La guerra imperialista, un estado de situación

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Jorge Altamira

27 de julio de 2022

Red de Geografía Económica 1009/22

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Si alguien ha interpretado el cese del fuego de facto firmado por Rusia, Ucrania y Turquía, para facilitar la salida del grano de Ucrania, como un comienzo de des-escalamiento del conflicto, es porque no ha entendido el carácter irreversible de la guerra incitada por la OTAN y la tendencia a abarcar mayores geografías e intensificar la crisis social internacional.

El acuerdo para desminar el Mar Negro y habilitar corredores marítimos para transportar los cereales del puerto de Odesa a los del Mediterráneo es, bien mirado, una operación bélica. Putin ha aceptado el arreglo para mantener la semi-neutralidad de países como Turquía y Egipto, y varios otros en Asia y África, que dependen de los alimentos de Ucrania y de Rusia. En varios casos, la dependencia es del 70 y el 80%; en casos como China, el beneficio deriva de la caída que este pseudo acuerdo habrá de provocar en los precios del trigo y del maíz, para consumo humano y animal. La salida del cereal y de los fertilizantes de Rusia es todavía más complejo, porque conlleva operaciones financieras que están bloqueadas por las sanciones de la OTAN contra Rusia. Para superar este obstáculo se organizaría un sistema de pagos a la medida de este comercio. Los fertilizantes de Rusia tienen una importancia estratégica para el agro comercial internacional; Bolsonaro ha boicoteado las sanciones contra Rusia para conseguir los insumos que necesita el agronegocio brasileño. El cese del uso de fertilizantes en Sri Lanka provocó, junto con una deuda pública impagable, la rebelión popular de las recientes semanas.

El arreglo para un cese del fuego circunscripto es por 120 días – el tiempo de evacuación de la cosecha ensilada. El proceso portuario y marítimo operará bajo el control de los países firmantes. El costo será superlativo, salvo que la OTAN subsidie a las compañías que deben asegurar las cargas para que el transporte sea viable. Turquía pasa a jugar un rol relevante, porque de ella depende el paso por el Bósforo, que está sujeto a tratados internacionales suscriptos hace cien años. Al día siguiente de aprobar el cese del fuego, misiles de precisión de Rusia destruyeron instalaciones del puerto de Odesa, señaladas como militares. La flota rusa continuó con el bombardeo del territorio bajo control del gobierno oficial de Ucrania, desde el Mar Negro. Más allá de la cuestión alimentaria, en la punta sur de Ucrania se encuentra Crimea y la base naval rusa de Sebastopol. El gobierno de Zelensky ha anunciado la intención de recuperar Crimea y el puerto, y destruir incluso el extendido puente que Putin hizo construir entre Rusia y Crimea. El gobierno ruso advirtió, en términos claros, que cualquiera de esos propósitos sería repelido con armas nucleares. Crimea ha sido objeto de dos guerras en el pasado, con la intervención de la Rusia zarista, del califa otomano y de Gran Bretaña y Francia. La salida de los cereales procurará al Tesoro de Ucrania mil millones de dólares. Serán destinados a sufragar los costos de la guerra que ha emprendido por cuenta de la OTAN. Lejos de la desescalada la guerra se ha intensificado y el número de estados vinculados a ella ha aumentado.

Putin y sus funcionarios han dejado clara la intención de ocupar el conjunto del sureste de Ucrania, el control del Mar Negro y recuperar la conexión terrestre con Crimea. Ha anunciado un referendo separatista en la ciudad sureña de Kherson. El objetivo estratégico, sin embargo, es la ocupación completa de Ucrania en un período de tiempo condicionado. Estados Unidos y la OTAN tienen su propio objetivo estratégico, que fue definido de entrada -la derrota de Moscú y el cambio de régimen en Rusia-, en tiempos también condicionados. Frente a los acontecimientos en el terreno, EE.UU. ha comenzado a enviar a Kiev sistemas de defensa antiaérea, lo que implica una alteración cualitativa en el conflicto. Es que Washington había reiterado que no cruzaría el umbral de otorgar tecnología militar propia de avanzada a Kiev, para evitar que se lo interprete como un involucramiento directo en el terreno. En función de lo que el diario The Wall Street Journal llama “un abordaje consistente”, el Pentágono ha comenzado a enviar a Ucrania aviones de reconocimiento y ubicación de objetivos, y por otro lado drones para atacar las líneas de abastecimiento del ejército ruso y misiles de largo alcance. Ahora discute la provisión de aviones de combate, como los F-15 y F-16, así como también los HIMARS, sistemas de misiles guiados tierra-aire. En base a esto, Zelensky ha anunciado “una contraofensiva” para retomar la ciudad de Kherson. En el norte, desde la ciudad de Kerkhov, este armamento podría golpear territorio ruso. Rusia no le va a la zaga –tiene drones que han sido calificadas de “enormemente” capaces y cohetería de precisión sin par-. El teatro militar de la guerra se ha expandido en forma sustancial.

El involucramiento de Turquía, miembro de la OTAN, en la guerra es significativo. Mientras actúa como mediador del ‘cese del fuego’ cerealero, ha provisto a Ucrania de un arsenal de drones. Ocupa un lugar fundamental por el control que ejerce en los estrechos del Mar Negro al Mediterráneo. Juega estas piezas en distintos escenarios. Por de pronto, ha reafirmado la decisión de avanzar en la ocupación del norte de Siria, contra los territorios kurdos, aprovechando la atención que ocupa la guerra en Ucrania. Desarrolla un juego de extorsiones con Putin, que sostiene al régimen de Bashar al Assad. Con Líbano en estado de disolución podría discutir un protectorado de la región con Israel. La guerra en Ucrania ha cambiado el escenario en el Medio Oriente. De otro lado, Turquía ha ganado a su lado a Azerbaiyán, una ex república soviética musulmana, y una formidable potencia petrolera. Este país constituye una de las alternativas de abastecimiento ante el boicot de la OTAN al petróleo ruso. Ejerce otra extorsión más, pues reclama la cesión de islas de Grecia en el Mar Egeo, otro país de la OTAN, y se prepara para su ocupación militar.

Más importante, sin embargo, es el escenario en el otro bajo vientre de Rusia –el Asia Central-. Kazajistán no ha apoyado la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Ha adherido, sin embargo, a las sanciones de la OTAN contra Rusia y procura incrementar las exportaciones de petróleo (es un gran productor) por vías alternativas. No ha reconocido a las regiones separatistas ocupadas por el ejército ruso. Aunque adhiere con las otras ex repúblicas soviéticas musulmanas a un pacto estratégico con Moscú, busca un acercamiento con Turquía y con China. Tiene acuerdos de inversiones con Estados Unidos y acuerdos políticos de distinto alcance. Con Azerbaiyán y Georgia, pretende revivir el Corredor del Medio, a través de Asia Central. La actividad comercial en los puertos del Mar Caspio ha crecido mucho. Turquía y Estados Unidos, por vías separadas, aunque en el marco de la OTAN, desafían la dominación de Rusia en su patio interior de Asia Central -en otro escenario de rivalidad con la República Popular China-.

Mientras esto ocurre en el campo de la diplomacia político-militar, la crisis social y política en Europa se aviva como consecuencia de la guerra. La Unión Europea se apresta a un racionamiento del gas, como consecuencia del daño que se autoinflingió al ceder a las presiones de Washington para cerrar el gasoducto Nordstream 2, que fue el detonante final de la guerra de la OTAN. La escasez de gas paralizaría industrias enteras en Europa, como en el caso de la química y la siderurgia, por lo tanto la automotriz. El gobierno alemán ha anunciado la intención de dar prioridad al abastecimiento de la industria en perjuicio del residencial, en medio del duro invierno en el norte de Europa. Alemania enfrenta un desafío estratégico mayor, como es el de reconvertirse de potencia industrial mayormente civil, en potencia mayormente militar –la industria militar alemana se encuentra instalada en terceros países-. Junto con Japón habrá de reclamar una participación más decisiva en el período de guerras que se desarrolla en el momento actual. El frío del invierno alemán será políticamente muy caliente.

Las caídas de Johnson, en Gran Bretaña, y de Draghi, en Italia, están directamente conectadas a la guerra imperialista mundial en presencia. Son, sin embargo, síntomas preliminares de crisis políticas mayores. La guerra imperialista se combina con la implosión de una burbuja financiera sin precedentes, que se fue acumulando desde la crisis mundial de 2007/8. Las deudas públicas y privadas, que han crecido en forma astronómica, se han convertido en definitivamente impagables. Una ola de quiebras es inevitable, así como de defaults de numerosos países. Luego de Sri Lanka se alinean Pakistan y Argentina, y enseguida después Turquía, cuyo inmenso protagonismo en la guerra obedece a la necesidad de conseguir una válvula de escape al desplome económico y político. Compite con Argentina en cuanto a la tasa de inflación anual, aunque a un ritmo aún más vertiginoso. El derrumbe económico ha sido siempre el dínamo de las guerras imperialistas.

Las sanciones económicas descomunales aplicadas por la OTAN a Rusia han llegado a su punto máximo. Eventualmente, el golpe catastrófico que representan para Rusia se hará sentir indudablemente. Pero ahora mismo su poder bélico se ha agotado, mientras que, por el contrario, su impacto destructivo sobre los ‘sancionadores’ se ha acentuado. Alemania ha debido nacionalizar a la principal distribuidora de gas, Uniper, para rescatar a sus accionistas de la quiebra. La Comisión Europea está negociando el levantamiento de las sanciones a la venta de titanio de Rusia para mantener en actividad a la gran compañía aérea Airbus, y lo mismo deberá hacer con el níquel y el paladio. Queda abierto el interrogante acerca de qué exigirá Putin a cambio. La guerra y las sanciones han aumentado la presión sobre la inflación, al punto de generar un dislocamiento económico.

Es fundamental señalar, en este marco, el giro militar que se ha producido en las relaciones entre Estados Unidos y China. Tiene que ver con la guerra de la OTAN contra Rusia. Mientras China denuncia el propósito de Washington de crear una OTAN asiática, éste ataca el “acuerdo estratégico” que han proclamado Pekin y Moscú. La guerra no solamente se extiende al conjunto del planeta. Bautizada como “guerra híbrida” se desenvuelve a un plano superior a la guerra nuclear, porque envuelve a los instrumentos de la Inteligencia Artificial, que puede ejecutar operaciones de destrucción masiva desde los bunkers de los estados mayores y del espacio exterior. La guerra ‘armamentista’ en este terreno se libra sin restricciones ni protocolos. Más prosaicamente, se desarrolla en el océano Índico y en el mar de China un enfrentamiento aéreo creciente, donde la aviación china confronta la violación reiterada del espacio aéreo de China por parte de Estados Unidos. El Pentágono ha amenazado con un ataque, incluso nuclear, contra las Islas Salomón, en caso de que estas lleguen a un acuerdo militar, incluida la posibilidad de una base militar, con China.

En un tiempo relativamente corto, todos estos desarrollos deben llegar a un punto de definición. Existe una grieta entre la marcha objetiva de la crisis, de un lado, y el ritmo de desarrollo de la experiencia de las masas, del otro. Es necesaria una implacable campaña de propaganda y agitación para colmar esa brecha, oponiendo a la guerra imperialista, la lucha de clases por la revolución socialista internacional.

Fuente original del texto: https://politicaobrera.com/7551-la-guerra-imperialista-un-estado-de-situacion