Gabriel Merino
31/12/2020
Desde 2014 América Latina es la región que menos crece en el mundo. Según datos del Banco Mundial, la región a partir de 2010 entró en un tobogán para deslizarse hacia una situación de estancamiento estructural que lleva siete años.
Un elemento central para entender este proceso es la caída del precio de las materias primas, agudizada especialmente a partir de 2013-2014, que disparan el fenómeno de la llamada “restricción externa” y exacerban las tensiones de las economías dependientes.
Según el índice de elaborado por Bloomberg, hacia el 2015 el valor de las materias primas se encontraba por debajo del nivel de 2002, cuando tenían un precio muy bajo y se produjeron una sucesión de crisis en América Latina. El índice va de 88,3 en 2002 a un pico de 233 en 2008, en pleno súper-ciclo del precio de las materias primas que quiebra momentáneamente los términos desiguales del intercambio, antes del estallido de la crisis financiera y económica global. En 2009, el índice de materias de Bloomberg cae a casi 100, se recupera con un nuevo pico en 2011 (aunque mucho más bajo que el anterior y no llega a 200), para descender en 2015 a 81,6 y a 75,2 en enero de 2016. Sin embargo esta caída no es homogénea, ya que caen los productos agropecuarios e hidrocarburíferos, pero se mantienen algunos minerales ligados a la demandante industria china.
Si lo vemos en dólares del año 2000 (para descontar la inflación de Estados Unidos) el panorama resulta claro: la soja en marzo del año 2000 estaba en Chicago 221 dólares la tonelada y en enero de 2020 se ubicó en 253 dólares del año 2000 (que se corresponden con 387,05 dólares corrientes). En el caso del maíz, el precio era de 95,05 dólares la tonelada en enero del 2000 y 112,28 en enero de 2020 (171,79 a dólares corrientes).
En cambio, el caso del cobre es completamente distinto. EN marzo del año 2000 el precio de la tonelada era de 1739,39 dólares y en enero de 2020 $3941,83 (6031,21 a dólares corrientes). Si esta relación la trasladásemos al precio de la soja a dólares corrientes equivaldría a 766,87 dólares la tonelada. Es decir, equivalente al superprecio de los años con Argentina creciendo a “tasas chinas”. Ahora, con el precio del cobre en 7793 dólares la tonelada, el precio de la soja equivalente sería de 990.08 dólares la tonelada. Hoy se festejan los 477 dólares la tonelada.
Tasa de crecimiento entre los años 2000 y 2019 en países y regiones seleccionadas. Fuente: elaboración propia en base a datos del Banco Mundial.
Por eso Chile y Perú –respectivamente, el primero y el segundo productores de cobre del mundo—, tuvieron otro margen para continuar creciendo durante estos años. Pero también de ello se desprende que es tal el nivel de regresividad y desigualdad del modelo chileno, que a pesar de esas inmejorables condiciones económicas internacionales, terminó estallando en octubre del año pasado y se encuentra en pleno proceso insurreccional.
Ello demuestra, una vez más, que crecimiento no significa ni desarrollo ni justicia social. La cuestión es dónde se realiza y cómo se distribuye esa riqueza generada en el sector primario exportador, quién/es controlan dicho proceso productivo (propiedad) y en qué medida existen complejidades productivas nacionales encadenadas hacia arriba o hacia abajo del núcleo exportador. También, en qué medida esa competitividad relativa en el sector exportador permite sostener otras actividades menos competitivas en el mercado mundial pero que generan empleo y mayor diversidad y capacidad económica nacional.
Presiones y pujas geopolíticas
Pero además de la caída del precio de las materias primas, a partir de 2010-2011 resulta clave observar el cambio que se produce en el escenario político-estratégico mundial. Este lo podemos conceptualizar como el inicio de los antagonismos entre las fuerzas unipolares del Norte Global con Estados Unidos a la cabeza y las fuerzas multipolares que llevan adelante estrategias para democratizar la distribución de riqueza y de poder mundial.
Como se observa en distintos escenarios (Libia, Siria, el Mar de China, etc.), este momento se caracteriza por la agudización del conflicto entre los polos de poder centrales (“Occidente” y el Norte Global) y los polos emergentes, que se traducen en mayores tensiones y enfrentamientos.
Países como China, Rusia, India, Sudáfrica, Irán y el bloque MERCOSUR-ALBA, protagonistas de un nuevo mapa del poder mundial, sienten las presiones de esta nueva situación global. En América Latina observamos una ofensiva por parte de Estados Unidos, bajo conducción de las fuerzas globalistas, para retomar su influencia en la región y debilitar iniciativas como UNASUR, consideradas según documentos oficiales una amenaza para su seguridad nacional.
Ello se traduce en el lanzamiento de la Alianza del Pacífico auspiciada por el “establishment” occidental, además de crecientes presiones sobre los gobiernos considerados “populistas” y un fortalecimiento de los grupos, fuerzas y clases dominantes tradicionales, alineadas históricamente con Washington y Occidente, y propulsoras de la estrategia de inserción periférica y dependiente.
Fue en este contexto mundial y regional, junto con profundas contradicciones y debilidades de los procesos “progresistas” o nacionales-populares, que en 2015-2016 se terminó de producir un profundo giro político a favor del poder financiero y las oligarquías locales. Con ello, el estancamiento devino en recesión y se produjo el clásico golpe distributivo en contra de la producción y el trabajo, más el hiper-endeudamiento para fugar excedente, la periferialización a partir de la pérdida de capacidades nacionales-estatales y el restablecimiento de las condiciones plenas de la dependencia.
Hoy muchos se ilusionan con un nuevo ciclo positivo de las materias primas, al calor de la demanda de China y Asia Pacífico y la reflación de activos causada por la tremenda emisión de dólares de la Reserva Federal ante la pandemia. Sin embargo, aunque ya estemos observando algunos movimientos de precios en este sentido, esto sólo puede brindar oxígeno y oportunidades de corto plazo para cambios estructurales.
El crecimiento del precio de las materias primas en 2021 puede ayudar a las golpeadas economías Latinoamericanas, devastadas entre la pandemia y años de estancamiento y recesión. Pero ello no significa resolver ninguno de los problemas estructuras de la región, ni frenar el declive y la periferialización.
La insurrección social en Chile (que todavía busca traducirse en la política), el triunfo del Frente de Todos en Argentina o la derrota de la dictadura en Bolivia y el retorno del MAS al gobierno dan cuenta de un cambio de tendencia política. Son procesos que significan también una reacción defensiva contra las consecuencias económicas y sociales del programa neoliberal periférico. Pero la pregunta es en qué medida las fuerzas político-sociales nacionales y populares pueden aprovechar ciertas condiciones económicas y geopolíticas para ir más allá de un momento defensivo.
En términos programáticos, esto significa avanzar en desarrollar capacidades y fortalezas nacionales-estatales sobre 6 dimensiones fundamentales de poder, proyectadas sobre una escala regional: tecnológico-productiva, financiero-monetaria, recursos naturales, medios y plataformas de comunicación e información, complejos de defensa, identidad y cultura nacional-latinoamericana.