El ocaso del Atlantismo

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Umberto Mazzei

12/04/2021

Europa volverá a la prosperidad cuando mire hacia el Oriente y se perciba como parte de Eurasia, como lo que siempre fue.

Desde la caída del Imperio Romano, no se veía en Europa una economía organizada y próspera productora de riqueza y crédito que no estuviese vinculada a China, cuyo reflejo llegaba hasta los vecinos de Europa en el Cercano Oriente.

En el siglo XV, ocurrieron varios hechos que cambiaron la tendencia milenaria de la Europa que encuentra su complemento económico en Oriente.

Quienes mejor vivían de esa potente relación económica internacional eran las repúblicas marineras comerciantes italianas o las ciudades libres del Imperio Germánico, cuyas flotas también navegaban hasta allí.

Los magistrados de esas prósperas ciudades libres eran gente educada y experimentada en los negocios; que sin haber sintetizado su experiencia en principios teóricos de economía política, tenían conocimientos empíricos que aplicaban para evitar aquello que pudiera perjudicar el interés de los ciudadanos.

El Descubrimiento de América coincide (1492) con la caída de Bizancio (1453) en manos de los turcos. La caída de Bizancio dejó el comercio con Oriente como un monopolio del Imperio Turco.

Aquel golpe debilitó la potencia política y militar de las prósperas repúblicas europeas y favoreció el desarrollo de Estados Nacionales regidos por agresivos monarcas absolutos (Louis XI de Francia, Henry VIII de Inglaterra, Fernando de Aragón) que destruyeron los estatutos y libertades de las respectivas ciudades republicanas y menospreciaron sus derechos gremiales y las exenciones tributarias de las corporaciones de oficios que administraban las industrias y el comercio y regían la política de aquellas ciudades-estado libres que nutrieron con su prosperidad y visión cosmopolita una revolución cultural: el Renacimiento.

Revolución poderosa que desplazó, después de un milenio, el lúgubre y cruel universalismo pontificio y clerical que con el Cristianismo impuso a sangre, fuego y destrucción en toda Europa el tiránico Emperador Constantino.

El nuevo tipo de monarca nacional y absoluto europeo se consideraba con derecho a disponer de la fortuna nacional, cuya administración dejaba en manos de pequeños grupos de amigos sin alguna experiencia industrial productiva o de comercio; por lo tanto ajenos a la buena administración que produce la abundancia que es sinónimo de bienestar.

Los monarcas absolutos tenían la tendencia a entregar la administración del Reino confiándola a gente de abolengo en su fidelidad al Rey, pero sin experiencia en alguna actividad económica productiva. Por lo general cortesanos adulantes de gustos dispendiosos o nobles de rancio abolengo, extraños a una actividad económica más allá de la producción agrícola típica de la sociedad feudal.

Las guerras entre España, Francia e Inglaterra duraron todo un siglo (XVI), arruinando y devastando las regiones más ricas y productivas de Europa.

Algunos filósofos, ante la miseria general, estudiaron normas para mejorar la administración de las finanzas del Estado y regresar a la prosperidad.

Esos filósofos estudiaron la causa y origen de la riqueza de las naciones.

Los reyes europeos, arruinados por sus guerras comenzaron a ser más cautos en la elección de los ministros para las finanzas públicas.

Fue así como Sully (Enrique IV) y Colbert (Louis XIV) impusieron alguna lógica en la administración de la hacienda francesa.

Con ellos se impuso en Europa el Sistema Mercantil, según el cual, el origen de la riqueza es la acumulación nacional de metales preciosos; para ello es necesario retener los metales importando poco y atraerlos exportando mucho.

Por aquella época, y hasta el siglo XIX, la mayor potencia económica del mundo era China. Imperio que bajo la dinastía Ming, que estaba en el proceso de substituir el dinero que circulaba en forma de papel moneda por monedas de plata. Eso coincidió con la doctrina mercantilista; por lo que pareció que China practicaba, de hecho, una política parecida.

China era autosuficiente, producía y se abastecía de todo lo que necesitaba; todo menos las monedas de plata necesarias para agilizar su comercio interno con dinero más duradero. Por eso, en el año 1663, su Emperador ordenó que la exportación de sus productos se pagase con plata. Algo complicado para los comerciantes europeos. En Europa las minas de plata estaban agotadas. En eso se descubre que en América hay abundantes minas de plata sin explotar.

Súbitamente, en el siglo XVII, el interés europeo se vuelca del Oriente hacia el Oeste, hacía América, al otro lado del Atlántico donde hay mucha plata.

Como la técnica de navegación había mejorado mucho, Holanda e Inglaterra habían suplantado a Portugal en el comercio con el Oriente, con la creación de varias compañías privadas dedicadas al comercio con las Indias Orientales, que necesitaban la plata proveniente de las Indias Occidentales, al otro lado del Atlántico para su próspero comercio con China.

De allí, ese volcamiento de Europa hacia el Atlántico que dura desde el siglo XV, cuando los turcos cortaron el acceso por tierra hacia el comercio con el lejano Oriente.

Gran parte del interés anglosajón por la América Española es porque allí circulaban monedas de plata que eran indispensables al monopolio inglés del té chino.

Cuando Carlos III creó el Virreinato del Rio de la Plata y la plata del Potosí salía al Atlántico por Buenos Aires, poco después, por los tratados de Utrecht, los ingleses tenían derecho a un barco de alzada ubicado en permanencia frente a Buenos Aires para comerciar con los porteños a cambio de plata. En 1806, los ingleses ocuparon Buenos Aires y si no es por Liniers, que los sacó de allí enseguida, es probable que hubiesen ido luego a capturar el Potosí.

China ya no exige plata a cambio de sus productos. El interés europeo por la endeudada riqueza del otro lado del Atlántico tiende a disminuir, porque Estados Unidos paga sus compras con deuda y dinero sin fondos.

China es de nuevo la principal economía mundial y su principal mercado es Europa, la región que es también su principal proveedor.

China se acerca a Europa por el Oriente. Sus inmensas inversiones en crear La nueva Ruta de la Seda: una infraestructura ultra-moderna de transporte para el comercio entre China y Europa. La realidad del enriquecedor acercamiento chino obliga a que en Bruselas dejen de pagar con obediencia y tributos (2% del PIB) la ocupación militar Atlantista.

Europa volverá a la prosperidad cuando mire hacia el Oriente y se perciba como parte de Eurasia, como lo que siempre fue, desde la remota Antigüedad hasta el siglo XV. Es la geografía quien escribe la Historia.

Almeria, 04-04-2021.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/211774