunión del G20 en Osaka, donde es la potencia imperial la que ha vuelto a quedar aislada a los ojos del mundo. Primero parece que tiene que dar marcha atrás en ciertas facetas frontales de su guerra económica contra el gigante asiático. Después, en materia de cambio climático, los países reunidos han reafirmado la «irreversibilidad» de los Acuerdos de París y se han comprometido a la «plena implementación» de sus medidas nacionales contra el cambio climático, con la excepción de Estados Unidos. En la declaración final se añade un punto en el que EE.UU. «reitera su decisión de retirarse de los Acuerdos de París porque suponen una desventaja para los trabajadores y contribuyentes estadounidenses», y en la que, pese a ello, se reconoce a ese país como «líder» en protección medioambiental. Toda una nueva evidencia de debilidad.

(19) Bien es verdad que por ahora López Obrador, junto con los movimientos sociales mexicanos, está aprovechando la situación para intentar regular los flujos, establecer cierto orden migratorio y sustraer a la fuerza de trabajo migrante de las grandes mafias que operan en la región.

(20) La separación de poderes, y muy especialmente del poder judicial, fue fijada por la burguesía tras la Revolución Francesa, para prevenir nuevos intentos populares de ir más allá del orden dado de las cosas. Así por ejemplo, se establecieron permanentes intervenciones judiciales contra cualquier proyecto que desafiara la jerarquía social o tuviese pretensión de transformación de las relaciones constitutivas del capitalismo, nada más estrenado el siglo XIX. Gracias todo ello a un aparato judicial en parte heredado de la administración absolutista y en parte reclutado entre las élites, que en adelante ejercería de obstructor de las iniciativas sociales durante los auges de insurgencia populares.

(21) Ver sobre esto al analista ruso Andrei Martyanov, “Las nuevas armas rusas anticipan el término de la hegemonía militar estadounidense”, en https://kritica.info/las-implicaciones-estrategicas-de-los-nuevas-de-armas-rusas/

(22) Ver en esta misma página del Observatorio Internacional de la Crisis, el artículo de Wim Dierckxsens y Walter Formento, “Geopolítica, Inteligencia Artificial y Poscapitalismo”.

(23) La estrecha alianza y colaboración chino-rusa es probablemente el hecho y factor geoestratégico de mayor relevancia en la actualidad, que marca la clave de un cambio de época, y quién sabe si civilizatorio.

(24) En general, desde que el eurocomunismo, del que viene IU como tantas formaciones de la izquierda europea, sentara las bases de una integración de las otrora fuerzas revolucionarias al sistema, convirtiéndolas en izquierda del sistema, esta izquierda fue tratada a partir de entonces como gente de orden, respetuosa y a respetar. Se instaló cómodamente en la minoría parlamentaria, sirviendo a menudo de muleta de apoyo a la versión “progre” del capital (el POSE) y a cambio recibió financiación bancaria y del Estado, cargos y representaciones que asentaron élites que se perpetuaban a sí mismas en las estructuras institucionales (algunas sin haber tenido un empleo jamás), tanto de los partidos o coaliciones como del Estado y de las propias entidades bancarias. De manera que ninguna de esas formaciones políticas creaba ningún problema serio al sistema mientas se dedicaban a pugnar por los votos necesarios para mantenerse en minoría institucional, con oscilaciones de subida y bajada en función de las posibilidades oportunistas del momento.

(25) Juan dal Maso y Fernando Rosso, “La hegemonía débil del ‘populismo’”, en Ideas de Izquierda, nº19, mayo de 2015. http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/la-hegemonia-debil-del-populismo/

(26) Miguel Sanz, “La influencia de Laclau y Mouffe en Podemos: hegemonía sin revolución”, en Revista La Hiedra, junio-septiembre de 2015. http://lahiedra.info/la-influencia-de-laclau/

(27) Podemos es, salvando las distancias de coyuntura, un mal remedo de lo que fueron el PSOE y el PCE combinados en la primera transición. El PSOE se encargó de canalizar el descontento, la movilización social hacia lo electoral, mientras que el PCE de Carrillo desactivó todas las bases de contestación social y envió a la sociedad organizada a su casa: a votar. El PSOE después absorbería la savia popular, llevándose para la Administración a los mejores cuadros, los líderes más valiosos. Con el poder institucional llegaron los fondos del Estado, los cargos, las direcciones…

Podemos ha estado dispuesto a emprender una nueva “transición” en la que aplacar la indignación social a cambio de conquistas electorales. La partida, una vez más, estaba amañada porque se jugaba en el tapete impuesto por los Poderes fuertes del capital: Constitución del 78, Monarquía, Ejército, Patronal, UE, OTAN (esta formación ni siquiera nos dijo “OTAN de entrada no”), deuda…

Por eso los programas que ha venido presentando Podemos no podían ser más que una muestra comercial a lo IKEA, donde se ponen personas por delante de ideas y donde nada que sea inconveniente para los poderes oligárquicos puede entrar en la lista de la “compra”: ni ruptura con la dirección extranjera de la política española (la UE y el euro, por ejemplo), ni siquiera denuncia del Plan de Estabilidad europeo que nos obliga a la austeridad presupuestaria y al pago de una deuda tan odiosa como impagable. Ni rechazo concluyente de la forma (monárquica) de Estado, ni plan contra la destrucción de los mercados laborales, ni política fuerte feminista, ni nacionalización de la gran Banca, de los recursos energéticos y las industrias de carácter estratégico, ni disposiciones irrevocables contra los desahucios y por el derecho irrenunciable a la vivienda, ni dignificación de la enseñanza o la sanidad, ni por supuesto, reforma agraria… y ahora incluso con la disposición de abandonar la reivindicación del derecho de autodeterminación, si a cambio de ello se puede participar en el gobierno. Formar gobierno con la propia “casta” que tanto se criticó, como si desde la debilidad electoral se fuera a ser capaz de modificar alguna correlación de fuerzas significativa, a tener alguna fuerza real frente a las organizaciones e instituciones del Capital.

(28) Podemos lo ha podido experimentar hoy mismo, al ver cómo las élites del capital (incluidas las “progres”) no están dispuestas a hacer ningún programa fuerte de reformas, sino sólo reformas superficiales, y concentrar los “avances” sociales en los ámbitos que no afectan en nada la reproducción del capital a través de la combinación de la explotación con cada vez más formas de saqueo social. En esta fase degenerativa, había desde el principio muchas posibilidades de que la crisis del Régimen del 78 se cerrara de forma autoritaria y reaccionaria. Muy posiblemente se modifique la ley electoral para hacer que quien tenga la mayoría simple forme gobierno sin más; es decir, está en proceso un nuevo cierre a la forma bipartidista de representación institucional (que EE.UU. ha difundido por el mundo entero). En eso estamos.

(29) “Democratismo” entraña 3 principios: 1. estamos en un medio democrático; 2. todo ha de hacerse respetando las claves democráticas que permite el sistema; 3. los poderes se dejarán transformar o incluso suprimir a través de procedimientos democráticos.

(30) EE.UU. invade países que no tienen suficientes defensas militares, bien por carecer de armas nucleares, bien por no contar con aliados que las tengan. El mensaje que el hegemón manda es bien claro: si no tienes suficientes armas defensivas serás exterminado. A menudo, como resultado de este conjunto de intervenciones, una vez que se han eliminado los sujetos políticos “discordantes”, se ha introducido el terror y se han impuesto los límites del terreno de juego, se permite luego votar a las poblaciones convenientemente subalternizadas entre las opciones prescritas.

(31) Estos puntos están desarrollados en Andrés Piqueras, Capitalismo mutante. Crisis y lucha social en un sistema en degeneración. Icaria. Barcelona, 2015.

Fuente original: https://frenteantiimperialista.org/capitalismo-en-derrumbe-geoestrategia-del-caos/

Crece el peligro de guerra

Andrés Piqueras

26/04/2021

Artículo publicado originalmente en www.rebelión.org el 08/04/2021

Para todas aquellas personas que se alegraron de la victoria electoral de Biden, me temo que hay malas noticias. Quienes ya advertimos que con los demócratas el peligro de guerra se dispararía parece que no hemos fallado. Los peores augurios que del discurso del nuevo presidente se pudieron extraer tras su toma de posesión se han ido materializando.

  1. Ha advertido (amenazado) a Alemania de no seguir adelante con su proyecto de abastecimiento energético (Nord Stream 2), y da marcha atrás en la retirada de tropas del territorio germano, lo que de paso deja claro que sigue siendo un país colonizado (la administración USA, riéndose una vez más del “libre comercio”, acaba de amenazar directamente con represalias a las compañías que participan en la construcción del gaseoducto, detectándose incluso hostigamiento militar al mismo).
  2. Ha llamado “asesino”a Putin, lo que en términos diplomáticos equivale a solamente medio escalón previo a una declaración abierta de guerra. Presiona cada vez más las fronteras rusas a través de la OTAN, poniendo en alarma tanto al Báltico (e incluso las latitudes polares) como a la Europa oriental, también desestabilizando el Cáucaso.
  3. Se permite invitar a China a su casa (Alaska) para acto seguido ponerse a insultar a los diplomáticos chinos sobre supuestas violaciones de derechos, sobre todo en territorio uigur (claro, los emisarios norteamericanos se cuidaron mucho de comentar cómo EE.UU. lleva infiltrando desde hace años redes terroristas y paramilitares en ese territorio para desunir China).
  4. Ha amenazado con sanciones a India si no revierte la compra y despliegue de misiles rusos S-400.
  5. Quiere renovar la unión contra Irán para doblegar a ese país y cortar el núcleo vital de la Ruta de la Seda china.
  6. Asedia a la propia China en el mar que la envuelve.
  7. Amenaza a Corea mediante nuevas maniobras militares navales.
  8. Frena la retirada de tropas de Asia occidental, y en el caso concreto de Siria (donde ocupa ilegalmente sus pozos petrolíferos), pretende reactivar la guerra con nuevas infiltraciones de paramilitares y yihadistas en el país.
  9. Está gestando una intervención contra Venezuela a través de tropas irregulares, paramilitares, narco-bandas y grupos delincuentes armados, con la colaboración del ejército colombiano, en la frontera entre ambos países.
  10. Pero lo más descabelladamente peligroso de todo es que está activando una nueva escalada bélica en Ucrania, de ominosas consecuencias. El ejército ucraniano ha comenzado a desplegar masivamente sus sistemas de cohetes de lanzamiento múltiple en Donbass, para atacar las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, a las que vuelve a hostigar desde hace semanas. Y, más grave aún, ya ha declarado su intención de ir a por Crimea. Todo eso tras recientes conversaciones de alto nivel entre funcionarios estadounidenses y ucranianos. EE.UU. está abasteciendo de armas a Ucrania, al tiempo que despliega algunas de sus más mortíferos aparatos de combate en la zona.

Esto marca un peligro inminente de guerra total, especialmente sobrecogedor para las sociedades europeas, dado que Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN. De desencadenarse un enfrentamiento podría destruir Europa en breve tiempo. Mientras, EE.UU. quedaría una vez más lejos del escenario bélico.

Antes de seguir, dejemos claras unas cuantas cosas:

En un capitalismo globalizado pero carente de una entidad política territorial global (algo así como un Estado mundial), buena parte de las estrategias de mando vienen ejercidas directa o indirectamente por la potencia dominante, un hegemón que se encarga en mayor medida que ningún otro de crear o recrear, organizar y dirigir el conjunto de instituciones mundiales necesarias para la regulación global del sistema. Este sistema, el capitalista, sólo muy casualmente puede procurar “bienestar” y mejoras a las poblaciones del mundo, puesto que su principal fin es la reproducción ampliada de capital a través de altas tasas de beneficio empresarial. EE.UU. como potencia hegemónica, es el principal valedor de esa acumulación de capital y del beneficio privado de la clase capitalista, al coste que sea. Por eso, entre otras muchas cosas, a EE.UU. lo único que le preocuparía de los DD.HH. es que en realidad se cumplieran. De ahí que haya promovido y mantenido dictaduras en todo el planeta, desde las del Cono Sur americano, hasta las monarquías salvajes del Golfo, pasando por la Sudáfrica del “apartheid”. Por eso su principal aliado y destinatario de apoyo financiero-político-estratégico es Israel, el Estado que comete más violaciones de resoluciones de la ONU, que practica un sistemático ‘apartheid’ y limpieza étnica, que se basa en una constitución racista, que practica sistemáticamente el terrorismo y que es un continuo peligro para toda Asia occidental. Por eso tiene como aliado a Turquía, miembro de la OTAN, otro plusmarquista en limpiezas étnicas y en terrorismo contra su propia población y las adyacentes. Por eso su principal receptor de “ayuda” en América es Colombia, campeón del terrorismo de Estado, con matanzas sistemáticas de su población, y causa de un creciente riesgo de desestabilización de toda la región (ver este excelente informe al respecto: https://isrobinson.org/investigaciones/la-construccion-de-una-zona-de-guerra-difusa-en-la-frontera-colombo-venezolana/).

En cuanto al capítulo de invasiones y destrozo de países, estas han sido las intervenciones militares directas de EE.UU. (solo o con la OTAN) tras la caída de la URSS:

Irak (1991): con sanción de la ONU

Somalia (1993): EE.UU. y algunos “aliados”, con sanción de la ONU

Yugoslavia (1995): OTAN, sin sanción de la ONU

Afganistán y Sudán (1998): ataque unilateral de EE.UU.

Yugoslavia (1999): OTAN, sin sanción de la ONU

Afganistán (2001): OTAN, sin sanción de la ONU [dura hasta hoy]

Irak (2003): EE.UU. y algunos “aliados”, sin autorización de la ONU

Pakistán, Yemen, Somalia (2002): ataques con aviones no tripulados, sin autorización de la ONU [dura hasta hoy]

Libia (2011): intervención de la OTAN, con sanción de la ONU

Siria (2014): EE.UU. – OTAN [dura hasta hoy]

Intervenciones que Arthur K. Cebrowski, almirante y director de la Office of Force Transformation in the U.S. Department of Defense, concibió hechas sobre “países desechables” a los que había que destruir sus estructuras estatales.

Fundamentalmente están en el punto de mira del hegemón aquellas formaciones sociales que se encuentran dentro del espacio territorial o la zona de seguridad de lo que fue la URSS y de sus alianzas. También los países susceptibles de consolidar la Ruta de la Seda china.

En cuanto al propio continente americano, recientemente, EE.UU. ha promovido golpes de Estado judiciales, con intervención de fuerzas policíaco-militares, en Paraguay, Brasil, Bolivia y Honduras. Ha destruido casi toda Centroamérica (a la que invadió o dio golpes de Estado en repetidas ocasiones en el siglo XX), con guerra contrainsurgencia, bandas paramilitares, promoción de Estados de terror y bandas de delincuencia armada por doquier, consiguiendo un empobrecimiento brutal de las poblaciones que ahora se le vuelve en forma de “caravanas migrantes”, masas desesperadas huyendo de la miseria y la muerte.

Dentro de esa estrategia de muerte se incluyen las llamadas guerras de cuarta generación o “híbridas”, que combinan el uso de la presión político-económica, los “levantamientos populares” y el terrorismo en sus diferentes expresiones (operaciones subversivas, actuaciones clandestinas y de falsa bandera, guerra por delegación…), incluida la utilización de cuerpos armados irregulares y redes terroristas potenciadas o creadas ad hoc. Se usa también la propaganda mediática, la cibernética y la inteligencia artificial. En buena parte con la inestimable ayuda de Gran Bretaña y su BBC.

Todo esto en un contexto histórico de decadencia capitalista, de crisis estructural sistémica sin perspectivas de recuperación sostenida.

Tenemos, entonces, un capitalismo degenerativo más una potencia hegemónica en declive: una situación perfectamente explosiva. Máxime si consideramos que esa potencia se niega a ser superada y se ha convertido en un monstruo que se revuelve contra todo, incluida su propia población, cada vez más parte de la cual queda ajena los mínimos derechos de ciudadanía [un peligro para el mundo como ya se indicó en EEUU contra el mundo (y contra sí mismo) – Dominio público (publico.es)].

Pero hay también un actor secundario, a la par triste y vil: la UE. Este “supra-Estado” paradigma de la institucionalidad del capitalismo financiarizado, ha decidido seguir sumisamente todos los planes del decadente hegemón, aun a costa de sus intereses vitales. Uno y otros están haciendo de las sanciones político-económicas su principal razón contra países emergentes a los que ya no pueden dominar con el “libre mercado”. Un arma de guerra sucia.

Alegan los líderes y lideresas de la UE que esas sanciones son para hacer respetar los Derechos Humanos. Sería para reír si detrás de eso no hubiera tanta muerte y dolor.

Si quieren sancionar a alguien por no cumplir con los Derechos Humanos, ahí tienen a EE.UU. por las acciones descritas. Si quieren un caso como el de Navalni, pero esta vez cierto, ahí tienen a Assange, perseguido, encarcelado y torturado por denunciar con pruebas los crímenes de EE.UU. (ante el apabullante silencio y complicidad de la mayor parte de la “prensa libre occidental”). Si quieren hablar sobre torturas, ahí tienen Guantánamo (además de las decenas de centros de tormento “clandestinos” que USA mantiene en todo el mundo, a veces a bordo de barcos de guerra). Pero parece que a la servil dirigencia europea no le salen los colores cuando se inventa excusas.

Desesperadas ante el caos sistémico que generan, con debacle económica incluida, y ante su inocultable ineptitud para salvaguardar ni siquiera la salud de sus poblaciones frente a la actual pandemia, las elites del capital global han anunciado en el último Foro Económico Mundial, el Gran Reinicio del capitalismo. Una vuelta de tuerca a la pérdida de democracia, al control poblacional, a la precarización de los mercados laborales, al empobrecimiento generalizado, al deterioro ambiental. Las mismas elites lo anuncian como la convergencia de los sistemas económicos, monetarios, tecnológicos, médicos, genómicos, ambientales, militares y de gobierno. En términos económicos y de política monetaria, el Gran Reinicio implica una consolidación de la riqueza, por un lado, y la probable emisión de una renta básica universal, por otro, para “mantener” a poblaciones sin empleo. Podría incluir el paso a una moneda digital, con una centralización de las cuentas bancarias y de los Bancos, una fiscalidad inmediata en tiempo real, tipos de interés negativos (cobrando cada vez más por tener dinero en el Banco) y una vigilancia y un control centralizados del gasto y la deuda. El Gran Reinicio significa también la emisión de pasaportes médicos, pronto digitalizados, incluyendo la historia médica, la composición genética y los estados de enfermedad. La covid-19 está suponiendo un entrenamiento ideal para que las poblaciones acepten cosas así. El Gran Reinicio acentúa además la guerra como instrumento económico, geoestratégico y de relaciones internacionales, especialmente contra Rusia y China.

Como es obvio, lo que está provocando de momento, por reacción, es un mayor acercamiento entre esos dos países, que intentan tejer también una diplomacia constructiva como contrapeso al caos. China acaba de estrechar lazos estratégicos con Irán; ha propuesto una coordinación con los países árabes, tentando también a Turquía para que se vuelva hacia Asia, y mostrando a India el interés de la Ruta de la Seda, basada en el comercio, la economía productivo-energética y, en definitiva, el beneficio mutuo. Rusia es una potencia energética, fulcro ya insoslayable de Eurasia.

Lamentablemente, todo indica que la UE ha decidido suicidarse al lado del hegemón en decadencia. Irse por el mismo sumidero de la historia que él. Eso quiere decir que la diplomacia “occidental” queda confinada cada vez más a acciones de guerra. Es decir, se niega a sí misma como “diplomacia”. Una loca “estrategia” que acerca precipitadamente al enfrentamiento militar y que pone en riesgo al planeta entero. Una nueva “Guerra Fría” con cada vez más posibilidades de convertirse en caliente y que se ceba en las propias poblaciones europeas como víctimas de otra guerra que acompaña indisociablemente a la anterior: la guerra de clases.

Fuente: https://rebelion.org/crece-el-peligro-de-guerra-2/

Estados Unidos y China: una puja entre potencias disímiles

Claudio Katz

19/04/2021

La restauración inconclusa, el régimen político, la historia de acosos y el abismo cultural con su oponente limitan la conversión de China en una potencia imperial. América Latina necesita combinar la resistencia a la dominación estadounidense con la renegociación comercial con China.

El conflicto entre Estados Unidos y China es la principal confrontación geopolítica actual. Hay evaluaciones muy dispares sobre el eventual vencedor de la disputa e interpretaciones muy diversas sobre las razones de esa colisión. Las caracterizaciones más corrientes destacan el choque de civilizaciones, la transición hacia un nuevo poder hegemónico y el despunte de un mundo multipolar.

Pero el primer interrogante a resolver es la ubicación de ambos contendientes. ¿Confrontan desde lugares semejantes o contrapuestos? ¿Expresan fuerzas sociales equiparables o disímiles?

La lógica de una agresión

La hostilidad de Estados Unidos hacia su rival acumula muchos antecedentes. Clinton priorizaba el despliegue de misiles fronterizos contra Rusia, pero ordenó el bombardeo de la embajada china en Belgrado. Bush estaba embarcado en las guerras de Medio Oriente, pero no desatendió el rearme de Taiwán. El conflicto con China escaló a partir de la crisis de 2008, cuando el poder económico de la nueva potencia se tornó tan visible como la incapacidad de Washington para contrarrestarlo.

Obama inició el viraje hacia una confrontación más directa, que incluyó el desplazamiento de tropas hacia la región asiática. Saboteó el acercamiento japonés hacia Beijing y sepultó el intento nipón de cerrar la base militar del Pentágono en Okinawa (Watkins, 2019).

Trump redobló la embestida. Designó a China como el gran enemigo estratégico, introdujo una virulenta agenda mercantilista y acentuó la disputa por la primacía tecnológica. Sancionó a firmas orientales como Huawei, para impedir su preponderancia en el nuevo sistema digital 5G y concibió un plan para expulsar a su rival de todas las plataformas. Su proyecto Clean Network incluía el corte de cables submarinos y la anulación del almacenamiento de datos (Crooke, 2020).

El magnate acusó a China de exportar el COVID y reavivó los viejos prejuicios racistas contra los asiáticos («se alimentan con especies exóticas y transmiten enfermedades»). Intentó culpar a los orientales de todos los males contemporáneos y complementó esa furibunda retórica con un gran despliegue bélico (Margueliche, 2020). Exhibió el poder de fuego estadounidense para hacer valer duras exigencias económicas contra su competidor.

El cerco que comenzó a erigir el Pentágono sobre China se inspira en una doctrina de golpes letales contra la infraestructura de ese país (Air Sea Battle), en la hipótesis –por ahora muy lejana– de un conflicto abierto.

La prioridad inmediata es el acoso naval en el mar de China. Como no existen reglas consensuadas para la administración de esa zona vital del comercio mundial, la disputa se dirime con desplazamientos de cañoneras. La Casa Blanca simplemente desconoce que actúa en un mar interior bajo autoridad de China. Sus principales estrategas consideran que en ese radio marítimo se procesarán las tensiones clave entre las dos potencias (Mearsheimer, 2020). Las acciones bélicas difusas con fuerzas no estatales –que el Pentágono ha propiciado en distintas partes del mundo durante las últimas décadas– no serían suficientes para contener al gigante asiático (Fornillo, 2017).

La acelerada gestación de una «OTAN del Pacífico» junto a Japón, Corea de Sur, Australia, e India corrobora los propósitos agresivos de Washington. El primer socio alberga 25 bases militares estadounidenses; el segundo, 15 y el tercero opera como un gran portaviones de la primera potencia (Bello, 2020). También India ha introducido novedosos ejercicios conjuntos con los marines (Ríos 2021).

Todo el establishment de Washington apuntala esa presión geopolítica y militar. La política previa de asociación económica con China quedó erosionada por la crisis de 2008 y fulminada por la pandemia. El hostigamiento en curso es tan fomentado por las vertientes globalistas y americanistas como por las empresas multinacionales y los altos funcionarios. Los medios de comunicación liberales y los principales asesores de la Casa Blanca comparten esa postura beligerante (Merino, 2020).

Todos los mensajes de Biden desde su asunción han reafirmado esa política de confrontación. El nuevo mandatario atenúa la intensidad de la guerra comercial, pero apuntala la disputa tecnológica y recompone las alianzas con Europa para potenciar el acoso de China. Seleccionó un equipo de asesores especializado en ese endurecimiento.

Biden esgrime el demagógico estandarte de los derechos humanos para acrecentar el descontento de Hong Kong y desestabilizar al régimen chino. Las ONGs y fundaciones que financia el Departamento de Estado despliegan una intensa labor en ese enclave. También avala la militarización de Taiwán que incentiva el actual presidente derechista de esa isla.

Washington redobla la agresión contra China para apuntalar un proyecto más ambicioso de recuperación de su dominio mundial. Con la cohesión social interna quebrantada por una crisis de largo plazo que corroe su economía, la primera potencia necesita doblegar a su principal competidor. Es la principal carta de Estados Unidos para reconquistar el liderazgo imperial. Esa confrontación es más gravitante que el afianzamiento de las ventajas sobre Europa o la batalla contra el rival ruso. Moscú es un contendiente geopolítico y militar, pero no un desafiante económico. Por esa razón, el asedio de China es la prioridad estratégica de Estados Unidos.

El contrapunto defensivo

La nueva potencia oriental mantiene una actitud muy distinta a su contendiente. Rechaza la demanda estadounidense de internacionalizar su espacio costero, con medidas defensivas de control de pesquerías, rutas y reservas submarinas de petróleo y gas. No envía buques a navegar por las cercanías de Nueva York o California.

China ejerce su soberanía en un radio muy acotado de millas, que contrasta con las enormes superficies marítimas bajo control de Estados Unidos, Francia o Australia (Poch de Feliu, 2021). La defensa de esa plataforma es tan relevante para Beijing como la recuperación de los viejos enclaves de Macao y Hong Kong. Busca consolidar un espacio nacional que fue atropellado en numerosas ocasiones por el colonialismo.

Es cierto que China desenvuelve esa custodia mediante un intenso programa de modernización militar que no se limita a las fuerzas terrestres. El nuevo despliegue naval incluye la construcción de siete islas artificiales para contrarrestar la presencia de la VIIª flota estadounidense (Rousset, 2018). Como el 80% de las mercancías comercializadas en el mundo se transporta por mar, el control de esa ruta se ha tornado indispensable para una economía tan internacionalizada.

Es importante registrar el abismo de gastos bélicos que separa a los dos contendientes. En 2019, el presupuesto militar chino bordeó los 261 mil millones de dólares, frente a los 732 mil millones de Estados Unidos. Las inversiones anuales en armamento del coloso norteamericano superan a los 10 países que lo siguen en el ranking de las erogaciones destructivas (Benjamin, Davies, 2020). Beijing cuenta con 260 cabezas nucleares frente a las 4500 de Washington y opera solo dos vetustos portaviones frente a los once de su rival (Bello, 2020). La gran dimensión cuantitativa del ejército chino en término de tropas no define al vencedor de los conflictos contemporáneos.

Es cierto que el gigante oriental tiene prevista la instalación de varias bases en el extranjero, pero hasta ahora solo concretó un proyecto en Djibuti. Esa avanzada contrasta con la alucinante constelación de fuerzas militares estadounidenses, localizadas en todos los rincones del planeta.

La estrategia geopolítica china no enfatiza el aspecto militar. Privilegia el agotamiento económico de su rival, mediante una prolongada batalla de desgaste productivo. Busca «cansar al enemigo» con maniobras que incluyen la aceptación formal de demandas que luego son incumplidas.

Beijing no convalida, además, ninguna concesión decisiva en el ámbito de la tecnología. Respondió, por ejemplo, con la inmediata detención de dos ciudadanos canadienses al encarcelamiento de un directivo de Huawei.

El comportamiento cauto de China se inscribe en la lógica geopolítica del poder agudo (sharp power), tan equidistante de las respuestas bélicas duras (hard power) como de las reacciones meramente diplomáticas (soft power) (Yunes, 2018).

Con una postura de perfil bajo, la nueva potencia apuesta a quebrar el liderazgo estadounidense del bloque occidental. Pretende crear un escenario de mayor paridad de fuerzas afianzando la relación con Europa. Incentiva especialmente los tratados de libre comercio que su rival abandonó. También ofrece atractivos negocios a los principales jugadores de Medio Oriente, consolida la alianza defensiva con Rusia en una organización común (OCS) y prioriza la neutralización de los vecinos.

Para contrapesar las presiones bélicas de Pentágono, el dragón asiático impulsa numerosos convenios comerciales con Filipinas, Malasia, Laos, Camboya y Tailandia. Tienta a sus vecinos con las potenciales ganancias de los emprendimientos conjuntos. El Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII) es el principal instrumento de ese operativo (Noyola Rodríguez, 2018).

La misma zanahoria se extiende a los adversarios más peligrosos. China firmó recientemente un gran tratado comercial (RCEP) con Australia, Japón, Nueva Zelanda, Corea del Sur y las diez economías del Sudeste Asiático (ASEAN). Aspira a contrapesar el convenio militar que Estados Unidos suscribió con los principales firmantes de ese convenio (QUAD). No logró sumar a la India –que es cortejada con especial atención por Washington– para reavivar los diferendos territoriales, que en 1962 desembocaron en un sangriento conflicto fronterizo con la nueva potencia.

La definición imperial

La postura defensiva de China es coherente con el status de un país que se expandió con cimientos socialistas, complementos mercantiles y un modelo capitalista enlazado a la globalización. Esa combinación apuntaló la retención local del excedente. La ausencia de neoliberalismo y financiarización permitió al país evitar los desequilibrios más agudos que afrontaron sus competidores.

El conflicto con Estados Unidos tiene una enorme incidencia en el rumbo que sigue China. Influye en la definición del sector que prevalecerá en el comando de la sociedad. La contundente gravitación del capitalismo no se ha extendido aún a toda la estructura del país. La nueva clase dominante maneja gran parte de la economía, pero no controla el Estado. Revirtió la transición socialista previa sin instaurar su preeminencia. A diferencia de lo ocurrido en Rusia o Europa Oriental, en China prevalece una formación intermedia, que no cohesiona a los capitalistas con los funcionarios, en el marco de un legado socialista aún presente.

Esa peculiar estructura determina una política exterior muy diferenciada de los lineamientos habituales de las grandes potencias. China diverge de Estados Unidos por la vigencia de un status capitalista insuficiente, que obstruye la implementación de políticas imperialistas.

Pero la continuidad de ese curso está sujeta al desenlace del conflicto que opone a los sectores neoliberales y estatistas. El primer sector aglutina a los grupos capitalistas que auspician el libre comercio con proyectos expansivos y tentaciones imperiales. El segundo segmento propicia reforzar la gestión estatal, moderar el curso capitalista y preservar la prescindencia geopolítica internacional.

Xi Jinping ejerce un fuerte arbitraje entre todas las vertientes de la élite gobernante. Para asegurar la cohesión territorial del país, mantiene a raya a los enriquecidos acaudalados de la costa. Ha defenestrado multimillonarios y multiplicado las campañas contra la corrupción para sepultar los gérmenes que condujeron a la disgregación semicolonial padecida en el pasado.

China evita el conflicto con Estados Unidos para sostener esos equilibrios y por eso alentó la estrecha asociación económica con su competidor hasta la crisis de 2008. Posteriormente, intentó aligerar los superávits comerciales y las acreencias financieras mediante un desacople hacia el mercado interno.

Pero la búsqueda de ese compromiso con Washington está obstruida por la propia expansión del capitalismo. Las exigencias competitivas que impone el apetito por el lucro acentúan la sobreinversión y las consiguientes presiones para descargar excedentes en el exterior. La distensión con Estados Unidos es socavada por los proyectos expansivos que China multiplica para atemperar la sobreproducción.

Esa confrontación económica es gestionada por Beijing con normas defensivas contrapuestas a la ofensiva de su oponente. La dinámica imperial estadounidense determina el curso de un conflicto que no obedece a desencuentros de civilizaciones, al devenir de las transiciones hegemónicas o a la disputa entre patrones geopolíticos de unipolaridad y multipolaridad.

El choque sinoamericano retrata las encrucijadas del imperialismo del siglo XXI. A diferencia de lo ocurrido en las últimas décadas con el funcionamiento del capitalismo, el perfil general de la dominación mundial permanece irresuelto. Mientras que el neoliberalismo trastocó por completo el curso de la economía contemporánea, las reglas geopolíticas no están sometidas a una norma visible.

El imperialismo clásico de principios de la centuria pasada –signado por las catástrofes bélicas– y su sucesor de posguerra –centrado en sofocar revoluciones e impedir el socialismo– no han sido sustituidos por otro modelo definido. El choque entre Estados Unidos y China tiende a definir ese perfil.

Variedad de corroboraciones

La postura defensiva de China frente a la agresividad de su oponente es coherente con el impreciso perfil de la nueva potencia. Esa ambigüedad es resaltada por varios intérpretes del sistema imperante en el país.

Algunos remarcan la presencia de una economía interna capitalista sin proyecciones externas intervencionistas. Resaltan la notoria preeminencia del patrón de la plusvalía y del beneficio como resultado de la expansión del empleo privado y la reducción de la presencia estatal en la actividad industrial. Pero también señalan que ese viraje no tuvo connotaciones imperiales. Consideran que el Estado es manejado por una capa de funcionarios sin ambiciones de dominación internacional (Kotz; Zhongjin Li, 2021).

Esta visión retoma la distinción entre clases dominantes que acumulan capital en el manejo de la economía y burocracias que controlan la conducción del Estado para afianzar su hegemonía política. Entienden que esta última supremacía no incluye en la actualidad pretensiones imperiales.

Otro enfoque rechaza la ubicación de China en el pelotón imperial por el carácter inconcluso de la restauración capitalista (Roberts, 2018). Recuerda que el ansia por mayores cuotas de plusvalía refuerza la búsqueda de mercados externos. Pero también destaca el techo que introduce a esa expansión el elevado protagonismo económico estatal. La gravitación del sector público supera en China el promedio de cualquier economía desarrollada e incide en todas las decisiones de inversión. En una estructura económica sin financiarización ni total primacía del capital privado, los cimientos de una política imperialista son frágiles.

Un estudioso de la política exterior china arriba a conclusiones semejantes. Describe el lugar preeminente del Estado en las negociaciones económicas internacionales y destaca que el grueso de los créditos otorgados a otros países es manejado por los organismos públicos (Prashad, 2020).

Esa preeminencia estatal explica el perfil distintivo de esos préstamos en comparación a los gestionados por las entidades privadas, el FMI o el Banco Mundial. Las grandes empresas capitalistas de China lucran con esas operaciones, pero aceptando las normas de los convenios interestatales que define Beijing.

Otro abordaje, más anclado en la historia del país, asocia la cautela geopolítica de China a la trayectoria de un país acosado y carente de tradiciones expansionistas (Klare, 2013). Ese viejo encierro defensivo obstruye la trasformación de la supremacía comercial en una política de dominación.

Ese enfoque también destaca que el acaparamiento de materias primas de la periferia reaviva la memoria del padecimiento semicolonial afrontado durante dos siglos por China. El país quedó reducido a ese status dependiente y no pudo sostener su soberanía luego de la guerra del Opio. Los imperios europeos le arrebataron el manejo de varios puertos y Japón se apoderó de amplias franjas del territorio. Solo el triunfo revolucionario de 1949 puso fin a esa opresión.

Esos antecedentes gravitan en todas las relaciones externas y están presentes en los intercambios con África. China despliega enormes inversiones para asegurar su abastecimiento de insumos, pero toma distancia de las conductas emparentadas con el colonialismo europeo. Ansía el control de los recursos naturales, pero comparte el recuerdo de las humillaciones sufridas por sus clientes. Por eso transita (hasta ahora) por un camino que rehúye tanto la dominación como la solidaridad con el atormentado continente africano.

No solo la trayectoria histórica de China obstaculiza su conversión en potencia imperial. El gigante asiático mantiene un conflicto estructural con el mandante norteamericano, que impide la repetición del modelo sucesorio consumado a principios del siglo XX. Las continuidades que prevalecieron en el traspaso de la dominación británica a la supremacía estadounidense no se extienden al escenario actual. Los dos colosos anglosajones estaban enlazados por múltiples vínculos políticos, culturales e idiomáticos. Esa estrecha conexión ha quedado reemplazada por contraposiciones frontales en todos los ámbitos entre Estados Unidos y China (Hobsbawm, 2007).

Status intermedio, potencia no imperial

Otros analistas deducen el carácter no imperial de China del lugar intermedio que ocupa el país en la jerarquía económica internacional. Consideran que la nueva potencia asiática se ha insertado en un segmento semiperiférico. Esa ubicación, equidistante de los centros desarrollados y de las periferias dependientes, determina una dinámica dual de desenvolvimiento. La economía china transfiere plusvalía a los países avanzados y captura excedentes de las regiones subdesarrolladas (Minqi Li, 2017).

Ese status intermedio sitúa al gigante oriental en un contradictorio ámbito de emisor y receptor de los flujos de valor circulantes en el mercado mundial. Por esa colocación igualmente distanciada del techo y del piso del orden global, China queda excluida tanto del club de los imperios como del universo de naciones sometidas.

Este enfoque remarca la existencia de relaciones de intercambio con dos tipos diferenciados de clientes. Los proveedores de insumos o de bienes fabricados con inversiones externas de China nutren el despegue del dragón asiático. Pero los adquirientes de exportaciones o los inversores foráneos en el país lucran con esas actividades más que la propia economía oriental.

Ese contradictorio resultado obedece al status semiperiferico de la nueva potencia. La clase capitalista china se ha expandido en el circuito global de la acumulación sin lograr el pleno control de los flujos de plusvalía. Capta excedentes de África, América Latina y el Sudeste Asiático, pero drena porciones del mismo sobrante a Estados Unidos y Europa (Minqi Li, 2020).

Esta mirada también ilustra cómo las proporciones de ese intercambio han variado en las últimas décadas. China ascendió en la globalización transfiriendo porciones decrecientes de plusvalía y capturando montos mayores de esas sumas. Los estudiosos de esa mutación cuantifican el giro con los criterios marxistas de la teoría del valor. Estiman que el intercambio de 16 unidades de trabajo chinas por 1 foránea, que primaba en el pasado, se ha revertido en la actualidad a 1 local por 0,6 internacionales. Entre 1990 y 2014 se consumó un cambio radical en el total de unidades de trabajo captadas y drenadas por China en su intercambio externo. Se ha verificado una creciente primacía de monto absorbido en comparación al transferido fuera del país (Minqi Li, 2017).

Pero esa enorme acumulación china de superávits comerciales y reservas no tiene correlato monetario por la condición intermedia del país. Captura excedentes mayúsculos sin gestionarlos con su propia divisa (Minqi Li, 2020). Esa dificultad para internacionalizar el yuan obliga al país a realizar transacciones en dólares y a convalidar el continuado señoreaje de esa divisa (Lo Dic, 2016). Debe acumular bonos del tesoro norteamericanos y pagar un pesado tributo a su competidor.

Esa forzada inmovilización de reservas chinas en dólares constituye otra confirmación de la disparidad imperante entre ambas potencias. La asimetría monetaria ilustra la inserción diferenciada de los dos contendientes en la jerarquía económica mundial.

Este diagnóstico de un esquema tripolar de capturas y drenajes de valor en la estructura actual del capitalismo global es compatible con el modelo analítico que hemos desarrollado en nuestro reciente libro sobre la Teoría de la Dependencia (Katz, 2018: 281-284).

Pero nuestro abordaje ubica a China en un lugar de economía central ascendente y no de semiperiferia. Este último casillero corresponde a países como Brasil, Sudáfrica o India, que solo comparten asociaciones internacionales con el gigante asiático (BRICS). No se equiparan en ningún terreno efectivo con la segunda potencia económica del planeta. El parentesco que establecen algunos organismos en un mismo casillero de «países emergentes» es tan forzado como poco creíble.

Por otra parte, la evaluación del extraordinario crecimiento chino no puede quedar restringida a los flujos internacionales de plusvalía. El secreto de esa expansión fue la retención local del excedente y la acumulación orientada al mercado o al consumo local. Una mirada exclusivamente externalista del desarrollo chino pierde de vista ese determinante. Pero más allá de estos matices, la clasificación intermedia de China en el sistema mundial aporta un original sustento al diagnóstico del país como una nueva potencia no imperial.

Corolarios políticos

La caracterización de China como un país no integrado al ramillete de los imperios tiene importantes consecuencias políticas. Como su rival estadounidense encarna todas las aristas del imperialismo contemporáneo, el conflicto entre ambos opone a potencias de distinta índole. No son competidores equivalentes ni igualmente enemigos de las mayorías populares del planeta. Las posturas de neutralidad (o indiferencia) frente a la confrontación en curso son erróneas. Estados Unidos agrede desde un posicionamiento imperial a un rival no imperial que responde con acciones defensivas.

Pero también es cierto que China se ha convertido en una gran potencia económica. Ya consolidó relaciones de intercambio e inversión que afectan al grueso de la periferia. La plusvalía drenada por las firmas capitalistas del nuevo gigante limita el desarrollo del Sudeste Asiático y la renta capturada de África o América Latina agrava la primarización de ambas zonas. China no actúa como un dominador imperial, pero tampoco favorece el desenvolvimiento de las regiones empobrecidas del planeta.

El gigante asiático podría convertirse en un aliado político de los países dependientes por el singular lugar que ocupa en el orden global. No forma parte de ese bloque de naciones sometidas, pero podría ser integrado a la batalla prioritaria contra el imperialismo. 

En América Latina podría cumplir un papel de contrapeso del intervencionismo estadounidense, semejante al jugado en el pasado por la Unión Soviética. Ese rol brindó sostén geopolítico a varios procesos transformadores. 

En el contexto actual, todos los países del Nuevo Mundo situados al sur del Río Grande necesitan forjar un bloque de resistencia contra la dominación estadounidense. Pero deben apuntalar al mismo tiempo un frente de negociación común con China.

Esa alianza resulta indispensable para revertir la relación comercial adversa con la nueva potencia. Los dos procesos de acción antiimperialista frente a Washington y renegociación económica con Beijing están estrechamente conectados y presuponen una distinción cualitativa entre el enemigo imperial y el socio potencial. Esta caracterización suscita intensas polémicas que revisaremos en un próximo texto.

Referencias

Bello, Walden (2020) ¿Qué supondrá una presidencia de Biden para la región de Asia-Pacífico?, https://vientosur.info

Benjamin, Medea; Davies, Nicolas J. S. (2020). La guerra fría de EE.UU. con China aislará a EE.UU., no a China 08/08/2020, https://rebelion.org

Crooke, Alastair (2020). El doble desacoplamiento, https://www.alainet.org/es/articulo/209241

Fornillo Bruno (2017). La China de Xi Jin Ping y el Estados Unidos de Trump, file:///C:/Users/Claudio/Downloads/18923

Hobsbawm, Eric (2007). Guerra y paz en el siglo XXI, Editorial Crítica, Barcelona, España.

Katz Claudio (2018). La teoría de la dependencia, 50 años después, Batalla de Ideas Buenos Aires.

Klare, Michael (2013). Ser o no ser imperialista, https://www.eldiplo.org/notas-web/

Kotz, David M; Zhongjin Li (2021). Is China Imperialist? Economy, State, and Insertion in the Global System December 2020, Union for Radical Political Economics at the virtual annual meeting of the Allied Social Sciences Association, January 3-5,

Lo, Dic (2016). Developing or Under-developing? Implications of China’s ‘Going out’ for Late Development, SOAS Department of Economics Working Paper No. 198, London: SOAS, University of London.

Margueliche, Juan Cruz (2020). La irrupción del Covid-19, los medios de comunicación y un nuevo escenario geopolítico, https://www.academia.edu/43482291

Mearsheimer, John (2020). Es posible una guerra entre Estados Unidos y China en 2021, 25/07. https://www.perfil.com/noticias/actualidad/

Merino, Gabriel E (2020). La reconfiguración imperial de Estados Unidos y las fisuras internas frente al ascenso de China. Las venas del sur siguen abiertas: debates sobre el imperialismo de nuestro tiempo. Batalla de Ideas, Buenos Aires.

Minqi Li (2017). From Socialism to Capitalism, and to Eco-Socialism, http://pinguet.free.fr/minqili17

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Noyola Rodríguez, Ulises (2018). El BAII golpea el tablero financiero mundial, http://www.iade.org.ar/noticias

Poch de Feliu, Rafael (2021). Tres vectores y nueve frentes de la actual guerra híbrida contra China, https://rebelion.org/

Prashad, Vijay (2020). Entrevista sobre el socialismo chino y el internacionalismo hoy, 21-5, https://observatoriodetrabajadores.wordpress.com/2020/05/25/

Ríos Xulio (2021). Diálogo Cuadrilateral de ¿QUAD? 05/03/2021, https://www.desdeabajo.info/mundo/item/41845

Roberts, Michael (2018), China workshop: challenging the misconceptions, 7 jun., https://thenextrecession.wordpress.com

Rousset, Pierre (2018). Geopolítica china: continuidades, inflexiones, incertidumbres, 25 julio, https://vientosur.info/

Watkins, Susan (2019). Estados Unidos vs. China New Left Review 115 marzo-abril.

Yunes, Marcelo (2018). Una década de crisis global, Estado y perspectivas de la economía mundial, https://www.mas.org.ar/?p=809

Imagen: Jorge Villalba / Getty Images.

Fuente: https://jacobinlat.com/2021/04/20/estados-unidos-y-china-una-puja-entre-potencias-disimiles/

O futuro imediato do mundo, a partir de Biden

José Luis Fiori

08/03/2021

When the U.S. pulls back, one of the two things is likely to happen: either another country tries to take our place, but not in a way that advances our interests and values or, maybe just as bad, no one steps up, and then we get chaos and all the dangers it creates. Either way, that’s not good for America.

Antony Blinken, secretário de Estado norte-americano. “Confidence, humility, and the United States’ new direction in the World”. Foreign Policy (foreign policy.com). March 4, 2021

Cinco semanas depois da posse do governo democrata de Joe Biden, já é possível especular sobre os próximos quatro anos da vida política americana, e sobre a viabilidade da nova política externa dos Estados Unidos anunciada pelo presidente na Reunião Anual de Segurança de Munique, no dia de 19 de fevereiro recém-passado, em que afirmou insistentemente que “os EUA estão de volta para liderar”.

A coalizão de forças que se reuniu em torno da candidatura de Joe Biden foi muito além do Partido Democrata e incluiu setores da direita militar norte-americana. Seu objetivo comum foi derrotar Donald Trump, e se possível retirá-lo da vida política do país. Mas nesse momento, a luta interna dentro desta coalizão ainda está restrita à disputa pelos principais cargos do primeiro e segundo escalões do governo. Assim, o que mais se destaca na imprensa neste momento são os discursos e as primeiras decisões e iniciativas de Biden, sobretudo sua “agenda interna”, fortemente liberal e radicalmente anti-Trump. E também no campo da política externa, onde o governo já tomou algumas decisões mais chamativas e que estavam anunciadas desde antes da eleição.

Inscrevem-se neste mesmo objetivo, de marcar a identidade e diferença da administração anterior, as primeiras iniciativas tomadas no campo da saúde, da defesa ambiental, da imigração, da proteção das minorias e das causas identitárias, apoiadas por Kamala Harris, incluindo várias bandeiras mais radicais da candidatura de Bernie Sanders. Da mesma forma, no campo internacional, sinalizando um retorno ao multilateralismo tradicional da política externa americana, e do “liberal-cosmopolitismo globalitário” dos democratas, o governo Biden voltou ao Acordo de Paris, à OMS, ao G7, assinou a renovação imediata do Acordo New Start de limitação de armas estratégicas, com a Rússia, deu os primeiros passos para voltar ao acordo nuclear com o Irã e desistiu da retirada imediata das tropas americanas da Alemanha.

Além disso, no seu discurso em Munique, Biden fez um grande esforço de reaproximação com seus antigos aliados europeus, em particular Alemanha e França, e sublinhou insistentemente sua disposição calorosa de voltar a juntar-se com seus antigos parceiros do grupo dos “países democráticos”, para barrar o avanço dos “países autoritários”, que mesmo sem ser nominados, já foram transformados no novo espantalho encarregado de reunificar o bloco atlântico tão bem-sucedido durante a Guerra Fria. Até aí nenhuma grande novidade com relação aos governos de Bill Clinton, e sobretudo de Barack Obama, de onde saíram quase todos os principais quadros do governo Biden.

O problema, entretanto, é que o futuro não costuma nascer das boas intenções dos governantes. Pelo contrário, costuma nascer muito mais dos obstáculos e oposições que esses governantes vão encontrando pelo caminho. E, no caso de Biden, a oposição e os obstáculos do seu caminho parecem já estar plenamente desenhados no horizonte próximo do presidente e sua equipe de governo – começando pelo plano interno, onde se esconde a principal ameaça ao seu projeto de poder, que serão as eleições parlamentares de 2022.

Neste plano, o primeiro que se deve ter claro é que Donald Trump não caiu do céu nem chegou aonde chegou graças ao brilho de sua inteligência ou à originalidade de suas pouquíssimas ideias pessoais. Trump nunca foi mais do que um outsider, animador de televisão, especulador imobiliário e jogador de golfe. Mas as circunstâncias se encarregaram de fazê-lo presidente dos EUA, algo inimaginável para alguém que nunca participou de nenhuma eleição prévia nem jamais militou de fato no Partido Republicano. No entanto, a sociedade que o elegeu presidente foi uma sociedade dividida e amargurada pelos efeitos econômicos da crise financeira de 2008, e em particular pelas políticas de combate à crise do governo Obama que aumentaram exponencialmente a concentração de renda nos EUA, acelerando uma tendência que já vinha de antes e que acabou criando dois universos praticamente incomunicáveis e separados por diferenças de salário, de cor, de educação de cultura, de grau de urbanidade. Seria possível mesmo afirmar que Trump, apesar de muito rico, foi posto na Casa Branca por um verdadeiro levante da plebe do centro-oeste e das regiões destruídas pelo fechamento da velha indústria norte-americana. Na verdade, só foi derrotado na sua tentativa de reeleição graças a sua catastrófica administração da pandemia do coronavírus durante o ano de 2020, só superada pela do Capitão Bolsonaro, e do seu inacreditável Ministro da Saúde, General Eduardo Pazuello.

Apesar do seu extraordinário fracasso sanitário, Donald Trump teve o apoio de 46,9% do eleitorado americano, e mantém até hoje o apoio da maior parte do Partido Republicano, apesar de ter deixado atrás de si a sociedade e o sistema político norte-americanos rachados de cima abaixo, e com um nível crescente de polarização e violência, que deve crescer ainda mais nas eleições parlamentares de 2022. Além disso, o próprio Trump já se anunciou como provável candidato nas eleições presidenciais de 2024, transformando-se de imediato no principal fantasma que assombrará o mandato de Joe Biden, ao lado da frágil maioria democrata no Congresso que trará problemas a cada passo que o novo presidente der para avançar sua agenda interna, sobretudo no campo da ecologia e dos gastos sociais.

Por outro lado, no campo internacional, o horizonte de Biden tampouco parece tranquilo, por várias razões que têm a ver com os quatro anos da administração Trump e também com as contradições e limitações próprias do projeto “liberal-cosmopolita” e de sua utopia globalitária. Neste ponto, o primeiro que se deve ter claro é que o mundo já não voltará mais atrás, e que as relações que foram desfeitas, as instituições que foram destruídas e os compromissos que não foram cumpridos pelo governo de Donald Trump já não poderão mais ser reconstruídos e refeitos como se nada tivesse ocorrido. Depois de quatro anos, os Estados Unidos perderam sua credibilidade mesmo frente aos seus aliados mais antigos e permanentes. Em primeiro lugar, porque foram agredidos, como no caso da Alemanha e da França, por exemplo, e essas agressões não se esquecem jamais. Em segundo, porque apesar das declarações calorosas de amizade de Joe Biden, ninguém mais pode ter certeza de que o próprio Trump, ou qualquer outro partidário de suas posições, não será reeleito daqui a quatro anos, retomando o caminho do nacionalismo conservador e agressivo da gestão Trump.

E se isso vale para os países aliados, o que se pode esperar de países ou governos como o Irã, que se envolveu num acordo nuclear extremamente complexo e que foi rompido pelos EUA com uma facilidade e irresponsabilidade que jamais serão esquecidas? No campo internacional, decisões deste nível de importância e gravidade costumam tomar muito tempo para serem tomadas e depois digeridas. E, no entanto, o governo americano desta vez jogou tudo para o espaço em apenas quatro anos, sem avisar nem discutir com ninguém, e sem ter se preocupado, em nenhum momento, com as consequências globais de seus gestos. No caso exemplar da pandemia, os EUA não moveram uma palha a favor de algum tipo de coordenação e liderança global; pelo contrário, aproveitaram a ocasião para atacar e sair da OMS, uma das mais antigas e conceituadas organizações multilaterais criadas pelo projeto liberal de governança global patrocinado pelos americanos desde o fim da Segunda Guerra Mundial.

Por fim, pesa sobre a cabeça dos democratas, e sobre o futuro do projeto de liderança internacional do governo de Biden, o balanço terrível do que passou durante as quase três décadas de vigência do poder unilateral e do projeto “liberal-cosmopolita” dos norte-americanos. Só na década de 90, em plena euforia e comemoração da vitória do “mundo democrático”, nas duas gestões do presidente Bill Clinton e da “economia de mercado”, os EUA fizeram 48 intervenções militares em todo o mundo; e depois de 2001, intervieram militarmente em 24 países, lançando 100 mil bombardeios aéreos concentradamente sobre países que eles chamaram de Grande Médio Oriente, e que fazem parte do mundo islâmico. Só na gestão de Obama, foram lançadas 26 mil bombas, além das centenas de “assassinatos bélicos” perpetrados pelos drones da Força Aérea americana. Além disto, nesse período, os EUA se envolveram na mais longa guerra de sua história, que já dura 20 anos, no Afeganistão, mesmo período em que destruíram literalmente as sociedades e as economias do Iraque, da Líbia e da Síria.

Uma das consequências mais visíveis desse expansionismo contínuo e do belicismo dos “liberal-cosmopolita” foi o aparecimento de uma resposta política e militar cada vez mais poderosa da Rússia e da China, para não falar dos outros países que se fortaleceram como resposta às continuadas sanções econômicas do governo americano, como no caso do Irã, ou mesmo da Turquia, cada vez mais distante da OTAN e dos EUA. Além disto, este “expansionismo missionário” dos americanos acabou abrindo as portas para o que talvez tenha sido a maior derrota internacional dos EUA, neste início do Século XXI: a perda do monopólio americano e ocidental do controle das instituições e da arbitragem militar dos conflitos mundiais, por conta do novo poder militar russo, que já superou os norte-americanos em vários tipos de armamentos, e por conta do sucesso do modelo econômico e político chinês, que entrou no século XXI com a mesma marca vitoriosa que os norte-americanos tiveram no início do século XX.

Neste momento, uma coisa é certa e tem que ser considerada ao se calcular o futuro imediato da proposta internacional de Joe Biden: o mundo mudou demais e não voltará mais atrás, e não por culpa dos extraordinários erros do governo de Donald Trump. O projeto “liberal-cosmopolita” já não tem mais o mesmo apelo do passado; a utopia da globalização já não exerce o mesmo atrativo nem tem capacidade de prometer a mesma felicidade da década de 90; o Ocidente já não tem mais como eliminar ou submeter a civilização chinesa. Por isto, neste momento o governo Biden já se encontra dividido sobre como conduzir sua relação com a China, que é definida por Biden como seu principal concorrente e como seu mais sério desafio: criando jogos de soma zero nas áreas de conflito; promovendo o avanço da inter-relação econômica; ou finalmente, estabelecendo uma parceria em torno do tema que hoje também interessa aos chineses – a questão climática e ecológica, e da transição energética em geral..

Somando tudo, o que se pode prever com razoável grau de certeza é que o governo Biden será um governo fraco, e que o mundo atravessará os próximos anos sem ter mais um líder arbitral. Com tudo isto, o futuro do governo Biden, e de certa forma, da própria humanidade, dependerá muitíssimo da capacidade do governo americano e de todas as grandes potências ocidentais, de entender e aceitar o fato de que acabou a exclusividade do sucesso econômico liberal do Ocidente; e o que é talvez ainda mais importante e difícil de aceitar: que acabou definitivamente o monopólio moral da “civilização ocidental” que terá que conviver a partir de agora com um sistema de valores e crenças de uma civilização que se surgiu e se desenvolveu de forma completamente autônoma com relação ao “ocidente” e com relação a todas as variantes do seu “monoteísmo” e dos “iluminismo” expansionista, catequético e conquistador.

José Luís Fiori é Professor titular do Programa de Pós-Graduação em Economia Política Internacional (IE/UFRJ), e do Programa de Pós-Graduação em Bioética e Ética Aplicada (PPGBIOS/UFRJ), Coordenador do GP do CNPQ, “Poder Global e Geopolítica do Capitalismo”, e do Laboratório de “Ética e Poder Global”, do NUBEIA/ UFRJ; pesquisador do Instituto de Estudos Estratégicos do Petróleo, Gás e Biocombustíveis (INEEP).

Fuente: https://www.alainet.org/pt/articulo/211274