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domingo, marzo 23, 2025

Eurasia como eje del siglo XXI

Alberto Cruz

REBELIÓN | 21/04/2016

El título que se le ha puesto a esta intervención de la XXXIII Semana Galega de Filosofía puede parecer irreal, arriesgado o factible. Es evidente que yo me sitúo en esta última posición. No sólo eso, voy un paso más allá y considero que es algo no ya factible sino que es una realidad que difícilmente se puede negar.

Antes de entrar en materia hay que partir de una premisa también incuestionable: el mundo cambia y Occidente ya no es el actor principal. Han surgido nuevos actores geopolíticos que han hecho que esta decadencia de Occidente sea ya irreversible.

Dado que el tema central de este año es «Filosofía y política», voy a referirme a un filósofo y político que a mí me gusta bastante, Antonio Gramsci, cuando hace ya cien años definió de forma totalmente precisa qué es una crisis. Dijo que la crisis se produce cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer, por lo que en ese interregno se generan monstruos. Es evidente que hoy uno de los monstruos es la organización llamada Estado Islámico. Y yo añado algo más: otro de los monstruos es el mismo Occidente, alarmado ante esa pérdida de su hegemonía mundial y que actúa cada vez más como una fiera herida, lo que le hace cada vez más impredecible.

Que Occidente ya no tiene el protagonismo internacional que tenía, que pierde hegemonía casi cada segundo que pasa no es algo que diga yo así, alegremente, sino que es algo que reconoce el propio Occidente. La Unión Europea, en la Conferencia Europea de Seguridad que se celebró en Berlín durante el mes de febrero, dijo, entre otras cosas a las que luego me referiré, que «la alianza entre la UE y EE.UU. es hoy más débil y menos relevante que nunca».

Volviendo a Gramsci, está claro que lo viejo que no termina de morir es Occidente y que lo nuevo que no termina por nacer está aún por definirse en los términos sociales, políticos y económicos, aunque ya se puede indicar que surge con unas premisas que son inconcebibles para Occidente: multipolaridad, no injerencia y diplomacia.

Si hay que establecer una fecha en la que esto pasa de ser factible a real es 2008, cuando como consecuencia de la crisis política, social, económica y moral de Occidente -y ahí está el caso de los refugiados como claro exponente- dos países vieron llegado su momento de ocupar un lugar preponderante en las relaciones internacionales: China y Rusia.

Como es lógico, esto no es algo que surgiese en el 2008 como las setas, por generación espontánea, sino que ya venía fraguándose de forma más o menos silenciosa hasta que en ese año se manifestó de forma abierta.

En el caso de China hay que remontarse a marzo de 1999. Ese año la Asamblea Nacional Popular, el Parlamento chino, adoptó dos resoluciones clave en política exterior: el comienzo de una expansión de su política de alianzas fuera de la zona asiática, incluyendo como zonas preferentes a África y América Latina, y el basamento de que ello tenía que enmarcarse en lo que se conoce como «consenso de Beijing» y que, en síntesis, consiste casi en las mismas líneas de actuación que están poniendo los nuevos actores geopolíticos que están desbancando a Occidente, es decir, la multipolaridad, la no injerencia y la diplomacia. La ANP consideraba que con el desarrollo de esta política en estos continentes llegaría en el año 2027 a la paridad estratégica con EE.UU. en todos los ámbitos, el económico, el político y el militar.

EE.UU. respondió a esta planificación con una acción inusual, pero lógica dentro de su concepción de la política exterior: bombardeó la embajada china en Belgrado. En ese año, en ese mes, estaba en pleno apogeo la guerra contra Serbia. EE.UU. ofreció tres versiones distintas de ese bombardeo, desde el error hasta que albergaba unas antenas desde las que el ejército serbio estaba eludiendo el control de sus comunicaciones por parte de la OTAN. También para evitar que las partes de un supersofisticado avión estadounidense que había sido derribado por los serbios fuesen entregadas a Beijing, como así ocurrió después. Pero con ello EE.UU. propinaba un pescozón a China, algo así como decir, «¿de qué vas? ¿de verdad crees que puedes equipararte a mí?».

Los chinos nunca olvidaron. En 2009, uno de los principales generales del Ejército Popular de Liberación lo reconoció de forma abierta diciendo: «fue una afrenta; entonces no podíamos devolver el golpe, pero ahora sí» (1).

El otro país que esperaba su momento era Rusia. Si no habéis leído el espléndido libro de Naomi Klein «La doctrina del shock», hacedlo; el capítulo referente a Rusia es muy ilustrativo del saqueo a que fue sometido el país tras la desaparición de la URSS. La etapa de Yeltsin fue El Dorado para EE.UU. y, en menor medida, la UE. Hasta que en el 2000 llegó Putin a la presidencia. Entonces hizo dos cosas que supusieron que se convirtiese, hasta hoy, en la bestia negra de EE.UU. y la UE: paralizó las privatizaciones y se enfrentó a la oligarquía. Hay que decir que históricamente en Rusia ha habido dos sectores: los pro-occidentales, euroatlánticos, como se llaman a sí mismos, y los euroasiáticos. Esto ha sido así en la Rusia zarista, en la URSS y en la actualidad. Putin pertenece al sector euroasiático y a quien se enfrentó fue a los pro-occidentales y apoyó, y se apoyó, en la oligarquía euroasiática. Supongo que se recordará la campaña que llevaron a cabo EE.UU. y la UE cuando Rusia encarceló a uno de esos oligarcas pro-occidentales, Jodorjovski, que pretendía hacerse -y casi lo logró- con el control de uno de los recursos básicos de Rusia: el petróleo. Controlar el petróleo, eso pretendía Occidente, dejar sin columna vertebral a Rusia.

Los euroasiáticos lo entendieron a la perfección. Putin lo expresó muy gráficamente cuando dijo: «sólo una Rusia con pleno control de sus recursos energéticos y con la recuperación de sus aliados durante la etapa de la URSS hará posible mantener una Rusia independiente y con voz geopolítica». Así que lo puso en marcha en su zona, sentando las bases para la Unión Económica Euroasiática (que está jurídicamente activa desde el 1 de enero de este año, estimándose en un total de 900.000 millones de dólares el intercambio comercial que moverá y de la que forman parte la propia Rusia, Bielorrusia, Kazajstán. Kirguizistán y Armenia); restaurando los lazos con su aliado tradicional en América Latina, Cuba, a quien condonó la totalidad de la deuda que la isla tenía con la URSS -lo que facilitó que Cuba hiciese de introductor de Rusia en América Latina-, y retomando las relaciones con sus aliados en Oriente Próximo. Pero aquí sólo tenía dos, Irak y Siria. Supongo que no hará falta recordar que lo primero que hizo EE.UU. tras la invasión y ocupación neocolonial de Irak, en 2003, fue no reconocer los acuerdos a los que había llegado el gobierno de Sadam Husein con Rusia y China en materia petrolera. Así que sólo le quedaba uno: Siria. En 2009 y 2010 Rusia y Siria firmaron acuerdos y convenios económicos por valor de 13.000 millones de dólares. Con el antecedente de Irak, los rusos no iban a consentir algo parecido y a lo mejor esto ayuda a entender el por qué del interés de Rusia en este país árabe, además de otros intereses geopolíticos.

La Organización de Cooperación de Shangai

Por lo tanto, China y Rusia estaban recorriendo unos caminos paralelos de claro enfrentamiento con Occidente y al constatarlo, terminaron confluyendo. Compartían intereses geopolíticos y una misma zona, Eurasia. La confluencia era inevitable. En 2001 dos países que llevaban años mirándose de reojo, desde el enfrentamiento ideológico por cómo había que entender el comunismo en los años 60, firmaron el Tratado de Buena Vecindad, Amistad y Cooperación. Pero ese año también EE.UU. dio un paso más con la guerra contra Afganistán, por lo que ya se situaba en una zona muy sensible para los dos países. Eso es lo que les incentivó para que, también en 2001, se impulsase la Organización de Cooperación de Shangai que desde que había sido creada, en 1996, languidecía.

La OCS tuvo dos objetivos iniciales: evitar el flujo de drogas desde Afganistán hacia los territorios de los países que la forman y dificultar las mal llamadas «revoluciones de colores» en Asia Central. El tema de las drogas es interesante porque una de las consecuencias desconocidas de la presencia occidental en Afganistán es que el cultivo de opio se ha incrementado hasta cifras desconocidas y que son muy superiores a las que había durante la etapa del gobierno talibán. La ONU lo reconoce así cuando dice que con los talibanes la extensión máxima fue de 94.000 hectáreas y que con los occidentales se llegó a las 193.000 y ahora está en las 224.000 hectáreas. El opio es fundamental para la heroína, y el consumo de heroína ha descendido en Occidente mientras que se ha incrementado en Asia, especialmente en India y en Pakistán.

Esta es una de las razones por las que tanto India como Pakistán, dos enemigos de siempre, decidieron incorporarse a la OCS, siendo admitidos como miembros de pleno derecho el verano pasado. Y por las que el propio Afganistán ha decidido convertirse en país observador dentro de la OCS: ya que Occidente ha sido incapaz de controlar el cultivo de opio, o más bien lo ha fomentado, a ver si quienes lo han combatido le ayudan a reducirlo.

Desde 2001 hasta 2012 la OCS ha ido ampliando su ámbito de intervención y, además de la cooperación militar, tiene competencias en aduanas, agricultura, comercio, tecnología y energía. Incluso ha llegado a hablar de moneda común y de tener su propio banco, que creo ya no seguirá adelante tras la constitución del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Si tenemos en cuenta que Irán será aceptado como miembro de pleno derecho de la OCS este verano, tendremos completo el panorama.

Hoy día la OCS es vital tanto para China como para Rusia, incluso para Irán, y eso preocupa a EE.UU. Tanto que en 2012 elaboró una nueva Estrategia de Seguridad Nacional (3) en la que estableció como prioridad de su política exterior Asia. En esa ESN se decía que «los intereses estadounidenses están inextricablemente ligados a Asia» y que esos intereses estaban amenazados por Rusia, China e Irán. Esto mismo acaba de repetir, casi palabra por palabra, Hilary Clinton en uno de sus mítines a la presidencia. En esa ESN se dice también que «el surgimiento de China como potencia afectará a la economía de EE.UU. y nuestra seguridad». Sin embargo, este giro hacia Asia ha tenido para EE.UU. una consecuencia o no prevista o minusvalorada: ha sido entendida por algunos aliados como Turquía o Arabia Saudita como una retirada de Oriente Próximo, lo que les ha llevado a actuar por su cuenta. También este dato tiene que ayudar a entender lo que está pasando en Siria, entre otros países árabes.

La cooperación estratégica entre China y Rusia

Al conocer la ESN y lo que ello conlleva, tanto China como Rusia dieron un paso más en su relación y afianzaron su acuerdo de cooperación estratégica. Rusia es una potencia militar y energética, como el petróleo y gas, mientras que China es un gran proveedor de productos y con una gran reserva de divisas. No es extraño que ahora los dos países hayan dado pasos espectaculares en cuanto al comercio bilateral, que ha pasado de los 63.000 millones de euros en 2011 a los 95.000 millones de euros en 2014, estimándose que para el 2020 ya habrá alcanzado la cifra de los 150.000 millones de euros.

Rusia ha vendido a China su sofisticado misil S-400, está ayudando a la modernización del ejército chino y está a punto de cerrar la venta de aviones Sujoi, que han tenido un escaparate perfecto en Siria. De hecho, además de los chinos, también India e Indonesia han manifestado interés en la compra de estos aviones.

Si a ello se añade el acuerdo gasístico que los dos países firmaron el año pasado, por el que durante un plazo de 30 años, renovables, Rusia va a convertirse en el proveedor del 30% del gas que necesita China, tendremos un cuadro mucho más claro de lo que este comercio representa y de que va más allá de una cuestión dineraria: es una relación estratégica entre los dos países. Estratégica porque Rusia es ya el principal proveedor de petróleo de China. En agosto del año pasado superó a Arabia Saudita. Esto tiene una explicación. Durante la campaña para agredir a Libia, los sauditas amenazaron -también lo han reconocido los chinos- con cortar el suministro de petróleo si China vetaba la guerra en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esta es la razón por la que China se abstuvo, mientras que Rusia lo hizo por las desavenencias entre el entonces presidente, Medvedev, pro-occidental, y Putin.

El caso es que China, al igual que pasó con el bombardeo de su embajada en Belgrado, también aprendió y decidió buscar suministradores alternativos a los sauditas. Hasta ese momento, Arabia Saudita era el principal proveedor, seguido de Angola, de Rusia y de Irán. Ahora se han invertido los términos y aunque hay quien sostiene que los sauditas son el segundo proveedor de China, otros apuntan que ya lo es Irán. En lo que todos coinciden es que el que Rusia haya desbancado a los sauditas como principal proveedor de petróleo de China indica que la cooperación entre los dos países es irreversible.

Con ser esto importante, lo es aún más el hecho de que China y Rusia han acordado que la venta tanto de petróleo como de gas se puede realizar tanto en yuanes como en rublos. Es decir, se inicia de forma clara el proceso de desdolarización de la economía mundial, basada en gran parte en los petrodólares. No hay cifras aún de qué porcentaje del comercio bilateral entre ambos países ha sido en sus monedas, dado que esto se decidió en diciembre de 2014 y las cifras macro de 2015 no se conocerán hasta más o menos el verano de este año, pero las estimaciones apuntan que ha alcanzado el 6% del total y que para este año 2016 puede llegar al 13%. Además, ya hay experiencias piloto en ciudades fronterizas de China y de Rusia en las que se pueden utilizar tanto yuanes como rublos. Como digo, el proceso de desdolarización ya se ha iniciado.

Notas:

(1) Alberto Cruz: «China inicia el cambio en la geopolítica internacional» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article793

(2) http://onudc.org/documents/wdr2015/word_drug_report2015.pdf

(3) Alberto Cruz: «La nueva estrategia de defensa de EE.UU: el último intento por mantener el dominio mundial» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1355

Esta intervención se realizó en el marco de la XXXIII Semana Galega de Filosofía que con el título de «Filosofía y Política» organizó el Aula Castelao en Pontevedra entre los días 27 y 31 de marzo. Contaba con el apoyo de varios gráficos que se han eliminado dado que el formato de página que utiliza el CEPRID no hace posible su visualización. El autor ha añadido las citas para su publicación.

Fuente: https://rebelion.org/eurasia-como-eje-del-siglo-xxi-i/

El nacimiento de un siglo euroasiático

Pepe Escobar

RED VOLTAIRE | 21/05/2014

Un fantasma persigue a Washington, la inquietante visión de una alianza china-rusa combinada con una expansiva simbiosis de comercio e intercambio de bienes a través de gran parte de la masa continental eurasiática a costa de EE.UU.

Y no es ninguna sorpresa que Washington esté ansioso. Esa alianza ya es un hecho en una variedad de maneras: mediante el grupo BRICS de potencias emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); en la Organización de Cooperación de Shanghái, el contrapeso asiático a la OTAN; dentro del G20 y a través del Movimiento de No Alineados (NAM) de 120 naciones. El comercio y el intercambio de bienes son solo parte del futuro pacto. Las sinergias en el desarrollo de nuevas tecnologías militares también son de interés. Es seguro que Pekín quiere tener una versión del ultrasofisticado sistema de defensa aérea antimisiles ruso al estilo de La guerra de las galaxias después de que se introduzca en 2018. Mientras tanto, Rusia está a punto de vender docenas de cazas jet Sukhoi Su-35 de última generación a los chinos cuando Pekín y Moscú procedan a sellar una cooperación en el terreno de aviación e industria.

Esta semana debería deparar los primeros verdaderos fuegos artificiales en la celebración de un nuevo siglo eurasiático en gestación cuando el presidente ruso Vladimir Putin visite al presidente chino Xi Jinping en Pekín. Recordareis el “Ductistán”: todos esos oleoductos y gasoductos claves que cruzan de un lado a otro Eurasia para formar el verdadero sistema circulatorio de la vida de la región. Ahora parece que también se firmará lo último en acuerdos de Ductistán por valor de 1 billón [millón de millones] de dólares que se ha preparado durante 10 años. En ese acuerdo el gigante energético ruso controlado por el Estado, Gazprom, aceptará suministrar a la gigantesca Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC), controlada por el Estado, 3.750 millones de pies cúbicos de gas natural licuado diarios al menos por 30 años, a partir de 2018. Es el equivalente de un cuarto de las masivas exportaciones de gas de Rusia a toda Europa. La actual demanda diaria de gas de China es de cerca de 16.000 millones de pies cúbicos diarios y las importaciones cubren el 31,6% del consumo total.

Es posible que Gazprom todavía reciba la parte principal de sus beneficios de Europa, pero Asia podría ser su Everest. La compañía utilizará este meganegocio para aumentar las inversiones en Siberia oriental y toda la región será también reconfigurada como centro privilegiado de gas para Japón y Corea del Sur. Si queréis saber por qué ningún país clave de Asia ha estado dispuesto a “aislar” a Rusia en medio de la crisis ucraniana –y desafía al gobierno de Obama– no hay que buscar más allá del Ductistán.

Sale el petrodólar, llega el “gas-o-yuan”

Y luego, hablando de ansiedad en Washington, hay que considerar la suerte del petrodólar, o más bien la posibilidad “termonuclear” de que Moscú y Pekín se pongan de acuerdo en el pago del acuerdo Gazprom-CNPC no en petrodólares sino en yuanes chinos. Apenas se puede imaginar un desplazamiento más tectónico, en el cual el Ductistán se cruza con una creciente cooperación política-económica-energética china-rusa. Junto a ella aparece la futura posibilidad de un impulso, dirigido de nuevo por China y Rusia, hacia una nueva moneda de reserva internacional –en realidad un canasto de monedas– que reemplace el dólar (por lo menos en los sueños optimistas de miembros de los BRICS).

Directamente después de la decisiva cumbre china-rusa vendrá una cumbre de los BRICS en Brasil en julio. Es cuando un banco de desarrollo de los BRICS de 100.000 millones de dólares, anunciado en 2012, nazca oficialmente como potencial alternativa al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial como fuente de financiamiento de proyectos para el mundo en desarrollo.

El “gas-o-yuan” refleja más cooperación de los BRICS a fin de soslayar el dólar, como en el caso de gas natural comprado y pagado en la divisa china. Gazprom incluso considera mercadear bonos en yuan como parte de la planificación financiera de su expansión. Bonos respaldados en yuanes ya se comercializan en Hong Kong, Singapur, Londres y más recientemente en Frankfurt.

Nada podría ser más sensato que el nuevo pacto de Ductistán se pague en yuanes. Pekín pagaría a Gazprom en esa moneda (convertible en rublos); Gazprom acumularía los yuanes y Rusia entonces compraría la miríada de bienes y servicios hechos en China en yuanes convertibles en rublos.

Es de conocimiento común que los bancos de Hong Kong, de Standard Chartered a HSBC –así como otros estrechamente vinculados a China por tratos comerciales– han estado diversificando en yuanes, lo que implica que se convertiría en una de las monedas de reserva de facto incluso antes de que sea totalmente convertible (Pekín trabaja extraoficialmente en un yuan totalmente convertible en 2018).

El trato ruso-chino del gas está inextricablemente vinculado a la relación energética entre la Unión Europea (UE) y Rusia. Después de todo, la parte principal del PIB ruso proviene de ventas de petróleo y gas, así como su influencia en la crisis de Ucrania. Por su parte, Alemania depende de Rusia en un importante 30% de sus suministros de gas natural. Sin embargo, los imperativos geopolíticos de Washington –nutridos con la histeria polaca– han llevado a empujar Bruselas a encontrar maneras de “castigar” a Moscú en la futura esfera energética (pero sin poner en peligro las actuales relaciones en el terreno de la energía).

Hay consistentes rumores en Bruselas estos días sobre la posible cancelación del proyectado gasoducto South Stream, de 16.000 millones de euros, cuya construcción debería comenzar en junio. Una vez terminado bombearía todavía más gas natural ruso a Europa, en este caso bajo el mar Negro (evitando Ucrania) a Bulgaria, Hungría, Eslovenia, Serbia, Croacia, Grecia, Italia y Austria.

Bulgaria, Hungría y la República Checa ya han dejado claro que están firmemente opuestos a cualquier cancelación. Y probablemente no tenga lugar una cancelación. Después de todo, la única alternativa obvia es gas del mar Caspio de Azerbaiyán, y no es probable que esto pase a menos que la UE pueda repentinamente reunir la voluntad y los fondos para un programa urgente a fin de construir el legendario oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan (BTC), concebido durante los años de Clinton expresamente para soslayar Rusia e Irán.

En todo caso, Azerbaiyán no tiene capacidad para proveer los niveles de gas natural necesarios y otros actores como Kazajistán, plagados de problemas de infraestructura, o el poco fiable Turkmenistán, que prefiere vender su gas a China, ya están fuera del cuadro. Y no hay que olvidar que South Stream, combinado con proyectos energéticos subsidiarios, creará numerosos puestos de trabajo e inversiones en muchas de las naciones de la UE más devastadas económicamente.

A pesar de todo, semejantes amenazas de la UE, por poco realistas que sean, solo sirven para acelerar la creciente simbiosis de Rusia con los mercados asiáticos. Para Pekín especialmente, es una situación en la que ambas partes solo pueden ganar. Después de todo, no hay comparación entre energía suministrada a través de mares vigilados y controlados por la armada de EE.UU. y permanentes y estables rutas terrestres desde Siberia.

Escoge tu propia Ruta de la Seda

Por cierto, el dólar estadounidense sigue siendo la máxima moneda de reserva global, involucrando un 33% de los valores en divisas extranjeras globales a finales de 2013, según el FMI. Era, sin embargo, un 55% en el año 2000. Nadie conoce el porcentaje en yuanes (y Pekín no habla), pero el FMI señala que las reservas en “otras monedas” en los mercados emergentes han aumentado un 400% desde 2003.

Se puede decir que la Fed está “monetizando” un 70% de la deuda del Gobierno de EE.UU. en un intento de impedir que las tasas de interés suban al cielo. El consejero del Pentágono Jim Rickards, así como todo banquero basado en Hong Kong, tiende a creer que la Fed está en quiebra (aunque no lo dirán oficialmente). Nadie puede llegar a imaginar la dimensión del posible futuro diluvio que el dólar de EE.UU. podría sufrir en medio de un monte Ararat de 1,4 trillones de derivados financieros. No hay que pensar, sin embargo, que se trataría del final del capitalismo occidental, es solo la decadencia de la fe económica reinante, el neoliberalismo, que todavía es la ideología oficial de EE.UU., de la abrumadora mayoría de la Unión Europea y de partes de Asia y de Suramérica.

En cuanto a lo que se podría llamar el “neoliberalismo autoritario” del Imperio del Medio, ¿qué es lo que puede no gustar por el momento? China ha demostrado que es una alternativa orientada a los resultados del modelo capitalista “democrático” occidental para naciones que quieren tener éxito. Es construir no una, sino una miríada de nuevas Rutas de la Seda, masivas conexiones de ferrocarriles de alta velocidad, conductos, puertos, y redes de fibras ópticas por inmensas partes de Eurasia. Estas incluyen una carretera del Sudeste Asiático, una carretera de Asia Central, una “carretera marítima” del océano Índico e incluso un ferrocarril a través de Irán y Turquía que llega hasta Alemania.

En abril, cuando el presidente Xi Jinping visitó la ciudad de Duisburg sobre el río Rin, con el mayor puerto tierra adentro del mundo y directamente en el corazón de la industria del acero del Ruhr en Alemania, hizo una audaz propuesta: debería construirse una nueva “Ruta de la Seda económica” entre China y Europa, sobre la base del ferrocarril Chongqing-Xinjiang-Europa que ya va de China a Kazajistán, luego a través de Rusia, Bielorrusia, Polonia, y finalmente Alemania. Son 15 días en tren, 20 días menos que barcos de carga navegando desde el litoral oriental de China. Eso representaría el decisivo terremoto geopolítico en términos de integrar el crecimiento económico a través de Eurasia.

Hay que recordar que, si no hay cambios radicales, China está a punto de convertirse, y mantenerse, en la potencia económica global número uno, una posición que mantuvo durante 18 de los últimos 20 siglos. Pero no lo contéis a los hagiógrafos de Londres, todavía creen que la hegemonía de EE.UU. durará, bueno, eternamente.

Camino a la Guerra Fría 2.0

A pesar de serios problemas financieros recientes, los BRICS han estado trabajando conscientemente para convertirse en una antítesis del original G8 y –después de expulsar a Rusia en marzo– de nuevo un Grupo de 7 o G7. Están ansiosos de crear una nueva arquitectura global para reemplazar la que fue impuesta después de la Segunda Guerra Mundial y se consideran un potencial desafío al mundo excepcionalista y unipolar que Washington imagina para nuestro futuro (con su país como robocop global y la OTAN como su fuerza de robo-policía). El historiador y animador imperialista Ian Morris en su libro War! What is it Good For?, definió a EE.UU. como el decisivo “globocop” y “la última esperanza de la Tierra”. Si ese globocop “se cansa de su rol”, escribe, “no existe un plan B”.

Bueno, existe un plan BRICS, o por lo menos es lo que quieren creer los BRICS. Y cuando los BRICS actúan en este espíritu en la escena global, conjuran rápidamente una curiosa mezcla de temor, histeria y pugnacidad en el establishment de Washington. Tomemos a Christopher Hill como ejemplo. El exsecretario de Estado adjunto para el este de Asia y embajador de EE.UU. en Irak es ahora asesor del Albright Stonebridge Group, una firma consultora muy bien conectada con la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Cuando Rusia estaba “derrotada”, Hill solía soñar con un “nuevo orden mundial” hegemónico estadounidense. Ahora, cuando los mal agradecidos rusos han despreciado lo que “Occidente ha estado ofreciendo” –es decir “un estatus especial con la OTAN, una relación privilegiada con la Unión Europea y cooperación internacional en esfuerzos diplomáticos– están, a su juicio, tratando activamente de resucitar el imperio soviético. Traducción: si no sois nuestros vasallos, estáis contra nosotros. Bienvenidos a la Guerra Fría 2.0.

El Pentágono tiene su propia versión de esto dirigida no tanto contra Rusia como contra China que, afirma su think-tank sobre futuras guerras, ya está en guerra con Washington de numerosas formas. Por lo tanto si no es el Apocalipsis ahora, será el Armagedón mañana. Y sobra decir que cualquier cosa que vaya mal, mientras el gobierno de Obama “gira” descaradamente hacia Asia y los medios estadounidenses se llenan la boca sobre un renacimiento de la “política de contención” de la era de la Guerra Fría en el Pacífico, todo es culpa de China.

Empotrados en el demencial arranque hacia la Guerra Fría 2.0 están algunos risibles hechos en el terreno: el gobierno de EE.UU., con 17,5 billones de dólares de deuda nacional, y suma y sigue, considera un enfrentamiento financiero con Rusia, el mayor productor global de energía e importante potencia nuclear, tal como también promueve un cerco militar económicamente insostenible alrededor de su mayor acreedor: China.

Rusia tiene actualmente un considerable superávit comercial. Los gigantescos bancos chinos no tendrán problema alguno para ayudar a los bancos rusos si los fondos occidentales se agotan. En términos de cooperación inter-BRICS, pocos proyectos superan un oleoducto de 30.000 millones de dólares que se está planificando y que se extenderá de Rusia a India a través del noroeste de China. Las compañías chinas ya discuten ávidamente la posibilidad de participar en la creación de un corredor de transporte de Rusia hacia Crimea, así como un aeropuerto, astillero, y terminal de gas natural líquido en el lugar. Y se prepara otro gambito “termonuclear”: el nacimiento de un equivalente del gas natural a la Organización de Países Exportadores de Petróleo que incluiría a Rusia, Irán, y según se informa al descontento aliado de EE.UU. Catar.

El (no definido) plan a largo plazo de los BRICS involucra la creación de un sistema económico alternativo que incluye un canasto de monedas respaldadas en oro que dejaría de lado el actual sistema financiero global centrado en EE.UU. (No sorprende que Rusia y China estén acumulando todo el oro posible.) El euro –una moneda sana respaldada por grandes mercados líquidos de bonos e inmensas reservas de oro– también sería bienvenido.

No es ningún secreto en Hong Kong que el Bank of China ha estado utilizando una red SWIFT paralela para realizar todo tipo de comercio con Teherán, que sufre un duro régimen de sanciones estadounidenses. Como Washington esgrime Visa y Mastercard como armas en una creciente campaña al estilo de la Guerra Fría contra ella, Rusia se propone implementar un sistema alternativo de tarjetas de pago y crédito que no esté controlado por la industria financiera occidental. Un camino incluso más fácil sería adoptar un sistema de Unión de Pagos chino cuyas operaciones ya han superado a American Express en volumen global.

Solo giro sobre mí mismo

Es probable que ninguna cantidad de “giros” del gobierno de Obama hacia Asia para contener China (y amenazarla con el control de las vías energéticas marinas de ese país por la Armada de EE.UU.) logre que Pekín se aleje de su estrategia autodenominada de “desarrollo pacífico”, inspirada en Deng Xiaoping, con el propósito de convertirse en una potencia comercial global. El despliegue avanzado de tropas de EE.UU. o de la OTAN en Europa Oriental y otros actos al estilo de la Guerra Fría tampoco disuadirán a Moscú de un cuidadoso juego de malabarismo: asegurar que la esfera de influencia rusa en Ucrania se mantenga fuerte sin comprometer el comercio y el intercambio de bienes, así como los vínculos políticos con la Unión Europea, sobre todo, con el socio estratégico Alemania. Es el Santo Grial de Moscú: una zona de libre comercio de Lisboa a Vladivostok que (no por casualidad) se refleja en el sueño chino de una nueva Ruta de la Seda a Alemania.

Por su parte Berlín, cada vez más alerta respecto a Washington, detesta la noción de que Europa se vea atrapada en las garras de una Guerra Fría 2.0. Los dirigentes alemanes tienen problemas más importantes, incluyendo el intento de estabilizar una bamboleante UE mientras evita un colapso económico en la Europa meridional y central y el avance de los partidos de derecha cada vez más extremistas.

Al otro lado del Atlántico, el presidente Obama y sus altos funcionarios dan toda la impresión de hallarse atrapados en sus propios giros, hacia Irán, hacia China, hacia las zonas fronterizas orientales de Rusia, y (pasando desapercibidos) hacia África. La ironía de todas esas maniobras –militares para comenzar– es que en realidad ayudan a que Moscú, Teherán y Pekín refuercen su propia profundidad estratégica en Eurasia y otros sitios, como se refleja en Siria o, crucialmente, cada vez en más pactos energéticos. También ayudan a reforzar la creciente cooperación estratégica entre China e Irán. La incesante narrativa del “ministerio de la verdad” de Washington sobre todos estos eventos ignora ahora cuidadosamente el hecho de que sin Moscú “Occidente” nunca se habría sentado a discutir un acuerdo nuclear definitivo con Irán o habría conseguido un acuerdo de desarme químico de Damasco.

Cuando las disputas entre China y sus vecinos del Mar del Sur de China y entre ese país y Japón por la islas Senkaku/Diaoyou se sumen a la crisis de Ucrania, la inevitable conclusión será que tanto Rusia como China consideran que sus zonas fronterizas y vías marítimas son de propiedad privada y no van a aceptar tranquilamente los desafíos –sean mediante expansión de la OTAN, cerco militar de EE.UU., o escudos de misiles-. Ni Pekín ni Moscú tienden a la forma usual de expansión imperialista, a pesar de la versión de los eventos que se suministra actualmente a los públicos occidentales. Sus “líneas rojas” siguen siendo de naturaleza esencialmente defensiva, no importa las bravatas que a veces se urlizan en su protección.

Sea lo que sea lo que Washington quiera, tema o intente impedir, los hechos en el terreno sugieren que en los próximos años Pekín, Moscú, y Teherán se acercarán, lenta pero seguramente, creando un nuevo eje geopolítico en Eurasia. Mientras tanto, EE.UU. perplejo parece cómplice en la deconstrucción de su propio orden mundial unipolar mientras ofrece a los BRICS una auténtica oportunidad para tratar de cambiar las reglas del juego.

Rusia y China en modo de giro

En el mundo de los think-tanks de Washington se ha reforzado la convicción de que el Gobierno de Obama debería concentrarse en una reedición de la Guerra Fría mediante una nueva versión de la política de contención para “limitar el desarrollo de Rusia como potencia hegemónica”. La receta: armar a los vecinos de los Estados del Báltico para “contener” a Rusia. La Guerra Fría 2.0 existe porque desde el punto de vista de las elites de Washington la primera nunca ha terminado realmente.

Sin embargo, por mucho que EE.UU. pueda luchar contra la emergencia de un mundo multipolar, con múltiples potencias, los hechos económicos en el terreno apuntan regularmente a semejantes tendencias. Sigue existiendo la pregunta: ¿Será lenta y razonablemente digna la decadencia del “hegemón” o arrastrará consigo a todo el mundo en lo que ha sido llamada “la opción Sansón”?

Mientras contemplamos el desarrollo del espectáculo, sin que haya a la vista una jugada final, hay que recordar que una nueva fuerza crece en Eurasia y que la alianza estratégica china-rusa amenaza con dominar su región vital junto con grandes trechos de su parte interior. Ahora eso es una pesadilla de proporciones “mackinderescas” desde el punto de vista de Washington. Hay que pensar, por ejemplo, en cómo lo vería Zbigniew Brzezinski, el exconsejero nacional de seguridad que se convirtió en mentor en política global del presidente Obama.

En su libro de 1997 El gran tablero de ajedrez, Brzezinski argumentó que “la lucha por la primacía global seguirá jugándose” en el “tablero de ajedrez” eurasiático del cual “Ucrania era un eje geopolítico”. “Si Moscú recupera el control de Ucrania”, escribió entonces, Rusia “recuperará automáticamente los medios para convertirse en un poderoso Estado imperial, abarcando Europa y Asia”.

Esta sigue siendo la mayor parte de la justificación tras la política imperial de contención estadounidense del “exterior cercano” europeo, de Rusia al Mar del Sur de China. Sin embargo, sin una jugada final en el horizonte, no hay que perder de vista un giro de Rusia hacia Asia, China girando por el mundo y los BRICS trabajando intensamente en el intento de realizar un nuevo Siglo Eurasiático.

Fuente: https://www.voltairenet.org/article183954.html