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jueves, enero 23, 2025

La guerra en Europa

Jorge Altamira

25/02/2022 | Publicado en Política Obrera el 20/02/2022

Con independencia del desenlace inmediato de la crisis actual, relativa a Ucrania y la OTAN, la cuestión de una guerra mundial ha quedado instalada en el escenario político internacional. Esto afecta de manera radical la política de la clase obrera de todos los países. Lo que ocurre en las fronteras con Rusia no es una irrupción que tome a nadie por sorpresa. Desde la partición forzada de la Federación Yugoslava, la guerra confrontó con el relato acerca del papel político unificador que se atribuía a la llamada globalización. Se instaló tempranamente un debate que se creía superado desde el estallido de la primera guerra mundial, a saber, si la unidad del mercado mundial daba lugar a la dominación de un superimperialismo, con intereses supra-estatales, dispuesto a combinarse para una explotación ‘pacífica’ del planeta. Las guerras ‘localizadas’ sólo eran tales en apariencia, pues en todas ellas se manifestaba la presencia, incluso la iniciativa, de las principales potencias económicas y/o militares. Adjudicar a la ampliación de las relaciones económicas interestatales una consecuencia pacificadora es omitir el carácter antagónico de todo el proceso capitalista, no solamente frente a la fuerza de trabajo, sino de los capitalistas entre sí.

La existencia de armamento de destrucción total inmediata influye ciertamente en la política de la guerra, pero no para atenuarla sino para exacerbarla. El bombardeo nuclear de Nagasaki e Hiroshima son una demostración temprana de ello. El armamentismo y el despliegue militar han complementado desde siempre la competencia económica ‘pacífica’, más allá de ser uno de los mercados más apetecibles del globo; la ‘elasticidad’ de la demanda sólo tiene por límite la solvencia financiera de los Estados, la lucha de clases que genera y las crisis políticas. En el caso de la disolución de la Unión Soviética, la carrera armamentista de la burocracia stalinista con el imperialismo mundial minó las bases de su dominación política y viabilizó un cambio de régimen sin la necesidad de una guerra abierta.

La expansión sin límites de la OTAN, en contradicción con su estatuto atlántico, ha tenido todas esas funciones de socavamiento de las situaciones políticas que obstaculizaban relativamente su penetración financiera y económica. A medida que fue avanzando la tendencia hacia crisis económicas cada vez más catastróficas, se puso en evidencia su condición de bloque estratégico con intereses contradictorios en su seno. La OTAN no fue nunca, en su propio marco, un ‘superimperialismo’ concertado y pacífico, aunque le permitió a todos sus miembros grandes beneficios económicos y políticos después de la segunda guerra. El último episodio relevante de la explosión de sus contradicciones internas fue el retiro de Gran Bretaña, acicateada por Estados Unidos, de la Unión Europea. En la crisis actual, fueron en forma dispersa a Moscú los jefes de gobierno o ministros de relaciones exteriores de media docena de integrantes de la OTAN, con planteos y propuestas relativamente divergentes. Y también Alberto Fernández, apuntado como un maoísta potencial por parte de un periodista argentino, y Jair Messías Bolsonaro, denunciado como un anticomunista extremo.

El reclamo, por parte de Rusia, de que la OTAN anule su expansión a Ucrania y que retire fuerzas militares de todos los países que limitan con ella, ha sido presentado como un asunto de seguridad nacional y, por derivación, internacional. Todos los estados involucrados en el conflicto admiten esta caracterización, incluso cuando los diplomáticos aseguran que la OTAN no tiene intenciones agresivas –una afirmación curiosa por parte de una organización militar internacional. En estos términos, la salida a la crisis no existe, porque no existe ninguna clase de garantía que se pueda ofrecer, que no vaya a ser violada en el futuro. El pedido, de parte de Putin, de que la OTAN firme un seguro jurídico de no expansión a Ucrania, no sería otra cosa que un papel mojado. La OTAN representa al capital financiero internacional que exige piedra libre para penetrar en todos los territorios y mercados del planeta, en especial el espacio tecnológico heredado de la Unión Soviética. Esta ofensiva no puede ser derrotada por medio del desarrollo militar y de seguridad que han tenido las fuerzas armadas de Rusia, luego del derrumbe y la desintegración del Ejército Rojo, bajo la presión de la restauración capitalista. Numerosos observadores coinciden en que Rusia podría ocupar Ucrania por completo en 48 o 72 horas, por el desequilibrio de fuerzas a su favor en el terreno. Pero este éxito estaría lejos de ser una salida, por la sencilla razón de que la superioridad integral del imperialismo mundial no puede ser abordada desde la fuerza militar, sino desde la revolución socialista.

El acoso de la OTAN hacia Rusia apunta en forma explícita a promover un cambio de régimen que se adapte a las ambiciones del capital financiero internacional. El despliegue militar de la OTAN apunta a desangrar financieramente al Estado ruso y a desintegrar cualquier obstáculo a su completa dominación mundial. Es cierto que todos los grandes capitales ya se encuentran instalados en Rusia, pero no con derecho a una expansión ilimitada. Más cierto aún es que la oligarquía rusa juega un papel extraordinario en el mercado inmobiliario de Londres y, en cierta medida, en la Bolsa londinense. Todo esto demuestra la integración de Rusia al mercado mundial, que domina el capital financiero que se expresa por medio de la OTAN. Putin no podrá romper nunca esta sumisión por medio de una guerra. La ocupación de Ucrania, por caso, de parte de Rusia, no la acerca ni un milímetro a una relación autónoma o independiente con el mercado mundial, simplemente replantea el problema a una escala más bélica y destructiva. Una alianza con China para disputar al imperialismo norteamericano el mercado mundial está fuera del radar de posibilidades, incluso porque tampoco hay entre ellos unidad de intereses o propósitos; la misma Ucrania pro OTAN ya ha firmado la adhesión a la ruta de la seda de China, para inversiones de infraestructura. La OTAN tiene la ventaja estratégica de que puede ofrecer a Ucrania una integración al mercado mundial, en principio por medio de la Unión Europea, incluso si la política fondomonetarista aplicada a Ucrania la ha llevado a niveles extraordinarios de pobreza. Por estas razones, la oligarquía ucraniana se ha desplazado de la lealtad a Moscú a la UE y a la OTAN. El temor del imperialismo mundial (el imperialismo norteamericano es el único que juega en esa categoría), que comparte con Moscú, a una guerra, es de otra naturaleza -que una guerra suscite enormes rebeliones populares, una crisis política excepcional en las metrópolis y en Rusia y, eventualmente, una escisión, de alcance difícil de prever, con los principales estados de la Unión Europea.

Francia, interesada en salir de la OTAN y crear las fuerzas armadas de la Unión Europea, y Alemania, que busca tener las manos libres para negociar una mayor penetración de su industria, en Rusia, claro, pero por sobre todo en China, han fracasado hasta ahora en ofrecer un arreglo a Putin. Esto demuestra que no alcanza, para evitar una guerra, la posibilidad de un compromiso entre perspectivas estratégicas que se adjudican unos y otros: la guerra es siempre la expresión de la explosión de las contradicciones de los regímenes políticos en presencia. La situación previa a la crisis actual ya era insostenible, con Rusia ocupando una parte del este de Ucrania y tomando la soberanía de Crimea. La OTAN y la oligarquía ucraniana quieren recuperar uno y el otro. Es a este acecho geopolítico que responde el despliegue militar de Putin. En esta ocasión cuenta con el apoyo activo del gobierno de Bielorrusia, que se había distanciado del Kremlin debido al propósito de pedir la integración a la Unión Europea, que frustró la rebelión popular en su país, para repudiar el fraude electoral. La dirección política de esa rebelión era francamente partidaria de la integración a la UE.

La ambición de Rusia de alcanzar una integración económica con la Unión Europea se manifestó en la construcción de gasoductos por el Báltico con ingreso por Alemania. Estados Unidos saboteó esta posibilidad desde mucho antes de esta crisis, y con mayor vigor como consecuencia del estallido presente. El conflicto del gas puso al desnudo un antagonismo estratégico entre Estados Unidos y Alemania y parte de la UE. El primer ministro alemán sigue una línea trazada por Ángela Merkel; defiende los gasoductos en cualquier arreglo que se logre establecer, por precario que sea, entre la OTAN y Rusia. El gran capital alemán también defiende los gasoductos, porque aspira a monopolizar, hasta cierto punto, la penetración en la economía rusa, e incluso construir un eje alemán-ruso, al lado de otro con China. En este propósito cuenta con el apoyo de una parte del capital norteamericano, que pretende subordinar los objetivos políticos a sus intereses económicos del momento, que amenazan con una recesión generalizada.

Las partes en pugna enfrentan un incremento sin precedente de los antagonismos de clase en su patio interno, y rebeliones populares y huelgas importantes, como ocurre en Estados Unidos. Las guerras imperialistas están asociadas a la explosión de las contradicciones internas de los Estados. Luego del golpe de Estado ejecutado contra el Capitolio, en enero de 2021, la tendencia a la guerra en Estados Unidos se encuentra ante una dificultad muy especial: que esa guerra sea denunciada por los golpistas como un suicidio político para Estados Unidos, por parte de los liberales y de la democracia en general. La respuesta a una guerra no sería, entonces, un reforzamiento de la ‘unidad nacional’, sino todo lo contrario. Es que el arma de la guerra es levantada por el neo-liberalismo en el mundo entero, e incluso por una parte de la izquierda que denuncia el peligro del “imperialismo ruso” para las libertades ucranianas, en lo que no sería otra cosa que un alineamiento con la OTAN.

La clase obrera debe incorporar en la agenda política la lucha contra la guerra, y no de un modo general, sino de la guerra que impulsa el imperialismo mundial, representado por la OTAN y Estados Unidos. La denuncia de la política de Putin, de un lado como contrarrevolucionaria, porque representa la destrucción de las conquistas históricas revolucionarias en Rusia y, del otro, como proto imperialista en relación a su espacio exterior cercano (Ucrania, Bielorrusia, Chechenia, Georgia, Kazakistán), no debe oscurecer el protagonismo central y estratégico de la OTAN, para unificar a la clase obrera contra el bloque internacional del imperialismo. La política de Putin es un callejón sin salida, que sólo puede llevar a Rusia al desastre. La movilización de las fuerzas armadas durante dos meses, el estado de guerra que se ha creado, las vidas en juego, no lo pagarán los oligarcas rusos sino los obreros y los campesinos.

Guerra a la guerra. Fuera la OTAN. Por la unidad internacional de la clase obrera contra la guerra del capital y por un gobierno de trabajadores.

Fuente: https://politicaobrera.com/6496-la-guerra-en-europa

Haciendo memoria

Rafael Poch de Feliu

17/02/2022 | Publicado en www.rafaelpoch.com

El grito “¡La invasión es inminente!” coreado mayormente por anglosajones ha logrado un efecto: tapar informativamente las exigencias rusas y no debatir sobre ellas. Por otro lado, ese grito, puede formularse a la inversa, como sugiere esta ilustración.

De una guerra fría a otra, de la mano de la OTAN

¿Quien se acuerda hoy de la Carta de París? En noviembre de 1990 los países de la CSCE (hoy OSCE), es decir la URSS y Euroatlántida, firmaron en el Palacio del Elíseo, la “Carta de París para una nueva Europa”. Aquel documento contenía el diseño de una seguridad continental integrada, es decir el fin de la guerra fría que había dividido Europa y el mundo en dos bloques. Su preámbulo proclamaba que, “la era de la confrontación y división de Europa ha concluido”. En el apartado, “relaciones amistosas entre estados participantes” se afirmaba: “La seguridad es indivisible. La seguridad de cada uno de los estados participantes está inseparablemente vinculada con la seguridad de los demás”. En el apartado “Seguridad”, se anunciaba “un nuevo concepto de la seguridad europea” que dará una “nueva calidad” a las relaciones entre los estados europeos. “La situación en Europa abre nuevas posibilidades para la acción común en el terreno de la seguridad militar”, se prometía. “Desarrollaremos los importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional en Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la confianza y la seguridad”. Se ponía incluso fecha a los compromisos; “iniciar, no más tarde de 1992, nuevas conversaciones de desarme y fortalecimiento de la confianza y la seguridad”. En lugar de eso se abrió paso una seguridad a costa del otro.

Un año después de la firma de la Carta de París, en la cumbre de Roma de noviembre de 1991, la OTAN ya dejó claro cuales eran las dos conclusiones que extraía de la disolución del Pacto de Varsovia:

“La primera novedad de estos acontecimientos es que no afectan ni al objeto ni a las funciones de seguridad de la Alianza, sino que resaltan su permanente validez. La segunda, es que estos acontecimientos ofrecen nuevas ocasiones para inscribir la estrategia de la Alianza en el marco de una concepción ampliada de la seguridad”. En resumen, hubo ampliación, globalización y avance de la OTAN, allí donde Moscú se había retirado. ¿Por qué?

Mijáil Gorbachov respondía así a esa pregunta en una entrevista que mantuvimos en diciembre de 1996: “La ampliación de la OTAN es la respuesta de Estados Unidos a la unidad europea, en Washington muchos temen perder influencia y quieren apuntalarla a través de la OTAN”.

La simple realidad es que Gorbachov fue engañado por los socios occidentales con los que negoció el fin de la guerra fría. Ahora no falta quien afirma que “no hubo documentos” que reflejaran el compromiso de no ampliar “ni una pulgada” la OTAN hacia el Este, pero la evidencia documental es abrumadora. Los documentos de Estados Unidos desclasificados en 2017 muestran la lista completa de dirigentes occidentales reiteradamente comprometidos con aquel compromiso: el secretario de Estado norteamericano James Baker, el Presidente George Bush, el ministro de exteriores alemán Hans-Dietrich Genscher, el Canciller Helmuth Kohl, el director de la CIA Robert Gates, el Presidente francés François Mitterrand, la primera ministra británica Margaret Thatcher y su sucesor John Major, el Secretario de exteriores de ambos, Douglas Hurd, y el secretario general de la OTAN Manfred Wörner (1).

Treinta años después, el asunto ha sido más que clarificado por los historiadores y confirma de pleno las palabras de Gorbachov. La historiadora estadounidense Mary Elise Sarotte concluye así su voluminoso estudio de fuentes sobre los motivos por los que Washington rechazó el concepto de seguridad europea integrada pactado en París: “la consecuencia habría sido que Estados Unidos habría disminuido su papel en la seguridad europea”. Sarotte formula la mentalidad de los responsables de Estados Unidos de aquella época para impedir que la CSCE (luego OSCE) se convirtiera en la organización europea de seguridad: “Sería peligroso. La Unión Soviética ya no es peligrosa, pero si los europeos unen sus fuerzas y construyen la CSCE como sistema de seguridad, nosotros nos quedamos fuera y eso no es deseable. Hay que fortalecer la OTAN para que no ocurra” (2).

La crónica moscovita de los años noventa, por lo menos la mía, fue una continua llamada de atención contra la expulsión de Rusia de la seguridad continental. Sin Rusia, su mayor nación, no habría estabilidad en el continente y, desde luego, aún menos contra Rusia. La ampliación de la OTAN aún no había comenzado cuando ya en 1996 el ministro de exteriores británico Malcom Rifkind decía que su verdadero objetivo final era el ingreso de Ucrania en ella. Sin Ucrania, Rusia nunca podría afirmar una potencia como la que había tenido en el pasado con la URSS, decían los estrategas de Washington. En agosto de aquel año, ya se celebraron maniobras militares conjunta OTAN-Ucrania con un escenario de lucha contra una rebelión separatista en… Crimea. En aquella época, con un puñado de guerrilleros chechenos poniendo en jaque a los militares en el Cáucaso, el ministro de defensa ruso, Igor Rodionov, se definía como “ministro de un ejército que se desmorona y de una flota moribunda”. Lo poco que quedaba de la flota estaba en el Norte, en las bases de Murmansk y la Península de Kola, junto a Noruega. Y precisamente allí, en Noruega, la OTAN instalaba nuevos radares y sistemas militares, y realizaba maniobras. Javier Solana, secretario general de la OTAN, visitaba sonriente Moscú para constatar la impotencia rusa. “Nos viene a decir que la OTAN se va a ampliar en cualquier caso y que eso es muy bueno para Rusia, a pesar de que según su doctrina el enemigo ahora somos nosotros”, me dijo en una de aquellas visitas Vladímir Lukin, presidente de la comisión de exteriores de la Duma.

Todos contra Rusia. Como en la guerra de Crimea de 1853-1856.

Para 1999, Rusia y la OTAN habían firmado ya un documento de consolación para regular sus relaciones, el “Acta fundacional”, resumido así por Sergei Rógov, el director del moscovita, y muy occidentalista, Instituto de Estados Unidos y Canadá de la Academia de Ciencias: “ellos lo deciden todo y luego nos invitan a tomar café en Bruselas para comunicárnoslo”.

“Lo que se está haciendo despierta mis sospechas”, decía Gorbachov en aquella entrevista de 1996. “De acuerdo, hoy se pueden ignorar los intereses de Rusia, sus críticas a la ampliación, pero la debilidad de Rusia no será eterna ¿Es que no se dan cuenta para quien trabajan con esa política? Si la OTAN avanza en esa dirección aquí habrá una reacción”. La Rusia actual es, en gran parte, resultado de aquel proceso.

La reacción se fue larvando lentamente pero sus manifestaciones siempre fueron ignoradas. El mal humor ruso alimentaba el enredo creado. “Después de Irak, Sudán, Afganistán y Yugoslavia cabe preguntarse quién será el siguiente”, me dijo en abril de 1999 el viceprimer ministro Yuri Masliukov. “¿Quizá algún país de la CEI, o la propia Rusia?”. La OTAN se alimentaba a sí misma: su existencia se justificaba, cada vez más, en la necesidad de afrontar los riesgos creados por su ampliación al Este que tanto irritaba a Moscú. Mientras Occidente ampliaba su esfera de influencia contra Rusia, se denunciaba la actitud “trasnochada” de Moscú por exigir respeto y llamar la atención sobre su propia esfera de influencia. Es decir, según la tesis postmoderna, el concepto solo era “trasnochado” y “arcaico” cuando se trataba del adversario. La génesis de lo que se ha llamado “segunda guerra fría” estaba servida ya en los años 90, ofreció señales constantemente pero no estalló oficialmente hasta 2014, cuando Occidente apoyó la protesta del Maidán convirtiendo la particular fractura nacional ucraniana en un conflicto civil armado. La reacción al final ha estallado cuando Rusia ha dejado de ser tan débil y coincide con China en el propósito de integrar económica y comercialmente el espacio euroasiático. En palabras del historiador alemán Herwig Roggemann, aquella “victoria” occidental en Kíev fue “el mayor fracaso de la historia europea tras el histórico cambio de 1990 (3). Bienvenidos a la nueva guerra fría.

Notas:

(1) https://nsarchive.gwu.edu/briefing-book/russia-programs/2017-12-12/nato-expansion-what-gorbachev-heard-western-leaders-early

(2) Mary Elise Sarotte: Not One Inch, America, Russia, and the Making of Post-Cold War Stalemate.

(3) Probleme der Russlandpolitik als Friedenspolitik. Kritische Anmerkungen zur Russland-Ukraine-Diskussion (nachdenkseiten.de)

Fuente: https://rafaelpoch.com/2022/02/15/haciendo-memoria/

El conflicto OTAN/Rusia: una perspectiva europea

Manolo Monereo

07/02/2022 | Publicado en EL VIEJO TOPO

La pregunta hay que hacerla: ¿coinciden los intereses de Europa con los de EEUU? Esta es la cuestión decisiva que la Unión Europea no es capaz de hacerse, ni siquiera de plantearse. Para los norteamericanos la protección de su Estado y de su población le exige controlar estratégicamente el mundo. De ahí deviene esta específica habilidad de construir guerras y desarrollar conflictos lejos de sus fronteras. La península que es Europa ha sufrido dos guerras mundiales, conflictos militares recurrentes y siempre pendiente de una Rusia convertida, de una u otra forma, en el imperio del mal.

El observador avezado se dará cuenta que distingo entre Europa y la Unión Europea. Esto es algo que tampoco se puede hacer. La única forma de construir Europa es la UE y quien la critique o la cuestione es calificado de euroescéptico, nacionalista o simplemente, de extrema derecha. Hay muchas formas de decir Europa y de construirla. La UE es un modo concreto, específico que tiene, al menos, tres características. La primera, el llamado vínculo atlántico; es decir, esta integración supranacional se hace bajo el paraguas estratégico de los EEUU, organizado militarmente en torno a la OTAN. EEUU siempre ha sido un actor interno en la construcción europea y ha influido decisivamente en su modo de organizarla y definir su futuro. Después de la implosión de la URSS y de la desintegración del Pacto de Varsovia intervinieron activamente para ampliar la Unión hacia el este lo más rápidamente posible y, es la clave, hacerlo bajo el patrocinio de la OTAN. Conseguían dos objetivos fundamentales: bloquear la integración política y hacer girar hacia la derecha a los gobiernos de los países que habían estado bajo el control de la Unión Soviética. UE y OTAN desde el principio fueron un mismo proyecto geopolítico.

Una segunda característica tenía que ver con un método específico de integración basado en la “limitación” de la soberanía de los Estados en todo lo referente a la política económica y a su política internacional. Dicho de otro modo, la construcción de la Unión se hacía contra los Estados en un largo proceso cada vez más distante del control de las poblaciones y, en muchas ocasiones, en contra de ellas. Desde el primer momento las instituciones comunitarias convirtieron su ordenamiento jurídico en una “constitución material” que se superponía y prevalecía sobre las constituciones de los Estados singularmente considerados. Como ha destacado con mucha fuerza Wolfgang Streeck, las constituciones sociales derivadas de la II Guerra Mundial están siendo deconstruidas en favor de un ordenamiento claramente neoliberal sin el concurso del poder constituyente del pueblo soberano.

La característica tercera la tenemos delante de nuestros ojos, la nombramos pero no la definimos: las democracias realmente existentes ya no deciden lo fundamental, no tienen el poder de elegir entre grandes opciones públicas; gobierne quien gobierne, están obligadas a moverse, no solo en los límites de su propia constitución sino, y principalmente, de un ordenamiento jurídico -el de la UE- que actúa en la práctica como una constitución que prevalece sobre la legítimamente instituida en los Estados. Resumiendo, nuestras democracias son cada vez menos sociales, están estructuralmente limitadas y en proceso de creciente oligarquización.

Hay que atreverse a explicar las cosas. Estamos ante un cambio de época, ante una ruptura histórica que pone en cuestión una determinada forma de organizar el poder mundial, un modo de ordenar las relaciones internacionales y, sobre todo, una forma de comprender el mundo. Hoy la Unión Europea está obligada a definirse ante un mundo multipolar que emerge y que cuestiona un viejo orden construido por las grandes potencias capitalistas. En el fondo es decidir si se es parte de lo viejo o si se forma parte de lo nuevo y se está dispuesto a gobernar esa transición. La OTAN lo tiene claro: defender el orden unipolar hegemonizado por Estados Unidos; todo lo demás es secundario y, además, se conjura para crear una amplia coalición de Estados contra China, la gran potencia que emerge, y contra Rusia, que se ha convertido en su principal aliado.

El debate sobre la famosa autonomía estratégica de la UE hay que situarlo en este contexto. Pero en esto tampoco deberíamos dejarnos engañar por las apariencias. La preocupación de Borrell no es tanto la actuación unilateral de los EEUU, sino que Biden no lo tenga lo suficientemente en cuenta e incumplan las cláusulas de solidaridad colectiva garantizada por la OTAN. Autonomía estratégica, no para definir con precisión y veracidad los objetivos de una política exterior solvente de la UE, sino para renegociar su condición de aliado subalterno de EEUU y su participación en la toma de decisiones sobre Europa, pero también sobre el Indo-Pacífico. Dicho más claro, el riesgo que temen es quedarse sin el paraguas de la OTAN. El temor de las clases dirigentes europeas es que los EEUU se desentiendan de Europa y que ya no ejerzan su control sobre ella. La UE sigue queriendo ser un protectorado económico militar de los Estados Unidos. No está dispuesta a prescindir de las decenas de bases norteamericanas en su territorio ni de su armamento nuclear desplegado en Europa; por cierto, en proceso de renovación sustancial.

Hay dos áreas de decisión geopolítica en construcción. Una está en el Indo-Pacífico; la otra en Europa. En la primera, que es la principal, los norteamericanos quieren actuar solos con sus aliados tradicionales; es decir, Reino Unido y Australia. A estos se unirán pronto sus dos países que son a su vez protectorados militares, Japón y Corea del Sur. El objetivo, ya se ha dicho, es crear una coalición muy amplia para contener a China, siempre con las incógnitas de India (que tiene fuertes vínculos con Rusia) y de Pakistán (que tiene complejas relaciones con EEUU y con China). El papel de Indonesia será muy importante. EEUU lo ha dejado meridianamente claro: los países europeos, empezando por Francia, estarán fuera de la toma de decisiones de este “gran juego” que acaba de comenzar.

La otra área de decisión es Europa. Aquí el papel decisivo lo va a tener la OTAN. El objetivo: enfrentarse a Rusia y sumarse a la estrategia global contra China que definen los EEUU. El conflicto de Ucrania hay que verlo como el retorno de Europa como territorio de conflicto y guerra entre las grandes potencias. La gravedad del problema es justamente esta, que el conflicto entre EEUU y China se dirime en territorio europeo enfrentando a la OTAN contra Rusia. Por eso las soluciones diplomáticas son extremadamente difíciles y la atmósfera de guerra se hace insoportable. Quien mejor conoce esto es la dirección política del actual gobierno ucraniano que lo aprovecha para rearmarse, formar uno de los mayores ejércitos del mundo y ser, en la práctica, parte de la OTAN.

El dato más sobresaliente en este conflicto es que todos los actores saben que Rusia no invadirá militarmente Ucrania. Las razones son muchas. Ucrania se ha convertido en una Estado fallido con una crisis económico productiva pavorosa y con conflictos étnicos, religiosos y sociales difíciles de gobernar. La pregunta es: si todo el mundo sabe que Rusia no va a invadir, ¿por qué se ha creado este clima de guerra inminente? Por varias razones. La primera, es la “batalla por el relato”; se trata de atemorizar a las poblaciones ante un enemigo cruel e implacable para legitimar el incremento sustancial de los gastos militares, la instalación y renovación de nuevos misiles nucleares y la necesidad de un protector externo que nos defienda; es decir, la OTAN. La segunda razón, justificar la urgencia de ampliar la OTAN incorporando, no solo a Ucrania sino también a Georgia y, más allá, al resto de las repúblicas exsoviéticas. La tercera, poner fin a cualquier pretensión presente y, sobre todo futura, de Europa como actor autónomo en las relaciones internacionales, colaborador necesario en la construcción de un nuevo orden multipolar más democrático y plural.

Cuando Pedro Sánchez y Margarita Robles mandan alegremente buques y aviones de combate a la zona en conflicto lo hacen sabiendo que Rusia no va a invadir Ucrania. El problema que tienen estos escenarios con un clima conflictual tan alto, es el riesgo de que algún actor considere que hay que agudizar las contradicciones y provoque una respuesta de Rusia. Biden y Borrell pueden perder el control de la situación y entonces habrá una guerra de verdad; en el centro del espacio europeo y sin saber exactamente cuáles serán los límites. Quien juega con fuego puede terminar quemándose.

La respuesta de Rusia es la propuesta de un tratado de seguridad basado en el desarme y la desnuclearización, en el respeto a la Carta de las Naciones Unidas y a la soberanía de los Estados. Se puede rechazar, se puede descalificar, pero hay una propuesta encima de la mesa que la hace un Estado que tiene la percepción de vivir una crisis existencial en tanto que tal y que lleva 25 años viendo como las fronteras de la OTAN están cada día más cerca de Moscú. Lo más grave es que, como antes dije, este conflicto es parte de un conflicto global de carácter preventivo impulsado por los EEUU y que tiene como verdadero objetivo bloquear, contener y cercar a China. Una vez más, Europa puede poner los muertos de un conflicto en el que nada tiene que ganar y mucho que perder.

La paz no tiene alternativa en Europa. La guerra es el mal absoluto. Lo que debería hacer realmente Europa es tomar iniciativas veraces para una salida diplomática a la crisis que reconozca los intereses comunes que tiene con Rusia; que promueva un gran acuerdo económico, político y militar en el marco del cual se debe resolver el conflicto ucraniano. La Europa de España a los Urales sigue siendo una necesidad. ¿Cuál es el problema? Que esta propuesta se opone a los intereses estratégicos de EEUU. La paz es demasiado importante para que la decidan solo los políticos y los militares.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-conflicto-otan-rusia-una-perspectiva-europea/

Estados Unidos y la OTAN: hostigar a Rusia

Higinio Polo

27/01/2022 | Publicado en la Red de Geografía Económica 100/22 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/VuA2DCKv42c)

Hace dos décadas que Estados Unidos acerca su dispositivo militar a Rusia. El abandono unilateral por Washington del Tratado INF fue la última y temeraria vuelta de tuerca, acompañado de su construcción del escudo antimisiles en Polonia y Rumanía, que puede ser transformado en un sistema de ataque.

Ese cerco militar estadounidense busca el dominio y control definitivo sobre las antiguas repúblicas soviéticas, la voladura del proyecto ruso de cautelosa reintegración del espacio soviético, y la consolidación del poder militar norteamericano en el planeta, y no renuncia, incluso, al desmembramiento de la actual Rusia.

Durante mucho tiempo Estados Unidos alegó que el despliegue de su escudo antimisiles en Polonia y Rumanía servía para prevenir un ataque a Europa de Irán o Corea del Norte. Era una grosera mentira porque el objetivo siempre fue Rusia. Ahora, Estados Unidos está evaluando incluso el despliegue de misiles de medio alcance en Europa transformando los países del Este «en trampolín para el enfrentamiento con Rusia»: Europa puede estar ante un panorama que recuerda a la «doble decisión de la OTAN» de 1979, que llevó a Estados Unidos a desplegar 108 misiles Pershing 2 en la RFA, además de 464 misiles de crucero (160 en Gran Bretaña, 112 en Alemania Occidental, 96 en Italia, 48 en Bélgica y otros 48 en Holanda) y creó una gravísima situación en el continente.

En ese cerco militar a Rusia, Ucrania desempeña una función decisiva. Washington, tras levantar la ficción (inventada por sus servicios secretos) de una supuesta movilización masiva de tropas rusas para invadir Ucrania, alega esa «amenaza» para amenazar a Moscú con severas sanciones económicas y otras acciones. Rusia ha negado las informaciones difundidas por el Departamento de Estado sobre supuestas concentraciones de tropas en la frontera con Ucrania, y equipara las alarmas creadas artificialmente con el clima que preparó el ataque de la Georgia de Saakashvili a Osetia del sur en 2008. En noviembre de 2021, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, denunció que diez bombarderos estratégicos estadounidenses ensayaron un ataque con armas nucleares contra Rusia, desde el oeste y en oriente, durante los ejercicios militares Global Thunder. En ese mismo mes, aviones militares norteamericanos realizaron más de treinta vuelos en las cercanías del espacio aéreo ruso, mientras proliferaban las acusaciones occidentales sobre la preparación de un ataque ruso a Ucrania, que Moscú considera el pretexto urdido para justificar el despliegue de más fuerzas militares de la OTAN en las fronteras rusas. Añadiendo alarmas y presión sobre Moscú, el Washington Post publicaba el 3 de diciembre de 2021 un documento de los servicios de inteligencia estadounidenses según el cual Rusia prepara un contingente de 175.000 soldados para «invadir Ucrania a principios de 2022», información confirmada después por la Casa Blanca.

Pocos días después, cazas rusos siguieron a aviones de guerra estadounidenses y franceses que volaban en el Mar Negro cerca del espacio aéreo ruso. En ese escenario de agitación y fakenews, los servicios secretos ucranianos filtraron a los medios de comunicación que Rusia ha desplegado casi cien mil soldados en la frontera común y que se dispone a atacar Ucrania a finales de enero o principios de febrero de 2022. Ni Estados Unidos ni Ucrania han sido capaces de mostrar una imagen de ese supuesto y enorme contingente militar ruso desplegado. Lanzando gasolina al fuego, Zelenski acusó a Rusia de estar tras un intento de golpe de Estado que iba a tener lugar el 1 de diciembre de 2021, y que supuestamente habrían desarticulado los servicios de seguridad ucranianos. Zelenski no facilitó información para avalar la grave acusación, revelándose como otro espantajo más para incrementar la tensión en la zona del Mar Negro: todo huele a intoxicación. Poco después, el Alto Representante para Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell, emitía un comunicado exigiendo a Moscú que dejase de enviar ayuda humanitaria al Donbás, arguyendo que «agravaba el conflicto». Borrell no hizo ninguna mención a la utilización por Ucrania de drones turcos para atacar, en una violación flagrante porque su uso está explícitamente prohibido en los acuerdos de Minsk, ni tampoco al aumento de tropas ucranianas en el límite con el Donbás.

Aunque ha cedido la tensión en la frontera polaco-bielorrusa por la llegada de refugiados de Oriente Medio, Anthony Blinken ha llegado a afirmar que la crisis migratoria en la frontera polaco-bielorrusa era un plan urdido por Putin y Lukashenko para desviar la atención de la masiva movilización de tropas rusas en la frontera con Ucrania. En perfecta coordinación con las acusaciones de Washington y Bruselas, la agencia Bloomberg llegó a publicar un supuesto plan de ataque ruso a Ucrania desde tres puntos: Crimea, la frontera sur rusa y Bielorrusia. Estados Unidos quiere mantener un cinturón de inestabilidad en la periferia rusa, y la revuelta de Kazajastán es otro aviso.

Cuando terminaba 2021, el secretario del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional de Ucrania, Alexéi Danílov, declaró, como si levantara acta notarial, que no se veían signos de «ninguna amenaza de agresión abierta por parte de Rusia», aunque en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de los países de la OTAN, en Riga, Stoltenberg aumentó las alarmas afirmando que los países miembros «deben prepararse para lo peor en Ucrania», acusando a Rusia de «preparar una incursión militar». A su vez, Putin alertó sobre la posibilidad de que la OTAN instale misiles en Ucrania, lo que dejaría a Moscú a menos de diez minutos de recibir el impacto de un ataque nuclear.

En la primera sesión del Consejo Ministerial de la OSCE, Lavrov, tras su tensa entrevista con Blinken, denunció que la OTAN ha rechazado las propuestas de Moscú para evitar incidentes peligrosos mientras continúa acercando su dispositivo militar a las fronteras rusas. Pese a ello, en la conversación telefónica entre Biden y Putin del 30 de diciembre de 2021, el presidente norteamericano exigió que Rusia «retire sus tropas de la frontera ucraniana» y que Estados Unidos «respondería a una invasión con las más duras sanciones desde 2014». Biden aseguró que «Estados Unidos no tiene intención de desplegar armas ofensivas en Ucrania», aunque Estados Unidos y Rusia definen de forma distinta el concepto de «armas ofensivas». Putin exigió que la OTAN no incorpore a Ucrania y paralice su expansión, y que Estados Unidos y sus aliados no desplieguen armamento ofensivo en las antiguas repúblicas soviéticas.

La conversación de Biden y Putin apenas sirvió para que Estados Unidos continuase gesticulando con el peligro del «expansionismo ruso», mientras Rusia planteó ante la hipotética mesa de negociaciones la exigencia de que Ucrania no se incorpore a la alianza occidental y que tanto la OTAN como Estados Unidos retiren su dispositivo militar de las fronteras rusas: es una evidencia que Estados Unidos lleva equipos y tropas cerca del territorio ruso, y no al revés. Días después, Putin afirmó que Rusia respondería al nuevo despliegue militar estadounidense y de la OTAN en las fronteras rusas, y criticó la belicosidad de Estados Unidos recordando que «destruyó Yugoslavia e Iraq e invadió Siria» sin ningún derecho a hacerlo y sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.

Rusia ha propuesto formalmente a Estados Unidos y la OTAN la firma de un Acuerdo de garantías de seguridad que incluya el compromiso de resolver pacíficamente las disputas, y que no realicen ejercicios militares en las cercanías de las fronteras rusas y en Ucrania, Europa oriental, Cáucaso y Asia central. También, que se excluya el despliegue mutuo de misiles terrestres de corto y medio alcance que puedan alcanzar el territorio de la otra parte. Además, Rusia exige el compromiso jurídico de la OTAN para detener su expansión y para excluir la integración de Ucrania, Georgia y otros países en la alianza occidental, y que los firmantes renuncien a emplazar armas nucleares fuera de su territorio, retornando las desplegadas en la actualidad. Para Moscú, la seguridad internacional es «indivisible», y propone que tanto Estados Unidos como Rusia se comprometan a no enviar bombarderos ni buques dotados de armamento nuclear a las proximidades del territorio de la otra parte.

Con consumada hipocresía, Estados Unidos reclama un orden mundial «basado en reglas», aunque ha violado sistemáticamente el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, y pese a su historial bélico reciente y sus numerosas agresiones militares. Delegaciones de los dos países mantendrán contactos en Ginebra a partir del 10 de enero de 2022: Washington admite la apertura de esas conversaciones, pero es poco probable que acepte las propuestas rusas. Estados Unidos y la OTAN van a continuar hostigando a Rusia, incrementando la tensión internacional.

Fuente del texto: https://rebelion.org/estados-unidos-y-la-otan-hostigar-a-rusia/

Fuente de la imagen: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/el-mapa-que-mira-el-mundo-asi-avanzan-las-tropas-rusas-sobre-ucrania-nid26012022/

El primer gran historiador del siglo XXI

Emir Sader

28/12/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 1316/21 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/kh5Ocal09d0/m/UzcxnVkjBgAJ)

La obra de Peter Frankopan es de esas que reposicionan los horizontes de interpretación del mundo -pasado, presente y futuro- y por eso puede considerarse como radicalmente innovadora.

“Todos los caminos solían conducir a Roma. Hoy te llevan a Beijing”. La provocadora afirmación del historiador inglés Peter Frankopan está estampada en la última portada de su libro “Las nuevas rutas de la seda” para expresar el carácter radicalmente nuevo de la obra de este autor, que puede ser considerado el primer gran historiador del siglo XXI.

¿Qué caracteriza su trabajo para ser considerado de esta manera? Dos de sus libros están en el corazón de sus teorías. El primero, El corazón del mundo, que está subtitulado: Una nueva historia universal de la Rueda de la Seda: el encuentro de Oriente y Occidente.

En su presentación, Frankpan ya expresa sus principales preocupaciones: “Hoy en día se está prestando mucha atención a evaluar el impacto probable del rápido crecimiento económico de China, donde se prevé que la demanda de artículos de lujo se cuadruplicará durante la próxima década o se mantendrá a la par del cambio social en la India, donde las personas que tienen acceso a teléfonos celulares superan en número a las que tienen inodoros con descarga de la cadena”.

Desde los albores de los tiempos, dice, el centro de Asia es donde se crearon los imperios. El principal comercio de bienes de alto valor fue el de la seda. Debido a la serie de roles importantes que tuvo la seda, se convirtió en una moneda internacional y no solo en un producto de lujo.

Tras abordar el surgimiento de la Ruta de la Seda, las creencias religiosas, el Islam, la esclavitud, llega a “el nuevo amanecer, que ha llevado a Europa al centro del escenario”, a pesar del terrible sufrimiento de los pueblos recién descubiertos. “La Era de los Imperios y el surgimiento de Occidente se basaron en la capacidad de infligir violencia a gran escala. La Ilustración y la Era de la Razón, la progresión hacia la democracia, las libertades civiles y los derechos humanos, no fueron el resultado de una cadena invisible que se remonta a la Antigua Atenas o un estado natural de las cosas en Europa: fueron el fruto del éxito político, militar y económico en continentes distantes”. Por primera vez en la historia, Europa ocupó el corazón del mundo.

La transición del siglo XX al XXI representó una especie de desastre para Estados Unidos y Europa, que libraron la fatídica lucha por mantener sus posiciones en los territorios que unen Oriente y Occidente.

En su último libro –hasta el momento, cuando está escribiendo un gran trabajo sobre la trayectoria de la cuestión ecológica en el tiempo–, Frankopan repasa sus tesis clásicas y las actualiza, dibujando un mundo cuyo eje regresó a Asia, con la decadencia definitiva de Europa y eurocentrismo y el declive de la hegemonía norteamericana.

Su obra es de esas que reposicionan los horizontes de interpretación del mundo -pasado, presente y futuro- y por eso puede considerarse radicalmente innovadora. Por eso lo considero el primer gran historiador del siglo XXI. Uno que sigue y rescata las grandes transformaciones de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI.

Los más grandes historiadores del siglo XX -entre los que Eric Hobsbawn fue sin duda el más sistemático y el más trascendente, aunque hubo una plétora de grandes historiadores, la mayoría de ellos británicos-, con todas las grandes interpretaciones que nos dieron de un siglo tan notable como ése eran prisioneros de las transformaciones promovidas por la Revolución Industrial -con toda la plétora de otros fenómenos que la acompañaron- y del eurocentrismo.

Lo que rescata a Frankopan es un mundo que reivindica trayectorias mucho más remotas y que nos proyecta al siglo XXI en una perspectiva mucho más amplia y que revela el futuro de una manera mucho más abierta que las perspectivas que el siglo pasado parecía presentarnos. No es solo Asia -y China en particular- los que se recuperan y rescatan a lo largo de su milenaria trayectoria. Es el mundo, en su conjunto, lo que se recupera en el subtítulo de su libro: Una nueva historia universal de la Ruta de la Seda: el encuentro de Oriente y Occidente.

Una de las grandes preguntas que tenemos que hacernos es cómo ubicar a América Latina en este nuevo marco. Siempre hemos sido un subproducto de Occidente, su expansión y colonización del mundo. Siempre fuimos la periferia de Europa y Estados Unidos. Nuestra relación con Asia siempre estuvo mediada por estos continentes, nunca directamente.

Incluso la idea de la revolución y sus líderes, siendo asiáticos, desde Lenin hasta Mao, nos llegó a través del movimiento comunista europeo o del maoísmo francés. No sabíamos de la revolución china, excepto a través de los debates de la izquierda europea. Nuestro universo académico siempre ha estado completamente permeado por las modas intelectuales europeas, sus autores, sus temas, sus escuelas de pensamiento.

Solo más recientemente, debido a la expansión del comercio internacional con China es que comenzamos a tener relaciones directas con ese país. Aun así, las relaciones comerciales, que no implican relaciones con la historia y la cultura de China y Asia en su conjunto. China e India –aunque juntas representan la mayoría de la población mundial– eran, hasta hace poco y, de alguna manera, todavía lo son, mundos lejanos, con los que no tenemos relaciones estrechas y directas, ni siquiera por el conocimiento de cuáles son esos mundos, no por su cultura, música, literatura, su historia, sus costumbres. Solo nos llega su cocina, siempre intermediada por países europeos y Estados Unidos.

La primera expresión política de una relación directa con Asia, entre otras fuerzas, tuvo lugar en los Brics. Una eventual victoria de Lula permitirá la reincorporación de Brasil – y de América Latina- a los Brics con miras a consolidar una alianza estratégica entre América Latina con China y Rusia. Sería un elemento nuevo en la dirección que señala Frankopan como eje de su visión del mundo.

Fuente original: https://www.alainet.org/es/articulo/214498

La ofensiva de la OTAN en Ucrania, una guerra europea

Jorge Altamira

14/12/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 1345/21 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/Pto5104IPY4)

La determinación estratégica de Estados Unidos de incorporar a Ucrania a la OTAN ha desatado una nueva crisis político-militar con Rusia. Las potencias ‘occidentales’ y la prensa internacional presentan los acontecimientos en forma invertida, atribuyendo las advertencias lanzadas contra Rusia como el resultado de una intención, por parte de ésta, de invadir y ocupar Ucrania. Aunque Rusia haya anexado la península de Crimea para proteger su única base militar sobre el Mar Negro y apoye a los sectores que mantienen el control del este de Ucrania, en la región del Donbass, el régimen de Putin carece de las condiciones internas e internacionales para acometer semejante propósito. En el caso de la OTAN, por el contrario, luego de prometer que no extendería su dominio a Ucrania, cuando en 1991 Ucrania accedió a la independencia, y luego hizo lo mismo al firmarse, en 1994, el tratado de desnuclearización del país, en el pacto de Bruselas, Biden dejó en claro, en una reciente reunión con Putin, que Estados Unidos no acepta ninguna clase de “líneas rojas” con referencia a la adhesión de Ucrania a la OTAN. Los medios internacionales informan de manera regular la violación del espacio aéreo de Rusia por aviones de países de la OTAN, y han convertido a las naciones del Báltico en una plataforma militar contra Rusia. Del mismo modo, los medios han oficiado como voceros a la OTAN, al advertir que Rusia ha perdido la “profundidad estratégica”, o sea su vasto territorio, que la protegió contra Napoleón y contra Hitler, como consecuencia de la capacidad de ataque de los misiles de corto y medio alcance que apuntan contra ella. Estados Unidos y la OTAN han boicoteado los acuerdos de Minsk, firmados en 2016, que establecían negociaciones para la reunificación de Ucrania, porque el lado oriental reclamaba convertir al país en una federación, o sea con autonomía para sus regiones. El objetivo fundamental del “euromaidan”, el golpe de estado que desalojó a la oligarquía pro-rusa del gobierno, en 2014, fue incorporar a Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, algo que ya había aceptado, en principio, el gobierno “pro-ruso’’ derrocado. La proyección estratégica de la OTAN hacia los confines de Rusia arranca con la balcanización de Yugoslavia (valga la redundancia) y el bombardeo sistemático a la república serbia. La restauración ‘pacífica’ del dominio capitalista en Europa oriental, a través de un acuerdo con la burocracia moscovita, va cobrando la forma menos pacífica de nuevas guerras internacionales de dominación política.

La crisis en desarrollo comporta, sin embargo, un conjunto de elementos que se encuentran más allá de la disputa por Ucrania. En efecto, una pieza decisiva de la situación presente ha sido la construcción de dos gasoductos que atraviesan el Báltico, para abastecer a Alemania y a una parte de Europa, a cargo del monopolio ruso Gazprom. Más que un acuerdo económico es un acuerdo geopolítico, en primer lugar porque crea un vínculo económico estratégico entre ambos países. La nueva ruta degrada la vía histórica de abastecimiento de gas ruso a Europa a través, precisamente, de Ucrania, lo que pone un fin a las posibilidades de extorsión recíproca, de parte de Ucrania a Rusia y viceversa, pero que deja a Ucrania sin el recurso financiero del peaje por el gas y su propio abastecimiento. La ruta de Báltico resuelve un problema estructural de Europa, pero en especial de Alemania, en la provisión de energía, al margen de que ha creado fuertes rivalidades con compañías europeas de transporte de gas. Pero ese acuerdo tiene un alcance de otras dimensiones cuando se tiene en cuenta que implica una apertura privilegiada del mercado ruso a la producción y a las inversiones de Alemania. Gerard Schroeder, ex canciller de Alemania, se ha convertido en director de la misma Gazprom. El acuerdo ofrece la posibilidad de aumentar el peso del capital germano en Europa del este, en primer lugar, la República Checa y varias naciones desprendidas de Yugoslavia. El saldo comercial que favorece a Rusia financia las inversiones de su socio alemán.

El acuerdo ruso-alemán no es perjudicial solamente para Ucrania sino también para Estados Unidos, que ha presionado para que la UE se convirtiera en mercado para el gas licuado producido a partir del ‘shale gas’ estadounidense. Estados Unidos ha respondido con sanciones a las constructoras rusas y alemanas del gasoducto número dos, que luego levantó contra las primeras pero no las segundas. Este segundo gasoducto no ha recibido autorización para operar, aunque se encuentra terminado; enfrenta, además, otras cuestiones legales en Alemania y la UE. Estados Unidos exige que Rusia se comprometa a no interrumpir la provisión de gas por medio de Ucrania. Putin ha respondido con una disminución de la oferta de gas al mercado internacional, con la intención de provocar un aumento sustancial del precio, al que se atribuye gran parte de la ola de inflación que se registra en los principales mercados.

La cuestión de Ucrania encubre una disputa internacional de gran alcance potencial, que ha ocupado un espacio importante en la agenda de Trump y ahora de Biden, que se refiere al propósito de Alemania y Francia de convertir a la UE en tercera fuerza en la pulseada, con referencia a Estados Unidos y a China; que incluye una apertura rusa al capital europeo. En el marco de un acuerdo estratégico general reclaman el ingreso de Ucrania a la UE – un objetivo de largo plazo pero en desarrollo, cuando culmine el tremendo ajuste fondomonetarista que se desarrolla en Ucrania. El afán de Rusia de lograr una mayor integración al mercado mundial confronta con la ambición de la UE de convertirla en un satélite económico y financiero, que choca a su vez con los intereses de Estados Unidos de recuperar una hegemonía en decadencia, en oposición a unos y a otros. De modo que la nueva escalada militar de la OTAN contra Rusia, por la incorporación de Ucrania a la alianza militar del imperialismo, se extiende al conjunto de Europa, como parte de un nuevo reparto del mercado mundial por las fuerzas en presencia.

Fuente original: https://politicaobrera.com/6105-la-ofensiva-de-la-otan-en-ucrania-una-guerra-europea

Fuente de la imagen: https://www.elconfidencial.com/mundo/2021-04-18/rusia-ucrania-conflicto-paces-invasion-quiere_3039155/

Tras cuatro décadas gloriosas, el milagro económico de China parece estar por terminar

Edward Chancellor

22/11/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica el 14/11/2021

Los niveles de deuda corporativa y familiar, los peligros de la burbuja inmobiliaria y la desigualdad social están dejando al presidente Xi Jinping sin opciones para impulsar la economía china.

LONDRES.- El presidente chino Xi Jinping tiene una comprensión más cabal de los problemas económicos de su país que los propios inversores. Ya hace años que el vitalicio líder chino advirtió los peligros que entraña la burbuja inmobiliaria, el desorbitante nivel de deuda, la corrupción generalizada y la creciente desigualdad social. No son problemas exclusivos de la República Popular: en algún momento, todos los países de la región que adoptaron el así llamado “modelo de desarrollo asiático” enfrentaron problemas similares. El dilema de Xi es que China no tiene un camino fácil para superarlos.

El modelo de desarrollo asiático tiene características propias: la banca pública ofrece créditos baratos a las industrias de su elección, se mantiene pisado el valor de la moneda para impulsar las exportaciones, se reprime el consumo para generar ahorros que vayan a la inversión, y se adopta tecnología extranjera para lograr una rápida modernización. Desde la Segunda Guerra Mundial, la combinación de esas políticas demostró un éxito indiscutido para achicar la brecha de desarrollo entre Asia y Occidente.

Pero en Asia el crecimiento es inestable por naturaleza. Las tasas de interés artificialmente bajas crean burbujas inmobiliarias, como ocurrió enJapón a fines de la década de 1980 y en Tailandia unos años después. La plata dulce fomenta el endeudamiento excesivo, como pasó en el Sudeste Asiático a principios de los años 90. La capitalización a bajo costo alienta inversiones improductivas. La política de reprimir el consumo interno genera desequilibrios económicos. Y para colmo, cuando ese crédito es distribuido a dedo por bancos controlados por el Estado, la corrupción se multiplica, como ocurrió en Indonesia durante el régimen cleptocrático de Suharto.

El largo periodo de expansión económica de Japón terminó cuando a fines de 1989 el Banco de Japón decidió pinchar la burbuja inmobiliaria. Los “tigres” asiáticos, como se llamaba a las economías de rápido crecimiento de la región, desbarrancaron un par de años después. Como demostró el economista Paul Krugman por entonces, el “milagro” económico solo era sostenible con un crecimiento permanente del capital y la fuerza de trabajo. Cuando los acreedores extranjeros empezaron a retirar sus capitales, a mediados de los años 90, se desató la crisis financiera en la región.

Modelo

Consideremos ahora la situación actual de China. Desde que abrazo la reforma económica, a fines de la década de 1970, el Partido Comunista aplicó “un modelo de desarrollo asiático con anabólicos”, en palabras de Michael Pettis, de la Universidad de Pekín. Los ahorros y la inversión en China crecieron a niveles inéditos y el consumo cayó al nivel más bajo que nunca haya sufrido una economía asiática. La República Popular está sumida en la deuda, que desde la crisis financiera global de 2008 ha crecido alrededor de 100 puntos porcentuales en relación con el PBI del país. En el clímax de la burbuja inmobiliaria de Japón, se decía que tan solo el predio del Palacio del Emperador en Tokio valía más que todo el mercado inmobiliario de Canadá; hoy, se dice que en China hay suficientes propiedades vacías como para alojar a la totalidad de la población de Canadá, 38 millones de personas, y hasta sobrarían vacantes.

No es extraño entonces que el presidente Xi proclame que las viviendas son eso, lugares para vivir, no inversiones especulativas, y que el “desarrollo desequilibrado e inadecuado” del país había impedido mejorar la calidad de vida de millones de ciudadanos chinos. Ahora Xi reclama una “prosperidad común” que implica una reducción de la desigualdad. Al mismo tiempo, el presidente quiere reducir el exceso de capacidad, y hacer que la vivienda sea más accesible. Y todo eso debe lograrse “a la vez que se alienta un suave crecimiento económico” y esquivando la aparición de un “cisno negro”, vale decir, una crisis financiera.

Para mensurar los problemas que enfrenta China basta recordar lo que ocurrió con sus vecinos cuando cambiaron abruptamente de rumbo económico. El estallido de la burbuja inmobiliaria en Japón en 1990 hizo más accesibles las propiedades destinadas a vivienda, pero las esquirlas desataron dos crisis bancarias y hace décadas que la economía japonesa está sumida en una deflación persistente. Es cierto que últimamente Japón empezó a alentar el consumo, pero llegó cuando el crecimiento económico ya se había estancado. Pekín conoce demasiado bien lo que significó la década perdida para Japón, y no desea copiar la experiencia.

A mediados de la década de 1990, cuando los tigres asiáticos empezaron a tener problemas, se vieron obligados a tomar un rumbo diferente. Tras los problemas surgidos en Tailandia, los acreedores extranjeros pasaron a cobrar por ventanilla y corrieron a la puerta de salida. El contagio se esparció de país en país, incluidos Taiwán y Corea del Sur, que se jactaban de ser superavitarios y de contar con ingentes reservas en moneda extranjera. No fue precisamente un periodo de “suave crecimiento económico”, sino de derrumbe de las monedas, quiebre generalizado de empresas, rescates del FMI, y en el caso de Indonesia, agitación social que condujo a la caída de Suharto y sus secuaces. Malasia tuvo que introducir controles de capitales para frenar a los especuladores extranjeros.

El camino de los tigres

Pero por lo menos la crisis asiática tenía su costado positivo. Los países que sufrieron devaluaciones abruptas se volvieron mucho más competitivos. En 1999, la economía de Corea del Sur creció más de un 10%.

El estratega en inversiones Russell Napier, que fue testigo presencial de ese periodo y lo describe en su libro “La Crisis Financiera Asiática”, cree que China sigue el mismo camino que los tigres. En este momento, el yuan sigue laxamente pegado a la cotización del dólar, y en ese sentido, la Reserva Federal norteamericana tiene una influencia excesiva sobre la política monetaria de China. Eso es especialmente problemático si se piensa que el año que viene la Reserva Federal tiene pensado aumentar las tasas de interés, mientras que China, debido al decaimiento de su burbuja inmobiliaria, necesita abaratar el crédito. Abandonar ese anclaje al dólar, dice Napier, le devolvería independencia monetaria a Pekín.

Si China devalúa el yuan, su economía probablemente goce de un estallido de crecimiento a caballo de las exportaciones. Pero hay que ver si el resto del mundo se lo permite. China ya es el mayor exportador mundial. En su libro, Napier dice que la condescendencia de los gobiernos de Occidente con la manipulación de las monedas asiáticas “fue uno de los mayores errores de la historia”, ya que a partir de 1997 fogoneó las exportaciones de la región a expensas de millones de puestos de trabajo en Estados Unidos y Europa. Occidente no repetirá su error. Si Xi opta por la devaluación, tendrá que vérselas con Estados Unidos y sus aliados.

Nunca hay que subestimar la capacidad de Pekín para encontrar políticas que hagan avanzar la economía china. Pero en China los niveles de deuda corporativa y familiar son más altos que en Estados Unidos justo antes de la crisis de las hipotecas y el consecuente estallido de la burbuja inmobiliaria más grande de la historia, así que a Xi le quedan pocas opciones. Tras cuatro décadas gloriosas, el milagro económico de China finalmente parece estar por terminar.

Agencia Reuters

Traducción de Jaime Arrambide

Fuente de la imagen: HECTOR RETAMAL – AFP

Fuente original: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/tras-cuatro-decadas-gloriosas-el-milagro-economico-de-china-finalmente-parece-estar-por-terminar-nid12112021/

Por qué el atribulado imperio estadounidense podría desmoronarse rápidamente

Richard D. Wolff

01/11/2021 | Publicado en Asia Times el 31/10/2021

Las guerras estadounidenses perdidas en Irak y Afganistán expusieron la extralimitación imperial más allá de lo que incluso 20 años de guerra podrían lograr. El hecho de que las derrotas se prolongaran durante tantos años muestra que la política interna y la financiación del complejo militar-industrial interno fueron, más que la geopolítica, los impulsores clave de estas guerras. Los imperios pueden morir por extralimitarse y sacrificar objetivos ampliamente sociales por los estrechos intereses de las minorías políticas y económicas.

Estados Unidos tiene el 4.25% de la población mundial, pero representa aproximadamente el 20% de las muertes mundiales por Covid-19. Una rica superpotencia mundial con una industria médica altamente desarrollada demostró estar muy mal preparada y ser incapaz de hacer frente a una pandemia viral.

Los niveles de deuda (gubernamental, corporativa y familiar) se encuentran todos en los registros históricos o cerca de ellos y están aumentando. La Reserva Federal, con sus años de flexibilización cuantitativa, alimenta y, por lo tanto, apoya el aumento de la deuda.

Los funcionarios en los niveles más altos ahora están discutiendo la posible emisión de una moneda de platino de un billón de dólares para que la Fed entregue esa suma en nuevo crédito al Tesoro de los Estados Unidos para permitir un mayor gasto público.

El propósito va mucho más allá de las disputas políticas sobre el tope de la deuda nacional. El objetivo es nada menos que liberar al gobierno para inyectar cantidades aún más masivas de dinero nuevo en el sistema capitalista para sostenerlo en tiempos de dificultad sin precedentes.

La Fed se enteró de que el capitalismo de hoy necesita tales cantidades de estímulo monetario gracias a los tres colapsos recientes (2000, 2008 y 2020) presenciados por el sistema capitalista. Un imperio desesperado se acerca a una versión de la Teoría Monetaria Moderna de la que los líderes del imperio se burlaron y rechazaron no hace mucho.

La extrema desigualdad, que ya era una característica distintiva de Estados Unidos, se agravó durante la pandemia. Esta desigualdad alimenta el aumento de la pobreza y el aumento de las divisiones sociales entre los que tienen, los que no tienen y los que piensan que tienen cada vez más ansiedad.

Los intentos de los empleadores de recuperar las ganancias perdidas por la pandemia y el colapso capitalista durante 2020 y 2021 han llevado a muchos a imponer restricciones adicionales a los empleados. Esto ha llevado a huelgas oficiales y no oficiales que continúan en medio de un movimiento sindical que está despertando. A nivel individual, la tasa de trabajadores que han dejado sus trabajos ha alcanzado niveles récord.

Los intentos de los empleadores por recuperar las ganancias perdidas en los últimos dos años también se reflejan en la inflación en curso que azota al imperio. Los empleadores fijan los precios de lo que venden. Saben que la Fed ha aumentado el poder adquisitivo potencial al inundar los mercados con dinero nuevo.

La demanda reprimida por la pandemia y las crisis económicas ayudarán, al menos por un tiempo, a sostener la inflación. Pero incluso si es temporal, la inflación empeorará aún más las desigualdades de ingresos y riqueza y, por lo tanto, preparará a EE. UU. para la próxima crisis. Además de los tres colapsos de este nuevo siglo (2000, 2008 y 2020), cada uno peor que el anterior, otro colapso, que podría ser aún peor, podría desafiar la supervivencia del sistema capitalista.

Incendios, inundaciones, huracanes, sequías: los signos de la catástrofe climática, sin mencionar sus costos en rápido aumento, se suman a la sensación de fatalidad inminente provocada por todos los demás signos del declive del imperio. También en este caso, la pequeña minoría de líderes de la industria de los combustibles fósiles ha logrado bloquear o retrasar la acción social necesaria para hacer frente al problema.

Los imperios declinan cuando sus largos hábitos de servir a las élites minoritarias los ciegan a esos momentos en los que la supervivencia del sistema requiere superar las necesidades de esas élites, al menos por un tiempo.

Por primera vez en más de un siglo, Estados Unidos tiene un competidor global real, serio y ascendente. Los sistemas británico, alemán, ruso y japonés nunca alcanzaron ese estatus. La República Popular de China ahora tiene.

Ninguna política establecida de Estados Unidos con respecto a China ha resultado viable debido a las divisiones internas de Estados Unidos y al espectacular crecimiento de China. Los líderes políticos y los contratistas de “defensa” encuentran atractivo atacar a China. La denuncia de China sirve como chivo expiatorio popular para muchos políticos de ambos partidos y como apoyo para un gasto de defensa cada vez mayor por parte de los militares.

Sin embargo, los principales segmentos de las grandes empresas corporativas han invertido cientos de miles de millones en China y en cadenas de suministro globales vinculadas a China. No quieren arriesgarlos. Además, durante décadas, China ha ofrecido una de las fuerzas laborales de menor costo, mejor educadas, capacitadas y disciplinadas del mundo, junto con el mercado de más rápido crecimiento del mundo para bienes de capital y de consumo.

Las empresas estadounidenses competitivas creen que el éxito global requiere que sus empresas estén bien establecidas en esa nación con la población más grande del mundo, entre los trabajadores menos costosos del mundo y con el mercado de más rápido crecimiento del mundo.

Todo lo que se enseña y se aprende en las escuelas de negocios respalda ese punto de vista. Por lo tanto, la Cámara de Comercio de EE. UU. Se opuso a las guerras comerciales / arancelarias del expresidente Donald Trump y ahora se opone al exagerado programa de ataques contra China del presidente Joe Biden.

No hay forma de que Estados Unidos cambie las políticas económicas y políticas básicas de China, ya que esas son precisamente las que llevaron a China a su posición ahora envidiada a nivel mundial de ser un competidor de una superpotencia como Estados Unidos. Mientras tanto, se espera que China alcance a los Estados Unidos con la igualdad de tamaño económico antes del final de esta década.

El problema para el imperio estadounidense crece y Estados Unidos permanece estancado en divisiones que excluyen cualquier cambio significativo, excepto quizás un conflicto armado y una guerra nuclear impensable.

Cuando los imperios declinan, pueden caer en espirales descendentes que se refuerzan a sí mismos. Esta espiral descendente ocurre cuando los ricos y poderosos responden usando sus posiciones sociales para descargar los costos del declive sobre la masa de la población. Eso solo empeora las desigualdades y divisiones que provocaron el declive en primer lugar.

Los Pandora Papers recientemente publicados ofrecen una visión útil del elaborado mundo de vastas riquezas ocultas a los gobiernos recaudadores de impuestos y al conocimiento público. Tal ocultación se debe en parte al esfuerzo por aislar la riqueza de los ricos de ese declive.

Eso explica en parte por qué la exposición de los Papeles de Panamá en 2016 no hizo nada para detener la ocultación. Si el público supiera acerca de los recursos ocultos, su tamaño, orígenes y propósitos, la demanda pública de acceso a los activos ocultos se volvería abrumadora. Los recursos ocultos se verían como los mejores objetivos posibles para su uso a fin de frenar o revertir el declive.

El declive provoca más escondites y eso, a su vez, empeora el declive. La espiral descendente está comprometida. Además, los intentos de distraer a un público cada vez más ansioso, demonizando a los inmigrantes, convirtiendo a China en chivo expiatorio y participando en guerras culturales, muestran rendimientos decrecientes. El declive del imperio continúa, pero sigue siendo ampliamente negado o ignorado como si no importara.

Prosiguen los viejos rituales de la política, la economía y la cultura convencionales. Sólo sus tonos se han convertido en los de profundas divisiones sociales, amargas recriminaciones y manifiestas hostilidades internas que proliferan por todo el paisaje. Estos desconciertan y molestan a muchos estadounidenses que todavía necesitan negar que las crisis han acosado al capitalismo estadounidense y que su imperio está en declive.

Este artículo fue elaborado por Economy for All , un proyecto del Independent Media Institute, que lo proporcionó a Asia Times.

Richard D. Wolff es profesor emérito de economía en la Universidad de Massachusetts, Amherst, y profesor invitado en el Programa de Posgrado en Asuntos Internacionales de la New School University, en Nueva York. Sus tres libros recientes con Democracy at Work son The Sickness Is the System: When Capitalism Fails to Save Us From Pandemics or Itself, Understanding Marxism, and Understanding Socialism.

Fuente original del texto y la imagen: https://asiatimes.com/2021/10/why-the-troubled-us-empire-could-quickly-fall-apart/

Biden movió ficha: America First

Manolo Monereo

13/10/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 1152/21 el 10/10/2021

Asombra la rapidez. Biden fue recibido como la gran esperanza blanca que nos liberaba del neofascista Trump y que nos traía las promesas de una nueva América a lo Roosevelt. La izquierda europea lo recibió con entusiasmo; vio en él la posibilidad de salir de la austeridad, de tomarse en serio la crisis climática y de avanzar con firmeza hacia un feminismo más universal. Había cosas que no se decían, que conscientemente se dejaban en un segundo plano como su agresividad contra China y Rusia o su reafirmación clara y rotunda de la hegemonía norteamericana en el mundo y, más allá, su apuesta por la militarización de las relaciones internacionales. Ahora ya estamos en el otro lado, se afirma que Biden es como Trump. Tampoco es verdad. Para uno y para otro, América siempre será lo primero, sus intereses geopolíticos, su incansable lucha por mantener y ampliar su poder. Para ambos China es el enemigo. Sin embargo, en la táctica y, sobre todo en la estrategia, hay diferencias significativas.

El acuerdo entre Gran Bretaña, Australia y EEUU (AUKUS) hay que situarlo en un contexto marcado por la huida de Kabul y por el deterioro del prestigio del presidente Biden. Se ha escrito bastante sobre esto, no añadiré mucho más. La Administración norteamericana tenía que retomar la iniciativa política y dar una señal de firmeza. Las prisas son malas consejeras; el nuevo acuerdo ha generado muchas más dudas y deja muy tocada su política de alianzas. La palabra clave es unilateralidad. Francia ha hablado de deslealtad, de puñalada por la espalda y de diplomacia secreta; la Unión Europea ha mostrado una débil solidaridad con una Francia humillada y Borrell nos sigue hablando de la necesidad de una mayor autonomía estratégica de la UE. EEUU manda, no consulta, a sus aliados y toma decisiones que afectan, directa o indirectamente, a sus socios. ¿Cuándo no ha sido así?

El acuerdo de EEUU con Australia y Gran Bretaña, sin embargo, enseña mucho sobre la dirección de la política de la Administración Biden, de su estrategia básica y de su compleja política de alianzas. En primer lugar, afirma con rotundidad que su prioridad es eso que hoy se llama Indo- Pacífico y que todo lo demás (como Europa, por ejemplo) le está subordinado. En segundo lugar, que hay aliados y aliados; es decir, que su núcleo duro sigue siendo su alianza con Gran Bretaña y el mundo anglosajón. En tercer lugar, que no está dispuesta a darle protagonismo a actores externos como Francia en un conflicto que necesita dirigir sin mediadores. En cuarto lugar, que a la Unión Europea se le tiene en cuenta por medio y a través de la OTAN; su presencia en la zona es admitida solo como complementaria y subordinada a los intereses norteamericanos.

Francia ha sido duramente golpeada. Definió hace años su estrategia para el Indo-Pacífico y tiene intereses en una zona vital para ella con territorios de ultramar como Nueva Caledonia, la Polinesia Francesa o La Reunión. Su industria militar es muy importante y necesita imperiosamente competir en un momento en el que se están produciendo cambios tecnológicos de enorme calado. Con el acuerdo Francia pierde un conjunto de contratos que le suponían en torno a 66 mil millones de dólares y deja muy debilitada su pretensión de convertirse en aliado autónomo en la zona. La retórica irá dejando paso a una realidad que ha marcado a Macron: Francia no contempla una política exterior y de seguridad que no sea bajo el paraguas de la OTAN y una alianza estrecha con los EEUU.

Hay matices, sin duda; Francia, a diferencia de Alemania, es consciente de que la tendencia principal es hacia un mundo multipolar y que la hegemonía norteamericana está profundamente cuestionada. Sueña con convertirse en un aliado autónomo de los EEUU y protagonizar una transición repleta de peligros, conflictos y, posiblemente, enfrentamientos armados. EEUU no comparte esa posición y, al final, Francia cederá una vez más.

El día 24 de septiembre se reúnen los países del “cuadrilátero”, EEUU, India, Japón y Australia. Se espera un comunicado duro contra China y la defensa del derecho a una navegación libre en espacios económicos abiertos y basado en normas. El cerco se va cerrando. Si se mira el mapa con atención se verá que, poco a poco, se está formando una alianza entre islas que pretende encerrar a China en su mar meridional convertido en espacio en disputa y en zona de inestabilidad permanente. La Franja y la Ruta -la mayor reorganización de espacio-tiempo de Eurasia desde los mongoles- siempre tuvo un fuerte componente geopolítico en búsqueda de salidas que neutralizaran la dependencia del estrecho de Malaca (por el que pasa el 60% del comercio mundial y vía de ingreso del 80% del crudo que llega a China) y, sobre todo, eludir los intentos de bloqueo como provocación para la guerra.

El termino Indo-Pacífico es relativamente nuevo, antes se hablaba de Asia-Pacifico. El cambio no es casual, proviene de militares indios y aparece en 2010. ¿Qué se consigue? Neutralizar la centralidad de China y asegurar el protagonismo de una India que aspira a ser un actor principal en el nuevo orden multipolar que se atisba en el futuro. Hablar de Indo-Pacifico es definir una política de alianzas que necesita, para vencer o frenar a China, una India beligerante unida a Occidente. India-Rusia; China-Pakistán, son viejas alianzas políticas y reminiscencias de futuro. Afganistán se ha convertido en un problema añadido para una India que ve como se refuerza su tradicional enemigo, Pakistán. El nacionalista de derecha Modi, presidente de la India, toma nota. Se sabe pieza clave y entrará en el “Gran Juego” desde posiciones de privilegio. Medirá mucho sus pasos, mucho.

¿Occidente frente 0riente? No está tan claro por ahora. EEUU busca aliados y no tiene demasiado tiempo; de ahí sus meteduras de pata y sus inmensos errores. Va por detrás de China y no acaba de entender su juego. Repite viejas soluciones a problemas nuevos. Ahora se trata de construir un bloque alternativo a China propiciando el alineamiento de los diversos países de la zona, neutralizando la influencia económica-tecnológica de China y militarizando las relaciones entre países. EEUU, como siempre, empleará todos los medios a su alcance y no tendrá problemas en apostar a fondo por una potencia como la India que tiene fuertes pretensiones hegemónicas en la zona. El AUKUS busca redefinir un marco de alianzas flexibles desde un núcleo duro que se irá ampliando rápidamente y conectándose con los dos grandes protectorados político-militares de los EEUU: Japón y Corea del Sur. La clave es el alineamiento sin fisuras, definición clara del enemigo y coherencia estratégica en el espacio y en el tiempo.

La respuesta de la Unión Europea indica impotencia y subalternidad. Antes ya se ha dicho y lo repito: se ha dejado sola a Francia. Pronto volverán las aguas a su cauce y se habrá perdido una oportunidad más para defender posiciones propias y políticas diferenciadas. Las declaraciones de Borrell sorprenden por su debilidad, por su falta de criterio geopolítico y, sobre todo, por su inadecuación al tiempo histórico. En un momento donde la Comisión define su Estrategia para la Cooperación en la Región Indo- Pacífico y presenta su informe sobre Prospectiva Estratégica 2021, el alto representante de la Unión y vicepresidente de la Comisión parece preocupado por la incapacidad de la UE para organizar una fuerza de 5000 efectivos de despliegue rápido, con el objetivo, entre otras cosas, de impedir una salida como la de Kabul. Borrell habla de fuerzas militares propias, diferenciadas de la OTAN y, eso sí, complementarias de las mismas.

Si hay un fantasma que recorre hoy la Unión Europea es sin duda el de la llamada “autonomía estratégica” y el de la urgente necesidad de construir unas fuerzas armadas europeas independientes y paralelas de la OTAN. Lo más inquietante es que una cuestión de esta magnitud político- estratégica este fuera del debate público y se deje en manos de un conjunto de funcionarios y militares del entramado de poder que es hoy la UE. Se están tomando decisiones que hipotecan nuestro futuro, que definen alianzas internacionales y políticas militares que reafirman la hegemonía de los EEUU y que se oponen a la construcción de un nuevo orden multipolar más plural e inclusivo. Hay que reaccionar y pronto.

Fuente original del texto: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/biden-movio-ficha/

Fuente de la imagen: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-58579238