“La agitación regional no disminuirá en el futuro previsible”

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Jeff Godwin entrevista a Gilbert Achcar

17/12/2020

La revuelta que se extendió por Oriente Medio en 2011 [con su antecedente en la solidaridad con el joven Mohamed Bouazizi, que el 17 de diciembre se quemó a lo bonzo en Túnez como forma de protesta contra el régimen] parecía haberse acabado y haber sido enterrada hasta que una nueva ola de protestas comenzó en 2018. Gilbert Achcar es quizás el analista radical más relevante de estos movimientos. Sus libros The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising (University of California Press, 2013) y Morbid Symptoms: Relapse in the Arab Uprising son de lectura obligada para cualquiera que quiera entender la trayectoria histórica de esa región en la pasada década. [En castellano Gilbert Achcar ha publicado, además de muchos artículos en viento sur, El choque de barbaries (Icaria, 2007), Marxismo, orientalismo y cosmopolitismo (Bellaterra, 2016) y, con Noam Chomy Estados peligrosos (Paidós, 2016)].

Jeff Godwin conversó recientemente con Achcar sobre los recientes acontecimientos y su punto de vista sobre el proceso revolucionario que se inició en 2011.

Jeff Godwin: Comencemos, Gilbert, hablando de los hechos más recientes sobre los que te gustaría hablar y me imagino que será sobre la segunda oleada de levantamientos o protestas que comenzó en la región hace un par de años.

Gilbert Achcar: Comenzaría con algo de una relevancia aún más inmediata: la pandemia en curso y cómo ha afectado a lo que los medios de comunicación han denominado la “segunda primavera árabe”, en referencia a la onda expansiva de 2011 conocida como la Primavera Árabe. Tomemos el caso de Argelia, porque ha sido el más obvio: allí cada semana solía producirse una manifestación masiva que casi se había convertido en un ritual. Todos los viernes -el fin de semana local- se producía una gran afluencia de gente, especialmente en las calles de Argel, la capital. Esto cambió abruptamente con la pandemia. El gobierno encontró un buen pretexto para decir a la gente: “Ya se acabó. Debéis quedaros en casa». En Sudán el movimiento de masas también quedó interrumpido y paralizado por un tiempo a causa de la pandemia, y lo mismo sucedió en Irak y Líbano.

Sin embargo, hay momentos en los que la ira es tal que la gente está dispuesta a afrontar la pandemia para manifestarse, ¡de eso ya saben algo en EE UU con el movimiento Black LivesMatter! Llega un momento en que la gente ya no puede soportar más. Tuvimos un ejemplo de eso en Líbano, tras la enorme deflagración en el puerto de Beirut el pasado 4 de agosto, y tanto Sudán como Irak han sido testigos de una reanudación de la movilización de masas. Pero no se puede negar el impacto de la covid-19.

J.G.: Una vez que desaparezca la pandemia, con suerte más temprano que tarde, en tu opinión, ¿los movimientos continuarán donde se quedaron o ya se han visto paralizados de alguna manera sustancial por esta pausa?

G.A.: Esa es una buena pregunta, que apunta a importantes diferencias entre estos casos. Donde hay un movimiento organizado, como es efectivamente sólo el caso de Sudán, el movimiento ha continuado, aunque con menor intensidad. Cuanto más nos deshagamos de la pandemia y del miedo que crea, más se recuperará el movimiento sudanés debido a su continuidad organizada. Por el contrario, mientras que el movimiento sudanés está notablemente estructurado con diferentes niveles de organización y representación, el movimiento popular argelino de 2019 estaba desorganizado, en el sentido de que no surgieron cuerpos representativos, ni estructuras reconocidas. Los movimientos de Líbano e Irak también sufren de falta de liderazgo y organización. En el caso de Líbano, reflejaba la variada composición social y política del movimiento, que involucraba a un espectro muy amplio de fuerzas que solo tenían en común el deseo de deshacerse de la actual élite de poder.

Sin embargo, los ingredientes centrales que llevaron a la explosión social hace diez años todavía están presentes en toda la región, e incluso empeoran año tras año. La pandemia solo lo está empeorando. Si bien juega un papel contrarrevolucionario inmediato al obstaculizar la movilización de masas, al mismo tiempo está profundizando ante todo la crisis que llevó a la revuelta de masas. A excepción de los estados muy ricos, pequeños productores de petróleo, habitados por una gran mayoría de inmigrantes a los que pueden deportar a voluntad, la mayoría de los países de la región sufrirán una fuerte caída de los ingresos, incluidas las remesas, y un aumento masivo del paro. Sobrellevarán las consecuencias de la calculada caída a largo plazo de los precios del petróleo, al ser el petróleo una de las principales fuentes del flujo monetario en la región.

J.G.: Dijiste que las causas fundamentales de las revueltas siguen ahí y que de hecho están empeorando. Entiendo que esto significa que la segunda oleada de protestas ha sido impulsada fundamentalmente por los mismos factores que la primera oleada.

G.A.: Creo que eso es algo indiscutible. En Jordania en 2018 el catalizador de la protesta social fue un acuerdo del gobierno sobre impuestos. En Sudán fueron las medidas de austeridad que redujeron los precios subvencionados destinados a los pobres. En Líbano fue un nuevo impuesto que el gobierno intentó imponer a las comunicaciones VoIP (Voz sobre IP). En Irak, los últimos años han presenciado un fuerte aumento de la protesta social. Y mientras que el factor que desencadenó el movimiento en Argelia fue directamente político —el intento de renovar el mandato del presidente por un quinto período de cinco años—, esto no significa que no esté relacionado con los profundos problemas socioeconómicos subyacentes. Se podría decir lo mismo de varios países de la primera oleada donde el levantamiento se inició por cuestiones políticas, mientras que estaba muy claro que los agudos problemas sociales y económicos subyacían en la ira política.

En mi libro de 2013, The People Want, identifiqué las raíces profundas del estallido social como vinculadas a un desarrollo que encadenaba a esta parte del mundo que durante décadas ha registrado tasas de crecimiento más bajas (especialmente el crecimiento per cápita) que otras partes de Asia o África. La consecuencia más llamativa de esto fue un masivo desempleo juvenil haciendo que la región haya ostentado durante décadas el récord mundial. Eso nos da ya una pista crucial sobre la revuelta de 2011 que por supuesto, como cualquier revuelta, fue impulsada principalmente por jóvenes, muchos de los cuales no veían futuro alguno para ellos. Una encuesta realizada en 2010 arrojaba una proporción muy elevada de jóvenes que deseaban emigrar: la cifra más alta se encontraba entonces en Túnez con cerca del 45% declarando que deseaba abandonar su país de forma permanente. Y sin duda el paro juvenil, como el desempleo en general, ha empeorado desde 2010, ahora más que nunca debido a la pandemia.

J.G.: ¿Dirías que los jóvenes han estado en la vanguardia de los levantamientos en toda la región, o ha habido alguna variación en su composición de clase? O, para expresarlo de otra manera, cuando hablas de la juventud como vanguardia, ¿te refieres a los jóvenes de clase media o a los estudiantes de clase trabajadora?

G.A.: Como cualquier gran movimiento popular, estos movimientos atraviesan diversas capas y clases sociales, pero es aquí donde la edad probablemente cuente más. Si buscas participantes de clase media encontrarás sobre todo jóvenes de clase media y una proporción mucho menor de personas mayores. Sin embargo, la inmensa mayoría de quienes estaban en la calle pertenecían a las clases más pobres: clase trabajadora, clase media baja y desempleados, incluido un alto número de graduados de clase media baja en una región donde el número de matriculados en la enseñanza superior son más numerosos que en otras partes del sur global.

Este hecho es el producto de la fase nacionalista y desarrollista que alcanzó su apogeo en la década de los años 60 al proporcionar una educación gratuita, lo que condujo a una alta tasa de matriculaciones en la enseñanza secundariay universitaria. Como resultado, los graduados representaban una alta proporción de los desempleados. La participación masiva de estudiantes y graduados en el movimiento también explica cómo llegaron a jugar un papel clave al ser expertos en tecnología. Saben cómo utilizar las nuevas tecnologías y las redes sociales. En un momento de 2011, los medios globales incluso describieron la Primavera Árabe como una revolución de Facebook, lo cual fue una exageración aunque no del todo errónea.

La capacidad organizativa no es desde luego la misma en estos países: depende de los niveles de represión preexistentes, el tipo de clase trabajadora, su grado de concentración, etc. Si nos fijamos dónde empezó todo, es decir, en Túnez, éste fue el primer país donde el movimiento de masas, que comenzó en diciembre de 2010, logró deshacerse del presidente en enero de 2011, no es una coincidencia que hubiera sucedido allí. Túnez es de hecho el único país de la región con un movimiento obrero poderoso, organizado y autónomo. El movimiento obrero tunecino fue fundamental para convertir lo que comenzó como una revuelta espontánea de ira en un movimiento de masas que se extendió por todo el país. El sindicato de maestros, en particular, jugó un papel clave en la radicalización del movimiento presionando a la dirección del sindicato central. El día en que Ben Ali huyó del país fue el día de la huelga general en la capital tunecina.Si nos fijamos en Egipto, el segundo país que se unió al movimiento, descubrimos que ha presenciado durante los años anteriores a 2011 la oleada de huelgas obreras más importante de su historia. Había algunos sindicatos independientes embrionarios, pero los sindicatos oficiales estaban controladas por el gobierno, por lo que el movimiento sindical organizado no podía jugar un papel clave en la conducción del levantamiento. Sin embargo, el derrocamiento de Mubarak por los militares en febrero de 2011 fue precipitado por una ola masiva de huelgas que comenzó en los días previos a su renuncia forzosa y en la que participaron cientos de miles de trabajadores.

Bahrein es otro de los seis países que entraron en fase de levantamiento en 2011 y, aunque esto es poco conocido, es un país que poseía un movimiento obrero importante jugando un papel clave en la fase inicial del levantamiento hasta que la monarquía lo reprimió duramente. Así pues, estos son países donde ha sido crucial el papel jugado, de forma más consciente, por la clase trabajadora en el levantamiento. Ahora, con sólo mirar las imágenes de las calles de todos los países que experimentaron en 2011 un fuerte aumento de la protesta social y política se puede comprobar que las clases populares fueron las más involucradas.

Las instituciones financieras internacionales han tratado de retratar la Primavera Árabe como una revuelta de la clase media, porque eso encajaba con su visión neoliberal de que ésta fue una expresión del ansia de la gente por una mayor liberalización económica. Admiten que hubo causas económicas para el levantamiento de la región, pero las atribuirían no a la implementación de sus recetas neoliberales sino a la falta de vigor para ponerlas en práctica. Esto por supuesto que es una patraña: solo los neoliberales ultra-dogmáticos pueden negar el hecho de que el viraje neoliberal empeoró considerablemente las condiciones socioeconómicas en la región antes de los levantamientos. Expliqué cómo sucedió esto en The People Want.

J.G.: A menudo se dice que Túnez es la excepción en la región. Según esta perspectiva los levantamientos fracasaron en todas partes. Algunos han relacionado esto con la organización excepcional de trabajadores en Túnez. ¿Tiene sentido este enfoque?

G.A.: La respuesta a esto no es un simple sí o no. Primero, debemos considerar si Túnez realmente ha sido una historia de éxito. Sí lo fue si nos referimos a la democratización. En ese sentido específico, Túnez se ha convertido en lo que podría llamarse una democracia electoral desde 2011. Desde ese ángulo, su levantamiento fue un éxito. Pero, ¿tuvo éxito en resolver los problemas sociales y económicos clave que mencionamos? Desafortunadamente no en absoluto. Nada cambió con respecto a la economía política. Bajo la presión del FMI y el Banco Mundial las cosas han empeorado. Ha habido explosiones sociales intermitentes en varias partes de Túnez desde 2011, impulsadas por los mismos problemas sociales que llevaron al levantamiento hace diez años; un gran levantamiento de este tipo ocurrió hace unas semanas. Cualquier creencia de que Túnez lo ha logrado y que ahora está a salvo sería profundamente errónea. Sin embargo, los dos temas que mencionaste — la historia de éxito y el papel de los trabajadores — generalmente no se relacionan en las explicaciones convencionales. Quienes describen a Túnez como una historia de éxito no suelen enfatizar la importancia de su movimiento sindical como clave para este éxito. Suelen recurrir a alguna explicación orientalista o cultural. Apenas mencionan al movimiento obrero, a pesar de que su papel en la preservación de la paz social, junto con otros tres protagonistas sociales tunecinos, fue reconocido con el premio Nobel de la Paz.

Ahora bien, hay un serio problema con ese papel porque, en lugar de luchar enérgicamente por las demandas sociales de la población, la dirección sindical se ha ocupado de llegar a acuerdos con la organización patronal para garantizar una alternancia fluida de gobiernos burgueses. Por ello Túnez es en realidad una buena prueba del hecho de que la cuestión no es la «gobernanza»; no es solo la democratización. Se trata fundamentalmente de profundos problemas sociales y económicos que se traducen inevitablemente en un descontento político. No hay forma de salir de la crisis sin un cambio socioeconómico radical, pero eso está muy lejos de la situación actual en Túnez.

J.G.: Si, a pesar de la transición democrática de Túnez, siguen vigenteslas mismas políticas económicas, ¿dirías que el gobierno debería abordar los profundos problemas económicos de los que has venido hablando? ¿O los problemas están tan arraigados que las políticas gubernamentales son de alguna manera irrelevantes y que este tipo de capitalismo está estancado e incapaz de reformarse por lo que debe ser desmantelado?

G.A.: Como sabéis, la visión neoliberal del mundo se basa en el dogma según el cual el sector privado debería ser la fuerza motriz. Dejad que se haga cargo el sector privado y todo se resolverá: esa es la cura milagrosa que promueven los neoliberales. El FMI ofrece la misma receta a todos los países del planeta. Esto no tiene sentido, incluso desde un punto de vista capitalista pragmático, porque hay que tener en cuenta que los diferentes países registran condiciones muy diferentes. La región del mundo de la que estamos hablando es una, donde debido a la naturaleza del sistema estatal, los requisitos básicos para un desarrollo impulsado por el capitalismo privado brillan simplemente por su inexistencia.

Hay algunos países en el mundo, como Turquía o la India, a los que generalmente se hace referencia como casos en los que el capitalismo privado bajo auspicios neoliberales logró tasas de desarrollo bastante rápidas durante un tiempo, aunque con costes sociales; pero esa historia ha terminado. Sin embargo, en Oriente Medio y el Norte de África esto no podía suceder porque el dinero privado necesita un entorno seguro y predecible para realizar grandes inversiones a largo plazo, algo necesario para el desarrollo. La situación que predomina en la región es un poder estatal despótico combinado con niveles muy altos de nepotismo y amiguismo. Esto tiene que ser eliminado de forma radical. Y no hay salida al bloqueo del desarrollo sin conferir un papel central al sector público en detrimento del enfoque neoliberal. Lo que la región necesita es un nuevo tipo de desarrollismo, uno democrático y no uno dirigido por regímenes autoritarios y burocráticos.

En cuanto a las fuentes de financiación pública, es un hecho bien conocido que los ricos no pagan impuestos en esa parte del mundo. Las únicas personas que pagan impuestos son los asalariados del sector formal, una minoría de todos los trabajadores. La región es conocida por la fuga masiva de capitales y la malversación de fondos. Los recursos son extraídos por los grupos sociales parasitarios que controlan los Estados. Por ello no hay forma de salir de todo eso sin derrocar toda esta estructura sociopolítica. Deshacerse de un presidente es como cortar la punta del iceberg mientras queda preservada la estructura gobernante, como fue el caso en todos los países de MENA donde los presidentes se vieron obligados a dimitir, cuando,de una manera flagrante, fue la columna vertebral militar del régimen la que les obligó a ello, como sucedió en Egipto, Argelia y Sudán, tres Estados que tienen en común la hegemonía de las fuerzas armadas en sus regímenes políticos.

J.G.: Hasta ahora no hemos hablado del papel de las potencias extranjeras, Estados Unidos, Rusia, etc., lo que en sí mismo podría indicar que esas potencias no han jugado un papel tan importante como algunos piensan. ¿Qué papel han jugado las grandes potencias durante la última década?

G.A.: Cuando hablas de neoliberalismo, cuando hablas de las instituciones financieras internacionales haciendo cumplir sus recetas, estás hablando, por supuesto, de un sistema dominado por países imperialistas occidentales, sobre todo por EE.UU. Y, sin embargo, cuando comenzaron los levantamientos en 2011, la hegemonía de EE.UU estaba en un punto bajo en la región, como resultado de la dura derrota de los planes de Washington para Irak. 2011 fue el año de la retirada de las tropas estadounidenses de ese país. Este fracaso fue un duro golpe para el proyecto imperial de EE.UU., y por cierto no solo en Oriente Medio y Norte de África.

Si comparamos a Obama con Trump, uno recuerda a C. Wright Mills y su análisis de la concentración del poder en el sistema presidencial estadounidense, especialmente en materia de política exterior y la proyección del poder. Los intereses básicos de clase que subyacen en el seno del gobierno de los EE.UU. pueden ser los mismos, pero las políticas reales también dependen en gran medida de quién habita la Casa Blanca. Cuando se produjo el levantamiento en Egipto en 2011, Obama no quiso dar la impresión de que EE.UU. apoyaba la dictadura porque entraría en flagrante contradicción con su propio discurso sobre la democracia. En 2009, uno de los primeros discursos importantes de Obama se pronunció en El Cairo, donde defendió las libertades democráticas para la región. Además, habría sido muy imprudente que EE.UU. se opusiera a lo que parecía ser en ese momento un tsunami democrático.

Por ello Obama presionó a Mubarak para que implementara algunas reformas. Cuando este último resultó ser incapaz o no dispuesto a cumplirlas, Washington dio luz verde al ejército egipcio para que se deshiciera de Mubarak. Obama se enfrentaba básicamente a una elección entre dos alternativas. Una era el apoyo a los regímenes existentes contra los movimientos de protesta, que era la opción defendida por los saudíes y otras monarquías del Golfo. Obama se mostró reacio a tomar este camino por la razón que acabo de plantear. Si hubiera sido Trump, es muy probable que lo hubiera hecho sin mucha vacilación. La segunda opción de Obama fue la presentada por Qatar, que se había convertido en patrocinador de los Hermanos Musulmanes desde la década de los años 90. Esto le dio a Qatar influencia comoun interlocutor clave con las fuerzas de oposición a nivel regional, lo que le permitió a Washington intentar, con su ayuda, dirigir el movimiento en una dirección que siguiera siendo inofensiva para los intereses estadounidenses.
Eso es lo que hizo Obama, con la excepción de Bahréin, donde básicamente hizo la vista gorda ante la intervención contrarrevolucionaria liderada por Arabia Saudita. Facilitó la elección de Morsi, el candidato presidencial de los Hermanos Musulmanes en Egipto impidiendo que los militares lo bloquearan. Durante el único año de su presidencia Morsi jugó en gran medida el juego de acuerdo con las reglas de Washington a nivel regional, incluso cuando se trataba de Israel. Por eso la administración Obama no estaba contenta con el golpe de 2013 que derrocó a Morsi, aunque terminó aceptando su resultado, aunque a regañadientes. Eso también nos muestra las limitaciones del poder estadounidense.

Entretanto tuvo lugar la experiencia libia. Obama se vio involucrado en ese conflicto de mala gana: la famosa frase utilizada en ese momento para describir el curso de su acción era «liderar desde atrás». El propio movimiento en Libia no quería ver botas extranjeras sobre el terreno, y Obama tampoco estaba dispuesto a involucrar allí a las tropas estadounidenses. El resultado fue una campaña de bombardeos apoyando un levantamiento armado enfrentado a una dictadura brutal, con la esperanza de que Washington y sus aliados europeos pudieran dirigir el levantamiento hacia un resultado que fuera el mejor para Washington, básicamente un compromiso entre el régimen y la oposición para conservar los aparatos estatales. Esto es lo que sucedió en Yemen en 2011, el modelo preferido de Obama y por el que abogaría para Siria en 2012. Pero fracasaron completamente intentando lograrlo en Libia, sobre todo por la intransigencia de Gaddafi, por lo que toda la estructura estatal se derrumbó cuando se produjo el levantamiento en la capital.

Aparte del fracaso de Libia, la otra gran intervención directa de EE.UU. fue contra el ISIS. En la periferia de la agitación regional surgió este grupo ultraterrorista que representaba una amenaza directa para los intereses de EE.UU., especialmente cuando pasó la frontera de Siria hacia Irak en 2014, entrando así en un país rico en petróleo. Washington intervino de nuevo mediante una campaña de bombardeos y buscó aliados locales sobre el terreno. La administración Obama y el Pentágono no parecían tener problemas para colaborar con las fuerzas kurdas de izquierda en Siria, así como con las milicias pro-iraníes en Irak en la lucha contra el ISIS. Pero esa intervención militar sólo estaba destinada a contrarrestar al ISIS, no a ayudar a derrocar a ningún gobierno, ya fuera en Irak o en Siria.

La hegemonía estadounidense en la región había alcanzado un apogeo en la década de los años 90 tras la primera guerra en Irak, y luego una bajada en el periodo de la Primavera Árabe. El imperialismo rival de Rusia explotó estas debilidades, siguiendo el estilo típicamente oportunista de Putin. Cuando vio que Washington entraba en desacuerdo con los saudíes tras el golpe egipcio, los abrazó tanto como al nuevo dictador egipcio. Cuando vio que aumentaba la tensión entre el presidente turco Erdogan y Washington debido a la alianza de la administración Obama con los kurdos, abrazó al líder turco.

Siria era un país que había estado bajo la influencia de Moscú durante decenios y donde el ejército ruso tenía instalaciones. Irán intervino por primera vez en apoyo del régimen sirio en 2013, luego Putin, al ver que incluso la intervención de Irán para apuntalar a Assad no había llevado a Washington a dar un apoyo decisivo a la oposición siria, intervino a su vez en 2015, rescatando al régimen del inminente colapso. . Dada la debilidad general manifestada por EE.UU. en la región, Moscú extendió poco después su brazo militar a Libia, donde apoya a un bando junto con Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Francia, mientras que el lado opuesto está respaldado por Turquía y Qatar. Los saudíes no están involucrados en Libia, como tampoco lo estaban en 2011. Están demasiado ocupados librando su guerra en Yemen por hacerse con el poder con Irán a expensas de la población pobre de este país.

J.G.: ¿Es justo decir que la posición de EE.UU. en la región ha declinado desde que comenzaron los levantamientos, mientras que las posiciones de Rusia e Irán se han fortalecido hasta cierto punto?

G.A.: Desde luego. Aunque la administración Trump cambiara algunos aspectos para complacer a sus compinches saudíes, ni Trump ni nadie está dispuesto a desplegar tropas estadounidenses de forma masiva en la región a no ser que haya una gran amenaza para los intereses estadounidenses. Saben que, si llevan demasiado lejos la escalada contra Irán, podría tener enormes consecuencias económicas al afectar el mercado petrolero y, por lo tanto, la economía global. Los iraníes también lo saben, y es por eso que Irán permanece impertérrito y sigue actuando en consecuencia. Si el imperialismo estadounidense hubiera sido tan poderoso como algunos creen, Irán no habría sido el principal beneficiario de la invasión estadounidense de Irak, hasta el punto de que el gobierno de este país se ha convertido en su vasallo.

De hecho, esa es la razón por la que el reciente levantamiento en Irak está muy dirigido contra Irán, no contra el pueblo iraní, por supuesto, sino contra el régimen iraní que se entromete en los asuntos de su país atentando contra su soberanía. Los que han salido a las calles en Irak son en su mayoría chiítas que sin embargo se oponen mucho a la influencia iraní rechazando toda dominación extranjera, ya sea de Washington o Teherán. También en el Líbano ha habido una participación significativa de chiítas en el levantamiento de 2019, que fue notablemente inter-confesional e igualmente opuesto tanto a los amigos deTeherancomo de Washington que gobernaban en coalición.


J.G.: El capitalismo, si he entendido lo que decías antes, realmente no tiene futuro en la región. No hay ninguna solución en este momento. Algún tipo de socialismo democrático es la única salida posible para esta situación, provisto de un modo de desarrollo completamente nuevo.

G.A.: Bueno, yo diría que el socialismo democrático es por supuesto la opción más deseable. Pero, en principio, también se podría imaginar una salida a través de un modelo de régimen desarrollista autoritario que presidió la transformación de algunos países de Asia oriental. Sin embargo, eso no se vislumbra por ahora en el horizonte. El punto clave es que el papel del sector público debe ser central para salir de esta crisis a través de un nuevo tipo de desarrollismo que tiene muchas más probabilidades de ser socialista que capitalista.

Añádase a esto que vivimos en una época en la que la gente está mucho menos dispuesta a tolerar el tipo de dictaduras que prevalecieron en la década de los años 60. La aspiración a la democracia está muy extendida. En Oriente Medio y Norte de África, la gente ha aprendido a través de la experiencia que pueden derrocar gobiernos movilizándose en las calles, y es desde luego una lección muy importante.

J.G.: A pesar de que relacionas los levantamientos con la forma estancada de capitalismo en la región, lo que sorprende a muchos observadores es cuán débiles han sido las voces abiertamente anticapitalistas. La retórica de la democracia y la libertad ha presidido estos levantamientos, mientras que las fuerzas explícitamente socialistas parecen muy débiles. ¿Es esa una caracterización justa? Y si es así, ¿cómo vamos a entender la debilidad de la ideología socialista y anticapitalista en la región?

G.A.: Si hablamos de fuerzas anticapitalistas que propugnan un programa socialista entonces son indiscutiblemente muy débiles en la región. Aunque grupos pequeños y marginales a veces hayan desempeñado un papel desproporcionado, como fue el caso de Egipto en 2011, eso no cambia el hecho de que esos grupos sean pequeños y débiles. Pero una cosa es estar en contra del capitalismo en teoría y otra es estar contra el capitalismo realmente existente. En este último sentido hay un gran número de personas que están hartas de un capitalismo podrido y del neoliberalismo. Quieren deshacerse del sistema socioeconómico en el que viven. Eso no significa que sean socialistas conscientes para la mayoría, pero definitivamente aspiran a la justicia social en un sentido más difuso, y ese es el punto de partida clave. La justicia social fue de hecho uno de los lemas destacados de la Primavera Árabe.La historia nunca ha visto revoluciones, ni siquiera Rusia en 1917, donde la mayoría de las personas fueran socialistas que querían abolir el capitalismo; no funciona así. En Oriente Medio y el Norte de África, una parte importante, si no la mayoría, de la generación más joven defiende valores progresistas, que van desde la democracia hasta la justicia social. Un lema clave del levantamiento fue «pan, libertad y justicia social».Esa es una buena definición de la aspiración dominante, a la que se puede agregar «dignidad nacional», es decir, antiimperialismo, así como anti-sionismo donde Israel esté involucrado.

¿Cómo medir esto? No hay encuestadores que hagan este tipo de preguntas; la mayoría de las veces hacen preguntas muy tontas. Sin embargo, un buen indicio provino de la primera vuelta de las elecciones presidenciales egipcias de 2012, las más libres que haya presenciado el país. Los dos principales contendientes eran el candidato del antiguo régimen y el de los fundamentalistas Hermanos Musulmanes. También hubo versiones “light” de ambos: un candidato “light” del régimen y un candidato islámico “light”.

El quinto candidato en la contienda era el que tenía menos recursos económicos y apoyo organizativo, pero quedó tercero, muy cerca de los dos primeros. Este hombre era un nasserista (en referencia a Gamal Abdel Nasser que lideró el momento «socialista» de Egipto en la década de los años 60) que explícitamente hablaba el lenguaje del socialismo. Se trata de un nasserista reconstruido, que reivindicaba las reformas sociales y las amplias nacionalizaciones de los años de Nasser, al tiempo que reconocía que debía descartarse la dictadura como parte del legado de Nasser por obsoleto en favor de los valores democráticos.

De manera que en ese sentido se le podría describir como un representante del socialismo democrático en el sentido que la mayoría de la gente entendería lo que eso significa. Y, sin embargo, obtuvo la mayor cantidad de votos en los principales centros urbanos de Egipto, incluido El Cairo y Alejandría. Este es un excelente testimonio del hecho de que, aunque no esté canalizado por una organización, existe una aspiración difusa por algo radicalmente diferente. Eso es lo más importante.

J.G.: Lo que le oigo decir es que hay un electorado potencial en la región para un movimiento socialista democrático de masas. El problema es que las organizaciones socialistas son débiles. Han sido destruidos por los dictadores, debilitados por el autoritarismo. Nadie ha sido capaz de movilizar estos sentimientos socialdemócratas o de justicia social que parecen estar muy extendidos en la región.

G.A.: Yo no diría “socialdemócrata” porque esto se refiere, por supuesto, a una experiencia mayoritariamente europea que produjo cierto tipo de organización con el resultado que conocemos. En cuanto al término «socialista», no como un dominio exclusivo de los marxistas, por supuesto. Si abordamos las revoluciones rusas hubo una corriente de masas, la de los socialrevolucionarios que difícilmente podrían describirse como marxistas. Si tomamos la Comuna de París, la mayoría de los participantes ni siquiera hacían referencia al «socialismo». El punto clave aquí es la aspiración a la igualdad social, a un tipo de sociedad diferente y, al mismo tiempo, a una democracia radical.

De modo que sí el principal problema no es la falta de un electorado para un cambio radical del tipo que estamos discutiendo; este grupo existe, pero carece de organización y, por lo tanto, es débil. Aquí podemos hacer una observación sobre los movimientos sociales en general. Cuando un movimiento de masas cobra esencialmente la modalidad de ocupar plazas, eso puede constituir una demostración de fuerza numérica, pero al mismo tiempo es un signo de debilidad cualitativa. ¿Por qué? Porque si el movimiento fuera realmente fuerte y bien organizado, pasaría de una «guerra de posiciones» a una «guerra de movimientos» y apuntaría a tomar el poder. Pero si se queda en las plazas, la verdad es que es porque sabe que no puede derrocar al régimen por sí solo y mucho menos tomar el poder. Por tanto espera que alguien derroque al gobierno desde el propio seno de los poderes establecidos.

En Egipto, el movimiento popular esperaba que lo hiciera el ejército, y el ejército efectivamente destituyó al presidente. Eso es también lo que sucedió en Argelia y Sudán, a pesar de que el movimiento de masas en esos dos países no fue presa de ilusiones sobre el ejército como sucediera en Egipto. Un movimiento de masas puede apoderarse de los centros de poder sólo si está organizado: esto es lo que expresa la famosa metáfora del vapor y el pistón. Y eso es lo que falta de manera crucial en la región. El movimiento más avanzado en este sentido es el de Sudán, porque ha desarrollado de forma notable estructuras de liderazgo, no el tipo de liderazgo centralizado que podían pensar las personas para quienes la experiencia rusa es «el modelo», sino estructuras de liderazgo mucho más horizontales: una organización similar a una red, impresionante por su difusión. El movimiento desarrolló un programa con demandas claras que encajaban bien en lo que describí como una aspiración en términos generales semi-consciente hacia un socialismo democrático.

Sudán es excepcional en este sentido, en parte porque es un país donde ha habido una fuerte tradición comunista. Mucha gente ha pasado por el Partido Comunista de Sudán. La mayoría terminó dejándolo, especialmente porque aún conserva rasgos estalinistas como otros partidos de su género. En muchos aspectos es un “dinosaurio”, pero al mismo tiempo, hay muchos activistas jóvenes en sus filas y hay tensiones entre el liderazgo central y los militantes jóvenes y las mujeres. Aún así, el partido jugó un papel innegable en el desarrollo de una cultura progresista o de izquierda generalizada en el país.

Por supuesto, con esto no quiero dar la impresión de que Sudán está a punto de completar el proceso revolucionario. La pandemia, como ya señalamos, hizo acto de presencia. Y, lo que es más importante, ha habido todo tipo de interferencia internacional, incluida la de una administración Trump principalmente interesada en hacer que Sudán estableciera vínculos con Israel.

Han estado ejerciendo un verdadero chantaje sobre este país tan pobre, negándose a eliminarlo de la lista de Estados terroristas de Washington a menos que aceptara reconocer a Israel.

La dictadura egipcia y las monarquías del Golfo son los principales patrocinadores del ejército de Sudán. El país se encuentra en un período de transición, con una especie de dualidad de poderes entre el antiguo régimen, es decir, el ejército, y el movimiento popular. Es una situación muy difícil, de eso no cabe duda. El proceso revolucionario está más avanzado allí que en cualquier otro país de la región, pero aún queda un largo camino por recorrer y los militares aún pueden volverse muy desagradables.

J.G.: Has estado subrayando la importancia de una organización sólida. Cuando comenzaron los levantamientos en 2011 había un sentimiento de optimismo, la sensación de que la región podría estar al borde de una transición realmente importante. Y, sin embargo, en términos generales no sucedió. Hubo muchas esperanzas frustradas y decepciones y cosas peores. ¿Dirías que la falta de una organización popular fuerte fue el talón de Aquiles de los levantamientos?

G.A.: Si, por supuesto. La debilidad organizativa es clave. Ese es el factor que falta para que madure este proceso revolucionario. Y no está escrito en el cielo lo que va a suceder. Es un proceso abierto, en el que el mejor escenario es aquel en el que se cumplen los supuestos y se logra un cambio radical, y el peor escenario es el bloqueo histórico con más tragedias por venir, de las cuales Siria se ha convertido en un referente tan terrible.

La debilidad de la izquierda tradicional es en parte el resultado de sus propias deficiencias. Esta izquierda tradicional tiene en esta región dos orígenes. Uno es el nacionalismo, el nacionalismo pequeñoburgués, con todos sus problemas y falta de perspicacia política y social. El otro es el estalinismo. Ambos sufrieron un duro golpe con la caída de los regímenes que los sustentaban. Los años 70 fueron testigos de la decadencia y el declive del nacionalismo árabe, en tanto que la caída de la Unión Soviética convirtió los años 90 en un período de profunda crisis para todo el movimiento comunista de la región. Hay aquí y allá restos de variado tamaño de esta izquierda del siglo XX, pero en general se encuentra en una fase de crisis terminal y no espero ningún resurgimiento de los mismos moldes tradicionales.

Lo que se necesita es un nuevo movimiento progresista que logre convertirse en expresión de la nueva radicalización. Si tomamos el caso de Sudán allí la fuerza más prometedora son los “comités de resistencia”, como se los conoce. Estos son comités vecinales que involucran a decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, organizados a nivel de base. Desconfían de cualquier intento de secuestrar su movimiento, por lo que son alérgicos al centralismo y están muy interesados ​​en preservar la autonomía de cada comité. En esto encontramos una gran diferencia con la vieja izquierda. Usan las redes sociales y se organizan horizontalmente. Consideremos también el papel de las mujeres en los movimientos: en la primera oleada de 2011, ya era notable. Las mujeres organizadas jugaron un papel importante en Túnez. El acontecimiento más sorprendente fue la notable participación de las mujeres en Yemen, un país donde su situación es terriblemente opresiva. Pero la segunda oleada de 2019 vio como esta participación de las mujeres alcanzó su nivel más alto. En Sudán, las mujeres constituían la mayoría del movimiento de masas. En Argelia, constituyeron una parte importante de la movilización. En el Líbano, las mujeres jugaron un papel muy destacado, y esto a su vez influyó en Irak, donde no destacaron al principio. Se da una clara interacción entre los movimientos que aprenden unos de otros y se imitan entre sí. El papel destacado de la mujer también es algo que contrasta con la izquierda tradicional, que es bastante machista, independientemente de su afirmación en contrario.

J.G.: Parece que sigues siendo optimista porque finalmente esté surgiendo un nuevo tipo de izquierda en la región. Pero, francamente, parece un proceso que podría tardar décadas en madurar. ¿Qué crees que vendrá ahora a continuación en la región? ¿En qué tipo de horizontes temporales estás pensando para este proceso revolucionario?

G.A.: Este es un proceso a largo plazo, por supuesto. Cuando piensas en todas las revoluciones importantes, éstas se extendieron durante un período de tiempo bastante prolongado. La revolución francesa comenzó en 1789. ¿Cuándo terminó? Esto se debate entre los historiadores; algunos dicen que un siglo después, en tanto que el mínimo se establece en diez años después. Tomemos la revolución china, el primer episodio importante del siglo XX tuvo lugar en 1911, y la agitación continuó hasta 1949 y, de hecho, mucho más allá.

Al mismo tiempo, no se necesitan décadas para que surja una nueva fuerza progresista. Lo que mencioné de Sudán no es algo que se preparó a lo largo de décadas de organización clandestina. Estos comités de resistencia surgieron con la revolución de 2019. Incluso donde ha habido un declive o una derrota del movimiento, los activistas reflexionan sobre esa experiencia. Sacan lecciones de ello. En todas partes se han dado algunos pasos iniciales hacia la organización. Sin duda, esto puede volverse muy difícil donde hay una represión masiva como en Egipto. Pero tarde o temprano, la situación volverá a estallar. Y entonces es de esperar que las personas que han pasado por la experiencia anterior extraerán sus lecciones y tratarán de actuar de manera diferente.

Me acusaron de pesimismo a principios de 2011, cuando advertía que no sería fácil y requeriría mucha paciencia con perspectiva a largo plazo. Expliqué que lo que pasó en Túnez y Egipto con el derrocamiento del presidente no puede pasar en Libia y Siria sin un baño de sangre. También advertí que eliminar al Ben Ali de Túnez o al Mubarak de Egipto no significa que el pueblo haya logrado derrocar al régimen, como decía el famoso lema («El pueblo quiere derrocar al régimen»). Lograr este objetivo llevará mucho tiempo y requerirá que se cumplan muchos requisitos.

Entonces me consideraban un pesimista. Unos años más tarde, muchas de las mismas personas que habían estado eufóricas se convirtieron en traficantes de pesimismo, afirmando que todo el proceso estaba muerto. No era más que otra ilusión impresionista. Las versiones orientalistas sobre la incompatibilidad cultural de la región con la democracia secular volvieron a hacer acto de presencia como venganza. Y esta vez, cada vez que ponía de relieve que la reacción violenta no era más que una segunda fase de un proceso histórico a largo plazo, se me acusaba de optimismo ingenuo.
Bueno, no utilizo esas categorías de optimismo y pesimismo, incluso cuando se entiendan con arreglo a la famosa fórmula que combina «pesimismo de la inteligencia» con «optimismo de la voluntad». De hecho, el optimismo de la voluntad está condicionado por la existencia de la esperanza: por más pesimista que sea el intelecto, debe dejar un lugar para la esperanza, porque a falta de ésta no puede haber optimismo de la voluntad salvo para una pequeña minoría. El punto clave es reconocer que existe un potencial.

Dicho esto, afirmar que la región va a ser testigo de futuros levantamientos no constituye en sí mismo «optimismo». Lamentablemente los levantamientos pueden desembocar en baños de sangre, y la posibilidad de un futuro como el presente de Siria no se puede llamar con toda seguridad «optimismo». Todo el país ha sido devastado, el número de muertos es de varios cientos de miles, sin mencionar a las personas mutiladas de por vida y a las que han sido desplazadas de sus hogares o forzadas a salir del país. Es la peor tragedia de nuestro tiempo hasta ahora y, sin embargo, también en Siria, e incluso en áreas bajo control del régimen, últimamente se han producido importantes protestas sociales. Se podría pensar que después de todo lo que pasó, la gente quedaría aterrorizada favoreciendo su pasividad, pero se ha demostrado que eso es un error. Esta es la mejor ilustración posible, dado lo terrible que ha sido la experiencia siria, de que el potencial revolucionario sigue ahí. La única predicción segura que se puede hacer sobre Oriente Medio y el Norte de África es que la agitación regional no disminuirá en el futuro previsible: la región seguirá hirviendo hasta que las condiciones permitan un cambio radical. La alternativa es la barbarie, pero mientras el potencial revolucionario siga vivo, hay un gran espacio para la esperanza, lo que hace que la acción para satisfacer las condiciones para un cambio radical sea obviamente crucial y urgente.

Gilbert Achcar es profesor de Estudios del Desarrollo y Relaciones Internacionales en la SOAS, Universidad de Londres

Jeff Godwin es profesor de Sociología en la Universidad de Nueva York . Publicará próximamente una obra sobre economía política y movimientos sociales.

Catalyst, otoño 2020, 4 (3)

Traducción: Javier Maestro

Fuente: https://vientosur.info/la-agitacion-regional-no-disminuira-en-el-futuro-previsible/