Omar Gejo, Gustavo Keegan y Alan Rebottaro

1453

Se viven tiempos de aceleración histórica. Esta aseveración puede ser una manifestación prácticamente incontrastable. Pero también lo es que esta aceleración discurre por sendas diferentes a las que hasta hace algunos años atrás se vinculaba este particular momento de la historia de la humanidad.

Nos estamos refiriendo, claro, a eso que se denominó “globalización”, y que alcanzó su cenit allá por los años noventa. Aquellos años noventa que hoy parecen tan distantes, e incluso refutados por su antítesis o antípodas. Es que si los noventa eran la expresión consumada del dominio de Occidente, desde hace una década más o menos se ha hecho innegable el creciente papel de Oriente, y particularmente de China.

Esta verdadera ruptura geográfica comporta un fenómeno de una magnitud difícil de asimilar y está llamada a prohijar muchos de los acontecimientos de significado o alcance mundial que ocurren ante nuestros ojos (1).

En el centro de este nuevo escenario hallamos la fulgurante irrupción de China como un mega-estado, con la capacidad de proveer parte de su propio vértigo a parcelas cada vez más importantes del mundo. China se ha convertido en un actor relevante a escala internacional, al que probablemente su estatus regional, al que los analistas remiten, le queda estrecho (2).

Un ejemplo del estado de ánimo imperante al respecto en “Occidente” nos lo da un artículo del diario El País, de Madrid, España, con el que se cierra el año 2019 y se recibe el presente año 2020: “Bienvenidos a 1453”. En él un intelectual español concibe a este tiempo como uno parangonable al histórico año de la Caída de Constantinopla, que para los historiadores señala el abandono de una era, la Edad Media, y el acceso a otra, la Edad Moderna.

Pero veamos qué nos dice Jorge Marirrodriga (2020):

“Europa ya no es el centro y ve cómo se agranda la brecha tecnológica entre ella y otros actores mundiales. Como en un Tratado de Tordesillas moderno, China, EE.UU. y Rusia se han repartido el mundo”.

Queda en evidencia el estado de asombro, de perplejidad ante un mundo que está cambiando, y mucho, en una dirección que un europeo siente como desfavorable.

Pero pese a todo lo vertiginoso que puede ser este proceso que presenciamos, la realidad es que se ha ido desarrollando a lo largo de una buena parte de la etapa que hemos transitado desde los años noventa.

Comenzaremos por un antecedente inmediato, primero, y luego nos referiremos a uno mediato de un proceso de refutación de la ideología de época, que es la globalización.

En el año 2017, en el mes de abril, en vísperas de una elección en el Reino Unido, el dirigente del laborismo, Anthony Blair, hizo gala de un preciso análisis materialista, capaz de comprender la evidente mutación de carácter histórico que enfrentamos. Blair, el ex-premier del laborismo que gobernó entre 1997 y 2007, una década después de su paso por el ejecutivo británico es perfectamente conciente de cuál es la instancia que vivimos:

“La lógica europea es más fuerte hoy que nunca. Lo que está sucediendo hoy es que tu población determina el tamaño de tu economía, como sucedía hasta la revolución industrial. China, India, los países con grandes poblaciones van a tener un gran poder. Los europeos seremos potencias medias o pequeñas, la única manera de defender nuestros intereses y valores es unidos. La importancia de Europa hoy tiene que ver, más que con la paz, con el poder” (Guimon, 2020).

Blair enfrentaba una elección perdidosa de antemano para el partida laborista, pero creía vital lograr la mayor cantidad de escaños posibles para combatir la deriva ‘antieuropea’ del gobierno del partido conservador. Y a la hora de defender el erosionado proyecto europeo realizó un análisis de una profundidad histórica tan importante como el de Jorge Marirrodriga. Es un crudo reconocimiento de una transición histórica, de la decadencia occidental, sobre todo de la europea, y del ascenso de Oriente. Pero lo más sorprendente, y hasta revulsivo para los cánones prevalecientes, es el ligar el tamaño de una población al tamaño de una economía, es decir, la determinación por la demanda potencial, una verdadera herejía para el “ofertismo” de todos estos años conservadores.

Para Blair, el mundo, que fue europeo durante varios siglos, está comenzando a dejar de serlo, y si nos atenemos a su lógica ello ocurrirá de una forma inevitable.

Sin embargo, ya hemos adelantado que esta lógica blairista es en buena medida tardía, que ha habido otras señales en el mismo sentido antes, y que fueron alertas tempranas del mutante curso de la historia, o si queremos, de la historia labrada como geografía (3).

Para ello debemos remontarnos hasta los momentos iniciales de este siglo, y más precisamente a un año emblemático, el 2001. En ese momento, James O’Neill, un economista de la casa financiera Goldman Sachs, escribió un documento, “Building better global economic BRICS”. James O’Neill fue el creador de este acrónimo (BRIC), resultante de la identificación de cuatro economías (en realidad, países) con un favorable destino o por lo menos de buenas perspectivas para su desarrollo. Estos países eran Brasil, Rusia, India y China.

La elección de estos cuatro países no era azarosa, contingente; todos representaban materialidades concretas: superficies extensas, poblaciones importantes, recursos naturales en cuantía y calidad. Los cuatro países, con un gran potencial de crecimiento sobre el desarrollo de sus mercados internos, representaban una contradicción flagrante con el modelo de crecimiento propuesto como ideal durante la década precedente.

El documento de O’Neill fue totalmente funcional al momento que se comenzaba a vivir; fue una lógica respuesta a la crisis de 1997, la “Crisis Asiática”, y comportó un repliegue respecto de los llamados “mercados emergentes”, tan distinguibles durante los años 90 (4).

De los mercados emergentes a los BRIC era algo más que un cambio nominal, era una acabada expresión de regreso de los sueños liberal-mercantiles de aquellos “años de oro” de la globalización.

1989

La globalización se constituyó en la ideología oficial durante la los años noventa, tras la “Caída del muro” (1989), hecho éste de una densidad política innegable.

Como idea, la globalización ya estuvo presente desde los años ochenta, atribuyéndose al profesor Theodore Levitt, de la Escuela de Negocios de Harvard, su paternidad, en 1983, a través de un trabajo cuyo título fue “La globalización de los mercados”. Sin embargo, como acabamos de señalar, “1989” es un acontecimiento que le permitió explotar su universalidad. Tamaña resonancia sólo pudo alcanzarse en el marco de una constatable debilidad conceptual, lo que no constituyó obstáculo alguno para su entronización como la idea vertebradora de la comprensión de la realidad.

Digamos que la proyección de este “concepto” ha tenido por víctimas directas a la historia y a la geografía, y sobre todo a esta última. Y por supuesto, globalización es la antítesis del imperialismo, fenómeno y concepto elucidado por V.I. Lenin a principios del siglo XX. Esta es la característica central de la presencia de este “concepto” noventista (5).

Para lograr una rápida, una sintética aproximación a los significados del término globalización podemos decir lo siguiente:

1) En primera instancia, implica una reducción drástica de la distancia geográfica, producto ello de una revolución científico-técnica transferida al campo del transporte y sobre todo de las comunicaciones. Este hecho supone la posibilidad abierta de una circulación casi ilimitada, irrestricta. Una figura habitual era la del aplanamiento de la Tierra. Thomas Friedman, con su “La Tierra es plana”, podríamos decir que casi es un reflejo tardío, un estertor de esta ofensiva ideológica (6).

La globalización significaba, entonces, la probable virtual “indiferenciación material” producto de la libre circulación de los factores de la producción, resultante ello de la casi instantaneidad alcanzada por el salto cualitativo tecnológico. En suma, las diferencias preexistentes eran susceptibles de ser superadas por la circulación continua del capital.

2) En segunda instancia, frente a esta arrolladora acción del vendaval tecnológico, habilitador de una circulación frenética, se alzaba la tensión entre el mercado (proactivo) y el Estado (reactivo). Frente a la posibilidad abierta de una libre circulación sólo la presencia de los Estados se erigía en la valla para la construcción de un mercado universal, global. Esta tensión es la que se manifestó desde los años setenta, que se corporizó en eso que se denomina “neoliberalismo”, y que podría resumirse en “menos Estado, más mercado”. Las propuestas de Reagan y Thatcher, en EE.UU. y Reino Unido respectivamente, fueron los mástiles para esta bandera mercantil (7).

Por supuesto que estamos ante una caricatura de caracterización de estos acontecimientos; sin embargo, este fue el terreno de una pretendida discusión intelectual, necesariamente ideológica sobre ellos.

La pretendida globalización y el supuesto neoliberalismo no han sido tales como se los ha descripto, explicado, conceptualizado. Ello no les ha restado capacidad de supervivencia e incidencia aún más allá de ciertos estrictos límites impuestos por la misma realidad.

1914

La geopolítica está de regreso. Y de tal forma que su presencia es casi asfixiante, hoy no hay tema que escape a su sobredeterminación.

Este apabullante presente es en realidad una manifiesta refutación de los supuestos significados de la globalización. Es, por tanto, de una importancia crucial, aunque sus derivaciones suelen pasar inadvertidas.

El “regreso” de la geopolítica es la forma que adquiere el también “regreso” de la geografía. Es la manifestación que adopta la reincidencia del factor geográfico a través de su vertiente más “humana”, es decir, como geografía política. La constatación de la existencia de recortes geográficos de ese mundo que se creyó, hasta el límite, un globo; recortes que poseen una identidad propia, presidida y labrada por la presencia de aparatos estatales.

Esto es lo que permite interpretar el “regreso” tanto de la geografía como de la geopolítica.

Pero esta vuelta briosa de la geopolítica fue acompañada por la reposición en escena de otro olvidado, el concepto de imperialismo. Puesto en vigencia por Lenin, a principios del siglo pasado en el convulsivo contexto de la Primera Guerra Mundial, tuvo un período de auge en la vida universitaria en las décadas del sesenta y setenta. A partir de allí, durante los conservadores años ochenta fue recluido y se tornó prácticamente invisible.

Tras casi dos décadas largas de destierro, de ostracismo, regresó con las intervenciones del imperialismo estadounidense en Medio Oriente. La segunda Guerra de Irak marcó el clivaje, y su “regreso” fue apurado por la reposición que de él hizo David Harvey en ese año 2003.

El imperialismo es, ante y por sobre todo, una forma de sobreacumulación, o mejor dicho, es una geografía de sobreacumulación. Es decir, es la manifestación más material de aquello que se llama ‘alta composición orgánica de capital’.

Como alta densidad concreta de capital, se trasforma en una propia traba para su reproducción ampliada. Esto es lo que torna al imperialismo en el principal factor desestabilizador de la realidad mundial. La exportación de capital es una necesidad, la exportación de sus contradicciones de conjunto, también. La caracterización de nuestra época, la del imperialismo, como una época de “guerras y revoluciones”, fue la aproximación dinámica que Lenin realizó para retratar de qué se trata este momento de la historia de la humanidad.

La Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial fueron dos grandes escenarios para esa caracterización leninista. La Primera Guerra, conocida como la Guerra Europea, dejó en pie las contradicciones del capitalismo imperialista europeo, aunque golpeó decisivamente a la periferia de la geografía imperialista europea. Europa Central, Europa Oriental y el Sudoeste de Asia y Medio Oriente fueron conmovidos por el desarrollo y desenlace de esta gran confrontación. Los desmembramientos de los Imperios Austro-Húngaro y del Imperio Otomano reconfiguraron dos regiones importantes para la evolución futura de Europa. A la par, la Revolución Rusa fue el cambio más importante que legó aquel conflicto, produciendo la primera expropiación al capital, arrebatandole una vasta geografía desde el mar Báltico al océano Pacífico. Una monumental amputación, con consecuencias que se arrastraron durante todo el siglo.

Dos décadas después se desarrolló la Segunda Guerra Mundial, una contienda de más de un lustro (1939-1945), que equivalió a una segunda vuelta de la primera gran conflagración. Pero la Segunda Guerra Mundial ya fue un enfrentamiento mundial, envolviendo a casi todo el hemisferio Norte en una encarnizada lucha.

De ella emergió el mundo bipolar, bajo la porfía entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Un mundo que alcanzó a sobrevivir algo más de cuarenta años. Esta guerra dejó al mundo “occidental” bajo la hegemonía estadounidense, así como la Unión Soviética extendió su influencia sobre Europa Oriental.

Como resultado de esta contienda también se generó la descolonización en escala de los contextos asiático primero y africano después. Esto como producto del fin de las esferas coloniales de las viejas potencias de Europa Occidental, fundamentalmente de Inglaterra y Francia. La nueva geografía política resultante, sobre todo en Asia, haría imposible el análisis de la realidad actual internacional si se la omitiera.

Un caso ejemplar, paradigmático, lo es China. Como un subproducto de la Segunda Guerra Mundial, a cuatro años de su dilucidación, de su definición, se produjo la Revolución China en octubre de 1949. Con ella, un espacio de más de ocho millones de kilómetros cuadrados y centenares de millones de habitantes, protagonizó la segunda amputación de la geografía del capitalismo. Y tras ello, en los siguientes años se producirían importantes cambios en el mapa político asiático: las penínsulas de Corea e Indochina fueron el epicentro de conflictos políticos abiertos, es decir, armados. En el caso de Indochina, la inestabilidad se extendió hasta mediados de los años setenta, cuando Vietnam pudo unificarse tras la victoria que Vietnam del Norte obtuvo sobre Vietnam del Sur, un régimen sostenido con ferocidad militar por los Estados Unidos. La caída de Saigón, capital de Vietnam del Sur, el 30 de abril de 1975, culminó la gesta definitiva de la emancipación vietnamita.

Toda esta remoción que generó la Segunda Guerra Mundial fue la base para un período de crecimiento sostenido y que abarcó desde el mismo fin de la confrontación en 1945 hasta los años 1973/74, momento de la llamada “Crisis del Petróleo”. Este período, conocido como el de los “Treinta Gloriosos”, fue una etapa de crecimiento y convergencia entre las tres geografías históricas del imperialismo. Este movimiento “virtuoso” tripartito se sustentó en la indisputada hegemonía estadounidense tras la victoria aliada en la guerra de 1939 a 1945. Con la derrota de sus oponentes (Alemania, Japón e Italia) y la victoria asociada pero pírrica de sus aliados (Gran Bretaña y Francia). Con Europa Occidental y Japón como laderos, EE.UU. constituyó lo que podríamos denominar como el bloque occidental, dentro de lo que se llamó el conflicto Este/Oeste.

Ese cuarto de siglo de recuperación de la economía capitalista se basó en la destrucción del capital sobrante que generó la guerra, así como también en la generación de un orden claramente establecido alrededor de la jefatura estadounidense y del entrelazamiento de las tres sedes históricas del capitalismo imperialista, consecuencia de la conjunción de lo primero y lo segundo.

En suma, el Orden de Posguerra (o Pax Americana) gozó de un cuarto de siglo de plena recuperación, hecho que se torció a partir de fines de los años sesenta, tomándose como bisagra a la “Crisis del Petróleo”.

1973

La crisis de los setenta quebró el orden económico de posguerra. La economía mundial había alcanzado un nuevo límite, producto de la rápida reconstitución de las geografías imperialistas subordinadas a los EE.UU., las de Europa Occidental y el Japón. Fue lo que definimos en su momento como la “tripolaridad” (8). Esta caracterización era precisamente la expresión de este límite alcanzado. Los aliados imperialistas de EE.UU. comenzaban a dar muestras de que podían ser antagonistas comerciales.

En este marco EE.UU. rompió el acuerdo de Bretton Woods, dando inicio a una política devaluatoria del dólar que, hasta aquí, había sido el ancla de un sistema de tipos de cambio fijos presidido por la divisa estadounidense a su vez atada al oro. Este esquema monetario es el que permitió, entre otras cosas, el contexto de recuperación de la Posguerra. Esta ruptura unilateral del acuerdo de Bretton Woods fue acompañado de un acuerdo ‘secreto’ estadounidense-saudita, a través del cual el mercado petrolero quedaba unido al dólar. De esta manera, la demanda del dólar quedaba asegurada, y mucho más cuando el precio del petróleo asistió a un alza inusitada tras la crisis petrolera del año 1973.

Toda la década del setenta será recordada por un proceso inflacionario y una tendencia al estancamiento, lo que se conoció como “estanflación”. También esos años estuvieron signados por un notorio pesimismo sobre el futuro de los EE.UU., alcanzando este clima un momento culminante en el segundo lustro de esa década, coincidiendo esto con el gobierno de James Earl Carter y los acontecimientos políticos de magnitud de las Revoluciones Islámica en Irán, la Nicaragüense y la invasión de Afganistán por parte de la URSS, acaecidos durante el año 1979.

De conjunto, la situación pareció cambiar de curso cuando se produjo el acceso al gobierno de los conservadores en Londres y de los republicanos en Washington.

El conjunto de las áreas imperialistas se hallaban en una situación de sobreacumulación. Y la respuesta adquirió dos dimensiones. Una “geográfica”, otra económico-política. La “geográfica” es la que se conoció, en los años ochenta como “globalización”, la económico-política es la que se caracterizó como “neoliberalismo”

Ni la “globalización” ni el “neoliberalismo” han significado lo que se ha dicho de ellos como procesos. La “globalización” no fue la unificación absoluta del horizonte geográfico, en tanto que el “neoliberalismo” no ha sido una retirada del Estado de la realidad económica, política y social. Muy por el contrario, sostenemos que la ‘nacionalización’ del capital y la intervención estatal concomitante han sido y son signos vitales de esta época. El “retorno” del imperialismo y de la geopolítica es una acabada muestra de todo ello.

Este período de “globalización”, que podría ubicarse entre la crisis de los años setenta y la actualidad, o más precisamente hasta los años 2008/2011, ha estado jalonando por sucesivas crisis económicas de envergadura. A modo de aproximación primaria diremos que las crisis de 1987 (colapso de Wall Street), de 1997 (Asiática) y 2008 (quiebra de Lehman Brothers) han determinado el curso de los acontecimientos. Cada una de ellas fue dándole forma a la etapa, constituyendo cauces para el desarrollo del ciclo económico.

Estos momentos determinantes no han permanecido al margen de los virajes políticos, y en este aspecto un elemento crucial para la época fue la “Caída del Muro”, hecho de una magnitud histórica, acontecido en 1989, y que puso en crisis al orden político de la Posguerra, desencadenando una ofensiva geopolítica estadounidense que marcó a fuego la década siguiente, conocida como el decenio de la globalización por antonomasia (9).

Como anotación mínima al respecto, cabe recordar el asalto a Panamá a fines de 1989, una acción dedicada a definir claramente la decisión, voluntad y descaro de los EE.UU. para hacer cumplir sus órdenes en la región. Una señal inequívoca, adentro y afuera de América Latina. Esta acción internacional ‘ejemplarizadora’ fue continuada el año siguiente 1990/91, cuando EE.UU. al frente de una coalición internacional intervino en Kuwait para poner fin a una corta ocupación de ese país por parte de Irak. Esta intervención fue un precedente importante para una larga intervención en los Balcanes, proceso que se extendió durante toda la década del 90 y finalizó con el desmembramiento de la antigua Yugoslavia. El antecedente balcánico fue muy importante, ya que fue el punto de partida de una directa intromisión en el Cáucaso primero, y luego, definitivamente, en Medio Oriente todo y Asia Central (10).

Todas estas acciones no podían pasar inadvertidas. En términos geopolíticos representaban un pronunciado avance sobre el espacio periférico inmediato de la recientemente extinta URSS, una intervención que se montaba sobre evidentes y recurrentes problemas locales y regionales que se habían agudizado precisamente en el contexto del desvanecimiento del anterior “chaleco de fuerza” que había implicado la Guerra Fría.

La “globalización” es planteada como una abierta competencia por el mercado mundial, un mercado ‘global’, virtualmente accesible desde todos los confines del planeta. Esta idea es un absurdo geográfico per se, sin embargo, ello no fue un obstáculo, ni mucho menos, para que esta peregrina idea se difundiera casi universalmente. La realidad, empero, a poco de ser observada y analizada es rotundamente negadora de este credo vulgar.

La era de la “globalización” ha sido en términos de comercio internacional, por su parte, un momento de regionalizaciones defensivas por parte de los tres imperialismos históricos. EE.UU. a través del Tratado de Libre Comercio para América del Norte es un ejemplo claro de esta tendencia. No menos clásica es la experiencia de la integración europea, que en los setenta y los ochenta alcanza a conformar la totalidad de su forma integrativa, antes de los años noventa. El caso del Japón tampoco escapa a esta manifestación de “regionalismo imperialista”, claro que lo hace desde una posición de mayor vulnerabilidad geográfica. El Japón montó un puente exportador mediante la utilización de los “Tigres”, al no poder escapar a la determinante demanda del gran mercado estadounidense (11).

Estas regionalizaciones, esgrimidas como procesos de complementariedad progresiva, no han podido eludir el mar de contradicciones que emergen de las entrañas del capitalismo imperialista.

La crisis del año 2008, finalmente, ha reforzado las insalvables limitaciones de las formaciones imperialistas, con tendencia a la agudización de los conflictos producto de las instancias diferentes del desarrollo desigual y combinado, expresión última de una geografía imperialista. Algunas manifestaciones de estas limitaciones son, por ejemplo, el papel de trampolín no deseado de México para el mercado norteamericano, que ha sido penetrado por inversiones asiáticas, que por intermedio del país azteca acceden al mercado estadounidense. En el caso europeo, la moneda única, el euro, se ha constituido en ‘chaleco de fuerza’ que las economías más débiles de la zona no logran sobrellevar. A la par que la “Caída del Muro” facilitó y abrió un frente industrial alternativo en Europa Oriental, promoviendo una nueva división territorial del trabajo, alrededor de la locomotora alemana.

Mientras tanto, la escena asiática, mucho más compleja, y que recibió fuertes presiones por parte de EE.UU. dirigidas a comprimir al capitalismo nipón, dio por resultado, al cabo de la década del noventa, el ascenso incontenible de China.

2001

El siglo debutó con una abierta intervención estadounidense en Asia Central y Medio Oriente. El atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fue la puerta de entrada a una larga década de una ofensiva político-militar. Las guerras de Afganistán y de Irak, esta última en su segunda versión, descubrieron el velo nuevamente acerca del significado profundamente político de una acción militar. Los regresos de Clausewitz y de Lenin fueron necesarios, y el imperialismo hizo también su reaparición en la discusión académica, por lo menos en sus sectores más comprometidos (12).

La acción del año 2001 en Afganistán, que fue inmediatamente seguida tras al atentado de Nueva York, también se llevó a cabo en el contexto de una crisis económica importante conocida como la crisis de las empresas punto.com, las llamadas “empresas tecnológicas”, herederas de la vorágine de los años noventa y de la “Guerra de las Estrellas” de los ochenta, el monumental gasto en defensa de Ronald Reagan a comienzos de aquellos años. Esta crisis de las punto.com fue entonces el telón de fondo de una gran ofensiva sobre una región estratégica para el sistema mundial. Al cabo de dos décadas, tanto Afganistán como Irak no han recuperado la estabilidad estatal y las fuerzas estadounidenses aún mantienen una presencia de tropas, un objetivo primordial de su acceso por la vía de las armas en dicha región.

Esta gran etapa, que devolvió a la geopolítica a la discusión, tuvo un primer límite en la nueva crisis económica de los años 2007/2008, una crisis financiera profunda, que puso en peligro la estabilidad de las principales firmas financieras y bancarias cuando se produjo el derrumbe de los precios inmobiliarios, y que en buena medida le dio el nombre al fenómeno, al que se denominó la crisis de las hipotecas sub-prime. Esta crisis, que se manifestó en el corazón del capitalismo desarrollado, obligó a una intervención desnuda de los Estados, intervención que fue abierta, rotunda, para lograr el salvataje de los grandes actores económicos jaqueados.

De pronto, el “neoliberalismo” pareció quedar al descubierto para aquellos que habían creído en una antítesis entre el Estado y la economía de “libre mercado”. Un credo que está bastante extendido, en el que abrevan por diferentes razones o motivos tanto conservadores como progresistas.

Este desvelamiento estuvo en la base de una corriente de descontento que atravesó todo el capitalismo central, preparando el terreno para una segunda vuelta del “populismo”, ya no como había ocurrido tras la crisis asiática en América Latina preponderantemente, sino que ahora surgía en las adyacencias mismas de los países imperialistas. Los países de la Europa del sur, primero, y luego en los países de Europa Oriental, fueron casos paradigmáticos de este momento de desasosiego (13).

Esta ola de descontento fue el preámbulo del Brexit británico y del acceso de Donald Trump al gobierno estadounidense, dos experiencias cabales del ingreso del capitalismo central a la ola “populista” de la periferia de fines de los noventa y principios del siglo.

La gestión de Obama debió asumir en plena crisis del año 2008, una crisis económica seguida de esta ola de manifestaciones de hastío respecto de lo que se ha definido como “neoliberalismo” o que en términos de EE.UU., podría denominarse “populismo de Wall Street”, una caracterización irónica más cercana a la racionalidad del “neoliberalismo” (14).

Este creciente descontento en el hemisferio norte fue el preludio, un antecedente inmediato, a los cambios en política exterior estadounidense, que terminó por darle nueva forma a la creciente confrontación en el campo internacional (15).

En el caso de EE.UU., país rector de la política internacional, la crisis fue encarada con una modificación no menor en sus lineamientos. La secretaria de Estado de Barack Obama, Hillary Clinton, dio luz en 2010 a un nuevo enfoque estratégico de la política exterior estadounidense (16).

El centro de gravedad de los esfuerzos estadounidenses se mueven ahora hacia el este, hacia el Pacífico, o más directamente, hacia China. Esta nueva línea, condensada definitivamente en el año 2011, pone a China como directo contendiente o desafiante del poder norteamericano. Desde ese momento, EE.UU. intenta resolver su encallada participación en Medio Oriente y pasar a tejer su nueva malla para contener la expansión china en Asia (17).

La estrategia de Obama fue simple en su forma, pero profunda y compleja en su materialización: los acuerdos Transatlántico y Transpacífico y el acuerdo nuclear con Irán (2015). Esa apuesta decisiva pasaba por relanzar su asociación con sus aliados imperialistas de Europa Occidental y de Asia y, en el movimiento más audaz, anclar a Irán dentro del tablero de contención imaginado de Medio Oriente, a la vez que limitarlo en su desarrollo nuclear.

La hora de la “desglobalización”

Los lineamientos de la gestión demócrata, tras la derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump, fueron revisados. Donald Trump entonces revocó la estrategia de los demócratas, una estrategia que llevaba casi una década de desarrollo; congeló los acuerdos con sus socios históricos y repudió el acuerdo con Irán (18). Sin embargo, más allá de ciertas derivas discursivas, sí dio continuidad al enfrentamiento con China.

La guerra comercial ha sido el aspecto más visible, pero no deberíamos creer que estamos frente a una simple desavenencia comercial, mercantil. El brote extendido, incontenible, de geopolítica demuestra que estacontienda llegó para quedarse (19).

Hacienodo una macrolectura, la “globalización” debe ser vista, comprendida como un momento de aceleración de la internacionalización, a caballo de una renovada puja interimperialista a partir de la crisis de los años setenta y, sobre todo, tras el desmoronamiento de la URSS, hecho este último que asemejó la situación internacional a la unipolaridad. Esta situación, empero, que duró muy poco tiempo, diríamos que apenas una década corta, dio lugar a una ofensiva político-militar de amplio alcance geográfico (de los Balcanes a Asia Central), que se empantanó en Asia (20), de la que emergió la gran contienda, entre la continentalidad China como estrategia (21) (22) (23) frente a la insularidad táctica de los EE.UU. de Trump (24).

Notas

1) La pandemia covid 19, por ejemplo, es una manifestación vívida de esta nueva situación que atraviesa el sistema internacional. Es que el covid 19 golpea a la economía mundial particularmente fuerte porque llegó durante una mega batalla geopolítica. Innumerables artículos aseveran este hecho y especialmente esclarecedoras son las posiciones sobre ello de los principales voceros del establishment periodístico mundial. Al respecto pueden verse las afirmaciones de The Economist (2020), Le Monde (2020) y Der Spiegel (2020).

2) “A partir de la crisis financiera internacional 2008/2009, el comercio global ha crecido menos que el PBI mundial (1,5% anual vs. 3,5% por año en 2015) y China ha profundizado su condición de primera exportadora global (12% del total) y de la mayor potencia comercial del mundo (su relación comercio global/PBI es 75%). En este mismo período, el valor que tenían sus exportaciones en sus ventas externas (comercial trade) ha disminuido 30 puntos. Era 60% en 1995 y cayó a 35% en 2016. (…) La novedad histórica es que China ha comenzado ahora a desplegar una plataforma terrestre para su intercambio global, integrando la masa euroasiática desde el noroeste de la República Popular hasta Alemania, recorriendo en forma inversa el camino de Marco Polo en el siglo XIII. La integración mundial del capitalismo se ha realizado vía marítima en los últimos 200 años a través de las sucesivas hegemonías británica y norteamericana. De ahí que la incorporación de China al sistema capitalista global haya ocurrido en forma subordinada, a través de la eficacia de las cañoneras del Reino Unido en la “Guerra del Opio” (1839/1842). Ese papel subordinado ahora ha desaparecido, salvo en lo que se refiere a la utilización de los mares para sus exportaciones destinadas al capitalismo avanzado. El transporte marítimo es el resto de sometimiento que aún experimenta la República Popular (…) El capitalismo no es una cosa, sino una relación y el mercado no es un espacio finito, sino un entramado de inversión y consumo que se sustenta en la infraestructura. El hinterland de China en el siglo XXI es la economía global, y su principal vía de acceso en los próximos 10/15 años es a través de la masa euroasiática, atravesada e integrada por la “Ruta de la Seda”. Todo indica que China vuelve a ser el “Imperio del Medio” del siglo XXI, el nuevo centro y eje de la economía global” (Castro, 2017).

3) Véase Gejo, Keegan y Rebottaro (2016).

4) Para una introducción a la serie de crisis económicas pos 1970 puede verse Gejo, Keegan y Rebottaro (2017).

5) Véase Jorge Beinstein (1999).

6) “La tierra es plana: breve historia del siglo XXI” es el título del libro del periodista estadounidense, columnista del diario New York Times, cuya publicación en el año 2005 fue una especie de ‘canto del cisne’ de la globalización. Su ideología era abiertamente antigeográfica y resumía el conjunto de lugares comunes de los años noventa.

7) Los años setenta significaron una década de crisis, jalonados por dos crisis petroleras, las de 1973 y 1979, las dos a su vez marcadas por acontecimientos políticos en Medio Oriente. La primera, la de 1973, por la guerra de octubre de ese año entre Israel y Egipto y Siria. Y la segunda, la de 1979, por la Revolución Islámica en Irán. Pero fuera del escenario de Medio Oriente estos años se cargaron del significado impuesto por la llamada “Revolución Conservadora” acaecida, sobre fines de esa década, en el Reino Unido y en los Estados Unidos. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los abanderados de esta nueva épica derechista que sobrevino al predominio de los gobiernos laborista y demócrata de aquellos años. Con una supuesta renovación en términos de política económica inauguraron para los países imperialistas lo que finalmente se rotuló como “neoliberalismo”.

8) Véanse Gejo (1995) y Gejo y Berardi (2013).

9) Joseph Stiglitz es uno de los primeros economistas del establishmente que realiza un balance negativo de la década por excelencia de la “globalización”. Un académico de prestigio, que pasó por varias y representativas instituciones universitarias de los Estados Unidos. Fue también asesor del presidente W.J. Clinton y además premio Nobel de economía en el año 2001. Con sus críticas al Fondo Monetario Internacional marcó un giro por aquella época, en sintonía con los acontecimientos que se generaron por la crisis económica, social y política que atravesó Amércia Latina luego de la crisis asiática de 1997. “El malestar en la globalización” (2002) y “Los felices 90: la semilla de la destrucción” (2003) son dos títulos que grafican elocuentemente su posición.

10) “La guerra de los Balcanes, Afganistán, Irak, el Cáucaso, Palestina y diversos países de Africa ha inaugurado una etapa de guerras imperialistas de alcance internacional, que refutan por completo la pretensión universalista de la “globalización”, su carácter idílico, o sea puramente “económico” y “pacífico”, o la “naturalidad” de la supremacía del capitalismo en la presente etapa histórica. El derrumbe “práctico” e ideológico de la “globalización” se expresa en el resurgimiento de sus expresiones formalmente opuestas, como la del “choque de civilizaciones”, la necesidad de “las construcciones nacionales” o la especie del  ́terrorismo internacional ́ como una guerra mundial que no se presenta como un enfrentamiento entre estados. Esta nueva oleada de guerras es apenas la etapa preliminar de un nuevo período de matanzas. Ella es, antes que nada, una expresión eminente del empantanamiento del capital. No involucra solamente una rivalidad comercial relativa al petróleo y a los mercados de materias primas del Asia central. Es una manifestación irrefutable de que la restauración capitalista es un proceso de violencias y de guerras. Su hilo conductor la lucha por la conquista económica y política del espacio dejado por la disolución de la Unión Soviética y por el control de la restauración capitalista en China. La hegemonía de la restauración capitalista por alguno de los bloques en disputa desequilibraría decisivamente las relaciones de fuerza entre las distintas potencias imperialistas. La lucha por la conquista de los mercados orientales de Europa y de Asia tiende a transformarse, por este motivo, en una lucha interimperialista sin paralelo en la historia. Esta lucha interimperialista, expresión de una crisis enorme en las relaciones entre las clases dentro de todos los estados, deberá potenciar las crisis y las luchas entre las clases en todas las naciones, incluidas las semi-colonias” (Altamira, 2004).

11) El 22 de septiembre de 1985, en la ciudad de Nueva York, se celebró el Acuerdo Plaza. Lo suscribieron las cinco naciones más industrializadas: EE.UU., Japón, Alemania, Reino Unido y Francia. Este acuerdo, en lo fundamental, tendió a depreciar al dólar respecto del yen japonés y el marco alemán. Con ello se puso fin a una política que desde fines de los setenta había promovido una defensa del dólar, hecho que caracterizó al primer gobierno de Ronald Reagan. Con un déficit comercial y un déficit fiscal abultados, a mediados de los ochenta la administración Reagan produjo un viraje respecto de esa política inaugurada por Paul Volcker en las postrimerías del gobierno de James Earl Carter. Las consecuencias inmediatas de esta nueva situación se verificaron tanto en Europa Occidental como, sobre todo, en el este de Asia. Precisamente aqui, el Japón debió acelerar su trasvasamiento industrial hacia su entorno inmediato, el de los nuevos países industrializados, Corea del Sur, Taiwán, Hong-Kong, Singapur, Malasia y Tailandia, los popularmente conocidos como “Tigres”. Para una mejor comprensión de este proceso puede consultarse el trabajo de Halevi y Lucarelli (2002).

12) En el año 2003 el geógrafo británico David Harvey publicó “El nuevo imperialismo”. Con esta obra, originalmente editada por Oxford, un año después traducida al castellano por Akal, podemos decir que se da reinicio al tratamiennto extendido del concepto de imperialismo en el ambito universitario.

13) En Grecia, por ejemplo, se vivieron dos años de fuertes convulsiones entre el 2010 y el 2012 fundamentalmente. Fue una reacción extendida a la crisis de deuda que el país enfrentó, o mejor dicho, a las políticas de “austeridad” o “ajuste” como las conocemos aquí en América Latina.

Durante el año 2011, asimismo, estallaron dos movimientos de protesta. En España los “Indignados”, un proceso que duró casi un lustro y que enfrentó a las políticas que en la Unión Europea se prescribieron para aquellos países que fueron arrastrados por la crisis internacional de 2008/2011. Las politicas “austeritarias” fueron sindicadas como las “terapias de choque” de los sectores financieros en el control de los gobiernos de esos países.

Por último, vale citar aquí al movimiento “Ocuppy Wall Street”, que en septiembre de ese mismo año 2011 escenificó un otoño caliente en los EE.UU. Este movimiento debe enmarcarse en este proceso revulsivo internacional, producto de los padecimeintos por parte de la población de las consecuencias de la crisis mundial y de las políticas que llevaron a ella y cómo la enfrentaron. El genérico “neoliberalismo”, entonces, se constituyó en el blanco de los sectores movilizados por la crisis y los “ajustes” que le sucedieron. En el plano de la política institucional electoral las consecuencias se observarían poco tiempo después.

14) “Si el año pasado estuvo marcado de principio a fin por el ominoso estallido de la crisis económica, cuya evidente inminencia tantos negacionistas se empeñaban en acallar, este año que ahora termina ha estado presidido por la lucha contra la crisis. Una lucha que finalmente parece haberse visto coronada por el éxito, a juzgar por el rally alcista de las bolsas, que cierran el ejercicio con subidas estratosféricas desde los mínimos de marzo. Por lo tanto, si semejante interpretación fuera acertada, éste sería el mejor momento para empezar a pedir cuentas, exigiendo responsabilidades tanto a quienes permitieron que la crisis se formase como a los que se han beneficiado de su presunta resolución. El diagnóstico dominante en los medios sostiene que la crisis se formó porque, en ausencia de supervisión y control estatal, la irracional desregulación de los mercados financieros los condujo al desastre. Y en ese punto de inflexión, cuando la burbuja especulativa pinchó y los capitales huyeron en estampida presos de un ataque colectivo de pánico, la única solución posible fue regresar al viejo keynesianismo interventor, pasando los mercados a ser controlados directamente por los Estados, que para poder salvarlos tuvieron que inundarlos con masivas inyecciones de gasto público deficitario. En suma, el neoliberalismo sería el gran culpable, o al menos el principal causante, y el ya casi olvidado keynesianismo, teóricamente superado por aquél, habría sido la única salvación. Pero si esta interpretación oficial resulta paradójica, mucho más lo parece su traducción política. Pues ¿cómo se entiende, entonces, que los representantes socialdemócratas del keynesianismo pierdan todas las elecciones, saliendo derrotados como los grandes perdedores de la crisis, mientras los representantes conservadores del neoliberalismo quedan victoriosos, imponiendo por doquier su virtual hegemonía? Una posible explicación es que el keynesianismo aplicado hoy ya no es aquel keynesianismo público, progresivo y reformista que presidió la edad de oro de la socialdemocracia en los años sesenta, sino que se trata de un keynesianismo completamente distinto, por su carácter a la vez privado, conservador y reaccionario. Un keynesianismo de derechas, para entendernos, pues no beneficia a las rentas del trabajo sino a las rentas del capital. De ahí que haya logrado imponer una salida de la crisis de tipo restaurador, de acuerdo al célebre efecto Lampedusa: es preciso que todo cambie para que todo siga igual. Es la única conclusión que puede extraerse de la práctica de un keynesianismo estatal que privatiza los beneficios y socializa las pérdidas, contribuyendo no a reformar sino a restaurar la financiarización de la economía. Pero esta práctica derechista del keynesianismo privatizado, restaurador de la tasa de beneficios del gran capital, no es nueva en absoluto, pues ya la acometió mucho antes Hitler en los años treinta, y luego Reagan en los ochenta, que es precisamente cuando se sentaron las bases de la actual dominación financiera. Pues más allá del keynesianismo militarista que hoy inspira a Bush y también a Obama, haciendo del gasto en defensa el gran motor de la demanda agregada, la clave real de este nuevo keynesianismo financiero es hinchar la demanda mediante el endeudamiento crediticio” (Gil Calvo, 2009).

15) Desde el año 2008 se constata una continua recuperación de la iniciativa rusa. Primero en Osetia del sur, ese mismo año. Luego en Chechenia, en el 2009. Estas enérgicas respuestas en el Cáucaso fueron el preanuncio de Crimea en el 2013 y la llegada al teatro sirio en el año 2015.

En paralelo, África del Norte y Medio Oriente se vieron sacudidas por una serie de movilizaciones y levantamientos populares que inestabilizaron a varios países. Se ha conocido a este período como el de la “Primavera Árabe” y abarcó de 2010 a 2012 aproximadamente. Estos últimos acontecimientos están en la base del giro que la adminsitración Obama le imprime a su estrategia de política exterior.

16) “La política militar norteamericana ha iniciado un cambio histórico que le lleva a potenciar su proyección en Asia (…) Después de todo, el centro global de gravedad está virando hacia la región de Asia-Pacífico, vinculando más estrechamente aún la prosperidad y la seguridad futuras de Estados Unidos a esta región de rápido crecimiento. Al mismo tiempo, un creciente gasto militar, desafíos a la seguridad marítima, amenazas no tradicionales que van desde la piratería hasta el terrorismo y la destrucción generada por los desastres naturales, hacen que el contexto de seguridad de la región sea más complejo. Por estas razones, el Departamento de Defensa de Estados Unidos está llevando a cabo un reequilibrio del interés y la postura estratégicos de Estados Unidos frente a la región de Asia-Pacífico (..) Estados Unidos es y siempre será una nación del Pacífico. Ha peleado y derramado sangre preciosa para darles a los países de la región de Asia-Pacífico la oportunidad de alcanzar la prosperidad y la seguridad. Seguimos comprometidos con mejorar las vidas de todos aquellos que son parte de la familia de naciones del Pacífico. El objetivo del reequilibrio es cumplir con ese compromiso con el sueño de un siglo XXI mejor y más Seguro” (Panetta, 2013).

17) A partir del año 2011 EE.UU. va a forzar la situación en África del Norte y Medio Oriente. A través de una intervención manifiesta produjo un cambio de régimen en Libia y dio inicio a una larga intervención en Siria, tratando de deshacerse del gobierno de Bashar al-Äsad. El estado libio, tras la muerte de Muamar el Gadafi, concluyó en una organización estatal fallida, en disputa, con una abierta puja entre potencias por el control de su destino. La intervención en Siria, en tanto, facilitó la expansión del Estado Islámico, la instauración de un régimen transitorio de éste asentado en el interior de Siria e Irak y finalmente condujo a la respuesta en el terreno de Rusia, produciéndose entonces el vuelco del conflicto sirio y el aplastamiento del Estado Islámico.

18) Un momento importante, probablemente determinante en la evolución futura de la situación en Medio Oriente, ha sido el magnicidio del 3 de enero de este año en Bagdad, la capital iraquí, de Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds, una unidad de élite de la Guardia revolucionaria Islámica. Esta acción, que fue un claro acto de bandidaje internacional, ha constituido un “cruce de líneas rojas” por parte de EE.UU. y sólo puede concebirse en el marco de una decidida acción de provocación mayúscula. Su objetivo, llevar la relación con Irán a un punto de no retorno, dando un salto en la ofensiva estadounidense abierta en el año 2018 con el repudio del acuerdo nuclear que la administración Obama había firmado.

19) La política exterior estadounidense, amparada en el 2001, se volcó a una acción enérgica, forzando una intervención en Medio Oriente y Asia Central. El objetivo declamado fue la lucha contra el fundamentalismo islámico encarnado en Al Qaeda. Tras los sucesos de 2011 (muerte de Osama Bin Laden en Pakistán), la política estadounidense viró al supuesto combate al Estado Islámico, un producto éste de la invasión estadounidense a Irak. Pero a la par de ella, el cambio efectivo de estrategia de defensa producido ese mismo año 2011, ubicó a China como principal desafío futuro del país norteamericano. Con Donald Trump, esta política antichina se ha visibilizado abiertamente. Al cabo de poco más de una década, los EE.UU. han sincerado los verdadaderos propósitos de su predatoria actividad internacional desde el año 2001 en adelante.

20) Véase Beinstein (2016).

21) La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) es un bloque político y económico fundado por China, Rusia, Kazajistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán el 15 de junio de 2001. Su antecedente inmediato fue el Grupo de Shanghái o Grupo de los 5, conformado por todos los países mencionados menos Uzbekistán, en 1996. Actualmente también se encuentra integrado por India y Pakistán, dos potencias nucleares, desde el año 2017 (Sitio web oficial de la OCS, 2020).

Esta asociación estratégica se sustenta en la integración euroasiática y se basa, fundamentalmente, en el tándem ruso-chino como su pilar más importante. Es la organización geopolítica más grande, en términos de superficie y población, del mundo, y también, la más dinámica (Bleitrach, 2008).

El acercamiento político de estos países se materializa en la conjunción de algunas instituciones e iniciativas de gran relevancia. La OCS mantiene un enlace permanente con la Unión Económica Eurasiática, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el Banco de Desarrollo de los BRICS y la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida como Rutas de la Seda (Escobar, 2017).

22) Hacia fines del año 2013, Xi Jinping dio a conocer los lineamientos del proyecto de política exterior chino denominado la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, en relación a la “Franja Económica de la Ruta de la Seda” y la “Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI” (Xinhua, 2016).

Ferdinand von Richthofen, geógrafo alemán, introdujo el término “Ruta de la Seda” en 1877 para referirse al conjunto de caminos de miles de kilómetros que unían China y Europa a través de la ciudad de Constantinopla hace dos mil años (Polo, 2013). En estos términos, las “Nuevas Rutas de la Seda” constituirían la versión moderna de esos antiguos trayectos comerciales.

El plan estratégico de China consiste, fundamentalmente, en complejas redes de transporte, comunicaciones e infraestructuras repartidas por los cinco continentes (Liy, 2015; 2018), aunque el interés geográfico principal es, sin dudas, el megacontinente euroasiático.

En la actualidad, China ha firmado 200 documentos de cooperación con 138 países para desarrollar las Nuevas Rutas de la Seda (Sitio web oficial de la Franja y la Ruta, 2020). Sin embargo, la ausencia de las potencias occidentales indica un desacuerdo explícito.

23) El plan Made in China 2025, presentado en el año 2015, se basa en apuntalar 10 sectores manufactureros clave de China (nuevas tecnologías de la información, biomedicina, transporte por ferrocarril, robótica, entre otros), con el fin de que las empresas nacionales obtengan la supremacía en el mercado interno y puedan competir internacionalmente (Hornby, 2018).

Esta serie de avances técnicos y científicos en la industria china pretende cambiar la producción masiva de productos baratos por otros de mayor valor añadido (Fontdeglória, 2015).

Desde el punto de vista geopolítico, Made in China 2025 representa un programa destinado a reemplazar a Estados Unidos como la superpotencia tecnológica dominante en el siglo XXI (Castro, 2020). Uno de los ejemplos más patentes de esta situación remite a la dependencia de la industria militar norteamericana de componentes vitales fabricados en China (Yepe, 2018).

24) “No creo que, en este sentido, China pueda obtener grandes réditos de la crisis coronavírica, aunque suplantará comercialmente a los Estados Unidos en los próximos años. Pero es un escenario que ya se estaba dibujando antes de la pandemia. El mundo entero desconfía de China por su sistema político autoritario y su papel en el nacimiento del virus (…) Hay otro elemento que hay que tomar en cuenta: existe una demanda por parte de los países occidentales de liderazgo de los EE.UU., no de China. Pero es una demanda frustrada por la política de destrucción del sistema de alianza occidental determinada por la política aberrante e histriónica de Donald Trump. Este terrorífico estado de cosas podría cambiar si este mandatario pierde las elecciones. Aunque, en el fondo, sobre los grandes ejes estratégicos, no haya grandes diferencias entre Republicanos y Demócratas” (Naír, 2020).

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