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martes, diciembre 3, 2024

Afganistán, el mayor revés geopolítico del siglo

Lluís Bassets

23/08/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 959/21 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/quXUQHW-p_4)

Los talibanes tenían razón. Ashraf Ghani presidía un régimen títere, organizado y dirigido por los extranjeros occidentales. Antes parecía propaganda, pero ahora lo han demostrado los hechos, cuando el ejército afgano se deshizo sin siquiera combatir y el propio presidente huyó al exilio sin llamar a la resistencia ni ofrecer más alternativa que el reconocimiento resignado de la victoria talibana.

Hay un argumento para tan rápida descomposición de la democracia construida por Estados Unidos y sus aliados durante 20 años. Se trata de “culpar a los afganos por cómo ha terminado todo. Fallaron las fuerzas de seguridad. Falló el gobierno afgano. Falló el pueblo afgano”.

La exsecretaria de Estado Condoleezza Rice ha calificado tal explicación de “corrosiva y profundamente injusta”, pero quien la promovió es nada menos que el responsable último de la retirada, el propio presidentejo ebid en, en su a locución del lunes pasado, en la que aseguró :“les dimos [a los afganos] todas las posibilidades para determinar su futuro”.

A la enorme trascendencia geopolítica del golpe –la derrota de una superpotencia a manos de una paciente y astuta guerrilla fundamentalista de 75.000 hombres– se suman los efectos psicológicos, en la opinión pública estadounidense y en la opinión internacional. Nadie quería ver de nuevo la imagen del último helicóptero que despegaba del techo de la embajada de Estados Unidos en Saigón ante la entrada del Vietcong en la capital sudvietnamita, pero hemos tenido la foto del helicóptero en Kabul y sobre todo las imágenes de personas que caen a plomo desde los aviones en los que querían huir en el momento en que se elevaban sobre la pista del aeropuerto.

Las estampas del descalabro están ahí. Significan lo que significan: la ignominia inevitable de una derrota. No hay derrotas buenas, Ni guerras que acaben ordenadamente. Tampoco hay victorias en las guerras de ahora, que son asimétricas. Ni guerras buenas y justas, como pretendía ser la que Washington declaró y organizó en Afganistán. Pero detrás de las imágenes está su significado: los errores de los que las emprendieron, en Vietnam y hace 20 años en Afganistán, la incapacidad para evitar la escalada en las hostilidades, primero; luego, para frenar y terminar lo antes posible, y finalmente el sinsentido, a la vista de todos, de haberlas librado.

No es nuevo el fantasma de Vietnam, ahora evocado por muchos y rechazado con ira por la Casa Blanca. Obama ya tuvo que enfrentarse con él, gracias precisamente a su embajador especial para Afganistán y Paquistán, Richard Holbrooke, el artífice de los acuerdos de paz de Dayton (1995), con los que concluyó la guerra de Bosnia. Holbrooke fue autor también de un memorándum dirigido al presidente Johnson, considerado por su biógrafo George Packer “uno de los mejores análisis escritos sobre Vietnam por parte de un diplomático estadounidense” .

En 1974, Holbrooke comparaba la desastrosa Guerra de Vietnam con la campaña de Napoleón en Rusia en 1812. “Hanoi utiliza el tiempo como el instrumento que los rusos utilizaban sobre el terreno ante la avanzada de Napoleón sobre Moscú, siempre retirándose, perdiendo todas las batallas, pero creando en cada ocasión las condiciones en las que el enemigo quedaría paralizado”. Sus notas de 2009 comparan ahora Afganistán con vietnam .“todo es diferente, pero es igual. pienso que debe reconocer se que la victoria militar es imposible y debemos buscar las negociaciones”.

A 20 años de la activación del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, utilizado por primera vez para acudir en auxilio de Estados Unidos ante los ataques del 11 de Septiembre, el balance desde Bruselas no puede ser más negativo. La respuesta a la solidaridad europea fue la marginación y la unilateralidad en la toma de decisiones, convirtiendo el lema de “juntos dentro y juntos fuera” en un chiste de mal gusto. Este fracaso es un obús contra la solidaridad atlántica en el plano de los hechos, después de que la presidencia de Trump lo lanzó meramente en el plano declarativo con sus amenazas de abandonar la alianza a menos que los países socios aumentaran su contribución económica.

Sobre el mapa geopolítico, es evidente que Rusia y China, aliados cada vez más estrechos, están sustituyendo a Estados Unidos y Europa, especialmente en regiones tan inestables como Afganistán. La guerra global contra el terrorismo de George W. Bush primero, la cautelosa aproximación de Barack Obama y el caos de Donald Trump dibujaron los vacíos de poder ante los ojos ávidos de Moscú y Pekín. Pero el cambio de rasante hacia la construcción de un nuevo orden multipolar (con China como principal protagonista) se ha producido ahora, a los seis meses de la toma de posesión de Biden, el presidente que quedará señalado por su derrota ante los talibanes.

Garantía

La única, pero fundamental, condición que China estará en disposición de demandar a cambio del apoyo diplomático y económico es la garantía de que Afganistán no se convertirá en el santuario de los uigures musulmanes oprimidos por el régimen comunista en Xinjiang. Este momento geopolítico no quedará definido únicamente por las derivas económicas y militares, como la segura inclusión de Afganistán en los grandes proyectos de infraestructura de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por Pekín.

Todavía más seria es la pérdida de credibilidad de la Casa Blanca y de fiabilidad profesional y capacidad disuasiva tanto de su ejército como de su espionaje. Es un mensaje desalentador para todas las fuerzas y minorías que se resisten a los ímpetus autoritarios en Hong Kong, Tíbet, Xinjiang o Bielorrusia y para los impulsos anexionistas en dirección a Ucrania o Taiwán.

La instalación del régimen talibán es en todo caso una oportunidad para los países vecinos (Rusia, China, Irak, Paquistán e Irán), obligados a intentar un statu quo a su conveniencia mediante la diplomacia y la cooperación económica, en contraste con el modelo de democratiza ción militarizada ensayado por Estados Unidos y la OTAN. Con el prestigio de la democracia occidental por los suelos, también sale reforzado el modelo autoritario de Pekín, Moscú y Teherán.

En una visión del mundo centrada en Asia, la caída de Kabul es la culminación de una historia que empezó hace más de un siglo en el estrecho de Tsushima (1905), donde por primera vez una potencia europea fue derrotada por una potencia asiática emergente, en una batalla naval en la que los japoneses casi hundieron la flota rusa entera. Si el desastre de Tsushima anuncia el ascenso irrefrenable del nacionalismo en Asia frente a los poderes imperiales occidentales, la caída de Kabul es un momento culminante del desalojo occidental del continente y la inauguración de un orden regional organizado por los propios asiáticos.

En Afganistán ha fracasado el intento occidental –y especialmente de Estados Unidos– de modelar el mundo a su imagen después de la victoria en la Guerra Fría. El internacionalismo liberal, tan bien re presentado por Bushy los neocons que promovieron las guerras de Afganistán y de Irak, pretendía extender la democracia a partir de la posición hegemónica de Estados Unidos, también mediante el uso de la fuerza, y naturalmente de unas instituciones internacionales controladas por el hegemón occidental.

La crítica más acerba a la política exterior que condujo al actual desastre la realizó John J. Mearsheimer, uno de los más conspicuos representantes de la teoría realista de las relaciones internacionales, en su libro The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities (El gran espejismo: sueños liberales y realidades internacionales). En él, se propone explicar por qué la política exterior de Estados Unidos de la post-guerra Fría es tan propensa al fracaso y se interesa especialmente por los reiterados fiascos experimentados en Oriente Próximo.

Mearsheimer señala en su libro, publicado en 2018, que “no hay posibilidad alguna de derrotar a los talibanes para convertir el país en una democracia estable. Lo mejor que se puede hacer es dilatar el plazo para que los talibanes, que ahora controlan el 30% del país, obtengan el control de todo el resto”. “En resumen –señala–, Estados Unidos está destinado a perder Afganistán, a pesar de los esfuerzos militares hercúleos y de haber invertido más dinero en su reconstrucción que el que se destinó al Plan Marshall para toda Europa”.

Según Mearsheimer, el internacionalismo liberal será derrotado por el nacionalismo presente en todos los países pretendidamente redimidos y por las exigencias del realismo y del equilibrio de poder, las únicas doctrinas eficaces en el terreno de las relaciones internacionales, que precisamente ponen en práctica con gran destreza potencias como Rusia o China. Cuando los liberales internacionalistas tienen la hegemonía, tienden a utilizar la fuerza para imponer la democracia sin atender a las enseñanzas de Clausewitz sobre “el reino de las consecuencias imprevisibles” inherente a toda decisión bélica.

Será una vuelta de tuerca en el desplazamiento del poder hacia Asia con consecuencias especialmente para los aliados: los europeos, pero también los asiáticos, empezando por la India y Japón, los países más expuestos a los movimientos geoestratégicos que protagonizará China en los próximos años. Sin apenas moverse, sentado a la espera de ver pasar el cadáver del enemigo, Xi Jinping ha coronado en Afganistán una espléndida jugada del go geopolítico con la que ha echado a Estados Unidos del tablero y dejado en posición de debilidad a sus aliados.

© El País, SL

Fuente original: https://edicionimpresa.lanacion.com.ar/la-nacion/20210823/textview

Capitalismo en derrumbe. Geoestrategia del caos

Andrés Piqueras

03/05/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 435/21 el 01/05/2021

Parte 1

1. La globalización estadounidense

Tras la Segunda Gran Guerra, EE.UU. pergeña un orden mundial con unas instituciones globales encargadas de gestionarlo bajo su control (ONU, FMI, Banco Mundial y el embrión de lo que sería una organización mundial del comercio, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio o GATT, por sus siglas en inglés). Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen del propio estaría imbricado en esa suerte de “imperialismo por derrame” o anegación que trataba de trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas tanto tendentes a procurar la acumulación global de capital como también, ante la creciente obstrucción de ésta, el crecimiento por desposesión o apropiación de la riqueza colectiva que las sociedades se habían dado a sí mismas hasta ese momento. Este último factor, especialmente, pasaría a blindarse a través de toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones.

Una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 se terminaría de crear un sistema legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de la mayor parte de los Estados. De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los Estados nacionales heredado de Westfalia (mientras que la “soberanía popular” era en la práctica imposibilitada en casi cualquier lugar del mapa), que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad privada del gran capital, especialmente las rentistas. Es así que un aspecto importante de los “Tratados de Libre Comercio e Inversiones” es que han venido creando un “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga).

Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de jure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU. La “liberalización comercial” potencia esa operación a escala mundial que, como no podía ser de otra forma, resultaba altamente simbiótica con la militarización de las relaciones internacionales, de cara a acelerar la apropiación de recursos mundiales y el control agresivo de mercados (1).

Se trataba de una globalización unilateral que ungía la extraterritorialidad global de las leyes estadounidenses, mientras que EE.UU. se eximía a sí mismo de cumplir convenios internacionales (Ver Cuadros 1 y 2). Es decir, se trataba de un orden cuyo cumplimiento desde entonces exige EE.UU. a todos los demás, pero sin carácter recíproco.

Cuadro 1. Convenciones, Protocolos y Acuerdos no firmados por EE.UU. (lista no exhaustiva)

  • Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) (sólo Santo Tomé y Príncipe y Afganistán tampoco lo firman);
  • Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena;
  • Protocolo de Kyoto;
  • Convenio sobre la Protección y Utilización de Cursos de Agua Transfronterizos y Lagos Internacionales;
  • Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar;
  • Estatutos del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología;
  • Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción (Tratado de Ottawa);
  • Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte;
  • Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid;
  • Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech;
  • Resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. e Israel se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas);
  • Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad;
  • Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios.

Cuadro 2. Pactos firmados por EE.UU. pero no ratificados, por lo que se exime a sí mismo de su cumplimiento (lista no exhaustiva)

  • Convención sobre los Derechos del Niño (sólo EE.UU. y Somalia no lo han ratificado);
  • Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados;
  • Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía;
  • Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes;
  • Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación;
  • Convenio sobre la diversidad biológica;
  • Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares;
  • Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales;
  • Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación;
  • Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva;
  • Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo;
  • Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados;
  • Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional.

2. El resurgimiento de Asia[-la irrupción de China] desestabiliza el capitalismo global

Sin embargo, todo ese entramado mundial unilateral de (menguante) Acumulación y (mayor) Crecimiento por Desposesión, comenzaría a debilitarse con la confluencia de dos procesos decisivos:

1) la crisis mundial del capitalismo y del Sistema Mundial generado por él, así como la decadencia económico-política de su potencia hegemónica;

2) la emergencia de China como potencia mundial y la recuperación de soberanía nacional con cada vez más presencia internacional por parte de Rusia; formaciones sociales que poco a poco se han ido aproximando entre sí para generar un tándem muy difícil de enfrentar, abriendo las posibilidades de un nuevo orden mundial (ya veremos si de un nuevo modo de producción de parecidas dimensiones).

Sigamos brevemente en qué consiste el desafío.

1. Los últimos anclajes de EE.UU. como hegemón son el dólar como moneda de cambio y de reserva del valor a escala internacional, y el Ejército, que a su vez está vinculado al avance tecnológico estadounidense. Uno y otro de esos dos pilares se sustentan mutuamente: el dólar puede cumplir tales papeles globales porque su confianza es sustentada en la fuerza de las armas del hasta ahora ejército más poderoso del planeta; mientras que éste ha podido seguir siéndolo hasta el momento gracias al papel global del dólar y a la consiguiente posibilidad de emitir dinero de la nada y de contraer deuda incobrable (lo mismo se aplica a su complejo tecnológico que, por otra parte, está en gran medida militarizado).

Pero la previsible decadencia de un dólar sobrevaluado y sin respaldo en el valor (que para el caso podríamos traducir como sin sustentación en ganancias productivas), no dejará pronto mucho margen para seguir manteniendo el monstruoso complejo militar estadounidense. Con ello, la primacía político-territorial del Estado norteamericano irá perdiendo fuerza.

La eclosión de China (2) ha trastocado todas las dinámicas de la globalización unilateral estadounidense. Por ahora, el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan (en realidad del petro-oro-yuan, dado que China es el principal importador de petróleo y el que más reservas de oro tiene del mundo), que se aprecia en la misma proporción en que el país ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda extranjera y de bonos estadounidenses. Dado el actual estado de cosas, la lógica sistémica llevaría a levantar un nuevo entramado financiero internacional apoyado en una bolsa de monedas en la que el dólar perdiera parte de su peso. A esto puede la superpotencia resistirse más o menos tiempo, pero tarde o temprano la tendencia “lógica”, para no terminar de desquiciar la economía capitalista, es a que primen las monedas ancladas a la energía y a la economía productiva (si es que las disparatadas sumas de capital ficticio y “dinero mágico” hoy existentes pudieran ser compatibles en algún momento con ello).

Tanto la energía como la economía productiva ya no están en el Eje Anglosajón que ha dominado el mundo desde 1700, sino en Asia, y sobre todo en el Eje chino-ruso, a partir del momento en que Rusia recobra también su papel internacional como potencia soberana. China sobre todo, pero poco a poco aunque más parcialmente también Rusia, trazan las dos únicas contra-dinámicas de recuperación de la territorialidad político-estatal frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo, una territorialidad proclive por propia necesidad a sedimentar (o en el caso ruso a restablecer) pactos redistributivos y de promoción social con sus propias poblaciones.

China, como potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la apropiación por la fuerza de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, la corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial multipolar. Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante una nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia (3), pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana (4). Una red con moneda internacional centrada en el yuan que pretende complementarse con una canasta de monedas BRICS, y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, un plan de infraestructura y desarrollo que muy pronto llegará a Inglaterra con un tren de mercancías de alta velocidad. Todo un entramado de cooperación entre países y presumiblemente también entre sociedades (5), que necesita de la paz y del entendimiento mutuo para llevarse a cabo. Rusia está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de ese proyecto en el que ve la única vía de futuro, para protegerle del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política imperial estadounidense.

No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan creado a través de esta cooperación una “zona de estabilidad” (6) y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que fortalece la lucha por un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el beneficio mutuo entre Estados. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y contribuye en la práctica a impedir que esa formación social logre revivir el mundo unipolar.

La “planificación regional” de la “zona de estabilidad” contempla al corazón de Asia como primer objetivo de desarrollo (7). Se trata probablemente de la última posibilidad para poder hacer una transición más o menos “suave” al post-capitalismo. No sabemos si China será capaz de lidiar con los enormes problemas que enfrenta y si podrá conseguirlo, en cualquier caso, antes de que le estalle irreversiblemente la sobreacumulación y el fin de los recursos planetarios.

Hoy por hoy es la formación social con mayores condiciones (quizás la única) de emprender una vía real de salida de la periferización y de proporcionar la apertura a un orden internacional de otro tipo. De hecho, la “emergencia” de los restantes países se debe en gran medida a que son proveedores de la enorme demanda china de recursos. Además de su planeación estratégica a largo plazo, China ha mostrado a través de su especial combinación de regulación estatal y mercado, ser bastante menos vulnerable a las crisis cíclicas. La única que ha realizado una ingente acumulación exclusivamente a escala interna, esto es, sin recurrir históricamente ni al colonialismo ni al imperialismo, basada fundamentalmente en sus recursos naturales, sociales y humanos, promovidos de manera eficaz a través de un proyecto socialista que aglutinó las energías populares tras él. Sólo ahora comienza este país a expandirse económicamente por el mundo, pero lo hace en claves muy distintas a como lo hicieron las potencias centrales capitalistas a través de la conquista, la colonización, el imperialismo y la neo-colonización. China, por el contrario, está tejiendo toda una maraña de intereses comunes y mutuo beneficio.

En el cómputo global, aunque las formaciones centrales han aceptado el determinante papel de China en la contrarresta del actual régimen de inestabilidad mundial, eso no quiere decir necesariamente que entremos en una nueva fase de acumulación centrada en China. Para empezar porque este país depende todavía del crecimiento (y del propio avance tecnológico) de los centros del Sistema Mundial (las corporaciones transnacionales daban cuenta de alrededor del 87% de las exportaciones chinas de alta tecnología a comienzos de 2006), sobre los que continúa bastante rezagada, y no olvidemos que nunca una economía tecnológicamente menos desarrollada ha sustituido como hegemón a otra más desarrollada en ese sentido.

Además, una acumulación china basada en su propio mercado doméstico requeriría de drásticos cambios en su estructura productiva, lo que entraría en contradicción no sólo con sus actuales tasas de crecimiento sino probablemente con el propio crecimiento mundial, pues una profunda transformación sociopolítica para construir una demanda doméstica compensatoria del decline de las economías centrales, arrojaría serias dudas sobre si permitiría crecer al país lo suficiente para estimular una recuperación mundial dentro de los parámetros del capitalismo, es decir, sustituyendo a EE.UU. como el gran comprador del mundo e invirtiendo el actual partenariado chino-norteamericano (lo que quiere decir que China se tendría que hacer, entonces, necesariamente, el principal deudor del mundo, con el lastre que ello le acarrearía).

Pronto alimentaría, además, la tendencia a reproducir aceleradamente el proceso de sobreacumulación. De hecho, quizás el problema económico más grave que enfrenta este gigante hoy mismo sea su altísima tasa de inversión (que pasó del 43,8% del PIB en 2007 al 48,3% en 2011), en un contexto de desaceleración económica mundial (el ‘stock’ de capital fijo en este país se incrementó al vertiginoso ritmo del 11,8% por año entre 1995 y 2001, mientras que la tasa de crecimiento de empleo bajó de 2,4 a 1,2% en el mismo periodo). Lo que conlleva un enorme peligro de sobreacumulación de capitales y sobreproducción de mercancías.

Está por ver, además, si con el megaproyecto de la Ruta de Seda, impulsado a fuerza de deuda, se logre una reactivación de la acumulación de capital en la economía real.

En resumidas cuentas, lo más probable es que China sólo pueda tener futuro como “potencia” (que es tanto como decir como sociedad, porque si no logra fortalecerse será muy probablemente despedazada) fuera del capitalismo, lo que implica comenzar a construir relaciones sociales de producción socialistas a escala internacional. Las luchas de clase internas en esta formación social tienen que ver precisamente con eso, y con los diferentes intereses de sus élites al respecto. El resultado de las mismas será decisivo no sólo para la propia China, sino para el decurso de la humanidad.

Pero si China es también el único Estado emergente con proyecto geoestratégico propio, hay una reciente y cada vez más posible excepción: la de Rusia, que conserva amplificado el poder militar de la URSS y cuenta con la vastedad de su territorio y fuentes energéticas, y que tras el fallido intento de aproximación a Europa, está buscando un nuevo rumbo como potencia (a pesar del permanente acoso político-militar a que es sometida en sus diversas zonas de influencia directa por EE.UU.).

La derrota en la Guerra Fría dejó desvalidas a las poblaciones del conjunto de territorios que componían la URSS, incluida Rusia. La ONU calcula en más de 10 millones las muertes prematuras y los niños muertos en el pre-parto debido al deterioro de la sanidad pública, la malnutrición, el alcoholismo y la tensión asociada a la falta de recursos. Un rápido deterioro se experimentó en diferentes indicadores de desarrollo humano: educación, salud, esperanza de vida, investigación y cultura, áreas en las que la URSS había alcanzado cotas muy altas. La riqueza que había sido creada casi de la nada por el esfuerzo conjunto de toda la población soviética (8), fue parcelada en unos pocos años y acaparada por individuos que se convirtieron en oligarcas enormemente ricos de la noche a la mañana, y de la que también de una u otra forma se beneficiaron las transnacionales extranjeras y el propio FMI. Entre 1992 y 1998 el PIB ruso cayó a la mitad, lo que no había ocurrido ni durante la invasión nazi (9).

Fruto de esas circunstancias, Rusia arrastra en su interior formas de capitalismo salvaje y de desprotección de la fuerza de trabajo que el capital global reserva para sus zonas periféricas; pero gracias a sus enormes recursos energéticos y a haber conservado los avances técnicos de la URSS en campos clave, como el militar y hasta cierto punto la investigación científica, ha podido recuperarse como formación social emergente e incluso convertirse en un referente mundial de la re-soberanización, la desglobalización y el multilateralismo. Estas condiciones le han permitido comenzar a intervenir con éxito en algunos lugares donde EE.UU. y su brazo armado global, la OTAN, había irrumpido para destruir, y muy especialmente en Siria.

Al igual que China, Rusia enfrenta fuertes luchas internas de sus élites, pero aquí sin la garantía y consistencia de un partido comunista hegemónico detrás. En esa pugna será decisivo conseguir en lo inmediato algún tipo de “capitalismo de Estado” para que pueda Rusia tener posibilidades de futuro ya no sólo como “potencia”, sino como sociedad (10). A medio plazo, muy probablemente sólo le vaya quedando también emprender una vía postcapitalista. ¿Uniéndose a China en ese proceso?: aquí radica una de las claves más decisivas del enorme desafío que está en juego para la humanidad.

PARTE II

3. EE.UU.: la guerra como política y como mecanismo privilegiado de crecimiento agónico

Ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético que, paradójicamente, podría prolongar la propia vida del capitalismo, la territorialidad política del hegemón en declive opone una tenaz resistencia. EE.UU. no parece dispuesto a dejarse relevar sin destruir. Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad energética (y la de sus subordinados imperiales) está precisamente en Asia Centro-Occidental. Allí está en estos momentos el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino (“Un Cinturón, una Ruta”).

La capacidad de destrucción de EE.UU. es varias veces planetaria. Tiene alrededor de un cuarto de millón de efectivos del Ejército, la Marina y las Fuerzas Aéreas, en el 70% de los países del mundo, con más de 450 bases militares extraterritoriales (11). Con más de 600.000 millones de $ de presupuesto militar declarado, ha llegado a sumar casi tanto como el gasto militar de todo el resto del mundo junto.

Es por eso que a la “zona de estabilidad” multipolar chino-rusa (que sus respectivos mandatarios llaman de “estabilidad estratégica”), EE.UU. (y sus aliados) le ha opuesto desde el principio una política de caos y desestabilización. Ha sido EE.UU. quien bajo la llamada «guerra contra el terrorismo» ha arruinado países y destrozado sociedades enteras desde hace más de dos décadas: Afganistán, Somalia, Irak, Libia, Siria… Además, esa especial guerra perdura y se extiende hoy por más de 60 países, principalmente a través de operaciones secretas y ya se ha cebado en la propia Europa a través de la destrucción de Yugoslavia (12). De hecho, se ha convertido en la forma en que la principal potencia tiende a implantar su particular visión de un «dominio total» («Full-spectrum dominance», como fue definido en el clave informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020). Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables, agujeros negros de caos, sin autoridad central, y así sabotear la zona de estabilidad chino-rusa, poniendo socavones en la autopista de la seda. Destrucción y barbarización social (13) es lo que queda de los lugares donde interviene militarmente EE.UU., sea sólo o acompañado por la OTAN.

En esa estrategia del hegemón tiene mucho que decir la paramilitarización de la guerra y la interposición de redes terroristas globales creadas ad hoc, “guerras de 4ª generación” en las que la construcción de mentiras y el control de las conciencias, la provocación de estados de ánimo masivos, el previo bombardeo mediático contra el enemigo a batir, los levantamientos de población teledirigidos y el control de masas, los golpes de efecto, atentados y golpes judiciales y de Estado, se combinan de forma mortífera. Ese tipo de guerra se desarrolla en cualquier medio, desde los campos abiertos de batalla, a las calles de cualquier ciudad, desde los bombardeos celestes, a las arenas del desierto, desde las trincheras convencionales a las salas de baile, una cafetería, un vagón de metro o la cabina de un avión. Bolsas y monedas, alimentos y operaciones financieras, todo forma parte de la guerra total. Su objetivo, la destrucción de territorios, la promoción bélica del desorden, la conversión de países en ruinas. El planeta entero forma parte de esa guerra.

Pero para impedir que China se pudiera alzar como nuevo hegemón, EE.UU. tiene primero que quebrar a Rusia. Desde la Revolución Soviética esta formación social no ha dejado de estar asediada militarmente y sometida a cruentas sanciones y bloqueos. EE.UU. no se contenta con haber deshecho a la URSS, desde su caída pretende también desmembrar Rusia y arrebatarla su poderío energético-militar. Lo ha intentado por diferentes puntos de lo que fuera la Unión Soviética, entre otros Chechenia, Georgia –que está lista para entrar en la OTAN y ser desestabilizada de nuevo-, Osetia, Azerbaiyán, y finalmente Ucrania (14) (ahora parece que aprieta también a Moldavia en la Europa del Este), y ha empujado a la OTAN hasta sus mismas fronteras, acosándola también por el Báltico y el Mar Negro.

Del antiguo Bloque Socialista o Segundo Mundo hoy integran la OTAN: Croacia, Bulgaria, República Checa, Hungría, Rumania, Polonia, Albania, Montenegro, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Lituania y Letonia.

Entre los planes estadounidenses está igualmente la infiltración en territorios rusos del terrorismo en su versión “islamista” (como ha hecho ya en algunas repúblicas exsoviéticas). Todo eso además de haber invadido militarmente a los antiguos aliados de la URSS en Asia centro-occidental y África del norte.

Especialmente, y como pasos previos y necesarios en esa ofensiva contra Rusia (y detrás de ella, contra China y su Ruta), EE.UU. perpetra agresiones continuas contra Irán y Siria. Ahora con peligro inmediato de nuevo de traspasar todas las barreras en el primer caso, pues Irán es uno de los puntos nodales donde se juega el destino de los Ejes y sus proyectos para el mundo.

También en África tiene USA desplegadas tropas propias o mercenarias, que bajo la bandera de la defensa de la paz o la lucha contra el terrorismo, son parte de una desestabilización planificada del continente (con infiltración terrorista incluida) (15).

No pensemos que por ello descuida la presión militar a la propia China. Además de la desestabilización continental que provoca en su entorno, hoy la rodea por el Pacífico y por el propio mar de Malaca. Sin embargo, hasta ahora toda su secuencia de intervenciones en Asia no han deparado a los EE.UU. ninguna ventaja para su supremacía. Antes al contrario, su destrucción de Irak no ha hecho sino aumentar la importancia de Irán en la región, no consiguen nada positivo en el caos que provocaron en Afganistán más allá de hacer un agujero estratégico en la Ruta de la Seda, y han sido frenados en seco por Rusia en Siria. Por eso ocasionaron tanta controversia las declaraciones de su presidente Trump cuando anunció que retiraría a sus tropas de esa zona de Asia.

Aunque no sea así, hay una clara tendencia de repliegue forzado de EE.UU., que le está obligando poco a poco a encastillarse en su propio continente y a hacer del mismo su bastión (USA y su hinterland no dejan de ser una isla muy lejos del “Centro del Mundo”, es decir, Eurasia, donde se dirimen sobre el terreno las batallas por los recursos y las geoestratégicas; lo cual le resulta cada vez más costoso). Por eso también emprende una poderosa contraofensiva en toda América, con una cadena de golpes de Estado y agresiones económicas y de bloqueo al conjunto de países que habían emprendido vías de reforma social y de cierta voluntad de constitución de una autonomía regional.

Especialmente virulentos han sido los ataques contra Venezuela, pero también contra Nicaragua y de nuevo contra Cuba. Esa contraofensiva ha tenido también a Brasil como objetivo especial, para apartarle de los BRICS. Además, se ha hecho adherirse a la OTAN a un campeón olímpico en la violación sistemática de derechos humanos, con asesinatos masivos y permanentes a su propia población, como es Colombia. Circunstancia que disparará el riesgo de que Sudamérica se convierta en un nuevo escenario bélico. Mientras la OTAN -o ejércitos bajo su dirección- se podrá encargar en adelante del orden externo, las fuerzas militares son cada vez más llamadas a mantener el orden interno de los países, como en los casos de Brasil, Paraguay y Argentina, ejemplos todos ellos de la contra-ofensiva golpista del Imperio frente a las aproximaciones de Unidad de la que fuera llamada “Nuestra América” por Martí y otros libertadores (16).

Una particular modalidad de guerra que practica EE.UU. es la de la sanción económica contra países (que también obliga a los demás a seguir). Hoy agrede así nada menos que a:

  • ‎Bielorrusia,
  • Burundi,
  • Corea del Norte,
  • Cuba,
  • Irán,
  • Libia,
  • Nicaragua,
  • República Centroafricana,
  • República Democrática del Congo,
  • Rusia,
  • Siria,
  • Sudán,
  • Venezuela
  • Zimbabwe;
  • entidades soberanas a ‎las hay que agregar las Repúblicas Populares de la región de Donbass (en ‎Ucrania), el Hezbollah libanés y los huthis (en Yemen), entre ‎otras.‎

Estas acciones constituyen actos de guerra condenados por la ONU, que causan indescriptibles sufrimientos y mortandad en las poblaciones afectadas, a menudo más que los ataques militares, pero pasan mucho más desapercibidas. Sólo son visibles para las poblaciones centrales del sistema sus efectos en forma de crecientes migraciones masivas (batiéndose ya el récord de refugiados en el mundo), que lejos de sensibilizar sobre sus causas, desatan un círculo vicioso de mayor apoyo a las opciones de fuerza de las clases dominantes, incluida la represión de las propias migraciones, provocadas precisamente por aquellas políticas. Los grandes flujos migratorios se contemplan también como una opción estratégica para desestabilizar terceros países e incluso suscitar cambios de gobierno alineados con el Eje del Caos.

Las políticas de guerra económica contradicen además el “libre mercado”, pues EE.UU. se reserva a sí mismo el derecho de aplicarlas a su antojo, arbitrariamente. Y es que el “libre mercado” sólo les sirve a los poderosos cuando son ellos los que ganan a los demás porque no tienen competencia (17). Por eso hoy EE.UU. ha emprendido el camino del proteccionismo y una guerra económica contra su principal adversario en esta primera mitad del siglo XXI: China. Las veredas de esta geoeconomía pueden desembocar en el intento de implantación de un nuevo telón de acero por parte de EE.UU. contra el gigante asiático (18).

Ya previamente USA había hecho abortar la Ronda de Doha tocando de gravedad a la propia OMC (que está prácticamente desaparecida). En general, la incapacidad de lograr la globalización unilateral absoluta mediante el avasallamiento consensual, debido a la profundización de la crisis estructural, la agravación de las crisis sociales y el surgimiento de las potencias emergentes, ha llevado recientemente a la metamorfosis final de todo el imperialismo incapaz hasta ahora de acomodarse a su inevitable decadencia. Una nueva Guerra Fría contra Rusia y una severa Guerra Económica contra China son sus inmediatas respuestas, que ponen al mundo en un inminente y gravísimo peligro.

4. La descomposición del mundo que salió de la postguerra mundial. El fin del largo siglo XX.

La globalización unilateral implosiona, y con ella todo el entramado socio-político-institucional que conocimos desde la Segunda Postguerra Mundial y el fin de la Guerra Fría. El largo siglo XX llega a su fin, aunque pueda hacerlo de la manera más dramática. Con ello, las instituciones heredadas de ese período son cada vez más ninguneadas o descartadas.

Sólo desde 2017 hasta aquí EE.UU. ya ha desmontado diferentes pactos o espera romperlos. El 1 de junio de 2017, anunció la retirada de su país del acuerdo climático de París, firmado en 2016. El 23 de enero de 2017 se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés); un pacto suscrito en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40 % de la economía mundial y casi un tercio de todo el flujo del comercio internacional. USA también se ha salido del Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Migración y Refugiados, así como de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Además ha modificado a su antojo el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), un acuerdo comercial entre este país, Canadá y México. Y aun así, amenaza constantemente a México con imponer aranceles a sus exportaciones, presionándolo para acentuar la represión migratoria (19).

En 1994, el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, firmó un acuerdo con Corea del Norte para desmantelar el programa nuclear de este país asiático. Casi una década más tarde, al cambiar el mandato, el presidente George W. Bush, calificó a Pyongyang de eje de mal y preparó el terreno para romper el acuerdo. También asistimos en los últimos meses a la profundización del desconocimiento y hasta el repudio de las decisiones de Naciones Unidas (y del Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional.

En un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, EE.UU. reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de saltarse a la torera cualquier resolución de la ONU). Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, así como también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia. Además, el pasado 26 de marzo, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el ‎Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra. Por si fuera poco, todo indica que últimamente no se detiene ni ante la violación de embajadas, como la norcoreana en Madrid o la de Venezuela en Washington.

Se trata, en suma, de un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales (e incluso de los sacrosantos y ancestrales principios de inviolabilidad diplomática). Con ello, el mundo que salió de la Guerra Fría llega a su fin. Muere definitivamente el largo siglo XX, y con él muchas de sus certezas. La excepcionalidad de Israel, la alianza energético-militar de EE.UU. y Arabia Saudita, la singularidad de Corea del Norte, la subordinación continental de Europa y América Latina a EE.UU., pueden estar viendo el principio de su fin, al menos bajo la forma en que se han manifestado hasta hoy. Por el contrario, la apertura de los mares del Pacífico en torno a China, el surgimiento de una nueva África interconectada y con voz conjunta, y el nacimiento de nuevas instituciones económicas y políticas internacionales, van cobrando cuerpo o cuanto menos, mayor posibilidad. De momento, y en el curso de la transición, China intenta sostener las instituciones globales, incluso ocupando los vacíos que va dejando EE.UU.

A todo ello, se enfrenta el hegemón en decadencia, que en su desesperación, da muestras de estar empeñado en soltar coletazos contra todo y contra todos. Las luchas literalmente “a muerte” entre las facciones de poder estadounidense ponen al mundo en un riesgo sumamente grave, como posiblemente no ha conocido hasta ahora. La facción guerrerista unipolar (que en contra de lo que las opiniones públicas creen, está encarnada sobre todo por la facción demócrata), busca el enfrentamiento militar (antes de que EE.UU. se convierta en una potencia mediana) y no dará cuartel. Por ahora, la impunidad y desprecio de EEUU e Israel han dañado (quizás irremediablemente) la credibilidad de la ONU y demás instituciones globales. No parece imposible que pronto estalle una grave crisis en torno a la disfunción del Consejo de Seguridad y que se plantee la disyuntiva de que sufra la suerte de la Sociedad de Naciones.

En todo caso, el sabotaje de lo que resta de mecanismos globales de “gobernanza” implica asimismo una redefinición de la OTAN: ¿aceptarán la UE, Japón, Canadá y Australia que la OTAN pase a ser el principal instrumento para que EEUU, Israel y Arabia Saudita sigan actuando con total impunidad y en contra de sus intereses? ¿O por el contrario pueden presionar para que la solución bélica en Asia Occidental sea una en la que todos puedan ganar algo?

Entramos, en definitiva, en una nueva era de inestabilidad, incertidumbre y riesgo sistémico, de destrucción de sociedades y franco peligro para todo el hábitat planetario, de desmoronamiento económico del capitalismo y consiguiente derrumbe de todo su orden mundial. El también inminente fin de la era neoliberal viene acompañado de la total decadencia del sistema político que la precedió: la democracia liberal.

PARTE III

5. El desgarro de la UE

La decadencia de la UE ya es un claro testimonio del declive democrático liberal, pues se concibió para puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo.

Si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación. Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales) y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos para hacerse irreformable.

Se trata también de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única. Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un continente entero.

El proyecto de lanzar la Gran Alemania a través de la UE tuvo como primer objetivo posibilitar la reestructuración productiva germana con miras a la exportación. En las últimas décadas la vieja industria alemana se reconvirtió, renovando su perfil hasta hacerse una “arrolladora máquina de generar excedentes” (las ventas externas pasaron del 20% del PIB en 1990 al 47% en 2009).

Pero ese proceso fue acompañado de una dinámica de financiarización de la economía alemana. Con la irrupción neoliberal, la desregulada estructura financiera mundial proporcionó a su clase capitalista la posibilidad de conseguir crédito fuera de la economía productiva. Esas masas de capitales “liberados” de los ciclos manufactureros locales quedaban listas para invertirse en los mercados financieros, donde se pueden hacer ingentes beneficios sin producir la menor riqueza, y eran destinadas fundamentalmente a:

1. Prestar a la Banca de las formaciones periféricas europeas (la Europa del Sur), a fin de generar un ciclo de demanda de los productos alemanes. Cuando, en plena crisis, los Bancos privados tuvieron que satisfacer la deuda alemana y no pudieron, fueron los Estados (es decir, el conjunto de la población) los que la asumieron (“socialización de pérdidas”).

2. Invertir especulativamente en el sector inmobiliario de ciertas de esas formaciones y también en el de EE.UU., contribuyendo a provocar sus enormes burbujas.

3. Invertir en la Europa del Este para la apropiación por desposesión y la explotación de una fuerza de trabajo que se había depreciado substancialmente con la terapia de “shock” que previamente habían aplicado en esas formaciones estatales la UE y el FMI. Esto serviría también para lanzar un ataque feroz contra la fuerza de trabajo alemana para extender su precarización (Alemania es la única formación de la OCDE en la que los salarios reales cayeron ininterrumpidamente entre 2000 y 2007).

Además, para competir con Asia oriental y especialmente con China, la Gran Alemania y la clase capitalista europea utilizan a la UE como herramienta para rebajar las condiciones laborales y salariales de la fuerza de trabajo en Europa.

No olvidemos que el macro-Estado (la UE, en el caso europeo) es una de las expresiones rectoras del capitalismo oligopólico de ámbito global en el que estamos inmersos (que tiene que recurrir a esas estructuras intermedias ante su incapacidad para conseguir un Estado mundial). Es la vía que el Capital transnacionalizado tiene hoy de destruir las conquistas que el Trabajo logró en el ámbito del Estado, que ha sido el elemento rector-coordinador de la acumulación capitalista hasta ahora. Eso pasa por un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse. La des-substanciación de las instituciones de representación popular está garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo. A través de ellos desarrolla todo un abanico de intervenciones contra las posibilidades de soberanía de los países y sobre todo de las poblaciones.

Así por ejemplo en Grecia el primer préstamo y su consiguiente Memorandum supuso la renuncia firmada a la soberanía del país heleno. El Derecho según el cual fueron redactados los acuerdos relativos a la deuda fue el de Gran Bretaña. No se preocuparon ni de disimularlo, pues fueron redactados en inglés. El Parlamento griego los tuvo que aprobar sin debate previo, también en inglés. La jurisdicción exclusiva para la aplicación de los acuerdos recae sobre los tribunales del Gran Ducado de Luxemburgo. Los representantes de la Troika tienen un despacho en los nuevos ministerios, para asegurarse de que ninguna decisión política en ese Estado se toma sin la autorización previa de los acreedores. Las empresas extranjeras, sobre todo alemanas, se apropian del conjunto del país: puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, electricidad, ferrocarriles, correos…todo está en venta. Todo está comprado. Hay territorios del Estado que han sido declarados Zonas Especiales Económicas, susceptibles quién sabe, de ser desmembradas del resto.

Hasta hace no mucho tiempo si una potencia extranjera pretendía el conjunto de la riqueza de otro país tenía que invadirlo militarmente. Hoy ya no hace falta. El capitalismo de rapiña financiero y la complicidad de las élites locales (que eso sí, se dicen “nacionalistas” y algunas incluso “de izquierdas”) se bastan. La subordinación del Derecho nacional al “derecho internacional” a imagen estadounidense sirve también para frenar cualquier intervención social en favor de las grandes mayorías. En el Reino de España, lo estamos viendo, el Gobierno está utilizando al Constitucional para ilegalizar los procesos soberanistas. Recientemente, además, ese tribunal ha paralizado medidas del Parlamento catalán contra la pobreza energética y contra los abusos hipotecarios. Los ejemplos a escala europea se multiplican.

El actual capitalismo degenerativo necesita el poder judicial fuera de la influencia y de la elección directa de los ciudadanos, para blindar en lo posible la forma neoliberal de acumulación a través del saqueo. Lejos de ser instrumento contra las corrupciones del poder ejecutivo, ese poder se convierte demasiado a menudo en ariete de las clases dominantes contra el legislativo cuando éste intenta cambios que afecten la estructura de ese saqueo. Y por supuesto es una muralla imponente contra las luchas y transformaciones sociales (incluida a menudo la propia protección de las mujeres ante la violencia machista). En definitiva, una vía para hacer de la más mínima democratización y participación de la política algo inoperante (20).

En el caso de Europa, también, la moneda única, el euro, es una eficaz forma de sustraer el valor del dinero a la lucha de clases. Un potentísimo disciplinador de la fuerza de trabajo. Dispositivo sin igual para (ante la imposibilidad de realizar devaluaciones competitivas, de moneda), establecer devaluaciones internas: reducción del salario directo, indirecto (servicios sociales) y diferido (pensiones). También para ajustar a favor del Capital los mercados laborales.

En la UE, la delegación de soberanía política sucede a la monetaria. Los Estados, impotentes para realizar políticas monetarias y fiscales propias, se excusan mutuamente por verse obligados a seguir lo que dicta Bruselas. Las instituciones europeas están concebidas para estar a salvo de posibles cambios desde abajo. Lo que se vote en cada país vale tanto como que usted y yo le pidamos a la OTAN que deje de bombardear a la gente.

Por eso, hoy, ser europeísta, en contra de lo que proclaman los medios del Capital y las izquierdas integradas, pasa necesariamente por estar contra la UE y romper con su ariete en su guerra de clase: el euro. Ser europeísta, suponiendo que eso tenga algún sentido no exclusivo frente a otros pueblos, pasaría por construir una auténtica “unión europea”, frente a la UE que es en realidad la unión de las oligarquías de los distintos países europeos contra sus poblaciones. Eso pasa necesariamente por la desarticulación de los intereses de las clases dominantes a escala de cada Estado y por romper con las disposiciones y marcos normativos de la institucionalidad de la UE, y muy especialmente sus mecanismos de acreencia y “estabilidad” (en realidad, ajuste o agresión social).

Pero las izquierdas integradas devenidas izquierdas del sistema, con el eurocomunismo tardío en declive de acompañante estelar, siguen obcecadas en rescatar a la UE realmente existente (léase, reformarla). No importa el descuartizamiento social que realice en casa, ni las intervenciones militares, golpes de Estado y bombardeos de países que lleven a cabo sus miembros (Yugoeslavia, Libia, Ucrania, Siria…), sembrando de desposeídos, muertos y refugiados el mundo, a los que luego abandona a su suerte, dejándoles morir sin más en el Mediterráneo, por ejemplo (y persiguiendo a quien intenta salvarles).

Sólo las expresiones más recalcitrantes del Capital (las ultraderechas), han abierto el campo del antieuropeísmo, por lo cual tienen crecientes posibilidades de volver a ganar la partida populista a las izquierdas integradas.

Romper con el euro no es ni fácil ni indoloro. Lleva costes económicos e impactos sociales muy altos, y generará un tremendo “shock” humano. No se puede engañar sobre ello. Pero seguir en el euro conlleva a corto término la catástrofe. Sin embargo, hoy se abriría un nuevo escenario de posibilidad para unas hipotéticas fuerzas sociales capaces de concebir la Política en grande, mediante la incidencia en todos los ámbitos del metabolismo capitalista. En estos momentos la UE se encuentra seriamente tensionada internamente (el euro y la falta de mecanismos de compensación fiscales y de hacienda están destrozando a los países deficitarios, entre los que comienza a encontrarse la propia Francia), al tiempo que enfrenta una muy difícil redefinición de sus relaciones con EE.UU. por las nuevas sanciones de Washington contra Irán y las medidas contra China y Rusia, que desatarán potenciales guerras y crisis económicas, financieras y monetarias muy perjudiciales para los intereses europeos (los cuales EE.UU. ha despreciado manifiestamente).

Europa pierde peso en el mundo a pasos agigantados, pero su posición geoestratégica y geoeconómica todavía le permiten ser un actor clave en el equilibrio de fuerzas mundial. Hacia dónde se incline podrá decidir la balanza de fuerzas final. Por el momento y aceleradamente, los planes de EE.UU. pasan por enfrentarla a Rusia y que Europa vuelva a ser el campo de batalla mundial, lejos de las costas norteamericanas. Los Estados sin soberanía que componen la UE, se ven supeditados a lo que decida Alemania en adelante. La clase capitalista de este país se encuentra desgarrada entre sus compromisos de seguridad (militar, económica y de inversiones) con el Eje Anglosajón o Eje del Caos, y los intereses reales que la llevan a estrechar lazos con el mundo asiático emergente. El despliegue militar de EE.UU. en Europa oriental (poniendo ahora nuevo énfasis en Polonia) y la guerra económica contra Rusia, van destinados a disuadir a la clase capitalista alemana de escoger la segunda opción: para EE.UU. el giro de Europa hacia el Este sería sin duda el detonante de su fase de implosión.

Por ahora, el perjuicio económico para el conjunto de la UE es ya evidente. Ésta no saldrá de su crisis económico-política (por no hablar de sus atolladeros energéticos) mientras no establezca buenas relaciones con Rusia, como un país también europeo que más que amenazar puede contribuir a su seguridad energética y militar (especialmente, teniendo en cuenta que en estos momentos Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN (21), lo que en caso de conflicto bélico dejaría a Europa en una situación muy comprometida, por lo que ésta en realidad no tiene más alternativa a corto plazo que entenderse con Rusia). Por eso, el “aliado” norteamericano que empobrece y pone de nuevo en un riesgo atroz a Europa, puede empezar a desvelarse cada vez más para las propias poblaciones europeas como un “amigo” peligroso.

¿Es por ello que la UE ha comenzado a desplazar al dólar por el euro en sus compraventas con Rusia? ¿Es por ello que Europa en su conjunto puede haber empezado una desdolarización de su economía y que Alemania, Francia y Gran Bretaña han anunciado un mecanismo especial para negociar por fuera del Sistema SWIFT del dólar, denominado Instrumento de Soporte de Intercambio Comercial (INSTEX por sus siglas en inglés)? ¿Es por ello que distintos países europeos están comenzando a emitir parte de su deuda pública en yuanes? (22).

Hay ya señales de cambio incluso en algunos de los países más subalternos, como Italia (no así en España, cuya subordinación a USA sigue, nunca mejor dicho, “a prueba de bombas”), que ha comprendido la importancia de su localización geográfica para la Ruta de la Seda en Europa. También Austria y algunos de los países del Este empiezan a mirar con más interés a Rusia. La propia Gran Bretaña no ha dudado en dejar ver su disponibilidad para aprovechar las ventajas que China pueda traer al continente (¿se deshace el Eje Anglosajón?).

En suma, de Europa depende que la emergencia de Asia sea en realidad la de Eurasia.

Para las izquierdas europeas debería quedar patentemente claro que mientras EE.UU. funja como hegemón y continúe con sus políticas globales de muerte, destrucción, desposesión colectiva y, en suma, desarrollando la expresión más cruenta del “capitalismo salvaje”, no habrá posibilidades de construir nada nuevo.

En medio de todo el marasmo mundial ocasionado por ese país, hay hoy dos formaciones estatales que han comenzado a dar los pasos para la recuperación de su soberanía y el emprendimiento de otras relaciones mundiales. China (con el apoyo de Rusia) (23) muestra un camino posible de salida del capitalismo, a pesar de que sea incierto, lleno de dificultades y contradicciones, sujeto, a fin de cuentas, a las luchas de clase internas que se desarrollan y se desarrollarán en el futuro inmediato en su seno. Pero con todas esas dudas es, hoy por hoy, el único camino con alguna factibilidad o verosimilitud de abrir algún futuro mínimamente aceptable para la humanidad y darle alguna posibilidad a las sociedades e incluso al ecosistema planetario.

6. Europa: hábitat de las izquierdas integradas. Podemos e IU en el Reino de España

Pero la mayor parte de las izquierdas europeas, integradas plenamente en el metabolismo del capital, están todavía ampliamente ajenas a todo ello. Hagamos un breve repaso histórico para entenderlo.

En marzo de 1977, en su encuentro en Madrid para la legalización del PCE, Santiago Carrillo, Georges Marchais y Enrico Berlinguer (secretarios generales de los partidos comunistas español, francés e italiano, respectivamente) dieron carta de constitución a lo que venía siendo un hecho consumado: el eurocomunismo. Con este término-concepto querían indicar la independencia de los PC respecto de la URSS y la aceptación de la vía “democrático-parlamentaria” para competir por el poder institucional (es decir, el poder con minúsculas). También lo que ellos pensaban que era una ruptura con el leninismo: el descarte de la insurrección revolucionaria.

Sin embargo, lo que realmente entrañaba aquel proceso era una ruptura con Marx: a partir de ese momento no se trataba ya de llevar a cabo la “lucha de clases” con el fin de abolir la explotación humana y la opresión. Se descartaba la meta de superar el capitalismo o se la desplazaba a un tiempo indefinido en el largo futuro. Se daba, en suma, carta de recibo y legitimidad a la integración en el orden del capital que unas y otras izquierdas, como crecientes partes de las propias poblaciones, habían ido experimentando con el “Bienestar” del Estado keynesiano que comenzó a erigirse tras la Segunda Gran Guerra. En adelante se trataba de aprovechar las oportunidades que el sistema brindaba para mejorar las propias posiciones electorales. Con ello se daba prioridad también a la política pequeña, con minúsculas (la que se agota en los ámbitos institucionales).

Se rompía, además, con la milenaria tradición republicano-democrática, que siempre abogó por la igualdad como base de la democracia, y la soberanía económica (sin depender de tener que trabajar para otros) como elemento imprescindible de la libertad y la autonomía.

En lo sucesivo, la mayor parte de los PC europeos aceptaban el Estado Social capitalista como una muestra inobjetable de las posibilidades del reformismo, que se apresuraban a abrazar contra los pecados del “comunismo leninista”. Las libertades, la democracia, el consumo permanente y masivo, los derechos humanos, que eran supuestamente intrínsecos a ese Estado Social, se asumían también como compatibles con la explotación del ser humano por el ser humano, con la extracción de plusvalía y la dictadura de la tasa de ganancia, con el poder no democrático de las transnacionales, con la división sexual del trabajo y con la depredación del hábitat (24).

Los cambios experimentados en la estructura de clases, ese nuevo “capitalismo de Estado” (con sus vías fuertes de integración de la población a través de la seguridad social) y el programado descrédito del Bloque Soviético en la población europea occidental habían ido preparando el terreno, a su vez, contra las “viejas” formaciones partidistas o más en general, contra las “viejas” formas de organizarse y hacer política.

Frente al obrerismo propio del capitalismo industrial-fordista, se abrió paso el movimientismo ciudadano como rechazo a ello y como forma predominante de contestación social en el capitalismo de consumo keynesiano. Recuperada de las aún más viejas luchas del pre o proto-proletariado europeo, esta forma de intervención social se expandió pronto por las formaciones centrales del sistema en su conjunto. Las reivindicaciones se habían hecho parciales, los campos de conflicto e intervención dejaron atrás lo universal para irse haciendo, por lo general, cada vez más reducidos, más sectoriales, más locales. Los logros, por tanto, también menguaron. Y unas y otros quedaban convenientemente dentro del sistema, un sistema que supuestamente lo admitía todo y era capaz de reformarse a sí mismo, con la ayuda de la ciudadanía, indefinidamente, hasta poder llegar a conseguirse a través de él cotas cada vez más altas de justicia e igualdad. Las sociedades europeas habían interiorizado la identificación del capitalismo con “bienestar”, con “democracia” y con “crecimiento”.

Pero la descomposición de los Grandes Sujetos (clases, movimiento obrero, organizaciones de masas, naciones…) que habían ido surgiendo del capitalismo “pre-democrático” de la Primera y Segunda Revolución Industriales, se extremó con el capitalismo “post-democrático” propio del nuevo modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado. Según se fue agotando la dinámica del valor y la consecución de una aceptable tasa media de ganancia, las vías de “integración” de la población se fueron haciendo también más “blandas”, ya no a través de la seguridad social, sino del consumo a crédito y del endeudamiento masivo, de la (pretendida) revalorización financiera de los bienes inmuebles (una suerte de keynesianismo de precio de activos) que, además de “democratizar” la especulación para más capas sociales, hacía seguir manteniendo la ficción del consumo y de “clase media” de la población trabajadora, ayudada aquella ficción también inestimablemente por la entrada masiva de productos chinos ultra-baratos.

Así hasta que llegó la debacle de este modelo de crecimiento. Todos los palos de su sombrajo empezaron a caerse: crédito, deuda, solvencia, consumo, empleo, vivienda… El destrozo de la “seguridad” social ha traído una vuelta acelerada al mundo de las inseguridades: inseguridad de empleo y por tanto de vivienda, inseguridad de acceso al consumo, al crédito y a los bienes… Inseguridad del presente y todavía más del futuro.

El capitalismo empezaba a mostrar, de nuevo, sus colmillos también en el “mundo desarrollado”. Y hora que su profunda y muy probablemente irreversible crisis se está llevando por medio las condiciones que posibilitaron el Estado Social, y está poniendo en un brete la legitimidad de este modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado (que no todavía la del capitalismo en sí mismo), la primera víctima suya ha sido, no obstante, la propia izquierda integrada. El declive de la opción reformista en el capitalismo realmente existente, deja fuera de juego y sin razón histórica a las distintas versiones partidistas de la socialdemocracia y, en general, arrastra consigo a esas izquierdas bienpensantes, moderadas y racionales que a la postre asistieron impasibles a la trasmutación del sistema: de keynesiano a fridmaniano.

El fin del reformismo se llevó también, como no podía ser de otra forma, al eurocomunismo.Sin embargo, estas izquierdas integradas han realizado el (que pudiera ser) último intento de salvarse a sí mismas y salvando al menos un reformismo ‘light’. Su última pirueta: la populista.

7. Mutilando a Gramsci. La hegemonía débil.

Son muchos los militantes que en medio de la barbarie neoliberal propugnaban la necesidad de un “populismo de izquierdas” capaz de hacer frente a través de esquemas, consignas y convocatorias simples, a todo el aparataje ideológico-mediático-cultural capitalista que destrozaba las conciencias y empobrecía las vidas de una generación tras otra de “ciudadanos”.

Parecía increíble, pero al final se consiguió. Nació el populismo de izquierdas. Y pareció extenderse como un reguero por toda Europa. Así, entre los más famosos ejemplos, Die Linke, La France Insoumise, buena parte de lo que terminó siendo Syriza, y en el Reino de España, Podemos…

El proyecto de ingeniería social populista se repite por doquier. Ha pretendido construir una hegemonía débil, es decir, sin albergar un proyecto social y económico-productivo propio, ni presentar, por tanto, una alternativa sistémica en el campo ideológico. Se trata de una búsqueda de “hegemonía” para competir en la política pequeña, en la contienda electoral.

Los procesos populistas se diferencian de los populares, entre otros puntos, en que estos últimos son construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto se co-implican con una mayor autonomía de los mismos. En los procesos populistas la heteronomía (o construcción externa a esos sujetos) es la nota dominante.

“Al aprovechar, controlar, limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de participación, de conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación, de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se prefieran– se estaría no sólo negando un elemento substancial de cualquier hipótesis emancipatoria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria– en la medida en que se desperfilaría o sencillamente desaparecería de la escena un recurso político fundamental para la historia de las clases subalternas: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de lucha.” (25)

Y eso no puede ser de otra forma, pues “con un sujeto político que alberga intereses sociales no definidos que pueden llegar a ser contradictorios, no es posible poner en marcha un frente común con objetivos claros destinado a la movilización y la conquista popular de derechos. “Lo que cuadra con un espacio político populista es la indefinición, la ambigüedad del discurso y la reducción de los antagonismos de clase en su seno (…) Lo que se puede hacer con un sujeto político así es utilizarlo para el voto y desactivarlo como elemento autónomo de incidencia social.” (26). “No es hora de luchar, es hora de votar”, proclamará el principal líder de Podemos en varios de sus mítines.

Bueno, se dirá, pero todo eso servirá para ganar las elecciones, el poder institucional, y a partir de allí empezar un “programa fuerte” de reformas.

Pues no, porque en realidad con ello se difunde un discurso donde el objetivo a enfrentar no es el sistema socio-económico capitalista, sino una entidad ontológica trans-clasista (los políticos, los banqueros, los administradores corruptos, etc., a quien se puede sintetizar con una sola designación, por ejemplo, la casta), cuya expulsión del sistema restablecerá los buenos principios haciendo que todo vuelva a funcionar. Esto es, en suma, lo malo no es el sistema ni las instituciones sobre las que se levanta, sino los sujetos que las ocupan, pervirtiéndolas. Esto se conoce en la teoría marxista como personificación de las cosas, (que se acompaña siempre de una cosificación de las relaciones de producción y de sostenimiento de la vida), elemento nodal del fetichismo de la sociedad capitalista.

Por eso la llamada a enfrentar esa “personificación” de las relaciones intrínsecas de explotación y opresión capitalistas hace que éstas se sustraigan a la atención pública, mantengan su invisibilidad. De ahí que esa llamada se exprese principalmente a través del electoralismo y se dirija a un sujeto también amorfo, indefinido. Multitudes o 99%, más allá de las clases, de la izquierda y la derecha, de la ideología y de la propia Política. Como si todo ese entramado de interpelaciones políticas heredadas no estuviera sujeto a las propias luchas, y no existiera por tanto la posibilidad de contender también en torno al peso social construido, sociológico, histórico y estructural que contienen esas “etiquetas”, sino que fueran meramente superables, por arte de birlibirloque, desde su mera nominación o no.

Así hemos podido ver cosas tan lamentables como la de Syriza, aceptando la demolición de Grecia, en contra de lo que decidió en referéndum su propia población (esto prueba también la nula consideración democrática de las instituciones europeas y a la vez el hundimiento de las “izquierdas” que no se atreven a enfrentarlas); la integración de la “izquierda verde” en los gobiernos de brutal agresión social alemanes, o la lucha de los chalecos amarillos abandonada a sí misma por la “izquierda integrada” francesa, que prefiere “apoyarla” de lejos sin implicarse en encender Francia entera con aquellas luchas sociales.

Priorizar la intervención en lo institucional necesita no sólo canalizar las energías sociales hacia la micropolítica, sino succionar a los elementos más destacados de la movilización social, esto es, absorber cuadros, reclutar líderes, atraer personas organizadas. Y eso significa descabezar y desarticular movimientos (27). Eso hicieron estos neopopulismos.

Todo esto en un momento histórico en que ya no se pueden aplicar programas socialdemócratas. La tasa de ganancia capitalista está seriamente obstruida en las formaciones centrales, con tendencia a decaer también en las periféricas emergentes en un plazo relativamente breve. Cuando eso ocurra el sistema entrará en modo colapso, el cual puede ser más o menos duradero, pero letal para el conjunto de la humanidad (más cuanto más dure la agonía del sistema). Por ahora lo que estamos viendo es que si decae seriamente la masa de ganancia no hay ni inversión productiva ni por tanto productividad, ni en consecuencia aumento de la “riqueza social” cuantitativa. Y sin ello el sistema no redistribuye, no hay posibilidad de mantener el “compromiso de clases”, mientras que el propio empleo y las condiciones de vida se resienten gravemente (28).

El resultado de estas tendencias es irónico. Cuanto más nuestras izquierdas integradas pugnan por ser más y más respetables dentro del sistema y por reformarlo desde las instituciones prometiéndonos que es posible volver atrás, al keynesianismo, el sistema nos aboca cada vez más a una dinámica de todo o nada, en la que la clase capitalista se apropia de todo lo colectivo y extrae ganancia del conjunto de actividades que las personas realizan para sostener la vida en común, con lo que las sociedades van destruyéndose a pasos rápidos.

Todo ello es consecuencia de esa aséptica ingeniería social que tiende a hacer creer a las gentes que instituciones y poderes sistémicos son “democráticos” y dejarán llevar a cabo las grandes transformaciones sin presentar batalla. Basta con votar y salir a la calle con globos y silbatos, o bien será suficiente con conseguir “microespacios” del común, más allá de la política.

El creciente vuelco de las tendencias idealistas actuales bien hacia el ámbito “pre-político” o bien al “post-político”, ensalzando el espontaneísmo, el movimientismo y el democratismo (29), tienden a centrar toda su confianza en el contagio para que el conjunto de la población se vaya sumando a las corrientes de cambio (descartándose casi siempre la transformación radical). El movimiento pasa a ocupar el primer plano de los objetivos (propio de la propuesta bersteniana de que “el movimiento lo es todo”), dado que aparentemente por sí sólo resolverá los problemas humanos, sin mediaciones ni transiciones, como si el “homo solidaris” surgiera espontáneamente del marasmo individualista y alienante que provocan las dinámicas del capital.

Estas concepciones, tanto las políticas como sobre todo las apolíticas, postulan cierta autonomía preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo hace falta cambiar o en su caso despojarse de las instituciones que, roussoneanamente, estropean la bondad natural, esto es, el “comunismo” espontáneo de las masas.

Es la misma suerte de ingenuidad suicida o ingenuismo funcional al capital que lleva a pensar que se pueden conseguir unas relaciones internacionales de igualdad, un mundo de justicia, un compromiso con el hábitat planetario, unos logros de desarrollo humano… sin construir fuerzas sociales organizadas y capaces de defenderse, despreciando la estrategia, apelando sólo a la voluntad, a las ganas de hacer, a los movimientos, a la democracia. Lo mismo que pensar que el capital nos permitirá hacer transformaciones radicales, ‘desbordamientos masivos’ sin contar con los medios de socialización, formación y comunicación que tienen hoy los Estados, y sin tener nada con lo que defenderte de sus guerras sociales y militares… (las sociedades catalana y vasca, por ejemplo, han aprendido bien lo que significa enfrentarse a un Estado desprovistas de esas fuerzas).

¿Acaso los agentes del gran capital global tienen que demostrar más veces que no se detienen ni se detendrán ante nada, que están dispuestos a masacrar sociedades enteras o incluso a buena parte de la Humanidad? ¿Las destrucciones de Irak, Libia, Siria, Venezuela, Yugoeslavia… no nos enseñan nada?

Cada vez que la correlación de fuerzas le empezó a ser desfavorable, cada vez que las masas sociales han conseguido algún avance significativo de cara a dar la vuelta al orden de las cosas, el Capital como clase global ha respondido con toda su furia y crueldad, con sus versiones más brutales y sanguinarias:

  • comenzando por los termidores o el “terror blanco” para acabar con las revoluciones (la Francesa, 1848, Haití, Comuna de París…),
  • le siguieron levantamientos militares, golpes de Estado y exterminio político de quienes emprendieron proyectos de transformación (República española, Grecia, Indonesia, Paraguay, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Guatemala, República Dominicana, El Salvador…),
  • la guerra total y sin descanso a las experiencias exitosas que se asentaron (URSS, Vietnam…),
  • contrarrevoluciones asesinas a aquéllas que recién se instalaban (Nicaragua sandinista, Angola, Mozambique…),
  • el asedio y el bloqueo económico permanente a las que no tiene facilidad de atacar militarmente (Cuba, Venezuela, Corea…) (30),
  • y unas u otras formas de fascismo descarnado cuando las sociedades, a través de sus movimientos y organizaciones sociales y políticas, consiguieron una fuerza significativa (Alemania, Italia…),
  • también el fascismo confesional apenas disfrazado de religión de Estado (Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes, Bahreim…).

En todas ellas se da el asesinato sistemático de las poblaciones que protestan, que se organizan (México y Colombia han venido siendo ejemplos paradigmáticos de ello). Cualquier experiencia de transformación histórica, como la soviética o la cubana, no han conocido ni un solo día, ni un solo minuto de respiro; han sido asediadas militar, económica, política, cultural, ideológicamente, desde el primer instante, sin tregua. Como hoy Venezuela. No importan los millones de muertos y de pérdidas sociales que eso cause.

Es decir, siempre que ha hecho falta, el Capital ha mostrado su expresión más monstruosa, ha desplegado todo su poder de sabotaje social y de aniquilación humana. Dejando bien claro que cualquier proyecto social “bonito” está obligado a construirse en condiciones aberrantes, infernales.

Las mismas condiciones que después han hecho que las mentes puras y las “izquierdas divinas” les den la espalda. Y aquí hay que distinguir muy claramente entre criticar procesos de lucha y transformación, y oponerse a ellos, que es al final de cuentas quedarse en el mismo lado de la trinchera que el Capital. Y es que la colonización de las conciencias pasa incluso por la construcción de desiderata en su expresión sine qua non, los cuales llevan a despreciar crecientemente las experiencias de transformación de lo dado, porque no se ajustan con lo que “debería ser”. Ese ilusionismo de levantar mundos mejores sólo con ideas, acciones siempre puras y buenos deseos, deja a las poblaciones desprotegidas material e ideológicamente. Más aún cuando su desprecio afecta a la misma posibilidad de alcanzar la hegemonía.

El populismo que lleva a la “hegemonía débil” parece la clave para ganarse sectores de todos los bandos, pero a la postre lo que consigue es perder el apoyo y el seguimiento de los decaídos movimientos sociales, de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad, cuando se alcanza el nivel institucional y apenas puede cambiarse algo. Pierden también la propia posibilidad de apoyo popular amplio, cuando las medidas económicas, político-jurídicas y represivas del Capital comienzan a golpear más. Porque lo que olvidan o no quieren mostrar los “populismos de izquierda”, es que el Poder del capital no está contenido en las instituciones, sino que las desborda ampliamente extendiéndose por todo su metabolismo (en la esfera productiva, en el moldeamiento de la propia sociedad, infraestructuras, dispositivos jurídicos, administrativos, de conciencia, de cosmovisión, en la construcción de determinados tipos de individuos, en la esfera de la circulación y reproducción social, en el mercado, en la monetarización de todas las actividades humanas, en la división social y sexual del trabajo, etc., etc.). De ahí la necesidad de la Política en grande, que llegue a lo institucional sólo después de haber dado la batalla en el metabolismo social. Sólo así, como resultado de un gran sumatorio de fuerzas, se podrán ganar también verdaderamente las instituciones. Pues no hay separación real entre lo político y lo social.

Porque la hegemonía no es una opción que nos parezca más o menos adecuada cuando se enfrenta a los enemigos de clase, despiadados y certeros: es una necesidad. Y en una sociedad de clases fuertemente dividida,ésta no radica solamente en la suma de mayorías y pactos, ni aún menos se trata de ver quién es más ingenioso para lograr sumas de adeptos, sinoque consiste en ser capaz de articular fuerzas, concitar diferentes sectores de clase en torno a un proyecto o un modo de entender y construir el mundo, y eso a la postre tienen muchas más posibilidades de hacerlo los sujetos que tienen una incidencia-proyecto holístico, que salen de, y enfrentan, los antagonismos fundamentales del sistema(y dentro de ellos, por supuesto, la clase capitalista, que de dominante ha sabido hacerse hegemónica en buena parte del mundo); no por ninguna cuestión ontológica, sino porque ahí radican las claves de las que dependen las condiciones de vida de las grandes mayorías. La hegemonía para la emancipación (o contra-hegemonía) es tan necesaria para la calidad de vida de las clases subalternas como el aire que respiran, paso imprescindible para lograr emprender cualquier proyecto emancipatorio (31).

Ningún movimiento, ninguna organización social o política ha podido ni podrá transformar la realidad sin tocar las bases estructurales e infraestructurales del sistema y al menos anular sus centros de mando. Los plazos para lograrlo pasan por los tiempos largos o muy largos de formación de la conciencia colectiva (elemento altamente inestable, por otra parte). Los plazos que la barbarie capitalista nos deja son, en cambio, extremadamente cortos.

Se trata cada vez más de una perentoria cuestión de supervivencia, por lo que es imprescindible levantar proyectos claros, con objetivos a corto, medio y largo plazo coherentes entre sí, es decir, mediados por la estrategia. Necesario acertar en las alianzas y apoyos, saber con quién tenemos alguna oportunidad de avanzar y con quién ocurrirá todo lo contrario; lo que lleva a plantearse irremediablemente con qué fuerzas y cómo vamos a levantar mundos distintos en medio del caos.

Esto implica necesariamente también la realización de análisis científico-políticos rigurosos y acertados (más allá de las ilusiones que esparce el capital). No olvidemos que en términos sociales la verdadera verificación de la Teoría pasa por su capacidad de anticipar procesos y de ser efectiva en la resolución de los problemas de las grandes mayorías. Hoy apenas nos queda margen de error.

Notas

(1) Tal infraestructura de Acumulación-Desposesión precisaba también de la erección de una nueva política monetaria internacional, anti-inflacionista y anti-deficitaria, para salvaguardar las acreencias de un capitalismo que se hacía crecientemente dependiente de Deudas (complementadas algo más tarde con el “dinero de magia” o inventado).

(2) “China, que había ocupado durante siglos o milenios una posición destacada en el desarrollo de la civilización humana, todavía en 1820 tenía un PIB que constituía el 32,4% del producto interior bruto mundial; en 1949, en el momento de su fundación, la República popular china es el país más pobre, o uno de los más pobres del mundo” (Domenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo, Barcelona, 2008; pg. 328). Entre esos dos momentos históricos tenemos las guerras imperialistas contra China, conocidas como “guerras del opio” (1839-1842 y 1856-1860, como consecuencia de que China se negara a dejar circular “libremente” el opio por su país, siendo esta una de las principales mercancías del primer narco-imperio mundial: Inglaterra). En ellas todas las potencias militares del momento sumaron parcialmente sus fuerzas para reducir al milenario gigante asiático. Después, la revuelta de los Taiping (1851-1864) contra el comercio del opio, se convierte en “la guerra civil más sangrienta de la historia mundial”, estimada en alrededor de veinte y treinta millones de muertos (Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo. El Viejo Topo. Barcelona, 2005).

Las potencias “occidentales”, más la Rusia zarista y Japón, se repartirían el control de un territorio indefenso y maniatado. La gran hambruna de China del norte (1877-1878) mata a más de 9 millones de personas. Esas hambrunas, como las de India y tantos otros países, fueron la consecuencia directa de la colonización europea (véase Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía. Universitat de València. València, 2006). El siglo XX despierta con el “levantamiento de los bóxer” (1899-1901) contra el control extranjero de la economía china. Su represión deja al país sumido en la impotencia. A principios del siglo XX el Estado está prácticamente destruido. Entre 1911 y 1928 se desarrollan 130 conflictos entre unos 1.300 señores de la guerra; el bandidaje se extiende por todo el país y la disolución de los vínculos sociales se hace galopante. Las potencias tenían planeado repartirse el control del territorio en pequeños y manejables pedazos. Al llegar el año 1949 probablemente sólo Bangladesh era más pobre que China.

Tras la revolución socialista, el país es asediado y bloqueado: alimentos, medicamentos, recambios de la maquinaria agrícola, etc., son impedidos. “El Gran Salto adelante es un intento desesperado y catastrófico de afrontar el embargo” (D. Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, pg. 333; embargo del que se jactarían miembros de la administración Kennedy, como Walt Rostow, diciendo que había retrasado el desarrollo de China en decenas de años), lo que en parte vale también para la “revolución cultural” al intentar quemar etapas de desarrollo a través de puro voluntarismo. Sin embargo, la singularidad de tener un Estado volcado en la soberanía nacional y cuyo principal interés no es apoyar la ganancia privada sino la calidad de vida de su propia población, lograría finalmente hacer remontar todos los indicadores económicos y sociales de China, cuyo único parangón se encuentra en las proezas realizadas por la Unión Soviética (ver más abajo, nota 8). Hoy, de la mano de una economía planificada, y a pesar de haberse visto forzado a la apertura económica para dar participación al capital extranjero, el Partido Comunista ha logrado conservar el poder de decisión final en cada renglón de la economía, con el objetivo de asegurar un mínimo de equilibrio social, pilar fundamental desde la revolución, para enfrentar el enorme desafío de elevar los niveles de vida, de garantizar un mínimo de calidad de la misma, a más de 1.300 millones de personas.

De más está decir que estas políticas reflejan culturas, experiencias políticas y maneras de ser y de organizarse muy antiguas. Así lo refleja el académico británico Peter Nolan, en un artículo sobre China en donde comienza diciendo que “las desastrosas consecuencias que vivió Rusia con la desaparición del PCUS y del bienestar social fue un factor que fortaleció la determinación de Pekín de resistir la presión externa e interna que le exigían cambiar hacia una democracia liberal de origen occidental” (“El PCCH y el ‘ancien régime’”, en https://lahistoriadeldiablog.wordpress.com/2019/06/02/peter-nolan-el-pcch-y-el-ancien-regime-descargar/ pg.1).

(3) Las decisiones que tome India sobre ese proyecto pueden frenarle o bien darle un impulso importante. De momento ese país está siendo utilizado por EE.UU. para buscar roces con China y entorpecer su zona de estabilidad. Sin embargo, el parcial fracaso del sector financiero indio y de su “desmonetarización”, las repetidas quiebras en cadena de negocios, la crisis del sector de la construcción, el enorme peso del cambio climático sobre su agricultura, la perspectiva de un éxodo rural de unos 600 millones de personas (GEAB, GlobalEuropeAnticipationBulletin, nº124), las crecientes e insoportables desigualdades y un sistema de castas todavía vigente, el domino de unas reducidas oligarquías sobre la economía de ese país que nuestros media se empeñan en llamar “la democracia más grande del mundo” (donde muere un niño cada 30 segundos por desnutrición, 200 millones de personas pasan hambre y se dan las mayores tasas de suicidio por deudas e inseguridad económica vital), no auguran un buen futuro a la India (que pronto superará a China en población) fuera de la zona de estabilidad, ni le permiten, en ningún caso, convertirse en una nueva economía “emergente”.

(4) África, junto con Asia, puede empezar a romper los lazos con el neocolonialismo norteamericano-europeo gracias a este macro-proyecto. La Unión Africana está dando sus primeros pasos orientados a este fin. La desvinculación del franco de algunos de sus países centrales, y el comienzo del establecimiento de su propia moneda común, marcan un principio necesario en ese camino ya iniciado.

(5) Así, la Organización para la Cooperación de Shanghái, en la que participan ya China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India y Pakistán (y cuya presidencia le toca por turno ahora a Rusia).

(6) Así lo indica el Global Times: “The trade volume between China and Russia in 2018 reached $100 billion, the highest in history. The political, diplomatic, economic and military cooperation between China and Russia are consistent with the long-term interests of their people and the world. Additionally, the two countries are stepping up people-to-people exchanges, thus further narrowing the cultural gap. China-Russia relations and their cooperation mechanism are significant to both countries and regional stability and development. This new type of major country relations has been demonstrated under the framework of the BRI”, en http://www.globaltimes.cn/content/1153153.shtml. Xi y Putin han descrito su política común como de asociación y cooperación entre iguales, basada en el respeto mutuo y la prosperidad pacífica.

(7) A finales de diciembre de 2017 y al nivel de ministros de Relaciones Exteriores, se llevó a cabo el “diálogo Pakistán, Afganistán y China”, que además de buscar la paz para Afganistán bajo el lema “proceso de paz dirigido por Afganistán y propiedad de Afganistán”, abre vías para la incorporación de Afganistán y Pakistán en el proyecto de la “Ruta de la Seda”. Si esta iniciativa ruso-china se desarrolla según lo previsto, incorporando a Irán, Siria y otras formaciones sociales de Asia Central y Occidental, esta será, como hubiese dicho Brzeziński, la derrota final para la ambición de supremacía global de Washington, al quedar muy reducida su influencia en Asia.

(8) “La noción de una economía sin mercado – basada en la propiedad común de los medios de producción- era un aspecto central de la ideología del Partido Comunista en la Unión Soviética. Se puso en práctica durante el periodo del comunismo de guerra, entre 1918 y 1921, y gracias a ello se logró levantar un formidable baluarte industrial que veinte años más tarde detendría el avance nazi en Eurasia” (Peter Nolan, op.cit., pg.3). La guerra de exterminio que emprendió la Alemania nazi con el apoyo más o menos velado del conjunto de potencias “occidentales” contra la URSS, dejó más del 80% de sus infraestructuras arrasadas, la mitad de su industria aniquilada y alrededor de 28 millones de personas muertas (de las cuales sólo unas 8 o 9 millones eran militares).

A pesar de ello y del permanente asedio económico-político-militar y del aislamiento tecnológico por parte del mundo capitalista, la URSS se alzó de las cenizas incrementando rápidamente los niveles de vida de la población, combinándolos con muy altas cuotas de justicia social. La colectivización (que si bien fue emprendida con muchas dificultades, sufrimientos y errores, terminó posibilitando un desarrollo equilibrado de las vastísimas zonas rurales de la URSS, con calidad de vida y alto apoyo de sus poblaciones), la industrialización del país, la construcción de un excelente sistema educativo y de formación, una nueva escuela y universidad populares, un sistema científico de nuevo cuño que nada tenía que ver con el capitalista, enormes logros en investigación cósmica y atómica, el desarrollo de unas fuerzas armadas capaces de defender esas conquistas de los todopoderosos enemigos externos… todo eso fue conseguido prácticamente de la nada y en el contexto de guerra (caliente o fría), acoso y exterminio en el que tuvo siempre que desenvolverse la URSS.

Aun así, todavía hoy una buena parte de las “izquierdas occidentales” prefieren renegar de esa experiencia, de ese monumental esfuerzo de ruptura con el capitalismo, por construir una sociedad y un mundo nuevos, porque no se ajustó a los parámetros “democráticos” asumidos. Los juegos de salón de democracia que practican esas “izquierdas” tienden a contemplar los procesos sociales como dados en un ambiente de laboratorio, en condiciones asépticas. Si los resultados no son los óptimos, esos procesos quedan descartados. Pero ni los procesos sociales ni la democracia son ajenos a las circunstancias históricas de las que parten y en las que se desenvuelven, ni a las correlaciones de fuerza que los posibilitan u obstruyen, y deben considerarse también en función de la satisfacción de necesidades populares, desarrollo social y avances humanos alcanzados dentro de esas circunstancias.

A diferencia de lo que impusieron las formaciones capitalistas centrales tras la Segunda Gran Guerra Interimperialista, no hay un conjunto de recetas invariables sobre democracia para cualquier situación, y cualquier vía democrática comienza por la satisfacción de las necesidades básicas de las poblaciones, en su conjunto, por la elevación de su calidad moral y desarrollo social. Ver sobre todo esto para la realidad de la URSS, Antonio Fernández y Serguei Kará-Murzá, La revolución de los “otros”. El imperialismo, octubre, los bolcheviques y la ética soviética. El Viejo Topo. Barcelona, 2018.También de Antonio Fernández, Octubre contra El Capital. El Viejo Topo, 2016.

(9) Es de gran interés consultar la obra de Batchikov, Glasev y Kará-Murzá, El libro Blanco de Rusia. Las reformas neoliberales (1991-2004). El Viejo Topo, 2007, para calibrar las vertiginosas y catastróficas consecuencias económicas y sociales de esa caída para Rusia, sin precedentes para un país en tiempos de paz. Ese fue el resultado de la derrota y de la consiguiente imposición del capitalismo en ese territorio (ver también al respecto Noemi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. 2011, Barcelona). Para una visión en cierta forma coincidente, pero desde diferente perspectiva, Alexandr Zinoviev, La caída del imperio del mal. Edicions Bellaterra, 2000, Barcelona. La caída de la URSS significó, de paso, el golpe de gracia al “capitalismo social” en las formaciones centrales, así como el colapso del “capitalismo nacional” de las periféricas (la involución de todo el proceso de Bandung). Hay que recordar, en este último punto, que la URSS llegó en algún momento a gastar la mitad de su presupuesto en apoyo internacionalista, que permitió una relativa fortaleza y principios de soberanía en bastantes formaciones periféricas.

(10) Ver por ejemplo el análisis de Samir Amin al respecto, Rusia en la larga duración. El Viejo Topo, Barcelona, 2016.

(11) Rusia cuenta con 18 instalaciones militares fuera de su actual territorio, de las cuales 15 están en las antiguas repúblicas soviéticas, porque no se cerraron las que eran de la URSS, no porque se instalaran nuevas. China hoy por hoy tiene una sola base militar extrafronteriza, en Yibuti (aunque tiene un destacamento militar conjunto en Gwadar, Pakistán, y parece que una estación espacial militar en Argentina).

(12) Nunca las potencias centrales perdonaron a este país su soberanía, su proyecto social y de desarrollo autónomo. Tras la agresión, Yugoslavia tiene hoy todavía el sector industrial destruido, las cadenas económicas rotas, los puestos de trabajo perdidos, con una migración laboral masiva de jóvenes, la existencia a expensas de las inversiones extranjeras, la importación desaforada, años de crecimiento negativo del PIB y sueños poco realistas de volver al nivel de desarrollo económico de los años 80. A 20 años de los bombardeos, no hay datos oficiales exactos sobre los daños causados (pueden sobrepasar los 100.000 millones de $), pero las consecuencias indirectas de los bombardeos son mucho peores. La salud de los ciudadanos se ha visto socavada, se han producido daños irreparables al medioambiente y se ha dado una gran pérdida de su fuerza productiva (ver https://mundo.sputniknews.com/europa/201906081087552607-bombardeos-de-yugoslavia-la-destruccion-del-pais-a-escala-industrial/). En cuanto a los países citados antes, se podrían también escribir enciclopedias sobre la planificación de la destrucción de un país como Libia, por ejemplo, que tenía los mayores niveles de desarrollo humano de toda África, según la ONU, comparables a algunos países europeos, como Irlanda o Portugal. Su devastación y la vuelta de la esclavitud abierta en ese país, su control por sucursales del terrorismo global (dicho “islamista”), así como la expansión del mismo a otras zonas de África, está desatando una explosión migratoria en ese continente, que ya no cuenta con la sociedad estabilizadora del mismo (Libia fue un gran defensor de la Unidad Africana y de una moneda única africana) y tampón absorbente (y regulador) de sus flujos migratorios.

(13) Algunos han tildado a estos procesos de “desmodernización”, la cual apuntan que se ha cebado especialmente con las sociedades árabes más avanzadas y laicas, haciéndolas involucionar hacia formas de cerramiento social, quasi teocracia y confesionalismo excluyente. Así ha sucedido con Irak y se ha intentado con Siria, por ejemplo (de Somalia, Argelia y Egipto habría que hablar aparte, como con otras coordenadas, de Sudán, Burkina Faso o Nigeria, también por ejemplo). Así también se abortó el proceso de modernización de Afganistán y el de la propia Palestina.

(14) El 21 de noviembre de 1990, tras la caída de la URSS, los jefes de Estado europeos, incluida los de la URSS en disolución, más EE.UU. y Canadá, firmaron en el Palacio del Elíseo la Carta de París para la Nueva Europa, que debía ser algo así como la carta de defunción de la “Guerra Fría”. Entre otros puntos se acordaba que comenzaba un nuevo concepto de seguridad europea y que la seguridad de cada uno de los Estados estaba ‘inseparablemente vinculada’ con la de los demás. Además se hicieron promesas a la URSS de que a cambio de su disolución la OTAN no se expandiría en la Europa del Este y Ucrania sería una especie de “tierra de nadie” o colchón amortiguador entre Rusia y el resto de Europa. Pronto la Administración Clinton no sólo violó la promesa dada de que la OTAN “no se movería ni un milímetro hacia el este”, sino que dispuso toda una cortina de misiles en las mismas puertas de Rusia. Más tarde, en 2002, George W. Bush abandonó el Tratado ABM y creó bases de misiles en Alaska, California, Europa del Este, Japón y Corea del Sur. Finalmente, en 2014 la OTAN perpetró el golpe de Estado en Ucrania, para acentuar el asedio a Rusia y expulsarla de sus bases en el Mar Negro. EE.UU. y la OTAN nos trajeron así de nuevo en Europa a grupos nazis en el poder.

(15) Recientemente han salido a la luz 36 operaciones militares norteamericanas allí, aunque poco dicen de sus objetivos finales. Ver https://umoya.org/2019/06/09/salen-a-la-luz-las-36-operaciones-con-nombre-clave-del-ejercito-estadounidense-en-africa/

(16) Como dice Martín Pulgar en Misión Verdad: “El contexto actual de los países de la región como la crisis política y económica en Venezuela, la migratoria en Centroamérica y México, la situación social de Haití, la profundización del tráfico de drogas en Colombia, entre otras situaciones, son demostraciones a los ojos de la elite gobernante estadounidense, de la imposibilidad de tener gobiernos estables y autosostenibles, generándose la necesidad de conformar una zona con soberanía limitada y controlada por los Estados Unidos” (http://misionverdad.com/OPINI%C3%B3N/almagro-guaido-pompeo-la-corrupcion-el-tutelaje-y-la-incapacidad-de-gobernar). Otros autores hablan del proyecto de Destrucción del Gran Caribe, como un nuevo agujero de barbarie por parte de EE.UU. (ver, por ejemplo, Thierry Meyssan, www.voltairenet.org/article204642.html).

(17) Ya la Inglaterra imperial no abrazó el “libre mercado” hasta que no logró destruir los telares y la proto-industria de sus principales competidores, Egipto y sobre todo India.

(18) Sin embargo, parece que la fortaleza y diplomacia de China no dejan ese camino fácil a EE.UU., como se ha mostrado en la última reunión del G20 en Osaka, donde es la potencia imperial la que ha vuelto a quedar aislada a los ojos del mundo. Primero parece que tiene que dar marcha atrás en ciertas facetas frontales de su guerra económica contra el gigante asiático. Después, en materia de cambio climático, los países reunidos han reafirmado la «irreversibilidad» de los Acuerdos de París y se han comprometido a la «plena implementación» de sus medidas nacionales contra el cambio climático, con la excepción de Estados Unidos. En la declaración final se añade un punto en el que EE.UU. «reitera su decisión de retirarse de los Acuerdos de París porque suponen una desventaja para los trabajadores y contribuyentes estadounidenses», y en la que, pese a ello, se reconoce a ese país como «líder» en protección medioambiental. Toda una nueva evidencia de debilidad.

(19) Bien es verdad que por ahora López Obrador, junto con los movimientos sociales mexicanos, está aprovechando la situación para intentar regular los flujos, establecer cierto orden migratorio y sustraer a la fuerza de trabajo migrante de las grandes mafias que operan en la región.

(20) La separación de poderes, y muy especialmente del poder judicial, fue fijada por la burguesía tras la Revolución Francesa, para prevenir nuevos intentos populares de ir más allá del orden dado de las cosas. Así por ejemplo, se establecieron permanentes intervenciones judiciales contra cualquier proyecto que desafiara la jerarquía social o tuviese pretensión de transformación de las relaciones constitutivas del capitalismo, nada más estrenado el siglo XIX. Gracias todo ello a un aparato judicial en parte heredado de la administración absolutista y en parte reclutado entre las élites, que en adelante ejercería de obstructor de las iniciativas sociales durante los auges de insurgencia populares.

(21) Ver sobre esto al analista ruso Andrei Martyanov, “Las nuevas armas rusas anticipan el término de la hegemonía militar estadounidense”, en https://kritica.info/las-implicaciones-estrategicas-de-los-nuevas-de-armas-rusas/

(22) Ver en esta misma página del Observatorio Internacional de la Crisis, el artículo de Wim Dierckxsens y Walter Formento, “Geopolítica, Inteligencia Artificial y Poscapitalismo”.

(23) La estrecha alianza y colaboración chino-rusa es probablemente el hecho y factor geoestratégico de mayor relevancia en la actualidad, que marca la clave de un cambio de época, y quién sabe si civilizatorio.

(24) En general, desde que el eurocomunismo, del que viene IU como tantas formaciones de la izquierda europea, sentara las bases de una integración de las otrora fuerzas revolucionarias al sistema, convirtiéndolas en izquierda del sistema, esta izquierda fue tratada a partir de entonces como gente de orden, respetuosa y a respetar. Se instaló cómodamente en la minoría parlamentaria, sirviendo a menudo de muleta de apoyo a la versión “progre” del capital (el POSE) y a cambio recibió financiación bancaria y del Estado, cargos y representaciones que asentaron élites que se perpetuaban a sí mismas en las estructuras institucionales (algunas sin haber tenido un empleo jamás), tanto de los partidos o coaliciones como del Estado y de las propias entidades bancarias. De manera que ninguna de esas formaciones políticas creaba ningún problema serio al sistema mientas se dedicaban a pugnar por los votos necesarios para mantenerse en minoría institucional, con oscilaciones de subida y bajada en función de las posibilidades oportunistas del momento.

(25) Juan dal Maso y Fernando Rosso, “La hegemonía débil del ‘populismo’”, en Ideas de Izquierda, nº19, mayo de 2015. http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/la-hegemonia-debil-del-populismo/

(26) Miguel Sanz, “La influencia de Laclau y Mouffe en Podemos: hegemonía sin revolución”, en Revista La Hiedra, junio-septiembre de 2015. http://lahiedra.info/la-influencia-de-laclau/

(27) Podemos es, salvando las distancias de coyuntura, un mal remedo de lo que fueron el PSOE y el PCE combinados en la primera transición. El PSOE se encargó de canalizar el descontento, la movilización social hacia lo electoral, mientras que el PCE de Carrillo desactivó todas las bases de contestación social y envió a la sociedad organizada a su casa: a votar. El PSOE después absorbería la savia popular, llevándose para la Administración a los mejores cuadros, los líderes más valiosos. Con el poder institucional llegaron los fondos del Estado, los cargos, las direcciones…

Podemos ha estado dispuesto a emprender una nueva “transición” en la que aplacar la indignación social a cambio de conquistas electorales. La partida, una vez más, estaba amañada porque se jugaba en el tapete impuesto por los Poderes fuertes del capital: Constitución del 78, Monarquía, Ejército, Patronal, UE, OTAN (esta formación ni siquiera nos dijo “OTAN de entrada no”), deuda…

Por eso los programas que ha venido presentando Podemos no podían ser más que una muestra comercial a lo IKEA, donde se ponen personas por delante de ideas y donde nada que sea inconveniente para los poderes oligárquicos puede entrar en la lista de la “compra”: ni ruptura con la dirección extranjera de la política española (la UE y el euro, por ejemplo), ni siquiera denuncia del Plan de Estabilidad europeo que nos obliga a la austeridad presupuestaria y al pago de una deuda tan odiosa como impagable. Ni rechazo concluyente de la forma (monárquica) de Estado, ni plan contra la destrucción de los mercados laborales, ni política fuerte feminista, ni nacionalización de la gran Banca, de los recursos energéticos y las industrias de carácter estratégico, ni disposiciones irrevocables contra los desahucios y por el derecho irrenunciable a la vivienda, ni dignificación de la enseñanza o la sanidad, ni por supuesto, reforma agraria… y ahora incluso con la disposición de abandonar la reivindicación del derecho de autodeterminación, si a cambio de ello se puede participar en el gobierno. Formar gobierno con la propia “casta” que tanto se criticó, como si desde la debilidad electoral se fuera a ser capaz de modificar alguna correlación de fuerzas significativa, a tener alguna fuerza real frente a las organizaciones e instituciones del Capital.

(28) Podemos lo ha podido experimentar hoy mismo, al ver cómo las élites del capital (incluidas las “progres”) no están dispuestas a hacer ningún programa fuerte de reformas, sino sólo reformas superficiales, y concentrar los “avances” sociales en los ámbitos que no afectan en nada la reproducción del capital a través de la combinación de la explotación con cada vez más formas de saqueo social. En esta fase degenerativa, había desde el principio muchas posibilidades de que la crisis del Régimen del 78 se cerrara de forma autoritaria y reaccionaria. Muy posiblemente se modifique la ley electoral para hacer que quien tenga la mayoría simple forme gobierno sin más; es decir, está en proceso un nuevo cierre a la forma bipartidista de representación institucional (que EE.UU. ha difundido por el mundo entero). En eso estamos.

(29) “Democratismo” entraña 3 principios: 1. estamos en un medio democrático; 2. todo ha de hacerse respetando las claves democráticas que permite el sistema; 3. los poderes se dejarán transformar o incluso suprimir a través de procedimientos democráticos.

(30) EE.UU. invade países que no tienen suficientes defensas militares, bien por carecer de armas nucleares, bien por no contar con aliados que las tengan. El mensaje que el hegemón manda es bien claro: si no tienes suficientes armas defensivas serás exterminado. A menudo, como resultado de este conjunto de intervenciones, una vez que se han eliminado los sujetos políticos “discordantes”, se ha introducido el terror y se han impuesto los límites del terreno de juego, se permite luego votar a las poblaciones convenientemente subalternizadas entre las opciones prescritas.

(31) Estos puntos están desarrollados en Andrés Piqueras, Capitalismo mutante. Crisis y lucha social en un sistema en degeneración. Icaria. Barcelona, 2015.

Fuente original: https://frenteantiimperialista.org/capitalismo-en-derrumbe-geoestrategia-del-caos/

Lo que Taiwán desvela: el horizonte histórico de la época

Manolo Monereo

20/08/2022

Red de Geografía Económica 1069/22 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/oUQnA0kKEZg/m/10alDU08BgAJ)

¿Ha humillado EEUU a China? ¿Ha debilitado a Xi Jinping? Aparentemente, sí. En el juego entre realidad y apariencia, los norteamericanos son enormemente creativos. Lo suyo es construir escenarios que a veces se superponen y a veces no. El primero es siempre el de la realidad, los hechos sociales en sentido estricto. El otro gran escenario es el mediático-cognitivo, que consiste en inventar “hechos comunicacionales” que reconfiguran los hechos sociales, los enmarcan y los interpretan según su voluntad política. La clave, al final, es imponer una determinada lectura de esa realidad.

El momento del asesinato extrajudicial del jefe de lo que queda de Al Qaeda no es casualidad, acompaña al mensaje que la Administración norteamericana pretenden enviar al hemisferio oriental junto con la Presidenta de la Cámara de los Representantes, la señora Pelosi: EE.UU es un actor determinante del área Asia-Pacífico (ahora hábilmente rebautizada como Indo-Pacifico) y no consentirá que surja una potencia que cuestione su dominio e influencia. El asesinato de Al-Zawahiri es el toque comunicacional, el elemento cinematográfico que refuerza la imagen de suficiencia y de poder: los que se enfrentan a la gran potencia (auto) elegida lo pagan siempre. El brazo largo justiciero del imperio del norte alcanza a todos los enemigos estén donde estén; antes o después.

Es enternecedor como la comunidad internacional ha asumido la “diplomacia de los drones de la muerte” como un modo normalizado de hacer política internacional de las diversas administraciones norteamericanas. El presidente Obama fue un consumado maestro en el uso de este dispositivo punitivo extrajudicial, sobre todo en Pakistán, donde varios miles de personas -mayoritariamente inocentes, niños y niñas incluidos- fueron asesinados para mayor gloria de la justicia norteamericana. No sabemos si estas gestas tuvieron mucho que ver con su designación como Premio Nobel de la Paz en el 2009; desde luego ayudaron a esa imagen de hombre de paz y digno defensor de los derechos humanos, Guantánamo mediante. La Comunidad Internacional es esto, los medios globales nos garantizan su imparcialidad y su delicado equilibrio. Occidente en todo su esplendor y poder.

Se han dado muchas interpretaciones al viaje de Nancy Pelosi a Taiwán; también sobre la respuesta inmediata y a futuro del gobierno chino. Se ha hablado de que la presidenta de la Cámara de los Representantes de EE.UU ha actuado por iniciativa propia buscando rendimientos electorales internos. Sobre la posición de Biden hay diversas interpretaciones. La más creíble viene a decir que, en un primer momento, mostró dudas, pero que rápidamente fue convencido por su equipo de que era un buen momento para enviar una señal de firmeza a China y, en general, a los países asiáticos que mantiene actitudes ambiguas o dubitativas. Pronto se sabrá todo. La reacción de China está siendo muy fuerte. Primero, político militar y, en segundo lugar, económica y comercial. Se nota rabia y un plus de frustración que hay que tener siempre en cuenta y, en el caso de China, mucho más.

Creo que este incidente político diplomático tendrá profundas consecuencias y marcará de forma duradera la política exterior e interior de China. ¿Por qué? La actitud de la Administración norteamericana es rotunda: para defender su control y dominio de la zona está dispuesto a usar todos los instrumentos disponibles, incluidos los militares en un sentido que incluye directamente los dispositivos estratégico-nucleares. Creo que esto es lo que no se entiende y no se quiere entender por las élites políticas e intelectuales europeas. EE.UU va a por todas y no se parará hasta derrotar a aquellas potencias emergentes que cuestionan su hegemonía. Esto lo aprendió Putin hace años y hoy lo está viviendo directamente Xi Jinping.

El debate ahora gira sobre la irresponsabilidad, la falta de experiencia y desconocimiento de la historia del actual equipo dirigente norteamericano. Hay verdad en esto, pero, desgraciadamente, la realidad se impone más allá de las ilusiones y de las buenas intenciones. El incidente de Taiwán clarifica mucho la guerra en Ucrania, a saber, el objetivo real es China y la guerra de la OTAN contra Rusia responde a una estrategia global muy pensada y organizada.

Conforme pase el tiempo las cosas se verán con más perspectiva y las nubes se irán dispersando. A la hora de posicionarse sobre los conflictos del presente se comenten dos errores de grandes dimensiones: a) no tener en cuenta que la correlación de fuerzas a nivel mundial está marcada por el dominio, el control económico y político-militar de EE.UU. Ellos son los que mandan y los que imponen un determinado orden a través de un juego, más o menos explícito, entre un poder blando, un poder estructural y un poder duro, expresado en los benévolos términos de su academia; b) eludir sistemáticamente que existe una fuerte asimetría de poder punitivo-militar entre el imperialismo colectivo de Occidente y el resto del mundo, incluidas las potencias emergentes y una Rusia en reconstrucción. Esto ha sido evidente desde la II Guerra Mundial y se ha hecho determinante después de la disolución del Pacto de Varsovia.

EE.UU es el único país que puede ser calificado de imperial: sus 800 bases militares en más de 80 países; la cualidad y composición de su estructura militar organizada para el dominio de los mares y la pronta disponibilidad de fuerzas expedicionarias capaces de intervenir decisivamente en cualquier lugar del mundo; el enorme poder económico del complejo militar-industrial y tecno-científico; una política de alianzas que, de facto, le sirve para subordinar y dirigir las fuerzas armadas de sus aliados, como la OTAN; las dimensiones enormes de su gasto militar. Se podría continuar. No todos son iguales. Unos mandan y otros se sublevan contra ese dominio.

El eje central de la política exterior norteamericana desde Bush padre ha consistido en impedir que pudiese emerger una potencia económica, política o militar con poder suficiente para cuestionar la hegemonía norteamericana en el mundo y las instituciones internacionales que lo mantienen y reproducen. No tengo ninguna duda de que esto es conocido por la dirección de China y que, de una u otra forma, guía su acción política. Lo que queda claro después de la guerra de Ucrania y del calculado incidente de Taiwán es la férrea determinación norteamericana para impedir la transición hacia un mundo multipolar, cueste lo que cueste, usando todos los instrumentos disponibles desde la guerra económica a la tecnológica, pasando por los conflictos híbridos, las operaciones especiales y el uso a fondo de las nuevas tecnologías basadas en la inteligencia artificial y la colonización del ciberespacio.

La ingenuidad no cabe ya en un mundo que vive un largo y tortuoso interregno entre un viejo orden organizado, dirigido por EE.UU y un nuevo orden que está emergiendo en torno a las grandes potencias orientales, con una Rusia que se vuelve hacia a Eurasia y rompe ataduras con una Unión Europea subalterna, siempre dispuesta a desaparecer como sujeto político a la mayor gloria de los EE.UU. El verdadero debate, el que divide realmente a las fuerzas políticas, tiene que ver con esto: si se está con el viejo orden imperial y colonial o con el nuevo que se está construyendo, como siempre, en condiciones dramáticas. Cuando se ahonda, se ve con mucha claridad que, para una parte sustancial de los partidos europeas, su orden es el orden vigente, la “Pax norteamericana”, la que se está cuestionando en todo el mundo. Dicho de otra forma, las clases dirigentes europeas prefieren cobijarse tras la fuerza de los EE.UU que ser parte autónoma y actor definitorio del muevo mundo que está emergiendo.

Se discute mucho en estos días sobre el fracaso de las sanciones económicas decretadas por la OTAN contra Rusia y sobre sus capacidades militares y tecnológicas. No es el momento para entrar a fondo en esta cuestión. Más adelante lo haré. Me interesa mucho más un asunto al que se han referido con fuerza Pepe Escobar, Michael Hudson y, sobre todo, Alastair Crooke: el poder de los EE.UU ya no es el que era; ya no son capaces de obligar al estricto cumplimiento de sus exigencias al resto del mundo, ni siquiera a aliados más antiguos o modernos. Llegan a donde llegan, es decir, al viejo Occidente imperial y colonial, basado en los protectorados político-militares de Japón, Corea del sur y Alemania/Europa. En palabras de un conocido diplomático de Singapur y antiguo Presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Kishore Mahbubani: “los inflexibles líderes de Occidente deberían repetirse una estadística cada noche antes de irse a dormir, Occidente solo comprende el 12% de la población mundial”. El mundo está cambiando mucho y rápidamente; es más, las sanciones contra Rusia -y en parte contra China- están acelerando su declive en sus dos elementos constitutivos, el dólar y el “Séptimo de Caballería”.

La lucha por la paz hay que situarla en esta vertiente entre un orden unipolar en crisis y un mundo multipolar en desarrollo acelerado. Lo decisivo es que esta lucha por la paz debe tener un contenido antiimperialista y contra su instrumento político militar que es la OTAN. ¿Por qué? Hay que subrayarlo de nuevo: lo viejo no acepta la emergencia pacífica de lo nuevo, no acepta el fin del dominio despótico de Occidente. El equipo que dirige hoy EE.UU juega con un supuesto que nos sitúa permanentemente al borde del abismo y es que los “otros” nunca usarán su fuerza nuclear y, por lo tanto, ellos pueden seguir abusando de su clara y nítida superioridad militar. El objetivo de la lucha por la paz es un nuevo orden internacional multipolar, democrático, justo e inclusivo. La apuesta es impedir que la derrota del imperialismo colectivo de Occidente acabe en un invierno nuclear.

Se trata de una victoria más de EE.UU, como la de Irak, Libia o Afganistán. Una clara y nítida victoria pírrica. Se dice que el rey de Epiro, Pirro, después de su victoria sobre los romanos llegó a decir aquello de “otra victoria como esta y volveré solo a casa”. Andrei Martyanov con su áspera ironía lo venía a resumir así: gratitud a la señora Pelosi por unir aún más a la dirección china con sus ciudadanos; gratitud por fortalecer y desarrollar la unidad entre Rusia y China. El mundo no es el que era.

Fuente original del texto: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/62729/lo-que-taiwan-desvela-el-horizonte-historico-de-la-epoca/

El milagro chino, revisitado

Pepe Escobar

12/07/2021 | Publicado en la Red de Geografía Económica 767/21 (https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/9-uJhw-yaHw/m/OZLn0UiTAAAJ)

Los excepcionalistas occidentales podrán seguir lanzando ataques y propaganda anti-China ad infinitum las 24 horas los 7 días de la semana, pero eso no cambiará el curso de la historia.

El centenario del Partido Comunista Chino (PCC) tiene lugar esta semana en el centro de una ecuación geopolítica incandescente.

China, la superpotencia emergente, vuelve a tener el protagonismo mundial del que disfrutó durante siglos de historia registrada, mientras que el Hegemón en declive está paralizado por el “desafío existencial” que se plantea a su fugaz y unilateral dominio.

Una mentalidad de confrontación de espectro completo ya esbozada en la Revisión de la Seguridad Nacional de Estados Unidos de 2017 se está deslizando rápidamente hacia el miedo, la aversión y la implacable sinofobia.

Añádase a ello la asociación estratégica integral Rusia-China, que expone gráficamente la última pesadilla mackinderiana de las élites angloamericanas hastiadas de “gobernar el mundo”, en el mejor de los casos durante dos siglos.

El Pequeño Timonel Deng Xiaoping puede haber acuñado la fórmula definitiva de lo que muchos en Occidente definieron como el milagro chino:

“Buscar la verdad a partir de los hechos, no de los dogmas, ya sean de Oriente o de Occidente”.

Así que nunca se trató de una intervención divina, sino de planificación, trabajo duro y aprendizaje por ensayo y error.

La reciente sesión de la Asamblea Popular Nacional es un ejemplo claro. No sólo aprobó un nuevo Plan Quinquenal, sino de hecho una completa hoja de ruta para el desarrollo de China hasta 2035: tres planes en uno.

Lo que todo el mundo vio, en la práctica, fue la eficacia manifiesta del sistema de gobernanza chino, capaz de diseñar y aplicar estrategias geoeconómicas extremadamente complejas tras un amplio debate local y regional sobre una amplia gama de iniciativas políticas.

Compárese con las interminables discusiones y el bloqueo de las democracias liberales occidentales, que son incapaces de planificar el próximo trimestre, por no hablar de quince años.

Los mejores y más brillantes de China hacen su Deng; no les importa la politización de los sistemas de gobierno. Lo que importa es lo que ellos definen como un sistema muy eficaz para hacer planes de desarrollo SMART (específicos, medibles, alcanzables, relevantes y limitados en el tiempo), y ponerlos en práctica.

El 85% del voto popular

A principios de 2021, antes del inicio del Año del Buey de Metal, el presidente Xi Jinping subrayó que debían darse “condiciones sociales favorables” para las celebraciones del centenario del PCCh.

Ajeno a las oleadas de demonización procedentes de Occidente, para la opinión pública china lo que importa es si el PCCh cumplió. Y lo hizo (más del 85% de aprobación popular). China controló el Covid-19 en un tiempo récord; volvió el crecimiento económico; se logró la reducción de la pobreza; y el estado civilizado se convirtió en una “sociedad moderadamente próspera” – justo en el momento del centenario del PCCh.

Desde 1949, el tamaño de la economía china se multiplicó por la friolera de 189 veces. En las dos últimas décadas, el PIB de China se multiplicó por 11. Desde 2010, se ha duplicado con creces, pasando de 6 a 15 billones de dólares, y ahora representa el 17% de la producción económica mundial.

No es de extrañar que las quejas de Occidente sean irrelevantes. El jefe de inversiones de Shanghai Capital, Eric Li, describe sucintamente la brecha de gobernanza; en Estados Unidos, el gobierno cambia pero no la política. En China, el gobierno no cambia; la política sí.

Este es el telón de fondo de la próxima etapa de desarrollo, en la que el PCCh redoblará su modelo híbrido único de “socialismo con características chinas”.

El punto clave es que los dirigentes chinos, a través de los incesantes ajustes de política (ensayo y error, siempre), han desarrollado un modelo de “ascenso pacífico” -su propia terminología- que respeta esencialmente las inmensas experiencias históricas y culturales de China.

En este caso, el excepcionalismo chino significa respetar el confucianismo -que privilegia la armonía y aborrece el conflicto- así como el taoísmo -que privilegia el equilibrio- por encima del bullicioso y belicoso modelo occidental hegemónico.

Esto se refleja en importantes ajustes de política, como el nuevo impulso de la “doble circulación”, que pone mayor énfasis en el mercado interno frente a China como “fábrica del mundo”.

El pasado y el futuro están totalmente entrelazados en China; lo que se hizo en dinastías anteriores tiene eco en el futuro. El mejor ejemplo contemporáneo es la Nueva Ruta de la Seda, o Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI), el concepto global de la política exterior china para el futuro inmediato.

Como detalla el profesor de la Universidad Renmin Wang Yiwei, la BRI está a punto de remodelar la geopolítica, “devolviendo a Eurasia su lugar histórico en el centro de la civilización humana”. Wang ha demostrado cómo “las dos grandes civilizaciones de Oriente y Occidente estuvieron vinculadas hasta que el ascenso del Imperio Otomano cortó la antigua Ruta de la Seda”.

El desplazamiento de Europa hacia el mar condujo a la “globalización a través de la colonización”; el declive de la Ruta de la Seda; el desplazamiento del centro del mundo hacia Occidente; el ascenso de Estados Unidos; y el declive de Europa. Ahora, sostiene Wang, “Europa se enfrenta a una oportunidad histórica de volver al centro del mundo a través del resurgimiento de Eurasia”.

Y eso es exactamente lo que el Hegemón hará sin reparos para impedirlo.

Zhu y Xi

Es justo argumentar que el homólogo histórico de Xi es el emperador Zhu de Hongwu, fundador de la dinastía Ming (1368-1644). El emperador se empeñó en presentar su dinastía como una renovación china tras la dominación mongola a través de la dinastía Yuan.

Xi lo enmarca como “rejuvenecimiento chino”: “China solía ser una potencia económica mundial. Sin embargo, perdió su oportunidad tras la Revolución Industrial y los consiguientes cambios drásticos, por lo que se quedó atrás y sufrió la humillación de la invasión extranjera… no debemos dejar que esta trágica historia se repita”.

La diferencia es que la China del siglo XXI, bajo Xi, no se replegará hacia adentro como lo hizo bajo los Ming. El paralelismo para el futuro próximo sería más bien con la dinastía Tang (618-907), que privilegió el comercio y las interacciones con el mundo en general.

Comentar el torrente de malas interpretaciones occidentales sobre China es una pérdida de tiempo. Para los chinos, la inmensa mayoría de Asia, y para el Sur Global, es mucho más relevante registrar cómo la narrativa imperial estadounidense – “somos los liberadores de Asia-Pacífico”- ha quedado totalmente desacreditada.

De hecho, el presidente Mao puede acabar riendo el último. Como escribió en 1957, “si los imperialistas insisten en lanzar una tercera guerra mundial, es seguro que varios cientos de millones más se pasarán al socialismo, y entonces no quedará mucho espacio en la tierra para los imperialistas; también es probable que toda la estructura del imperialismo se derrumbe por completo”.

Martin Jacques, uno de los pocos occidentales que realmente ha estudiado China en profundidad, señaló correctamente cómo “China ha disfrutado de cinco períodos distintos en los que ha gozado de una posición de preeminencia -o de preeminencia compartida- en el mundo: parte de los Han, los Tang, posiblemente los Song, los primeros Ming y los primeros Qing”.

Así que China, históricamente, sí representa la renovación continua y el “rejuvenecimiento” (Xi). Estamos justo en medio de otra de estas fases – ahora conducida por una dinastía del PCC que, por cierto, no cree en los milagros, sino en la planificación a ultranza. Los excepcionalistas occidentales pueden seguir lanzando un ataque 24/7 ad infinitum: eso no cambiará el curso de la historia.

Fuente original: https://www.mentealternativa.com/el-milagro-chino-revisitado/

La edad de China

Rafael Poch de Feliu

18/08/2021 | Publicado en el Blog Personal de Rafael Poch de Feliu el 10/08/2021

Occidente lleva varias décadas contemplando el pujante ascenso de China pero tiene dificultades para explicarlo y diagnosticarlo. Por ejemplo, ante la pregunta ¿cuál es la diferencia fundamental entre el sistema chino y los sistemas occidentales?, la ortodoxia liberal occidental suele responder hablando de “dictadura”, “derechos humanos” y “democracia”. La verdadera diferencia es la superior capacidad de gobierno. La política demográfica como ejemplo.

En todas partes los gobiernos gobiernan más o menos, en el sentido de que frecuentemente es la inercia, la corriente de las cosas y la fuerza de las circunstancias la que les gobierna a ellos. En China, desde luego, también. Pero menos. Porque el sistema político tiene las riendas de la gobernanza mejor sujetas. El poder político controla los nombramientos de los principales banqueros del país y los multimillonarios están sometidos sea cual sea su fortuna. El país está plenamente inserto en la globalización pero la propiedad extranjera de los principales bancos comerciales tiene un tope establecido, pese a las décadas de presiones occidentales para que se liberalice todo el sector.

No es una cuestión de “partido comunista”, “Estado autoritario” y demás, sino que es algo que viene de mucho más lejos: de la tradición de gobierno china en la que el estado regula el mercado y no al revés, como sucede actualmente en Occidente hasta el punto de que la canciller Merkel admite abiertamente propugnar una “democracia acorde con el mercado” (Marktkonforme Demokratie).

Planificación, anticipación

Aquí son los banqueros, y con ellos el casino, quienes gobiernan a los políticos, por decirlo de una manera esquemática, mientras que en la tradición china, mandan los políticos. Era así ya hace muchos siglos antes de que apareciera el Partido Comunista Chino. En las condiciones actuales, eso ofrece mucha mayor capacidad de gobernar. La posibilidad de planificación a veinte o treinta años, algo imposible en Occidente donde los cálculos políticos no suelen superar la perspectiva del quinquenio electoral, es consecuencia directa de dicha capacidad. Todo esto tiene una relación directa con los resultados del último censo de población chino.

Divulgados en mayo, esos resultados han confirmado una población de 1400 millones que ha seguido creciendo pero que está a punto de iniciar la curva del descenso, seguramente antes de diez años. Para entonces China ya no será el país más poblado del mundo, India la superará, y también África en su conjunto tendrá más habitantes que ella, lo que anuncia la multiplicación hacia Europa de la actual presión migratoria. (¿Tiene Europa alguna política de anticipación y capacidad de planificación en general, al respecto?)

Hace años que el gobierno chino tomó medidas para anticiparse a su actual tendencia demográfica que le dejará una estructura poblacional anciana muy parecida a la de Japón o Corea del Sur, con grandes implicaciones económicas y sociales.

Desde inicios del siglo se está poniendo en marcha un sistema de pensiones universal. A principios de año el gobierno confirmó su intención de retrasar algunos meses cada año la edad de jubilación, que desde hace cuarenta años es de 60 años para los hombres y 55 para las mujeres -50 en el caso de las funcionarias. La abandonada y en gran parte mercantilizada sanidad se está transformando en una dirección más social y la exitosa, aunque frecuentemente denostada en Occidente, política del hijo único lleva años modificándose.

Población y desarrollo

Desde tiempos inmemoriales la enorme población china ha sido doblemente clave para explicar tanto su potencia como su vulnerabilidad. En los inicios de la dinastía Ming, hacía 1390 China tenía entre 65 millones y 80 millones de habitantes, más que toda la población europea. En 1790 había sobrepasado los 300 millones, el doble que Europa. La gran población hizo posible los desarrollos que tanto admiraron a los viajeros occidentales a lo largo de los siglos en los que China fue el país más avanzado, pero también agravaban las consecuencias de los periodos de caos (Da luan). Entre 1620 y 1681, China perdió el 30% de su población, unos 50 millones, por causa de guerras, invasiones extranjeras, desastres naturales, bandidismo y epidemias. La abundancia de mano de obra que permitió grandes obras públicas de irrigación, frenó también la mecanización e incluso hizo superflua la tracción animal. En el inicio de la decadencia, el exceso de fuerza de trabajo humana fue un claro freno al desarrollo.

Después de la revolución, los primeros y defectuosos censos de población registraban un gran crecimiento: 582 millones en 1953 y 694 millones en 1964. Había diferencias entre los dirigentes sobre la conveniencia de introducir controles de natalidad (Zhu Enlai lo propugnaba desde 1956 pero su corriente fue purgada por “derechista”). Las nuevas libertades de la mujer, la caída drástica de la mortalidad infantil como consecuencia de mejoras sanitarias y el aumento de la esperanza de vida por una mejor alimentación, así como la prohibición de la prostitución y el cierre de conventos y monasterios, estimularon la demografía superando la catástrofe del Gran salto adelante (la mayor hambruna del siglo XX por la confluencia de desastres naturales y decisiones políticas), que dejó unos 20 millones de muertos.

La campaña del hijo único

En los sesenta y principios de los setenta, muchas familias tenían cinco y seis hijos. En 1982 se hizo el primer censo exacto, que arrojó más de 1000 millones de habitantes. Entonces se alcanzó el consenso entre los dirigentes de llevar a cabo un enérgico plan de control de población para evitar que los avances en desarrollo fueran devorados por el incremento demográfico, una trampa clásica en los países en desarrollo. La campaña no fue sencilla. Particularmente en el sur del país, la corrupción lograba que los pudientes torearan la ley que, por supuesto, incluyó coerción. Mucha gente huía cuando los equipos de esterilización llegaban a los pueblos para las llamadas “cuatro operaciones” (colocación del DIU, aborto, ligadura de trompas y vasectomía) y muchos funcionarios responsables del control tuvieron que trabajar con escolta armada, pero en su conjunto esa política fue un acierto que ahorró al país 400 millones de nacimientos potenciales que habrían superado la capacidad de abastecimiento del país.

La cancelación del límite de dos hijos, que a su vez fue una enmienda al precepto de un solo hijo, y la posibilidad de que las parejas tengan hasta tres hijos anunciada en mayo, es una anticipación a los problemas futuros de envejecimiento. Sus consecuencias están por ver. La gran urbanización de las últimas décadas ha cambiado profundamente la sociedad china. Los deseos de procrear de las parejas urbanas se someten a nuevos cálculos de costes y presupuestos domésticos. Así, una encuesta divulgada en junio por la agencia Xinhua reveló que el 90% de los jóvenes chinos consultados no consideran tener tres hijos. Demasiado costoso.

“Mucha gente, poca tierra”

Superando los 1400 millones de habitantes, China está hoy muy cerca del tope de los 1600 millones más allá del cual el país carece de recursos alimentarios para abastecer a su población, según la estimación de la Academia de Ciencias. Todas las virtudes del sistema chino, que también tiene defectos sobrados, no impiden que en el ámbito de los recursos China esté llamada a enfrentarse a dilemas existenciales con una crudeza y gravedad desconocida en otras latitudes. La crítica relación entre su enorme población y la poca tierra cultivable que dispone es uno de ellos.

Conocido por la fórmula “mucha gente, poca tierra” (ren duo – tian shao), ese problema se resume en el hecho de que con solo el 6% de la tierra cultivable del mundo, China da de comer al 22% de la población mundial. Eso significa una ridícula proporción de tierra cultivable per cápita (0,093 hectáreas- media hectárea por explotación), es decir, menos del 40% de la media mundial, diez veces menos que la media rusa, ocho veces menos que la de Estados Unidos y la mitad que en India. Unido a la particular geografía china Este/Oeste (en el Este se encuentra la China relativamente llana, densamente poblada y Han, en el Oeste hay una China montañosa, desértica, pastoril, étnicamente más mestiza y diversa) y al desigual reparto de recursos hídricos (Norte/Sur), todo ello redunda en un delicado equilibrio.

Giro estratégico

Más allá de ese problema de seguridad alimentaria que el último plan quinquenal (2021-2025) ha colocado en el centro de las preocupaciones, el rápido envejecimiento que está por venir deja a China sin más alternativa aparente que la automatización doméstica a la japonesa y la deslocalización del trabajo intensivo en mano de obra hacia latitudes con poblaciones en edad laboral en dinámico crecimiento, como puede ser África.

La inversión china en África no es solo una estrategia nacional. También es un regalo a la Unión Europea a la que puede ahorrar muchos problemas de emigración en el futuro pese a lo cual esa intervención es vista con recelo en Bruselas, lo que nos lleva, de nuevo, al problema de los defectos e incapacidades de anticipación de la política occidental. China está invirtiendo fuertemente en robótica, medicina, biología sintética, células nanobóticas y otras tecnologías que pueden mejorar y extender la vida productiva de las personas mayores. Pero toda esta adecuación se inscribe dentro de un cambio fundamental y superior en la estrategia china de desarrollo para tiempos convulsos.

Los dirigentes chinos han comprendido que el propósito de Estados Unidos es aislar a su país para impedir su pujante ascenso, cuya siguiente fase apunta a un proceso no militarizado de integración mundial expresado en la llamada Nueva Ruta de la Seda. Para ello Estados Unidos utiliza una combinación de cercos y tensiones militares, campañas propagandísticas, sanciones y bloqueo de acceso a altas tecnologías. La línea emprendida desde 1980, de crecimiento intensivo en capital, exportación barata e importación masiva de tecnología, se ha agotado para China. La llamada estrategia de “doble circulación” anunciada el año pasado por el Presidente Xi Jinping, no rechaza la cooperación económica con el mundo exterior pero pone en primer plano la producción y el consumo interno.

Como dice Aleksandr Lománov, del Instituto de relaciones internacionales de Moscú (Imemo-Ran), “la política de apertura se combinará con la creación de industrias y tecnologías necesarias para proteger la soberanía económica”. No es un regreso a la era del aislamiento y la autosuficiencia de los años 1960 y 1970, pero es algo diferente de las aperturas que desembocaron en la “fábrica del mundo”.

Una nación prudente por lo anciana

China ya es anciana por la estructura de su pirámide demográfica: para el 2050, el 30% o 35% de su población tendrá más de sesenta años. Una estructura poblacional con pocos jóvenes es lo que los sociólogos consideran poco proclive a la violencia y la aventura. Pero China es también una anciana por su “edad histórica”, es decir como heredera de una tradición política continua de dos mil años y de una civilización de cuatro mil, lo que traducido es como si en nuestros días existiera el Imperio romano o como si el Egipto faraónico hubiera mantenido su identidad cultural. Esa capacidad de sobrevivir merece la pena de ser explorada sin prejuicios y con la mente abierta, precisamente ahora cuando la humanidad se enfrenta a amenazas existenciales creadas por ella misma, como el calentamiento antropogénico, la proliferación de recursos de destrucción masiva o las enormes desigualdades sociales y regionales.

El resurgir de China como potencia global no es un ascenso, sino un regreso: China ya fue en el pasado primera potencia. El dominio económico, político, militar y cultural de Occidente lleva durando solo unos doscientos años. Hasta hace unos doscientos años y a lo largo de dos mil, China era la civilización más potente y adelantada. Ser poderoso por primera vez no es lo mismo que volver a serlo. Lo primero suele llevar consigo la impulsiva euforia exploradora del pionero y un espíritu de juvenil revancha. Lo segundo incluye las enseñanzas de los fracasos, miserias, derrotas y humillaciones de la decadencia que en el pasado ya la descabalgaron una vez del primer puesto. El ascenso abre puertas a la vehemencia y la arrogancia. El regreso sugiere sensatez y consideraciones derivadas de la experiencia como la de evitar errores conocidos.

Al lado de la violenta e impetuosa juventud de Occidente, y en particular de la adolescencia norteamericana, la senectud asiática podría presentar ciertas ventajas de cara a una gobernanza global viable, es decir no militarizada e integradora.

Fuente original: https://rafaelpoch.com/2021/08/10/la-edad-de-china/

El ocaso del Atlantismo

Umberto Mazzei

12/04/2021

Europa volverá a la prosperidad cuando mire hacia el Oriente y se perciba como parte de Eurasia, como lo que siempre fue.

Desde la caída del Imperio Romano, no se veía en Europa una economía organizada y próspera productora de riqueza y crédito que no estuviese vinculada a China, cuyo reflejo llegaba hasta los vecinos de Europa en el Cercano Oriente.

En el siglo XV, ocurrieron varios hechos que cambiaron la tendencia milenaria de la Europa que encuentra su complemento económico en Oriente.

Quienes mejor vivían de esa potente relación económica internacional eran las repúblicas marineras comerciantes italianas o las ciudades libres del Imperio Germánico, cuyas flotas también navegaban hasta allí.

Los magistrados de esas prósperas ciudades libres eran gente educada y experimentada en los negocios; que sin haber sintetizado su experiencia en principios teóricos de economía política, tenían conocimientos empíricos que aplicaban para evitar aquello que pudiera perjudicar el interés de los ciudadanos.

El Descubrimiento de América coincide (1492) con la caída de Bizancio (1453) en manos de los turcos. La caída de Bizancio dejó el comercio con Oriente como un monopolio del Imperio Turco.

Aquel golpe debilitó la potencia política y militar de las prósperas repúblicas europeas y favoreció el desarrollo de Estados Nacionales regidos por agresivos monarcas absolutos (Louis XI de Francia, Henry VIII de Inglaterra, Fernando de Aragón) que destruyeron los estatutos y libertades de las respectivas ciudades republicanas y menospreciaron sus derechos gremiales y las exenciones tributarias de las corporaciones de oficios que administraban las industrias y el comercio y regían la política de aquellas ciudades-estado libres que nutrieron con su prosperidad y visión cosmopolita una revolución cultural: el Renacimiento.

Revolución poderosa que desplazó, después de un milenio, el lúgubre y cruel universalismo pontificio y clerical que con el Cristianismo impuso a sangre, fuego y destrucción en toda Europa el tiránico Emperador Constantino.

El nuevo tipo de monarca nacional y absoluto europeo se consideraba con derecho a disponer de la fortuna nacional, cuya administración dejaba en manos de pequeños grupos de amigos sin alguna experiencia industrial productiva o de comercio; por lo tanto ajenos a la buena administración que produce la abundancia que es sinónimo de bienestar.

Los monarcas absolutos tenían la tendencia a entregar la administración del Reino confiándola a gente de abolengo en su fidelidad al Rey, pero sin experiencia en alguna actividad económica productiva. Por lo general cortesanos adulantes de gustos dispendiosos o nobles de rancio abolengo, extraños a una actividad económica más allá de la producción agrícola típica de la sociedad feudal.

Las guerras entre España, Francia e Inglaterra duraron todo un siglo (XVI), arruinando y devastando las regiones más ricas y productivas de Europa.

Algunos filósofos, ante la miseria general, estudiaron normas para mejorar la administración de las finanzas del Estado y regresar a la prosperidad.

Esos filósofos estudiaron la causa y origen de la riqueza de las naciones.

Los reyes europeos, arruinados por sus guerras comenzaron a ser más cautos en la elección de los ministros para las finanzas públicas.

Fue así como Sully (Enrique IV) y Colbert (Louis XIV) impusieron alguna lógica en la administración de la hacienda francesa.

Con ellos se impuso en Europa el Sistema Mercantil, según el cual, el origen de la riqueza es la acumulación nacional de metales preciosos; para ello es necesario retener los metales importando poco y atraerlos exportando mucho.

Por aquella época, y hasta el siglo XIX, la mayor potencia económica del mundo era China. Imperio que bajo la dinastía Ming, que estaba en el proceso de substituir el dinero que circulaba en forma de papel moneda por monedas de plata. Eso coincidió con la doctrina mercantilista; por lo que pareció que China practicaba, de hecho, una política parecida.

China era autosuficiente, producía y se abastecía de todo lo que necesitaba; todo menos las monedas de plata necesarias para agilizar su comercio interno con dinero más duradero. Por eso, en el año 1663, su Emperador ordenó que la exportación de sus productos se pagase con plata. Algo complicado para los comerciantes europeos. En Europa las minas de plata estaban agotadas. En eso se descubre que en América hay abundantes minas de plata sin explotar.

Súbitamente, en el siglo XVII, el interés europeo se vuelca del Oriente hacia el Oeste, hacía América, al otro lado del Atlántico donde hay mucha plata.

Como la técnica de navegación había mejorado mucho, Holanda e Inglaterra habían suplantado a Portugal en el comercio con el Oriente, con la creación de varias compañías privadas dedicadas al comercio con las Indias Orientales, que necesitaban la plata proveniente de las Indias Occidentales, al otro lado del Atlántico para su próspero comercio con China.

De allí, ese volcamiento de Europa hacia el Atlántico que dura desde el siglo XV, cuando los turcos cortaron el acceso por tierra hacia el comercio con el lejano Oriente.

Gran parte del interés anglosajón por la América Española es porque allí circulaban monedas de plata que eran indispensables al monopolio inglés del té chino.

Cuando Carlos III creó el Virreinato del Rio de la Plata y la plata del Potosí salía al Atlántico por Buenos Aires, poco después, por los tratados de Utrecht, los ingleses tenían derecho a un barco de alzada ubicado en permanencia frente a Buenos Aires para comerciar con los porteños a cambio de plata. En 1806, los ingleses ocuparon Buenos Aires y si no es por Liniers, que los sacó de allí enseguida, es probable que hubiesen ido luego a capturar el Potosí.

China ya no exige plata a cambio de sus productos. El interés europeo por la endeudada riqueza del otro lado del Atlántico tiende a disminuir, porque Estados Unidos paga sus compras con deuda y dinero sin fondos.

China es de nuevo la principal economía mundial y su principal mercado es Europa, la región que es también su principal proveedor.

China se acerca a Europa por el Oriente. Sus inmensas inversiones en crear La nueva Ruta de la Seda: una infraestructura ultra-moderna de transporte para el comercio entre China y Europa. La realidad del enriquecedor acercamiento chino obliga a que en Bruselas dejen de pagar con obediencia y tributos (2% del PIB) la ocupación militar Atlantista.

Europa volverá a la prosperidad cuando mire hacia el Oriente y se perciba como parte de Eurasia, como lo que siempre fue, desde la remota Antigüedad hasta el siglo XV. Es la geografía quien escribe la Historia.

Almeria, 04-04-2021.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/211774

¿Por qué las cosas importan?

Michael Roberts

Red de Geografía Económica 1418/23

“A pesar de todo lo que nos dicen, vivimos en un mundo cada vez más desmaterializado donde cada vez más valor reside en elementos intangibles (aplicaciones, redes y servicios en línea), el mundo físico sigue sustentando todo lo demás”. Así comienza Ed Conway, editor de economía de Sky TV, en su fascinante libro, Material World.

Su tema subyacente es que “cuando echas un vistazo a los balances de nuestras economías, se advierte que, por ejemplo, cuatro de cada cinco dólares generados en Estados Unidos se remontan al sector de servicios y una fracción cada vez menor se atribuye a a la energía, la minería y la manufactura”.

“Casi todo, desde las redes sociales hasta el comercio minorista y los servicios financieros, depende totalmente de la infraestructura física que lo facilita y de la energía que lo impulsa. Pero, sin hormigón, cobre y fibra óptica no habría centros de datos, ni electricidad, ni internet. El mundo, me atrevo a decir, no se acabaría si Twitter o Instagram dejaran de existir repentinamente. Sin embargo, si de repente nos quedáramos sin acero o gas natural, la historia sería muy diferente”.

La división que hace Conway entre material e inmaterial no es correcta. Como hemos demostrado G. Carchedi y yo en nuestro libro Capitalismo del siglo XXI, los productos del trabajo mental son tan materiales como las cosas que objetivamente están fuera de nuestra mente.

Las ideas pueden convertirse en uso material y mercantilizarse para obtener capital. De hecho, como argumentó Marx, no se trata que estas ideas materiales clave dejen de existir, sino que seguirán actuando porque si no se aplica ningún trabajo humano para usarlos, eso significaría el fin del mundo.

Sin embargo, cuando uno lee el libro de Conway, recuerda que todo lo que se dice acerca de los “intangibles” son ahora la forma más importante de inversión de los capitalistas y que podemos tener un “capitalismo sin capital” es una tontería o es una realidad limitada al mundo financiarizado de Estados Unidos y otras economías del G7. La mayor parte de la economía mundial todavía se basa en la producción de cosas, “cosas” que pueden convertirse en mercancías a partir del trabajo de miles de millones.

“Es un lugar bastante encantador el mundo de ideas. En ese mundo etéreo vendemos servicios, gestión y administración; creamos aplicaciones y sitios web; transferimos dinero de una columna a otra; comerciamos con consejos y utilizamos los móviles hasta para entrega de comida. Si en el otro lado del planeta se están derribando montañas, esto no parece especialmente relevante en el mundo etéreo de occidente”.

Y, sin embargo, Conway señala que en 2019, el mundo extrajo y explotó más materiales de la superficie terrestre que la suma total de todo lo que extrajimos desde los albores de la humanidad:

“En un solo año extrajimos más recursos que la humanidad en la gran mayoría de su historia, desde los primeros días de la minería hasta la revolución industrial, con guerras mundiales incluidas”.

Si bien el consumo de materiales está cayendo en naciones postindustriales como Estados Unidos y el Reino Unido, en el otro lado del mundo -en los países donde los estadounidenses y los británicos importan la mayoría de sus productos- la elaboración material está aumentando a un ritmo vertiginoso.

Y estos recursos no son sólo materiales energéticos. El petróleo y otros combustibles fósiles sólo representan una fracción de la masa total de recursos. Por cada tonelada de combustibles fósiles, el mundo extrae seis toneladas de otros materiales, principalmente arena y piedra, pero también metales, sales y productos químicos. Conway observa que “las cosas importan” para el capital y los gobiernos que lo representan.

El mundo material, como lo llama Conway, está por detrás de la economía global: “mezcla arena y piedras con cemento, añade un poco de agua y tendrás hormigón, el material fundamental de las ciudades modernas. Añádele grava y betún y tendrás asfalto, del que están hechas la mayoría de las carreteras, es decir, aquellas que no están hechas de hormigón. Sin silicio no podríamos fabricar los chips de las computadoras que sustentan el mundo moderno. Derrita arena a una temperatura suficientemente alta con los aditivos adecuados y obtendrás vidrio. Resulta que el vidrio es uno de los grandes misterios de la ciencia de los materiales; líquido o sólido tiene una estructura atómica que aún no entendemos del todo. Y el vidrio que tienes en el parabrisas es sólo el comienzo, ya que, tejido acompañado de resina, el vidrio se convierte en fibra de vidrio: la sustancia con la que se fabrican las palas de las turbinas eólicas. Refinado en alambres, se convierte en la fibra óptica con la que se teje Internet. Agreguémoslos litio a la mezcla y obtendrá un vidrio fuerte y resistente; agréguele boro y obtendrá algo llamado vidrio borosilicato”.

Conway destaca sólo seis materiales clave que impulsan la economía mundial en el siglo XXI: arena, sal, hierro, cobre, petróleo y litio. Son los más utilizados y los más difíciles de sustituir. El libro de Conway nos lleva en un viaje por la historia y la tecnología en torno a estos recursos fundamentales.

Con la simple arena, fabricamos todo tipo de productos, con el vidrio elaboramos hasta la fibra óptica: “es fácil convencernos que hemos desmaterializado el mundo con la era de la información. Sin embargo, nada de esto (videollamadas, búsquedas en Internet, correo electrónico, servidores en la nube, streaming) sería posible sin algo muy físico”.

Y de la arena surge el cemento: “actualmente hay más de 80 toneladas de hormigón en este planeta por cada persona viva, unas 650 gigatoneladas en total. Eso es más que el peso combinado de cada ser vivo del planeta: cada vaca, cada árbol, cada ser humano, planta, animal, bacteria y organismo unicelular. Luego está el silicio en la arena. Tiene propiedades únicas que le permiten convertirse en vidrio; no sólo es lo suficientemente fuerte como para sostener edificios en forma de concreto; y es el material clave para los semiconductores”.

Este es uno de los factores de una de las contradicciones de la producción de materias primas por parte del capital. La propiedad y el control de arena, vidrio, cemento y silicio se concentran en unas pocas empresas. Por ejemplo, TSMC, una empresa taiwanesa, fabrica los procesadores ideados por Apple, Tesla, Nvidia o Qualcomm. Ahora son las empresas más valiosas del mundo.

Solo hay un puñado de empresas capaces de fabricar chips de silicio perfectas y sólo hay un sitio en el mundo capaz de fabricar arena de cuarzo para los crisoles donde se cristalizan esas mini-estructuras. Todo esto no sólo conduce a la concentración de la riqueza en unas pocas manos sino también al conflicto político.

Una cuestión de seguridad

La Corporación estadounidense Spruce Pine tiene una posición hegemónica en la producción de silicio para microchips: “pero si sobrevolamos las minas de Spruce Pine con un avión fumigador cargado con un polvo especial, podríamos acabar con la producción mundial de semiconductores y paneles solares en seis meses”.

Y la producción de semiconductores está en el centro de la guerra de chips que se está gestando entre Estados Unidos y China, es el principal esfuerzo del imperialismo estadounidense para estrangular la economía china.

Y luego está el calentamiento global, que Conway no duda en recordarnos. “La maldición del hormigón es que es uno de los mayores emisores de carbono del planeta. A pesar de toda la atención se presta a otras fuentes de gases de efecto invernadero (como la aviación o la deforestación), la producción de cemento genera más CO2 que esos dos sectores combinados. La producción de cemento representa un asombroso 7-8 por ciento de todas las emisiones de carbono”.

Con la sal, Conway muestra que producimos sustancias químicas clave: la utilizamos para producir soda cáustica que nos permite fabricar papel, aluminio, y lo más importante el polo alcalino sirve para fabricar jabón y detergentes. Sin soda cáustica, no habría papel, y sin cloruro de hidrógeno no existirían paneles solares ni chips de silicio. Además está el cloro que purifica nuestra agua.

Pasamos al hierro y el acero, Conway nos recuerda que estos son los metales definitivos que pueden fundirse y darles todo tipo de formas. Y lo más esencial de todo, se pueden convertir en herramientas. Ningún otro metal es tan útil ni ofrece la misma combinación de resistencia, durabilidad y disponibilidad.

Ahora, si vives en una economía desarrollada como Estados Unidos, Japón, el Reino Unido o la mayor parte de Europa, tienes aproximadamente 15 toneladas de acero por persona en los automóviles, hogares, hospitales y escuelas, en los clips de tu oficina y en los armamentos de tu nación.

De hecho, Conway señala que el acero es una buena medida para explicar los niveles de vida y las diferencias tecnológicas entre las naciones. En contraste con los niveles del mundo rico de 15 toneladas por persona, la persona promedio en la China de hoy es de 7 toneladas de acero.

La persona promedio que vive en el África subsahariana tiene menos de una tonelada de acero per cápita: “hablamos frecuentemente de brechas de ingresos entre naciones, pero ¿qué pasa con la desigualdad en el consumo de silicio, de fertilizantes, de cobre y la desigualdad en la utilización del acero?”.

Luego está el cobre. “Sin él, literalmente nos quedamos en la oscuridad. Si el acero proporciona el esqueleto de nuestro mundo y el hormigón su carne, entonces el cobre es el sistema nervioso de la civilización, sin esos circuitos y cables, que nunca vemos, el mundo no podría funcionar”. No podemos producir ni distribuir electricidad sin cobre. Incluso los paneles solares contienen grandes cantidades de cobre. En resumen, si tiene corriente eléctrica es gracias al cobre.

El cobre se extrae en algunos de los países más pobres del mundo y su uso y producción están controlados por empresas con sede en los países más ricos del mundo.

La cadena de valor agregado desde la minería del cobre hasta los productos de consumo moderno está en manos de los mismos: “los iPhones de hoy son mucho más potentes que las computadoras de los sistemas del Apolo que llevaron al hombre a la luna, o de las que se encuentran en una computadora portátil. Si, el cobre sigue siendo fundamental”.

Conway señala dos cosas que la teoría del valor de Marx predijo: “a medida que aumenta la cantidad de cosas que extraemos del suelo y las convertimos en productos, la proporción de personas necesarias para que esto suceda disminuye inexorablemente”.

Por tanto, hay un aumento continuo en lo que Marx llamó la composición orgánica del capital. Y el otro factor determinante es que la producción capitalista no tiene en cuenta lo que los economistas neoclásicos llaman “externalidades”, fenómeno también llamado en su jerga “daños colaterales” para medio ambiente y los humanos.

“No hay cuentas medioambientales ni análisis de flujo de materiales, que cuenten el uso de estos recursos de la naturaleza. Incluso cuando las Naciones Unidas hablan sobre cuánto está afectando a los humanos y al planeta el cambio climático, una simple roca aparentemente estéril no cuenta”.

De hecho, Conway analiza la contradicción entre la búsqueda de más recursos materiales y su impacto en el medio ambiente. “Reducir nuestra huella de carbono significará aumentar nuestra huella de consumo de cobre. La buena noticia es que parte de eso puede provenir del reciclaje. La mala noticia es que incluso si reciclamos prácticamente todo lo que podamos de tuberías y cables viejos, todavía nos quedaríamos desesperadamente escasos de lo que necesitamos”.

La misma cuestión se aplica a los combustibles fósiles. Conway señala que justo antes que ocurriera la pandemia, poco más del 80 por ciento de la energía primaria del mundo procedía de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas.

“En el 2019 los combustibles para movilizarse solo proporcionaron el 1,5 por ciento de nuestra energía, esto significa que un kilogramo de tomates de invernadero genera hasta 3 kilogramos de emisiones de carbono. En otros términos en los últimos 13 años hemos producido más plástico que toda la producción de las industrias de la petroquímica desde que empezó a funcionar.

“Salvo algunas caídas como con la pandemia de COVID-19 en 2020 y la crisis del petróleo de principios de la década de 1970, la producción de plástico ha tendido a seguir aumentando exponencialmente”.

Conway propone invertir en innovación tecnológica para superar esta contradicción. Pero admite que “no tiene sentido pretender que esto será fácil o que se logrará sin algunos compromisos incómodos”. ¿O tal vez debería considerar algo más dramático a través de un cambio estructural en las relaciones sociales y la propiedad de los recursos del mundo?

Por último, está el litio, la base material de la producción del siglo XXI . El litio es esencial para el almacenamiento de baterías en el transporte eléctrico y para una multitud de electrodomésticos modernos que pueden funcionar sin electricidad.

Una vez más, el litio está en el centro de otra batalla por el poder económico: “las reservas de este metal se concentran en un puñado de naciones, por lo que mientras el resto del mundo entra en pánico por el dominio de China en la cadena de suministros de baterías, muchos en Beijing entran en pánico por la dependencia de China del resto del mundo para sus materias primas.

Esto nos recuerda otro aspecto de la teoría del valor de Marx en relación con las materias primas. Hay una tendencia a que el valor incorporado en las mercancías caiga a medida que aumenta la productividad del trabajo (es decir, disminuye el tiempo de trabajo promedio necesario para producir las mercancías).

Conway se refiere a la ley de Wright: cada vez que la producción de un artículo se duplica, su costo cae aproximadamente un 15 por ciento. Y ley de Wright: “ha tenido un éxito inquietante a la hora de explicar la caídas de los precios, desde los portacontenedores hasta los plásticos especializados”.

Pero siempre existe el riesgo que los precios de las materias primas aumenten y perturben la rentabilidad del capital, lo que provocará crisis de producción y afectará el nivel de vida de miles de millones de personas. Marx vio esto como un factor decisivo en la tendencia a la caída de la tasa de ganancia en la producción capitalista.

“Cuanto más se desarrolla la producción capitalista, con mayores medios para un aumento repentino e interrumpido de la proporción de capital constante, mayor es la sobreproducción relativa de capital fijo y más frecuente la subproducción de factorías y materias primas, y mayor el aumento de su precio y la reacción correspondiente” (Marx, El Capital, Vol. 3). La tasa de ganancia es, por lo tanto, inversamente proporcional al valor de las materias primas.

Como ha señalado José Tapia, las grandes transiciones tecnológicas en el uso de nuevos recursos materiales han acelerado históricamente la acumulación de capital y han frenado la caída de la tasa de ganancia. Pero, a la inversa, cualquier aumento en los precios de materias primas clave puede desencadenar graves crisis, como vimos en la crisis del petróleo de los años setenta.

En nuestro libro, El capitalismo del siglo XXI, mostramos la alta correlación inversa entre los precios de los combustibles fósiles y de las materias primas en general y la tasa de ganancia (pág.17).

Como nos recuerda Conway, “si el suministro de estos materiales no logra mantenerse incluso cuando nuestra demanda aumenta, ya sabes a dónde conduce. En 2022, por primera vez en la historia, el precio de las baterías de iones de litio (precios que, gracias a la Ley de Wright, han caído desde la década de 1990) dejó de caer y subió.

La explicación: “las preocupaciones sobre el suministro de materias primas, el litio, había hecho subir el precio del resto de los ingredientes”. Ésta es una de las causas de base en el repunte inflacionario desde el fin de la pandemia.

Conway finaliza su libro con la gran contradicción del siglo XXI: el calentamiento global y el cambio climático. ¿Cómo puede el mundo llegar al “cero neto” cuando necesita tantos recursos de materias primas? Por supuesto, Conway no añade que están controladas por unas pocas empresas gigantes y que este es el principal obstáculo para alcanzar el cero neto.

En cambio, a Conway le preocupa que el cambio a la energía renovable signifique aún más extracción de materiales básicos: “para reemplazar una pequeña turbina de gas natural, que produce 100 megavatios de electricidad, suficiente para alimentar hasta 100.000 hogares, con energía eólica se necesitarían unas 20 enormes turbinas eólicas. Para construir esas turbinas se necesitarán casi 30.000 toneladas de hierro y casi 50.000 toneladas de hormigón, además de 900 toneladas de plástico y fibra de vidrio y 540 toneladas de cobre (o tres veces más si se trata de construir un parque eólico marino)”.

“Una turbina de gas, por el contrario, necesita alrededor de 300 toneladas de hierro, 2.000 toneladas de hormigón y quizás un 50 toneladas de cobre para devanados y transformadores”. En resumen según sus cálculos, necesitaremos extraer más cobre en los próximos 22 años que en los últimos 5.000 años de historia de la humanidad”.

La indefinición imperial contemporánea

Claudio Katz

24/01/2021

El imperialismo es un dispositivo de dominación con modalidades históricas cambiantes. Las variantes territoriales, comerciales e intermedias precedieron al imperativo capitalista del beneficio. Esa diferencia queda diluida en el modelo de sucesiones hegemónicas.

El imperialismo clásico estuvo más signado por la guerra que por transformaciones económicas. El modelo posterior liderado por Estados Unidos buscó sofocar revoluciones e impedir el socialismo. La impotencia norteamericana actual contrasta con la flexibilidad del antecesor británico.

Las mutaciones en el capitalismo contemporáneo no tienen correlatos imperiales equivalentes. El neoliberalismo trastocó el funcionamiento del sistema, pero el imperialismo continúa sin brújula. Serán definitorios el choque con el rival asiático y las resistencias populares.

El imperialismo es el principal instrumento de dominación del capitalismo. Este sistema exige despliegues militares, presiones diplomáticas, chantajes económicos y sojuzgamientos culturales. Un régimen social basado en la explotación necesita mecanismos de coerción, disuasión y engaño para proteger las ganancias de los poderosos. Los mismos instrumentos se utilizan para zanjar los conflictos entre las potencias rivales.

El imperialismo opera en distintas latitudes a través de múltiples dispositivos. Pero su dinámica ha presentado formas muy cambiantes en cada época. Una revisión histórica esclarece esa mutación y el sentido actual del concepto.

Variedad de modelos

Los imperios precedieron al capitalismo. Pero en los regímenes feudales, tributarios y esclavistas, los mecanismos de sujeción se asentaban en la expansión territorial o el control del comercio. En esa distinción se basa la conceptualización propuesta por la historiadora marxista Ellen Meiksins Wood.

Señala que Roma forjó un imperio de la propiedad cimentado en la coerción militar, el rédito de la esclavitud y la conquista de territorios. Gestó sistemas de gobierno que asociaban a las aristocracias de cada lugar, con procesos de colonización y administración de un espacio gigantesco. Ese imperio combinó la extensión de la propiedad privada con el poder militar y cohesionó a las elites locales romanizadas a través de una ideología asentada en la religión.

También España comandó un vasto imperio territorial, organizado en torno al otorgamiento de tierras a cambios de servicios militares. Los conquistadores asumieron el control pleno de poblaciones que fueron devastadas mediante el sobre-trabajo. Los emisarios de la Corona justificaban esa empresa con mensajes de cristiandad (Wood, 2003: 24-41).

Los imperios comerciales asumieron otro perfil. La variante árabe-musulmana vinculó a comunidades dispersas en una actividad común regida por leyes, códigos morales y culturas articuladas por los líderes religiosos de las elites urbanas.
En las ciudades italianas, el imperio comercial fue controlado por las aristocracias financieras que monopolizaban el intercambio, en el fragmentado universo feudal. El uso de mercenarios para perpetrar acciones militares ilustró esa prioridad del manejo mercantil. Holanda desenvolvió otra modalidad del mismo tipo comercial, dominando las rutas marítimas a través de grandes compañías. No buscaba tributos, tierras, o minerales, sino el manejo pleno de esas conexiones (Wood, 2003: 42-70).

Esta mirada destaca que ningún imperio comercial alcanzó un status capitalista. Se sostenían en ganancias surgidas del intercambio y en la consiguiente secuencia de comprar barato y vender caro. No incluían el principio básico de un proceso de acumulación, sostenido en la competencia por reducir costos mediante el aumento de la productividad. Sólo corporizaron distintas modalidades de imperios pre-capitalistas.

Este enfoque considera que Gran Bretaña inauguró el pasaje a las formas actuales del imperialismo, a través de prolongadas transiciones y distintos cursos. La expansión imperial inglesa en América Norte sintetizó esa combinación de formas que obstruían y propiciaban el capitalismo. En el primer tipo se inscribe la reintroducción de la esclavitud permanente y hereditaria en las plantaciones de algodón, a fin de abaratar la industrialización inglesa. En el segundo terreno se sitúa la introducción de reglas de la agricultura capitalista, mediante el traslado de colonos que consumaron la apropiación del Nuevo Mundo (Wood, 2003: 71-86).

Ese imperio de colonos -ensayando en el laboratorio de Irlanda- incorporó relaciones capitalistas en el agro americano, a través de la ocupación de tierras y el exterminio de la población indígena. En las trece colonias de Nueva Inglaterra emergió el principio de la competencia por ganancias surgidas de la explotación, que posteriormente se extendió a la acumulación industrial en las ciudades. Ese nuevo pilar del lucro (ya no comercial) fue introducido mediante una forma de colonialismo pro-capitalista.

Wood igualmente recuerda que el modelo inglés en otras regiones (como la India) adoptó las viejas modalidades del tributo. Comenzó como una empresa comercial y se extendió a la conquista territorial. Bajo la administración de una compañía privada forjó un lucrativo mercado para la industria británica a costa de los artesanos locales.

Esta interpretación postula, por lo tanto, que el imperialismo capitalista sólo emergió en el siglo XIX bajo la conducción inglesa, en mixturas con las formas arcaicas precedentes. Gran Bretaña combinó tres modalidades anticipatorias del imperialismo contemporáneo. Lideró formas de colonialismo (implantación de poblaciones en territorios conquistados), de imperio formal (dominación explícita sobre otras naciones) y de imperio informal (preeminencia a través de la supremacía económica).

Esa diversidad de variantes inglesas se verificó en sus dominios coloniales (Canadá, Australia), formales (India), informales (América Latina) e híbridos (África austral). Pero en general apuntaló el componente capitalista, mediante la expansión del libre-comercio a fin de asegurar la colocación de los excedentes fabriles.

El imperialismo capitalista ha sido categóricamente dominante en el siglo XX bajo el liderazgo de Estados Unidos. Esa potencia sólo atravesó por un breve periodo anexionista de imperio formal. Rápidamente internacionalizó los imperativos del capitalismo. Recurrió a cierta ampliación territorial en el hemisferio americano, pero en general prescindió de las colonias y privilegió los mecanismos de asociación y subordinación de las elites locales.

Wood resalta que esa forma de imperio puro del capital está regida por la lógica del beneficio. La ocupación del nuevo espacio es complementaria o prescindible. La vieja coerción explícita y transparente es reemplazada por las modalidades opacas e impersonales de tiranía económica.

El régimen social subyacente es el principal factor diferenciador de los distintos imperios. Las antiguas formas territoriales, comerciales e intermedias operaban en sociedades muy distintas al capitalismo contemporáneo.

Los ciclos hegemónicos

Otro modelo de dinámicas imperiales privilegia el concepto de hegemonía para distinguir variedades históricas. Indaga cómo se combinaron la coerción con el consenso y estudia de qué forma la supremacía económica empalmó con la expansión territorial y la superioridad geopolítica (Arrighi, 1999: 42-106).

Este esquema inscribe los imperios en una sucesión de ciclos sistémicos de acumulación desde el siglo XV, que mixturaron lógicas económicas de desarrollo productivo y control financiero, con lógicas territoriales de ventaja militar. Cada hegemonía implicó distintas primacías mundiales, en la era genovesa (1340-1560), holandesa (1560-1780), británica (1740-1870) y estadounidense (1930-2000?).

El primer ciclo de ciudades italianas irrumpió en los intersticios del sistema medieval. Privilegió el comercio de larga distancia mediante una asociación con el imperio hispánico-portugués. Ese modelo fue sucedido por la dominación holandesa, que innovó las estructuras estatales y las técnicas militares sin utilizarlas para el control territorial. Priorizó las redes financieras y los tejidos comerciales.

La hegemonía británica introdujo, en cambio, el componente territorial y aprovechó la nueva centralidad del Océano Atlántico, para forjar un imperio marítimo. Utilizó las ventajas de la insularidad y consolidó un novedoso estado-nación derrotando al adversario francés. Recurrió al implante de colonos y al uso de la esclavitud para construir una supremacía global asentada en el libre-comercio y la preeminencia industrial.

Estados Unidos conquistó la primacía mundial, luego de completar un desarrollo interno signado por el exterminio de los indígenas, la masificación de la esclavitud y el ingreso de los inmigrantes. Potenció el uso de gigantescos recursos naturales con provechosas estrategias proteccionistas. En la expansión militar de la frontera interna se gestaron los cimientos del gendarme planetario del siglo XX (Arrighi, 1999: 288-390).

Este modelo de sucesiones hegemónicas resalta la vigencia de normas capitalistas comunes a lo largo de cinco centurias. Diverge del enfoque de Wood, centrado en la existencia de basamentos sociales diferenciados en los regímenes tributarios, feudales y capitalistas. En este esquema sólo Inglaterra (con formas intermedias) y Estados Unidos (con plenitud) se amoldan al último casillero.

La principal ventaja del abordaje de Wood radica en su distinción de los distintos imperios, en función de nítidas definiciones del capitalismo. Este sistema se basa en la competencia por beneficios surgidos de la explotación de los asalariados y no en la preeminencia de circuitos de intercambios. Por esa razón las ciudades italianas y Holanda encabezaron variedades de imperios comerciales y sus contrapartes de Roma o España conformaron modalidades territoriales. El capitalismo estuvo ausente en los dominios asentados en el liderazgo mercantil o la primacía espacial.

Los imperios de los últimos dos siglos no se distinguieron de sus precursores por la magnitud de las transacciones comerciales. Ese tipo de operaciones se ha verificado en todos los sistemas de los últimos dos milenios. Las diferencias tampoco derivan de la vigencia de modalidades estatales multinacionales (Gran Bretaña) o continentales (Estados Unidos), frente a los acotados precursores citadinos (Génova) o protonacionales (Holanda). Roma y España ya contaron con estructuras estatales gigantescas.

La novedad del imperio inglés fue la introducción de un soporte singular del beneficio industrial, que Estados Unidos amplificó posteriormente. Esta peculiaridad queda borrada si se razona con modelos de acumulación mundializados desde el siglo XV.

Es cierto que los distintos imperios no dominaron sólo a través de la fuerza. La hegemonía fue igualmente decisiva. Pero la variedad de ideologías obedeció a la vigencia de cimientos sociales diferenciados. La codicia por beneficios surgidos del intercambio (Génova y Holanda) se asentó en pilares muy distintos a la ambición de lucros derivados del imperativo de la inversión (Inglaterra y Estados Unidos). Si la especificidad de cada ciclo es analizada observando esos pilares, queda despejado el camino para comprender las formas antiguas y contemporáneas de dominación.

El período clásico

La era del imperio informal iniciada en 1830 -con dominio inglés del libre comercio- quedó cerrada en 1870 con la reinstalación de un escenario bélico. Ese retorno a la conflagración entre las principales potencias generalizó el uso del término imperialismo. Esa noción fue expuesta por teóricos como Hobson, que contrastaban el nuevo clima de confrontación mundial con la era previa de equilibrios pos-napoleónicos (Hobson, 1980).

En ese nuevo marco todas las potencias intentaron renovar sus credenciales en el campo de batalla. Las rezagadas (Alemania) ambicionaban el ensanche de su territorio para erigir un imperio formal. Las ascendentes (Estados Unidos) ya poseían una estructura económica privilegiada y preparaban el reemplazo del decaído líder inglés. La efervescencia militarista, la agresividad racista y la intolerancia chauvinista condujeron al tendal de muertos de la Primera Guerra mundial (Arrighi, 1978: cap 3).

Los nuevos imperios (Alemania, Japón, Estados Unidos) guerreaban en alianzas o disputas con sus precedentes (Francia, Inglaterra) por el control del mercado mundial, en desmedro de los imperios en extinción (Holanda, Bélgica, España, Portugal). Dirimían con protecciones y áreas monetarias el reparto de la periferia.

La teoría del imperialismo clásico que postuló Lenin aportó la principal conceptualización de ese período de traumáticas guerras interimperialistas y estallidos revolucionarios. El líder bolchevique atribuía esas conflagraciones a la competencia por mercados externos y fuentes de abastecimiento, en un escenario de posesiones coloniales ya repartidas entre las viejas potencias. La compulsión a disputar esos territorios reforzaba los desenlaces bélicos y reducía los márgenes de convivencia diplomática.

Partiendo de esa caracterización Lenin escribió un folleto político, que polemizaba con la expectativa socialdemócrata de evitar la guerra con propuestas de desarme y cooperación entre potencias rivales. El dirigente comunista objetaba esos planteos señalando que el militarismo no era una política equivocada de los capitalistas, sino el cruel resultado de la competencia por el beneficio.

El líder ruso subrayaba la inutilidad de la persuasión pacifista, cuando los acaudalados se disponían a resolver sus diferencias en las trincheras. Remarcaba que el curso militarista obedecía a tendencias objetivas y a decisiones estratégicas de los poderosos. En la coyuntura bélica de ese momento, resaltaba el predominio de la rivalidad sobre la asociación internacional, en las relaciones entre grandes empresas capitalistas (Lenin, 2006).

El dirigente de la revolución rusa registró con gran realismo las principales contradicciones de su época, frente a las utópicas expectativas de sus críticos. Propició políticas internacionalistas de resistencia a la inmolación de los reclutas y señaló que la paz debía conquistarse en una lucha simultánea contra el capitalismo.

En nuestra interpretación de ese enfoque hemos resaltado esa función política del texto de Lenin en el contexto omnipresente de la guerra. Destacamos ese sentido frente a otras interpretaciones centradas en los aspectos económicos de ese influente libro (Katz, 2011:17-32).

En este último terreno la concepción de Lenin reformulaba la visión expuesta por Hilferding. Resaltaba la existencia de un viraje general hacia el proteccionismo y la creciente gravitación de banqueros, que subordinaban a sus pares del comercio y la industria. También remarcaba la novedosa gravitación de los monopolios por la creciente escala de las empresas y la preeminencia de la exportación de capitales, como forma de absorber las ganancias gestadas en la periferia.

El debate entre marxistas sobre la pertinencia estas caracterizaciones persiste hasta la actualidad. Varios teóricos resaltan su inadecuación para el período de entre-guerra (Harvey, 2018), otros señalan la exageración en el rol del monopolio y la acotada relevancia de exportación de capital (Heinrich, 2008: 218-221). Algunos también destacan la extrapolación de rasgos de la economía alemana al resto de las potencias (Panitch, 2014).

Estas objeciones aluden a problemas efectivamente presentes en la teoría del imperialismo clásico, pero de escasas implicancias en su formulación original. A Lenin le interesaba demostrar cómo ciertos desequilibrios económicos desembocaban en conflagraciones inter-imperialistas. Analizaba de qué forma cada rasgo productivo, comercial o financiero de la nueva época acrecentaba las rivalidades dirimidas bajo el fuego de los cañones.

La función primordial de su texto era política. Por eso convergió en la batalla contra el militarismo con los revolucionarios que objetaban su mirada económica (Luxemburg). Y por el contrario chocó con pensadores que compartían su enfoque sobre los cambios financiero-productivos, desde la vereda opuesta del reformismo (Hilferding). El tono polémico de sus escritos no estaba referido al proteccionismo, la hegemonía financiera o los monopolios, sino a la actitud de los socialistas frente a la guerra.

Otro gran equívoco ha rodeado a la evaluación leninista del imperialismo como “etapa final” del capitalismo. El dirigente comunista efectivamente apostaba a una respuesta popular revolucionaria frente al desangre bélico, que pusiera fin a la tiranía mundial del lucro. El debut del socialismo en Rusia corroboró la validez de esa expectativa.

El curso posterior de la historia desembocó en otro resultado y el período analizado por Lenin derivó tan sólo una etapa clásica de los imperios capitalistas. Logró percibir la singularidad de una fase que podría haber cerrado la vigencia histórica del capitalismo. Pero los acontecimientos posteriores no condujeron a esa extinción.

Los cambios de posguerra

El fin de las confrontaciones bélicas entre potencias rivales diferencia al imperialismo de la segunda mitad del siglo XX de su precedente clásico. Persistieron los enfrentamientos pero sin conflagraciones generalizadas. Los choques no se extendieron a la esfera militar y prevaleció una administración geopolítica más concertada. El monumental arsenal bélico de Occidente fue en general utilizado para afianzar el despojo de la periferia.

La gestión del nuevo modelo bajo el mando de Estados Unidos incluyó una novedosa modalidad de imperialismo colectivo. La solidaridad militar occidental empalmó con la creciente asociación económica internacional entre firmas de distintas procedencias. La empresa multinacional se expandió y el proteccionismo perdió peso, frente a las presiones librecambistas desplegadas por las compañías que antecedieron a la globalización.

La dimensión de los mercados, la diversificación de los abastecimientos y la escala de la producción fueron determinantes de este nuevo escenario. La compulsión a reducir costos y aumentar la productividad afianzaron las alianzas entre firmas. A diferencia del período precedente esa interconexión no quedó restringida a compañías de la misma nacionalidad (Amin, 2013).

Pero como esa internacionalización de la economía no tuvo correspondencia directa en el plano estatal, el imperialismo continuó asentado en las viejas estructuras institucionales. Ninguna entidad global aportó los sistemas legales, las tradiciones sociales y la legitimidad política requerida para asegurar la reproducción global del capital.

La supremacía de Estados Unidos fue abrumadora y el imperialismo de ese período quedó identificado con su impronta. La OTAN se forjó bajo la conducción del Pentágono y las Naciones Unidas se localizaron en Nueva York. Ese predominio reflejó una superioridad económica que se estabilizó con la neutralización de los rivales. La vieja demolición de los competidores derrotados fue sustituida por el sostén de su reconstrucción bajo el mando del triunfador. Estados Unidos introdujo un sistema de alianzas subalternas para contrarrestar el resurgimiento de sus adversarios.

La primera potencia actuó como un sheriff global. Protegió a todas las clases dominantes de la insurgencia popular y la inestabilidad geopolítica. Por el cumplimiento de ese rol obtuvo financiamiento externo para sostener el dólar y los Bonos de Tesoro. El Pentágono fue el soporte estructural de Wall Street.

A diferencia del imperialismo clásico, las clases dominantes del Primer Mundo aceptaron ese padrinazgo militar. Por eso la seguridad colectiva sustituyó a la defensa nacional como principio rector de la intervención armada. Washington estableció vínculos privilegiados con las principales elites del planeta y universalizó su ideología de celebración del mercado y exaltación del individualismo.

La principal función del imperialismo de posguerra fue contener la oleada revolucionaria y el peligro del socialismo. Las bases norteamericanas se afincaron en todo el planeta para contrarrestar los levantamientos populares en América Latina, África y Asia.

La guerra fría contra la URSS fue otro componente decisivo de esa acción. Alineó a todas las clases capitalistas en una estrategia de tensión con el bloque socialista. Esa confrontación fue cualitativamente distinta a los choques inter-imperiales del pasado por la ausencia de primacía burguesa en la Unión Soviética.

El sistema de ese país no estaba comandado por una clase dominante, propietaria de los medios de producción y guiada por la meta de acumular capital. La burocracia gobernante defendía sus propios intereses y buscaba una coexistencia con Washington, para zanjar disputas en las áreas de influencia. Pero no actuaba con el patrón imperial de someter territorios para acrecentar las ganancias. El acoso de la URSS fue determinante del militarismo de posguerra y el fin de ese régimen inauguró la etapa actual de imperialismo del siglo XXI.

Comparación con el antecedente británico

En las últimas cuatro décadas se registró un cambio radical en el rol internacional de Estados Unidos. Una persistente crisis de conducción ha sucedido a la indiscutible primacía norteamericana de posguerra. Muchos autores destacan la semejanza de trayectorias declinantes con el precedente inglés (Roberts, 2016: 39-40). Señalan los parecidos en la gestión monetaria y la acción política.

Ambas potencias conformaron los únicos imperios capitalistas globales. En ese casillero no clasificaron los dominadores pre-capitalistas (Roma, España, Países Bajos) y no capitalistas (Unión Soviética). Otros imperios fallidos (Francia) o derrotados (Alemania, Japón) nunca lograron preeminencia planetaria.

El estatus mundial dominante de la dupla anglo-americana se asentó en la superioridad militar e incluyó también la economía, las finanzas y la cultura. Ambas potencias lograron supremacía industrial y captura de los flujos financieros. Ejercieron, además, una influencia intelectual arrolladora que se verificó en la universalización del inglés como lengua franca.

Pero el Reino Unido se distinguió de su par transatlántico por su capacidad de adecuación al repliegue. Exhibió una flexibilidad que Estados Unidos ni siquiera ha insinuado (Hobsbawm, 2007: cap 3).

El tamaño ha incidido en esa disparidad. En la limitada superficie de las islas británicas primó la emigración y en la inmensidad del territorio norteamericano prevaleció la recepción de pobladores. Mientras que Inglaterra debió conquistar otras regiones para disputar preeminencia, Estados Unidos se desenvolvió con la llegada de familias desposeídas. Basó su desarrollo en la tierra y no en incursiones marítimas externas. Mantuvo ciertos parecidos con la expansión de la vieja Rusia hacia las estepas desde el núcleo central moscovita. Recurrió, además, a un modelo auto-céntrico asentado en el mercado interior y sólo actuó a escala mundial, cuando maduró su proceso endógeno de acumulación. En ese momento ingresó en la batalla por el liderazgo imperial.

Pero esa ventaja de tamaño ha sido en un arma de doble filo. Permite pugnar con rivales equivalentes en el plano territorial (China), pero obstruye la adaptación que demostró su antecesor a un lugar más apto para continuar la carrera competitiva.
Esa carencia de flexibilidad norteamericana también deriva de su modelo industrial. Estados Unidos forjó la empresa verticalmente integrada, con estructuras burocráticas acordes a su monumental mercado interno. Por el contrario, Inglaterra se transformó en el primer taller del mundo -con abastecimiento externo y demandas de clientes foráneos- utilizando empresas altamente especializadas y flexibles (Arrighi, 1999: 288-322).

Cuando las transformaciones del capitalismo mundial afectaron la competitividad de ese modelo, Gran Bretaña relegó la industria renovando su primacía en el comercio y las finanzas. El viejo fabricante se reconvirtió en un nuevo centro de la intermediación y la banca. Estados Unidos no ha querido (o podido) emular esa mutación. Preserva una industria en desventaja, enraizada en la dimensión continental del país y ensaya dudosas incursiones en la esfera transnacional. Ha intentado compensar el repliegue fabril con la preeminencia de la moneda, las finanzas y la tecnología. Pero afronta déficits comerciales y desbalances de endeudamiento de mayor porte que su antecesor.

La inflexibilidad norteamericana frente a la plasticidad británica tiene notorios determinantes militares. Estados Unidos ha forjado una estructura bélica que supera cualitativamente a Inglaterra. Asumió un rol de protección del capitalismo mundial que los británicos nunca adoptaron. Ese inédito poder reduce la capacidad de maniobra para tantear renunciamientos en el escenario multipolar contemporáneo.

Gran Bretaña conocía sus límites para mantener el liderazgo mundial y se resignó a la pérdida del imperio durante la descolonización. Estados Unidos tiene cerrados los senderos para repetir esa retirada. Por esa razón se embarca una y otra vez en infructuosos operativos de recomposición de su liderazgo.

Inglaterra pudo procesar su salida del primer plano sin renunciar al intervencionismo externo. Ha participado en incontables operativos militares desde 1945 y mantiene 145 dispositivos bélicos en 42 países (Pilger, 2020). Incluso encaró con Thatcher incursiones navales de reconquista colonial (Malvinas), para apuntalar su arremetida interna contra la clase obrera y los sindicatos.

Pero esas acciones se enmarcan en la asociación con el sustituto imperial norteamericano. Por eso el corolario del operativo militar contra Argentina derivó durante el mando de Blair, en el mayor acompañamiento subordinado a las guerras de Estados Unidos (Balcanes, Afganistán, Irak) (Anderson, 2020).

Washington no puede emular ese curso británico de acciones militares secundarias y complementarias del líder imperial. Ningún socio lo reemplaza en su papel preeminente y en la función global que continua ejerciendo.

Estas diferencias inciden en la variable aplicación del concepto de imperio informal. Esa noción calzaba plenamente con el Reino Unido, pero tiene una cuestionable pertinencia para el caso norteamericano. Estados Unidos no dominó desde la posguerra sólo con primacía económica. Instrumentó un chantaje militar sin precedentes. Es cierto que nunca asentó su poderío en la ocupación, ni construyó dominios o áreas de colonización. Pero hizo valer como nadie su poder de fuego.
Gran Bretaña no lideró cruzadas de todo el capitalismo contra las revoluciones populares o las amenaza del socialismo. Por eso se adaptó al contexto poscolonial a cambio de acuerdos económicos favorables. El Pentágono maneja el mayor arsenal de la historia y tiene vedado ese curso.

El reemplazo imperial concertado que siguió el modelo anglo-americano no se aplica al escenario actual de tensión con China. Por esa razón Estados Unidos necesita renovar su primacía con exhibiciones de fuerza, afrontando resultados cada vez más adversos.

Finalmente también gravitan las peculiaridades ideológicas de ambas potencias. Aunque en su momento de mayor gloria Inglaterra administró una cuarta parte del planeta, siempre defendió sus intereses económicos en forma explícita. Invocó ciertamente un designio de “civilización”, pero más bien recurrió a mensajes de superioridad nacional, basados en algún mito fundador de su propia historia. No abusaba de mandatos de salvación de los subordinados de ultramar.

Estados Unidos se forjó en cambio como una nación sin raíces milenarias y expandió su dominación con ideologías universalistas. Siempre enmascaró su acción imperial con alegatos de socorro de la humanidad. Ese auto-engaño no sólo contrasta con la flexibilidad británica. Potencia todos los ingredientes de megalomanía que atascan a Washington en un callejón sin salida. Habrá que ver si ahora extiende ese impasse a Inglaterra, o si por el contrario el Brexit encarna otro episodio de la flexibilidad británica para amoldarse a una nueva era.

Dos mutaciones diferentes

Los tres modelos de imperialismo que rigieron desde el siglo XIX estuvieron estrechamente conectados con el funcionamiento del capitalismo de cada época. Pero ambas dimensiones no están sujetas al mismo patrón de transformación. El imperialismo asegura la continuidad del sistema y cumple un rol protagónico en las grandes crisis. Pero opera tan sólo como un mecanismo de protección de ese basamento. No constituye como el capitalismo un modo de producción o una estructura definitoria de las reglas imperantes en la sociedad.

Es importante reconocer estas diferencias entre el sistema y sus dispositivos, para notar cómo el imperialismo se amolda a cada período histórico del capitalismo. No conforma una de esas etapas. Sólo adapta sus modalidades a los cambiantes requerimientos del sistema. El capitalismo siempre incluyó modalidades coloniales o imperiales y ha utilizado cambiantes formas de opresión para ejercer su predominio a escala creciente.

Por esa razón es tan relevante la dimensión geopolítica y militar del imperialismo. Permite comprender cómo afronta el capitalismo sus propias crisis y de qué forma responde a las resistencias populares y a los desafíos revolucionarios.

El imperialismo presenta contornos económicos e ideológicos afines a la modalidad prevaleciente del capitalismo, pero su impronta específica está signada por el aspecto bélico. La identificación corriente del término con la guerra, las ocupaciones y las masacres expresa una acertada percepción de su significado. Es también adecuado el registro del alcance internacional de sus acciones.

Ciertamente existe una faceta económica peculiar del imperialismo que debe ser estudiada en forma específica. Esa indagación condujo a importantes hallazgos en las últimas décadas. Se demostró cómo los capitalistas del centro se apropian de los recursos de los países subdesarrollados.

El análisis de ese despojo corrobora la gravitación contemporánea del imperialismo, pero involucra tan sólo un componente del fenómeno. Las principales firmas de los países avanzados capturan rentas y ganancias de la periferia, a partir de la dominación geopolítico-militar que ejercen sus estados a nivel global. El epicentro del imperialismo se localiza en ese control. Antes de indagar los complejos laberintos de economía imperial hay que clarificar esos pilares bélicos y estatales del dispositivo. Por esa razón hemos comenzado por esa dimensión nuestra evaluación del imperialismo del siglo XXI.

La comprensión de ese dispositivo requiere esclarecer las transformaciones económicas recientes del capitalismo. Se necesita clarificar los cambios operados en la dinámica de la plusvalía, la acumulación y la tasa de ganancia. La evaluación inicial del imperialismo transita en cambio por otro camino. Antes de indagar las inversiones externas, los términos de intercambio o las tasas diferenciales de explotación hay que determinar quién y cómo ejerce la dominación geopolítico-militar a nivel global.

Estas diferencias de análisis en el estudio del capitalismo y del imperialismo se verifican en los disimiles resultados de ambas indagaciones. Mientras que las transformaciones registradas en el primer sistema están a la vista, los cambios en el segundo dispositivo no han quedado aún definidos. Son dos procesos sujetos a modificaciones de distinta índole.

El capitalismo contemporáneo ha mutado en forma radical bajo el impacto del neoliberalismo, la globalización, la digitalización, la precarización y la financiarización. Esas transformaciones no tienen correlato directo en el imperialismo. Los cambios en ambos planos se desenvuelven a un ritmo diferenciado. La mutación económica es drástica y sus manifestaciones geopolíticas son difusas. El capitalismo del siglo XXI es totalmente diferente a su precedente de posguerra y el imperialismo actual mantiene muchas áreas de continuidad con el modelo anterior. Esa asimetría presenta numerosas evidencias.

Transformaciones categóricas

El capitalismo actual emergió de la gran crisis de los años 70. Esa convulsión quedó cerrada en el nuevo modelo que encarnó el neoliberalismo. Desde ese momento ha predominado un bajo crecimiento en Occidente y una significativa expansión de Oriente, que no alcanza para motorizar la economía mundial. El descenso de Estados Unidos y el ascenso de China -en un marco de reducido incremento del PBI global-sintetizan ese escenario (Katz, 2020).

La globalización ha impactado en todas las áreas del sistema. Modificó la geografía industrial, mediante el desplazamiento de la producción hacia el continente asiático. Esa región se convirtió en el gran taller del planeta, en desmedro de la vieja primacía fabril de Europa y Estados Unidos. Este giro se asienta en el incremento de la explotación de los trabajadores y en un novedoso proceso de internacionalización productiva, con significativos correlatos comerciales y financieros.

La mundialización de la economía introdujo un creciente acortamiento de tiempos en la actividad productiva. Afianzó el protagonismo de las empresas transnacionales, a través del desdoblamiento internacional del proceso de fabricación.

Profundizó una nueva división global del trabajo, que apuntala modelos orientados por las exportaciones y articulados por las cadenas globales de valor. Estos circuitos potencian el peso de los bienes intermedios, consolidan la especialización vertical, la subcontratación, la deslocalización de las inversiones y la fragmentación de los insumos.

Ese drástico cambio del perfil productivo profundizó a su vez la subdivisión de la vieja periferia, en un grupo de países emergentes que se industrializa y otro que actualiza el viejo patrón de exportación de bienes primarios.

La nueva globalización productiva también se asienta en la revolución informática que alumbró el capitalismo digital. Esa mutación repite muchas características de procesos análogos de transformación tecnológica radical, que se verificaron desde el siglo XIX.

La revolución informática facilitó el abaratamiento de la fuerza de trabajo y de los insumos, mediante una significativa reducción del costo del transporte y las comunicaciones. Amplió el campo de negocios para inversiones multimillonarias en procesos de digitalización, que modificaron el ranking de las grandes firmas. Las empresas de alta tecnología lideran las ganancias y marcan el paso a todos los actores del sistema.

Esas transformaciones afianzan, además, un nuevo escenario laboral signado por la precarización, la inseguridad y la flexibilización. Los capitalistas instrumentan esos atropellos aprovechando las enormes reservas de fuerza de trabajo disponible a nivel global. Utilizan el recurso de trasladar plantas hacia regiones con sindicatos inexistentes, debilitados o proscriptos, para crear un clima de temor a la pérdida del empleo. La reconversión de los puestos de trabajo está condicionada por esa monumental remodelación geográfica de la industria y los servicios.

El proceso laboral registró, además, una diferenciación interna entre actividades de diseño, elaboración y fabricación, que trastocó todos los estándares del trabajo manual y mental. Las identidades laborales quedaron drásticamente afectadas por esa reestructuración.

La financiarización constituye otra mutación visible del capitalismo contemporáneo. No involucra sólo el gigantesco incremento de los activos financieros. Incluye significativas modificaciones cualitativas en la autofinanciación de las empresas, la titulación de los bancos y la gestión familiar de las hipotecas y las pensiones. Las convulsiones que genera esa expansión del universo financiero se entrelazan con conmociones derivadas del deterioro del medio ambiente.

La valorización capitalista socavó durante centurias los basamentos materiales de la reproducción económica. Pero el desastre ambiental de las últimas décadas tiende a quebrar los equilibrios ancestrales, que permitieron construir sociedades basadas en el intercambio con la naturaleza. Si el calentamiento global continúa profundizando la huella ecológica, el descalabro en ciernes dejará muy atrás a todas las convulsiones conocidas.

La debacle ambiental presenta ciertas semejanzas con la demolición generada por las dos guerras mundiales del siglo pasado. Se han forjado tendencias destructivas que escapan al control de los propios capitalistas y pueden desembocar en desastres sin retorno.

Estos peligros emergen periódicamente a la superficie a través de las crisis capitalistas del siglo XXI. Esas eclosiones no provienen de arrastres anteriores. Irrumpen como estallidos de los mercados a partir de las burbujas generadas por la financiarización. La convulsión del 2008 fue ilustrativa de esa variedad de desajustes. Comenzó con el impago de los deudores subprime y derivó en un traumático colapso de operaciones interbancarias.

Estas crisis difieren significativamente de las prevalecientes en los años 30. Ya no están signadas por la deflación y las quiebras bancarias. En la dinámica contemporánea perdura el rescate estatal de los bancos y la combinación de expansión monetaria con austeridad fiscal. Esa secuencia confirma el carácter perdurable del intervencionismo estatal.

Cuando esas crisis financieras precipitadas por la especulación con títulos y monedas alcanzan intensidades mayúsculas, emergen también los desequilibrios productivos subyacentes. La vieja y conocida sobreproducción es la principal causa de esas convulsiones, pero asume otra escala en la economía mundializada.

Nuevas modalidades de sobreproducción global itinerante impactan sobre todas las cadenas de valor. Esas tensiones desbordan la tradicional disputa entre potencias por la colocación de las mercancías sobrantes y provocan turbulentos procesos de desvalorización del capital.

Las mutaciones en el poder de compra acrecientan a su vez el efecto de esas crisis contemporáneas. La vieja norma de consumo estable ha sido reemplazada por modalidades de adquisición más imprevisibles y la erosión del poder adquisitivo profundiza el deterioro de los ingresos y la inseguridad laboral. Esa retracción del consumo corona la espiral de contradicciones del capitalismo actual.

Este repaso de los cambios en el funcionamiento y en las tensiones de ese sistema ilustra la enorme envergadura de las mutaciones registradas. El capitalismo del siglo XXI es radicalmente diferente a sus precedentes de la centuria pasada.

Alteraciones inciertas

Las transformaciones en la esfera imperial no presentan la misma contundencia que las modificaciones en el capitalismo. En el primer terreno se verifica una crisis signada por el reiterado fracaso del proyecto estadounidense de recuperación del liderazgo mundial.

La correlación que imperaba entre el capitalismo librecambista y la supremacía inglesa en el siglo XIX o entre el capitalismo intervencionista y la primacía norteamericana en la centuria posterior, no se verifica en la actualidad. El capitalismo globalizado, digital, precarizador y financiarizado se desenvuelve sin un comando geopolítico-militar. Estados Unidos no logra dirigirlo, ni tiene reemplazantes a la vista.

La primera potencia persiste como el gendarme del sistema. Con un presupuesto bélico gigantesco domina los mares, controla los cielos y maneja las redes informáticas. Todavía resuenan los ecos de la mortífera advertencia que emitió con el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón y los efectos de las sangrientas incursiones aéreas de las últimas décadas.
Pero ese poder ha quedado socavado por las limitaciones de una potencia corroída por crisis internas, que paralizan su función directriz de la política global. La OTAN subsiste como un mastodonte afectado por agudas divergencias de financiación. La norma de viejos imperios subordinados en forma sigilosa (Inglaterra) o conflictiva (Francia) perdura, pero cada potencia busca su propia reubicación global tomando distancia de la obediencia a Washington.

Estados Unidos se apoya en ramificaciones regionales para sostener su poder global. Incentiva el colonialismo tardío de Israel para controlar el Medio Oriente y acrecienta el arsenal de Australia para custodiar Oceanía. Mantiene el acompañamiento de Canadá a sus operaciones y consolida las bases de Colombia para auditar a América Latina. Sus misiles de Europa del Este apuntan contra Rusia y el armamento provisto a Japón y Corea del Sur amenaza a China.

¿Pero qué capacidad demuestra Washington para imponer su agenda a esta red de socios, apéndices o vasallos? En las últimas décadas ha fallado en todas las regiones. Mantiene la misma primacía formal de posguerra en un escenario radicalmente opuesto. Exhibe un poder bélico descomunal, sin la cohesión requerida para hacer valer esa fuerza.

Por esta razón el imperialismo del siglo XXI no presenta una fisonomía definida. Es una categoría en gestación, que sólo adoptará un contorno nítido cuando la crisis de Estados Unidos alcance un punto de resolución.

Convulsiones a la vista

Los estudios sobre el imperialismo florecieron durante la centuria pasada y disminuyeron drásticamente al comienzo del nuevo milenio. La propia utilización del término quedó excluida del vocabulario corriente de las Ciencias Sociales. El neoliberalismo y la globalización monopolizaron la atención de los analistas y dominaron todas las reflexiones sobre el capitalismo contemporáneo.

La escalada de guerras regionales, el drama de los refugiados y el impacto del terrorismo reintrodujeron el interés por el tema. Los interrogantes sobre el imperialismo quedaron asociados a la evaluación del alicaído intento estadounidense de recuperar primacía.

En la década pasada esa indagación incluyó una generalizada revitalización del término imperio. Pero ese cambio de lenguaje no modificó la sustancia del problema. En los hechos resulta indistinto el manejo de las dos denominaciones. Imperialismo e imperio encajan por igual en el rol que desenvuelve Estados Unidos. Desde la posguerra ya no opera como un contrincante más en el tablero interimperialista y tampoco devino en un imperio único de todo el sistema.

La primera potencia no ha confrontado en términos bélicos con rivales equivalentes y tampoco incorporó a su entramado a las principales clases dominantes o estados de planeta. Se ubicó en la cima de una estructura asociada de imperialismo colectivo.

Como ese dispositivo se encuentra en plena de remodelación, su tipificación en plural (imperialismo) o en singular (imperio) no aporta ninguna clarificación. El sistema de dominación mundial actual no se asemeja a la era clásica de batallas innterimperiales, ni tampoco consagra un centro exclusivo de gestión global.

Otras aplicaciones más valorativas de imperio e imperialismo afrontan más inconvenientes. Suelen ponderar o denigrar las modalidades de la gobernanza mundial. En las Ciencias Políticas convencionales el primer término es sinónimo de orden y el segundo de confrontación. Ambos sentidos eluden indagar la conexión de esas variantes con el funcionamiento del capitalismo o con las necesidades de las clases dominantes.

Todos los interrogantes que genera el imperialismo del siglo XXI han cobrado otra dimensión desde el shock generado por el Gran Confinamiento del 2020. La crisis de la pandemia ha puesto de relieve la magnitud de los cataclismos naturales que potencia el capitalismo. El coronavirus constituye una señal de alarma de la catástrofe en ciernes si no se logra atemperar el cambio climático.

La paralización mayúscula de la economía y el inédito socorro estatal para evitar la depresión, confluyeron el año pasado con la contracción del ingreso de los trabajadores, la ampliación de la precarización laboral y la consolidación de la desigualdad. La pandemia ha retratado el funcionamiento de un sistema asentado en la opresión. Ese régimen no podría subsistir sin la protección que brinda el imperialismo a los dominadores.

Ese dispositivo cumple numerosas funciones, pero prioriza el sometimiento de los trabajadores. Es un mecanismo construido para lidiar con las resistencias populares masivas. El imperialismo incluye la intervención militar contra esos levantamientos y el fomento de la guerra entre los propios desposeídos para desviar el descontento popular.

Las grandes revoluciones populares fueron el principal trasfondo de las acciones bélicas del sistema. Esas sublevaciones determinaron el curso seguido por el imperialismo clásico y su corolario de posguerra. La variante actual quedará también signada por la dinámica que asuman las rebeliones de los oprimidos. Pero la arena más inmediata de definición del imperialismo del siglo XXI se localiza en el choque que opone a Estados Unidos con China. Abordaremos ese tema en nuestro próximo texto.

Referencias

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Panitch, Leo (2014). Repensando o marxismo e o imperialismo para o século XXI, Tensões Mundiais. Fortaleza, v. 10, n. 18, 19.

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Roberts Michael (2016). The long depression, Haymarket Books, 2016.

Wood, Ellen Meiksins (2003) Empire of capital, Londres/Nueva York, Verso.

La hegemonía estadounidense y sus peligros, según el Ministerio del Exterior de la República Popular de China

Red de Geografía Económica 395/23 | https://groups.google.com/g/redgeoecon/c/g-kxFd049Xc/m/ILIruYXgFQAJ

Introducción

I. Hegemonía política: arrojando su peso alrededor

II. Hegemonía militar: uso desenfrenado de la fuerza 

tercero Hegemonía económica: saqueo y explotación

IV. Hegemonía tecnológica: monopolio y supresión

V. Hegemonía cultural: difusión de narrativas falsas

Conclusión

Introducción

Desde que se convirtió en el país más poderoso del mundo después de las dos guerras mundiales y la Guerra Fría, Estados Unidos ha actuado con más audacia para interferir en los asuntos internos de otros países, perseguir, mantener y abusar de la hegemonía, promover la subversión y la infiltración y librar guerras deliberadamente, perjudicando a la comunidad internacional.

Estados Unidos ha desarrollado un libro de jugadas hegemónico para organizar «revoluciones de color», instigar disputas regionales e incluso lanzar guerras directamente bajo el pretexto de promover la democracia, la libertad y los derechos humanos. Aferrándose a la mentalidad de la Guerra Fría, Estados Unidos ha intensificado la política de bloques y avivado el conflicto y la confrontación. Ha exagerado el concepto de seguridad nacional, abusado de los controles de exportación y impuesto sanciones unilaterales a otros. Ha adoptado un enfoque selectivo del derecho y las normas internacionales, utilizándolos o descartándolos según le parezca, y ha tratado de imponer normas que sirvan a sus propios intereses en nombre de la defensa de un «orden internacional basado en normas».

Este informe, al presentar los hechos relevantes, busca exponer el abuso de hegemonía de EE. UU. en los campos político, militar, económico, financiero, tecnológico y cultural, y atraer una mayor atención internacional sobre los peligros de las prácticas de EE. UU. para la paz y la estabilidad mundiales. y el bienestar de todos los pueblos.

I. Hegemonía política: arrojando su peso alrededor

Estados Unidos ha intentado durante mucho tiempo moldear a otros países y al orden mundial con sus propios valores y sistema político en nombre de la promoción de la democracia y los derechos humanos.

◆ Abundan los casos de interferencia estadounidense en los asuntos internos de otros países. En nombre de «promover la democracia», Estados Unidos practicó una «Doctrina Neo-Monroe» en América Latina, instigó «revoluciones de color» en Eurasia y orquestó la «Primavera Árabe» en Asia occidental y el norte de África, lo que provocó el caos y el desastre. a muchos países.

En 1823, Estados Unidos anunció la Doctrina Monroe. Mientras promocionaba una «Estados Unidos para los estadounidenses», lo que realmente quería era un «Estados Unidos para los Estados Unidos».

Desde entonces, las políticas de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos hacia América Latina y la región del Caribe han estado plagadas de interferencias políticas, intervenciones militares y subversión de regímenes. Desde sus 61 años de hostilidad y bloqueo a Cuba hasta el derrocamiento del gobierno chileno de Allende, la política estadounidense en esta región se ha basado en una máxima: los que se sometan prosperarán; los que resistan perecerán.

El año 2003 marcó el comienzo de una sucesión de «revoluciones de color»: la «Revolución de las rosas» en Georgia, la «Revolución naranja» en Ucrania y la «Revolución de los tulipanes» en Kirguistán. El Departamento de Estado de Estados Unidos admitió abiertamente que jugó un «papel central» en estos «cambios de régimen». Estados Unidos también interfirió en los asuntos internos de Filipinas, derrocando al presidente Ferdinand Marcos Sr. en 1986 y al presidente Joseph Estrada en 2001 a través de las llamadas «revoluciones del poder popular».

En enero de 2023, el exsecretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, publicó su nuevo libro Never Give a Inch: Fighting for the America I Love. En él reveló que Estados Unidos había planeado intervenir en Venezuela. El plan era obligar al gobierno de Maduro a llegar a un acuerdo con la oposición, privar a Venezuela de su capacidad para vender petróleo y oro a cambio de divisas, ejercer una gran presión sobre su economía e influir en las elecciones presidenciales de 2018.

◆ EE. UU. ejerce un doble rasero en las normas internacionales. Al colocar su propio interés en primer lugar, Estados Unidos se ha alejado de los tratados y organizaciones internacionales y ha puesto su derecho interno por encima del derecho internacional. En abril de 2017, la administración Trump anunció que cortaría todos los fondos estadounidenses al Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) con la excusa de que la organización «apoya o participa en la gestión de un programa de aborto coercitivo o esterilización involuntaria». Estados Unidos abandonó la UNESCO dos veces en 1984 y 2017. En 2017, anunció que abandonaba el Acuerdo de París sobre el cambio climático. En 2018, anunció su salida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, citando el «sesgo» de la organización contra Israel y la falta de protección efectiva de los derechos humanos. En 2019, Estados Unidos anunció su retiro del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio para buscar el desarrollo sin restricciones de armas avanzadas. En 2020, anunció su retirada del Tratado de Cielos Abiertos.

Estados Unidos también ha sido un obstáculo para el control de armas biológicas al oponerse a las negociaciones sobre un protocolo de verificación para la Convención de Armas Biológicas (BWC) e impedir la verificación internacional de las actividades de los países relacionadas con las armas biológicas. Como el único país en posesión de un arsenal de armas químicas, Estados Unidos ha retrasado repetidamente la destrucción de armas químicas y se ha mostrado reacio a cumplir con sus obligaciones. Se ha convertido en el mayor obstáculo para lograr «un mundo libre de armas químicas».

◆ Estados Unidos está armando pequeños bloques a través de su sistema de alianzas. Ha estado imponiendo una «Estrategia del Indo-Pacífico» en la región de Asia-Pacífico, reuniendo clubes exclusivos como Five Eyes, Quad y AUKUS, y obligando a los países regionales a tomar partido. Tales prácticas están destinadas esencialmente a crear división en la región, avivar la confrontación y socavar la paz.

◆ Estados Unidos juzga arbitrariamente la democracia en otros países y fabrica una narrativa falsa de «democracia versus autoritarismo» para incitar al distanciamiento, la división, la rivalidad y la confrontación. En diciembre de 2021, Estados Unidos fue sede de la primera «Cumbre por la Democracia», que generó críticas y oposición de muchos países por burlarse del espíritu de la democracia y dividir al mundo. En marzo de 2023, Estados Unidos será el anfitrión de otra «Cumbre por la Democracia», que no será bien recibida y nuevamente no encontrará apoyo.

II. Hegemonía militar: uso desenfrenado de la fuerza

La historia de los Estados Unidos se caracteriza por la violencia y la expansión. Desde que obtuvo la independencia en 1776, Estados Unidos ha buscado constantemente la expansión por la fuerza: masacró indios, invadió Canadá, libró una guerra contra México, instigó la Guerra Hispanoamericana y anexó Hawái. Después de la Segunda Guerra Mundial, las guerras provocadas o lanzadas por Estados Unidos incluyeron la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo, la Guerra de Kosovo, la Guerra de Afganistán, la Guerra de Irak, la Guerra de Libia y la Guerra de Siria, abusando su hegemonía militar para allanar el camino a objetivos expansionistas. En los últimos años, el presupuesto militar anual promedio de EE. UU. ha superado los 700.000 millones de dólares estadounidenses, lo que representa el 40 por ciento del total mundial, más que los 15 países que lo respaldan juntos. Estados Unidos tiene alrededor de 800 bases militares en el extranjero, con 173,

Según el libro América invade: cómo hemos invadido o estado militarmente involucrados con casi todos los países de la Tierra, Estados Unidos ha luchado o estado militarmente involucrado con casi todos los 190 países reconocidos por las Naciones Unidas con solo tres excepciones. Los tres países se «salvaron» porque Estados Unidos no los encontró en el mapa.

◆ Como dijo el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, Estados Unidos es sin duda la nación más guerrera en la historia del mundo. Según un informe de la Universidad de Tufts, «Presentación del Proyecto de Intervención Militar: un nuevo conjunto de datos sobre las intervenciones militares de EE. UU., 1776-2019», Estados Unidos llevó a cabo casi 400 intervenciones militares en todo el mundo entre esos años, el 34 por ciento de las cuales fueron en América Latina y el Caribe, 23 por ciento en Asia Oriental y el Pacífico, 14 por ciento en Medio Oriente y África del Norte y 13 por ciento en Europa. Actualmente, su intervención militar en Oriente Medio y Norte de África y África subsahariana va en aumento.

Alex Lo, columnista del South China Morning Post, señaló que Estados Unidos rara vez ha distinguido entre diplomacia y guerra desde su fundación. Derrocó gobiernos elegidos democráticamente en muchos países en desarrollo en el siglo XX y los reemplazó inmediatamente con regímenes títeres pro estadounidenses. Hoy, en Ucrania, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Pakistán y Yemen, Estados Unidos está repitiendo sus viejas tácticas de librar guerras de terceros, de baja intensidad y con aviones no tripulados.

◆ La hegemonía militar estadounidense ha causado tragedias humanitarias. Desde 2001, las guerras y las operaciones militares lanzadas por Estados Unidos en nombre de la lucha contra el terrorismo se han cobrado más de 900.000 vidas, de las cuales unas 335.000 son civiles, millones de heridos y decenas de millones de desplazados. La Guerra de Irak de 2003 provocó entre 200.000 y 250.000 muertes de civiles, incluidos más de 16.000 asesinados directamente por el ejército estadounidense, y dejó a más de un millón sin hogar.

Estados Unidos ha creado 37 millones de refugiados en todo el mundo. Desde 2012, solo el número de refugiados sirios se ha multiplicado por diez. Entre 2016 y 2019, se documentaron 33.584 muertes de civiles en los combates sirios, incluidos 3.833 muertos por bombardeos de la coalición liderada por Estados Unidos, la mitad de ellos mujeres y niños. El Servicio de Radiodifusión Pública (PBS) informó el 9 de noviembre de 2018 que los ataques aéreos lanzados por las fuerzas estadounidenses solo en Raqqa mataron a 1.600 civiles sirios.

La guerra de dos décadas en Afganistán devastó el país. Un total de 47.000 civiles afganos y entre 66.000 y 69.000 soldados y policías afganos no relacionados con los ataques del 11 de septiembre murieron en operaciones militares estadounidenses y más de 10 millones de personas fueron desplazadas. La guerra en Afganistán destruyó los cimientos del desarrollo económico allí y sumió al pueblo afgano en la miseria. Tras la «debacle de Kabul» en 2021, Estados Unidos anunció que congelaría unos 9.500 millones de dólares en activos pertenecientes al banco central afgano, una medida considerada como «puro saqueo».

En septiembre de 2022, el ministro del Interior turco, Suleyman Soylu, comentó en un mitin que Estados Unidos ha librado una guerra de poder en Siria, ha convertido a Afganistán en un campo de opio y una fábrica de heroína, ha sumido a Pakistán en la agitación y ha dejado a Libia en medio de disturbios civiles incesantes. Estados Unidos hace lo que sea necesario para robar y esclavizar a la gente de cualquier país con recursos subterráneos.

Estados Unidos también ha adoptado métodos espantosos en la guerra. Durante la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo, la Guerra de Kosovo, la Guerra de Afganistán y la Guerra de Irak, Estados Unidos utilizó cantidades masivas de armas químicas y biológicas, así como bombas de racimo, bombas de aire-combustible, bombas de grafito y bombas de uranio empobrecido, que causan enormes daños en las instalaciones civiles, innumerables víctimas civiles y una contaminación ambiental duradera.

III Hegemonía Económica — Saqueo y Explotación

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lideró los esfuerzos para establecer el Sistema de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que, junto con el Plan Marshall, formaron el sistema monetario internacional centrado en el dólar estadounidense. Además, Estados Unidos también ha establecido una hegemonía institucional en el sector económico y financiero internacional mediante la manipulación de los sistemas de votación ponderada, las reglas y los arreglos de las organizaciones internacionales, incluida la «aprobación por mayoría del 85 por ciento», y sus leyes y reglamentos comerciales nacionales. Al aprovechar el estatus del dólar como la principal moneda de reserva internacional, Estados Unidos básicamente está recaudando «señoreaje» de todo el mundo; y utilizando su control sobre las organizaciones internacionales,

◆ Estados Unidos explota la riqueza mundial con la ayuda del «señoreaje». Cuesta solo alrededor de 17 centavos producir un billete de 100 dólares, pero otros países tuvieron que pagar 100 dólares en bienes reales para obtener uno. Se señaló hace más de medio siglo que Estados Unidos disfrutaba de privilegios y déficits exorbitantes sin lágrimas creados por su dólar, y usaba el billete de papel sin valor para saquear los recursos y fábricas de otras naciones.

◆ La hegemonía del dólar estadounidense es la principal fuente de inestabilidad e incertidumbre en la economía mundial. Durante la pandemia de COVID-19, Estados Unidos abusó de su hegemonía financiera global e inyectó billones de dólares en el mercado global, dejando que otros países, especialmente las economías emergentes, pagaran el precio. En 2022, la Reserva Federal puso fin a su política monetaria ultraflexible y recurrió a un aumento agresivo de las tasas de interés, lo que provocó turbulencias en el mercado financiero internacional y una depreciación sustancial de otras monedas como el euro, muchas de las cuales cayeron a un mínimo de 20 años. Como resultado, un gran número de países en desarrollo se enfrentaron a una alta inflación, depreciación de la moneda y salidas de capital. Esto fue exactamente lo que el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally, comentó una vez, con autosatisfacción pero con aguda precisión, que «

◆ Con su control sobre las organizaciones económicas y financieras internacionales, Estados Unidos impone condiciones adicionales a su asistencia a otros países. Para reducir los obstáculos a la entrada de capital y la especulación de EE.UU., se requiere que los países receptores avancen en la liberalización financiera y abran los mercados financieros para que sus políticas económicas estén en línea con la estrategia de EE.UU. Según Review of International Political Economy, junto con los 1.550 programas de alivio de la deuda extendidos por el FMI a sus 131 países miembros entre 1985 y 2014, se habían adjuntado hasta 55.465 condiciones políticas adicionales.

◆ Estados Unidos reprime deliberadamente a sus oponentes con coerción económica. En la década de 1980, para eliminar la amenaza económica que representaba Japón y para controlar y utilizar a este último al servicio del objetivo estratégico de Estados Unidos de confrontar a la Unión Soviética y dominar el mundo, Estados Unidos aprovechó su poder financiero hegemónico contra Japón y concluyó el Plaza Acuerdo. Como resultado, el yen subió y Japón se vio presionado para abrir su mercado financiero y reformar su sistema financiero. El Acuerdo Plaza asestó un duro golpe al impulso de crecimiento de la economía japonesa, dejando a Japón en lo que más tarde se denominó «tres décadas perdidas».

◆ La hegemonía económica y financiera de Estados Unidos se ha convertido en un arma geopolítica. Redoblando la apuesta por las sanciones unilaterales y la «jurisdicción de brazo largo», Estados Unidos ha promulgado leyes internas como la Ley de poderes económicos de emergencia internacional, la Ley global de responsabilidad de derechos humanos Magnitsky y la Ley contra los adversarios de Estados Unidos mediante sanciones, e introdujo una serie de órdenes ejecutivas para sancionar a países, organizaciones o individuos específicos. Las estadísticas muestran que las sanciones estadounidenses contra entidades extranjeras aumentaron en un 933 por ciento entre 2000 y 2021. Solo la administración Trump ha impuesto más de 3900 sanciones, lo que significa tres sanciones por día. Hasta el momento, Estados Unidos ha impuesto o ha impuesto sanciones económicas a casi 40 países de todo el mundo, incluidos Cuba, China, Rusia, la RPDC, Irán y Venezuela, afectando a casi la mitad de la población mundial. Los «Estados Unidos de América» ​​se han convertido en «los Estados Unidos de las Sanciones». Y la «jurisdicción de brazo largo» se ha reducido a nada más que una herramienta para que Estados Unidos use sus medios de poder estatal para reprimir a los competidores económicos e interferir en los negocios internacionales normales. Esta es una desviación seria de los principios de la economía de mercado liberal de los que Estados Unidos se ha jactado durante mucho tiempo. se ha reducido a nada más que una herramienta para que Estados Unidos use sus medios de poder estatal para reprimir a los competidores económicos e interferir en los negocios internacionales normales. Esta es una desviación seria de los principios de la economía de mercado liberal de los que Estados Unidos se ha jactado durante mucho tiempo. se ha reducido a nada más que una herramienta para que Estados Unidos use sus medios de poder estatal para reprimir a los competidores económicos e interferir en los negocios internacionales normales. Esta es una desviación seria de los principios de la economía de mercado liberal de los que Estados Unidos se ha jactado durante mucho tiempo.

IV. Hegemonía tecnológica: monopolio y supresión

Estados Unidos busca disuadir el desarrollo científico, tecnológico y económico de otros países ejerciendo poder de monopolio, medidas de represión y restricciones tecnológicas en campos de alta tecnología.

◆ Estados Unidos monopoliza la propiedad intelectual en nombre de la protección. Aprovechando la posición débil de otros países, especialmente los en desarrollo, en materia de derechos de propiedad intelectual y la vacante institucional en campos relevantes, Estados Unidos obtiene ganancias excesivas a través del monopolio. En 1994, Estados Unidos impulsó el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), forzando el proceso y los estándares americanizados en la protección de la propiedad intelectual en un intento por consolidar su monopolio sobre la tecnología.

En la década de 1980, para contener el desarrollo de la industria de semiconductores de Japón, Estados Unidos inició la investigación «301», construyó poder de negociación en negociaciones bilaterales a través de acuerdos multilaterales, amenazó con etiquetar a Japón como comerciante injusto e impuso aranceles de represalia, lo que obligó a Japón a firmar el Acuerdo de Semiconductores entre Estados Unidos y Japón. Como resultado, las empresas japonesas de semiconductores quedaron casi completamente fuera de la competencia mundial y su participación en el mercado cayó del 50 al 10 por ciento. Mientras tanto, con el apoyo del gobierno de EE. UU., un gran número de empresas estadounidenses de semiconductores aprovecharon la oportunidad y obtuvieron una mayor participación de mercado.

◆ Estados Unidos politiza, arma las cuestiones tecnológicas y las utiliza como herramientas ideológicas. Al extender demasiado el concepto de seguridad nacional, Estados Unidos movilizó el poder estatal para reprimir y sancionar a la empresa china Huawei, restringió la entrada de productos Huawei al mercado estadounidense, cortó su suministro de chips y sistemas operativos y obligó a otros países a prohibir a Huawei emprender la construcción de la red local 5G. Incluso convenció a Canadá de detener injustificadamente a la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, durante casi tres años.

Estados Unidos ha inventado una serie de excusas para tomar medidas drásticas contra las empresas chinas de alta tecnología con competitividad global y ha incluido a más de 1000 empresas chinas en listas de sanciones. Además, Estados Unidos también impuso controles a la biotecnología, la inteligencia artificial y otras tecnologías de alta gama, reforzó las restricciones a la exportación, reforzó el control de inversiones, suprimió las aplicaciones de redes sociales chinas como TikTok y WeChat, y presionó a los Países Bajos y Japón para que restringieran las exportaciones. de chips y equipo relacionado o tecnología a China.

Estados Unidos también ha practicado un doble rasero en su política sobre los profesionales tecnológicos relacionados con China. Para dejar de lado y suprimir a los investigadores chinos, desde junio de 2018, la validez de la visa se ha acortado para los estudiantes chinos que se especializan en ciertas disciplinas relacionadas con la alta tecnología, se han producido casos repetidos en los que los académicos y estudiantes chinos que van a los Estados Unidos para programas de intercambio y estudio fueron injustificadamente negado y hostigado, y se llevó a cabo una investigación a gran escala sobre académicos chinos que trabajaban en los Estados Unidos.

◆ Estados Unidos solidifica su monopolio tecnológico en nombre de proteger la democracia. Al construir pequeños bloques en tecnología como la «alianza de chips» y la «red limpia», Estados Unidos ha puesto etiquetas de «democracia» y «derechos humanos» a la alta tecnología, y ha convertido los problemas tecnológicos en problemas políticos e ideológicos, para que para fabricar excusas para su bloqueo tecnológico contra otros países. En mayo de 2019, Estados Unidos inscribió a 32 países en la Conferencia de Seguridad 5G de Praga en la República Checa y emitió la Propuesta de Praga en un intento de excluir los productos 5G de China. En abril de 2020, el entonces secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, anunció el «camino limpio de 5G». un plan diseñado para construir una alianza tecnológica en el campo 5G con socios unidos por su ideología compartida sobre la democracia y la necesidad de proteger la «seguridad cibernética». Las medidas, en esencia, son los intentos de EE.UU. de mantener su hegemonía tecnológica a través de alianzas tecnológicas.

◆ Estados Unidos abusa de su hegemonía tecnológica realizando ciberataques y escuchas. Durante mucho tiempo, Estados Unidos ha sido conocido como un «imperio de piratas informáticos», culpado por sus actos desenfrenados de robo cibernético en todo el mundo. Tiene todo tipo de medios para hacer cumplir la vigilancia y los ataques cibernéticos generalizados, incluido el uso de señales de estaciones base analógicas para acceder a teléfonos móviles para el robo de datos, la manipulación de aplicaciones móviles, la infiltración de servidores en la nube y el robo a través de cables submarinos. La lista continua.

La vigilancia estadounidense es indiscriminada. Todos pueden ser objeto de su vigilancia, ya sean rivales o aliados, incluso líderes de países aliados como la excanciller alemana Angela Merkel y varios presidentes franceses. La vigilancia cibernética y los ataques lanzados por los Estados Unidos como «Prism», «Dirtbox», «Irritant Horn» y «Telescreen Operation» son prueba de que los Estados Unidos están monitoreando de cerca a sus aliados y socios. Tal espionaje a aliados y socios ya ha causado indignación en todo el mundo. Julian Assange, el fundador de Wikileaks, un sitio web que ha expuesto los programas de vigilancia de EE. UU., dijo que «no espere que una superpotencia de vigilancia global actúe con honor o respeto. Solo hay una regla: no hay reglas».

V. Hegemonía cultural: difusión de narrativas falsas

La expansión global de la cultura americana es una parte importante de su estrategia exterior. Estados Unidos ha utilizado a menudo herramientas culturales para fortalecer y mantener su hegemonía en el mundo.

◆ Estados Unidos incorpora valores estadounidenses en sus productos, como las películas. Los valores y el estilo de vida estadounidenses son un producto vinculado a sus películas y programas de televisión, publicaciones, contenido de medios y programas de instituciones culturales sin fines de lucro financiadas por el gobierno. Conforma así un espacio cultural y de opinión pública en el que la cultura americana reina y mantiene la hegemonía cultural. En su artículo La americanización del mundo, John Yemma, académico estadounidense, expuso las verdaderas armas de la expansión cultural estadounidense: Hollywood, las fábricas de diseño de imagen en Madison Avenue y las líneas de producción de Mattel Company y Coca-Cola.

Son varios los vehículos que utiliza Estados Unidos para mantener su hegemonía cultural. Las películas americanas son las más utilizadas; ahora ocupan más del 70 por ciento de la cuota de mercado mundial. Estados Unidos explota hábilmente su diversidad cultural para atraer a diversas etnias. Cuando las películas de Hollywood descienden sobre el mundo, gritan los valores estadounidenses atados a ellas.

◆ La hegemonía cultural estadounidense no sólo se muestra en la «intervención directa», sino también en la «infiltración de los medios» y como «una trompeta para el mundo». Los medios occidentales dominados por Estados Unidos tienen un papel particularmente importante en la formación de la opinión pública mundial a favor de la intromisión estadounidense en los asuntos internos de otros países.

El gobierno de los EE. UU. censura estrictamente a todas las empresas de redes sociales y exige su obediencia. El CEO de Twitter, Elon Musk, admitió el 27 de diciembre de 2022 que todas las plataformas de redes sociales trabajan con el gobierno de los EE. UU. para censurar el contenido, informó Fox Business Network. La opinión pública en los Estados Unidos está sujeta a la intervención del gobierno para restringir todos los comentarios desfavorables. Google a menudo hace que las páginas desaparezcan.

El Departamento de Defensa de los Estados Unidos manipula las redes sociales. En diciembre de 2022, The Intercept, un sitio web de investigación independiente de EE. UU., reveló que en julio de 2017, el oficial del Comando Central de EE. UU., Nathaniel Kahler, instruyó al equipo de políticas públicas de Twitter para aumentar la presencia de 52 cuentas en árabe en una lista que envió, seis de las cuales eran que se le dé prioridad. Uno de los seis se dedicó a justificar los ataques con aviones no tripulados estadounidenses en Yemen, por ejemplo, afirmando que los ataques fueron precisos y mataron solo a terroristas, no a civiles. Siguiendo la directiva de Kahler, Twitter colocó esas cuentas en árabe en una «lista blanca» para amplificar ciertos mensajes.

◆Estados Unidos practica un doble rasero sobre la libertad de prensa. Suprime y silencia brutalmente a los medios de comunicación de otros países por diversos medios. Estados Unidos y Europa excluyen de sus países a los principales medios de comunicación rusos, como Russia Today y Sputnik. Plataformas como Twitter, Facebook y YouTube restringen abiertamente las cuentas oficiales de Rusia. Netflix, Apple y Google han eliminado los canales y aplicaciones rusos de sus servicios y tiendas de aplicaciones. Se impone una censura draconiana sin precedentes sobre los contenidos relacionados con Rusia.

◆Estados Unidos abusa de su hegemonía cultural para instigar la «evolución pacífica» en los países socialistas. Establece medios de comunicación y equipos culturales dirigidos a los países socialistas. Invierte asombrosas cantidades de fondos públicos en las redes de radio y televisión para apoyar su infiltración ideológica, y estos portavoces bombardean a los países socialistas en docenas de idiomas con propaganda incendiaria día y noche.

Estados Unidos utiliza la desinformación como una lanza para atacar a otros países y ha construido una cadena industrial a su alrededor: hay grupos e individuos que inventan historias y las venden en todo el mundo para engañar a la opinión pública con el apoyo de recursos financieros casi ilimitados.

Conclusión

Mientras que una causa justa gana un amplio apoyo para su campeón, una injusta condena a su perseguidor a ser un paria. Las prácticas hegemónicas, dominantes y de intimidación de usar la fuerza para intimidar a los débiles, tomar de otros por la fuerza y ​​el subterfugio y jugar juegos de suma cero están causando un daño grave. Las tendencias históricas de paz, desarrollo, cooperación y beneficio mutuo son imparables. Estados Unidos ha estado anulando la verdad con su poder y pisoteando la justicia para servir a sus propios intereses. Estas prácticas hegemónicas unilaterales, egoístas y regresivas han suscitado crecientes e intensas críticas y oposición de la comunidad internacional.

Los países deben respetarse y tratarse como iguales. Los países grandes deben comportarse de manera acorde con su estatus y tomar la iniciativa en la búsqueda de un nuevo modelo de relaciones de Estado a Estado caracterizado por el diálogo y la asociación, no por la confrontación o la alianza. China se opone a todas las formas de hegemonismo y política de poder, y rechaza la injerencia en los asuntos internos de otros países. Estados Unidos debe realizar un serio examen de conciencia. Debe examinar críticamente lo que ha hecho, dejar de lado su arrogancia y prejuicio, y abandonar sus prácticas hegemónicas, dominantes y de intimidación.

Fuente: https://andrespiqueras.com/2023/02/20/textos-para-la-semana/