Pablo Maas
EL ECONOMISTA | 03/09/2020
El fantasma que recorre Europa en estos días es la deflación, que volvió a aparecer por primera vez en cuatro años. Los precios al consumidor cayeron 0,2% anual en agosto, comparado con 0,4% positivo en julio. Según Eurostat, la deflación le pegó a 12 de los 19 países que conforman la eurozona e incluyendo a algunas de las economías más grandes, como Alemania, Italia, España. Portugal y Grecia. La revaluación del euro de los últimos dos meses es uno de los factores que está alimentando el fenómeno, abaratando los precios de los productos importados. Los precios de los servicios, que se contrajeron 0,7%, lideraron la presión a la baja del índice.
El temor a que se instale una espiral deflacionaria preocupa grandemente al Banco Central Europeo, que deberá tomar una decisión cuando se reúna el próximo 10 de septiembre. Ya en su última reunión de junio, el BCE dispuso inyectar más liquidez a la economía aumentando la compra de bonos de 750.000 millones a 1,35 billones de euros hasta 2021. Entonces, el BCE recalculó a la baja la tasa de inflación para 2020, hasta el 0,2%. Pero no esperaba que los precios descendieran aún más.
Los analistas esperan que Christine Lagarde, la presidenta del BCE, disponga un nuevo programa de compra de bonos por otro medio billón de euros, que se implementaría a partir de diciembre. De todos modos, a esta altura nadie espera gran cosa de la política monetaria: la economía europea ya está en una trampa de liquidez de la que solo la expansión fiscal podrá rescatarla.
Para eso se anunció a fin de julio el paquete de reconstrucción de 750.000 millones de euros, luego de saberse que el PIB de la eurozona se había hundido 15% en el segundo trimestre del año comparado con el mismo período de 2019 y del 12% contra el trimestre anterior. Hasta hace algunos días se esperaba un repunte del 8% en el tercer trimestre (comparado con el segundo). Pero la reaparición de importantes focos de contagio de coronavirus en España y Francia que obligaron a recortar una vez más la actividad económica, está haciendo dudar a muchos acerca de este pronóstico. El problema es que el gasto de los hogares no termina de despegar en la medida en que no se disipa la incertidumbre acerca del futuro de la pandemia y su impacto en la economía.
En Francia, por ejemplo, la tasa de ahorro de los hogares subió desde un promedio del 15% en 2019 a casi el doble, 27,4% a fin de junio pasado. Esto podría deberse a que, privados de la posibilidad de gastar dinero durante las cuarentenas, los consumidores estarían experimentando una suerte de ahorro involuntario. Si este fuera el caso, cuando regrese la plena normalidad, la
demanda contenida pegaría un fuerte salto. Pero también podría darse el caso de que los consumidores, inquietos por su futuro, estén ahorrando más voluntariamente para construir una red de seguridad para prevenir nuevos malestares en el futuro. Esto no anticipa nada bueno para la ansiada reactivación.
En cualquier caso, no es el único problema que atraviesa la economía europea. En una declaración muy comentada, el presidente del Deutsche Bank, Christian Sewing, alertó ayer durante una conferencia en Frankfurt, que la multiplicación de “empresas zombies” en Europa amenaza con convertirse en otro lastre para la recuperación de la economía. El fenómeno de la economía empresarial zombie ya lleva varios años y refleja en parte el impacto de las políticas monetarias extremadamente laxas que han permitido a los bancos mantener vivas a empresas técnicamente quebradas. Pero últimamente, el problema se ha agravado ya que la pandemia multiplicó las ayudas gubernamentales a las empresas.
Según Sewing, el ejército de muertos vivientes en Alemania podría alcanzar a una de cada seis empresas. La proliferación de empresas zombies preocupa en Europa porque su sector bancario sale a rescatar a firmas que están con el agua al cuello gracias al exceso de liquidez con la certeza de que el prestamista de última instancia, el BCE, saldrá a rescatar a los bancos en caso de ser necesario.
En Alemania, el fenómeno se agrava porque, como parte del rescate estatal a la economía, el gobierno dispuso en marzo una moratoria de seis meses en los concursos y quiebras. La semana pasada, los partidos de la coalición gobernante acordaron extender la moratoria, que vence a fin de septiembre, al menos hasta marzo de 2021. El año próximo hay elecciones en Alemania y nadie del gobierno quiere transitarlas en medio de una oleada de quiebras. De todos modos, la ministra de justicia, la socialdemócrata Christine Lambrecht, aclaró que la extensión del plazo sólo se concederá a empresas que debieron sobre endeudarse a consecuencia de la crisis del coronavirus.
Según Peter Altmeier, el ministro de economía alemán, el PIB se contraerá un 5,8% este año, mejorando con respecto a una estimación previa del 6,3%. “La recesión en la primera mitad del año no fue tan mala como temíamos y la recuperación desde el punto más alto de la cuarentena está ocurriendo más rápido y más dinámicamente de lo que nos atrevíamos a esperar”, dijo a los periodistas el martes.
Los empresarios son más cautelosos. Joachim Lang, presidente de la Federación de Industrias Alemanas BDI (Bundesverband der Deutschen Industrie) cree que la situación sigue siendo muy seria. Citado por el Financial Times, dijo: “En términos de producción y exportaciones, la industria está todavía muy por debajo de los niveles del año previo. La recuperación ha comenzado, pero se prolongará durante varios trimestres en muchas industrias”. Si esto es lo que se espera en la economía que es la locomotora de Europa, la economía del euro tiene todavía mucha tela para cortar.